Si digo Montera con Gran Vía justo en la Red de San Luis,
quienes son de Madrid o vienen a menudo reconocerán la esquina que alberga un
establecimiento de la cadena McDonald’s, en cuya puerta, Gonzalo de Lucas,
indigente, yonqui, pide limosna y duerme la turca compartiendo asfalto con
prostitutas de la zona. Al caer la tarde cuando está todo el pescado vendido,
va al mercadillo de la muerte donde cambia monedas por heroína y un brik de
vino.
Patricia trabaja de encargada en la Hamburguesería y conoció
a Gonzalo siendo éste un prestigioso neurocirujano que ejercía en su ciudad
natal, Zamora. En julio de 1969, la joven estudiante de Bachillerato estaba
allí de vacaciones, invitada por una compañera de clase a su casa de verano.
Colindante a ésta estaba la del médico, quien pronto congenió con las chicas
interesándolas en temas de arte, su gran pasión. Algún tiempo después tras
cometer negligencia médica con un colega de planta que murió en quirófano, supo
que abandonó la profesión y, sin dejar rastro, desapareció quedando tras él el
esfuerzo, sacrificio, penuria y lucha de tantos años de trabajo fatigoso e
incansable.
A mediados de enero, bajo las garras de un frío invierno de
justicia, Patricia, recién ascendida, entraba a trabajar por primera vez en
aquel local como responsable en el turno de día. La inminente llegada de la
jefa y los nervios por la nueva responsabilidad, hicieron que no reparara en la
persona que a la entrada dormía sobre cartones renegridos. Hasta que una
mañana, conmovida por no haber dejado de llover en toda la noche, metió al
vagabundo dentro y colocándolo en una mesa fuera de la vista, le sirvió un
desayuno con bollería. Gonzalo, agradecido y haciendo gala de la poca cortesía
que recordaba, se quitó el pasamontañas y, dejando el rostro al descubierto,
fue cuando aquellos ojos se reconocieron, vacíos y desconfiados los de él,
sorprendidos y serenos los de ella.
“La griega”, es el
nombre de guerra de Soledad Ariza, una puta que ejerce desde los quince años,
después de bajarle su primera regla, y llamada así por la cantidad de “griegos” que realizaba cobrando a precio de oro. La vida resultó
durísima con ella. A los diecisieta parió un hijo que dio en adopción, con veinte tuvo
sífilis, con veintitrés el proxeneta la molió a palos y desde los treinta es adicta a la
heroína y seropositiva. Total, después de haber pasado en el lupanar de la
calle diversas penurias, ahora, vieja, enferma y con crisis en el oficio, vende
servicios por la Red de San Luis, a cinco euros la felación.
Últimamente andaba Gonzalo lloroso y cabizbajo, releyendo un
papel ajado que sin piedad lo herida. “¡Qué pasó
Gonzalito!, cuéntaselo a “la griega”,
primor”, —dice cariñosa la mujer agachada a su lado—. Un día, localizaron en
Zamora a aquella amiga de la infancia, quien a su vez, contacto con Patricia
haciéndole llegar un documento que decía: “Estimado
señor de Lucas: Nos ponemos en contacto, para comunicarle que su padre ha
fallecido. Rogamos en la mayor brevedad posible, venga a retirar sus cenizas”.
Y vuelta a leer… Y vuelta a llorar… Y vuelta a la herida… Y vuelta a…
Es fácil perder la noción de las horas, no digamos meses o años,
cuando se vive en la calle, pero llevaban sin ver a “la griega” una semana larga y aquello, desde luego, no era normal.
De pronto, cruzó dando tumbos, malherida, con la ropa ensangrentada y cosida a
navajazos. Intrigada por el revuelo Patricia empujó la puerta abatible, salió y
sobrecogida por el siniestro espectáculo, llamó al Samur. Lejos o cerca se oían
sirenas subir con urgencia por Gran Vía, apartando coches y transeúntes
rezagados o eclipsados por el ensordecedor ruido. Aun así llegaron tarde porque,
cuando giraban bruscamente a la altura de Hortaleza, Soledad Ariza se le murió
al mendigo en los brazos. En estado de choque emocional por la pérdida, Gonzalo
tomó una habitación de hostal que pagó por adelantado. Se afeitó, aseó, puso
ropa limpia y fue hasta la sucursal del banco donde tenía los ahorros de su etapa en activo. Hechas las pesquisas pertinentes y,
comprobando que a Soledad no le quedaba familiar alguno, corrió él con los
gastos de la incineración.
La semana siguiente transcurrió tan rara que, aun estando
las nubes rotas, impedían entrar la luz del sol. Se abrió la puerta y un
perfume peculiar a derrota impregno de esquina a esquina todo el
establecimiento. Lloraron a Soledad y abrazados, hallando por fin la paz el uno
en el otro. Al despedirse, Patricia comprendió muy dentro de ella que se veían
por última vez. En el autocar destino a Zamora, Gonzalo ocupó asiento de
ventanilla en la parte trasera y, llevando la urna con las cenizas de “la griega” en una bolsa de deporte,
inició junto a ésta un viaje de ida sin retorno.
Amaneció de primavera con viento suave el día
que fue a retirar los restos de su padre al crematorio. Sacó del garaje el
viejo todoterreno y, asegurando ambas urnas bien sujetas en el maletero, puso
rumbo a un monte de difícil acceso, que recordaba por Asturias, donde tenía
intención de esparcirlos. Suponemos que así lo hizo. Sin embargo, cuenta la
Guardia Forestal que hallaron un cadáver en posición fetal y avanzado estado de
descomposición, entibado por dos grandes montones de ceniza que no se
esparcieron.
Verdaderamente Mayte, cuantas historias increíbles saldrían, si nos interesáramos por todas aquellas personas que vemos tiradas por las calles, nos sorprenderíamos al saber el motivo por el que están así, pero vivimos en un mundo que cada vez está más deshumanizado y por desgracia nos hemos acostumbrado a verlo sin inmutarnos.
ResponderEliminarGracias por darnos que pensar.
Un beso
Chon.
Tu prima de Alicante
Hola Mayte. Como cuentas las cosas es como pasa la vida, que no para todos tiene un final feliz, pero al menos que sea en paz
ResponderEliminarMaite Sevilla
“Pues a mi desde la "comodidad" de mi despacho se me ponen los pelos de punta, la verdad, y me cuesta trasladarme a esa realidad tan desgarradora de los que inevitablemente se quedan por el camino”
ResponderEliminarEsperanza.
Ya me gustaría haber heredado a mí tu don de palabra.
ResponderEliminarBesos. Yolanda.
Sigue escribiendo.
ResponderEliminarUn beso desde extremadura.
Daniel
Quisiera pensar que la realidad no fuera tan dura pero seguro que me equivoco. Quisiera pensar que aun en las condiciones mas dificiles la mayoria de personas se buscan apoyos al menos entre sus iguales. Pero ciertamente con que sean pocos los casos ya quedamos denunciados el tipo de vida que llevamos.
ResponderEliminarQué pena... que en situaciones tan extremas sea donde más se demuestra la solidaridad y el apoyo. Qué pena... que con nuestros quehaceres y prisas diarias pasemos de largo y no veamos, que más alla de una cara sucia o un pelo revuelto, una camisa manchada o unas medias rotas o unos zapatos de tacón desgastados, existe un corazón que también vivió, lloró, amó,se ilusionó, luchó y por algún motivo se abandonó.
ResponderEliminarY aquél que les juzga, se considera mucho mejor?¿Aquél que no sabe ni conoce de su vida?
¿Aquél, que sentado desde su salón con chimenea, no necesita cartones para resguardarse del frio?
Procuremos ser un poco más solidarios y mejores personas.Puede que algun día, nosotros seamos Gonzalo o Soledad.
Un abrazo.
Ana (Alicante)
"Como sabes voy a menudo a Madrid y casualmente paso siempre por esa esquina y he ido muchas veces a ese establecimiento. Me ha hecho gracia reconocer el lugar sin ser de allí. A partir de ahora, cuando vaya y pasee por el lugar, pensaré siempre en Gonzalo, Patricia y "la griega". Seguro que los tres tendrán a estas alturas alguien que les sustituye."
ResponderEliminarLourdes
Todos sabemos que esa realidad existe, ¿cómo podemos actúar desde nuestra posición relativament cómoda? Muchas veces pasamos delante de aquellas personas que viven en la calle y no nos fijamos en las caras, es como si mirar a los ojos nos doliera más. Personalmente, casi siempre que veo a alguien en la calle no puedo evitar mirarlo intentando descubrir quién es en realidad, cual es su historia.... Hace algún tiempo ya, yo buscaba a una persona muy querida para mí y, por desgracia desaparecida, en esas caras, eso me ha dejado una huella difícil de borrar.
ResponderEliminarBien Mayte, en el relato, con tus palabras haces "sentir" esa realidad.
Un beso,
En tus personajes siempre hay alguien ve y vuelve
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