domingo, 28 de febrero de 2021

No puedo respirar

13.

Tengo por delante setenta y dos largas horas hasta llegar al destino final en las que podré reflexionar, escuchar música, disfrutar del paisaje y minimizar aquellas cosas insignificantes que carecen de importancia. Jeff Blocker, de trazo minucioso como siempre, ha dividido la ruta en tres bloques. ‘La primera parada la harás en Chicago’. ‘¡Guau! Windy City, “la Ciudad de los Vientos”, me encanta ese apodo porque nunca sabes en qué dirección soplará’. ‘Ya, muy poético, pero vamos al grano. Hay una reserva hecha a tu nombre en el Motel Apache –es discreto y sabe que William no viene conmigo–, está en 5542 N Lincoln Ave, estas son las coordenadas –me las da apuntadas en un trozo de papel–. Es un lugar tranquilo, te gustará. La siguiente es en Akron’. ‘No sé dónde está’. ‘En el estado de Ohio. Quizá te suene la casa de dos pisos del Dr. Robert Smith y su esposa Ann, bebedores silenciosos, donde en 1935 comenzó a funcionar Alcohólicos Anónimos. Ellos mantenían la teoría de que sólo otros borrachos habiendo pasado por la misma experiencia, se ayudarían a seguir sobrios. Si yo fuese tú no me iría sin visitarla’. ‘De acuerdo’. La última etapa es Nueva York’. ‘¿Tengo alojamiento también allí?’. ‘Bueno, aún está por confirmar. Barajo unos cuantos’. ‘El que sea más humilde. En el Bronx o Brooklyn estaría bien. Eso sí, lo más alejado del Distrito Financiero, por favor’. ‘¿Qué te parece en Ossining? Ahí se encuentra la sede central de la organización ambiental Riverkeeper’. ‘Ya, pero…’. ‘Además, a través de la línea Hudson de Metro-North Railroad la comunicación con la Gran Manzana es muy buena lo cual evitará la locura de conducir por la metrópoli’. ‘Tú consígueme un hospedaje barato donde te he dicho. ¡Ah!, y concreta una cita con alguien de la planta nuclear Indian Point Energy Center y otra con los miembros del equipo que presionó para que cerraran el reactor de la Unidad 2’.Cuenta con ello. ¿Hablaste con el amigo de tu mujer?’. En National Geographic dicen que lleva meses haciendo unos reportajes en Kenia y han perdido su pista. No sé, es como si se le hubiese tragado la tierra. Localiza a Deanna Leone, por favor y dile que esta noche la llamo sin falta’. ‘Vale’. Antes de ir a casa pregunto a Georgia Hardin si necesita alguna cosa, ya que esta vez los efectos secundarios de la quimio parecen más agresivos, pero asegura que todo está bien. ‘¡Qué mujer tan fuerte!
          He cumplido una a una las etapas del viaje dándome tiempo incluso de hacer turismo. Chicago es una ciudad espectacular, con amplias avenidas y luminosas streets por las que, con el salvoconducto que te otorga la libertad de ser un desconocido, es muy fácil convertirse en alguien invisible ante los ojos de los demás. El Instituto de Arte, junto a Grant Park, es una de esas joyas que uno no debe morirse sin haber conocido. Disfrutar del pintor retratista neerlandés Frans Hals, de José de Ribera, Rembrandt o El Greco es una oportunidad de contemplar en su conjunto algo de lo que no gozo a menudo. El suelo de madera haciendo zigzag y las paredes pintadas en verde con puertas enmarcadas en tono más claro transmiten muchísimo confort y un calor casi de hogar. Apenas hay gente, lo cual facilita enormemente contemplar con detenimiento cada cuadro, escultura y otros objetos de valor incalculable. Tampoco la hay en el exterior por lo que toma mucha más relevancia el bellísimo skyline punteando el horizonte, escenario perfecto para que aparezcan Robert de Niro como Al Capone y Sean Connery dando vida a Jim Malone. Justo aquí, al lado, en el cruce de Ave Michigan con E Adams st, cuelga la placa que indica el comienzo de la mítica Ruta 66 debajo la que todo guiri cumple con el ritual de hacerse una foto y yo, no voy a ser menos. Recuerdo que un compañero de Century High School, la escuela donde di clases de español hasta que murió Alaia, todos los años arrancaba desde este mismo punto lo que él calificaba cómo un viaje alrededor de la novela de John Steinbeck: “Las uvas de la ira”.
          Objetivo cumplido: he llegado a Nueva York. A pesar de la mala fama que rodea a Harlem en cuanto a pandilleros, yonquis en busca de su gramo de felicidad, prostitutas enretirada tras una jornada más de trasiego ajetreado y sangrientas peleas, este barrio transmite algo especial que, en melodía de swing se adhiere al corazón. Deanna Leone me espera en Corner Social, del que he leído algunos comentarios que lo califican como uno de los mejores restaurantes para degustar un sabroso brunch. ‘Te vendes muy caro, Markel. Cuesta un triunfo contactar contigo’. ‘Sabes que no es verdad. Últimamente hay mucho trabajo que, en nuestro caso, suelen ser asuntos que requieren atención inmediata. No obstante, quién me iba a decir que nos encontraríamos ayer en un puesto ambulante comprando perritos calientes con mostaza y salsa chucrut’. ‘Bueno, no es tan raro, nací aquí y vivo a pocas cuadras de donde estamos, aunque me crie en Carolina del Norte’. ‘Pero viste a Glenn Clemmons en Rochester, ¿no?’. ‘Sí, a la salida de Flower of hope de Mayo Clinic. Tengo un problema dermatológico y los tratamientos los compro ahí’. ¿Te dijeron en la oficina que venía?’. ‘No, nadie me ha llamado, ha sido pura casualidad. ¿Qué te trae a la ciudad que nunca duerme?’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear ha autorizado la venta de la planta de energía…’. ‘¿La piensas comprar?’. ‘¡Qué más quisiera! ¿Te imaginas?, Convertiría cada yarda en zona verde’. ‘Estarás contento, ¿no?, pronto tendrás a Biden ocupando la Casa Blanca y resolverá vuestras cositas del planeta, aunque supongo que tú serás más afín a Kamala Harris, ¿no?’. Simplemente, sonreí. A pesar del frío, mientras conversamos caminando de vuelta cada uno a sus quehaceres pienso en lo poco que sé de ella y en lo mucho que me desconcierta. ‘¿Te puedo hacer una pregunta?’. ‘Igual no la contesto’. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘A ejercer de esposa de un hombre comprometido con la Iglesia Baptista’. ‘¿Y eso cómo se traduce?’. ‘Bueno, formamos parte de una corriente teológica. Nos rige un sistema de organización congregacional ya que nuestra máxima es que entre Dios y el creyente no debe haber intermediarios. Asistimos a seminarios de formación espiritual y hemos retomado la doctrina del bautismo del creyente. Es decir: nunca se realiza antes de la adolescencia y siempre es por inmersión’. ‘Mira, respeto mucho las creencias de cada uno. Sin embargo, ¿de verdad crees que rechazando el aborto, la homosexualidad, el divorcio y todo aquello que huele a libertad y progreso sois más íntegros? No sé, la vida gira y tal vez sería conveniente resetearnos’. ‘Nosotros defendemos lo natural: Un hombre y una mujer son la unión lógica. Dos personas de un mismo sexo violan las normas. La interrupción voluntaria de un embarazo es el asesinato de un inocente’. ‘¡Venga ya! No me coloques propaganda barata’. ‘¿Sabes cuál es el problema de los activistas o defensores de las causas perdidas como tú?’. ‘No. A ver, dímelo’. ‘Pues que habláis y opináis de aquellas cosas que no conocéis de raíz. ¿Quieres cenar hoy con mi marido y conmigo en casa?’.
          Antes de acudir a la cita fijada a las 7:30 p.m., hago un último intento para establecer comunicación por videollamada con Glenn y saber cómo le va en Chiribiquete, pero, una vez más, tropiezo con su celular fuera de cobertura. No importa, mañana lo intentaré. El 2359 de Frederick Douglass Blvd es un edificio de cuatro alturas con ladrillo rojo, escalera de incendios mordiendo la fachada, un local comercial donde trenzan el cabello estilo africano llamado Family Hair Braiding y, más allá, Greater Zion Hill Baptist Church donde apasionadas misas gospel ponen techo al maravilloso elenco de voces negras que le dan vida. Desde que soy usuario de las relaciones sociales padezco el síndrome del invitado novato. Es decir: nunca sé qué presente llevar para quedar bien. Así que, opto por una bandeja de Cronut, ese riquísimo dulce elaborado a partir de una mezcla de croissant y donut, y un vino embotellado de calidad. El apartamento, apenas sin objetos personales y más bien minimalista, es sencillo e intuyo que alquilado. Deanna y Oliver me reciben en la entrada con actitud hospitalaria. El sofá de mimbre, con más cojines de los que realmente caben, es cómodo, también hay un mueble alargado con pocos adornos, salvo una Biblia abierta por el libro del Génesis. Más allá, amurallada con cuatro sillas, la mesa ya está montada con el set completo. ‘Gracias por la invitación’. ‘Es un placer. Mi esposa habla mucho de ti. ¿Una copa?’. Sírveme otra, querido. Enseguida estará lista la pizza. ¿Has probado la neoyorquina, Markel?’. ‘No’. ‘Te gustará –dice él–. La diferencia con otras es que la masa es muy fina para doblar sin romper, además del exquisito relleno de mozzarella’. No han exagerado nada, está deliciosa. ‘¿Café? ¿Coñac? –dice él– ¿Las dos cosas?’. ‘Un licor me irá bien para la digestión –sonrío–, no estoy acostumbrado a comer tanto’. ‘Bueno, vayamos al backyard –apunta ella–. Ahí se está agradable’. Por una pequeña puerta decorada como los muebles de cocina se accede a un espacio luminoso, enmarcado con tiras de caña y techo abatible de cañizo.  ¡Guau!, qué patio interior tan bonito, es la primera vez que estoy en uno y no a pie de suelo’. ‘La mayoría de las casas en algunas millas a la redonda lo tienen’. ‘Es muy acogedor’. Así que te dedicas a desafiar las leyes divinas –el tono fanático del hombre despertó el desencuentro– dándole protagonismo a la mano del hombre, cuando en verdad no la tiene’. ‘No sé a qué te refieres, Oliver’. ‘Pues que todo lo relacionado con el clima es un castigo de Dios’. ‘¿Eso piensas?’. ‘En Nueva Orleans el Katrina lo fue por tanto homosexual suelto’. ‘Mira, por ahí no vayas, eh. Mi mujer y sus padres murieron allí, imagina lo doloroso que me resulta escuchar tus palabras. Lo queráis comprender o no, las temperaturas son cada vez más altas y como consecuencia del deshielo el nivel del mar sube. No me vengas diciendo que son profecías o castigos’. ‘El problema de los incrédulos es que carecéis de imaginación’. ‘Si tú lo dices. Pero, deja que añada algo: me pregunto si aquel Jesús de Nazaret aprobaría el supremacismo blanco y el espíritu segregacionista que tanto daña’. ‘Nosotros somos simples pastores’. ‘Entonces, ¿qué opinión tienes del pastor Raphael Warnock, senador electo por el estado de Georgia, famoso por extender Medicaid a cada rincón vulnerable de los Estados Unidos bajo el paraguas de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, conocida también como Obamacare?’. ‘En ese sentido nuestro movimiento evangélico es amplio y no veta a nadie –me alegra oírlo, pero estoy cansado y callo–, aunque la conversación no iba por ahí. Acuérdate de cuando Abraham retornó de Egipto y dejó a Lot en Sodoma, sus habitantes eran grandes pecadores y dos ángeles le avisaron de la gravedad de sus actos. Sin embargo, a pesar de interceder por su pueblo no pudo evitar que fueran aniquilados por una lluvia de azufre y fuego’. ‘Ves, eso es lo que siempre he querido expresar –interviene Deanna– y nunca me habéis entendido. Nuestra Nación sufre el azote de ciclones, grandes tormentas y todo tipo de devastaciones porque son advertencias enviadas desde el cielo para constatar que allí está el cuadro de mandos’. ‘Mirad, se ha hecho tarde y tengo que madrugar. Gracias por la invitación. Ya nos veremos’. ‘Espera, hombre, no te vayas’. ‘De verdad que no. Lo lamento’. Según bajo las escaleras y voy a donde tengo el coche, siento disgusto por cómo ha terminado la velada.
          Jeff –consigo videollamada con él–, ¿a qué hora me esperan en la planta?’. ‘A las 4 p.m.’. ‘¿No podían antes?’. ‘Pues no’. ‘Está bien. Tengo un correo de Glenn, dice que está evaluando el impacto del abandono medioambiental en la zona y que cuando lo tenga te lo enviará’. ‘Este chico es un verdadero perfeccionista’. ‘Ya lo creo. Anoche cené con los Leone, ya te contaré, una experiencia un tanto desagradable.De acuerdo. Por cierto, ten muchísimo cuidado, las cosas andan muy revueltas por la certificación de los resultados del Colegio Electoral’. ‘¿A qué te refieres?’. ‘A nada en concreto y a todo’. He comprado hamburguesas, patatas, alitas de pollo fritas y una bebida de cola para permanecer en la habitación del motel hasta que salga hacia Indian Point Energy Center. Aproximadamente a la 1:30 p.m. aparecen por televisión imágenes del asalto al Capitolio con miles de manifestantes irrumpiendo en el interior de forma violenta. Entonces, escalando mis vértebras, un escalofrío de incertidumbre me recorre la espalda. I can't breath.

domingo, 14 de febrero de 2021

No puedo respirar

12.

¿Qué tal compañeros? –la prudencia de Jeff evita preguntas de incómoda respuesta–. Celebro que hayáis venido tan rápido’. ‘A ver, dinos qué ha pasado exactamente’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear aprueba vender la legendaria planta Indian Point Energy Center, ubicada a 24 millas al norte de Manhattan’. ‘¿Cómo te has enterado? –interrogo mientras reviso las cartas de correo que aún permanecen sin abrir sobre mi mesa–. ¿Quién la compra?’. ‘Por la prensa local. Una empresa de Nueva Jersey’. ‘Holtec Decommissioning International se encarga del desmantelamiento, ¿no?’. ‘Sí, ¿por?’. ‘Conozco a alguien que puede proporcionarnos información de primera mano –suelto sonriente–. Es un fotógrafo amigo de Alaia que maneja con mucha mano izquierda estos asuntos y está muy bien relacionado. Después le localizo, igual hasta nos puede adelantar algo’. ‘Estupendo. Hace tiempo publicaron la noticia de su pronta desaparición –continúa nuestro crack informático–, pero ya sabéis que la carrera a la presidencia de los Estados Unidos lo ha acaparado todo. Por suerte con el equipo que está configurando Biden estas cosas van a cambiar’. ‘Ahora que lo dices es verdad, el reactor de la Unidad 2 a lo largo del río Hudson –interviene William– lo cerraron por la presión ecológica que recibieron’. ‘Cierto, el grupo ambientalista Riverkeeper –contesta el otro– ha denunciado últimamente la muerte de peces así como la contaminación del suelo y del agua’. ‘¿Qué posibilidades hay de meter ahí las narices? –dirijo la conversación para concretar–. ¿Y cómo lo podríamos plantear para que a los jefes la idea les resulte atractiva?’. ‘Hombre, ya que tienes un posible contacto veamos qué cuenta. Y con respecto a los de arriba yo creo que están muy sensibilizados con todas las causas que presentamos’. ‘Muy bien. Ponte a ello, por favor. Iremos en mi coche’. ‘Son casi diecisiete horas de camino. ¿Y por qué no en avión?’. ‘Hay que dar ejemplo y usar aquellos transportes que ensucian menos la atmósfera’. Se queda ocupándose de la logística que vamos a necesitar y nosotros nos salimos a la calle digo: ‘Cógete un vuelo para Ecuador, iré yo solo, es la única manera que se me ocurre de ayudarte sin levantar sospechas. ¿Te parece?’. ‘Claro, y te lo agradezco muchísimo’. Antes de despedirse confiesa que está muerto de miedo por la paternidad.
          ‘Mamá, perdona la tardanza –mis palabras suenan a culpabilidad–, acabamos de llegar del Golfo de México y tenemos todo el material por organizar. ¿Cómo estás?’. ‘Ahora bien, cuando intenté contactar contigo, mal. Tu padre resbaló en el supermercado y tiene el hombro roto. Pero claro, eso para ti es insignificante ante la posibilidad de convertirte en el adalid del medioambiente, ¿verdad?’. ‘Joder, eres tremenda –sus palabras envenenadas de rabia y disgusto caen sobre mí despertando la zozobra que tantas veces me noquea–. ¿Por qué no dijiste el verdadero motivo? ¡Habría venido!’. ‘No me hagas reír. ¿Tú crees? –se carcajea–. ¡Venga ya, hijo!’. Incapaz de réplica ante tal afirmación me dejo tentar en el mercado negro de la falsa calma: quebradiza, irreal, amurallada… No obstante, decido ir a verlos. Así pues, agarrado fuertemente al volante para que no se me escape la vida, cruzo la ciudad sobrecogido, náufrago con las heridas abiertas y la sensación de no estar allí donde me necesitan porque siempre hay algo que me distrae, que me aleja, que me dispersa… Quizá sea una manera de evitar lo vulnerable que siempre nos deja a la intemperie. No lo sé. Observo el vacío de las calles parecido al de mi corazón en estos momentos, el clamor atenuado de los escaparates sin reclamo, los semáforos que cambian sin espectadores impacientes pisando el acelerador. Hay luna llena, una camada de pájaros la cruza partiéndola en dos, cual juncos adheridos al dique seco de la supervivencia que migra a otro hemisferio. Según avanzo reconozco la casa donde viven mis padres, ubicada en W Center St con la 18 Ave NW, está rodeada de mucho césped, árboles de ramas apretadas, estrechos caminos de grandes baldosas que te adentran a pie de un bosque en mitad de lo urbano conectándote con la tierra. Bajo el alfeizar de la ventana de la buhardilla, enganchada en un mástil horizontal, hondea la bandera de las barras y estrellas. Recuerdo que siendo niño estuve muy enfadado porque no me dejaban colgar una canasta de baloncesto en la parte de atrás y en cambio ellos sí podían tener aquel palo absurdo con ese trapo. Si cierro los ojos y reduzco la velocidad soy capaz de detener el motor justo delante de la fachada pintada de amarillo chillón, el color preferido de mi familia. Excepto mío. Respiro al ver el garaje abierto, señal que papá anda restaurando alguna cosa antigua, como aquella cámara de fotos que consiguió para Alaia y que hoy es toda una pieza de coleccionista. ‘Hola –nadie responde–. ¿Hay alguien? –digo, para que no se asuste–. No te enfades mucho conmigo, ¿vale?’. El ruido de herramientas entrando y saliendo de su caja es ensordecedor. ‘Markel, ¿eres tú? –entre los trastos viejos asoma la cabeza del vecino–. Aquí estoy, con estas maderas. He llevado la corta sierra a reparar y tengo que terminar de montar unas estanterías. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va?’. ‘Bien, ¿y a vosotros? Aumentó la familia, ¿no?’. ‘Sí, mi niña me ha hecho abuelo y estoy como loco, es un sentimiento maravilloso. Bueno, me voy. A ver si acabo pronto –señala los tablones que sostiene bajo la axila–, que tenemos que ir a la iglesia. Un gusto saludarte. Diles que volveré mañana’. ‘Por mí no lo hagas’. ‘Tranquilo, no es por ti –antes de desaparecer pregunta–: ¿Crees que el planeta se va a hacer puñetas si no hacemos algo pronto?’. ‘¿Estás interesado en el tema?’. ‘¡Qué va!, es que el mediano de mis hijos, no hace más que darnos la lata con lo que, según él, hacemos mal. Y como sé que tú estás metido en ese berenjenal… Pues eso’. ‘Toma el número de teléfono, si quiere que me llame a la oficina’. La mira con recelo y pasa junto a mí sin rozarme.
          ‘No regañes al chico, ¿me oyes?’. ‘Eso, ponte de su parte. Ya podréis: dos contra una. ¿No te das cuenta?, pero si no nos hace ni caso’. ‘Eh, ¿qué pasa? –apaciguo–, parecéis críos’. Callo y compruebo que el aparatoso accidente de papá es tan sólo un desgarro muscular a consecuencia de la caída. Dicho de otro modo: mamá ha ejecutado una maniobra perfecta para llamar mi atención. ‘¿Cómo te va, muchacho? –dice él–. ¿En qué andas metido?’. ‘Bueno, ya sabes que nuestra lucha no tiene descanso. En breve tengo que viajar a Nueva York’. ‘¿Sabes que te ha salido competencia?’. ‘¿Quién?’. ‘El hijo de Eugene –me guiña un ojo y comprendo que lo hace para provocar a su esposa–. Creo que no para de hablar del efecto invernadero y del acuerdo que han de alcanzar los países para subsanar la contaminación’. ‘Ahora estaba en nuestro garaje y ya me ha contado. Le he dado una tarjeta para él porque es muy interesante que la gente joven se implique’. ‘Me alegro, son buena gente’. ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Exactamente no lo sé, unos veinte más o menos’. ‘¿Cómo se llama?’. ‘Steve. Toma –me da unos recortes de prensa con las conclusiones finales de los recuentos de votos y el reconocimiento y felicitación a los demócratas por parte de líderes republicanos por su triunfo en las elecciones–, para que lo guardes’. ‘Gracias. Tenemos puestas bastantes esperanzas en el presidente electo en cuanto a políticas ecológicas’. ‘Entonces, ¿Gina McCarthy y Michael S. Regan te parecen buenas apuestas?’. ‘Sin duda. Ella, que ahora será Asesora Nacional del Clima, ha dirigido la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, cargo que pasa a él, un afroamericano que ha trabajado estrechamente con el gobernador de Carolina del Norte quien lo califica como un tipo dispuesto siempre a consensuar. Por tanto, nuestras expectativas son grandes al respecto’. ‘Muy acertado lo de incorporar al equipo a personas de color después de la repercusión que las agresiones raciales están teniendo en la sociedad’. ‘Mamá –digo, para integrarla en la conversación–, ¿vosotros no teníais invertido en un Fondo de Pensiones?’. ‘Hombre, al fin te dignas a hablar conmigo. Hace tiempo que lo contratamos. ¿Es que quieres tu parte de herencia?’. ‘No seas “sinsorga” –expresa papá con marcado acento vasco– y escúchale’. ‘Quizá sea momento de vender y poner el dinero a buen recaudo’. ‘Pues no se hable más –concluye tajante él–, así lo haremos’. ‘¿Te duele? –refiriéndome al brazo–. ¿Cuánto has de llevarlo en cabestrillo?’. ‘En principio quince días, pero todo dependerá de cómo esté. La próxima semana tengo cita con el traumatólogo. Estoy bien, no me molesta demasiado, es que tu madre es una exagerada y te ha hecho venir’. ‘¡Qué va! Pensaba hacerlo, sabéis que estoy encantado. Además: ¿qué hay de cena?’. ‘¡Serás bandido! A la cocina los dos – ordena enfadadísima, a la vez que da un golpe suave sobre el sillón–. ¡Vamos!’. Mientras corto la col en juliana para la ensalada americana, se me despierta un apetito feroz con las albóndigas suecas que mi madre prepara como nadie. Sobre todo la salsa a base de puré de patata, mermelada de arándanos rojos y pepinillos. El vino es exquisito y la velada transcurre intensa, aunque breve. Sugieren que duerma en mi antiguo dormitorio porque se ha hecho tarde para atravesar la ciudad, lo pienso ya que cuando me abrigan esas cuatro paredes parece que el tiempo se detiene y me lleva a escenarios muy felices, pero la responsabilidad y todo cuanto he dejado pendiente hacen que, tras el segundo whisky, regrese a mi solitaria y austera burbuja.
          A la mañana siguiente, tendido sobre la cama y con la ropa de la jornada anterior a medio quitar, despierto con la lengua pegada al paladar y la resaca áspera como la lija. Me tiro de la cama, son las 6:45 a.m., hora de salir a correr por el vecindario, pero apenas me responde el cuerpo y lo más que llego es hasta la licuadora donde introduzco un surtido de zanahorias y remolacha que bebo casi sin respirar. En televisión, un locutor con voz hueca y falto de empatía, hace un resumen de algunos acontecimientos ocurridos sin mención alguna a George Floyd que murió asfixiado por la presión de una rodilla anclada en su cuello, Greta Thunberg que puso cara a toda una generación de jóvenes preocupados por la salud del planeta o Ruth Bader Ginsburg jueza de la Corte Suprema nombrada por Bill Clinton y acérrima defensora de los derechos civiles a la que tanto echaremos de menos. Sin embargo, es poca la atención que le presto ya que repasando los e-mails acumulados sin leer o pendientes de contestar, encuentro uno del equipo The Climate Reality Proyect, de Colombia, en el que muestran gran preocupación por el relevo de Julia Miranda quien ha estado durante 16 años al frente de los Parque Nacionales Naturales, lo cual provoca incertidumbre en cuanto a lo que deparará el futuro a las áreas protegidas sin su supervisión. ‘Good Morning, Glenn’. ‘¿Cómo te va, querido?’. ‘Oye, ¿aceptarías ir a Bogotá o tienes planes?’. ‘No, ninguno. ¿Cuándo salimos?’. ‘Lo siento, esta vez irás solo, no puedo acompañarte’. ‘De acuerdo’. ‘¿No quieres saber los motivos?’. ‘Me lo pides tú y es suficiente. Por cierto, he visto a Deanna Leone y está enfadadísima contigo’. ‘Es verdad, la tenía que haber llamado. Hoy lo hago sin falta. ¿Te paso por correo electrónico toda la documentación que tengo respecto al lugar adónde vas?’. ‘Claro’. ‘Bueno, pero para que vayas abriendo boca te diré que viajarás a Chiribiquete’. ‘¿A la cadena montañosa en medio de la meseta amazónica? Me encanta la propuesta. Voy a hacer la maleta’.