A Esperanza, sin cuya corrección, opinión y crítica constructiva, este Blog no gozaría de sencillez
A Miguel Ángel, que me ha documentado y orientado sobre la parte técnica del oficio de maestro
Silvia Oleza Molina, a la edad de cincuenta y tres años, natural de Madrid, divorciada, nacida y criada en Plaza de Chamberí y, hasta hace poco, profesora de Enseñanza Secundaria en un centro público, se detuvo en esas palabras mientras hacía el trayecto en AVE a Málaga, donde pasaría unos días de relajo junto a su hermano y la pareja de éste.
Sin apetito, esquinó a un lado el catering que el personal de Renfe repartió entre los viajeros. Al otro lado del pasillo, dos abuelos andaluces, derrochando salero, peleaban con el nieto que se negaba a comer lo que la mujer, con mimo y paciencia, había troceado. Mientras eso sucedía, el rapaz devoraba una bolsa de patatas fritas que el abuelo al final cediendo había comprado. Tentada estuvo Silvia de seguir observando aquella escena hogareña, pero no quiso desnortar sus pensamientos y por la ventanilla del coche se dejó llevar a ellos. Los trenes es lo que tienen; ayudan a acunar recuerdos que nos han ido marcando.
Cuando fuera del programa oficial surgía, impartía entre los alumnos lo que ella llamaba “desarrollo del sentido común”; esto establecía con la dirección del instituto fuertes discrepancias. Por ejemplo, las veces que reconoció su falta de apego a la bandera y el recelo que sentía por las masas que, desde el fanatismo, mitifican a simples individuos de carne y hueso. Por no hablar de cuando, en horas extraescolares, presenciaba con ellos en vivo cómo se defiende que la calle es un espacio para todos y no un oratorio que avala al aire libre un único modelo de familia. Recibía acusaciones de todo tipo, pero quizá la más beligerante fue cuando la culparon de provocar a ciertas zagalas y zagales para que difundieran a través de las redes sociales lo siguiente: “África se muere de hambre y son escasos los esfuerzos que los gobiernos canalizan para paliarlo.”
El último curso se complicó y de qué manera. Al regreso de vacaciones en enero, vio que la silla ocupada por Rachida, una chica árabe, sutil e inteligente, estaba vacía. Preguntó a los chavales pero ninguno daba una versión parecida de los hechos. Por tanto, subió al despacho del director donde fue recibida por la plana mayor. ¡No daba crédito! Pronto disipó el temor al racismo, pero, ¿cuál sería el verdadero motivo de la expulsión? Finalizado el primer trimestre, el padre de la muchacha se presentó en el centro acusándoles de haber “occidentalizado” el sagrado espíritu de su hija, cargando concretamente contra esa maestra de Educación para la Ciudadanía que estaba inculcándole ideas “rojas”. Semejante dislate obligó a convocar al claustro de profesores, al que Silvia no asistió, encamada con gripe. Vanas fueron las conversaciones para que el padre reconsiderara la posibilidad de volver a traer a la joven a clase. Desde ese momento, la vida docente de la educadora fue un camino lleno de obstáculos, hasta que solicitó una excedencia.
Sin embargo, minutos antes de pisar tierra malagueña, recordó unas declaraciones realizadas por Elisa García Grandes, adolescente de aproximados quince años, con la cabeza muy bien amueblada y a propósito del movimiento 15-M, donde dijo: “Yo de mayor quiero refundar la izquierda.” Sin duda, esto es un balón de oxígeno para los descreídos que dudan de la juventud de ahora y su compromiso social. Habida cuenta de todo lo narrado, Silvia concluye sus reflexiones hallando un punto de unión entre la definición de doña Ángeles que abría este escrito y la afirmación contundente de Elisa, que lo cierra.
Ya en el andén y notando cerca la presencia del mar, dejó que sus preocupaciones reposaran en una vía muerta de la memoria. El niño, rozándola veloz como una bala y los abuelos sonriéndole y llevando en sus manos más bultos de los necesarios, salieron a la par de la estación María Zambrano hacia la parada de taxis, donde en automóviles diferentes sus destinos se separaron para siempre.
Lo importante es que los gobiernos, que para eso les pagamos, aseguren la vida de sus gobernados que son a la vez sus jefes.
En cuanto a la madre de Serrat, de tal palo tal astilla.
Mayte, gracias por tus escritos con los que nos haces viajar con el pensamiento.
Gracias Mayte.