domingo, 27 de marzo de 2022

Helen Wyner

15.
 
Habían pasado ocho días desde que Helen Wyner puso sobre la acogedora barra de granito que tanta vida aportaba a la cocina, el contenido de la carpeta donde recopiló todo cuánto se publicó respecto al asesinato de su sobrina: recortes de prensa, seguimiento del sospechoso, detención del parricida, entrevistas a testigos cuya aportación fue valiosísima a la hora de dictar sentencia, crónica de la ejecución, valoraciones psiquiátricas del estado mental de su hermana Beth y un manojo de tarjetas de visita con el membrete de diversos Medios de comunicación en el ámbito local y el nombre de los enviados especiales ansiosos por convertir dicha historia en un bombazo sensacionalista. Entonces, la dolorosa pérdida solapó cualquier toma de decisión en ese sentido, pero ahora sabía que, con sensibilidad y respeto, había llegado el momento de dar a conocer la verdadera historia de todo cuánto rodeó el asesinato de su sobrina. Mientras decidía cómo plantearlo y a quién, rebañó con la yema del dedo dos gotas del chocolate a la taza que aún quedaba en el borde. El calor de la chimenea complementando al pijama de franela y la chaqueta de lana gorda echada por los hombros, ayudaban a combatir las gélidas temperaturas tras el aviso del Centro Nacional de Huracanes, de Estados Unidos, avisando de la llegada de uno muy potente por la costa sureste del país, aunque con posibilidad de perder fuerza al tocar tierra. No obstante, siguiendo el protocolo metió dentro del garaje la mecedora del porche, herramientas para cortar leña y las macetas de flores tan sensibles de volar por los aires. Aseguró los cierres de las persianas de aluminio y dobles puertas de la casa, comprobó las reservas que tenía de agua potable, botiquín, comida enlatada, repuestos de baterías para linternas, carga completa de la computadora y el móvil, combustible para el generador donde conectaría los refrigeradores y la vieja lámpara de queroseno recuerdo de aquellas acampadas que de niña hacía con su padre. A pesar de que a lo lejos la lengua del viento escupía su baba amenazante, las horas corrían demasiado despacio. Aprovechando que aún conectaba a internet buscó en la web los nombres de los periodistas. Una de las caras le sonó muchísimo, Rachel W. Rampell, a la que recordó como intrépida y astuta reportera, podría ser la indicada. Marcó el número de contacto, preguntó por ella y, de repente, la pantalla del celular se quedó en negro…
          El entierro del marido de Coretta Sanders se celebró en la más estricta intimidad. Zinerva Falzone fue la encargada de organizar el post-sepelio y de que no faltasen bandejas con comida y bebidas para los allegados, quienes con delicado cariño rememoraban episodios entrañables vividos con él. A la entrada, encima de la repisa con los bordes tallados de un mueble estrecho, el libro de condolencias, flanqueado a ambos lados por jarrones con claveles, se llenaba poco a poco de mensajes escritos con afectuosa caligrafía. A ratos, el silencio impregnaba de desánimo la sala temiendo que, de un momento a otro, aparecieran en el exterior cruces ardiendo y encapuchados blancos dispuestos a reventar el duelo agresiva y violentamente. El llanto discreto, casi en susurro, de la recién enviudada se colaba de soslayo entre las divertidas anécdotas que la mayoría desconocían del difunto. Un matrimonio afroamericano, amigos íntimos de la familia, abrazaron a Coretta rotos de dolor, impotencia y rabia por la tragedia sucedida. Como es por costumbres en estos eventos, trajeron unos presentes: bizcocho de calabaza y nuggets de pollo caseros. ‘¿Has visto a Betty Scott? –pregunta Paul Cox a la italiana que, con manos hábiles prepara sándwiches de crema de cacahuete–. ¿Y algún maestro?’. ‘¡Qué va! Aún no ha venido ninguno por aquí’. ‘¿Puedo ayudar, querida? –interrumpió la mujer– ¿Dónde están los cubiertos desechables?’. ‘Ahí –señaló a su izquierda–, debajo de los manteles’. ‘¿Los dejo junto a los platos?’. ‘–agradeció Zinerva–. Y comprueba que no falten vasos de plástico, los que hay en la mesa están usados’. ‘Ahora mismo los retiro’. ‘Dentro de esa bolsa encontrarás limpios’. Mientras tanto, en el otro extremo del mundo, el hijo de Coretta Sanders se pudría en la cárcel tras gastarse en whisky y hachís los dólares de regalo que encontró en el bolsillo de la cazadora. Al poco de llegar a la capital de Mongolia, y a punto de partir hacia los montes Altái donde su pareja y el bebé de ambos seguirían escondidos en el refugio, se dejó liar por una banda de narcotraficantes para cruzar la frontera de Kazajistán con mercancía y así ganar un buen puñado de monedas que le resolverían el futuro. Sin embargo, alguien del equipo les traicionó ya que apenas avanzadas unas millas los tendieron una emboscada. Ahora, desde los mugrientos muros de la celda infrahumana donde fue arrojado cuan despojo de matadero, sin contactos, dinero para sobornar a los guardianes, ni esperanza de salir de allí con vida, cerró los ojos y pensó en las barbaries cometidas a consecuencia de su mala cabeza, en los disgustos dados a su madre, en todo lo que se perdería sin ver crecer a su pequeña, en las personas a las que, por diversas razones, habría defraudador, en el sufrimiento de sus antepasados en la era de la esclavitud y en lo arrepentido que estaba de no haber aprovechado las oportunidades que dejó escapar. Pero tal lucidez duraba sólo hasta que el monstruo salvaje del mono se apoderaba de todo el cuerpo con fuertes sacudidas...
          ‘¿Te suena haber visto a este tipo por los alrededores de la ruta que  hiciste la noche que violaron a la chica? –pregunta Anthony Cohen a Daunte Gray enseñándole la foto del individuo que conduce la camioneta captada por las cámaras de la gasolinera–. ¿Sabrías decirme si vive en Foley o frecuenta la ciudad? ¿Has coincidido con él en alguna ocasión?’. ‘Imposible responder a nada. Mi campo de acción es muy simple: de casa a clases de piano y los domingos a la Iglesia Baptista –soltó el muchacho mientras saboreaba unas costillas a la brasa con salsa barbacoa–. El tiempo libre lo dedico a estudiar y ayudar en las tareas domésticas. Lo siento, además soy muy mal fisonomista’. ‘Perdona un momento, no te muevas de aquí’. El agente salió del restaurante donde una mujer demacrada, usando peluca y con la que años atrás mantuvo una relación, le entregó un sobre confidencial. ‘No vuelvas a comprometerme, es muy arriesgado y me juego el puesto, el médico forense que atiende estos casos es muy celoso con sus documentos y no le gusta que anden por ahí’. ‘Venga, no te pongas así. Te compensaré, lo prometo’. ‘Jamás cumpliste una sola de tus promesas’. ‘¿Estás bien?’. ‘Cuídate’. Según se alejaba la vio caminar con la inestabilidad que acompaña a la fase terminal de cáncer. La información proporcionada era valiosísima ya que el informe ampliado de la exploración realizada a la chica violada detallaba que los restos del semen encontrado en su vagina correspondían al hermano de la víctima, que resultó ser el secuestrador de alumnos y alumnas en la escuela, al antiguo director de esta, al conductor de la camioneta en busca y captura y a uno de los colaboradores de la campaña de Mitch Austin a Gobernador del condado de Baldwin. El sheriff Landon, en el papel de cómplice que mira hacia otro lado por puro interés, arrestó a Durante Gray acusándole del delito que nunca cometió y así tapar a los otros. ‘Muchacho, termínate eso que volvemos a la central’. ‘¿Cuándo me dejarán en libertad? No he hecho nada’. ‘Lo sé, hijo. Muy pronto. ¿Confías en mí?’. ‘No me queda otra’.
          ‘Perdone –Anthony Cohen se paró en seco y atendió al policía que le hablaba–. ¿Llevamos al detenido a los calabozos?’. ‘¿De dónde viene –preguntó– y quién es? Yo no soy titular aquí en Birmingham’. ‘Pero los compañeros que patrullan en el cruce de University Blvd con la 18 th St S, pidieron refuerzos por radio para intervenir en una pelea que se producía en plena calle, a punta de navaja. Uno de ellos reconoció a esta perla gracias a la fotografía difundida y le retuvo hasta recibir órdenes’. ‘¡Vaya, vaya, vaya! –exclamó el agente especial desplazado de la central del FBI–. Así que eres el dueño de esta Chevy de 1950 –le mostró la instantánea algo borrosa–, ¿verdad?’. ‘Pies sí. Oiga, no tienen ningún derecho a tratarme como si fuera un delincuente’. ‘Cierra el pico –le zarandeó el funcionario que rellenaba el parte de ingreso– y contesta sólo cuando se te pregunte’. ‘Ya les dije que me robaban la cartera –señaló a los policías que se burlaban de él– y me defendí. Eso pasó, únicamente’. ‘¿Entonces qué hacemos? –volvieron a preguntar–. ¿Se encarga usted o le dejamos libre?’. ‘Llévenlo a la sala de interrogatorios –indicó–. Y, después, ya veremos. ¡Ah!, y, quítenle las esposas, por el amor de Dios’. Daunte Gray presenció toda la escena y temió ser acusado de un delito aún mayor desviando su sentencia a cadena perpetua. Por esa razón, muerto de miedo, intervino: ‘Señor, es la primera vez que veo a este hombre’. ‘Tranquilo. Subamos al despacho y esperas, he de hablar con mi superior –así lo hicieron–. Si necesitas cualquier cosa se lo pides a la persona de aquella mesa –indicó según atravesaban la galería–, es el coordinador de la Unidad de Relaciones Comunitarias. Es muy hábil empatizando con la gente’. ‘Vale. ¿Y podrá conseguir que vuelva con mis padres hoy mismo…?’. Una planta por encima la cúpula de la Agencia que opera en el estado de Alabama estudiaba su caso minuciosamente, determinando si dejarle en libertad o devolverle a prisión. Sin embargo, prefirieron no pronunciarse hasta escuchar a Anthony, quien, con refresco de cola en una mano y varios papeles en la otra irrumpió en la reunión dispuesto a terminar lo antes posible con la agonía del chico.
          Muy seguro de lo que hacía, Anthony Cohen puso sobre la mesa las pruebas que incriminaban a uno de los colaboradores de Mitch Austin en la campaña a Gobernador del condado de Baldwin, al secuestrador de alumnos y alumnas de la escuela y al conductor de la camionera como autores de la múltiple violación y, por consiguiente, de la inocencia de Daunte Gray. ‘¿Cómo estás tan seguro de su no participación? A lo mejor es un lobo con piel de un cordero’. ‘¿Os lo parece alguien que desde un principio no ha cambiado ni en una sola coma?’. Pidió conectar el circuito cerrado de televisión, los detenidos aguardaban en silencio bajo la atenta mirada del oficial que los interrogaba con preguntas clave, obligándoles, a veces, a desdecirse por la falta de concordancia. Pero, un desliz del sheriff Landon, al que tenían en otro apartado, puso patas arriba los argumentos de los otros. ‘Compañero –dijo al oficial que pasaba junto a él–, deja que llame a mi hermano, es reverendo en una Iglesia Baptista’. ‘No estoy autorizado’. ‘Oye, que yo también velo por la ley y el orden al igual que vosotros. Además, en cuanto supe que esos –señaló hacia la otra habitación– abusaron de la menor puse a todos mis hombres tras su pista’. Ya no había ninguna duda, tal afirmación los descubrió. ‘Caballeros –soltó pletórico el agente especial del FBI–, los tenemos –y esbozando una sonrisa de oreja a oreja, sin opción al titubeo, continuó–: Cabo, concierte una cita en el juzgado, ¡ya! Vamos a soltarle’. ‘No tan deprisa, dejemos que la autoridad lo decida’. Horas después, un poco antes de que la jueza de guardia traída expresamente desde Montgomery escuchase a todos, el abogado de oficio de Daunte Gray estaba con él. ‘Señoría, con arreglo a lo presentado pido la inmediata puesta en libertad de mi cliente, así como una indemnización económica por daños a la integridad de un ciudadano, el escarnio público sufrido también por su familia y el tiempo perdido de trabajo y estudios. Como recordará –el joven letrado se sentía imparable–, en el caso de Reynolds contra el estado de Texas, en 1985, con matices muy similares al que nos ocupa, el Jurado obligó al departamento de Justicia a emitir un comunicado en el que los Estados Unidos de América le pedían perdón públicamente al reo que se tiró veinte años en prisión hasta que se esclarecieron los hechos. Lo tiene muy fácil: encierre a los verdaderos delincuentes’. ‘Bueno, a su debido tiempo, sabe tan bien como yo que he de seguir el reglamento’. Por fin comenzaba a dibujarse un horizonte esperanzador para Daunte Gray.
          Betty Scott tenía familia en Irlanda, así que, cuando en la ciudad de Foley corrió el rumor de que andaban sobre la pista de quienes dieron la paliza mortal al marido de Coretta Sanders, compró un pasaje de avión a su hijo que, para no levantar sospechas, saliese del Aeropuerto Regional de Dothan, y le pidió que no volviese mientras las aguas no estuviesen calmadas. En plena noche cerrada, un Jeep del ejército, conducido por el chofer que habitualmente recogía a su padre, le dejó en la terminal…

domingo, 13 de marzo de 2022

Helen Wyner

14.
 
El viaje de regreso desde Holman Correctional Facility, en Atmore, prisión de alta seguridad donde Helen Wyner asistió a la ejecución en directo de su excuñado, lo realizó en la parte trasera de la camioneta de Zinerva Falzone. Recostada en el desgastado respaldo de cuero marrón, con los ojos cerrados, las manos cruzadas por debajo del pecho, el estómago revuelto y el pensamiento al lado de su hermana comprendió que, tras el final de ese espectáculo no quedarían en paz sus corazones ya que nada reconfortaría el dolor que sienten desde que aquel monstruo, asesino despiadado, les arruinó la vida. ‘¿Estás bien, querida? ¿Quieres que vayamos más despacio? –preguntó Paul Cox ocupando el asiento del copiloto–. ¿Te mareas?’. ‘No os preocupéis, dadme tan sólo unos minutos’. ‘Cuantos necesites’. ‘¿Falta mucho?’. Entre sueños apenas escuchó que treinta millas más allá llegarían a su destino. Los otros conversaban casi en susurros. ‘¿Qué tal tu esposa?’. ‘Espectacular, las vacaciones con los nietos han sido una curación para ella’. ‘Cuánto me alegro. Hace unos días nos encontramos en el mercado de verduras –siguió diciendo la italiana–, y la vi tan alegre como siempre, intercambiamos recetas para enriquecer el jarabe de arce para crepes y tortitas, después, en el aparcamiento, prometió quedar conmigo en breve’. ‘Seguro que lo hará, suele cumplir siempre su palabra –confirmó él–. Recuperar antiguas costumbres es un reto más del esfuerzo que realiza para salir del agujero’. ‘Pues se está empleando a fondo’. ‘Mejor así, porque la mente humana es traicionera –soltó pensativo– y saber manejarla una carrera de fondo’. ‘Lo más importante es haber pasado página –trató de sonar optimista– y sacar el mayor partido a las cosas sencillas que tantos placeres aportan’. ‘En ello estamos’. ‘Oye, ¿notas extraña a Betty Scott?’. ‘No, tal vez más triste y muy desmejorada –se giró a mirarla–, pero soy un despistado y no me fijo’. ‘Circulan rumores por ahí de que…’. ‘¿Cuáles?’. ‘Pues que su hijo podría estar implicado en la paliza que recibió el marido de Coretta Sanders. Por lo visto frecuenta malas compañías’. ‘¿En serio? No jodas. No lo había escuchado’. ‘De vez en cuando he hecho algún tipo de comentario en la cocina de la escuela y con alguna excusa tonta lo rehúye’. ‘Supongo que estarán investigándolo’. ‘Eso espero y deseo’. ‘La humanidad se destruye a sí misma sin necesidad de que lo haga un depredador mayor’. Esa frase les condujo al silencio. A través de la radio una selección de canciones, de décadas anteriores, transportó a cada uno a su propia historia.
          Horas después dejaron a Helen en el pueblo de Elberta continuando ellos hasta la ciudad de Foley. Al subir los escalones que separaban el jardín del rellano del porche, una alfombra de hojas secas crujió bajo sus pies a la vez que apartaba hacia un lado el insecto aplastado por cascotes caídos del tejado. Las persianas entreabiertas, en señal de intimidad, no de abandono, dejaban colarse entre las láminas la discreta luz de un cielo cubierto de nubes y a punto de estallar. A escasa distancia de allí su madre preparaba el equipo de excursionista para incorporarse, al día siguiente, al grupo con el que hacía salidas semanales. Sonó el teléfono y, aunque estuvo tentada de no contestar, viendo el número sí lo hizo. ‘¿Cómo fue todo, hija?’. ‘Ha sido muy desagradable, mamá. No le deseo a nadie que viva una experiencia así’. ‘Ya lo sé, cariño, piensa que la pesadilla ha terminado y ahora no queda más remedio que continuar adelante’. ‘Tienes razón, pero necesito tiempo para asimilar el malestar que esto me ha provocado’. ‘Lo comprendo, sin embargo, no podemos dejar nuestras vidas al margen, y tampoco la de Beth. ¡Por cierto! Ayer hablé con la doctora García y dice que aprecian leves progresos de comunicación en las sesiones de terapia’. ‘Pues no sabes cómo me alegra recibir tan buena noticia’. ‘Al menos va al taller de actividades, creo que construyó una cajita de madera igual a las nuestras para la bisutería’. ‘Uy, pues ese es un gran paso’. ‘Bueno, intenta descansar’. ‘De acuerdo’. ‘Voy a acostarme pronto que mañana vienen a buscarme a primera hora’. ‘¿Adónde vais?’. ‘A la Reserva Natural de Graham Creek, las largas pistas de senderismo aguardan nuestra conquista, y la nueva zona de picnic, también. Así que, la diversión está asegurada’. ‘Que tengas buena caminata y ten cuidado’. ‘Lo tendré, además estoy emocionada porque planeamos un viaje al Parque Nacional de los Glaciares’. ‘Montana es espectacular, pero te aviso de que hace bastante frío’. ‘Por eso compré ropa térmica. Y de paso que estaremos cerca de la frontera con Canadá, visitaremos algo del país’. ‘Seguro que lo pasarás en grande’. ‘Duerme, cariño’. ‘Sí, estoy agotada’. Abrió el grifo del agua caliente y cuando estuvo a la temperatura deseada llenó la bañera, buscó en el armario el frasco de sales minerales y volcó una porción generosa. Una vez dentro, dejó que el bálsamo del relajo actuara por todo su cuerpo. En la zona de la cocina, con pijama de franela, zapatillas de paño, el pelo todavía mojado y una chaqueta de lana gorda por los hombros, se sentó en el taburete de la barra, mientras que de la sala de estar llegaba el murmullo de gente hablando en la televisión. Por instinto, o quizá fuese el aroma del chocolate a la taza que tenía entre manos, sacó de un cajón la carpeta donde guardaba toda la información publicada en prensa local respecto al asesinato de su sobrina: detención del autor de los hechos, crónica del primer juicio y después del de apelación, declaración de las anteriores parejas del asesino calificándole de violento, maltratador, borracho, extremista…, y un diario de ruta escrito por ella misma donde plasmaba la cronología del horroroso parricidio. De repente, levantó la vista y la fijó en la estantería, en la fotografía enmarcada que tiene de la pequeña que tantas alegrías trajo a la familia. Fue entonces, en ese preciso instante, cuando comprendió que aquella historia desgarradora, como lo son tantas otras, debía de salir a la luz.
          La situación del marido de Coretta Sanders empeoró de tal forma que, mientras aguantó su corazón volvió al hospital. Semanas antes del fatal desenlace el hijo regresó a Mongolia donde su pareja y el bebé de ambos, recién nacido, le esperaban. ‘¿Cuándo pensabas contar que tenemos otro nieto y nueva nuera?’. ‘Lo estoy haciendo ahora’. ‘¿Por qué lo has ocultado? ¿No confías en nosotros?’. ‘Por supuesto que sí, mamá. Pero cuanto menos se sepa, mejor. Pertenece a la etnia Kazajo, una de las constituyentes de Kazajistán, y está muy mal visto que se haya liado con un afroamericano. Hasta que llegue se han escondido en un refugio por los montes Altái. Después, ya veremos’. ‘Cariño, aquí podéis vivir, lo sabes, ¿verdad?’. ‘Sí, y lo agradezco, aunque no entra dentro de nuestros planes trasladarnos a Estados Unidos’. ‘Espero no enfadarte con lo que voy a decir’. ‘A ver, suéltalo’. ‘¿Te parecen pocos motivos dejar de beber por ellos?’. ‘El concepto de familia que tú tienes no es el mío, me muevo en un escenario sin ataduras ni compromisos, somos dos personas libres, con espacio propio y tan sólo un hijo en común. Nada más’. ‘¿Y el amor?’. ‘Eso se queda para las románticas como tú’. ‘¿Qué podría reconciliarte con la vida?’. ‘Hoy por hoy, nada. Cuando vienes del infierno lo único que importa es la supervivencia’. ‘Me pregunto si realmente eres tú quien habla así’. Conscientes del gran abismo que les separa dejaron que el silencio, junto a ellos, atravesara el vacío horizonte. ‘Mañana me voy, ¿te arreglarás bien con papá?’. ‘Bueno, no te preocupes, siempre se encuentran soluciones’.
          Por la carretera comarcal las luces intermitentes del coche patrulla que iba a toda velocidad solapaban los rojizos del cielo entrada la noche. Al volante, un ayudante del sheriff perseguido por media docena de autos particulares pasó de largo a toda velocidad por delante de ellos. ‘¡Joder, qué prisas! –exclamó el muchacho–. A ver si pescan de una vez a los matones que todavía estamos esperando’. ‘El agente del FBI que coordinó la liberación de alumnos y alumnas secuestrados en la escuela creo que se va a encargar de ello. Le conozco personalmente y me reúne muchísima confianza’. ‘No te fíes de un tipo que se contonea dentro de un uniforme’. ‘Este no lo lleva’. ‘Debajo de la piel, sí’. ‘Qué puñetero eres’. Coretta Sanders rescató del recetario de cocina de sus antepasados los platos preferidos que tanto gustaban a sus hijos de pequeños, por eso, y a modo de despedida, preparó la entrañable cena a base de pan de maíz, tiras de cerdo fritas, frijoles, macarrones con queso y coles, todo presentado en recipientes individuales para combinar a gusto de cada uno. ‘Estoy emocionado, mami –¡cuánto hacía que no la llamaba así–, ¿pero sabes qué falta para ser un auténtico manjar “Soul Food”, o lo que aquí conocen como “comida con alma de esclavo”, tan arraigada a los trabajadores en campos de algodón?’. ‘No, dímelo tú’. ‘Un vaso de té’. Al amanecer, llegó puntual el taxi que le llevaría hasta el Aeropuerto Internacional de Birmingham-Shuttlesworth. Colocó la mochila y una bolsa con bocadillos para el viaje y, antes de sentarse, retuvo en la mirada el paisaje de la casa, la estampa invernal de los alrededores tan solitarios como ellos, el confort de la leña recién cortada, el paraguas con olor a leche materna que aún percibía de su madre al rozarla y tantos recuerdos de infancia que acudieron a despedirle. Ella, conteniendo el manantial que luego desbordaría sin censura, le abrazó con mucha sensibilidad y, mientras que una mano se perdía entre sus cabellos, con la otra introdujo un puñado de dólares en el bolsillo de la chaqueta. ‘Cuídate mucho, hijo mío. Y llama o escribe’. ‘¡Ay!, que me asfixias. Lo intentaré, pero allí no siempre se puede establecer comunicación’. Se apartaron con la misma sensación de vacío que se le queda al montañero cuando no hace pie y la cuerda de escalada se suelta del mosquetón. Ya en el vehículo, el conductor aceleró con el fin de no llegar tarde al siguiente servicio. Los árboles que aíslan el vecindario de la carretera comarcal le engulleron convirtiéndolo apenas en un punto indefinido, casi inexistente, sin embargo, pese a la intensidad de la lluvia que caía, Coretta Sanders permaneció inmóvil hasta que, un tremendo golpe procedente del piso de arriba desencadenó su pronta viudez.
          Las cámaras de seguridad de la gasolinera captaron el número de matrícula de la camioneta donde tres individuos metieron por la fuerza a la chica que después violaron, y de cuyo delito fue acusado Daunte Gray. Pues bien, gracias a esa grabación el FBI descubrió que el propietario del vehículo estaba fichado y que era uno de los miembros que atemorizaban a los negros del condado, por tanto, distribuyó sus datos entre la policía para que le localizasen. En la sala de interrogatorios donde prestaban declaración les mostraron varias fotografías hasta detenerse en la que querían. ‘¿Reconocen quién es esta persona? –preguntó Anthony Cohen y ambos negaron con la cabeza–. Pues creo que sí, un sobrino suyo, señor Austin’. ‘¡Eh!, un momento, por ahí no, que le veo venir. Mi esposa tiene mucha familia y es imposible conocerlos a todos’. ‘Comprendo –continuó el agente caminando por detrás de ellos, estrategia para ponerlos más nerviosos–. Aunque da la casualidad de que conspira con otros, todavía sin identificar, en el granero de su suegro, ¿no le suena de nada?’. ‘Eso tendrá que probarlo, ¿no le parece? Y no, jamás le he visto’. ‘Y con respecto a usted sheriff Landon, durante tanto tiempo ha hecho la vista gorda a numerosas atrocidades inhumanas que… En fin, si colabora, le ayudaremos’. ‘Me acojo a la Quinta Enmienda’. ‘No diga chorradas’. ‘Oiga, lo de él ha quedado claro, pero sigo sin ver mi relación con este caso’. ‘Se lo aclaré en Foley, pero no me importa repetirlo: obstrucción a la justicia, incitación a la violencia, recaudar fondos para la financiación de radicales que siembran el pánico y hacerle la vida imposible a Coretta Sanders, una maestra ejemplar, en todos los sentidos, que tanto nos ayudó a resolver el secuestro de alumnos y alumnas’. ‘Eso es una barbaridad. Mientras dirigí la escuela siempre la traté con respeto y educación’. ‘No digo lo contrario, sin embargo, ahora no fue así. Caballeros, centrémonos en el sospechoso y, por el bien de ustedes, les ruego que hagan memoria. ¿Con qué periodicidad los simpatizantes del Klan convocan asambleas?’. ‘No diré nada sin la presencia de mi abogado’. Repetían ambos. ‘¿Alguna vez han sido invitados a dichos eventos?’. ‘No diré nada sin la presencia de mi abogado’. ‘Sheriff Landon, ¿ha detenido en alguna ocasión al hombre que aparece en la foto?’. ‘No diré nada sin la presencia de mi abogado’. ‘Lo plantearé de otra forma para que se me entienda: ¿En cuántas palizas, asesinatos clandestinos, abusos de mujeres, maltrato de ancianos…, la lista sería interminable, ha usado su posición para circular en lado contrario a la ley?’. ‘No diré nada sin la presencia de mi abogado’. ‘Señor Austin: ¿por qué le jode tanto que una mujer negra, más inteligente que muchos de nosotros, haya destrozado su imagen pública como defensor de la patria,  respecto a su candidatura a gobernador?’. ‘No diré nada sin la presencia de mi abogado’. ‘Pues cuando vuelva les tengo reservada una sorpresa, verán qué bien lo vamos a pasar’. Anthony Cohen les dejó así, intrigados y con la intención de destaparlo todo cuando se enfrentaran al antiguo director de la escuela y al secuestrador. Salió de la sala y solicitó una orden para registrar sus domicilios. Se dirigió a la planta de abajo donde Daunte Gray aguardaba no sabía muy bien qué. ‘Ven conmigo’. ‘¿Adónde me lleva?’. ‘A respirar…’.
          ¿Abuelo, se acuerda de mí? –preguntó emocionado Osiel Amsalem–. Quizá sin uniforme le resulte más difícil’. ‘¡Claro que sí! –exclamó el vecino de Isaías Sullivan–. Jamás olvido a quien me trata bien, y usted lo hizo en el hospital’. ‘Ya veo que al muchacho no le faltan flores –dijo, señalando el ramo que estaba a punto de colocar sobre el césped–, tuvo mucha suerte de tenerle’. ‘¿Y usted a quién se las trae?’. ‘A mi mamá, murió de cáncer el año pasado, me siento terriblemente huérfano, despojado de calor y solo’. ‘Con el tiempo encontrará la forma de revertir la aflicción y pensar en los mejores momentos vividos con ella, eso no hace que el dolor de la pérdida sea menor, pero ayuda a no sufrir gratuitamente’. ‘Sí, supongo que sí. ¿Usted bien?’. ‘No tengo motivos para quejarme, hago lo que quiero, gobierno mi vida y tengo todo cuánto necesito’. ‘En cualquiera de los casos, ya sabe dónde encontrarme’. ‘Gracias, muy amable’. Pero el destino no volvió a cruzar sus caminos, al menos, vivos... El anciano regresó a su rutina casi de ermitaño. Trabajando la tierra, subido en el tractor, tomó una decisión: había llegado el momento de echar un vistazo dentro de la autocaravana de su apreciado amigo. El campo empezaba a coger cuerpo y del huerto, para su uso personal, brotaban hortalizas, así como también, de los árboles frutales. Sediento, se inclinó hacia uno de los lados, tomó la cantimplora con agua, alzó la vista y siguió al avión que volaba de este a oeste. Entonces comprendió lo afortunado que era por poder disfrutar de ese instante único, irrepetible, hermoso. La moto del cartero tampoco se detuvo esta vez ante su buzón, ni siquiera para dejar una carta del más allá…