domingo, 17 de diciembre de 2023

Cerca de las Smoky Mountains

7.

En Carolina del Norte, dentro del territorio encerrado en el límite Qualla, está la Reserva Cherokee –no confundir con el pueblo–. A dos días de camino en la cara menos accesible de las montañas, el hombre más longevo del lugar cuya edad exacta nadie conocía, habitaba una sencilla cabaña. De piel marrón, largas trenzas de cabello blanco cayéndole por los hombros, nariz estrecha custodiada entre los pómulos, vistiendo la capa peculiar que le cubre todo el cuerpo y un gorro hecho de plumas, es respetado, recibe el tratamiento de Gran Jefe y está considerado una leyenda. Tayen McDaniel y Opal Nelson realizaron la travesía a pie por senderos angostos y desfiladeros inseguros. Hicieron dos altos: el primero en el río Oconaluftee donde pescaron para la cena, y el segundo acampando en un metido de la ladera donde estarían más seguros en caso de ser atacados en mitad de la noche por animales salvajes. Con absoluta destreza él hizo fuego golpeando dos piedras hasta que saltaron chispas y prendió el combustible de hojas secas y pequeñas maderas amontonadas, una vez que las llamas alcanzaron algo de altura, colocó en forma de pirámide troncos más gruesos que aguantarían hasta el amanecer. Trueno veloz desató dos pieles de oso y se las echaron por encima, insertó las truchas en unas varillas para asarlas y calculó en silencio el tiempo exacto en que estarían listas. Llevaban también un termo con café y el guiso de carne preparado por ella la víspera anterior. Apenas pegaron ojo, el frío era intenso y la oscuridad casi completa. Opal Nelson sentía un nudo en el estómago que la impedía comer.
          –¿Tienes miedo a lo desconocido? –preguntó él.
          –Ninguno, quiero saber cuáles son mis orígenes, mis ancestros y qué intuición especial me trae aquí –responde.
          –¿Y si no te gusta o decepciona lo que descubras?
          –La abuela Tillie empleó hasta el último aliento en incorporar piezas sueltas a su biografía, pero todo eran intuiciones nunca pudo corroborar nada y, aunque carecía de medios, poseía un instinto y un olfato que la situaba siempre en el lado correcto.
          –Trata de dormir un poco, mañana será un día muy emocionante –dijo tajante.
          –No tengo sueño, además es un lujo contemplar el espectacular salpicado de estrellas esparcidas por el firmamento. ¿Has estado siempre aquí? –le pudo la curiosidad.
          –Mira a tu alrededor, tengo todo cuánto necesito.
          –Sí, supongo que sí. ¿Hemos hecho la parte más difícil del camino?
          –Queda lo peor, podrás con ello, eres fuerte –giró la cabeza a la izquierda y levantó la vista. Opal Nelson cerró los ojos, se dejó llevar y, sin saber muy bien por qué, le vino la imagen de su madre: robusta y atareada, distante y ardiente, desconfiada y celosa de la abuela Tillie hasta lo más hondo de las entrañas.
          –He buscado el significado de Tayen, luna nueva, en Internet y resulta que es un nombre de chica.
          –Sí, bueno. Mis padres hicieron un pacto: él quiso que pasase de niño a adulto siguiendo el ritual de los indios Cherokee, a cambio ella, que no era nativa, propuso enviarme a una escuela en Memphis. Adaptarme resultó bastante duro, también lo fue para los compañeros y compañeras, así como a maestras y maestros que no entendían algunas de mis costumbres. A la mayoría les costaba muchísimo pronunciar mi verdadero nombre, así que a alguien se le ocurrió llamarme Tayen, McDaniel sí es mi apellido.
          –¿Y cuál es el verdadero? –preguntó intrigada.
          Oukonunaka, que significa Búho blanco.
          –¿Por qué no lo usas?
          – No sé, aquí me conocen como luna nueva.
          –¿Y tu familia cómo te llama?
          –Apenas faltaban dos semanas para volver de Memphis, estaban hambrientos y mi padre salió de caza a una zona poco frecuentada, consumieron carne de wapití en mal estado y murieron.
          –¡Vaya!, lo lamento –él se entristeció.
          –Insisto, será mejor que duermas algo. –El indio Cherokee cogió la manta y se apartó un poco del fuego dejándola espacio e hizo guardia con ayuda de los espíritus.
          Reanudaron la marcha a buen ritmo cuando aún en el horizonte no habían aparecido las primeras luces de la mañana. Nada acostumbrada a dormir sobre superficies duras, a Opal Nelson le dolían todos los huesos y notaba los músculos muy tensos. Casi no podía despegar los párpados y las agujetas de la jornada anterior empezaban a pasarle factura, algo que habría reparado muy bien con una buena ducha relajante. Reconoció que echaba de menos el sabroso jugo de naranja recién exprimido, el desayuno contundente y las noticias locales sonando en la radio, cosas que revisten las paredes de su vida cotidiana, sin embargo, aquella paz, esa libertad, el contacto directo con la tierra, los astros, la diversidad de elementos que proporcionan la supervivencia al ser humano y el esplendor de la vegetación en los valles, suplían lo material que añoraba. Llegaron a lo alto de un pico y se detuvieron, entonces él alzó la vista, localizó un punto exacto del Sol sobre una roca de color diferente al resto y dijo que habían llegado, hizo cueva con ambas manos y emitió un sonido que repitió varias veces hasta obtener contestación con otro similar. Ella estaba exhausta. El paisaje con el humo pincelando las cumbres era de un azulado espectacular, húmedo, intenso, irrepetible. El anciano apareció de pronto y les invitó a sentarse en el suelo con las piernas cruzadas. Opal Nelson habló de su infancia, de las enseñanzas de la abuela Tillie, de la negativa de su madre a indagar en el pasado y de lo poco que había descubierto hasta el momento, fundamentalmente el documento que data de mediados del siglo XIX y donde figura un nombre de varón, descendiente directo de los nativos obligados a realizar el llamado Sendero de las Lágrimas.
          –Ahí murió mucha gente –intervino Tayen McDaniel mientras que el anciano permaneció callado bastante tiempo.
          –Este lugar tiene algo muy especial –hizo intención de seguir expresando el aluvión de emociones, pero se contuvo. El anciano, mirando a ambos, y en una lengua ininteligible para ella, comenzó sus oraciones. Al acabar, encendió la pipa y los invitó a fumar con él.
          Salali, significa ardilla, y es un nombre muy común en nuestra tribu –el anciano rompió así su silencio–. La fiebre del oro de Georgia trajo al hombre blanco, invadieron nuestras tierras, violaron a nuestras mujeres y esclavizaron a nuestros hijos. El presidente Andrew Jackson apoyó las deportaciones amparándose en la Ley de Traslado Forzoso de los Indios a territorio federal, al oeste del río Misisipi, lo cual, tras los miles de cadáveres que se quedaron por el camino, originó la propagación rápida de muchas enfermedades, así como también, el espíritu maligno de la hambruna provocó enfrentamientos sangrientos entre nativos.
          –¿Entonces el hombre al que busco puede estar enterrado por ahí? –preguntó Opal Nelson a la desesperada, aunque se dio cuenta de la torpeza cometida interrumpiéndole.
          –¿Ve aquella colina? –indicó–, detrás de la vegetación hay unas inscripciones, vayan –dos millas más allá, y frente a la pared rocosa palparon con la yema de los dedos las letras inscritas.
          –Ven aquí –dijo el indio Cherokee–, lee.
          –¡No puede ser! Entonces, la abuela… –En ese momento entendió la negativa de su madre a remover el pasado y el miedo a destapar sus verdaderos orígenes.
        Nikki Haley tiene una cara amable característica de las buenas personas. Exgobernadora de Carolina del Sur y exembajadora de Estados Unidos ante la ONU, se postula como alternativa a Donald Trump o DeSantis. Bajo el respaldo de los multimillonarios hermanos Koch, fundadores de American for Prosperity Action y otros grandes donantes que inyectarán miles de dólares para financiar la campaña, esta política de 51 años, 2 hijos y descendiente de inmigrantes llegados de India, luchará para ganar las primarias republicanas y convertirse en la candidata electa a la presidencia derrotando a Joe Biden. Los menos radicales del partido Republicano se decantan por esta figura emergente dejando claro el mensaje de renovación generacional que quieren mostrar ante la opinión pública nacional e internacional, sin embargo, el ala más conservadora y radical, a pesar de los problemas que tiene pendientes con la justicia, confían en el regreso del expresidente y así, de una vez por todas, coloque a cada cual en el lugar correspondiente. Alvin Evans va en esa línea, además de no soportar la idea de que sea una mujer quien dirija el país, labor que, por derecho, considera sólo para hombres.
          –¿Te sirvo otra cerveza? –preguntó el dueño del pequeño pub, en Knoxville, adonde se reúnen algunos granjeros de la comarca.
          –Sí –contestó Alvin.
          –Es raro que todavía no hayan venido los chicos –dijo el barman refiriéndose a los muchachos que se sentaban en la misma mesa con él.
          –Bueno, no sé –escueto en palabras.
          –¿Esperas o te pongo la hamburguesa?
          –Estoy hambriento, prepárala –cortó tajante. Minutos después cinco personas vestidas con tejanos y camisas de leñador se reunieron con Alvin Evans, cada uno con su respectiva jarra de cerveza en la mano y, tras intercambiar unas breves palabras, les comunicó lo que habrían de hacer: asustar a la hija del pasante, una jovencita, muy desarrollada en todos los sentidos.
          –Que no se os vaya la mano –dijo.
          –¿Y si por casualidad se nos va?
          –Pues no pasa nada, pertenecerá al apartado de daños colaterales… –Se levantó y fue a la vieja máquina de discos donde seleccionó un tema de Randy Owen, el principal solista de la banda country-rock “Alabama”, que tanto le gustaba.
          Cada día, regresando de la escuela, Aretha O’Neal se ocultaba entre los arbustos y vigilaba los alrededores de la casa por si a alguien se le ocurría atentar contra los suyos. Desde la visita de los encapuchados el ambiente del hogar se había vuelto más hostil. Desconfiaban de cualquiera y salían a lo meramente imprescindible, preferiblemente acompañados. Una vez que estaban todos, sellaban las ventanas con cierres de aluminio interiores hechos a medida, dejaban encendida la luz del porche y aseguraban aquellos puntos vulnerables por donde los gemelos podían escaparse. De repente dejaron de comentar cosas de la jornada, anécdotas, ni los mayores movían las caderas al ritmo de Elvis, tampoco el padre contaba ya esos chistes tan malos que no hacían reír a ninguno, la madre miraba de reojo a un lado y otro, siempre sobresaltada, regañando a los pequeños que no entendían por qué las cenas se convirtieron en silencios rotos sólo por el choque de cubiertos contra los platos. Aretha pensaba en las palabras susurradas por sus padres: genocidio, esclavitud, limpieza étnica, destierro…, términos cuyos significados se escapaban, pero que serían muy preocupantes para provocarles el llanto en la intimidad del dormitorio. Con un golpe muy suave de nudillos tocaron en la puerta de la habitación y eran los hermanos.
          –¿Pasa algo? –preguntó escondiendo detrás de la espalda una onza de chocolate.
          –No, nada en particular. ¿Qué guardas ahí? –se lo muestra
          –Cuando estoy preocupada necesito comer algo de dulce, pero como mamá siempre se enfada conmigo lo cojo a escondidas.
          –Bueno, no se lo diremos.
          –Gracias. Y ahora decidme qué está pasando, resulta todo tan raro.
          –Nosotros nos vamos a trabajar con el tío John a Orlinda, aquí nadie nos va a contratar y la familia empieza a necesitar dinero.
          –Explicaos, y no me digáis que soy joven, tengo derecho a saberlo –así lo hicieron.
          –Pero los abogados están para defender a cualquier persona, ¿no?
          –Sí, no obstante, papá es negro y eso lo empeora todo.
          –¿Cuándo os vais?
          –Pronto.
          –¿Lo saben ellos?
          –Todavía no.
          –¿Y a qué esperáis?, se van a llevar un disgusto.
          –Llevas razón. ¿Estás teniendo problemas? ¿Te acosa alguien? –preguntaron. Negó con la cabeza y ocultó que unos hombres merodean cada día las inmediaciones de la escuela y después la siguen hasta el cruce con Manhattan Ave. Aretha O’Neal, en ese preciso momento, ignoraba el giro radical que daría sus vidas. Como un martillo golpeando un cincel resonaba dentro de su cabeza limpieza étnica, destierro, esclavitud, genocidio, a cuál más asustadiza, a cuál menos grave.
          –¿Matarán a papá? –contuvieron la respiración al oír arañazos en la puerta, era uno de los gemelos–. ¿Qué haces aquí? Vamos, a la cama –dijeron. A tres horas y media de ellos, en la ciudad de Clarksville, a unos 80 kilómetros, al noroeste perdían la vida dos adultos y un niño a consecuencia del último tornado.
          Cuando el hijo mayor de Donna Hanks subía sofocado la cuesta que conduce a la casa y lo hacía apoyado en dos palos de senderismo, a ella le dio un vuelco el corazón cayéndosele el alma a los pies, ya que, aquel hombre demacrado, con treinta kilos menos, pómulos flácidos, dedos huesudos y pupilas opacas, no se parecía nada al muchacho musculoso, de lustre sano y mirada penetrante, que partió con destino a Riverdale, uno de los barrios más problemáticos de Chicago, para ser el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana. No pudo reprimir las lágrimas, sintió haber sido una madre egoísta.
          –¿Cuánto te quedarás?
          –No sé, el suficiente como para que te hartes de mí…
          –¡Qué bobada! Voy a preparar tu cuarto, el de siempre, está tal y como lo dejaste, no he tocado nada –avanzó por el pasillo ajena al acontecimiento tan tremendo que se le venía encima…

domingo, 3 de diciembre de 2023

Cerca de las Smoky Mountains

6.

Hace mucho que Donna Hanks vive con la sensación de estar en el tiempo de descuento y eso la hace más sensible ante determinadas cosas de la vida. Poco dada a las relaciones sociales nunca imaginó que compararía la soledad con un peso hundido en los hombros. Un día con otro se sucedían monótonos, desmotivados, como piezas construidas en serie: aquietadas y sobrias, aburridas y tristes, mates y grumosas. La voz de Dolly Parton colándose por los grandes ventanales acompañaba la estampida repentina de pájaros anunciando la inminente llegada de lluvias, algo que ella ya notó la noche anterior por molestias de rodilla, a pesar de no haber rechazado la prótesis puesta. Lejos, a incalculables millas, máquinas cortacésped de algunos vecinos hacían añicos el silencio espantando a las ardillas. Dos o tres personas, distanciadas entre sí, con ropa apropiada y zapatillas especiales para running, corrían por un lado del camino. La pantalla del celular mostraba más de cuarenta llamadas perdidas, algunas del hijo mayor, pastor de la Iglesia Evangélica Luterana, en Riverdale, uno de los barrios más pobres de Chicago, el resto de Opal Nelson y números desconocidos.
          –¿Dónde te habías metido? –preguntó el muchacho acelerado.
          –No lo escuché –salió del paso.
          –Estaba preocupado.
          –A mi edad perdemos oído, además de casi todas las facultades –dijo en un susurro.
          –Celebro que estás bien –trató de sonar lo más natural posible.
          –Llevamos meses sin hablar –soltó ella medio regañándole.
          –He estado enfermo. En India contraje el virus del dengue, fuimos a llevar ayuda humanitaria y todo el grupo tuvimos fiebres muy altas y síntomas parecidos a la gripe –tragó saliva y aguardó unos segundos para que ella lo asimilara–. Por suerte nos cogió en Nueva Delhi donde hay más recursos gracias a Médicos sin Fronteras, nos tuvieron varios días en un hospital de campaña, bien atendidos y vigilando continuamente para que no tuviésemos complicaciones.
          –¿Tus hermanos lo sabían? –preguntó con un pellizco en el corazón.
          –Sí.
          –¿Y por qué nadie me ha dicho nada?
          –Yo se lo pedí para no intranquilizarte.
          –Soy tu madre y tengo derecho a saberlo, y a decidir cuándo he de preocuparme, y cuándo no –soltó rotunda.
          –Claro mamá, perdona. Ya hablaremos, dentro de unas semanas iré a Tennessee y quizá pase por Oak Ridge. Te avisaré, tengo muchas ganas de comer pollo frito y panecillos de maíz, nadie los prepara tan rico como tú.
          –De acuerdo, cuenta con ello –cortaron la comunicación y Donna Hanks quedó pensativa. En el exterior recogió las hojas para que el viento no las metiese en la casa. La alarma del reloj de muñeca avisaba de la toma del antiinflamatorio, era amargo y antipático de tragar. Disolvió una cucharada pequeña de azúcar en agua y, a sorbos, fue pasando la pastilla machacada. Bajó con cuidado las escaleras al saloncito de abajo, la chimenea estaba templada, reavivó el fuego, buscó los viejos álbumes de fotos y, sentada en el sofá, cubriendo las piernas con una manta a cuadros, de viaje, recordó viejos tiempos…
          A lo lejos, donde se pierde la línea del horizonte en zigzag, una columna de polvo en forma de tornado empaña el azul intenso del cielo. A escasa distancia el rugido de motores de varias camionetas captó la atención de Alvin Evans, quien en ese momento evaluaba las pérdidas de la cosecha tras la virulenta tormenta que azotó el Centro Sureste, arrasando a su paso con casi todo en Mississippi, Alabama y especialmente en Tennessee, donde efectivos del departamento de bomberos de Nashville y Memphis realizaron múltiples intervenciones para achicar agua, apuntalar árboles antes de lamentar desgracias y retirar aquellos elementos urbanos que fuesen un peligro para las personas. Los hermanos Sowell encabezaban la caravana formada por diez vehículos en manos de conductores temerarios. Apeándose de los dos últimos reconoció también a dos ancianos muy polémicos que le compraban verduras y a otros jóvenes habituales de la iglesia baptista del vecindario adonde acudían los miércoles a la lectura de la Biblia y que él reclutó para la causa.
          –¡Alvin! –exclamó Jordan Brady, un histórico de la organización supremacista estadounidense–. ¿Tienes algo que contarnos?
          –¿Qué tal, señor? Bueno, en realidad, poca cosa. Los muchachos han estado indagando –dijo sin levantar la mirada del suelo, molesto por no haber podido terminar de limpiar el barro de las botas– y resulta que el bufete está en Market Square y los socios viven muy cerca, a la altura del trescientos y pico de Union Ave.
          –Tiene gracia  que sea precisamente ahí –apuntó otro de ellos.
          –¿Acaso hay algo en especial? –preguntó Alvin Evans.
          –Bueno, es una de las pocas zonas, por no decir la única, que es peatonal. La gente suele ir a las terrazas de los restaurantes a tomar vinos, cerveza, ya sabes, a socializar…
          –¡Y qué! –exclamó el mayor de los Sowell–, démosles un escarmiento, cuantos más testigos lo presencien, mucho mejor.
          –Jefe, ¿se imagina aparecer con la vestimenta del Klan y propinarles una paliza destrozando el local? Aquellos tiempos quedaron atrás, pero no por eso hemos de actuar con menor contundencia, hay que buscarles el punto débil, donde más les duela y no se resistan, eso nunca falla –se atrevió a expresar el más tímido. Sin embargo, ninguno hizo alusión a lo verdaderamente significativo de que la oficina estuviese en el mismo lugar donde luce el Monumento al Sufragio Femenino de Tennessee. La escultura de bronce fue obra del escultor Alan LeQuire y representa a las activistas Elizabeth Avery Meriwether, Lizzie Crozier French y Anne Dallas Dudley. Este Estado fue el último en ratificar la Decimonovena Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, a favor del voto femenino, aprobado en agosto de 1920.
          –¿Y el pasante? –preguntaron.
          –¡Uf!, pan comido –dijo Alvin–. Es un afroamericano con esposa e hijos, vulnerable y accesible si sabemos apretarle las tuercas. La mujer es maestra, tienen una hija adolescente, dos chicos creciditos y unos gemelos de corta edad, resultará muy fácil amedrentarle.
          –Entonces, no se hable más: ese es nuestro hombre: la familia es siempre un punto débil e infalible –concluyeron.
          Alvin Evans, granjero, viudo, aficionado a las carreras de coches, al Béisbol, a comprar camisetas de venta en gasolineras con foto de mujeres cuyos pechos y glúteos se muestran exuberantes, dirige algunas de las intervenciones que los racistas, xenófobos y radicales realizan en la comarca. Cuando mataron en Afganistán al único hijo que tenía y la esposa se suicidó, él podría haber tomado otro camino más sereno dedicándose sólo y exclusivamente a labrar la tierra, criar gallinas, conejos o rehacer su vida con otra pareja, sin embargo, movido quizá por el sentimiento de impotencia eligió el lado vengativo que resurge con fuerza en casi todos los seres humanos según determinadas circunstancias. Así que, para no defraudar a los suyos y compensar la debilidad de cuando dejó escapar al niño negro que robó del granero unas manzanas, convocó al grupo y salieron de cacería…
          Aretha O’Neal retiró de la lumbre el cazo de leche y se sirvió una taza generosa a la vez que media docena de salchichas terminaban de hacerse en la sartén y también dos tostadas para acompañar los huevos revueltos. El piso de arriba olía a colonia infantil para después del baño, los gemelos iniciaban la batalla campal diaria que consistía en arrebatarle al otro su juguete para estamparlo contra el suelo. La madre, paciente y conciliadora, ponía paz mientras les enderezaba el pelo ensortijado hasta que, desesperada, no le quedaba más remedio que imponer su autoridad. El resto de los miembros estaba cada uno en sus respectivos dormitorios arreglándose para acudir a la iglesia y atender al sermón del reverendo con su visceral forma de decir las cosas y pidiendo oraciones para quienes lo necesiten o hayan caído en las tentaciones del mundo. Ella seguía en la cocina, puso en el fregadero los recipientes sucios y limpió algunas salpicaduras de grasa, en la radio rendían homenaje a Roy Claxton Acuff, violinista y compositor que en 1962 entró a formar parte del Salón de la Fama como el primer artista vivo en hacerlo. A través de la ventana observó el columpio de los gemelos, estaba vacío, pero en movimiento. Entonces, varias sombras con pasamontañas huían tras haber clavado un cartel en el roble cercano a la puerta. Del susto se le cayeron las cosas de las manos, salió aprisa por la parte del porche y arrancó el anónimo del árbol, a continuación, sin comprender realmente el mensaje escrito con tinta roja, empezaron a temblarle todos los músculos del cuerpo.
          –¡Por favor, venid deprisa! –gritó, mientras caminaba llorando de un extremo a otro, desesperada.
          –¿Qué ocurre, cariño? ¿Por qué te pones así? –preguntó el padre recogiendo el papel tirado en el suelo.
          –¡Pero qué escándalo es este! –irrumpió la madre reprendiéndolos, aunque al ver al esposo comprendió.
          –Mira –mostró él.
          –¡No puede ser! ¡Entrad, venga! –exclamó ella regresando apresurada por el alboroto de los gemelos.
          –¿Por qué rodean tu cara con un círculo rojo y una equis, papi? –aunque lo intuía Aretha no quería oír la respuesta.
          –Bueno, se habrán equivocado, no me parezco nada a ese tipo, además, ¿no crees que soy mucho más guapo? –así logró restar importancia y provocar una sonrisa en la chica. –La mujer, desencajada, doblaba y guardaba la ropita de los gemelos, cuando él entró se fijó en la bolsa de viaje que había junto a dos montones de ropa exactamente iguales.
          –¿Qué haces, no ves que yéndonos se saldrán con la suya?
          –No pienso quedarme y que nuestros hijos presencien el asesinato de su padre.
          –Eso no va a pasar, querida, no hay que ponerse en lo peor.
          –¿Puedes asegurarlo? –preguntó ella con congoja–. ¿El Klan no ha desaparecido?
          –¿Crees que son ellos? –dice evitando mirarla a los ojos.
          –Los dos sabemos que sí, pero no entiendo por qué. ¿Puedes explicarte?
          –Hemos tenido un cliente gay que recibió una brutal paliza y al que el juez declaró inocente y libre de cargos.
          –Claro, y como los abogados del bufete son unos señores blancos muy respetables, démosle su merecido al negrito que trabaja con ellos, ¿me equivoco?
          –Guardemos la calma delante de los niños, ya encontraré una solución.
          –¿Cuándo? No te enteras de nada, ¡eh! El ambiente está muy caliente, lo veo en la escuela: supremacistas contra afroamericanos, se producen peleas diarias y la dirección apenas hace algo para evitarlas.
          –No es lo mismo, en el bufete estoy muy bien considerado.
          –Tú verás, pero si esto continua, nos volvemos a Orlinda.
          –Sobre todo no nos precipitemos –determinó el hombre. Aretha O’Neal sabía de siempre que no estaba bien escuchar las conversaciones de los adultos, pero esta vez lo hizo y fue como asistir al derrumbamiento de los pilares que la sostenían, cayendo como un castillo de naipes frágiles e inestables. Entonces tomó la firme decisión de salvarle ella…
          Kentucky lloraba la muerte de un trabajador atrapado junto a sus compañeros mientras demolían una mina de 11 plantas. El gobernador, muy afectado, pidió oraciones a los ciudadanos declarando el estado de emergencia y enviando efectivos para el rescate. También, otro incidente mortal, aunque de distinto calado, enturbiaba las noticias locales al saber que, un hombre de 33 años fue tiroteado en plena calle. Según la Oficina del Sheriff del condado de Knox arrestaron al sospechoso acusado de homicidio voluntario. Tayen McDaniel vivía ajeno a todo lo que ocurriese fuera de la reserva Cherokee. Era sábado y la zona comercial se llenaba poco a poco de turistas deseosos de ver a los nativos enfundados en sus pieles de animal y plumas adornando las largas cabelleras. Antes de irrumpir el alba, bajó media docena de conejos y otro tanto de aves a uno de los restaurantes donde lo canjeaba por whisky y tabaco. Opal Nelson llevaba semanas investigando la identidad de una persona cuyo nombre encontró entre las pertenencias de la abuela Tillie, ahora en su poder. El documento, con fecha de mediados del siglo XIX, había pasado desapercibido a pesar de las muchas veces que lo repasaba todo. Los pocos datos apuntaban a que el hombre en cuestión era descendiente directo de nativos obligados a realizar el llamado Sendero de las Lágrimas. ¿Qué vínculo le unía con la abuela Tillie? ¿Por qué nunca lo mencionó? Esperaba encontrar respuestas.
          –Mire bien donde pisa, el sendero por ahí es traicionero, parece firme, pero no lo es –dije Tayen McDaniel a la mujer que reconoció enseguida.
          –¡Ay!, me ha asustado –tropezó sonrojándose.
          –Perdone, no era mi intención. Si busca la zona de tiendas va en dirección contraria, pero es pronto, aún no están abiertas.
          –No, no me interesa nada hacer turismo consumista.
          –Entonces, ¿qué la trae por aquí?
          –Estoy hecha un lío, busco mis orígenes, aunque no tengo claro si los quiero saber.
          –El conocimiento reside en el espíritu y la curiosidad en el corazón, ambos penden del mismo hilo.
          –¿Qué quiere decir?
          –Pues que sus raíces están ligadas a los Cherokee, ya que tantas vueltas como dé, la traerán siempre aquí –mientras subían una cuesta empinadísima le contó el descubrimiento y el impulso que la llevaba allí.
          –Me siento como en un callejón sin salida, por un lado, sé que quizá ahondando en la vida de ese hombre me conduzca a despejar alguno de los misterios que han rodeado a la abuela Tillie, pero no sé si tendré fuerzas.
          –Las tendrá, estoy convencido.
          –¿A usted le suena de algo?
          –No, pero le presentaré al anciano con más edad del territorio, vive en las montañas y cuenta historias muy interesantes, quien sabe si entre ellas esté la suya...

domingo, 12 de noviembre de 2023

Cerca de las Smoky Mountains

5.

Tayen McDaniel era un hombre pacífico que vivía apartado del ruido y entregado a la peculiar manera de vivir en Naturaleza. Dos o tres veces por semana cogía la caña de pescar e iba al río Oconaluftee donde, con sumo sosiego, atrapaba truchas de piel brillante, arco iris, que luego asaba para alimentarse. De vuelta por uno de los senderos del Parque Nacional de las Grandes Montañas, llevando el trofeo de dos hermosos ejemplares reservados para la cenar, encontró acostada, entre sol y sombra, a una cierva y sus crías aparentemente dormidas. Pisó la rama caída de un árbol y permanecieron sin latido, se arrodilló y, comprobando que habían muerto de forma violenta, determinó que aquello no era obra de los lobos u otros animales salvajes sino del sello destructor e inconfundible del hombre. En la hoguera encendida en el exterior de la cabaña los peces de agua dulce, ensartados en finas y largas cañas, adquirían un tono plata tostado. El indio Cherokee, Trueno Veloz, cerró los ojos, levantó la cara hacia el cielo y, antes de probar el alimento, rogó al Gran Espíritu que le mandase un soplo de honestidad y que la lluvia limpiase además de la tentación, la maldad y las debilidades…
          Miles de ciudadanas y ciudadanos llegados de varios estados se agolparon en las inmediaciones del Ayuntamiento de San Francisco para asistir al servicio funerario, al aire libre, por la senadora Demócrata Dianne Feinstein. Arriba de los escalones estaban la actual alcaldesa London Breed, Kamala Harris, Churk Schumer, Nancy Pelosi y Eileen Mariano, nieta de la difunta, quien destacó que siempre recordará sus apasionantes partidas de ajedrez y el mejor legado que ha recogido suyo: “Haz algo para hacer del mundo un lugar mejor”. Todos dijeron palabras hermosas destacando los muchos valores de esta mujer que desde bien joven hizo tanto por su país. Cuando le tocó el turno a la vicepresidenta de los Estados Unidos, visiblemente emocionada, recordó que al tomar posesión del cargo Dianne la llevó a su despacho, la obsequió con una copa de chardonnay y la entregó una carpeta con sus proyectos de ley orientados a mejorar la vida de los hombres y mujeres que con su voto habían depositado la confianza en ellas y ellos. Otro de los intervinientes hizo hincapié en la capacidad de diálogo y, sobre todo, de empatía atendiendo las preocupaciones de las californianas y californianos a los que escuchaba sin distinción, tuviesen el color de piel que tuviesen. Cuando Opal Nelson llegó desde Tennessee haciendo escala en Denver tras retrasarse el vuelo por amenaza de bomba, tuvo que conformarse con ver el acto a bastante distancia, sin embargo, gracias a las pantallas gigantes colocadas en varios lugares no perdió detalle de la ceremonia. En parte superior de la puerta de cristal donde puede leerse en grandes letras de molde doradas: City Hall, están sentadas a la izquierda, frente al público, las cuatro personas nombradas anteriormente, y a la derecha, como centinelas custodiando la fortaleza la bandera de los Estados Unidos, la del estado de California, la del Senado y la de San Francisco. Entre los asistentes se palpaba el respeto y la admiración intensificada mucho más, si cabe, por aquellos que tuvieron la gran suerte de conocerla en persona, lo que también les permite corroborar los mensajes de alago dichos desde la tribuna. No obstante, como casi siempre, algún infiltrado trata de ensuciar su memoria, pero los presentes le ningunean y hunden en el más absoluto silencio.
          –Dura activista, eso es lo que nos ha hecho creer, pero en cuanto podía adoptaba ideas conservadoras –dijo el intruso desacreditándola.
          –Mi esposa y yo venimos desde San Diego, se empeñó y no soy quien para contradecirla. Hemos gastado parte de los ahorros en este viaje, sin embargo, ha merecido la pena con tal de verla feliz –contó un hombre de más de ochenta años al grupo de gente que le rodeaba.
          –Ms Feinstein, allá donde esté, lo agradecerá –respondió una chica con los ojos llenos de lágrimas.
          –Dentro de muy poco no podrá moverse –contó el anciano–, tiene diagnosticado un cáncer terminal para el que todavía no existe tratamiento alguno ni en fase experimental, así que, mientras tenga fuerzas vamos a cumplir todos y cada uno de sus deseos sin escatimar en gastos –concluyó antes de que ella le oyese.
          –Escuchen, el Presidente dice que ella abrió camino a líderes más jóvenes que han seguido sus pasos –cuentan unos estudiantes conectados a Internet desde sus teléfonos
          –Nosotras estamos realmente aquí porque nuestra madre falleció hace dos años y la admiraba profundamente desde los inicios políticos de la Senadora, decía que lo suyo era vocacional –continuaron los comentarios, quien más quien menos, llevaban en la mochila algo que contar haciéndoles sentir importantes.
          –Perdón, ¿me permiten pasar, por favor? –pidió Opal Nelson abriéndose paso y yéndose de allí con la esperanza de que Eileen Mariano, en la actualidad asesora de políticas de la alcaldesa de San Francisco, mantenga vivo el recuerdo de su abuela y siga sus pasos, Dianne Feinstein fue una honrada trabajadora de servicio público.
          En casa de Aretha O’Neal se vivían semanas de tremenda incertidumbre planeando sobre sus cabezas un posible cambio que alteraría completamente la vida familiar. Ella, por su parte, acató con desgana y sin rechistar el distanciamiento con Donna Hanks a pesar de no comprender ni compartir los rancios motivos raciales que en su opinión estaban ya obsoletos, pero las preocupaciones de los suyos iban en otro sentido quizá mucho más peligroso y comprometido. Las cosas en la escuela de primaria donde la madre daba clase de matemáticas básicas empezaban a ponerse feas en cuanto a que cada vez más alumnas y alumnos acudían al centro con todo tipo de armas haciendo cundir el pánico y, sobre todo, amedrentando a las maestras de color con el sólo objetivo de doblegarlas y así obligarlas a abandonar su puesto de trabajo, como ya hicieron con el único profesor negro de lectura y escritura que quedaba. Al padre tampoco le iba bien tras defender el despacho de abogados donde estaba de pasante, a un joven gay demostrando su inocencia en el altercado donde recibió tal paliza que a punto estuvo de entrar en coma. Sin embargo, la borrasca que se les venía encima traía en sí muchas precipitaciones.
          –¿Volvemos a Orlinda? –preguntó al escuchar a sus padres hablar casi en susurros.
          –Quizá, ya veremos –respondió el hombre.
          –¿Y si todas mis amigas son de aquí, este año con quien celebraré Halloween? –dijo angustiada mientras todos miraban atentos la noticia de que el fiscal general Jeff Landry, un Republicano bajo el paraguas de Trump, acababa de ser nombrado Gobernador de Louisiana.
          –Nada está decidido –respondió la madre sin apartar la vista de la pantalla donde esta vez era el Presidente Biden quien aparecía en el programa 60 Minutos de la cadena CBS hablando del delicado y peligroso frente abierto en Gaza e Israel.
          –¿Nosotros tenemos refugio antiaéreo? –soltó de repente–. ¿Van a bombardearnos?
          –No, nos protege el Gobierno y el Ejército de los Estados Unidos –intervino el padre.
          –Venga, a lavarse los dientes y todos a la cama, en cinco minutos no quiero oír ni un suspiro –ordenó la madre.
          –¿Rezas conmigo? –la mujer entró con Aretha en la habitación, dijeron juntas las oraciones finalizando con que Dios bendiga a America y, antes de apagar la luz la chica dijo–: Mamá.
          –¿Qué quieres ahora?
          –¿Otra vez somos pobres?
          –Anda, peliculera. Hasta mañana, dulces sueños. –En el dormitorio, con el pijama ya puesto, aguardaba el marido.
          –¿Por qué no les has dicho que te han despedido? –preguntó la mujer–, Aretha no es ya una niña y se da mucha cuenta de todo, además si las cosas se ponen feas y yo también pierdo el empleo les va a costar mucho encajarlo de repente.
          –Tú eres la maestra, ¿te parece bien empezar a hablarles de supremacismo y xenofobia? ¿No crees que de ese modo alimentamos el rechazo al desigual?
          –Bueno, es una forma de verlo, aunque a mí no me parece.
          –Perfecto, entonces mañana les explicas y a ver cómo reaccionan cuando tengan algún tipo de problema en el colegio.
          –Pues mira, sabes qué, prefiero darles herramientas de consenso y diálogo a que arreglen sus diferencias a puñetazos. ¿Crees que no estarían orgullosos de su padre si supiesen el verdadero motivo de haceros la vida imposible?
          –Me da pudor y vergüenza.
          –¿Siguen llegando anónimos?
          –Sí, en el último llaman al bufete, defensor de maricones, hemos perdido a algunos clientes muy influyentes que no quieren verse salpicados por el escándalo.
          –¿Qué vamos a hacer? Siempre puedo volver a colocar o reparar cercas agrícolas en las granjas para el ganado, con lo que ha crecido el censo en Tennessee no me faltará mano de obra.
          –No sé, volver a Orlinda no me apetece nada, busquemos otra opción –ya en la cama, espalda con espalda, dibujaron un futuro de proyectos descarrilados.
          Alvin Evans fue al almuerzo anual organizado por algunos veteranos de la Guerra de Vietnam, entre ellos se mezclaban nostálgicos del Klan, pequeñas cédulas del sur, emergiendo ahora de nuevo y utilizando eventos de este tipo como tapadera. Tan pronto como recibió la convocatoria se preparó para dar una explicación convincente respecto a lo ocurrido con el niño que dejó escapar robándole manzanas del granero, la organización siempre se enteraba de todo, sin embargo, el acto transcurrió distendido y, sólo al final, cuando los más rezagados seguían en el salón alardeando de esas batallas en las que participaron a pecho descubierto, los hermanos Sowell y sus secuaces, procedentes todos de Alabama, negacionistas de todo lo tocante al Partido Demócrata y por ende a la Administración Biden, le llevaron a un aparte, desdoblaron un folio y se lo dieron a leer subrayando lo más importante: detalles en clave de la misión que habría de llevar a cabo.
          –¿Los conoces? –preguntó el más joven de los cinco.
          –No, la oficina está en el centro de Nashville y ahí nos descubren seguro, además apenas salgo de Lenoir City, en la granja hay mucho trabajo.
          –Excepto cuando te dejas ver en carreras de coches y los sábados en pub con música en vivo.
          –Sí, bueno, pero nada más –respondió molesto al sentirse vigilado.
          –Señores –cortó el mayor de los Sowell–, vayamos al grano o levantaremos sospechas, nos están mirando. Cógete a los mejores hombres de tu grupo y averiguad dónde viven, hacedles una visita de cortesía y que entiendan quién marca las normas aquí.
          –De acuerdo, así será. Dios salve a América –soltó abriendo los ojos como platos.
          –¡Aleluya! –contestó el resto.
          –¡Por cierto!, ¿qué han hecho? –dijo con recelo.
          –Defender a uno de esos del movimiento LGTBI, le han absuelto y ahora los maricones se ríen delante de nuestras narices –todo dicho con sarcasmo.
          –Si les dejamos campar a sus anchas destruirán lo que tanto nos costó levantar –apuntó otro.
          –Tranquilos, yo me encargo. ¿Contactamos como de costumbre en la serrería de McQueen?
          –No, nosotros iremos a comprarte verduras –dieron media vuelta y se marcharon, Alvin Evans también desapareció. En ruta por la Interestatal 75 recordó que muchos jóvenes entre 14 y 18 se declaran racistas y dicen estar dispuestos a cualquier cosa para defender la patria y expulsar a los intrusos. Ahí está la cantera donde ha de reclutar adeptos…
          El 31 de octubre Opal Nelson se presentó en casa de Donna Hanks a las 8:00 a.m. levantándola prácticamente de la cama, rebuscó en el armario ropa cómoda y, sin admitir un no por respuesta hizo que se la pusiera, se maquillaron muertas de la risa y llegaron a la conclusión de que todavía estaban estupendas. A la hora del brunch comenzaban a celebrar Halloween por todo lo alto, a su manera, en Balter Beerworks, en el 100 Broadway Sureste en Knoxville. El local cuenta con un ambiente muy agradable y propicio para la conversación, con camareros y camareras dispuestos a sugerirte la mejor combinación, así que, además de una excelente cerveza casera degustaron también galletas de suero de leche, jamón, mezcla de quesos, champiñones, huevos revueltos, rúcula y tostadas de trigo integral con aguacate triturado para untar. Hace mucho tiempo que estas dos mujeres no tienen a mano la bolsa de caramelos para repartir a los niños y niñas de sus vecindarios cuando estos tocan la puerta diciendo la célebre frase de: trick-or-treat. Esta costumbre ha disminuido desde la pandemia y tras encontrar en algunos dulces pequeños pedazos de hojas de afeitar, denuncia que partió de Eugene, ciudad de Oregón, y que, según la policía, dichos objetos podrían ser de un sacapuntas. Todo en esta vida pierde fuelle, sin embargo, ambas siguen decorando el exterior de sus casas con calabazas talladas a mano y convertidas en velas que protegen y espantan a los espíritus que vagan en la noche, además de murciélagos de papel y telarañas falsas creando un ambiente lo más misterioso posible, quizá recreando el paisaje familiar de un pasado que no volverá.
          –¿Cómo te va con tu indio? –dijo Donna con los ojos brillantes, achispados.
          –No es mi indio –respondió Opal visiblemente molesta–. Es un ser sensible y a su vez frágil. Deberías conocerle, te iría bien.
          –Si, menuda racha llevo, Aretha O’Neal, la niña negra que me visitaba de vez en cuando y en Acción de Gracias traía pastel de ajedrez, ya no viene.
          –¿Por qué?
          –Sugerencia de los padres, cuestión racial. Sabía que tarde o temprano la piel sería un obstáculo entre nosotras y, además, mirándolo bien no tenemos nada en común, yo soy vieja y ella adolescente, pero la he cogido cariño –dijo entre alterada y entristecida.
          –Seguimos sin haber aprendido nada, cometiendo los mismos errores del pasado, los mismos atropellos a una corriente colectiva que se siente inferior y prefiere quedarse dentro del gueto de la indiferencia creado para ellos, hacinados sobre los cimientos de la esclavitud, aunque lleve más de siglo y medio abolida.
          –En fin, cambiando de tema, ha salido el juicio contra los seis agentes correccionales que presuntamente mataron al recluso que sufrió un brote psicótico. ¿Te has enterado?
          –Sí, lo han dicho en las noticias locales, ocurrió hace un año en una cárcel de Memphis, en el condado de Shelby, están acusados de asesinato en segundo grado, parece ser que le golpearon fuertemente y se arrodillaron sobre la espalda, sin embargo, los abogados han hecho un trabajo exquisito y han quedado en libertad bajo fianza. Veremos cómo acaba el episodio porque el preso era negro y, ya me entiendes…
          A pesar de que el ambiente en el local era tranquilo y estaban a gusto prefirieron regresar a sus zonas de confort. Para ser víspera de Halloween apenas había movimiento, aunque sí adornados escaparates. Pasaron por delante del teatro Bijou, con su fachada proyectada en tonos azules donde unos operarios colocaban el cartel de la próxima representación. A la izquierda dejaron el Centro de Historia del Este de Tennessee, Museo que recoge todo lo esencial de esta región, sus gentes, costumbres, eventos, peculiaridades, en definitiva: la crónica de un estilo de vida singular. En ambas aceras, a lo largo de Gay Street, no más de media docena de personas iban de un lado a otro inmersas en sus pensamientos, apresuradas para ultimar los detalles para que todo esté perfecto en esa noche mágica donde, quien más y quien menos, tenemos algo de vampiro y de bruja. Se fijaron también en una bandera de Estados Unidos que colgando medio rota de una farola y en el poster de un político cuyo nombre es mejor mantenerlo en el anonimato, con una diana roja dibujada en la cara. Opal Nelson conducía despacio, disfrutando de la compañía de Donna Hanks que vuelta hacia la ventanilla ocultaba las lágrimas. De repente un control policial las obligó a girar por una calle adyacente ya que el Gobernador tenía que atravesar por allí, entonces cambio el paisaje y vieron mordidos por el abandono los ladrillos del esquinazo. Una vez en carretera, las 24,8 millas hasta Oak Ridge las hicieron en silencio pese a los esfuerzos de Opal por formar conversación.
          –¿Seguro que estás bien? No has hablado nada.
          –Perfectamente, sólo quiero acostarme –mentir no se le daba muy bien, pero la otra lo respetó. Una vez sola, llamó a cada uno de los nietos para desearles un feliz Halloween, interesarse por cómo les va en los estudios y escuchar la misma promesa incumplida de todos los años: “abuela, en breve iremos a verte con papá”. Cuando cortó la comunicación Dolly Parton sonaba de fondo, su voz aterciopelada llegaba hasta el saloncito de abajo donde en un tiempo ya muy lejano sus hijos, al calor de la chimenea cuyo tubo de humos compartía con la del salón de arriba, se entretenían con juegos de arquitectura mientras que ella se templaba las manos en los fogones de la cocina. Recordó también, muerto ya el marido y restablecida la paz del hogar, las celebraciones especiales en familia yendo a cenar a otro de sus rincones favoritos de Knoxville: Oliver Royale Restaurant, situado en la plaza del mercado y donde sirven una exquisita ternera braseada con foie gras, champiñones y puré de alcachofas. Agudizó el oído, los pájaros posados en las ramas de los árboles salieron en estampida asustados cuando una máquina cortacésped comenzó a funcionar Donna Hanks salió al jardín y arrugó la nariz por el fortísimo olor a gasolina y a fuego, algo se prendía unas cuadras más abajo…

 

domingo, 29 de octubre de 2023

Cerca de las Smoky Mountains

4.

La primera vez que Donna Hanks asistió con su esposo recién casados a una de las iglesias ubicadas en los Appalachians, llamadas: “Church of God with Sings Following”, casi se desmayó cuando el pastor sacó una serpiente de casi dos metros del cesto de mimbre que siempre llevaba consigo, se la enroscó tipo collar en el cuello, con la cola zigzagueando, reconociendo a la presunta presa y sosteniendo la cabeza del bicho a pocos centímetros del rostro. A los presentes, la mayoría de ellos en trance les invitó a hacer lo mismo con sus reptiles además de beber el veneno repartido en pequeños vasos. Antes de eso cada miembro compartió en voz alta sucesos ocurridos: accidentes, dudas, enfermedades incurables, cognitivas, problemas económicos, con la justicia, las adicciones, lo laboral, de convivencia… A continuación los feligreses rezaron entrelazando las manos y, llenos de júbilo, gritaron “¡Oh, Jesús!”, el maestro de ceremonia respondió “¡Alabad al Señor!”. Quien tiene la mala suerte de ser tocado en alguna parte del cuerpo por esas lenguas bífidas se niega a recibir atención médica considerando que dicho sufrimiento es un castigo por su falta de fe. Sobrecogida, rogando que no la obligasen a realizar semejante atrocidad salió del local tan rápido como pudo. Transcurrido algún tiempo supieron que el pastor sufrió la mordedura de otro ofidio muriendo horas después. Así que, Donna Hanks se prometió a sí misma evitar en la medida de lo posible asistir a otro servicio de esa índole para no tentar al diablo. Esta práctica, fundamentada en la interpretación de un pasaje bíblico de san Marcos 16:17-18, fue legal en los Estados Unidos hasta mediados del siglo XX, posteriormente se prohibió en la mayoría de los estados menos en Virginia Occidental. Sin embargo, en el sur de los Apalaches se sigue haciendo en clandestinidad. Los académicos Ralph Hood, profesor de psicología de la Universidad de Tennessee en la ciudad de Chattanooga y Paul Williamson de la Universidad de Henderson State, de Arkansas, llevan años investigándolo, realizando cientos de horas de grabación sobre el manejo de serpientes en actos religiosos y entrevistas a muchos pastores que lo llevan a cabo, por tanto, poseen un amplio material al respecto que ponen a disposición de la ciencia.
          –Si las ceremonias van a ser siempre así, no vuelvo, me dan miedo y respeto –dijo en el corrillo que se formó a la salida de la iglesia.
          –Forma parte de nuestra identidad, hija mía. Son pruebas que nos ponen y nosotros hemos de obedecer –tajante respuesta del pastor quien dirigiéndose al marido añadió–: habrás de controlar mejor las reacciones de tu esposa, no está bien que las mujeres ridiculicen a los hombres en público.
          –No volverá a pasar, le doy mi palabra –aseguró.
          –Nadie tiene derecho a acallar mis opiniones, ni siquiera tú, la fe, como yo la entiendo, es un espacio para compartir y derrochar alegría por estar juntos, por estar vivos. –Ahí empezaron las discusiones con el marido y el menosprecio de él.
          Desde Parsons Rd hasta Manhattan Ave hay unas dos millas, cuarenta minutos aproximadamente de paseo tranquilo, solitario, característico de Oak Ridge, con vecinos a ambos lados que pueden estar semanas sin verse y cuyas viviendas enmarcadas en espacios verdes y árboles lo bastante altos preservan esa intimidad tan preciada en la zona. Apenas unas pocas personas pedían oraciones por los suyos en Woodland Park Baptist Church, Aretha O’Neal se quedó en los bancos del final por timidez, apretó la diminuta cruz de madera que volvió a introducir por dentro del jersey y se marchó, iba a dar fin a la misión más difícil a la que hasta ahora se había enfrentado en la vida. Con la excusa de llevarle a Donna Hanks unas galletas sureñas, receta de sus antepasados que le salían buenísimas, aceptó la taza de chocolate. Nerviosa, no sabía cómo ponerse si en el borde de la butaca o bien sentada con la espalda recta. Aunque no era la primera vez que entraba dentro de la vivienda nunca se había fijado en las fotografías dedicadas de una cantante vestida de cowboy que lucían sobre la repisa de la chimenea, ni tampoco del ambiente espeso a dejadez y soledad que se respiraba. Se le encogió el corazón sólo con pensar el dolor que le causarían lo que iba a decirle...
          –Ten cuidado, está muy caliente –dijo Donna a la chica ofreciéndole también una servilleta.
          –¿Quién es la señora de la guitarra y el sombrero de vaquera? –preguntó sin apartar la mirada de los retratos.
          –¿No conoces a Dolly Parton?
          –No, nosotros escuchamos gospel.
          –Es la cantante más importante que tenemos en Tennessee.
          –¿Más que Elvis Presley? Mis hermanos mayores le ponen mucho y tratan de bailar como él, pero yo creo que lo hacen fatal y mamá les chilla asegurando que les falta ritmo –ambas rieron.
          –Digamos que los dos son buenos embajadores de este Estado y representan muy bien nuestro espíritu musical.
          –¿Ha ido a verla? –preguntó muy emocionada.
          –Antes, de más joven, mi hijo tercero y yo estuvimos en varias ocasiones.
          –¿Y ahora?
          –Estoy vieja y torpe, pero no hay un solo día que no ponga alguno de sus discos. Nació en un pequeño pueblo cerca de Gatinburg, dicen que en una cabaña a orillas del río Little Pigeon, con 10 años ya supo que quería dedicarse a la música. Es una persona muy solidaria que ayuda mucho a los pobres. En 1986 adquirió y remodeló un parque temático cerca de las Smoky Mountains, llamándolo Dollywood, casi todo construido en madera y con un gusto exquisito, puedes disfrutar de actuaciones en directo tanto de ella como de otros intérpretes consagrados y también principiantes que gozan de la oportunidad de darse a conocer gracias a su generosidad altruista. Merece la pena visitarlo, deberías ir con tus padres. Y ahora, ¿me cuentas de una vez qué te preocupa?
          –Mi hermano mayor se va a Nashville, a la Universidad Vanderbilt para completar el programa de ingreso en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.
          –Una noticia estupenda, hay que defender a la patria por encima de todas las cosas –dijo llevándose la mano al pecho.
          –Eso mismo opinan en casa.
          –¿Está contento? –preguntó.
          –Mucho, dice que así conocerá mundo, pero yo tengo miedo de que le maten, en el colegio hay compañeras y compañeros que algún familiar suyo ha muerto en combate.
          –Bueno, cabe la posibilidad de que ocurra, pero puede que no. Somos afortunados de que Dios haya creado esta gran Nación y, por supuesto también, de haber nacido en ella. Nuestra deuda es infinita y nuestra obligación defenderla, aunque cueste la vida. Pero tengo la sensación de que el otro día cuando nos encontramos en el bosque no era esto lo que te inquietaba, ¿me equivoco? –soltó mirándola fijamente a los ojos.
          –No sé por dónde empezar –de repente Donna Hanks vio en Aretha O’Neal a una joven que comenzaba a madurar.
          –Venga, no será tan difícil.
          –Dice mi papá –se retorció el bajo del pantalón– que no puedo venir más por aquí.
          –¿Y cuál es la razón?
          –Usted es blanca y yo soy negra.
          –Evidente, pero no parece motivo suficiente, no obstante, debes obedecer, aunque me gustaría saber qué piensas.
          –Si Barack Obama fue el Presidente de todos los estadounidenses, tuviesen el color que tuviesen, ¿por qué usted y yo no podemos ser amigas?
          –No lo sé, supongo que no será lo mismo. Y ahora es mejor que te vayas –se puso en pie y abrió la puerta–, se está haciendo tarde.
          –Aún no he acabado el chocolate.
          –Márchate, por favor, tengo muchos quehaceres.
          –Volveré Ms Hanks.
          –No, no lo hagas, ya no eres bien recibida –entristecida comenzó a alejarse, entonces Donna cogió las galletas sureñas que todavía quedaban en el plato y las tiró a la basura igual que hiciera con muchos recuerdos que no merecían ocupar espacio en su memoria.
          El día que anunciaron la muerte de Dianne Feinstein Opal Nelson se enteró a través de las redes sociales. Visitaba a sus padres en Oak Ridge adonde se mudaron a una casa tranquila y espaciosa, a pie de bosque, donde los hijos y nietos cuando fuesen estuvieran en contacto directo con la naturaleza. La madre sufría fuertes dolores de espalda, seguramente que a consecuencia de una aparatosa caída que tuvo años atrás y a la que restó importancia, pero el paso del tiempo y la edad habían disminuido bastante su movilidad, hecho por el cual, el padre, frío como el témpano, se quejaba de las muchas tareas que ahora dependían de él. Opal, consciente de que luego se sentiría mal ya que se había convertido en un anciano gruñón y vulnerable, le reprochó la falta de sensibilidad y empatía hacia su compañera de vida. De regreso, por la Interestatal 75, casi no lo cuenta al atropellar a un lobo que de repente apareció en la carretera. Consciente del exceso de velocidad y de que se distrajo con la música country de Loretta Lynn y los apuntes biográficos de la artista aportados por el locutor, apenas pudo hacerse con el volante de la camioneta cuando el mamífero se le echó encima del capó. Frenó y el vehículo empezó a girar sobre sí hasta pararse en seco, pasado el susto, bloqueada y sin valor para poner el motor en marcha, apoyó la cabeza en el respaldo a la vez que la luz de una linterna la deslumbraba.
          –Señora, ¿se encuentra bien? –dijo el policía del Departamento del Sheriff del condado de Loudon.
          –Sí –respondió, aún asustada.
          –Documentación y permiso de conducir, si es tan amable.
          –Claro –lo sacó de la guantera y se lo dio, él se retiró, habló por radio y volvió–. Tengo que multarla, ha infringido la ley.
          –Sí, agente, lleva razón, lo lamento.
          –Puede continuar, pero vaya más despacio, podía haberse matado.
          –Buenas noches. –Se incorporó al carril, minutos después, recién salida de la ducha, compró por internet un pasaje de avión.
          A doce millas de Knoxville está el Aeropuerto McGhee Tyson. Opal Nelson se encontraba entre los pasajeros de clase turista en un vuelo con escala en Denver, destino San Francisco, para asistir al funeral de Dianne Feinstein, fallecida a los 90 años. Esta política ejemplar que durante 30 ejerció de senadora demócrata por California, ha muerto dejando muy alto el listón de las cosas bien hechas. De sólidos principios mantuvo siempre abierta la defensa del medio ambiente, los derechos reproductivos y esa búsqueda incesante de tender puentes con los republicanos menos conservadores, aunque eso significase moverse sobre las sensibles tierras inestables de los acuerdos. Desde 1994 estuvo en vigor la regla federal que ella misma redactó prohibiendo las armas de asalto hasta que en 2004, durante el mandato de George W. Bush, el Congreso se negó a renovar dicha norma. Cabe destacar que fue la primera mujer judía en puestos de relevancia, por ejemplo, presidir el Comité de Inteligencia del Senado.
          El vuelo llevaba mucho retraso, los pasajeros, con los nervios a flor de piel, aguardaban en sus asientos pacíficos aunque alguno empezaba a perder la paciencia ya que exigían respuestas que no llegaban, así como responsabilidades y, por supuesto, una indemnización y solución para el tiempo y el dinero perdido. Les habla el comandante, escucharon por megafonía, entonces les comunicó que debido a una fuerte tormenta era peligroso despegar en ese momento, pero que lo harían en cuanto la torre de control lo autorizase. A decir verdad había amenaza de bomba y acababan de evacuar la terminal excepto a la gente ya embarcada, lo cual ocultaron con el fin de que no cundiese el pánico. Mientras esperaban, Opal recordó la discusión con su padre.
          –Si consigo pasaje mañana salgo para San Francisco –soltó de pronto–, ha fallecido Dianne Feinstein, senadora demócrata, la más longeva y quiero ir al sepelio.
          –¿Y a ti qué se te ha perdido en California? –dijo el padre–, allí no pintas nada, siempre andas metida en líos, el día menos pensado me llaman para reconocer tu cadáver.
          –No seas bruto, marido, es mayorcita y responsable de sus actos.
          –Quizá no lo recuerdes papá, pero ha hecho mucho por nuestro país. Fue muy valiente desafiando a la CIA y a la Casa Blanca.
          –¿No es la misma persona que votó a favor de la Guerra de Irak y después se desmarcó ordenando una investigación?
          –No exactamente, se arrepintió al no hallar armas de destrucción masiva y, a raíz de eso, desaprobó los programas estadounidenses de detención e interrogación de rehenes. Yo comprendo que hay un antes y después del 11-S, aquel ataque terrorista movió las placas tectónicas de la paz en nuestra patria y en el resto del mundo, pero debemos abogar por hablar con el oponente y no tomaros la justicia por nuestra mano, consolidar la paz es dejar en herencia a nuestros hijos y nietos una Tierra más habitable.
          –¿Y dices que esa mujer ha luchado mucho?
          –Sí, mami. Fíjate, tiene una biografía muy particular, se casó tres veces: con un fiscal, un neurocirujano y un inversor. Presenció el asesinato del alcalde de San Francisco George Moscone –al que sucedió– y del defensor de los derechos de los homosexuales Harvey Milk. Abanderó la igualdad entre hombres y mujeres y hasta su último aliento puso en valor su trabajo de servidora pública.
          –Eres muy especial cariño, por eso te gustan y atraen las personas fuertes y con personalidad –el padre las miró indiferente.
          –¿Cómo la abuela Tillie? –ninguno respondió.
          –No me gusta que conduzcas tan tarde, vuelve a tu casa y llámame mañana desde California –premonitorio el comentario de la madre…
          Alvin Evans es un típico granjero de Lenoir City, aficionado a las carreras de coches, a su equipo de fútbol One Knoxville SC, a las armas, a la comida grasienta, a los restaurantes con actuaciones musicales en vivo, frecuentados la noche de los sábados y a interpretar la Biblia al pie de la letra. En el garaje, oculto detrás de unos fardos de paja, guarda el viejo destilador con el que elabora su propio Moonshine, como antes hicieran los antecesores y cuyo resultado es un Whisky fortísimo a prueba de gargantas profundas y estómagos curtidos. En todo el territorio se conocen las hortalizas que cultiva destacando pimientos y berenjenas de muy buena calidad, así como la cría de conejos y gallinas que vende para subsistir. En 2002, su único hijo, soldado profesional, perdió la vida en la Guerra de Afganistán en la Operación Anaconda. Tras semanas de intensa búsqueda hallaron el cuerpo en la capital de Gardez, a 80 kilómetros de Kabul, a la entrada de una cueva y en avanzado estado de descomposición, pero gracias a la chapa de identificación que permaneció pegada al pecho supieron que se trataba de él. En el Aeropuerto Internacional de Nashville, a hombros de militares de su misma promoción, con todos los honores y la Medalla de Honor a título póstumo, recibieron el féretro. A los ocho días de ser enterrado en la más estricta intimidad, sin galones ni banderas, la madre se suicidó y desde entonces es un ser callado e introvertido incluso podría decirse carente de emociones y taciturno. Afín a la National Rifle Association of America y próximo al Ku klux Klan lidera un pequeño grupo operativo que a veces siembra el pánico en la comarca y, especialmente, poniendo en alerta a la población afroamericana que vive aún en Scarboro Community, en Oak Ridge. En numerosas ocasiones, bajo la tapadera de encuentros anuales con veteranos de guerra o de la Asociación de Granjeros de los Estados a lo largo del río Mississippi, asiste a reuniones en Pulaski, ciudad de Tennessee donde en 1866 se fundó dicha organización supremacista. Alvin Evans no ha tenido más amigos que a los Mathinson, dueños de la ferretería donde Opal Nelson se inició en el oficio –negocio que posteriormente pasó a manos de la franquicia The Bricolaje House Construction CO–, pero ellos ya están muertos… Una mañana, preparando el pedido para el Departamento del Sheriff del Condado de Loudon, oyó ruidos en el granero y supuso que serían lobos, harto de encontrar agujeros en los sacos de maíz disparó dos veces al aire, sin embargo, se trataba de un niño negro, asustado, llevándose cuatro manzanas que cogió de un cesto. A punto de llorar, echó a correr, él retrocedió, le dejó escapar y temió empezar a ablandarse. Subido en la camioneta puso rumbo al centro de la ciudad.
          –¿Es buen año de cosecha, Mr Evans? –preguntó Opal Nelson mientras le prepara el azadón y otras herramientas que vino a buscar.
          –Hay muchas coles, calabazas, berenjenas y abundantes tomates –respondió seco.
          –Todavía no ha llegado el alambre para empacar alfalfa, hay pendientes muchos pedidos y no sé el motivo de tanto retraso, además, en la empresa de distribución tampoco se aclaran.
          –De momento todavía tengo un poco.
          –Perfecto, pues en cuanto llegue le aviso. ¿Encontró en Memphis la pieza que buscaba para el tractor?
          –No –era escueto en palabras y construir frases con más de cinco le suponía un esfuerzo.
          –Si lo desea vuelvo a intentarlo.
          –Bueno –giró sobre los talones, caminó unos pasos y, antes de abrir la puerta, volvió la cabeza, esbozó media sonrisa, se ajustó la gorra de la última campaña de Trump, cogió las cosas y se marchó. En la gasolinera de enfrente unos forasteros llenaban el depósito con la radio a todo volumen.
          Tayen McDaniel, indio Cherokee, descendiente de los primeros pobladores de la reserva india en Carolina del Norte, saliendo un sol radiante por el horizonte, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, dice las oraciones aprendidas de niño y piensa en Opal Nelson, la mujer en busca de sus orígenes y a la que está convencido de volver a ver...