domingo, 31 de enero de 2021

No puedo respirar

11.

Para Eli: 
que tanto disfrutó leyendo esta historia

Nelson, ¿qué ocurre?’. ‘Hola, Markel. Perdona que me presente a esta hora’. ‘No importa. Entra, no te quedes ahí. ¿Te apetece una taza de cacao caliente?, lo iba a preparar’. ‘Sí, me vendrá bien, estoy destemplado’. Aparto a un lado el caos de la mesa y tomamos asiento. ‘Perdona el desorden, desde el aeropuerto fui directo a la oficina y todavía no había pasado por aquí. ¿Qué puedo hacer por ti?’. ‘Vengo a disculparme y a darte una explicación’. ‘Venga, dispara’. ‘Antes me pasé diciendo que teníamos derecho a saber lo que William pone en la nota, y no es así porque va dirigida a ti. Lo siento de verdad. Últimamente tengo los nervios de punta y la sensación de que vigilan todo cuanto hago’. ‘¿Lo dices por mí?’. ‘Ni mucho menos’. ‘¿Entonces?’. ‘Pues no sé, por ejemplo: culparme de cosas que no he dicho o hecho, que le voy con el cuento a los jefes o de ponerle la zancadilla a los compañeros. Corre también el rumor de que voy contando que Georgia no está en su mejor momento, y jamás le haría daño a nadie con temas tan delicados. Con esos asuntos no se juega’. ‘¿Hasta dónde sabes?’. ‘Más de lo que ella cuenta y menos de lo que tú conoces’. ‘Vale. Su situación es delicada, por eso la cubrimos para que los de arriba no se enteren, pero está claro que ha habido una filtración y pienso averiguarlo. El que se haya ido de la lengua me va a oír’. ‘Gracias por creerme. Ahora voy con la explicación que dije al principio: lamento muchísimo hacerte esto, sobre todo porque te estoy muy agradecido, pero me han ofrecido un puesto bastante tentador en Friends of the Earth para formar parte del equipo que gestiona la oposición de crudo en las arenas petrolíferas de Athabasca, en la provincia canadiense de Alberta. Creo que puedo aportar aquello que en The Climate Reality Proyect no he tenido oportunidad de desarrollar. Además, salgo de una relación sentimental muy complicada y un cambio de escenario, a todos los niveles, me vendrá estupendo’. ‘Nunca imaginé que estuvieses tan resentido y, aunque comprendo tu postura me duele perderte. ¿Te puedo hacer una pregunta?’. ‘Las que quieras’. ‘¿Entre William y tú qué ha pasado?’. ‘Supongo que no hay una explicación tajante para definir lo que se siente delante de alguien a quien no soportas y te repele cuanto dice o hace. Sin embargo, escarbando un poco en la memoria quizá todo parte de un malentendido que sucedió antes de incorporarte tú a la organización. ¿Recuerdas que en agosto de 2015 Barak Obama presentó su plan para limitar las emisiones contaminantes de las plantas energéticas e invertir en energías renovables?’. ‘Sí, empecé a colaborar con vosotros a finales de ese año hasta que al siguiente entré en plantilla’. ‘Aquello suponía algo muy ambicioso, más aún porque el presidente lo defendería en la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Clima que se celebraría en París, como también anunció que pensaba convertirse en el primer mandatario estadounidense en visitar el Ártico en Alaska’. ‘Lo recuerdo muy bien. Por esa época yo estaba en Ciudad de México ganándome la vida de bolero’. ‘¿De qué?’. ‘Limpiabotas. Sacas suficientes pesos para pagar comida y cama diaria. Pero, continúa, que te he cortado’. ‘Tras conocer aquellas dos buenas noticias tuvimos una reunión con el anterior responsable quien contó lo que te acabo de decir y la posibilidad de que algunos miembros de nuestra ONG formaran parte de la comitiva. Eso me emocionaba muchísimo ya que tal experiencia no se presenta dos veces en la vida, pero el elegido fue él. Desde entonces, aunque él no tuvo la culpa, no puedo evitar que se me revuelvan las tripas cuando le tengo cerca’. ‘Te honra mucho reconocer la realidad de los hechos. No obstante, respetando tu postura de incompatibilidad, quizá, puesto que planeas dejarnos, sería bueno enterrar el hacha de guerra y reconciliaros’. ‘Ya veremos’. ‘Nelson, quédate unos meses, por favor, al menos hasta que Georgia termine el tratamiento. Ahora mismo dos ausencias sería complicado’. ‘Lo pensaré. Se ha hecho tarde y te querrás acostar’. Eso hago.
          William Harrison regresa a Rochester seis días después de haber partido para Portoviejo. Así que, tal y como indicaba en su nota, me reuniré con él dentro de nueve horas en el Cafe Steam donde espero que desvele el porqué del misterioso y apresurado viaje. Nosotros seguimos muy entretenidos en el trabajo, Jeff Blocker anda atareadísimo coordinando la parte audiovisual con los gráficos y estadísticas aportadas por los científicos que nos acompañaron en la expedición, además de nuestros informes. Apenas me despego de su lado despejando dudas que surgen o datos que no han quedado claros, con lo cual, aún no he tenido tiempo de llamar a mamá ni a Deanna Leone, miedo me dan porque estarán de uñas. Sin embargo, antes de venir he pasado por el hospital. Georgia espera los resultados de la analítica confiando en que los marcadores tumorales no den altos y que no tenga leucopenia para recibir otro ciclo de quimioterapia. Es envidiable lo serena que está, o eso aparenta, y escuchar los planteamientos de vida que hace relativizando las cosas, lo cual es todo un ejemplo a seguir. En cambio, ahora su principal tema de conversación gira en torno a las prontas mejoras que se supone realizará la Administración Biden a nivel medioambiental, algo que va a suponer para organizaciones como la nuestra un importante papel de actuación. En lo personal, a pesar de sus complicadas circunstancias, sólo deja un resquicio de tristeza cuando piensa que Robin, su exmarido, utilice los problemas de salud para pedir la custodia de la niña, hecho que de llegar a ocurrir la hundiría completamente. ‘¿Y esas ojeras? –dice, levantándome las gafas de sol hasta la frente–. ¿Estuviste de juerga?’. ‘¡Qué más quisiera yo! No he pegado ojo en toda la noche’. ‘¿Y eso?’. ‘Nueva Orleans me ha removido por dentro’. ‘Lo entiendo’. ‘¿Han salido a decirte algo?’. ‘No, pero seguro que entro, me encuentro estupenda’. ‘Ya lo creo –reprimo el deseo de abrazarla–, no hay más que verte’. ‘Eso sí, tendrás que ser mi cómplice, no quiero andar en boca de la gente’. ‘Cuenta con ello. ¿Por qué no pides una excedencia?, estarías más cómoda durante el proceso’. ‘Ni hablar. Esto es una cuestión de amor propio. Lo único que necesito son cuarenta y ocho horas porque en cuanto los síntomas remiten vuelvo a estar a pleno rendimiento ambos sabemos que no es así–. ¿Has leído lo que publica el Fondo de pensiones de Nueva York?’. ‘Con todo lo que tengo encima no he podido. Cuéntame tú’. ‘Pues que en los próximos cinco años se va a desprender de las acciones de empresas de combustibles fósiles que disparan el calentamiento global’. ‘No me extraña en absoluto, ahora la mayoría moverán ficha para alcanzar los objetivos acordados en la Agenda 2030’. ‘Imagino, no obstante, que mantendrán aquellas que cumplan los acuerdos de transición baja en carbono’. ‘He de hablar con mis padres, hace años invirtieron en algo parecido y he de comprobarlo’. ‘¿Cómo les va?’. ‘Me cuesta responder con exactitud. Se juntan y se separan con tanta facilidad que desconciertan, pero en el fondo no pueden vivir el uno sin el otro’. ‘¿Y no te parece hermoso?’. ‘Pues sí’. La interrupción de un mensaje frunció su ceño acomodándose en la arruga el desasosiego. ‘Compañero, voy para dentro’. ‘¿Paso a recogerte?’. ‘No es necesario, se ha ofrecido una amiga’. Respeto su decisión aunque intuyo que no es verdad. ‘Perfecto. Todo irá bien’. ‘Seguro’.
          ‘Jeff, me ha surgido un compromiso –llamo con el manos libres del coche–, dile a Glenn que te ayude porque no sé a qué hora llegaré’. ‘Vale. ¿Ocurre algo?’. ‘No, es un asunto personal’. ‘De acuerdo’. Sin introducir la dirección en el navegador: 315 Broadway Ave S que me llevaría directo, circulo por las calles ordenando ideas a lo largo del recorrido que va desde la 16 St NE hasta mi destino final. Reconozco que descubrir el despertar de sentimientos y emociones me descoloca bastante. Pero, tal vez, vaya siendo hora de aceptar que por la línea granate perfilada en el horizonte se aproxima la tempestad. Estoy en la zona norte de la ciudad, hay poco tráfico y puedo disfrutar del paisaje. A la izquierda, ocupando una amplia superficie, el luminoso de un Burger King con casi todas las plazas de estacionamiento ocupadas, incita a hacer un alto en el camino. Continuo y, unas cuadras más allá, a través de los grandes ventanales de la famosa escuela de baile a la que Alaia siempre se quiso apuntar, observo a los alumnos que siguen el ritmo deslizándose por la pista encerada de un futuro que se me antoja adverso. ¿Seré yo uno de ellos? Miedo me da siquiera pensarlo. Avanzo despacio. No estoy lejos. Paso por delante de la Universidad de Minnesota y del DoubleTree Hilton, sofisticado hotel donde algunas estrellas de Hollywood se hospedan cuando vienen a Rochester. Un poco más allá del cruce con 3rd St SE, visualizo el local donde va a tener lugar el encuentro. Dentro, la mezcla del olor a madera y paredes de ladrillo visto facilitan el diálogo. Repartidas en mesas separadas, apenas hay dos o tres personas aisladas consultando sus portátiles. Elijo una y me siento de espaldas al escaparate. De las repisas para taburetes han desaparecido los complementos y prensa del día que antes tocábamos sin peligro. ‘Por favor, ¿me trae una cerveza Budweiser bien fría?’, pido al camarero que amablemente me da la bienvenida. ‘Hola –un irreconocible William con sombrero me coge desprevenido–. Veo que vuelves a una de tus marcas preferidas. Gracias por acudir’. ‘Sí, es exquisita. Bueno, es lo que hay que hacer cuando los amigos te piden algo, ¿no?’. Sonríe y le sirven un Bourbon Jack Daniel's.
          Imagino que estés intrigado’. ‘Claro, lo misterioso siempre eleva la adrenalina’. ‘Hace años que mi pareja y yo iniciamos los trámites para la adopción de un niño’. ‘No lo sabía’. ‘Nunca quise hacerlo público’. ‘Lo entiendo’. ‘Aquí, en Estados Unidos, resultaba complicado para una pareja como nosotros con ingresos normales aunque muy ahorradores, una vida sencilla y el hándicap xenófobo, hoy tan en auge, por ser ella birmana. Pero nuestro deseo de ser padres tras varios intentos frustrados incluida la inseminación, nos empujó a barajar otras alternativas posibles a nuestro alcance. Así nos enteramos de que en Sudamérica era más fácil y que cada vez aumentaban los huérfanos en los orfanatos. Entonces se me ocurrió ponerme en contacto con amigos que aún conservo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, aquello cuajó y pusimos en marcha los papeles en Ecuador’. ‘¿Es a eso a lo que has ido ahora?’. ‘No, digamos que estamos en la recta final de una larga travesía. En Portoviejo, en un hogar de acogida, vive la pequeña que se va a convertir en nuestra hija, el protocolo obliga a mantener contactos puntuales para que los tres nos vayamos acostumbrando y que los servicios sociales comprueben nuestro comportamiento con el bebé. Por eso hemos de quedarnos allí algunos días. Necesito que me ayudes’. ‘Dime’. ‘Prepara una colaboración con la Asociación Ecuatoriana de Energías Renovables y Eficacia Energética y envíame’. ‘A ver. No es tan sencillo y tú lo sabes. Hay que presentar algo atractivo para que los jefes den luz verde’. ‘Vale. Entonces, hagámoslo’. ‘Perdona un minuto. Hola, Jeff. ¿Qué ocurre? ¿En serio? No te muevas de ahí que voy enseguida’. ‘¿Malas noticias?’. ‘Todo lo contrario, han autorizado la venta de la planta de energía nuclear “Indian Point”, al norte de Nueva York por miedo a un sabotaje terrorista al estar prácticamente cerrada. Se me ocurre una idea…’.

domingo, 17 de enero de 2021

No puedo respirar

10.

En la vida todos tenemos metas que ponen a prueba nuestra capacidad de superación diaria, así como emotivas circunstancias que miden el grado de solidaridad con los demás y el entorno. Pero, fundamentalmente, lo que marca el rumbo de cada uno es conseguir determinados objetivos. Pues bien, el del río Mississippi es alcanzar el océano Atlántico y, para ello, desde St Louis a la desembocadura se convierte en una potencia imparable. La lancha motora nos lleva a otro embarcación más grande donde encontramos a gente de Greenpeace cuya misión es igual a la nuestra: comprobar las condiciones en las que se encuentra la zona muerta. ‘¿Sabías que las tortugas caimán buscan aquí un lugar tranquilo donde refugiarse –dice Glenn Clemmons– hasta que amaina la crecida? Suelen pesar unas 177 libras y su caparazón es semejante a una roca de tal forma que cuando se quedan quietas parecen una más del fondo. En la punta de la lengua tienen un apéndice en forma de gusano que utilizan como reclamo para llamar la atención de sus futuras presas. Permanecen con la boca abierta y si algún sabroso ejemplar se acerca lo suficiente cierran el hocico a gran velocidad atrapándolo’. ‘Ni idea –respondo, mientras fumamos un cigarrillo apartados de los demás–. ¿Son carnívoras?’. ‘Sí. En cautividad pueden consumir pollo, roedores, cerdo…’. ‘Joder, pues habrá que tener mucho cuidado. Oye, ¿bajamos primero nosotros y después el resto?’. ‘De acuerdo’.
          La sensación de agobio no es sólo por ir enfundado en el traje de buceo, lo es también por la cantidad de residuos de todo tipo que habremos de sortear para no enredarnos en cualquier trampa de difícil salida. Antes de bajar, Nelson se asegura de que llevemos las botellas de aire comprimido bien colocadas. ‘Escuchadme –Georgia suena solemne– al menor peligro, subid. ¿Queda claro? Nada de hacerse los héroes de la testosterona, ¿entendido?’. ‘¡A su orden –imitamos el acento venezolano–, señora!’. Glenn, experto buceador, mueve su cuerpo con destreza apartando el laberinto de algas y la alfombra de peces muertos que van a la deriva. Aunque llevamos un equipo muy sofisticado con sistema electrónico para conectar con la superficie, he tenido que aprender lo más básico del lenguaje de signos. Un total de nueve personas, tres de ellas a la cabeza, nos movemos por el agua turbia temerosos también de chocar con el sensor que los científicos han sumergido para medir los niveles de oxígeno en el Golfo de México. Nunca tienes una idea aproximada de la magnitud de algo hasta que no estás delante y eres consciente de lo mal que están las cosas y el daño que se le hace a los ecosistemas. La dificultad de llorar dentro del visor de goma impide que lo haga, ya que ser testigo del siniestro espectáculo observando las cantidades de crustáceos aniquilados por culpa del microplástico invadiendo su hábitat y que se aloja en sus estómagos, es lamentable, vergonzoso y una prueba tangible de nuestra mala actuación. Uno de los investigadores consulta a menudo su computadora para no superar los límites de seguridad. Eso, quieras que no, en un novato como yo, acojona. Anoto la frase “el festín de basura está servido” que un miembro de la ONG lleva escrito en su pizarra acuática. No sé por qué, en tales circunstancias y con alarmantes pinchazos en el pecho, me viene a la memoria el primo Andoni y su estrecha relación con la naturaleza. Así como mis raíces en Herboso, el poder de mi madre arrastrándonos a todos a USA y el alto precio pagado por Alaia al seguirme. Es como si de repente todas las emociones emergieran desde algún recoveco de la memoria que lucho por mantener en barbecho. En mi afán de ubicar el horizonte abro tanto los ojos que me escuece el lagrimal. Sobresaltado, al rozarme algo por la izquierda, imito la flexibilidad de los reptiles y rápidamente me aparto, pero veo a Glenn haciendo señales: primero con el puño cerrado y levantado a la altura de la cabeza, lo que quiere decir que nos quedan sólo cincuenta bares de presión. Y segundo con el pulgar hacia arriba que descifrado en lenguaje verbal significa que debemos ascender. Sin perder de vista a mi compañero controlo el aire que indica el manómetro repitiéndome una y mil veces que no puedo dejar de respirar. También observo que las burbujas que genero al exhalar siempre vayan por encima de mí y yo a menor velocidad que ellas. Tras algunos minutos interminables en los que pensé acabar arrollado por un buque de lujo, salimos a la superficie, nos colocamos frente a la embarcación y sacamos el brazo tocando nuestras cabezas para confirmar que todo ha ido bien. En el segundo grupo baja William encargado de realizar el reportaje fotográfico que aportaremos a nuestro informe.
          Ya, en cubierta, y liberado del traje, me dicen que Georgia está acostada en un camarote porque ha sufrido una extraña crisis. Es decir: vómito, mareo, escalofríos y malestar general relacionado todo con la quimioterapia. ‘Oiga, en esas condiciones la mujer no puede seguir navegando –grita el capitán por encima de un ruido ensordecedor que no sé de dónde procede–. Así que, he avisado a la Guardia Costera para que sea trasladada a tierra’. ‘Gracias, y le pido perdón por las molestias que le hayamos podido ocasionar’. Tres horas después, y todavía muy preocupado por la fragilidad de mi amiga, una patrulla de la oficina del sheriff de Nueva Orleans nos deja en The Andrew Jackson Hotel. ‘¿Necesitas algo? –susurro casi al oído–. ¿Vamos a un hospital?’. ‘No, en cuanto duerma se pasará. No te asustes’. No lo estoy, aunque sí siento impotencia. ‘Voy a coger unas cosas de mi habitación y vengo enseguida’. ‘No hace falta, de verdad’. ‘Da igual lo que digas, dormiré en el sofá’. Así lo hago. Cuando entro, sigiloso para no despertarla, observo que su respiración es profunda. La luz atenuada de la pantalla del portátil ilumina el rincón del suelo donde me pongo con las piernas cruzadas. Conecto al servidor y rápidamente saltan varios e-mails de Jeff con asuntos pendientes de aprobación y otros por resolver que no son competencia mía. El abrir y cerrar de puertas, las pisadas amortiguadas en la alfombra, el frenazo en seco del ascensor y el maldito generador que no deja de funcionar en ningún momento, son piezas fundamentales para mantenerme despierto, pero la tensión vivida puede más y me impide mantener los párpados abiertos. ‘Markel, Markel –escucho entre sueños–, Joe Biden ha ganado las elecciones’. ‘¿Qué te pasa? ¿Dónde estamos?’. ‘Eh, compañero, vuelve. He pedido que nos traigan el desayuno’. El olor a café y huevos revueltos con beicon hicieron que rugiera mi estómago hambriento. ‘¿Es oficial?’. ‘Bueno, digamos que sí. Suma dos más, los estados de Pensilvania y Nevada, con lo cual la victoria es histórica. El pueblo americano ha desatascado sus tuberías’. ‘Menudo susto nos diste ayer. ¿Cómo te sientes?’. ‘Rebosante de vida. ¿Éstos saben que hemos dormido juntos?’. ‘No lo sé, y me importa un bledo. Pero no, si lo que te preocupa saber es si hemos compartido cama, no lo hemos hecho’. ‘¡Qué tonto!’. El viaje de regreso lo realizamos tras sortear distintos obstáculos a consecuencia de las restricciones de movilidad que sufre el país.
          En la oficina vamos a todo gas procesando el material que hemos traído. La presencia de los jefes eufóricos y esperanzados para que el traspaso de poderes entre la administración republicana y demócrata sea lo más rápido posible y Estados Unidos vuelva a incorporarse al tratado de Paris, es el preámbulo de que The Climate Reality Proyect tiene mucho que aportar con su experiencia y por consiguiente nuestra actividad será mayor. Sin embargo, su visita se debe a otro motivo. ‘Atxaga –no se acostumbran a mi nombre–, cuando acabes con eso ven fuera que queremos comentarte algo’. ‘Enseguida’. Apoyados en el capó del automóvil y tras un intercambiar palabras de cortesía sueltan de golpe: ‘Nos ha llegado el rumor de que Georgia Hardin no está a pleno rendimiento y, la verdad, ahora necesitamos disponibilidad las 24 horas del día’. ‘No sé nada. Hablad con ella’. ‘Hombre, tú eres el interlocutor entre la dirección y el personal’. No, soy uno más. Además, no sé qué os habrán contado, pero antes de echar mierda sobre alguien hay que contrastar e informarse’. ‘Pues a eso hemos venido. No creas que lo hacemos para tomar represalia, sólo que nos gustaría saber a qué atenernos’. ‘¿Y no os interesaría más conocer detalles de la zona visitada en lugar de dar crédito a chismorreos?’. ‘Claro, pero eso ya lo detallaréis por escrito’. Esbozo una sonrisa irónica y doy media vuelta. No obstante, su comentario me deja pensativo puesto que, en alguna ocasión, varias personas del equipo arremetieron contra Nelson acusándole de sacar ciertos beneficios que el resto no teníamos y llamándole espía del patrón. En cualquiera de los casos lo pienso averiguar.
          ¿Habéis visto a William? –pregunta Jeff–. No le encuentro por ningún sitio y es extraño porque la moto está aquí’. ‘Habrá ido a tomar algo’. ‘Qué va, seguro que se le han pegado las sábanas –apunta otra compañera–. Ayer cuando me fui aún estaba’. ‘Es muy raro, no ha entregado la tarjeta de memoria con las fotos que hizo bajo el agua y sin eso no puedo documentar vuestros datos’. ‘¿Le has llamado al móvil? –me parece lo más recurrente–. Igual ha salido’. ‘Sí, y está apagado’. ‘Inténtalo al teléfono de su casa’. ‘No lo tengo’. ‘Pero yo te lo doy’. ‘Nada, tampoco contesta’. ‘Chicos, ¿de verdad que ninguno de vosotros sabe dónde puede estar?’. ‘¡Ay!, Markel, lo siento –dice la persona encargada del mantenimiento–, me había olvidado. Anoche mientras estuve cambiando unos cables vino a recogerle un taxi y me dijo que en el cajón de su mesa dejaba el material con una nota para ti’. ‘Gracias’. Apenas dos líneas: viajo a Portoviejo por asunto familiar, cuando regrese te explico. ‘Qué cabeza la mía’. ‘No te apures, tranquilo, nos puede pasar a cualquiera. Venga, todo el mundo a trabajar’. ‘¿Qué pone? –me increpa Nelson–. Tenemos derecho a saberlo’. ‘Nada preocupante, cosas nuestras’. El día ha resultado agotador, ni siquiera ha habido tregua para el almuerzo, así que, impaciente por quitarme los zapatos, cenar ligero y dormir, pongo punto final a la jornada. A estas horas hay muy poca gente en las calles de Rochester, apenas algunos vagabundos apostados en la clandestinidad de los callejones oscuros se sobresaltan con los faros del coche. Todo está tal y cómo lo dejé: la caja de los cereales destapada, la botella de leche semiabierta en la nevera, un trozo de pastel reseco y el cesto de la ropa sucia hasta el borde. Antes de poner orden en la cocina y programar el despertador para las 5.30 a.m. hora en la que me gusta salir a correr, suena el timbre de la puerta…

domingo, 3 de enero de 2021

No puedo respirar

9.

Si me paro a analizarlo tal vez Jeff Blocker sea el más disciplinado de todos nosotros y quien siempre tuvo bastante claro a qué quería dedicarse en la vida. Nacido cinco años antes de finalizar la Guerra de Vietnam, creció en un ambiente libre y distendido, en el seno de una familia que entendía el concepto universal de patria: como el conjunto de principios donde todos los seres humanos son iguales. Desde pequeño devoraba cuanto caía en sus manos sobre nuevas tecnologías, redes de comunicación y dos palabras que a menudo oía decir a los suyos: infraestructuras sostenibles. Junto a sus padres, comprometidos en lo social, asistió a importantes marchas por la paz y por los derechos civiles. El 6 de julio de 1973, siendo casi un bebé, presenció la reacción de cuatro monjas arrodilladas frente a la Casa Blanca orando contra la invasión de las tropas americanas en el país del sudeste asiático, acontecimiento que marcó la lucha pacifista. La primera etapa de la infancia la pasó viajando de un estado a otro, sin ataduras, en libertad y haciendo hogar allí donde encontraban un espacio agradable. Sin embargo, al comenzar la escuela media y viendo sus capacidades para el estudio establecieron la residencia en Los Ángeles, continuando la preparación académica en la Universidad de California donde se licenció en Ingeniería Informática culminando con un master para enriquecer su currículum. Los movimientos estudiantiles le mantuvieron pegado a todo aquello que consideraba justo, nombrándole portavoz en los comités de huelga. Su etapa profesional fue muy exitosa hasta que, en 2016, en Santa Mónica, en un simposio sobre desarrolladores de software, coincidió con una compañera nuestra The Climate Reality Proyect. En uno de los recesos ella le abordó y dijo admirarle por las declaraciones hechas a la prensa en contra de la venta libre de armas a consecuencia del atentado ocurrido ese mismo junio en la discoteca Pulse, un pub gay de Orlando, donde murieron muchos jóvenes y otros tantos resultaron heridos. Terminado el evento fueron juntos al entierro de Tom Hayden, ex marido de Jane Fonda y gran activista que posteriormente ganó elecciones a la Asamblea y el Senado estatales desde donde luchó por la educación y los derechos civiles para todos. Así fue cómo comenzó el vínculo con nosotros. Ahora, una vez apartado de su antiguo trabajo se ocupa de darnos cobertura online y facilitarnos documentación cuando estamos lejos.
          Tengo la sensación de haber dormido varios siglos seguidos debido a la pesadez de los párpados y los continuos calambres que siento en las pantorrillas como si fueran descargas eléctricas. El tono insistente de la videollamada interrumpe el silencio de la habitación. Me tiro de la cama, espabilo el sueño plomizo y arrugo los ojos para ubicar el presente. ‘Markel, tío. Llevo llamando más de una hora –dice Jeff, exaltado–. ¿Dónde te metes?’. ‘Atrapado entre mis fantasmas’. ‘Anda, déjate de gilipolleces y presta atención. Abre el e-mail que acabo de enviarte’. ‘Espera un momento que enciendo el portátil –sueno gangoso–, a ver si hoy va mejor la conexión porque ayer fue desastrosa’. ‘Mira, además de la zona muerta del golfo de México, adonde vais, he visto también estas otras: Bahía de Bengala, en el océano Índico. En el Mar Báltico hay una cuya extensión es igual a toda Irlanda, y también esa isla de basura que crece incontrolada entre Hawái y California’. ‘Estupendo. Ahora dame tu opinión’. ‘No es fácil. Yo diría que nos enfrentamos a una plaga oceánica de incalculable alcance. Fíjate, buscando datos en la herramienta Reality Drop encontré que la gente habla de la acumulación de algas que se observa en el Mar Arábigo, lo cual no sólo mata a las especies marinas, es que se expande hacia aguas dulces agravando todavía más la situación’. ‘¿Entonces?’. ‘Hombre, está claro, hay que llegar a la raíz del asunto y vislumbrar soluciones. Es decir: ¿Quién causa el aumento de la tasa de hipoxia en los mares? Las industrias que vierten sus sobrantes químicos. ¿Por qué hay tanto excedente de plásticos y otros materiales de un solo uso? Por el negocio multimillonario que gira alrededor y del que nadie quiere desprenderse. ¿Es rentable seguir comercializando contaminantes agrícolas? Sí, porque a mayor producción para entrar en el mercado de la exportación más cantidad de fertilizantes y pesticidas se utilizan. Con lo cual, los proveedores de dichos productos hacen caja. Pero son sólo algunos ejemplos, y en cualquiera de los casos con matices’. ‘Fantástico, pero explícate de manera sencilla para yo entenderlo’. ‘Estás espeso, ¡eh! Hay modelos que nos indican que algo tan simple como un cambio de costumbres minimizaría los problemas medioambientales. Háblalo con Glenn Clemmons, él es el experto’. ‘Gracias, compañero. Por cierto: ¿llamaste al oncólogo de Georgia?’. ‘’. ‘¿Y?’. ‘Pues nada, que ha sido una locura viajar con la quimioterapia recién puesta, aunque conociéndola no le extrañaba en absoluto’. ‘¡Qué jodía, algo así me olía. Cuídate, y no abandones el barco’. ‘No pienso hacerlo. Oye, Deanna Leone ha preguntado por ti’. ‘Gracias, ya la llamaré. Si vuelve, díselo’. ‘Descuida. Y tu madre ha pasado por aquí un par de veces. Dice que tiene que darte una noticia muy importante. Y que vengas inmediatamente de donde quiera que estés. ¿Qué hago?’. ‘Bah, ni caso’. ‘Vale. Hasta pronto, pues’. ‘Adiós’.
          Las escaleras de madera alfombradas llegan hasta la pequeña recepción The Andrew Jackson Hotel donde los dos últimos peldaños crujen avisando al distraído recepcionista de que alguien baja. Llevo el pelo aún mojado, el iPad sin wifi y un ejemplar de la prensa local abierto por la página donde pone que Estados Unidos es uno de los países que reúne el mayor número de negacionistas climáticos. Mis compañeros, aislados cada uno con sus dispositivos digitales, van ya por la segunda taza de café. El día está soleado y es agradable tomar el desayuno en el patio interior. ‘¿Y Georgia? –pregunto, disimulando la preocupación–. ¿Aún no se ha levantado?’. ‘Salió a correr temprano –responden los tres casi a la vez–, dijo sentirse eufórica’. Nueva Orleans se ha reconstruido sobre las cenizas del Katrina pese a las heridas que continúan abiertas. Las bocanadas de jazz callejero ponen color a las calles de espíritu sureño. ‘Chicos, ha sido maravilloso –dice, emocionada, empapada en sudor y luciendo el chándal que nos regalaron en un mitin de Obama con su foto en la espalda, mientras acerca a la mesa de hierro forjado un plato con crepes rellenas de Nutella y rodajas de pera caramelizada con guarnición de fresas y uvas negras, más un té rojo–. He subido en St. Streetcar’. ‘¿Eso qué es? –pregunta Nelson–: ¿Una iglesia, un museo o algún monumento desconocido?’. ‘Pero cómo puedes ser tan bruto –salta William, irónico–, es el tranvía estadounidense más antiguo que todavía funciona’. ‘Tenéis que ver la mansión privada con arquitectura del siglo XIX que acoge la Milton H. Latter Memorial Public Library –continúa ella–, y los vecindarios que abarca tanto del Barrio Francés como del Carrollton. Son espectaculares. Markel, hijo, ¿te encuentras bien? Estás pálido’. Prefiero no contestar y evito así entrar en discusión, sin embargo, digo: ‘Será mejor que nos preparemos, tenemos que ponernos en marcha. He alquilado un carro. Es amplio, iremos cómodos. Y trajes de buceo con todo su equipo, los vamos a necesitar para inspeccionar el terreno’. ‘Perfecto. No se hable más. Voy a ducharme. Seguid tocando vuestras cositas’. Sale disparada guiñándonos un ojo y provocando en nosotros una fuerte carcajada.
          Sin perder de vista los coches que se cuelan por cualquier hueco de Convention Center Blvd, Glenn conduce despacio. A consecuencia de las obras de asfaltado y mejoras en algunos edificios emblemáticos, el tráfico es infernal. Así que, sin saber muy bien si acierta o no, se mete por S Peters St en el cruce con St Joseph St, donde en una de sus fachadas destaca un grafiti a tamaño natural de Louis Armstrong. Ralentizados, hasta poner los nervios de punta, conseguimos salir a otra de las avenidas principales. ‘¿Eso de ahí es donde hacen las carrozas para el carnaval? –dice Georgia señalando hacia Mardi Gras World–. Creo que hay un mirador precioso donde el almuerzo es mucho más ameno. ¿Por qué no lo vemos?’. ‘¿Hemos venido a hacer turismo o por trabajo? –respondo molesto–. Mirad, no sé vosotros, pero yo me quiero ir cuanto antes’. En los veinte minutos escasos que dura el trayecto por mi cabeza pasan miles de cosas. Sentado en el asiento del copiloto y temeroso de que la lengua de agua se altere y pueda tragarnos, a ratos vuelvo el rostro hacia el cristal de la ventanilla para evadirme, cuando no refugio los huesos y la incertidumbre entre gráficos y mapas que Jeff preparó antes de venirnos y en los que ha acentuado la oceanografía química, física y biológica para tener una idea aproximada del grado de contaminación al que nos enfrentamos. Tomo notas, y a la vez imagino a Alaia feliz con sus padres haciendo el mismo recorrido que yo. Entonces, no puedo evitar que ciertas imágenes regresen del fondo de mi memoria. ‘¿Estás bien, Markel?’, pregunta uno de ellos mientras nos adentramos en la zona industrial a lo largo de la desembocadura del río Mississippi, donde destaca la fábrica de azúcar Domino, flanqueada por dos torres largas de chimenea y todo lo que conlleva el complejo empresarial del muelle.
          Oye, ¿seguro que hemos quedado aquí? –digo, saliendo del auto– ¿No te habrás confundido con tanto zigzaguear?’. ‘Que sí, coño. Mira la ubicación que nos enviaron’. Una posible descoordinación entre la organización y nosotros nos ha dejado en tierra por algunas horas. El olor a podrido se hace insoportable. Glenn saca de su mochila unos botes esterilizados que después sella con un cierre especial, y en los que toma muestras del líquido viscoso del que retira con pinzas restos de basura: minúsculos pedazos de lo que aparentemente pudieron ser gomas de caucho, preservativos, tornillos oxidados… ‘Nelson, por favor, llama y pregunta por qué no hay nadie esperándonos’. ‘Eso, hazlo –salta Williams–. Por saber si aguardamos o nos volvemos’. La noche se nos ha echado encima disminuyendo la actividad con apenas cinco o seis operarios faenando en los astilleros. Mis compañeros, aburridos, dormitan dentro del coche a la vez que se apodera de mí una sensación extraña a la que no quiero darle demasiada credibilidad no sea que presagie alguna desgracia venidera. A lo lejos, ajenos a todo, enarbolando la bandera que ondea a ritmo de blues y country, cientos de personas bailan bajo el paraguas brillante de las luces nocturnas que luchan día a día por sobrevivir. Camino despacio, me apoyo en la barandilla y dejo que Georgia se coloque a mi lado. ‘¿Todo en orden, compañero?’. ‘No’. ‘Dale unas caladas. Sí, no me mires así, es hachís, prescripción médica. Dice mi oncólogo que fumándolo con moderación es terapéutico’. ‘¡Venga ya!’. ‘Te lo juro’. ¿Y tú crees que me quitará la presión que tengo aquí en el pecho a punto de estallar?’. ‘No me cabe la menor duda’. ‘El Katrina ha destrozado mi sistema inmunológico emocional y no sé cómo resetearlo’. ‘Bueno, muy fácil: Dejándote querer’. El ruido de la lancha motor que se acerca nos pone sobre aviso y despierta a los demás.