domingo, 27 de junio de 2021

No puedo respirar

22.

Cuando se cumple un año del asesinato de George Floyd, Estados Unidos todavía no ha dado luz verde a la ley para erradicar la brutalidad policial contra las minorías raciales. Así que, mientras eso no ocurra, la vida de los negros corre peligro. ‘Markel, tío, ¿cuándo vienes? Al final llegamos tarde’. ‘¡Voy, impaciente! Me visto y te recojo’. Aprovechando que Glenn y yo vamos a St. Cloud a la reunión anual que tenemos con ambientalistas y en la que, seguramente, abordaremos el negocio de los combustibles fósiles, hacemos un alto en Minneapolis. 87 millas separan una ciudad de otra por la US-52 N, trayecto que nosotros realizamos conversando distendido. ‘En cuánto pueda quiero viajar a Canadá para visitar a mi familia en la Isla de Baffil –suelta melancólico–, les echo mucho de menos’. ‘¿Allí quién queda?’. ‘Mi madre y mis hermanos’. ‘¿Y tu padre sigue en Australia?’. ‘Sí, emigró con la promesa de hacer dinero y regresar, pero nunca cumplió su palabra. Eso ocurrió cuando yo me encontraba en los Andes, al oeste de la República Argentina’. ‘¿El informe que publicaste de Aconcagua sin nieve en las cumbres sería posterior? Lo busqué en la web al poco de conocerte’. ‘No recuerdo si fue después de mi estancia, pero todo se relaciona. Ten en cuenta que el deshielo que sufre la zona alcanza también a Chile. Estos fenómenos atmosféricos están cambiando el curso de los ríos. La retracción de glaciares es muy alarmante, cuanto menos llueva y nieve más aumentará la temperatura del planeta, lo cual conlleva una afectación en los procesos productivos’. ‘Meses atrás es lo que motivó a miles de vecinos de la provincia a manifestarse en contra de proyectos de megaminería’. ‘Exacto’. ‘¿Volverás a España? –cambia de tema–. Siempre lo has deseado’. ‘Probablemente en un futuro lo haga, pero ahora es difícil. Además, mira cómo están mis compañeros de viaje: Georgia pendiente de la custodia de la niña, y William, figúrate’. ‘Puedes ir solo’. ‘Lo sé’. ‘Allí tienes gente, ¿no?’. ‘¿Recuerdas al primo Andoni?’. ‘Claro. Estuviste meses hablando maravillas de la posada rural que montó’. ‘Sí, en Herboso, donde vivió la abuela. A ti te gustaría, todo el entorno es espectacular’. ‘Seguro. ¿Cómo le va el negocio?’. ‘Nos perdimos la pista. Quedaron cabos sueltos de la herencia familiar y, a pesar de explicarle que mi padre estaba al margen de ese asunto no quiso mantener contacto’. ‘Qué desagradable, ¿verdad?’. ‘Mucho. Hace poco supe por otro conocido, a través de e-mail, que abandonó la aldea antes de declararse la pandemia. Por lo visto se enroló en un barco rumbo a los países nórdicos, pero no se sabe si arribó en alguno de ellos’. ‘¿Te gustaría regresar a tus orígenes por un largo período?’. ‘Lo que soy lo he construido aquí, donde crecen los sueños y ven la luz los proyectos, aquí ejercito la actividad, la participación, el aprendizaje. Aquí me he desarrollado interiormente como persona y he militado en la lucha por dejar un mundo más habitable, respetando la diversidad de las especies, más justo con el clima, reconciliado con la naturaleza y exento de tantas tonterías materiales innecesarias que nos tienen embobados. No tengo desarrollado un sentimiento de nostalgia como sí veo en ti, quizá porque volver a Bilbao es abrir la herida de las ausencias’. ‘¿Es por Alaia?’. ‘Lo digo en general, aunque fundamentalmente sí, por ella’. ‘Eso me sorprende ya que ha sido en Rochester donde habéis convivido’. ‘Pero no es igual, yo la arranqué de allí’. ‘Tranquilo, amigo, ha pasado bastante tiempo desde su muerte y creo que te exiges demasiado’. ‘Puede, sin embargo, es tan intenso su vacío que todo a mi alrededor aparece como solar donde jamás podré volver a construir nada’. ‘Estoy convencido de que algún día conseguirás salir a flote, de hecho lo estás haciendo, y no lo digo en el sentido de que rehagas tu vida sentimental. Cuando empecé a colaborar con vosotros pensé que Georgia y tú erais pareja’. ‘Qué va, pobrecita, cargar con este cascarrabias. Nunca se me pasó por la cabeza –mantengo en secreto que ella lo intentó–. La quiero muchísimo, igual que al resto’. ‘Me gusta cómo has definido los lugares, supongo que somos la suma abigarrada de la patria que llevamos por dentro convertida en remanso de paz’. ‘¿Qué planes tienes?’. ‘Encontrar la armonía entre el cuerpo y el espíritu’. ‘Uy, te veo muy religioso, eh’. ‘Anda, no digas tonterías’. La limpia sonrisa de Glenn Clemmons, sin arrugas ni dobleces, y la transparencia de su mirada, son señales inequívocas de alguien que tras haber realizado una dura travesía, necesita parar y tomar aliento.
          Nos abrimos paso entre el tráfico desacelerando el ritmo traído en carretera para colocarnos debajo de una masa de nubes redondeadas que pronostican tormenta. ‘Estamos llegando’. ‘Estaciona el carro donde puedas –sugiere mi acompañante– y vayamos a pie’. ‘Sí, será mejor’. Atravesando cortinas de niebla que no disimulan nuestro porte de forasteros, recorremos algunas cuadras desiertas donde negocios con los cierres echados visibilizan la ruina por la falta de actividad. A ambos lados de la calle 38, escondidos al otro lado de las viviendas particulares, somos observados por niños que hoy no han ido a la escuela ante el temor de que puedan formarse altercados. ‘Mira, Cup Foods’. ‘–respondo–, la tienda donde empezó la pesadilla mortal’. A cierta distancia de la puerta de cristal, enmarcada en hierro, se levanta un altar improvisado de flores, velas y gente, en su mayoría de color, bordeando el lugar donde el expolicía Derek Chauvin hincó su rodilla en el cuello del afroamericano. De repente, y a la señal del reverendo que preside la ceremonia, una mujer, con túnica en tonos violeta, entona las primeras notas de la pieza góspel Don’t let the devil ride, a la que se unen más voces con el fervor que sólo ellos saben contagiar. Por los laterales de donde estamos, caravanas de autos tocan sus cláxones al grito de I can’t breathe. Mientras asistimos a este acontecimiento, en Washington D. C., Joe Biden recibe a la familia Floyd y a miembros de su equipo legal quienes le sacaron al presidente, que estuvo acompañado en todo momento de Kamala Harris, el compromiso de desbloquear la ansiada reforma policial ante la falta de consenso entre demócratas y republicanos. A su vez, el movimiento Black Lives Matter ha convocado manifestaciones en diferentes Estados. ‘Cuidado, Markel, apártate’. La aparición de incontables agitadores de extrema derecha viniendo hacia nosotros, armados con bates de beisbol, pistolas y rifles de asalto, cuyo orgullo patriótico no tolera que se recuerde públicamente a un hombre negro y la pasividad de las fuerzas del orden al no impedir el enfrentamiento de estos con un grupo de estudiantes, hizo que nos dispersáramos.
          Al llegar a St. Cloud lo primero que hacemos es buscar Bravo burrito, donde ofrecen comida mexicana de calidad, según nos ha recomendado Jeff, y que solo de pensar en las Fajitas, esas tortillas de maíz dobladas en cilindro y rellenas con carne y vegetales salteados, se me hace la boca agua. Aunque la distancia entre comensales tranquiliza optamos por sentarnos lo más alejados posible. ‘¿Sabes por qué en estos restaurantes es importante pedir Chiles en nogada?’. ‘Ni idea –digo–, pero seguro que me lo cuentas’. ‘Porque su presentación simboliza el verde, blanco y rojo de la bandera de México, y eligiéndolo elogias su ego’. ‘¿Qué lleva?’. ‘Picadillo de res y frutos mixtos, cubierto de crema de nuez adornada con pepitas de granada y ramas de perejil’. ‘Coño, es verdad, los tres colores’. ‘¿A qué hora es la reunión?’. ‘Empieza temprano, sobre las 8:00 a.m.’. ‘Entonces, tomemos unas cervezas’. ‘¿Sabes lo que más me gusta de aquí? –comento–, pues que aún conserva lo mejor de los pueblos indígenas que ocuparon este territorio durante años’. ‘Cierto, la huella de los Ottawa, por ejemplo’. ‘Y algunos más que ahora no recuerdo’. ‘Piensa que fue estación de paso para colonos y comerciantes –dice mi compañero con la pasión esa que le pone a las cosas que le interesan–, cuyos trenes a veces eran simples carros tirados por bueyes’. ‘Los grupos étnicos que acampaban traían pieles para cambiar por suministros que llevaban a los asentamientos –dejo pasar un instante de silencio y prosigo–: ves, yo también tengo cultura local’. Reímos a carcajadas, pero el efecto que la cerveza ejerce ya en nosotros da paso quizá a un dialogo algo más desinhibido. ‘¿Cómo crees que afrontará el Gobierno el problema que existe con la migración?’. ‘La vicepresidenta tiene pendiente un viaje por suelo latinoamericano que espero sea positivo’. ‘Uy, la oposición se echará encima argumentando que el verdadero problema está en la frontera sur’. ‘Pues tendrán que buscar la manera para contener llegadas masivas de gente desde Guatemala, Honduras, El Salvador…’. ‘Lo sé, Markel. Eso se consigue mejorando las condiciones de vida en sus lugares de origen con inversiones por parte de los países más ricos’. ‘Sin olvidar que hay que ofrecer soluciones capaces de combatir el narcotráfico’. ‘Oye –corta por lo sano–, ¿has leído declaraciones de John Kerry reconociendo que Chile es líder en tecnologías innovadoras?’. ‘Me han llegado rumores de que según dice a los medios considera que la transición a energías limpias es la mayor transformación del mercado desde la Revolución Industrial’. ‘Combustibles sintéticos para barcos y aviones, vehículos eléctricos de tecnología avanzada y todo lo que conlleva conseguir emisiones cero en la atmósfera es un reto emergente para todo mandatario con sentido común’. ‘Ojalá sea así, Glenn. En todo caso el papel fundamental han de protagonizarlo los jóvenes y sus expectativas de progreso como nuevos pobladores de un futuro que puede ser o no saludable y con acceso directo a las herramientas necesarias para unir fuerzas contra la amenaza, ya real, de las consecuencias del cambio climático, capaz de barrer cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Me consta que la Administración Biden impulsa medidas políticas más allá del Acuerdo de París’. ‘¿Has oído hablar del Cuerpo Civil para el Clima? –dice, haciendo memoria–. Es una buena idea’. ‘¿Está inspirado en algo similar creado por el presidente Franklin D. Roosevelt?’. ‘Sí. Es un programa de empleo del gobierno, exactamente del Departamento del Interior y Agricultura donde una flamante generación de estadounidenses trabajara para combatir la crisis climática, preservando y restaurando, tierras y aguas públicas, así como resguardar la biodiversidad y cuánto conlleva la conservación del Planeta’. ‘Uf, se ha hecho muy tarde –comento, consultando el reloj– y mañana debemos estar despejados’.
          La reunión anual con ambientalistas de todo el país alcanza las expectativas planteadas, para que cada interviniente expongamos las propuestas que traemos con el firme propósito de mejorar la calidad de la naturaleza y sus múltiples formas de vida. El encuentro tiene lugar en River’s Edge Convention Center, un edificio de diseño moderno, casi a los pies del río Mississippi y vistas espectaculares a St. Cloud. Las preocupaciones que nos mueven suelen ser parecidas, sin embargo, hay soluciones que precisan de un ajuste por las características de cada condado. El siguiente punto, tras haber intervenido todos, con tramos abiertos al diálogo, es un almuerzo ajustado a las dietas sostenibles. Nosotros hemos tenido la suerte de compartir mesa con descendientes de Amelia Boynton, quien en marzo de 1965, en el llamado “domingo sangriento”, encabezó la marcha por los derechos civiles y la represión que sufrían los negros del sur. El recorrido era desde Selma a Montgomery, pero en el puente Edmund Pettusa, la brutal carga policial dejó malheridos a muchos de los manifestantes pacifistas. ‘Estaréis muy orgullosos de ella ¿verdad? –dice Glenn–. Su aportación en la campaña del sufragio femenino fue fundamental’. ‘El parentesco que nos une es lejano, pero hemos tenido la gran suerte de conocerla, murió en 2015 a los 104 años. Era impresionante en todos los sentidos’. Alargamos la tertulia hasta que tuvimos que abandonar el recinto, fuimos los últimos en salir.
          Afortunadamente el cáncer de pulmón que padece Georgia ha reducido tanto con quimioterapia, que se plantean realizar cirugía. Esta gran noticia, de esperanzador pronóstico, la encuentro en mi buzón de voz. ‘Hola. Ya hemos vuelto’. ‘¿Estuvo bien?’. ‘Sí. Bueno, ya sabes. Pesado al principio, pero ameno una vez que pasamos de la teoría a la práctica’. ‘A la próxima os lleváis a Steven. ¡Qué buen fichaje! Los jefes están encantados con él’. ‘Mejor vamos todos. ¿Cuándo te operan, Georgia?’. ‘La próxima semana’. ‘¿De la abogada hay noticias?’. ‘No, pero por e-mail le he puesto al corriente de mi nueva situación, no sea que me coincidan ambas cosas a la vez’. ‘Seguro que serán pocos días de hospital’. ‘Esperemos…’. Cuelgo el teléfono con un sabor agridulce que me hace salir al porche y mirar el horizonte donde al infinito apenas le queda un tímido resplandor del día que acaba.

domingo, 20 de junio de 2021

No puedo respirar

21. 

¿Estás preparada, Georgia?’. ‘’. ‘Entonces, vamos allá’. ‘¿Glenn viene con nosotros?’. ‘Qué va, anda liado con la conferencia para la Universidad de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gasoductos. Ya sabes que cuando está preparando algo se entrega por entero’. ‘Entonces, arranca el carro’. ‘El tío es oportuno, ahora que la Casa Blanca está alerta por el ciberataque a Colonial Pipeline, va él y monta una charla con estudiantes sobre lo poco que invierten las empresas encargadas del mantenimiento por la mejora en estas construcciones’. ‘Ya’.  A la salida de Rochester a ella se le llenan los ojos de lágrimas al pasar por delante de Toys R Us pensando en su pequeña, por la que hoy emprende un camino doloroso y de final incierto. Tan sólo media docena de automóviles circulan a gran velocidad por la US-52 bajo un cielo azul, intenso, desafiante… Los campos de maíz, en su esplendor verde amarillento, levantan el telón del escenario donde se va a desarrollar la primavera, cuyo pronóstico augura que será más calurosa a la anterior por el aumento de temperaturas que sufre el planeta. A nuestra derecha, poco antes del cambio de sentido para la salida a Oronoco, dan ganas de hacer un alto y degustar una sabrosa hamburguesa casera de salchichas de arce de manzana, queso fundido y huevo por encima, regada con la tradicional cerveza de la zona, pero el delicado asunto que nos lleva a la capital de Saint Paul hace que no nos desviemos de la ruta. Manojos de viviendas particulares separadas entre sí por varias millas, aportan vida a la monótona recta que enlaza una ciudad con otra. La sequedad de Zumbro River,  afluente del río Mississippi, apenas una charca a pie de autopista da una idea de los estragos que sufre la naturaleza. El silencio viaja entre nosotros como un pasajero más, roto de vez en cuando por la música country que tanto nos gusta a los dos. ‘A partir de aquí encontraremos camiones de gran tonelaje –digo, y callo al no atraer su atención–, van hasta Dakota del Sur’. Conforme avanzamos el cielo se torna más nublado, transformándose en el misterioso paisaje de la noche que brota porque sí en mitad del día. Los postes de luz, con sus tentáculos de cables amenazando con caer y electrocutarnos, son una maraña abandonada de feas infraestructuras sin renovar. A consecuencia del embudo que se forma cuando hay un control policial, la entrada a Saint Paul es lenta. Por el espejo retrovisor observo la soledad de la escalinata que conduce a Minnesota Judicial Center, donde si el destino no depara lo contrario pronto se verán las caras Georgia y su exmarido peleando por la custodia de la niña. Ubicado unas cuadras más allá, en el edificio de fachada acristalada, en John Ireland Blvd, está el bufete al que vamos. Doy una segunda vuelta y encuentro aparcamiento.
          El primer cortafuegos que salvamos es el mostrador de información donde Georgia confirma su cita. Minutos después un pasante nos conduce por la galería acristalada que da a la avenida principal, hasta una habitación con estanterías llenas de libros. ‘Esperen aquí, enseguida les atienden’. Hacemos un reconocimiento rápido de la estancia observando que no tiene ni una mota de polvo. Ella se detiene delante de la fotografía de cuerpo entero que hay encima de un mueble auxiliar. ‘¿Quién es?’. ‘Clarence Darrow, abogado estadounidense, nacido en 1857, en Ohio. Fue miembro del Partido Demócrata’. ‘¿Y qué tiene de particular?’. ‘Pues que defendió en Detroit a once ciudadanos negros acusados de asesinato. Se acababan de mudar a un barrio blanco de donde quisieron echarlos, en la reyerta murió uno de los patrulleros urbanos. En el juicio, el letrado convenció al jurado invirtiendo el caso’. ‘¿Quedaron libres?’. ‘Claro. Argumentó que de haber sido al contrario, jamás se habría puesto en duda la inocencia de un compatriota implicado en el asesinato a un hombre de color. A partir de ahí se dedicó al Derecho Penal, y a luchar contra la pena de muerte’. Oímos el taconeo fuerte y firme de alguien que se acercaba. Una mujer con traje de chaqueta en tres piezas de diseño clásico con toques vanguardistas del diseñador Ralph Lauren, irrumpe en la sala. ‘Tomen asiento, por favor’. ‘Perdone, ¿el señor Spencer no está?’. ‘De momento permanece apartado por asuntos propios, mientras tanto yo le sustituyo. He leído con atención su caso y estoy segura de ganarlo ya que reúne muchos ingredientes a nuestro favor, aunque habría que realizar algunos cambios en el planteamiento hecho por mi colega. Eso sí, vaya haciéndose a la idea de que será una travesía larga. Dependerá también de la empatía que ejerza el magistrado que nos toque. ¿Está dispuesta a seguir?’. ‘Nunca lo he dudado’. ‘Puede darse a veces la circunstancia habiendo un menor de por medio, que las partes acuerden un entendimiento cediendo ambos’. ‘No lo creo posible, hemos llegado muy lejos’. ‘Hay una posibilidad que yo no descartaría, aunque no sé si le va a gustar’. ‘¿Dígame cuál?’. ‘Si alegamos su enfermedad como pieza dominante. Es decir: si lo enfocamos desde el punto de vista de que la niña es para usted parte de la terapia que ayuda a su lado emocional a levantarse cada día, quizá el juez lo tome en consideración’. ‘No transmitiré lástima, si se refiere a eso, jamás lo he hecho. Tener cáncer no significa desarrollar mutaciones de alma en pena. Además, mi niña no es ningún tratamiento paliativo, es lo mejor que me ha pasado, tiene seis años y necesita a su mamá, como también la figura de su padre. Por tanto, tal y como acordé con el señor Spencer, ayúdeme a recuperarla’. La firmeza de esas palabras molestó a la jurista, que tuvo que ajustar el discurso en propuestas directas para satisfacer el interés de la cliente. ‘Perdone mi falta de delicadeza’. ‘Tranquila. ¿Qué posibilidades hay de arrebatarme a la pequeña?’. ‘En 1993, en Los Ángeles, Anthony Baker, pleiteó por la custodia de sus cuatro hijos y perdió. Fundamentó la demanda en el hecho de que su exesposa padecía una enfermedad degenerativa. Tras interrogar a los pequeños y apoyándose en los informes psicológicos realizados a los mismos, su señoría determinó que fallaba a favor de la demandada, sentenciando al demandante a correr con todos los gastos del proceso e indemnizarla por haberle ocasionado un daño moral deshumanizado. Podríamos emprender la acción por ahí’. ‘Mire, haga lo que tenga que hacer, pero sea elegante. Lo único que me interesa es que se cumpla lo acordado en convenio’. ‘Muy bien, me pondré en contacto con el abogado de su exesposo y convocaré una reunión –ya de pie, añade–: Antes de irse le facilitarán mi correo electrónico. Envíeme ahí las fechas en las que tiene el tratamiento, y así no lo hacemos coincidir’. ‘Claro’. ‘En cuanto sepa algo se lo hago saber’. Salió con la misma frialdad y prepotencia con la que llegó. ‘¿Te has fijado en el pin de la solapa? –digo–. Joder, no me gusta nada’. ‘Sí, es de la National Rifle Association –contesta con esa ironía tan suya–. He crecido rodeada de esa insignia en cada rincón mi infancia, incluso ahora mismo mis hermanos la lucen con orgullo’. ‘Oye, me siento mal por haberte recomendado este sitio’. ‘Quien me atendió la primera vez fue una persona delicada en el trato y en las formas, nada que ver con ella,’.
          Tras completar el examen grafológico de la nota hallada por la policía junto al cuerpo inconsciente de la mujer de William, cuyo manuscrito pertenece a ella tal y como aseguran los expertos, se desclasifica de la investigación el contenido de ésta donde pone de manifiesto que toma la decisión de quitarse la vida sin coacción de terceros, a consecuencia de la frustración por no haber sido madre, despejando así la duda del principal sospechoso: su marido. En la misma, confiesa que, a pesar de no haber realizado pruebas médicas concluyentes, el problema para no concebir era de ella, pero que calló por vergüenza y miedo a ser repudiada. Ahora, llegado el momento de cerrar la página de los altibajos emocionales que tanto daño han causado en su relación de pareja, tocaba separar los caminos y sentirse libres cada uno en su dimensión. Concluye dando las gracias a todas aquellas personas conocidas y allegadas, así como a su esposo, al que dedica unas hermosas y sentidas palabras pidiéndole perdón por la cobardía de no llegar juntos hasta el final de los días. Según narra ese episodio tan íntimo con la voz entrecortada, observo caer las lágrimas por las mejillas de mis compañeros, afanados en la preparación de la cena que tiene lugar en mi casa. Steven ha traído una botella de auténtico tequila reposado, regalo de sus tíos mexicanos. ‘¿Nunca bajó la guardia dejando entrever que barajaba el suicidio –pregunta Jeff– o se comportaba con normalidad?’. ‘Nada lo fue para nosotros desde el regreso de Ecuador. Por ejemplo, era muy coqueta y se arreglaba, aunque no saliera. Sin embargo, de repente cambió y aparecía desaliñada, falta de energía e incluso paseaba por el barrio en ropa de cama’. ‘Supongo que os disteis cuenta ¿no?’. ‘Sí, claro. Y la convencí para ir al psicoanalista, además llevaba años en tratamiento psiquiátrico, pero no contemplé la posibilidad de que llegase tan lejos, sobre todo por las creencias religiosas en las que fundamentaba su existencia. Y mira por dónde…’. ‘Prever las cosas que ocurren dentro de la cabeza de cada persona es imposible –apunta Jeff–, ninguno portamos un bluetooth capaz de transmitirle al otro nuestras alarmas y desórdenes psíquicos’. ‘¿El venado os gusta en su punto o muy hecho? –pregunto, por poner los pies en la tierra y suavizar la tensión–. Cuidado con la barbacoa Georgia, no te quemes’. ‘Quiero agradeceros –William continúa hablando– las veces que, ante los jefes, habéis cubierto y justificado mis ausencias. Me siento muy orgulloso de cada uno de vosotros, sólo espero estar a vuestra altura cuando me necesitéis’.
          Con los licores llega el relajo, convertido en un espacio de tiempo donde ponemos a prueba la capacidad para improvisar y discernir a través del lenguaje coloquial aquellos conceptos que manejan los científicos con total soltura. ‘¿Has recibido el estudio de la Universidad de Harvard donde debates sobre climatología y huracanes? –dice Jeff–. Me pregunto qué nos esperará en el futuro’. ‘Hombre, eso puedo responderlo yo –apunta Georgia–: vamos a estar muy jodidos, pero que nos ilustre el científico’. ‘Mira que sois pesados, eh. Lo he contado montones de veces: al disminuir la frecuencia de estos fenómenos, si se forma uno, al tocar tierra, sacude con mayor virulencia puesto que la subida de temperaturas en el planeta hace que aumente la evaporación del océano. Ocurre lo mismo con las redes eléctricas, al haber menos apagones, cuando surge una pérdida del suministro de energía, el daño causado será más potente’. ‘¿Tú qué opinas, Steven?’. ‘A ver, dentro del marco de la complejidad de la dinámica de los sistemas y salvando las distancias de la ciencia con la comparación que voy a hacer – atento a su reacción no aparta la vista de Glenn–, imaginaos una relación de pareja con picos de celos que al principio y por cualquier tontería aparecen con regularidad. El paso del tiempo y la falta de motivos hacen que esa respuesta emocional sea más pausada, quedándose incluso en standby. ¿Pero qué ocurre si de repente se reactiva la obsesión de la persona con dicha disfunción patológica? Pues que, al haber recargado el combustible con lo peor del ser humano, la respuesta será mucho más violenta’. ‘Es decir –William rompe su silencio–, que cuando algo permanece dormido, al despertar aumenta su potencia’. ‘¡Eso es! –Exclama Glenn Clemmons–. Al fin alguien que me entiende’.
          Georgia ha salido a coger algo de su coche y viene descompuesta. ‘¿Qué pasa? –la sujeto por el brazo–. ¿Te encuentras bien?’. ‘Enciende la televisión, Markel –dice en un susurro mientras de reojo veo la pantalla de su móvil–. Me acaba de llegar una noticia desconsoladora’. Las imágenes de la marea humana, en su mayoría niños, adolescentes y bebés en mochilas de trapo a la espalda de sus madres, alcanzando a nado territorio español, por la costa de Ceuta, ponen al mundo patas arriba. Sobre objetos tan inseguros como botellas de plástico atadas entre sí, se tiran al mar aún a sabiendas de que pueden perder lo único que les queda: la vida. Soldados, personal sanitario, voluntarios de ONG, vecinos…, se lanzan a la arena para darles calor con mantas contra la hipotermia y caricias que tratan de paliar la vergüenza del abandono consentido. ‘¿Y ahora qué va a ser de ellos? –expresa Steven sin ocultar su emoción–. Lamentable. Me pregunto cómo van a reaccionar los demás países’. ‘Ninguno se mojará –concreta Glenn–, y en el mejor de los casos, instarán tanto a España como a Marruecos a que resuelvan cuanto antes esta crisis migratoria sin precedentes’. ‘Un momento, no nos equivoquemos –interviene Jeff–, esto es un asunto diplomático que, aprovechando esa circunstancia, han regurgitado a la gente de su lugar de origen’. ‘Sin duda –afirma William–. Pero lo que requiere también es una reflexión por parte de todos, analizando por qué cuando pasan cosas así, el miedo a la irrupción se integra en nuestro circuito cerrado blindándolo’. Lo que queda de noche la pasamos pegados a los informativos, hasta que la mirada suplicante de unos ojos oscuros que apenas resaltan en el conjunto de su piel negra y cuya patria es el deseo de prosperar dignamente, encuentra el abrazo de una joven con chaleco de la Cruz Roja, que, con absoluta ternura y sensibilidad lo atrae hacia sí.

domingo, 6 de junio de 2021

No puedo respirar

20.

Cuando William Harrison estando en la oficina recibe la llamada de la oficina del sheriff del condado de Olmsted, con sede aquí, en Rochester y nosotros salimos detrás de él, no sabemos muy bien hacia dónde vamos. Sin embargo, incorporados los autos al carril que lleva directo al hospital, nuestra incertidumbre desaparece. Aunque le hemos seguido, llegamos quince minutos después que él. Una vez dentro, camina desesperado de un extremo a otro del pasillo preguntándose cómo no ha sido capaz de ver la magnitud de la desesperación de su esposa hasta el punto de conducirla al suicidio, dato que revelaría a posteriori el resultado de la autopsia realizada por ingesta masiva de pastillas. El médico que recibe a la paciente en las urgencias de Mayo Clinic, certifica su muerte treinta minutos después. El cuerpo inconsciente lo encuentra la hermana de la fallecida que vive unas cuadras más allá y la visita a diario. Extrañada de que no abriera la puerta, ni hubiera ruidos en el interior, cogió la llave de debajo de una maceta, recorrió la planta baja, paseó la vista por la cocina observando que no había nada en la lumbre, subió al dormitorio y la halló inconsciente a los pies de la cama con varios blísteres vacíos, tirados por el suelo y una botella de Whisky que también lo estaba. Entonces, azarada, marcó el 911. ‘Emergencias’. ‘Por favor, mi hermana ha perdido el conocimiento y no responde. Dense prisa…’.
          Rodeados por los agentes que escoltaron a la ambulancia, ambos cuñados contestan a la batería de preguntas que hacen los investigadores. ‘¿Dónde estaba entre las 3 p. m. y las 6 p. m.?’. ‘Preparando unos actos para el Día de la Tierra’. ‘¿Puede probarlo?’. ‘Ahí están mis compañeros –señala en nuestra dirección a la vez que nosotros corroboramos su coartada–. Pues claro que puedo’. ‘Sin embargo, abandonó su puesto de trabajo, ¿no es cierto?’. ‘Sí, porque la policía se puso en contacto conmigo’. ‘Señora, ¿exactamente a qué hora llegó a casa de la víctima, y por qué fue?’. ‘A las 6.45 p. m., cómo siempre, porque a las 7.00 p. m. leemos juntas la Biblia, tal y como nos enseñaron nuestros amados padres’. ‘Discutió con su mujer antes de irse?’. ‘No. Apenas conversábamos, ni se levantaba’. ‘Explíquese’. ‘Hemos intentado tener hijos, pero no se ha quedado embarazada’. ‘Necesitaremos los informes médicos que tenga, serán clave para las pesquisas’. ‘No se apuren, existe un largo historial al respecto’. ‘Continúe’. ‘Agotadas todas las alternativas para concebirlo sin resultados positivos, planteé la gestación subrogada, lo cual resultó impensable dados los principios religiosos de ella. Así que, decidimos recurrir a la adopción’. ‘¿Y qué pasó?’. ‘Viajamos a Ecuador convencidos de que en Portoviejo sería más fácil, tal y como nos habían asegurado, aunque en el último momento, cuando nos iban a entregar a la niña, una montaña burocrática insalvable torció nuestros planes y perdimos el dinero entregado’. ‘¿Qué relación hay entre ustedes dos?’. ‘¡Bromea! Jamás me dejaría tocar por mi cuñado –suelta, ruborizada–. El marido de otra es sagrado. Lo dice el Libro del Deuteronomio en 5.21: “No codiciarás su casa, su campo, su siervo o sierva, su buey o asno, nada que sea de tu prójimo”. Ir en contra de eso es antinatura’. ‘¡Oiga! –salta un familiar que ya no aguanta más–, podían tener un poco de sensibilidad, eh. Acaban de perder a su ser querido. Hombre, por favor, que los están criminalizando mientras que ellos aguantan el tipo sin romperse’. Esa sola frase ha bastado para que se hagan a un lado, no sin antes advertir que en cuanto asignen un inspector al frente del caso, tendrán que declarar en el Police Department. Apoyados en la fría pared de azulejo blanco que despide el insoportable olor a éter, adherido ya a la lechada ennegrecida entre juntas, observamos con absoluta perplejidad la escena anterior que he descrito. En el extremo opuesto, el vaivén de sanitarios empujando camillas, respiradores artificiales y toda clase de aparatos médicos, colocan la realidad en el perímetro exacto: ese punto donde se baten en duelo la esperanza y la desolación, las buenas y las malas expectativas, la pena y la alegría, la vida y la muerte…
          Al entierro de la mujer de William, en Calvary Cemetery, sólo asisten los allegados a consecuencia de la limitación de aforos en lugares públicos, los demás, y de manera escalonada, vamos pasando por su casa durante la jornada. Ayudado de dos muletas, y bajo mi atenta vigilancia, Glenn Clemmons avanza despacio por un sendero de piedras cuya maleza ha borrado antiguas huellas. En el porche nos espera Georgia para entrar juntos, antes lo hace un mensajero de la organización que trae una ostentosa corona de flores. Los padres de la víctima, dos octogenarios en la recta final de esa década donde uno lo tiene ya todo hecho, y al borde casi de la demencia, han viajado desde Kentucky con otro hijo para darle su último adiós a alguien de quien apenas recuerdan el nombre. En la zona del patio interior hay una mesa alargada con toda clase de bebidas no alcohólicas, pastelitos de diversos sabores, así como sándwich de crema de cacahuete y plátano, presentes que han ido trayendo vecinos y conocidos de la pareja. En el centro de la sala principal una fotografía de la difunta preside la ceremonia a punto de empezar. ‘Gracias por venir, compañeros’. ‘No tienes que darlas –digo–. ¿Qué tal estás?’. ‘Agobiado, y sin saber muy bien cómo manejar todo cuánto se me viene encima’. ‘¿Aquel tipo excéntrico que acaba de entrar –pregunta Steven por detrás de nosotros– es rabino o reverendo?’. ‘Ni idea. Mis suegros son muy religiosos y por consiguiente sus vástagos también. Hoy tuvimos un primer desencuentro entre incineración o entierro. Han ganado ellos contra mi voluntad’. ‘¿Cómo va la investigación?’. ‘En standby’. ‘Por lo visto ha dejado una nota escrita donde cuenta porqué ha terminado con su sufrimiento de manera tan cruel. Aún no he tenido acceso a ella, según dicen no tengo de qué preocuparme, todo irá bien’. ‘Seguro que sí –afirmamos–. Pronto se aclarará’. ‘Eso espero, tengo la conciencia muy tranquila’. ‘Creo que te andan buscando –dice Jeff, al que no hemos visto llegar–. Lo lamento muchísimo, compañero’. ‘Muchas gracias. Pues sí, son unos viejos amigos. Chicos, tomad algo. Voy a saludarlos’. ‘Claro, ve sin problema. Mañana nos vemos’. ‘Oye, no hace falta que te reincorpores tan rápido –trato de sonar convincente–. Tómate tu tiempo’. ‘Gracias por el ofrecimiento, pero necesito salir cuanto antes de este círculo enfermizo donde cualquier decisión o motivo de alegría hace que me sienta culpable’. Una de las anfitrionas que continuamente pasa con bandejas y una sonrisa, como si se le fuesen a desencajar las mandíbulas, toca una campanilla y todos los asistentes enmudecimos prestando atención. ‘Queridos hermanos –dice, mirando al cielo–, coged vuestras biblias y recemos’. Nosotros, nos hacemos los escurridizos por la puerta de atrás…
          En octubre de 2001, en una cena organizada por Alaia en nuestra casa para despedir a unos colegas suyos, que emprendían viaje a Oriente Próximo, donde realizarían reportajes sobre el conflicto entre Israel y Palestina, oí hablar por primera vez de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo ya que había saltado la información de que el presidente George W. Bush establecería allí la prisión militar tras el atentado del 11-S. De aquella conversación aprendí lo importante que es analizar las cosas desde distintos ángulos para consolidar la propia perspectiva. Lo que no sabíamos es que, a aquellos conversadores de verbo despierto, se les complicaría muchísimo el regreso a Estados Unidos al resultar heridos en aquel bombardeo, que barrió la torre del aeropuerto y edificios oficiales en el centro de la ciudad de Gaza, uno de ellos próximo a las oficinas de Yasir Arafat, como respuesta a la emboscada sufrida por un autobús de colonos israelíes en el norte de Cisjordania. En la actualidad, además de la solicitud de más de una veintena de senadores demócratas, personalidades del mundo de la política, diplomáticos latinoamericanos y académicos, han dirigido una carta a Joe Biden en la que piden el cierre definitivo de dicho recinto. Muchas veces Glenn y yo hemos dialogado sobre ese tema. ‘Obama pudo haber acabado con esa pesadilla cumpliendo su promesa estrella de campaña –dijo una vez tomando un cóctel artesano en Bitter & Pour, en la histórica 3rd street de Rochester–, ahora el destino de las personas encerradas allí queda en manos de una incógnita oscura e incierta’. ‘No siempre se dan las circunstancias propicias para llevar a cabo una propuesta –argumento–. Sin embargo, poniendo en práctica un buen tejido de relaciones públicas, un total de 15 presos van a ser trasladados a Arabia Saudí’. ‘Estoy de acuerdo contigo, Markel, en todo caso los que quedan dentro siguen sin beneficiarse de la Convención de Ginebra que garantiza el derecho internacional humanitario’. ‘Lo sé. Conozco la dureza de sus interrogatorios, y la precariedad en la que viven los presos con grilletes en pies y manos encerrados durante meses en celdas diminutas donde nunca se apaga la luz eléctrica para distorsionar el descanso’. ‘Fíjate, todavía voy más allá: no tienen derecho a un abogado, como tampoco ninguna organización humanitaria puede entrar en las dependencias. Dime pues qué horizonte tienen’. No supe contestar entonces y dudo mucho que pudiera hacerlo ahora.
          Los tres que estamos en la oficina tratamos de comprender un estudio lanzado por un equipo de prestigiosos meteorólogos y físicos de renombre mundial en el que afirman que, en un futuro no muy lejano, habrá menos huracanes, aunque serán mucho más virulentos y destructivos, ya que, a consecuencia del calentamiento global, la evaporación del agua del océano será mayor y, por consiguiente, esta clase de fenómenos atmosféricos se realimentarán mucho más. Aunque, para enterarnos bien de lo que pone, Glenn Clemmons, nuestro científico, tendrá que explicarnos con palabras sencillas qué es eso de la “complejidad de la dinámica de los sistemas”. Pero será en otro momento, ahora está volcado en la conferencia que dará en la Universidad de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gaseoductos. No obstante, la entrada de un par de fax con dos noticias de actualidad nos cambia el paso: El secretario de Seguridad Nacional, el cubano Alejandro Mayorkas, afincado en California ha anunciado que al menos cuatro madres, tres de América Latina y una mexicana, deportadas sin sus hijos a sus países de origen durante la era Trump, van a reunirse con ellos en Estados Unidos, como harán también en lo sucesivo miles de familias que viven alejadas de sus pequeños. ‘Bueno, parece que la gestión entre una administración y otra empieza a tomar distancia –ambos me miran incrédulos–. ¿Qué opináis? Y mojaos, eh. Nada de demagogias’. ‘Hombre, teniendo en cuenta que sólo se quedarán temporalmente –interviene Jeff–, para mí es insuficiente porque da la sensación de cumplir tímidamente una promesa electoral, lejos, como digo, de las expectativas que muchos habíamos puesto en ello’. ‘Y no sólo eso, es que el puente fronterizo entre Reynosa en México e Hidalgo en Texas es un espacio abierto donde las personas deambulan fuera de la realidad –completa Steven, cuyos lúcidos planteamientos muchas veces nos dejan fuera de juego–. Pensad esto: ha habido mucha prisa por cerrar el campamento de Matamoros porque recordaba al anterior presidente. Sin embargo, a 56 millas al oeste, levantan otro a toda hostia para ubicar a los recién expulsados’. ‘Tienes toda la razón –añado– aunque no se puede mucho más, los cierres se amparan bajo el paraguas de la emergencia pandémica que nos azota’. ‘Entonces, parece que a los migrantes siempre les toca bailar con la más fea, ¿no?’. ‘’. ‘¿Y la otra noticia cuál es? –me pasan el folio–. No, joder’. ‘Pues vete haciendo a la idea –asegura Steven irónico–, porque el abogado defensor del expolicía Derek Chauvin, declarado culpable de homicidio imprudente, asesinato en segundo y tercer grado, por la muerte del afroamericano George Floyd, ha presentado una moción para solicitar un nuevo juicio al considerar que el jurado no actuó libre ni imparcial, sino intimidado y amenazado racialmente, y que el tribunal fue incapaz de aislarlos de la opinión pública para que ésta no interfiriera en el veredicto’. ‘Ya, y también arremete contra la Fiscalía –continúa Jeff–, a la que reprocha que no actuó de forma adecuada’. ‘Es decir –prosigo–, que de darse el caso de revertir el veredicto sentenciado en sala, sería desde luego un escándalo internacional y un síntoma de enfermedad democrática’. ‘Que yo recuerde –aclara Steven, nuestra joven promesa que se siente eufórico–, algo así ha ocurrido muy raras veces’. ‘Bueno, está por ver. Perdonad, tengo que recoger a Georgia para llevarla a Saint Paul’. ‘¿Por lo de la custodia de la niña?’. ‘Exacto. Glenn está en mi casa preparando su conferencia y aún necesita ayuda para determinadas cosas. ¿Le echáis una mano? No sé cuánto tardaremos’. ‘Tranquilo, había quedado para cenar con unos colegas y, a última hora, han cambiado de planes –dice el chico–, yo me ocupo’. ‘Muchas gracias’.