domingo, 27 de octubre de 2019

Nocturno, en el estado de Nevada

4.

Atravesar el Civic Center Park, en Denver, cuyo apodo es la Ciudad de la Milla de Altura, hasta llegar al 16th de Mall Street, la zona peatonal donde en una de las mesas al aire libre, con tablero para jugar a damas o ajedrez, esperaría mi llegada el colega con quien tenía una cita, fue toda una aventura, puesto que centenares de personas se manifestaban frente al Capitolio al grito de: ‘Si matan a una, morimos todas. Si matan a una, morimos todas. Si matan a una, morimos todas…’. Como pude me abrí paso entre la gente, casi a empujones. A lo lejos alguien agitaba una mano llamándome. ‘Pensé que no llegaba. Perdone el retraso. Soy Allison Morgan’. ‘Steven, a secas −se metió un caramelo en la boca−. Dice mi esposa que si el tabaco no acabó conmigo ahora lo hará el azúcar’, −chascó la lengua−. ‘Gracias por atenderme’. ‘No hay de qué’. ‘Represento a una chica asesinada presuntamente por su novio, y pensé que, habiendo encontrado alguna similitud con el caso en el que usted participó, podría servirme de mucha ayuda su punto de vista y experiencia’. ‘Aquello me dejó tan tocado que abandoné la profesión. Hoy en día vendo pólizas de seguro y estoy ajeno a todo aquello’, −me pareció vislumbrar un destello fugaz de nostalgia en sus ojos−. ‘¿Y no lo echa de menos?’. −Se quedó un instante pensativo, pero cambió el rumbo de la conversación−. ‘En aquel proceso duro y doloroso, los familiares de la acusación sufrieron mucho, y nosotros también. Recuerdo cómo tragábamos lágrimas y controlábamos la rabia cuando al principio, con toda la sangre fría del mundo, aquel hombre inculpó a su mujer alegando que, para vengarse de él por haberle pedido el divorcio, asfixió a las niñas, de 3 y 4 años, dejó el anillo de casada encima de una repisa y se quitó la vida’. ‘Me deja helada. He leído que lo vivido en la sala fue espeluznante’. ‘Claro, tenga en cuenta que, según avanzaba el tiempo, esa versión se cayó, hasta que no pudo más y, dando todo tipo de detalles, confesó que, tras deshacerse de los tres cadáveres, regresó al lugar de los hechos, limpió a fondo y dejó la alianza en un sitio visible’. ‘Desgarrador’. ‘Nunca he sentido tanto rechazo y asco por un ser humano como entonces’. Camino del aeropuerto, y tras haber anulado la visita programada a la prisión del condado, comprendí que cada historia tiene una idiosincrasia diferente, y que tendría que actuar en consecuencia para que se aplicase la fuerza de la ley en la vista que se iniciaría en breve…
          Mayalen se quitaba y ponía continuamente una horquilla en el pelo. Durante la última semana había recibido amenazas telefónicas del entorno del Johnny, de ahí que estuviese desquiciada y a la defensiva. Se lo noté nada más verla. ‘Coja el bolso que nos vamos’, −dije−. ‘¿Adónde?’. ‘¿Conoce Secret Cove?’. ‘No, nunca lo había oído’. Me siguió con pasos cortos y rápidos, salimos a la calle y una vez en la furgoneta, comentando cosas insignificantes, recorrimos las diecisiete millas y pico que distan hasta el destino elegido. Aparqué en la carretera y descendimos con sumo cuidado por un terreno angosto, cuyo tramo final son unas escaleras que conducen a uno de los paisajes más impresionante de todo Carson City. Se quedó con la boca abierta contemplando la extensión del lago, la vegetación, el sonido de las aves, el de reptiles muy silenciosos, algunas risas y complicidades que no se sabía muy bien de dónde venían y aquel azul intenso del cielo con las montañas al fondo nevadas en los picos. Al poco, se dejó caer de rodillas en el suelo. Yo me senté con las piernas cruzadas junto a ella. Entonces empezó a relatarme uno de los episodios vejatorios sufridos por su nieta. ‘Llevaba meses sin saber de Alexa, pero no me pareció extraño, ya que a veces pasaba largas temporadas desaparecida. Yo había encontrado un buen empleo al servicio de un matrimonio afroamericano, con cinco hijos, un perro, varios sobrinos y dos ancianos que se orinaban en cualquier rincón de la casa. La faena era agotadora, pero pagaban bien y eso me importaba. Un día, según me acercaba, vi un coche patrulla estacionado en la puerta y a dos agente hablando con la señora −según narraba se le llenaban los ojos de lágrimas−. Alguien les daría referencias mías y esa dirección. Me llevaron al hospital, donde acababan de extirparle un ovario a consecuencia de la brutal paliza recibida. Estuve en la cabecera de la cama cuarenta y ocho horas sin moverme salvo para ir al lavabo. Cuando despertó, él entró en la habitación tan arrepentido que ella le abrió los brazos. Comprendí que sobraba y marché rota por dentro. Volví al trabajo. Los pequeños jugaban en la parte de atrás. La pareja alegó el mal ejemplo que era para la comunidad negra si se repetía la visita de la policía buscándome. No tuve valor para suplicar que no me despidieran. Así pues, bajé la cabeza y, apenada, retrocedí lo caminado. Meses después mi nieta volvió a ingresar, esa vez con una pierna rota y desprendimiento de retina. −estaba consternada y no supe qué decir−. Por orden expresa de su compañero me prohibieron la entrada, pero en un descuido la besé en la frente. Fue la última vez que vi esa sonrisa suya tan melancólica…’.
          El 8 de junio de 1972 un avión survietnamita lanzó una bomba de gasolina gelatinosa sobre la población de Trang Bang. Fue entonces cuando la fotografía de La Niña del Napalm dio la vuelta al mundo, mostrando los horrores de la contienda reflejados en el rostro aterrorizado, dolorido, de Kim Phuc, mientras corría gravemente herida quitándose trozos de ropa que aún ardían pegados a su cuerpo. El fotógrafo Nick Ut se encontraba allí e inmortalizó con su cámara la imagen para la posteridad. Meses después Nixon dijo que ya estaba bien de tanta tontería y que los Estados Unidos de América aniquilarían la mayor parte de los efectivos de Vietnam del Norte, comenzando así la sangrienta Operación Linebacker. Faltaba algo más de dos años para el final de la guerra, y la mayoría de la opinión pública estaba en contra de seguir masacrando a civiles inocentes e indefensos. Sin embargo, el tío James se alistó al Ejército, asegurando que todo hombre de bien debería hacer lo mismo por respeto y agradecimiento a la patria. La despedida fue rara, o al menos así la viví yo. La noche anterior a su partida papá y él ensillaron dos caballos y los dejaron preparados con los odres llenas de agua, las escopetas de caza cargadas, mantas para dormir al raso y el banyo con el que siempre deleitaban nuestras veladas sujeto a un lado entre las alforjas. Cenamos, más pronto de lo habitual, un pastel de carne magra de bisonte que el abuelo estuvo cocinando, y lo hicimos tan callados como si asistiéramos a un funeral. El galope, que ya se intuía muy alejado, me despertó de repente. Pasados nueve días mi padre regresó solo. Desde ese momento, el abuelo no se levantó de la cama…
          Eran las nueve de la noche y apenas quedaba actividad en las casas de alrededor. Sentado en la mecedora del porche, mi amante saboreaba el brandy que tomaba con la intención de templar su paladar. Yo buscaba en el garaje cajas todavía sin clasificar donde guardaba cuadernos con apuntes de la etapa universitaria. Habíamos discutido. Me reprochaba que le dedicaba demasiado tiempo al trabajo y relativamente poco a otros espacios de la vida también importantes. Puede que tuviera razón, no lo niego, pero siempre fui sincera en el sentido de que nuestra relación nunca estaría enmarcada en lo convencional. El caso es que, no sé muy bien por qué, me costaba horrores ser cariñosa cuando teníamos esos desencuentros. Menos mal que la ronquera de un motor ahogado frenando en seco me trajo de vuelta a la realidad. Era Michelle, inconfundible por la manera de conducir tan impetuosa que tenía. ‘Hola. ¿Está Allison?’, −levantó el vaso, bebió un trago largo y señaló con el dedo en dirección a mí−. ‘¿Qué te trae por aquí, becaria?’. ‘Oye, creo que he venido en mal momento’. ‘No, qué va. Si lo dices por él, tranquila, es parco en palabras’. ‘Y por ti. ¡Menuda la que has montado!’. ‘Es que no encuentro las fotocopias que hice de VAWA’. ‘Esa ley fue aprobada en 1994 y firmada por Bill Clinton, ¿no?’. ‘Exacto. Violence Against Woman Act. Debe estar en alguno de estos paquetes, junto a un anexo interesantísimo que también guardé’. ‘Mira, he descubierto un par de cosas’. ‘Dime’. ‘Shade Tree, el mayor refugio para víctimas de violencia de género, en Nevada, cerró las puertas de su centro de transición por falta de recursos y presupuesto. Ahora se sienten desamparadas en un sistema que no les da cobertura ni medios para escapar’. ‘Entonces, ¿adónde acuden? ¿No hay nada?’. ‘Sí, varias ONG, como la Casa de la Esperanza, para las latinas, diversas asociaciones católicas y ciudadanos particulares que, voluntariamente, las acogen en sus viviendas. En otro ámbito están las Instituciones Públicas Federales. Pero piensa que muchas mujeres permanecen atrapadas en ese infierno porque no tienen dónde ir y la única alternativa factible sería mendigar en la calle, a lo que no todas están dispuestas. Además, las condiciona también el miedo a que el agresor tome represalias contra ellas y sus hijos. Este dato lo corrobora el FBI’. ‘Tremendo. Es decir, que callan y continúan como si tal, ¿verdad? Supongo que, por estadística, se dará más en familias con pocos ingresos o inmigrantes’. ‘Sin duda son más vulnerables y, por consiguiente, un factor de riesgo, pero los patrones del maltratador aparecen en cualquier nivel social. Lo único que los diferencia es que unos arreglan la falacia del remordimiento con caricias y otros con joyas de diseño’. ‘Bueno, sigue así. Por cierto, ¿y lo segundo?’. ‘Pues que un amigo policía ha introducido en la base de datos el nombre completo del Johnny y resulta que, antes de conocer a nuestro cliente, fue denunciado en varias ocasiones por acoso y violación’. ‘¡Qué cabrón!’. ‘Se ha hecho tarde. Nos vemos mañana en la oficina’. ‘Gracias por todo. Descansa. Y ve con cuidado’. Me sonrió y desapareció a gran velocidad entre las sombras. Dentro de casa un silencio de monasterio zumbó alrededor de mis orejas. El grifo de la cocina goteaba siempre que no se apretaba bien. Lo ajusté y, al girar la vista, encontré una nota que ponía: ‘No me esperes levantada, volveré tarde’. Segura de no conciliar ya el sueño, saqué los ingredientes que necesitaba para preparar una tarta de arándanos…

domingo, 13 de octubre de 2019

Nocturno, en el estado de Nevada

3.

Papá, ¿cómo fue aquello de tu primer rodeo?’, −le decía por las tardes mientras aguardábamos a que se ocultase el sol−. ‘Ay, hija, no seas pesada. Si te lo sabes mejor que yo’. ‘No importa −le pellizcaba la mejilla−, me gusta cómo lo cuentas’. ‘Zalamera’. ‘Presumido’. Entonces, muy solemne… ‘Cuando nací, Calvin Coolidge, del Partido Republicano, era el trigésimo presidente de los Estados Unidos de América. Los libros de Historia recogen que, en su etapa de Gobernador, se ganó el respeto de los conservadores al enfrentarse a la gran huelga de policías de Boston. Pero la mayoría de la gente le recuerda por perjudicar a campesinos y a determinadas industrias, al no consentir que mejoraran las condiciones de trabajo en esos sectores’. ‘¿Y en Jackson qué pasaba? Vamos, no te hagas de rogar’, −se quedaba ausente unos segundos hasta que arrancaba la narración, cada vez de manera diferente, supongo que para mantener mi atención−. ‘Wyoming siempre ha sido una tierra introvertida, de gente muy callada y dedicada a la ganadería’. ‘Vale, estupendo. Y ahora, Brayden Morgan, quieres hacer el puñetero favor de no irte por las ramas y responder la pregunta’. ‘Muchacha, tienes el temperamento del Far West −reía a carcajadas−. ¡Está bien! Con catorce años el abuelo me llevó a “Cheyenne Frontier Days”, un espectáculo de diez días al aire libre que se celebraba a finales de julio. La noche anterior no pude dormir por los nervios, así que aguardé la llegada del alba vestido con el traje vaquero prestado por el tío James, y el paladar hecho agua pensando en los panqueques que comería. Partimos y, una vez allí, nos inscribimos. Llegó el turno de los cadetes y me sentaron sobre un potrillo salvaje. Éste se envalentonó, caí y me rompí tres costillas’. ‘Es una verdadera brutalidad lo que hacemos a los animales −sabía que dicho comentario sacaría su lado más sensato−. ¿Cómo te sentirías tú si te ataran una cuerda al abdomen y a los genitales?’. ‘Impotente. Por eso no participé nunca más’. ‘Y te asociaste a “People for an Ethical Treatment of Animals”, para defender a todas las especies vivas −frunció el ceño−. No te hagas de nuevas. Sabes perfectamente que de pequeña revisaba tu correo, por eso lo supe’, −le guiñé un ojo−. ‘Empieza a refrescar. ¿Entramos dentro?’. ‘Claro. ¿Quieres ponerte algo de más abrigo?’. Vi en su expresión demasiada nostalgia…
          Una voz masculina con acento mexicano respondió al teléfono: era el casero de Mayalen. Pregunté por ella y dos horas después me esperaba en Comma Coffee. Con igual complicidad que manifestarían dos viejas amigas que acabaran de encontrarse, nos sentamos frente a la barra, en la mesa redonda que nos pareció más apartada del bullicio de la clientela que empezaba a llegar. Confesó, fascinada por la decoración, recargadísima para mi gusto, que nunca había estado en un sitio similar. Entre los muchos detalles, se quedó embelesada por el guiñol de un pianista sobre su taburete, con las manos a punto de rozar las teclas, colgado en la pared y dando casi con el techo. El conjunto del local recreaba una típica cantina al más puro estilo del oeste americano. Pidió un batido de naranja y vainilla, yo una cerveza Anchor Porter, una de mis preferidas por la cuidada elaboración con productos naturales. Dentro de una bolsa de papel del supermarket traía bastantes manuscritos, con la caligrafía grande y asimétrica de quien apenas ha ido a la escuela. Los sacó y observé que estaban ordenados por fechas: anotaciones en servilletas con restos de grasa, tarjetas grapadas a recortes de periódico, panfletos de propaganda aprovechados para escribir por detrás, algunos informes con el membrete del Carson Tahoe Specialty Medical Center, −intuí que serían partes de lesiones−, otros de la oficina del Sheriff −denuncias− y diversos más. También sacó varias radiografías con su correspondiente folio sujeto con cinta adhesiva donde quedaba constancia de qué hueso presentaba fractura. En definitiva, la biografía de Alexa recopilada por su abuela. ‘Perdone la invasión, doña Allison −prepara cuaderno y lápiz−, es que una ya no tiene la memoria fresca y he de apuntar las cosas’. ‘No se preocupe, querida’. ‘Como verá no soy muy culta, pero tuve la precaución de guardarlo todo. Sabía que algún día sería de utilidad’. ‘Es admirable. ¿Desde cuándo lo hace?’. ‘Aunque esté feo decirlo, se lo quitaba a la niña registrando su mochila cada vez que se peleaba con el Johnny y regresaba conmigo. Eso duraba hasta que él la engatusaba, y vuelta a empezar…’. ‘Necesitamos construir una defensa con argumentos muy sólidos, de lo contrario perderemos. Ha de tener claro que no será fácil ya que los abogados del acusado desplegarán toda su artillería pesada para desprestigiar así la imagen de la víctima. De momento no he encontrado jurisprudencia −me percaté de que escribía la palabra con cierta dificultad e intenté vocalizar más despacio−. Tiene que haberla, estoy en ello’. ‘Bueno, encontrará eso que dice. No hemos hablado de sus honorarios, tengo que echar cuentas’. ‘Lo veremos más adelante. Por cierto, ¿cuál es el nombre completo del chico? −me dio los datos y la descripción−.
          ¡Dime que tienes algún hilo del que tirar, por favor!’, −dije a Michelle, la becaria que elegí de ayudante−. ‘Pues sí. En Memphis, en 1984, Donnie Johnson asesinó a su esposa introduciéndole una bolsa de plástico por la garganta. En Frederick, Colorado, en 2018, Chris Watts, tras estrangular a su compañera sentimental, embarazada de pocos meses, hizo lo mismo con las dos hijas de corta edad. Y en el condado de Hopkins, Texas, en el 2000, Daniel Acker discutió con su novia, después estuvo toda la noche buscándola, y cuando dio con ella la metió en el vehículo a la fuerza, recorrieron varias millas y la arrojó de éste en marcha. Resumiendo: el primero y el tercero han sido ejecutados. El segundo cumple cadena perpetua en la cárcel del condado de Weld’. ‘Buen trabajo. Consígueme un vuelo a Denver y una entrevista con el recluso’. Salió del despacho para volver a entrar pasados unos minutos. ‘Le han trasladado a otro centro penitenciario, que no hacen público por motivos de seguridad’. ‘Da igual, iré de todos modos. Quizá los compañeros cuenten cosas: ya sabes que se suelta la lengua en cuanto compartes cama. Supongo que será lo mismo con la pastilla de jabón y la celda, −reacciona y se parte de la risa−. Averigua también si hay asociaciones o casas de acogida a mujeres maltratadas. Indaga en los movimientos estudiantiles, en las ONG. No sé, lo que se te ocurra. Tengo la sensación de que esto es un grito silencioso al que nadie quiere poner voz, porque afea la imagen de sociedad perfecta que transmitimos al mundo. Pero ahí está, solidificándose a pasos lentos como la marea que sube y sube, imposible ya de achicar. Sin embargo, cuando por fortuna tropieza con personas sencillas y a su vez potentes, como Mayalen, los cimientos tiemblan bajo los pies descalzos. Así que, muévete’. ‘Voy, jefa…’.
          Conduje durante treinta minutos hasta llegar al Aeropuerto Internacional de Reno-Tahoe. Me gustaba en especial un tramo de la US-395 donde sólo hay horizonte, carretera y la sensación de ser, en mitad de la nada, un punto invisible que se desplaza sin perspectiva. A menudo, recorrer millas con la camioneta, sin trazar un rumbo fijo, era un ejercicio que me relajaba y ayudaba a poner los pensamientos en orden, sin desatender el volante ni un solo segundo. Eso mismo traté de hacer tras finalizar las indicaciones de la azafata y su ofrecimiento a los pasajeros de zumo y café. En el bolso llevaba algunos ejemplares atrasados de Las Vegas Review-Journal, que ojeé por encima. Imposible concentrarme, aunque sí señalé un par de artículos para leer más adelante. Entre tanto, demasiadas preguntas impedían que alcanzase un mínimo relajo. ¿Qué habría hecho mi padrastro en iguales circunstancias? ¿Cuál sería, en su opinión, el primer paso a dar? ¿A cuánto personal reclutaría para formar equipo? ¿Cómo demostraría que la versión contada por la abuela no era fruto del despecho, si no fundamentada en la realidad de lo que pasó? ¡Le echaba tanto de menos…! Recuerdo una vez estando de vacaciones con mamá y él en Minnesota, hospedados en el hotel Torre Foshay, de Saint Paul, que me empeñé en visitar Xcel Energy Center, el estadio de hockey sobre hielo. Ambos accedieron. Cuando casi íbamos a salir alguien nos abordó. ‘¿Mr. Smith?’. ‘’. ‘¿De Wilson, Anderson y Smith, de Carson City?’. ‘Exacto. ¿Qué desea?’. ‘Su ayuda para luchar por una causa justa’. ‘Muy bien. Con mucho gusto le atenderé encantado. Tenga una tarjeta y concerté una cita con mi secretario’. ‘Ya, es que no puedo esperar. Es muy urgente’. ‘Señora, ¿no ve que voy con la familia?’, −soltó, todo paciente−. ‘Lo siento, de veras que lo siento, señoría −eso bastó para convencerle y que sonriera−. Pero, si tuviera la bondad de escuchar lo que quiero decir, tal vez…’. Total, fuimos solas al partido, y después a tomar una hamburguesa. En cambio, él, impactado con la historia que oía, movilizó hasta allí a su gente de confianza. Meses más tarde ganó el juicio a favor de la mujer contra la empresa cárnica que había ejercido sobre ella un despido improcedente. Aceptar aquel caso provocó un auténtico revuelo en la oficina, porque, además de renunciar a la minuta, costeó de su propio bolsillo los gastos ocasionados, con el consiguiente pánico de que dicho acto de solidaridad marcara precedente en lo sucesivo. Así que, me hago una idea aproximada de cómo sería su comportamiento en el drama de Alexa.
          Dos horas después aterrizamos en la capital de Colorado. Fui directa a reunirme con un colega que formó parte de la defensa de Shanann Cathryn Watts e hijas, quien puso a mi disposición todos los detalles, informes y declaraciones del juicio que condenó al asesino de sus clientes a permanecer en prisión hasta el final de sus días. En otro punto del país, alumbrada con velas para no gastar electricidad, Mayalen cantaba bajito una nana que aprendió de su madre, mientras tejía la chaqueta de lana gruesa que hacía para mí…