Tras haber sufrido las consecuencias de un
invierno muy seco, durante la última semana de enero llovió con intensidad en
Barcelona. El temporal de agua y viento, que azotó buena parte de Catalunya, obligó a cortar, por inundación en algunos tramos,
la línea del AVE procedente de Girona. Así como a suspender el tráfico aéreo. La borrasca era tan potente que ocasionó alteraciones en todos los servicios
urbanos. La población, siguiendo las recomendaciones dadas por Protección
Civil, a través de los canales autonómicos, tanto de radio como de televisión,
en algunas localidades seriamente afectadas, tuvo que permanecer en sus casas y
las puertas de los colegios cerradas, por el riesgo que se corría en las
calles: caída de ramas, suelo que al ceder da paso a un gran socavón, aumento
del caudal de ríos y arroyos… La Guardia Urbana y el Cuerpo de Bomberos realizaron
numerosas intervenciones, evitando así que el
desprendimiento de algunas cornisas produjera
daños personales y materiales.
Salvo
que encontrara un argumento convincente para escribir el reportaje de su vida,
a Concha estaban a punto de echarla del periódico –según le dijo el redactor
jefe, que la tenía aprecio, mientras tomaban la copa de costumbre antes del fin
de semana–. Después de pasarse más de quince años en El Cairo, el grupo
editorial al que pertenecían prescindió de
buena parte de las corresponsalías repartidas por todo el mundo. Y, para bien o
para mal, le había tocado en suerte a la suya. Así que, desde entonces andaba
como peonza sobre pendiente deslizable en manos de quienes no valoraban la
profesionalidad, el olfato, ni la experiencia de alguien que había vivido en
propias carnes bastantes conflictos. Compartía piso con Lucas, reportero
gráfico –ahora freelance– que cubría
toda clase de eventos, y al que un divorcio
millonario tenía con el agua al cuello.
Estudioso incansable de su oficio, era buen conocedor del legendario The Daily Graphic –neoyorquino–, el
primer diario que introdujo ilustraciones en sus páginas. Fundado el 4 de marzo
de 1873, dejó de publicarse el 23 de septiembre de 1889.
Un amigo, que también mantenía relación con su ex
mujer, le citó en una conocida cervecería del barrio de Montjuic para
proponerle un trabajo que, aunque en un
principio le pareció arriesgado, conforme
profundizaba en el asunto más convencido estaba de que sería una oportunidad
única –de esas que pasan solo una vez– para salir del agujero opaco donde el
destino le estaba conduciendo. Encontró a Concha en la cocina, con el pelo
mojado, recién salida de la ducha –se le trasparentaba la camiseta bajo la que
se adivinaba la firmeza de sus pechos todavía erectos, y eso, a él, le ponía
siempre muy nervioso–, y preparando una ensalada de canónigos, rúcula y hoja de
roble roja, aliñada con su especialidad: vinagreta contundente que suavizaba
con generoso chorro de miel. De segundo, algo sencillo, unos filetes de
rodaballo a la plancha. Sabía que, si se
embarcaban juntos en la oferta que iba a poner sobre la mesa, tardarían un
tiempo en comer algo tan apetitoso. Por eso, por puro deleite, y para que la
memoria del paladar guardara la mezcla en su base de datos, prefirió
planteárselo una vez acabado el postre y la infusión de arándanos. Con toda la
información recabada, lo que le contaron y los portátiles navegando por
diferentes webs, con la esperanza de que encontraría la mejor manera de
vendérselo al periódico, dejó la idea en manos de ella…
Alrededor
de las ocho y treinta de la noche, volvió la normalidad al Aeropuerto del Prat.
Había cesado la lluvia y amainado el viento. Concha y Lucas esperarían otros noventa
minutos hasta que saliera el vuelo con destino a Bangalore, ciudad del sur de
la India, con escala en Londres, donde aprovecharían para contactar con otros
colegas de la profesión. El avión de la British Airways
realizó el trayecto sin incidencias, lo que agradecieron para preparar
con tranquilidad la hoja de ruta que seguirían nada más tomar tierra, donde les
recogería un conocido del amigo de Lucas.
En
la actualidad, Bangalore se ha convertido en un centro neurálgico para las
nuevas tecnologías. Desarrollo de software,
telecomunicaciones o ingeniería aeroespacial, entre otros, han dado a la ciudad
una perspectiva bastante atractiva. Sin embargo, el salto a los medios
digitales de la noticia de que aquí las mujeres
de la industria textil, encabezadas por un grupo de activistas, se reagrupaban
en el sindicato El Garment Labour Union,
íntegramente femenino, reivindicando sus
derechos y condiciones laborales, ponían de manifiesto
la realidad precaria de estas personas. Concha y Lucas no podían perder
el tiempo, porque su futuro inmediato pendía
del buen olfato que tuvieran a la hora de contar la historia. Así que, nada más
dejar el equipaje en el hotel, pusieron rumbo a Tamil Nadu, el Estado que concentra la mayor parte de fábricas textiles, cuyas trabajadoras proceden de las zonas rurales.
A
las tres semanas de estar en Bangalore, aquello generaba muchos gastos.
Pactaron con el periódico que, si las cosas se
daban bien y alargaban la estancia, alquilarían un apartamento en un barrio
obrero y contratarían los servicios de un guía que les llevara hasta el recodo
más escondido de esa y otras ciudades. Unos corresponsales del Wall Street
Journal y Le Monde, que conocieron allí y con los que se juntaban a menudo, les
facilitaron ambas gestiones. Concha enviaba crónicas periódicas y reportajes
semanales, que completaba con el material gráfico que aportaba Lucas, por
ejemplo, de los jugadores de críquet, o de la industria del cine canarés; también, sobre la contaminación que sufren al
generar toneladas de residuos sólidos por día… Él, a su vez, no dejaba de
patearse las calles haciendo fotografías, que
luego remitía a la agencia de prensa de su amigo para que esta las distribuyera también a otros medios. Pero sin olvidarse del
principal motivo que les había llevado hasta allí.
Contar
la revolución –con imágenes y palabras– iniciada por las costureras indias,
supuso para ellos elaborar una serie de entregas bajo el título: “Miserias
colaterales. Piezas de una vida hecha a puntadas”. Aquellas mujeres obligadas a
cumplir jornadas laborales de sesenta horas semanales, con treinta minutos para
comer y solo tres para tomar un café, acarreaban sobre sus hombros el peso de una vida bastante complicada. El hacinamiento en habitaciones convertidas en talleres, sin luz
natural ni ventilación, unido a la ansiedad que
ocasiona tener que cumplir con la producción exigida dentro de los plazos,
hacía que muchas enfermaran de tuberculosis. Pero callan y acatan órdenes, ya
que la condición general de la mujer en la India es de absoluta sumisión al
padre, al marido, al hijo, al gerente…
En
el apartamento, a la caída de la tarde, una vez fuera del contexto apasionado
de la cama, mientras comían Biryani
–plato típico de la India a base de arroz basmati, con especias, carne,
vegetales y yogur– ponían en común el trabajo
recopilado durante el día. Era el mes de abril, el más cálido de todo el año en
Bangalore, y el último que disfrutarían de ese clima tropical con estaciones
húmedas y secas. Concha sostenía con una mano un vaso de Johnny Walker con tres cubitos de hielo; en
la otra un cigarrillo artesano. Pensaba en una de las mujeres, quizá la que más
la había impactado, la de más edad… Recordaba sus manos huesudas, la espalda
curvada por la postura y por el dolor, la piel arrugada por el sufrimiento y
las carnes molidas por las palizas. Lloraba por ella, por todas, por sí misma…
Por las batallas feministas ganadas en Occidente, por las que quedaban por librar en Oriente y que, ahora en retroceso,
peligraban en todo el mundo… Las lágrimas le bajaban hasta la comisura de los
labios. Temblaba, pero encontró alivio en los brazos fuertes que la rodearon, a
la vez que el horizonte enmarcaba sus pieles muy juntas en una instantánea.
El
vuelo de regreso a Barcelona, con escala en Frankfurt, lo hicieron en silencio.
Refugiados en la lectura y en sus respectivas notas de apuntes. Volvieron
trayéndose en la maleta el cariño de las costureras, de los corresponsales
convertidos en amigos, del guía que les trató como de la familia… En
definitiva, dejarles les costó venir con un pellizco de emociones punzando el
corazón. La promesa que les hizo Concha a las mujeres, asegurándoles que allá
donde estuviera perseveraría en la lucha por sus derechos, acababa de empezar
nada más despegar el avión del continente asiático.