domingo, 22 de noviembre de 2020

No puedo respirar

6.

La súplica desesperada de George Floyd tendido en el suelo con la rodilla del policía presionando su garganta y la frase I can’t breathe dando la vuelta al mundo, ha reactivado el volcán del racismo siempre en ebullición, dado que, desde entonces, conocemos más casos con un final igual de terrible. En la pequeña oficina The Climate Reality Proyect, de Rochester, la actividad es frenética. Trabajamos sin descanso en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobado en septiembre de 2015, en Naciones Unidas, y cuya culminación será haber alcanzado la Agenda 2030 sin que algún fleco quede suelto. ‘Markel, ¿tienes por ahí el dossier del programa ecológico con lo esencial para desarrollar el circuito alimentario de proximidad? –pregunta un compañero–. Hay que repasarlo, creo que no hemos contado con un detalle importantísimo’. ‘¿Cuál?’. ‘Pues que quienes viven por debajo del umbral de la pobreza y lo han perdido todo, no disponen de acres propios o arrendados para montar un huerto, así de rotundo. Por tanto, ya me diréis cómo coño lo hacemos, porque si no hay terreno de nada sirve aprender a preparar tu propio abono y mucho menos hablar de cultivo, de basura reconvertida en nutriente o de jardines verticales que ayuden a eliminar parte del CO2 que producimos’. ‘Tienes razón. Sin embargo, ahora hay muchos pueblos vacíos donde se podría hacer, además de fomentar la economía local al priorizar la proximidad y la temporalidad. Se me ocurre algo…’. –Giré la cabeza y ahí estaba él, sentado en la mesa contigua a la mía.
          Jeff Blocker es un crack de la documentación. ‘Jota –es como le llamamos–, señala en este mapa las coordenadas del área donde sería posible llevar a cabo esto que acabamos de decir’. ‘Primero diferenciemos distintos aspectos –se ajusta la gafa empujando sobre el puente con el dedo corazón–: no es lo mismo hablar de escenarios despoblados a consecuencia del aumento incontrolado de desempleo, y en cuya consecuencia se han visto obligados a migrar a otros lugares para sacar a los suyos adelante, que de minúsculos territorios donde unos pocos vecinos conviven distanciados, apenas sin recursos’. ‘A ver, dispara’. ‘Si hay un sitio emergente peleando por superar la decadencia tras la crisis automovilística que mordió la prosperidad de aquellos que dependían de ella, esa es, sin duda alguna, la ciudad de Detroit, donde concretamente, en el distrito North End, en el mismo centro, funciona la asociación sin ánimo de lucro: The Michigan Forming Iniciative, dedicada a recuperar espacios vacíos en entornos verdes y limpios, abriendo granjas donde antes había naves industriales’. ‘Pero la idea que tengo no es exactamente un estilo de vida agrihood –interrumpo–, sería parecido, pero más que expandir comunidades rurales lo ideal es que el individuo, conectado con la tierra, sienta dentro de sí el fruto labrado con esfuerzo y perseverancia’. ‘Entonces, me lo pones muy fácil, el Municipio de Elvira, con menos de cuarenta habitantes se ajusta mejor’. ‘¿Y dónde demonios está?’ ‘En el condado de Buffalo, en Dakota del Sur. Pero, ahora que pienso, en esa misma zona, Gann Valley, encajaría mucho mejor al contar sólo con catorce habitantes’. ‘¿Tienes algo que hacer?’. ‘La colada y arreglarme la barba’. ‘Bueno, prometo lavar tu ropa y, en cuanto a afeitarte, a mí me parece que así estás muy bien. Venga, en marcha…’.
          Mientras vamos en mi coche Jeff Blocker habla de los desencuentros que tiene con Nelson y William cuando le piden alguna información que necesitan de la herramienta digital Reality Drop, que recopila noticias sobre cambio climático y donde los usuarios comentan todo lo publicado en los medios de comunicación, así como lo dicho o escrito por los negacionistas. Nunca he mediado entre compañeros que no se llevan bien, por eso, y para no escuchar las mismas quejas durante las 368 millas que tenemos por delante, enciendo la radio. ‘Al final han imputado al exagente Brett Hankison por la muerte de Breonna Taylor, la joven de 26 años tiroteada a sangre fría en Louisville’. ‘Es la metrópoli más grande de Kentucky’. ‘ Sí, pero no los otros dos compañeros que iban con él –dice, concentrado en la información que están dando–. Menos mal que el FBI investiga si fueron violados los derechos civiles de la mujer. No sé, pero es como si quisieran aniquilar a la población afroamericana’. Tienes toda la razón. La asesinaron dos meses antes que a George Floyd –contesto–.Fíjate que era técnica en emergencias sanitarias, una chica que nunca se había visto envuelta en jaleos. Y mira por dónde, aquella noche durmiendo en el apartamento con su novio, les confundieron con los integrantes de una red de venta de drogas. Y claro, a partir de este punto las versiones se cruzan. Total que la única realidad es que ella perdió la vida’. ‘Oye, estamos llegando, ve más despacio’.
          Me apeo del auto y tengo la sensación de pisar el suelo de un paisaje que presumo recio donde el silencio ha mutado desde las raíces hasta sus habitantes. ‘No fastidies, Jeff. Aquí va a ser complicado poner en marcha el proyecto –el comentario suena molesto, lo reconozco–, la mayoría sólo se balancea en las mecedoras de los porches. ¡Míralos, coño! Dime tú cómo lo hacemos’. ‘Fíjate bien en ellos y verás luz en su mirada’. ‘No sé, lo que veo es el perfil de la América Profunda bajo la sombra del Partido Republicano. Compatriotas que lucharon en la Segunda Guerra Mundial anteponiendo el amor a la patria en detrimento de sus allegados. En definitiva, que no creo que estén dispuestos a escucharnos y menos aún a cuidar del clima’. En la casa más alejada un cacareo de gallinas da la bienvenida a los forasteros si el viento no sopla ensortijando los matorrales. La dueña, entrada en los setenta años, vestida de granjera, situada detrás de la barandilla de madera con los bordes desgastados, encarama un rifle a la vez que avisa: ‘Un paso más y os vuelo la tapa de los sesos, muchachos’. ‘Cálmese, y deje que nos presentemos’. Así lo hacemos. Lo siguiente fue explicarnos, aunque nos cortó casi antes de empezar. ‘Veréis hijos, nosotros no necesitamos que vengáis en plan salvadores del mundo a darnos lecciones de cómo tenemos que vivir, lo que hemos de comer o la forma de cultivarlo. Cada huerto es la identidad de su agricultor, lo que le gusta y lo que no. El agua, la electricidad, el petróleo y demás elementos están ahí para hacernos la vida más fácil, son sagrados y variar su procedencia es un pecado mortal que Dios castigará enviándonos plagas. Así que, habéis hecho el viaje para nada’. ‘Sí, supongo que no ha sido buena idea’. ‘Largo pues o tendréis que lamentarlo’. Rumbo a Rochester, Jeff conduce concentrado en la carretera de interminable recta, como casi todas las que conectan los Estados Unidos. ‘No te apures –digo–. Esto también nos ha servido de experiencia. ¿Tú crees en la peste divina?’. ‘No digas tonterías, Markel’. ‘Ese pensamiento lo tienen muchos lugareños y, por tanto, será nuestro mayor objetivo: ser capaces de que vean las cosas desde escenarios realistas. No sería mala idea hacer una visita a esa asociación que dices de Detroit, me parece muy interesante eso de reconvertir espacios vacíos en entornos verdes y limpios’. ‘Pues, cuando quieras…’.
          Paramos en el único motel de carretera que encontramos sin las luces de neón apagadas. Un hombre obeso, menos pendiente de nosotros que del habano que tenía entre los labios, nos lanzó sobre el mostrador las llaves de las habitaciones 27 y 29. ‘Si quieren toallas limpias por la mañana son $10 más. No hay buffet, tampoco teléfono, ni wifi y no quiero jaleos, ni prostitutas, ni borrachos. El baño está al final del pasillo y los accesorios de jabón, loción o ducha caliente lleva un complemento a parte. ¿Alguna pregunta?’. ‘–contesto–: ¿Dónde se puede comer alguna cosa?’. ‘A veinte millas de aquí está la ciudad de Hartford, puede que encuentren algo abierto’. Pegado al Casino, en Caribou Coffee, pudimos tomar unos sándwiches que nos parecieron de buena calidad. ‘¿Me apetece una copa –dice Jeff–, ¿probamos suerte en la ruleta?’. ‘Prefiero irme a dormir’. ‘Venga, hombre, no seas soso’. Accedí. Nos acodamos en la barra. No había muchas personas excepto los típicos solitarios, mudos, ausentes, perplejos, vacíos… Mi compañero movía las fichas de una mano a otra, nervioso. Vi de reojo cómo se reproducían las gotas de sudor en su frente. Incapaz de contralar la zozobra derrama los cócteles Vieux Carre recién puestos. ‘Joder, casi me empapas –digo contrariado–. Oye, es mejor que nos vayamos’. ‘Ni hablar’. El barman hizo una seña y rápidamente salieron a limpiarlo. Estoico, aguanto el tipo mientras asisto a la casi ruina de mi amigo. ‘¿Por qué no paras ya?’. ‘Porque tengo un pálpito y creo que es mi noche de suerte’. Pero no lo fue. En el aparcamiento se nos acercan dos chicas. Me siento un poco mareado, sin duda el alcohol empieza a hacer su efecto. Jeff se mete con una de ellas en el coche y yo estoy violento. ‘¿Dónde quieres que lo hagamos, encanto? –escucho a la vez que me agarra por la bragueta– No serás uno de esos tipos que usan juguetitos raros. Mira que soy muy tradicional en mi trabajo’. El ambiente desapacible de la noche cerrada nos lleva a una especie de cobertizo junto a la gasolinera. Me tiendo sobre unos fardos de mantas y la dejo manejar. La imagen de Alaia reflejada en la ventana parece decirme que todo está bien. Giro la cara para no ver la de la prostituta y, al cerrar los ojos, no puedo evitar sentir un inmenso desprecio hacia mí mismo. A la mañana siguiente Jeff dice que se va a quedar unos días en Hartford así que regreso solo a Minnesota.

domingo, 8 de noviembre de 2020

No puedo respirar

5.

Dieciocho meses después de que el huracán Katrina se llevara por delante la vida de Alaia, Iker y Sira, la burocracia me obligó a viajar a España porque la familia reclamaba la herencia a la que ellos tenían derecho, ya que nosotros nunca pedimos la inscripción consular para hacer efectivo aquí el matrimonio. Mamá consultó a un amigo abogado por si yo tenía algún derecho legal al respecto, a pesar de que lo único que me interesaba era terminar pronto y regresar cuanto antes. Así que, llegué a Bilbao con un manojo de llaves en el bolsillo, los deberes hechos, la moral por los suelos y el miedo a lo desconocido agarrado al runrún de las tripas. Cuando deseché el último cerrojo de la vivienda ubicada encima de la taberna, olía a vacío. Antes de rebuscar en los cajones buscando el presunto testamento que no aparecía, abrí una botella de txacolí con sabor a nostalgia. Me sentía un intruso vulnerando la intimidad de quienes, en realidad, apenas conocía. Empecé por la cocina, quizá porque al ser la pieza principal en el hogar de los norteamericanos, pensé que, entre latas de conserva caducadas encontraría la pieza del puzle exigida con agresividad. No fue así. Recorrí los dormitorios con la misma delicadeza de quien trasplanta una orquídea para no romper sus raíces. Sin embargo, en el rellano de la escalera donde también había huellas inconfundibles de ratones, me llamó la atención un mueble corto y estrecho que desentonaba con el resto. Necesité un cuchillo de hoja robusta para apalancar la puerta haciendo saltar por los aires el pequeño pestillo oxidado. Dentro, una libreta con nombres escritos en euskera y diversos documentos que me propuse ordenar conservaban el polvo del olvido incrustado en las tapas. Una característica muy americana es la individualidad del ciudadano motivándonos desde una edad temprana para ser independientes y responsables de las propias decisiones, pero quizá el mayor defecto que tenemos como sociedad sea creer que más allá de los Estados Unidos no hay ningún otro país, excepto Canadá al norte y México al sur. Por eso, mientras deslizaba la vista por los papeles descubrí por primera vez las palabras: izquierda abertzale, Euskal Herria, lehendakari, velódromo de Anoeta, Batasuna, herriko taberna…
          Desde que uno de mis primos convirtiera la casa de la abuela en una atractiva posada rural, atrayendo hasta la aldea de Herboso a un tipo de gente que desmarcándose de las masas y lo convencional optaban por el agroturismo para pasar sus vacaciones, en toda la comarca no se hablaba de otra cosa más que de las rutas que él mismo organizaba, haciendo que los clientes disfrutasen a pleno pulmón de la belleza del Valle de Carranza. ‘Dime una cosa –pregunto, mientras me instalo en la mejor habitación del pajar–: ¿Cómo te dio por montar esto?’. ‘Me dejó la novia cuando íbamos a casarnos y no soporté la posibilidad de encontrarme con ella cogida del brazo de otro. Así que, puse el monte entremedias’. ‘Vaya, lo siento. Pero conste que me alegro mucho del éxito que cuentan que tienes’. ‘No te creas todas las habladurías’. ‘Este entorno empareja bastante con los principios de la actividad profesional que ahora desarrollo’. ‘¿A qué te dedicas?’. Preguntaba desganado y por puro compromiso. ‘Soy activista contra el cambio climático. Vamos por ahí concienciando a la gente porque, o nos ponemos las pilas, o esto se va a la mierda’. ‘¡Vaya, vaya! Ahora resulta que el yanqui es más vizcaíno de lo que pensábamos’. ‘No te rías de mí. Oye, imagino que en invierno apenas tendrás clientes y será duro estar solo’. ‘Pocos, pero te acostumbras a la soledad. Además, da tiempo para preparar la temporada siguiente. Mira, dejemos las cosas claras: si te manda tu padre porque quiere parte de lo suyo, sepas que todos los meses ingreso el alquiler en la cuenta que abrieron los hermanos’. ‘El motivo que me trae es muy diferente y no viene al caso. Aclárame, por favor, de qué va esto –le enseño los documentos–. Es que no entiendo nada. Mi mujer jamás habló del tema, salvo algún vago comentario cuando sufríais atentados y, la verdad, después de leer estos textos tengo mucha curiosidad’. ‘¿Te apetece una alubiada?’. ‘No sé lo que es’. ‘Alubia roja con sacramentos. Quiero decir con costillas de cerdo, morcilla, chorizo y tocino. ¿O prefieres una salsa de puerro que por esta región conocemos como purrusalda?’. ‘Lo primero suena mejor’. Los troncos de madera crujían en la chimenea marcando el compás de nuestra conversación. Jamás había comido tanto ni tan rico junto a otro comensal que cuidase con absoluto mimo hasta el último detalle gastronómico. Acostumbrado a beber vino o cerveza, al final de la cuarta copa de pacharán manifesté un ligero mareo que no impidió prestar atención a lo que oía. ‘¿Más licor?’. ‘No, ni pensarlo. ¿Crees que mi suegro perteneció a la banda terrorista?’. ‘Hombre, puede que no fuera un miembro activo, pero desde luego simpatizante parece que sí. Veo que no conoces nada de nuestra historia, han sido tantos años de drama que lo de ahora, a partir de mayo de 2018 cuando a través de un comunicado anunciaron que se disolvían, es una liberación’. ‘¿Por qué no habláis de ello con naturalidad?’. ‘Pues, por aburrimiento y tedio’. Hacía horas que el fuego se había apagado y la madrugada nos sorprendió con una resaca de caballo, con el frío metido en los huesos y una sensación de paz infinita, dije: ‘¿Me puedes acercar a Bilbao?’. ‘¿En el remolque del camión como la otra vez? –reímos–. Por supuesto que sí’. ‘Gracias por la velada y por todo’. ‘Vuelve cuando quieras’. ‘Lo haré’. ‘¿Dónde has quedado con el abogado?’. ‘En su despacho’. ‘Te acompaño’.
          Aguardábamos pacientes en la sala de espera del bufete situado en la calle Máximo Aguirre esquina a Rodríguez Arias Kalea. El primo Andoni chascó la lengua nada más ver a la persona que venía a nuestro encuentro y que después se presentó como el representante legal y portavoz de la familia de mis suegros. ‘¿Qué pasa? –pregunté, antes de que el otro lo escuchara– ¿Por qué te pones a la defensiva?’. ‘Es que no tiene buena fama. Dicen que en 1990 estuvo involucrado en el mercado negro obteniendo licencias para la proliferación de máquinas tragaperras extendidas por la comarca. Al parecer había una flota superior a la permitida, lo cual perjudicó a mis hermanos. Si quieres, después te lo explico –pero no quería. En realidad, me importaba un bledo–. Ahora, seamos amables y ten cuidado, es muy hábil manipulando a la gente’. No había mucho que dialogar, excepto hacerle entrega de los dos juegos de llaves que tenía de la casa y firmar un documento donde me comprometía a no reclamar jamás nada. Tan sólo, y sin que lo supieran, cogí un equipo fotográfico de Alaia. Cuando nos separamos de él, dije: ‘Si no tienes inconveniente, voy a quedarme algunos días más’. ‘¿Y por qué lo iba a tener? Encantado de que lo hagas. ¿Te gustaría conocer algo de la zona?’. ‘Me encantaría’. ‘Entonces, iremos a un sitio espectacular que limita con Cantabria. Una de las rutas que organizo para mis clientes es a la Ventana Relux, las vistas desde allí son impresionantes. Tú y yo tendremos, más o menos, la misma talla, necesitarás ropa de montaña’.
          Equipados para atravesar el monte, caminamos por el lateral de una angosta carretera dejando atrás el pueblo de Herboso y adentrándonos en los espacios verdes tan arraigados a la tierra firme que enrola al vizcaíno de pura cepa. ‘¿Esto está deshabitado?’. ‘No. ¿No ves la leña amontonada a un lado? Se preparan para el invierno, aquí hace mucho más frío que en la capital y quizá no puedan salir en un tiempo, han de tener provisiones’. Sentía una presión bastante fuerte en los pies, y debí de manifestarlo en el rostro porque entre El Callejo y Ambasaguas hicimos un alto para reponer fuerzas. ‘No sé cómo puedes andar tan deprisa con eso –dije, señalando el calzado–, a mí me está matando’. Sacó una hogaza de delicioso pan blanco, medio queso, chorizos que me supieron a gloria y una bota de vino –nunca había bebido en algo así–. ‘Anda, háblame de tu trabajo’. ‘¿Qué quieres saber?’. ‘¿Cómo te hiciste activista?’. ‘El Katrina no se llevó por delante sólo a mi compañera, también nuestros sueños, aquellos que alimentamos con complicidad y deseo de crecer y llegar juntos a la cumbre de la vejez, cosas sencillas que estructuraban el perfil de lo que éramos como pareja. Todo a mi alrededor se transformó en un gran solar del que nunca más fluiría la vida. Descuidé tanto el aspecto físico que de repente me convertí en una persona desaliñada y con manchas de alcohol salpicadas por la camisa. Una mañana, camino del Mayo Civic Center, encontré por casualidad a dos de mis antiguos alumnos’. ‘¿Es un sitio importante?’. ‘Digamos que es un complejo donde se celebran convenciones, eventos deportivos…, todos los acontecimientos multitudinarios que imagines. Pues bien, asistían a la conferencia que la neoyorquina Lois Gibbs, fundadora del Centro de Salud, Medio Ambiente y Justicia, daba en una de las salas principales. Me animaron a ir con ellos y, hasta hoy’. ‘Esa mujer debe tener mucho poder para convencerte’. ‘Su trayectoria es peculiar. Comenzó cuando descubrió que la escuela a la que asistía su hijo de 5 años, en Las Cataratas del Niágara, en Nueva York, fue construida sobre un vertedero de desechos tóxicos, al igual que todo el vecindario. Asustada por los síntomas de enfermedad que manifestaban ya algunos niños, luchó muchísimo con los gobiernos local, estatal y federal, hasta que, gracias a la recogida masiva de firmas, consiguieron evacuar a las familias afectadas’. ‘Ya, pero hay que tener las ideas muy claras para dedicar tiempo y esfuerzo en una causa que a mí me parece perdida’. ‘Bueno, lo fundamental es no mirar para otro lado y reconocer que hay problemas medioambientales, pero también que existen soluciones, a veces tan simples como estar dispuestos a cambiar nuestros hábitos y costumbres.’. ‘Hombre, pasar de lo cómodo a lo austero no es apetecible’. ‘Bueno, pero no se trata de prescindir de la tecnología que nos permite aprovechar mejor los recursos naturales. Nosotros somos Homo Sapiens’. ‘Aprendemos muy bien la teoría, otra cosa es llevarlo a la práctica. Mi negocio funciona sin lujos, tú lo estás comprobando. Sin embargo, a veces, hago cosas que no me gustan para atraer a otra clase de clientes que dejan mucho más dinero’. ‘Es urgente reflexionar. Vivimos eclipsados por la sociedad de consumo, por este usar y tirar a precio de ganga. Compramos artículos baratos sin pensar que su bajo coste se debe a que están hechos por personas explotadas y hacinadas en talleres clandestinos’. ‘Mira, en eso estamos de acuerdo, tenemos más de lo que necesitamos’. ‘Bravo, acabas de dar un primer paso’. ‘¿Cuál?’. ‘Admitir una evidencia’. ‘¿Me ayudas a montar la tienda de campaña?’. ‘Claro’.
          La ubicación privilegiada que tiene el estado de Minnesota, además de la abundancia de lagos, es propicia para avistar el fenómeno de la aurora boreal, comúnmente conocido como “las luces del norte”, que tanto disfruté en la infancia cuando papá organizaba excursiones para nosotros dos. No obstante, pocas veces había contemplado las estrellas brillar con tanta intensidad como aquella noche al raso, junto al fuego que prendió mi primo mientras contaba anécdotas y aventuras de nuestros antepasados y, recordábamos canciones de cuna en euskera. A la mañana siguiente me dolían todos los huesos, pero la experiencia mereció la pena. Levantamos el campamento y reanudamos la marcha. He de reconocer que el paisaje era espectacular, el oxígeno que respirábamos sanador y la compañía inmejorable. Atravesamos los verdes pastizales que dominan la sierra de Ubal, y lo hicimos bajo la vigilante mirada de los buitres preparados quizá para la caza de alguna presa. Y, así, llegamos a la Ventana Relux, con un sol espléndido que facilitó visualizar el mar a lo lejos. Estaba tan ensimismado que quería asomarme por el arco para ver lo que había al otro lado. ‘Cuidado, Markel, ahí sólo encontrarás el abismo –advierte él– y, la verdad, no me apetece recoger tus pedacitos’. ‘Lo siento, es que estoy fascinado y me he dejado llevar’. De vuelta a Herboso nos hicimos algunas fotos entrañables: sobre el carro que tiró del ganado, en la terraza desde la que veía llegar a mi padre del campo y la última, ya en la ciudad, en un hermoso atardecer en el Puente de San Antón, con la Ría de Bilbao como invitada de lujo. Antes de desaparecer por la puerta de embarque y tras buscar refugio en la calidez de su abrazo, dijo: ‘Jamás olvides de dónde vienes’. ‘No lo haré. ¿Vendrás a visitarme a Rochester?’. ‘Ya veremos. La próxima vez que vuelvas prometo tener el jardín vertical en la fachada de la casa’. Años después, antes de declararse la pandemia que diezma a la humanidad, regresé a Euskadi acompañado de Georgia Hardin y William Harrison, que acababa de enviudar. Pero, el primo Andoni, ya no estaba…