Cuevas del Ayllón,
es un núcleo rural situado en la Serranía de Guadalajara, donde grandes
mamíferos conviven a sus anchas, mientras la mano del hombre que urbaniza sin
miramiento, no llegue hasta allí a embrutecer su natural belleza. Rodeados de
jara, brezo y alguna encina, se enclava Rincones
de la Alcarria, residencia de ancianos llevada por un equipo de
profesionales que, con respeto, paciencia y cariño en su hacer vocacional,
mantienen alta la autoestima de los residentes.
Alicia Miralles no está casada, es introvertida,
enfermizamente solitaria, puntual al estilo británico, escrupulosa, insensible,
fría y calculadora. Trabaja como funcionaria del Estado en el Ayuntamiento de Tamajón,
municipio donde reside en un caserón mayúsculo, desde hace pocos meses para
ella sola. A primera hora de la tarde, vestida de obligación con traje dos
piezas de corte clásico, se desplaza hasta Rincones
de la Alcarria a visitar a su madre, ingresada cuando la demencia senil
pasó a una fase aguda y mermó sus facultades físicas e intelectuales, siendo
difícil, por no decir casi imposible, atenderla en casa.
Lola Sotillos, segunda hembra de una bordadora que quedó
viuda con cinco bocas a su cargo, no tiene descendientes, familiares conocidos
ni nadie que vaya a verla en fechas señaladas. Nació en Torreperogil, corazón
de la comarca de La Loma, limítrofe con Úbeda y no lejos de Sabiote. El 29 de
enero de 1995, a la edad de setenta y dos años, durmió por primera vez en Rincones de la Alcarria, hasta el día de
hoy no ha vuelto a salir de allí. Desde entonces, o a consecuencia de eso, tiene
agujeros negros en la memoria, pérdidas de orina y de norte, fantasmas que
acechan por su espalda, miseria económica y sequedad en los afectos. Pero
también conserva recuerdos entrañables, uno de su infancia seria por ejemplo: el
sabor a “garbanzos mareados”
—sobrantes del cocido con tomate, cebolla y sal—, que tan deliciosos fueron.
Aunque seguramente, se acordará también, de otros, que en registros diferentes,
formen parte de una vida más plena y exitosa.
Escurrido y guardado lo utilizado en la cena, Alicia puso a
calentar leche que acompañó con copos de avena en cereales. En el dormitorio de
paredes aislantes y estilo rústico, empuña el mando a distancia como cada día,
cada semana, cada mes y cada año de sus aburridas e interminables noches de
desvelo, para detenerse en la 2 de Televisión Española, donde reponen el viejo
espacio Estudio 1, con El mercader de
Venecia, la obra de Shakespeare. Distraída leyendo los títulos de crédito por
si reconocía a todo el reparto, no se dio cuenta que derramó parte del líquido
sobre la cama. A punto de ir en busca de una toalla para secarlo, vio a la
actriz que salió en pantalla, menuda, pequeña y elegante. Quedó pensativa, no
hacía mucho que había visto a esa mujer pero, ¿dónde? En fin, tarde o temprano
se acordaría.
Poco a poco su madre empeoraba. Solían colocarla junto a la
ventana con vistas al jardín, pero ya no abría los ojos y, la alimentación
administrada por sonda gástrica, complicaba el funcionamiento regular de
estómago e intestino. Una de las veces, Alicia bajó a cafetería a comprar una
botella de agua. A la vuelta del edificio por la parte de atrás, había un
porche con techo de caña cuya sombra huele a rosas silvestres. Una mujer de
cabellos blancos y figura menuda pero elegante, ocupaba un extremo del
balancín, Alicia se acomodó en el otro. La anciana, absolutamente ida, emitía
monosílabos sacados de un castellano en desuso, lo cual impedía mantener una
conversación cordial y coherente, con alguien que padecía de estolidez. De
regreso a la habitación, preguntó a las chicas del control por la mujer
misteriosa. “¿No sabes quién es Lola Sotillos? —dijeron extrañadas— en sus
tiempos fue una actriz famosa.”
Desde que falleció su madre, Alicia acude puntual a la cita
adquirida con Lola. En el corto periodo de cuatro tardes, la actriz recobró la
cordura, el color en las mejillas, las ganas de vivir, el don para canalizar la
fuerza que da el espectáculo y aplicarla después al quehacer de la vida.
Recuperó el norte y la retención de orina. En cuatro tardes, como quien dice,
Alicia recibió mucho más que en toda su existencia e intuyo que nadie mejor que
ella, otra solitaria sin hijos, familiares conocidos ni aparentemente nadie que
en un futuro la visite en fechas señaladas, podría hacerle a la anciana más
llevadero, como a sí misma, el último tramo de la existencia. Disfrutaron
muchas cosas juntas. Fotos que Lola conservaba en una caja de zapatos, recortes
de periódicos archivados cronológicamente, secretos de alcoba, y discrepancias,
envidias, aventuras, y rencores que por entonces tuvieron ciertas glorias de la
escena, así como miseria, mucha miseria de una posguerra cruel marcada con estraperlo
y hambre. Pero lo mejor, lo más valioso, valiente, maravilloso y extraordinario
que compartieron, fue: compañía.
Al año siguiente Alicia se acogió a un plan de jubilación
anticipada. Sacó a Lola de la residencia, y juntas emprendieron viaje a
aquellos lugares de España, donde tiempo atrás, la actriz triunfó colgando
siempre el cartel: “Agotadas todas las
localidades.” El 3 de mayo del año en curso, hicieron noche en Baeza. De
buena mañana, con una Lola resfriada y decaída, partieron hacia Torreperogil.
Semana y media después, Alicia regresaba sola de Jaén, hundida en la más
absoluta perplejidad, desconcertada, derrumbada en el interior oscuro de un
pozo sin fondo, y perdida, terriblemente perdida porque el delicado corazón de
Lola Sotillos, no aguantó la tremenda emoción de encontrarse al fin entre los
suyos.
Apenas ha cambiado el paisaje en Rincones de la Alcarria. Mismo silencio acogedor colándose por las
ramas de los árboles, semejante oxígeno puro con toque a rosas silvestres, idénticas
costumbres longevas, parecidas puestas de sol y lunas crecientes. Aunque, tal vez,
el cambio más significativo sería, que ahora la ocupante del balancín en el
porche, es Alicia Miralles, mujer solitaria que se ha dejado apresar, por las
garras de la indolencia.
Yo viajo al corazón de estos personajes. Son personajes perdedores y solos.Les das vida con tus escritos y siempre en un acto de amor se renuevan y transforman como solo puede hacerse por un acto de generosidad.
ResponderEliminarEsperanza
¡ Qué historia tan conmovedora !.
ResponderEliminarSi las personas jovenes pensaran en la vejez y lo que suele quedar de nosotros, tal vez no fueran tan independientes y solitarios, porque mientras que hay juventud todo se ve muy bien, pero desgraciadamente eso pasa mas rápido de lo que pensamos y debe ser muy triste no tener el cariño de una familia, (por supuesto me refiero a los que eligen la independencia por voluntad propia )
Un beso
Conmovedor.
ResponderEliminarQuerida Mayte : la historia de la residencia de ancianos me ha gustado. Mi madre estubo siete años en una residencia -tenia Alzehimer-, en casa ya era imposible. La cruda realidad de las residencias está en falta de visitas que padecen los ancianos. En casos extremos, es prácticamente imposible atender a personas discapacitadas en casa. Sigue escribiendo, no te impote ser dura, es la realidad!. Saludos
ResponderEliminarSin duda, una historia dura, pero real y cruda como quizá no quisiéramos imaginar.
ResponderEliminarDifícil que no se desgarre un poquito el corazón al traspasar las puertas de ese "pequeño mundo" en el que sobreviven, que en el mejor de los casos se reduce a 20m cuando su solvencia económica lo puede permitir.
Difícil que no te duela el alma al ver en sus miradas, ya silenciosas y derrotadas, como suplican por recibir una pequeña caricia, un beso o la más mínima atención... algo que parecen ignorar todos los que hay alrededor, tan preocupados por la imagen exterior de limpieza, orden y seriedad que deben dar a sabiendas que de ello depende que su reputación sea recompensada con nuevos "clientes" y que su negocio sea rentable.
Complicado distinguir en sus rostros ausentes si sufre más el que no recibe la visita de sus familiares o el que no tiene a nadie quien le visite.
¿Por qué nadie les pregunta a estos ancianos? Muchos de ellos seguramente preferirían tener menos de esas atenciones y cambiarlas por tener compañía, por que alguien escuchara con paciencia y sin prisas los relatos de su vida, por tener una mano a la que cogerse, por tener quien les calme y sosiegue en sus momentos de miedos e inseguridades.
¿Para qué tantos médicos y profesionales para curar el cuerpo, es que nadie se dá cuenta que es la soledad quien les va consumiento y apagando minuto a minuto por dentro?
Queda mucho por hacer por la llamada "sociedad del bienestar" para que realmente nadie tenga que sentirse solo y excluido. No nos quedemos en el llanto de nuestras conciencias y en la pasividad de nuestros actos.
Saludos.
Ana (Alicante)
Preciosa historia aunque no olvides que la actualidad hoy bien merece ser escrita.
ResponderEliminarUn beso cariño.
Marcos.
Buenísima historia, Mayte, ya sabemos los que tenemos ancianos cerca, que lo que más les cura es la compañía.
ResponderEliminarSiempre dar pasos para el amor. Nunca es tarde. hemos de intentarlo sin desfallecer. Tirar la toalla seria cerrar los ojos a cada primavera. Gracias Mayte. Un beso.
ResponderEliminarVivivmos en un mundo que apuesta por lo individual y cada vez resulta más difícil mantener vivos ciertos valores.
ResponderEliminarManel