No puedo respirar

Para Ely, que tanto le gustaba esta historia
1.
La segunda vez que mis suegros decidieron salir al extranjero, desde nuestra Euskadi natal, fue en julio de 2005, con destino a los Estados Unidos de América, a Minnesota, donde su única hija y yo vivimos una bonita relación que duró diez largos años. Tras haber insistido tanto, nos pareció estupendo que Iker y Sira vinieran a pasar dos meses con nosotros, sobre todo a Alaia, que no los veía desde el otoño anterior, cuando hizo una escapada de diez días a España. Yo sabía que para ella era muy importante que se sintieran a gusto, así que reservamos un par de semanas libres de trabajo, para recorrer juntos lo más destacable de esta impresionante región, del Medio Oeste del país. ‘Markel, ¿te importaría que mis padres durmieran en nuestra habitación en lugar de en la de invitados? –soltó, con tono inocente y meloso, camino del aeropuerto–. Es que me da apuro instalarlos ahí. ¡Es tan estrecha!’. ‘Claro que no, pero necesito una recompensa o no hay trato’. ‘Bueno, me lo pensaré –pellizcó un pliegue de mi barriga–. Gracias, amor. Ya veremos lo que se me ocurre…’. Aparecieron tal y como imaginé: campechanos, con esas chapas rojas en las mejillas brillantes, símbolo de la tranquilidad y del aire puro del campo. Avanzaron unos pocos pasos, frenaron en seco, extendieron los brazos, lloraron de emoción, nos estrujaron casi hasta rompernos los huesos y, entre aquellas muestras de cariño desinteresado, sentí que volvían a mí los olores a leña de la infancia, a ramas de helecho y al correspondiente festejo de la txarriboda, ejecutando al cerdo con la pistola de perno que tanto me horrorizaba.
          Nuestro mayor propósito era procurarles una estancia lo más placentera posible. En Minneapolis les impresionaron los rascacielos situados entre lagos, nada que ver con los prados verdes a los que estaban acostumbrados, ni a las casas con estructura de invierno enmarcadas en piedra o los tejados color burdeos a juego con el gris del cielo. Disfrutamos muchísimo en el Museo de Arte Weisman, situado sobre el río Mississippi. El paseo en barco por el Parque Estatal Fort Snelling, a las afueras de la capital Saint Paul, trajo a su memoria aquel otro que hicieron a Venecia, por las bodas de plata. ‘Saldréis mucho, ¿no? –preguntó Iker, mientras le servía una copa de vino y ponía para picar unos pepinillos crujientes con salsa de queso–. Esto es tan grande’. ‘Bueno, no te creas. Tu hija está muy ocupada, y yo por el estilo. Suele pasar que conoces más del sitio donde vives por lo que cuentan los forasteros’. ‘Ya. Pues no sé, si yo viviera aquí no pararía de subir y bajar de esos edificios tan altos y elegantes. Cambiando de tema: ¿Y los nietos para cuándo? Porque veo que a este paso no nos hacéis abuelos’. ‘¡Papá! –exclamaron la madre y la hija desde la zona de la cocina–, tú tan directo como siempre’. ‘Coño, es verdad’. ‘Vendrán, no te apures. Un bebé requiere mucha dedicación, tiempo del que ahora no disponemos. Pero todo se andará’. ‘¿Entonces –cortó Sira, notando que dejé entrever cierta incomodidad– das clases de español?’. ‘Sí, en el Century High School. Es una escuela pública. ¿Os apetece conocerla? Podríamos ir mañana. ¿Qué os parece?’. ‘Pues tendrá que ser a la vuelta –continuó ella–, porque, al contratar el vuelo en la agencia, cogimos un paquete que comprende las Bahamas, Veracruz y los Cayos de la Florida. Ya que cruzamos el charco, aprovechémoslo, pensamos. ¿Por qué no os venís? Os invitamos. Se podría arreglar. Lo preguntamos allí y nos dijeron que no habría ningún problema’. ‘Ya me gustaría, pero no puedo. Tengo un seminario de profesores, lo hacemos cada año antes de comenzar el curso. Me es imposible faltar’. ‘¿Y tú?’. ‘No sé, mamá. Tal vez a la revista le interese. Dejad que lo tantee. ¿Para cuándo sería?’. ‘Marchamos dentro de dos días’. ‘Joder, apenas tengo margen’. ‘Seguro que lo puedes arreglar –palabras de las que me arrepentiré mientras viva–. Además, te deben algunos días de vacaciones, ¿no?’. ‘Uy, tú quieres quedarte solo, canalla’. Dijo, poniendo una de esas posturas en jarras que me volvían loco. Aquellas veladas fueron inolvidables, conversando sobre política sin entrar de lleno en el terreno de juego, de las relaciones con mi familia, de las habladurías en el pueblo… Pero, principalmente, disfruté de dos seres humanos excepcionales y de la felicidad que derrochaba mi pareja. Aunque duró tan poco, que… Por eso, cuando alguien me pregunta por qué no he fijado mi residencia lejos de Rochester, Minnesota, con todo el sufrimiento que he padecido en cada rincón de esta ciudad, respondo: ‘Porque lo que más he querido en la vida se quedó a menos de mil doscientas millas de aquí…’.
          Mis padres se conocieron por casualidad. Acababa de fallecer el abuelo y la familia fue a Bilbao, al notario, a una de aquellas visitas interminables por el papeleo de la herencia. Como mis tíos no llegaban a ningún acuerdo y los intereses particulares de cada uno cargaban con ira la pólvora de los reproches, papá, harto de oír tanta estupidez, dijo: ‘Cuando estéis preparados para razonar, vuelvo’.  A diferencia de sus hermanos, que realizaban trabajos en la mina, unos taladrando la roca y los otros cargando el mineral en las vagonetas, optó por labrar las tierras y gestionar las arrendadas a los vecinos que usaban de pasto para el ganado. Apenas salía de Herboso, donde nacimos, una aldea del Valle de Carranza, en el extremo occidental de Las Encartaciones, bellísimo paraje de Vizcaya. Aunque, cuando lo hacía, se juntaba a lo grande con su cuadrilla de txikiteros, proclamándose el mejor levantador del vaso típico para esa categoría. Así que, esa mañana, antes de estampar la firma definitiva en la notaría, los pies le llevaron hasta el laberinto de las Siete Calles, en el Casco Viejo. Amaneció muy nublado y había comenzado a llover. A la altura del Puente de San Antón encontró a un grupo de extranjeros desorientados, entre los que se encontraba una rubia deslumbrante y muy simpática. ‘¿Necesitan ayuda?’. ‘Yes’. ‘Así no nos vamos a entender, ¡eh!’. ‘¿Dónde queda frontera francesa? –dijo, con ese acento suyo tan yanqui mientras se enamoraban–. Nosotros no saber dónde estar’. Ella desplegó un mapa y él, con el dedo índice, marcó la ruta a seguir. Seis meses después se casaban en la Iglesia de los Santos Juanes. Y al año justo nací yo. Los recuerdos que guardo del entorno corresponden ya a mi etapa de adulto, puesto que, al cumplir cinco años, nos trasladamos a los Estados Unidos. ‘Tu madre es cruel conmigo, querido –soltó la americana–. Además, no soporto más el olor a estiércol y la soledad de este caserío al que nunca viene nadie’. ‘Pero mujer, que son figuraciones tuyas, si te aprecia muchísimo’. Y fue así como terminé viviendo en Rochester, paseando esa mezcla de vasco y minesotano que ha hecho de mí una persona plural.
          Alaia estaba considerada como una de las mejores fotógrafas que tenía en plantilla National Geographic, era una magnífica profesional. Viajaba con asiduidad a la Patagonia, con especial parada en el Parque Nacional Torres del Paine, en Chile, donde inmortalizaba con instantáneas irrepetibles, por su calidad y perfección de enfoque, el Glaciar Grey. Dispuesta a llegar la primera a los puntos calientes de actualidad, aunque hubiera que sacar la noticia de debajo de las piedras, se podía contar con ella aun griposa. Una vez estuvo a punto de ser engullida por un cocodrilo macho, de agua salada, de seis metros de longitud, cuando realizaban unos reportajes de especies en extinción por Australia, Sri Lanka y Filipinas. Siempre estuve muy orgulloso de ella y la admiraba muchísimo, aunque no lo demostrara abiertamente. Iker y Sira fueron a uno de los mejores restaurantes recomendado por nosotros a degustar el faisán fresco rostizado con salsa de arándanos rojos, del que tanto les habíamos hablado como una exquisitez. ‘He tenido una reunión con el redactor jefe –dijo mi mujer, preparando algo de cena mientras yo terminaba de planchar unas camisetas– y le parece bien que vaya con mis padres. Por lo visto pensaban mandarme a Los Everglades, porque hay unos animales exóticos que he de fotografiar, además de captar el movimiento de la vegetación en el humedal azotado por el viento. Así que, tendré que dejarles solos uno o dos días y volar a Miami. Markel, ¿de verdad que no te importa? Mira que estaré fuera algo más de un mes’. ‘Sabes que no. Pero, no sé, cariño, habría que consultar a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, porque, a poco que os entretengáis, el tiempo se puede complicar y ser peligroso visitar según qué lugares’. ‘No va a pasar nada, ya lo verás, miedica’. Esa noche nos amamos como si se acabara el mundo.
          Partieron el uno de agosto. Nos levantamos al amanecer. Yo conducía silencioso durante las 78,5 millas que separaban nuestro hogar del Aeropuerto Internacional de Minneapolis-Saint Paul. Mis suegros, agarrados al cinturón de seguridad, iban muy tensos, supongo que a consecuencia del exceso de velocidad que llevaba, ya que me preocupaba la ponencia que daría después, delante de un público desconocido, razón de más para llegar pronto. Alaia revisaba que estuvieran en orden sus permisos especiales de prensa, a la vez que me preguntaba si estaba bien. ‘Sí, un poco nervioso, pero nada que no arregle una infusión caliente’. Nos despedimos en el aparcamiento, ni siquiera tuve la delicadeza de acompañarles hasta la sala de embarque. Le dije a mi mujer que tuviera cuidado, no hicieran locuras y llamara al llegar. ‘Enseguida estoy aquí, amor’. Sin embargo, nunca imaginé que la guadaña estropearía los planes de vuelta. Arranqué el coche con la misma urgencia que tiene quien quiere salir del área de fuego. Miré por el retrovisor y vi que los tres, diciéndome adiós, se empequeñecían. A última hora de la tarde, y habiendo escuchado los mensajes del contestador, me di cuenta, por primera vez, de lo fría que estaba la casa, y de que un mal presagio me revolvía las tripas. A partir de entonces nada fue lo mismo…
          Quince años después ha cambiado todo a mi alrededor. Abandoné la escuela pública, y ahora recorro el mundo con la organización creada por el exvicepresidente, y Premio Nobel de la Paz, Al Gore: The Climate Reality Project, desde donde intentamos educar a los gobiernos para que apuesten por energías renovables, eliminen los gases de efecto invernadero y luchen contra el cambio climático. Además, concienciamos también a todas las personas que asisten a nuestras conferencias, ya que los pequeños gestos y las mínimas aportaciones construyen las cosas importantes. Mientras preparaba la maleta, porque a la mañana siguiente salíamos para Washington D.C., a encabezar una protesta contra los negacionistas del calentamiento global, tenía puesta la televisión. Serían aproximadamente las 20:15 hora local, cuando la voz ronca de un afroamericano, corpulento, impotente y desesperado, me estremeció el corazón escuchándole repetir entrecortado: ‘I can’t breath. I can't breath. I can't breath…’.


2.
A menos de una semana para que Alaia, Iker y Sira regresaran a Rochester de su viaje por cuatro o cinco estados, el 24 de agosto de 2005, quedé con un grupo de antiguos alumnos, íntegros y comprometidos, con los que mantenía estrecho contacto. Y, aunque ahora hablaban el español correctamente, todavía recuerdo cuánto les costó conjugar los verbos, memorizar el amplio vocabulario y asimilar lo extenso de nuestra gramática. Sin embargo, aquel esfuerzo les abrió las puertas de alguna multinacional con sede en América Latina, que a la larga dejarían para dedicarse en exclusiva al activismo medioambiental. Organizábamos dos cenas al año: una, antes de arrancar el curso escolar, y la otra entre el Día de Acción de Gracias y Navidad, ésta con familia incluida. ‘Profesor Atxaga –eran reacios a aparcar el protocolo–: su mujer no seguirá todavía en Bahamas, ¿verdad?’. ‘¿Lo dices por el Katrina? No, ahora están en Nueva Orleans. Mis suegros se empeñaron en conocer la casa donde nació Louis Armstrong, su ídolo de juventud. Supongo que al adentrarse en tierra firme, como tormenta tropical, llegará muy debilitada a Luisiana. Así que, estoy tranquil. Cierto que lo estaría aún más si hubiesen regresado a Minnesota’. ‘Seguro que dentro de nada los tiene usted por aquí –opinó Georgia Hardin– organizándole la vida –asentí y reímos–. Ya me lo dirá, ya’. De todos ellos, el menos dado a la conversación, era William Harrison, pero cuando hablaba sentaba cátedra. ‘Yo que usted no me confiaría, teacher –sentenció–. Mejor contacte con el National Hurricane Center de Miami y que le informen de la trayectoria. Pregunte también cómo está en la escala Saffir-Simpson. Más vale que nada le coja por sorpresa, ¿no cree?’. Dicho comentario me dejó bastante preocupado. ‘Pero qué listillo y pedante eres, colega –saltó Nelson Baez, un dominicano nacido en Santo Domingo y afincado en Estados Unidos, que ha sufrido en sus propias carnes el desprecio de la xenofobia–. Jamás compartiré contigo ninguno de mis miedos. Amigo, tus conclusiones son catastróficas’. Traté por todos los medios de ser un buen anfitrión para que no faltara ningún detalle en el restaurante, pero lo que verdaderamente deseaba era quedarme solo de una vez por todas y pensar qué hacer. 
            La negrura inquietante de la casa parecía un túnel sin salida. Al fondo, la luz parpadeante del contestador automático se visualizaba desde la entrada como reclamo para ser atendido de inmediato. Además de los mensajes rutinarios de mamá, con sus quejas interminables por lo poco, según ella, que la visito, y otro de papá invitándome a un partido de fútbol americano, saltó la angustiosa y acelerada voz de mi pareja: ‘Markel… Ahora, vam… …consideración …los aires’. Incapaz de intuir la frase completa fue lo único que descifré. Llamé a la redacción de National Geographic por si sabían algo más, pero estaban tan alarmados como yo. Puse la televisión y, en todas las cadenas de noticias, ya se hablaba de una catástrofe sin precedentes. En el plató de los estudios, expertos y gurús, trazaban la ruta del huracán sobre mapas de isobaras muy juntas. Ni un segundo aparté la mirada de la pantalla. Avanzaba el tiempo y al otro lado del teléfono la preocupación de amigos y familiares aumentaba por momentos. Afronté las horas inciertas de la madrugada con consecutivas tazas de café recién hecho. Era más que probable que el presidente George W. Bush compareciera en breve para informar a la nación de la situación tan grave que estábamos a punto de vivir. Las horas siguientes fueron de auténtica locura. No sabía dónde acudir. Un amigo de mi mujer, freelance, venía de Alabama con la exclusiva bajo el brazo de que, a consecuencia de la marejada ciclónica, los diques de Nueva Orleans cederían inundando la ciudad. ‘Puedo pasar –dijo, con el rostro descompuesto bajo el dintel a medio barnizar–. Hay que sacar de allí cuanto antes a Alaia’. ‘¿Cómo te has enterado?’. ‘Porque he ido a la asociación de la prensa que compra y distribuye mis fotos y, ya sabes que en este mundillo todos nos conocemos, ha corrido el rumor de que la cámara de Atxaga estaba en el ojo de la tormenta, he hecho un par de llamadas para confirmarlo y, aquí estoy. ¿Ha contactado contigo?’. ‘Escucha –puse el mensaje–. A lo mejor tú lo entiendes. ¿Qué podemos hacer?’. ‘Llamemos a la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias, a ver qué dicen’. Eso hicimos, pero las comunicaciones se cortaban y cuando lo conseguimos nos pasaron de una persona a otra, que estaban tan perdidas como nosotros.
          De nuevo solo, y tras múltiples intentos fallidos de contactar con ellos, debí de quedarme traspuesto. Cuando desperté, sobresaltado, eran las 09:55 del 29 de agosto de 2005, y no daba crédito a las brutales imágenes que aparecían delante de mí. Debajo de infinitas latas de cerveza ya vacías y trozos de sándwich mordisqueados de crema de cacahuete y plátano, estaba el mando a distancia. Escarbé hasta desenterrarlo, subí el volumen para escuchar mejor las palabras consternadas de la exgobernadora de Luisiana Kathleen Blanco, junto al exalcalde Ray Nagin –luego declarado culpable de soborno, fraude, evasión de impuestos…–, cuyos rostros desencajados trataban de solapar las vistas anegadas de la cuna del jazz. Diez minutos antes de espabilarme, el huracán Katrina, de categoría 5 y vientos de más de 180 kilómetros por hora, destruyó buena parte de la ciudad. La población, que a duras penas salvó la vida gracias a la colaboración ciudadana, de bomberos y policía local, quedó sumida en la más vergonzante de las miserias, atendidas tardíamente por los gobiernos de distintos rangos que se vieron sobrepasados reaccionando tarde a la emergencia. Fue impactante ver la autopista interestatal 10 convertida en un río lleno de lanchas transportando a los damnificados. Cogí las llaves del coches, el permiso de conducir, la tarjeta de crédito y algunos dólares sueltos, sin percatarme que iba en pantalón corto y con mi camiseta favorita de los Boston Celtics de la NBA, ya muy descolorida.      
           La directora de la escuela estaba en el despacho. Cuando entré, lloraba abrazada a otro compañero que a duras penas contenía el hipo. Desesperado, necesitaba dar con el paradero de mi familia y fui decidido a pedir ayuda. En realidad, buscaba la de su hermano que pertenecía a las Fuerzas Armadas o la de su hijo que era miembro del Departamento de Bomberos de Bloomington, entendiendo que, cualquiera de los dos, dispondrían de más recursos para localizarlos que yo. Bastó una sola llamada suya, y, a continuación, me vi en un taxi acompañado por ella. Lo siguiente que recuerdo es el ensordecedor ruido dentro del helicóptero del ejército y verme rodeado de medio centenar de soldados, todos cabizbajos, y cuya primera misión sería rescatar desde el aire a las miles de personas encaramadas en los tejados. Me colocaron un casco y un chaleco. Lo digo así porque no soy consciente de haberlo hecho yo. Siete horas después sobrevolábamos Luisiana. Las vistas eran sobrecogedoras. Habían cerrado al tráfico comercial el aeropuerto internacional Louis Armstrong de Nueva Orleans, dejándolo operativo sólo para militares e instalando también uno de los muchos hospitales de campaña que encontré repartidos por la metrópoli agonizante bajo el nivel del mar. Con un par de fotos de Alaia y sus padres, que enseñaba a todo el que se cruzaba conmigo, fui de un lado a otro como zombi. Gente malherida a la que no socorrí, lanzaban gritos de auxilio para que los evacuaran pronto. Bebés destetados, hombres y mujeres vagando sin destino y con las manchas de hollín que perduran cuando ya no te queda nada de nada. Un grupo de voluntarios sugirió que preguntara en el Barrio Francés y demás distritos del centro que no estaban tan dañados, pero allí tampoco tuve suerte. Ni siquiera sus nombres estaban en las listas de desaparecidos. Durante las semanas siguientes, sin hallar resultados positivos, continué como perro sabueso husmeando su rastro. Sin embargo, poco a poco, interioricé el peor de los escenarios según asistía a la crecida de cadáveres flotando. Amparado por el personal de la Cruz Roja Americana, encontré cobijo en sus dependencias, un colchón para dormir y algo de comida, mucha más de la que admitía mi desganado estómago. A través de ellos, y tras concienciarme de que tenía que prestar colaboración humanitaria, participé en tareas de achique de agua, con la esperanza, cada vez más debilitada, de descubrir alguna pista.
          El 7 de noviembre de ese mismo año. Es decir, setenta días después de la devastación, regresé a Rochester con la carta de dimisión en el bolsillo. Era incapaz de presentarme ante los alumnos y el profesorado, y menos aún dar explicaciones para justificar la ausencia y la tristeza que envolvía toda mi existencia. ‘Oye, ¿lo has pensado bien? –preguntó el subdirector de la escuela que sustituía a la titular–. Podemos negociar algún tipo de permiso especial, es una pena que pierdas la plaza y, por supuesto, que nos dejes’. ‘No tengo ganas de seguir haciendo las mismas cosas, ni motivaciones para continuar dedicado a la enseñanza. En principio, estaré por aquí el tiempo justo de arreglar unos papeles, pasar por la redacción de National Geographic y volverme a Nueva Orleans’. ‘¿Has averiguado algo?’. ‘Poco, por no decir nada. Aquello es horroroso, no hay palabras que lo describan, es una balsa donde el dolor es el náufrago que atraviesa la ciudad fantasma’. Los cuerpos de Alaia, Iker y Sira, como los de tantos otros, nunca se encontraron. Seguí la búsqueda por mi cuenta hasta que se me acabó el dinero y tuve que regresar. Una mañana, yendo hacia Mayo Civic Center para asistir a un evento deportivo, me encontré con Georgia y con Nelson, ambos exalumnos que iban a la conferencia ofrecida por la activista neoyorquina Lois Gibbs, quien fundó el Centro de Salud, Medio Ambiente y Justicia cuando descubrió que la escuela de su hijo estaba construida sobre un vertedero de productos tóxicos causantes de diversas enfermedades desarrolladas por los niños. ‘Anímese y venga con nosotros Mr. Markel, seguro que disfrutara con la charla’. Así empezó la aventura que ahora me traigo entre manos, y que en aquel momento me abriera los ojos también para entender que, además de los daños humanitarios, económicos y materiales, el Katrina provocó efectos ambientales contaminando, entre otras cosas, las reservas de agua subterráneas…
          En Washington D.C. las manifestaciones en protesta por el asesinato de George Floyd están siendo multitudinarias. Desde la ventana del hotel Harrington diviso la interminable marea humana que camina hacia la avenida Pensilvania para culminar en la Casa Blanca, lo que será bastante complicado, ya que el cordón policial rodea todas las calles adyacentes, desde Madison PI NW, a Jackson PI NW, bordeando también por Constitution Ave NW. Desde el 28 de agosto de 1963, cuando Martin Luther King encabezó la marcha por el trabajo y la libertad, pronunciando su histórico discurso Yo tengo un sueño, no sucedía nada parecido. Y ya hay quien pronostica como movimiento perdurable, el grito universal de: “I can’t breath”. ‘¿Lo estáis viendo? –dije a los compañeros de The  Climate Reality Project de la habitación de al lado–. ¿Nos unimos a ellos…?’.


3.
Bajamos al hall del hotel Harrington, donde aguarda el resto de los compañeros que hemos viajado hasta la capital de los Estados Unidos con la organización The Climate Reality Proyect, para participar en la protesta que a nivel mundial se lleva a cabo en contra de los negacionistas del calentamiento global. Sin embargo, la marea humana que va hacia el Capitolio manifestándose por el asesinato de George Floyd, se cruza en nuestro camino uniéndonos al movimiento Black Lives Matter. ‘Markel, mira aquella columna que se dirigen hacia el Monumento a Lincoln –Nelson Baez, eufórico, señala con el dedo–. Ojalá que la nación entera lo esté viendo’. ‘Seguro que sí –afirmo–. Son muchos afroestadounidense asesinados hasta el momento como para acallar los gritos de repulsa’. ‘Cuánta razón tienes –continua–. Si Martín Luther King levantase la cabeza y viese cómo están sus hermanos, y lo poco que se ha avanzado en empatía y tolerancia desde aquel sueño que tuvo, no sé qué pensaría’. ‘Anoche –digo–, navegando por la red encontré en Mapping Police Violence’. ‘¿En qué?’. ‘Seguro que has oído hablar de ello: es el proyecto que investiga las malas conductas de algunos policías. Pues bien, descubrí que un afroamericano tiene más probabilidades de morir violentamente a manos de las fuerzas de seguridad, que el mayor de los delincuentes por el mero hecho de haber nacido bajo el paraguas de una piel blanca. Hay muchísimos problemas raciales, suceden a escasos centímetros de nosotros, pero como son molestos los apartamos de un puntapié en el trasero. Podríamos preparar un congreso para tratarlo, ¿qué te parece?’. ‘Oye, ¿tú tienes vida más allá de las estadísticas y de los informes sesudos? Porque…’. ‘La tuve’. ‘Perdona –se disculpa arrepentido–, no quería ofenderte’. ‘No te preocupes, no lo has hecho’. Fijaos –interrumpe otro compañero muy nervioso–, hay familias enteras con niños pequeños, abuelos y adolescentes que viven en primera persona el hecho histórico que mañana recogerán en los libros de historia’. ‘Bienvenido al mundo real, querido’. ‘Aguardad un instante, ¿qué es esa avalancha que se mueve por allí? –pregunto–. ¿Una contramanifestación?’. ‘No, es el ejército –afirman por detrás de nosotros–. Vayamos alertas’. Según termino la frase, y sin posibilidad de reacción, cargan violentamente contra todos. ‘Markel, salgamos de aquí’. ‘Esperad que haga unas fotos –tiran de mí– para colgarlas en nuestra página’. ‘¡Deprisa, chicos!, que no lo contamos’. Escapamos por los pelos muertos de miedo. De vuelta al hotel, reconfortándonos con una copa de tequila, alguien me pregunta por Georgia Hardin. ‘No sé por qué no habrá venido, pero estoy de acuerdo con vosotros, está muy rara’. Dije, ocultando los verdaderos motivos que yo sí conocía. A la mañana siguiente, apoyados por ambientalistas y una amplia representación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana, entonando sus cantos relajantes y pacifistas, marchamos tranquilamente por las calles de Washington colapsando las principales arterias de la ciudad, aunque esta vez no nos vino a disolver el Séptimo de Caballería con su artillería de gases lacrimógenos. Nelson y yo caminamos por detrás de la pancarta cuyo eslogan es: “Estamos a Tiempo De Frenarlo Todo”.
          Un poco antes de irme a Washington, preparando la maleta, encontré en el fondo de un cajón, que apenas abría, la tarjeta de cumpleaños que hice cuando alcancé la mayoría de edad. Pero, lo que mejor recuerdo de aquel día es cuando sonó el teléfono. Era el tío Iñigo para decir que la abuela se moría. Escuché a mis padres discutir en el dormitorio, blasfemar en euskera e inglés, entre portazos que presagiaban la inminente partida. Once horas después los dos volábamos rumbo a España. La premura para adquirir los pasajes obligó a optar por lo único disponible con dos escalas de tres y nueve horas: la primera en el Aeropuerto Internacional Libertad de Newark, en Nueva Jersey, y la segunda en Lisboa. Total, más de una jornada para cruzar de un continente a otro. Llegamos con la bruma del jet lag adherida a la suela de los zapatos. La casa se caía a pedazos, encontramos las tejas amontonadas junto a la leñera vacía, donde una camada de ardillas campaba a sus anchas. Alrededor de los cimientos estaba crecida la hierba, abrupta y aleatoria, como señal de que todo se desmoronaba, igual que la vida de aquella anciana a la que conocía tan sólo por referencias. Otra de mis tías, a pie de cama, maldecía contra los dioses y, al entrar papá, y besar la frente de su madre, le dedicó una agria mirada de absoluto desprecio. ‘¿Ha visto el médico a “ama”?’. ‘¿A ti qué te parece? Igual había que haber esperado a que volviera el señorito de su amada América y así llevarse él los honores’. ‘Déjate de tonterías y dime qué ha dicho’. ‘¿Tú qué crees? Pues que se va, pero que tiene el corazón fuerte. Así que, hasta que aguante, aquí me tiene, presa, como lo he estado toda la vida, viendo a los demás volar, mientras que a mí me amargaba con su mala leche, haciéndome sentir la más desgraciada de todos vosotros. Sin embargo, de no ser por mí…’.
          La discusión entre hermanos subió tanto de tono que preferí visitar Bilbao encaramado en el remolque de uno de mis primos. ‘¿Cómo te llamas? –pregunté tímidamente–, yo soy Markel’. ‘Andoni, y sé quién eres, mutil’. ‘¿Mu, qué?’. ‘Muchacho, chico, chaval. ¿No practicas nuestra lengua, verdad?’. ‘Poco. ¿A qué te dedicas?’. ‘Soy agricultor’. Y parco en palabras, pensé. Seguimos todo el trayecto en silencio de manera que me dediqué a memorizar las advertencias hechas por mi padre para que pareciera un buen vasco. Como, por ejemplo, que era fundamental no comer con los ojos para probar diversos pintxos de las muchas tabernas y guardar los palillos porque con arreglo a los que tengas, pagas. Pero, la voz áspera del pésimo conductor me trajo de vuelta. ‘¡Eh! tú. Hemos llegado al botxo. ¡Bájate!’. ‘¿Adónde?’. ‘Pues coño, al agujero, ¿no ves que estamos rodeados de montañas? ¡Cómo se nota que eres extranjero! A ver si aprendes un poquito’. No supe qué contestar, por eso, di un salto, le agradecí el porte, me sacudí el polvo de la ropa y, ahí estaba yo, a escasos pasos del Casco Viejo dispuesto a saborear las famosas gildas bilbaínas y, a empaparme de su cultura para que nadie de la familia volviera a tratarme de bobo.
          Acostumbrado a Rochester donde la ciudad es más espaciosa, aquellas calles peatonales, estrechas y de paredes agobiantes, provocaban en mí la agonía de quien se siente prisionero. ‘Perdone –abordé a un viandante–, ¿podría indicarme dónde hacen el mejor txangurro a la donostiarra? Vengo desde muy lejos y tengo entendido que la carne de centollo es exquisita’. La hospitalidad de aquella persona colocó mi destino en la misma entrada de la “Taberna el Puente”. Iker y Sira, que posteriormente se convertirían en mis suegros, regentaban aquél típico local en la confluencia de las calles Ronda con María Muñoz. ‘¿Y cómo se vive en los Estados Unidos? –dijo la mujer a la vez que cortaba un trozo bastante generoso de tortilla cuajada al punto que regué con chacolí– Anda que no está eso lejos. ¿Has venido de vacaciones?’. ‘No, exactamente. Mi abuela se muere, somos del Valle de Carranza’. ‘Alaia –llamaron a alguien por el hueco de la escalera–, ¿quieres bajar de una vez, por favor? La culpa es tuya que la consientes demasiado’. ‘Eso, tú como siempre, escurriendo el bulto’. Ellos también se echaron a reír al ver que yo lo hacía. Entonces, empujando la puerta abatible con la cadera, apareció la chica más guapa del mundo. ‘Hija, mira, este joven y atractivo caballero viene de Minnesota’. ‘Vaya, un verdadero yanqui del Medio Oeste, ¿eh?’. ‘¿Por qué no te encargas tú de que no le falte de nada?’. ‘¡Ay, mamá! Eres tremenda y la mayor lianta que conozco’. ‘Venga, enséñale nuestras cosas’.
          ¿Conoces las Siete Calles?’. ‘No’. ‘¿Y el muelle Marzana o el mercado de la Ribera?’. ‘Tampoco’. ‘Imagino que ni idea de El Arenal por donde pasea todo bilbaíno de pura cepa. Y supongo que, el lavadero de mujeres te suene a chino, claro.’. ‘Alaia, para mí esto es nuevo –le dije en nuestra segunda cita–, pero quiero verlo todo’. ‘Entonces, empezaremos por el Ascensor de Begoña, que lo construyeron en 1949 y, ¿a qué no sabes por qué?’. ‘Obvio que no’. ‘Para unir el centro con el barrio de Santutxu. Además, quiero que vayamos a “los arcos de la Plaza Nueva. Dicen que allí, en los bares escondidos entre sus columnas, se han dado los besos más apasionados de la ciudad’. ‘Pues no se hable más, ¿hacia dónde tiro?’. Nos citábamos cada tarde. Me había enamorado como un perdido y ella también. La abuela murió mes y medio después, lo cual significaba que, en cuanto tuvieran arreglados los asuntos legales nosotros volveríamos a Estados Unidos, y yo no quería. Una noche, mientras abríamos las camas, le planteé a papá la posibilidad de quedarme un tiempo para conocer Euskadi, pero su respuesta fue tajante: ‘¿Qué quieres, que tu madre me la líe?’. Él se pasaba muchas horas en el monte, pensativo, con la bota de vino colgada del hombro y un palo con el que ayudarse por los terrenos empinados. De regreso vio que dos de sus hermanas montaban en cólera conmigo, porque se rumoreaba que yo salía con la hija de un tabernero bien situado y que, a la caída del sol, se nos veía meternos mano en el Estanque del Parque de doña Casilda, al que todos llaman “el de los patos”. ‘¿Es eso cierto, Markel? –me pregunta–. Aquí las cosas funcionan de otra manera’. ‘Te lo puedo explicar’. Así lo hice, y aquella historia de amor le recordó tanto a la suya que, tras pensárselo unos minutos, propuso el siguiente trato: volver con él, acabar el curso y luego, si seguía sintiendo lo mismo, vendría a España a pasar el verano…



4.
En el décimo aniversario de la muerte de Alaia, y en vista de que no levantaba cabeza, mis padres se empeñaron en pasar la Nochevieja en Nueva York, imaginando que el ambiente festivo de Times Square cuando cae la bola animaría mi alma en pena. ¡Qué tontería!, pensé, ya que lo único que me apetecía era seguir arrastrándome bajo el paraguas de una melancolía convertida ya en sustancia tóxica. Pero cedí a sus deseos para no frustrarlos. Caminaba distraído por la calle 46 hasta salir a la Quinta Avenida y llegar a la librería Barbes & Noble, donde pensaba adquirir el libro: “Esto lo cambia todo”, de la periodista y activista, Naomi Klein, en el que describe, con absoluta brillantez, que el capitalismo va contra los testimonios que argumentan la acelerada transformación de la climatología y sus consecuencias. Deanna Leone se situó por detrás de mí, aguardando turno para pagar. La miré y, en un intento de resultar simpático, dije: ‘¿Los va a leer todos? –el comentario sonó absurdo y fuera de lugar–. Disculpe la indiscreción –me sonrojé al notar su enojo–. No pretendía molestarla’. ‘Pues mire, así lo compensamos –relajó el entrecejo–: todos los míos frente al suyo’. ‘Es para mí –sonreí, encajando la ironía–. Bueno, también buscaba biografías de actrices y actores de Hollywood, para regalar, pero no doy con la sección’. Señaló justo a mi derecha y ahí estaban. Salimos a la acera, atestada de gente, con un montón de paquetes en las manos. ‘Veo que ha tenido suerte’. ‘Sí. Llevo una de Steve McQueen y otra de Bette Davis. Gracias por la ayuda, de no haber sido usted nunca las habría encontrado’. ‘¿Le apetece tomar algo?’. ‘Claro’. ‘Vamos al Café Manhattan, hacen los mejores huevos revueltos de toda la city’. Nos abrimos paso entre la multitud que iba a la carrera para llegar los primeros a la parada de taxis. Acostumbrado al ritmo pausado de Rochester aquella locura me agobiaba. Accedimos al local por una puerta que destapó un espectáculo interior muy agradable, con apetitosas vitrinas conviviendo dentro de ellas los mejores ingredientes para elaborar tu propia ensalada o aquellos postres prohibidos a los que era imposible resistirse, por mucho que la conciencia aconsejara lo contrario. En la segunda planta, sentados en una de las mesas pegadas a la barandilla, la vista del recinto era acogedora y el trato a los clientes exquisito. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘Trabajo para The Climate Reality Proyect’. ‘Entonces, ¿eres de los que van pregonando que el Ártico desaparecerá?’. ‘Bueno, es una evidencia. Está pasando. Al ser los veranos más cálidos gran parte de la banquisa se derretirá, y la última en hacerlo será una región al noroeste de Groenlandia. Tanto es así, que, mientras perdure un poco de hielo las morsas y los narvales migrarán allí’. ‘Eso es muy discutible. Sólo el Creador puede cambiar el rumbo de las cosas’. ‘Te equivocas. Los causantes somos nosotros con nuestra irresponsable actuación, por eso es fundamental poner en práctica las soluciones que tenemos al alcance. Necesitamos unanimidad mundial y el serio compromiso de la clase política para el cumplimiento de las leyes que protejan los recursos naturales, siempre en desventaja ante los económicos’. ‘El pueblo americano no cree dicho discurso’. ‘¿Eso piensas? Pues, fíjate: California está a la vanguardia desarrollando energías renovables al ver como los grandes incendios destruyen su territorio o Miami que aprecia ya la subida del nivel del mar se replantea algunos cambios. En ambas costas hay colectivos movilizándose, personas que empiezan a desarraigarse del concepto de posesión y de consumo tan entroncado en nuestra sociedad’. ‘Uy, pues yo qué quieres que te diga, no me parecen alarmantes las emisiones de COde la industria, hay que escuchar a los verdaderos entendidos y no a los gurús propagandistas’. ‘Entonces, sabrás que la comunidad científica opina que es urgente eliminar progresivamente la expulsión de esos contaminantes’. ‘Oye, me tengo que ir. Ha sido muy interesante este encuentro, me gustaría repetirlo. Quién sabe, quizá en el futuro hagamos cosas juntos’. ‘¿Por qué no?’. Y así fue como esta mujer, que se cree a pies juntillas los milagros descritos en la Biblia, entró a formar parte de nuestras vidas…
          Hija de un terrateniente de Texas y una criada de origen judío, procedente de Polonia, Deanna Leone fue abandonada a los pocos días de nacer por su madre biológica en el barrio neoyorquino de East Harlem. Envuelta en una pequeña manta, hambrienta y casi en estado de hipotermia, la encontró una afroamericana que iba camino del trabajo. Dentro del pañal llevaba un papel explicando las verdaderas razones que la obligaban a renunciar a la maternidad y también la identidad de la criatura. A la mañana siguiente, faenando en la casa donde servía desde hacía más de tres décadas, consultó con la señora si debía acudir a los servicios sociales, la otra, según escuchaba, pensó y dijo: ‘Yo me ocupo del bebé, Helen. No se apure’. A menudo quiso preguntar por el paradero de la niña pero nunca se atrevió. Los señores movieron los hilos para que un predicador cristiano evangélico, de Carolina del Norte, y su esposa, tras fallidos intentos para concebir, la adoptaran y criaran dentro del ambiente ultraconservador que marcaría, inexorablemente, su actitud ante la vida, aunque, como se verá más adelante, el tiempo suavizará determinadas posturas radicales que defendía con vehemencia.
          El 3 de marzo de 1991, Rodney King, de Sacramento, y raza negra, en libertad condicional por robo, y temiendo ser devuelto de nuevo a prisión, se negó a detener el carro que conducía por la autopista, a gran velocidad, hasta que en el distrito de Lake View Terrace, frenó y, al bajarse, recibió una brutal paliza por cuatro miembros del Departamento de Policía de Los Ángeles. Una semana después se extendieron las protestas por varios estados del país. Algunos reverendos afines al ala más carca del clero pidieron a sus feligreses que no apoyasen las manifestaciones. Deanna no pensaba hacerlo. Sin embargo, se vio envuelta en mitad de la calle cuando iba a la iglesia con su grupo de oración. Fue ahí donde presenciaron el linchamiento a mujeres, hombres, niños… En definitiva: personas convertidas en trofeos de odio. Entonces, una anciana muy parecida a aquella otra que la salvara de una muerte segura estaba a punto de ser aplastada. Sin dudarlo, tiró de ella para apartarla de la muchedumbre que corría descontrolada. Se acercó a su oído y, entre sofocos, dijo: ‘Ahora, estamos en paz’.
          De vuelta al hotel, aprovechando que mis padres no estaban, coloqué en su habitación los regalos junto a la chimenea. Abajo, en la zona del bar, pedí un whisky mientras observaba con envidia, a las parejas que iban y venían hacia los ascensores. Y, así, mirándolos, recordé que uno de los mejores años para mí fue 1995, porque, tras pasar varios meses recorriendo Alaska –trabajaba ya para National Geographic– con una expedición de científicos estudiosos de la atmosfera, cuyo objetivo era denunciar el empeoramiento que sufría la orografía de esa rica zona de la tierra y la consiguiente afectación del efecto invernadero en sus costas y ríos que atraviesan dicho estado, Alaia fijó su residencia conmigo en Rochester. Al principio, los continuos viajes dificultaban la fluidez de nuestra relación, resultando complicado consolidar planes de futuro. Pero, poco a poco, nos adaptamos al presente, aprovechando al máximo el tiempo que pasábamos juntos. Sin embargo, en Estados Unidos ocurrió el mayor ataque terrorista anterior al 11-S. El 19 de abril, a las 9:02 a.m., en Oklahoma City, estalló un camión lleno de explosivos de fabricación casera contra el Edificio Federal Alfred P. Murrah donde murieron 168 personas y resultaron heridas más de 680. Era miércoles y nos pedimos el día libre para comprar algunos muebles, cosas muy sencillas de segunda mano que ella quería para la casa –mi concepto de la decoración se basaba en los trastos viejos que mamá desechaba–. Desayunamos sin prisa, escuchando el piar de los pájaros, el vaivén de las hojas de los árboles arañando el cristal de las ventanas, amándonos con cada mirada, respirando la grandeza del otro y admirando la capacidad de entrega, algo parecido a rozar el universo con la yema de los dedos. No obstante, la felicidad duró hasta que comenzó a vibrar su teléfono móvil alterando de arriba abajo nuestra jornada. ‘Enciende el televisor, amor –dijo, metida en el traje de reportera que tanto me asustaba–. Está bien, señor. Enseguida voy’. ‘¿Qué pasa?’. ‘Ha estallado una bomba. Me tengo que marchar, salimos en una aeronave militar. Siento mucho romper los proyectos para hoy, pero esto funciona así’. Aunque lo sabía, costaba aceptarlo, fundamentalmente por el peligro que a veces corría. ‘Están diciendo que un tal Timothy McVeigh y Terry Nichols, con otros dos cómplices que todavía no han sido identificados –grite para que me escuchara–, son los presuntos autores’. ‘El primer nombre me suena muchísimo… Deja que haga memoria –era una enciclopedia andante–. ¡Ah sí!, es un veterano de la Guerra del Golfo’. ‘¿Y el segundo? –pregunté–. Espera, que… Bueno, lo único que dicen es que se conocieron en el ejército’. El coche enviado por la revista aguardaba fuera para llevarla a la base. Coloqué en el maletero las bolsas con el equipo fotográfico y su mochila en la que siempre llevaba algo de comida, agua y varias baterías de repuesto. ‘Ni se te ocurra empezar la tarta de manzana hasta que yo no vuelva’. Me besó en los labios y sólo pude decir: ‘Llámame…’. Ha dejado un legado gráfico tan extenso que en los momentos polares me ayuda a recordar.


5.
Dieciocho meses después de que el huracán Katrina se llevara por delante la vida de Alaia, Iker y Sira, la burocracia me obligó a viajar a España porque la familia reclamaba la herencia a la que ellos tenían derecho, ya que nosotros nunca pedimos la inscripción consular para hacer efectivo aquí el matrimonio. Mamá consultó a un amigo abogado por si yo tenía algún derecho legal al respecto, a pesar de que lo único que me interesaba era terminar pronto y regresar cuanto antes. Así que, llegué a Bilbao con un manojo de llaves en el bolsillo, los deberes hechos, la moral por los suelos y el miedo a lo desconocido agarrado al runrún de las tripas. Cuando deseché el último cerrojo de la vivienda ubicada encima de la taberna, olía a vacío. Antes de rebuscar en los cajones buscando el presunto testamento que no aparecía, abrí una botella de txacolí con sabor a nostalgia. Me sentía un intruso vulnerando la intimidad de quienes, en realidad, apenas conocía. Empecé por la cocina, quizá porque al ser la pieza principal en el hogar de los norteamericanos, pensé que, entre latas de conserva caducadas encontraría la pieza del puzle exigida con agresividad. No fue así. Recorrí los dormitorios con la misma delicadeza de quien trasplanta una orquídea para no romper sus raíces. Sin embargo, en el rellano de la escalera donde también había huellas inconfundibles de ratones, me llamó la atención un mueble corto y estrecho que desentonaba con el resto. Necesité un cuchillo de hoja robusta para apalancar la puerta haciendo saltar por los aires el pequeño pestillo oxidado. Dentro, una libreta con nombres escritos en euskera y diversos documentos que me propuse ordenar conservaban el polvo del olvido incrustado en las tapas. Una característica muy americana es la individualidad del ciudadano motivándonos desde una edad temprana para ser independientes y responsables de las propias decisiones, pero quizá el mayor defecto que tenemos como sociedad sea creer que más allá de los Estados Unidos no hay ningún otro país, excepto Canadá al norte y México al sur. Por eso, mientras deslizaba la vista por los papeles descubrí por primera vez las palabras: izquierda abertzale, Euskal Herria, lehendakari, velódromo de Anoeta, Batasuna, herriko taberna…
          Desde que uno de mis primos convirtiera la casa de la abuela en una atractiva posada rural, atrayendo hasta la aldea de Herboso a un tipo de gente que desmarcándose de las masas y lo convencional optaban por el agroturismo para pasar sus vacaciones, en toda la comarca no se hablaba de otra cosa más que de las rutas que él mismo organizaba, haciendo que los clientes disfrutasen a pleno pulmón de la belleza del Valle de Carranza. ‘Dime una cosa –pregunto, mientras me instalo en la mejor habitación del pajar–: ¿Cómo te dio por montar esto?’. ‘Me dejó la novia cuando íbamos a casarnos y no soporté la posibilidad de encontrarme con ella cogida del brazo de otro. Así que, puse el monte entremedias’. ‘Vaya, lo siento. Pero conste que me alegro mucho del éxito que cuentan que tienes’. ‘No te creas todas las habladurías’. ‘Este entorno empareja bastante con los principios de la actividad profesional que ahora desarrollo’. ‘¿A qué te dedicas?’. Preguntaba desganado y por puro compromiso. ‘Soy activista contra el cambio climático. Vamos por ahí concienciando a la gente porque, o nos ponemos las pilas, o esto se va a la mierda’. ‘¡Vaya, vaya! Ahora resulta que el yanqui es más vizcaíno de lo que pensábamos’. ‘No te rías de mí. Oye, imagino que en invierno apenas tendrás clientes y será duro estar solo’. ‘Pocos, pero te acostumbras a la soledad. Además, da tiempo para preparar la temporada siguiente. Mira, dejemos las cosas claras: si te manda tu padre porque quiere parte de lo suyo, sepas que todos los meses ingreso el alquiler en la cuenta que abrieron los hermanos’. ‘El motivo que me trae es muy diferente y no viene al caso. Aclárame, por favor, de qué va esto –le enseño los documentos–. Es que no entiendo nada. Mi mujer jamás habló del tema, salvo algún vago comentario cuando sufríais atentados y, la verdad, después de leer estos textos tengo mucha curiosidad’. ‘¿Te apetece una alubiada?’. ‘No sé lo que es’. ‘Alubia roja con sacramentos. Quiero decir con costillas de cerdo, morcilla, chorizo y tocino. ¿O prefieres una salsa de puerro que por esta región conocemos como purrusalda?’. ‘Lo primero suena mejor’. Los troncos de madera crujían en la chimenea marcando el compás de nuestra conversación. Jamás había comido tanto ni tan rico junto a otro comensal que cuidase con absoluto mimo hasta el último detalle gastronómico. Acostumbrado a beber vino o cerveza, al final de la cuarta copa de pacharán manifesté un ligero mareo que no impidió prestar atención a lo que oía. ‘¿Más licor?’. ‘No, ni pensarlo. ¿Crees que mi suegro perteneció a la banda terrorista?’. ‘Hombre, puede que no fuera un miembro activo, pero desde luego simpatizante parece que sí. Veo que no conoces nada de nuestra historia, han sido tantos años de drama que lo de ahora, a partir de mayo de 2018 cuando a través de un comunicado anunciaron que se disolvían, es una liberación’. ‘¿Por qué no habláis de ello con naturalidad?’. ‘Pues, por aburrimiento y tedio’. Hacía horas que el fuego se había apagado y la madrugada nos sorprendió con una resaca de caballo, con el frío metido en los huesos y una sensación de paz infinita, dije: ‘¿Me puedes acercar a Bilbao?’. ‘¿En el remolque del camión como la otra vez? –reímos–. Por supuesto que sí’. ‘Gracias por la velada y por todo’. ‘Vuelve cuando quieras’. ‘Lo haré’. ‘¿Dónde has quedado con el abogado?’. ‘En su despacho’. ‘Te acompaño’.
          Aguardábamos pacientes en la sala de espera del bufete situado en la calle Máximo Aguirre esquina a Rodríguez Arias Kalea. El primo Andoni chascó la lengua nada más ver a la persona que venía a nuestro encuentro y que después se presentó como el representante legal y portavoz de la familia de mis suegros. ‘¿Qué pasa? –pregunté, antes de que el otro lo escuchara– ¿Por qué te pones a la defensiva?’. ‘Es que no tiene buena fama. Dicen que en 1990 estuvo involucrado en el mercado negro obteniendo licencias para la proliferación de máquinas tragaperras extendidas por la comarca. Al parecer había una flota superior a la permitida, lo cual perjudicó a mis hermanos. Si quieres, después te lo explico –pero no quería. En realidad, me importaba un bledo–. Ahora, seamos amables y ten cuidado, es muy hábil manipulando a la gente’. No había mucho que dialogar, excepto hacerle entrega de los dos juegos de llaves que tenía de la casa y firmar un documento donde me comprometía a no reclamar jamás nada. Tan sólo, y sin que lo supieran, cogí un equipo fotográfico de Alaia. Cuando nos separamos de él, dije: ‘Si no tienes inconveniente, voy a quedarme algunos días más’. ‘¿Y por qué lo iba a tener? Encantado de que lo hagas. ¿Te gustaría conocer algo de la zona?’. ‘Me encantaría’. ‘Entonces, iremos a un sitio espectacular que limita con Cantabria. Una de las rutas que organizo para mis clientes es a la Ventana Relux, las vistas desde allí son impresionantes. Tú y yo tendremos, más o menos, la misma talla, necesitarás ropa de montaña’.
          Equipados para atravesar el monte, caminamos por el lateral de una angosta carretera dejando atrás el pueblo de Herboso y adentrándonos en los espacios verdes tan arraigados a la tierra firme que enrola al vizcaíno de pura cepa. ‘¿Esto está deshabitado?’. ‘No. ¿No ves la leña amontonada a un lado? Se preparan para el invierno, aquí hace mucho más frío que en la capital y quizá no puedan salir en un tiempo, han de tener provisiones’. Sentía una presión bastante fuerte en los pies, y debí de manifestarlo en el rostro porque entre El Callejo y Ambasaguas hicimos un alto para reponer fuerzas. ‘No sé cómo puedes andar tan deprisa con eso –dije, señalando el calzado–, a mí me está matando’. Sacó una hogaza de delicioso pan blanco, medio queso, chorizos que me supieron a gloria y una bota de vino –nunca había bebido en algo así–. ‘Anda, háblame de tu trabajo’. ‘¿Qué quieres saber?’. ‘¿Cómo te hiciste activista?’. ‘El Katrina no se llevó por delante sólo a mi compañera, también nuestros sueños, aquellos que alimentamos con complicidad y deseo de crecer y llegar juntos a la cumbre de la vejez, cosas sencillas que estructuraban el perfil de lo que éramos como pareja. Todo a mi alrededor se transformó en un gran solar del que nunca más fluiría la vida. Descuidé tanto el aspecto físico que de repente me convertí en una persona desaliñada y con manchas de alcohol salpicadas por la camisa. Una mañana, camino del Mayo Civic Center, encontré por casualidad a dos de mis antiguos alumnos’. ‘¿Es un sitio importante?’. ‘Digamos que es un complejo donde se celebran convenciones, eventos deportivos…, todos los acontecimientos multitudinarios que imagines. Pues bien, asistían a la conferencia que la neoyorquina Lois Gibbs, fundadora del Centro de Salud, Medio Ambiente y Justicia, daba en una de las salas principales. Me animaron a ir con ellos y, hasta hoy’. ‘Esa mujer debe tener mucho poder para convencerte’. ‘Su trayectoria es peculiar. Comenzó cuando descubrió que la escuela a la que asistía su hijo de 5 años, en Las Cataratas del Niágara, en Nueva York, fue construida sobre un vertedero de desechos tóxicos, al igual que todo el vecindario. Asustada por los síntomas de enfermedad que manifestaban ya algunos niños, luchó muchísimo con los gobiernos local, estatal y federal, hasta que, gracias a la recogida masiva de firmas, consiguieron evacuar a las familias afectadas’. ‘Ya, pero hay que tener las ideas muy claras para dedicar tiempo y esfuerzo en una causa que a mí me parece perdida’. ‘Bueno, lo fundamental es no mirar para otro lado y reconocer que hay problemas medioambientales, pero también que existen soluciones, a veces tan simples como estar dispuestos a cambiar nuestros hábitos y costumbres.’. ‘Hombre, pasar de lo cómodo a lo austero no es apetecible’. ‘Bueno, pero no se trata de prescindir de la tecnología que nos permite aprovechar mejor los recursos naturales. Nosotros somos Homo Sapiens’. ‘Aprendemos muy bien la teoría, otra cosa es llevarlo a la práctica. Mi negocio funciona sin lujos, tú lo estás comprobando. Sin embargo, a veces, hago cosas que no me gustan para atraer a otra clase de clientes que dejan mucho más dinero’. ‘Es urgente reflexionar. Vivimos eclipsados por la sociedad de consumo, por este usar y tirar a precio de ganga. Compramos artículos baratos sin pensar que su bajo coste se debe a que están hechos por personas explotadas y hacinadas en talleres clandestinos’. ‘Mira, en eso estamos de acuerdo, tenemos más de lo que necesitamos’. ‘Bravo, acabas de dar un primer paso’. ‘¿Cuál?’. ‘Admitir una evidencia’. ‘¿Me ayudas a montar la tienda de campaña?’. ‘Claro’.
          La ubicación privilegiada que tiene el estado de Minnesota, además de la abundancia de lagos, es propicia para avistar el fenómeno de la aurora boreal, comúnmente conocido como “las luces del norte”, que tanto disfruté en la infancia cuando papá organizaba excursiones para nosotros dos. No obstante, pocas veces había contemplado las estrellas brillar con tanta intensidad como aquella noche al raso, junto al fuego que prendió mi primo mientras contaba anécdotas y aventuras de nuestros antepasados y, recordábamos canciones de cuna en euskera. A la mañana siguiente me dolían todos los huesos, pero la experiencia mereció la pena. Levantamos el campamento y reanudamos la marcha. He de reconocer que el paisaje era espectacular, el oxígeno que respirábamos sanador y la compañía inmejorable. Atravesamos los verdes pastizales que dominan la sierra de Ubal, y lo hicimos bajo la vigilante mirada de los buitres preparados quizá para la caza de alguna presa. Y, así, llegamos a la Ventana Relux, con un sol espléndido que facilitó visualizar el mar a lo lejos. Estaba tan ensimismado que quería asomarme por el arco para ver lo que había al otro lado. ‘Cuidado, Markel, ahí sólo encontrarás el abismo –advierte él– y, la verdad, no me apetece recoger tus pedacitos’. ‘Lo siento, es que estoy fascinado y me he dejado llevar’. De vuelta a Herboso nos hicimos algunas fotos entrañables: sobre el carro que tiró del ganado, en la terraza desde la que veía llegar a mi padre del campo y la última, ya en la ciudad, en un hermoso atardecer en el Puente de San Antón, con la Ría de Bilbao como invitada de lujo. Antes de desaparecer por la puerta de embarque y tras buscar refugio en la calidez de su abrazo, dijo: ‘Jamás olvides de dónde vienes’. ‘No lo haré. ¿Vendrás a visitarme a Rochester?’. ‘Ya veremos. La próxima vez que vuelvas prometo tener el jardín vertical en la fachada de la casa’. Años después, antes de declararse la pandemia que diezma a la humanidad, regresé a Euskadi acompañado de Georgia Hardin y William Harrison, que acababa de enviudar. Pero, el primo Andoni, ya no estaba…


6.
La súplica desesperada de George Floyd tendido en el suelo con la rodilla del policía presionando su garganta y la frase I can’t breathe dando la vuelta al mundo, ha reactivado el volcán del racismo siempre en ebullición, dado que, desde entonces, conocemos más casos con un final igual de terrible. En la pequeña oficina The Climate Reality Proyect, de Rochester, la actividad es frenética. Trabajamos sin descanso en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobado en septiembre de 2015, en Naciones Unidas, y cuya culminación será haber alcanzado la Agenda 2030 sin que algún fleco quede suelto. ‘Markel, ¿tienes por ahí el dossier del programa ecológico con lo esencial para desarrollar el circuito alimentario de proximidad? –pregunta un compañero–. Hay que repasarlo, creo que no hemos contado con un detalle importantísimo’. ‘¿Cuál?’. ‘Pues que quienes viven por debajo del umbral de la pobreza y lo han perdido todo, no disponen de acres propios o arrendados para montar un huerto, así de rotundo. Por tanto, ya me diréis cómo coño lo hacemos, porque si no hay terreno de nada sirve aprender a preparar tu propio abono y mucho menos hablar de cultivo, de basura reconvertida en nutriente o de jardines verticales que ayuden a eliminar parte del CO2 que producimos’. ‘Tienes razón. Sin embargo, ahora hay muchos pueblos vacíos donde se podría hacer, además de fomentar la economía local al priorizar la proximidad y la temporalidad. Se me ocurre algo…’. –Giré la cabeza y ahí estaba él, sentado en la mesa contigua a la mía.
          Jeff Blocker es un crack de la documentación. ‘Jota –es como le llamamos–, señala en este mapa las coordenadas del área donde sería posible llevar a cabo esto que acabamos de decir’. ‘Primero diferenciemos distintos aspectos –se ajusta la gafa empujando sobre el puente con el dedo corazón–: no es lo mismo hablar de escenarios despoblados a consecuencia del aumento incontrolado de desempleo, y en cuya consecuencia se han visto obligados a migrar a otros lugares para sacar a los suyos adelante, que de minúsculos territorios donde unos pocos vecinos conviven distanciados, apenas sin recursos’. ‘A ver, dispara’. ‘Si hay un sitio emergente peleando por superar la decadencia tras la crisis automovilística que mordió la prosperidad de aquellos que dependían de ella, esa es, sin duda alguna, la ciudad de Detroit, donde concretamente, en el distrito North End, en el mismo centro, funciona la asociación sin ánimo de lucro: The Michigan Forming Iniciative, dedicada a recuperar espacios vacíos en entornos verdes y limpios, abriendo granjas donde antes había naves industriales’. ‘Pero la idea que tengo no es exactamente un estilo de vida agrihood –interrumpo–, sería parecido, pero más que expandir comunidades rurales lo ideal es que el individuo, conectado con la tierra, sienta dentro de sí el fruto labrado con esfuerzo y perseverancia’. ‘Entonces, me lo pones muy fácil, el Municipio de Elvira, con menos de cuarenta habitantes se ajusta mejor’. ‘¿Y dónde demonios está?’ ‘En el condado de Buffalo, en Dakota del Sur. Pero, ahora que pienso, en esa misma zona, Gann Valley, encajaría mucho mejor al contar sólo con catorce habitantes’. ‘¿Tienes algo que hacer?’. ‘La colada y arreglarme la barba’. ‘Bueno, prometo lavar tu ropa y, en cuanto a afeitarte, a mí me parece que así estás muy bien. Venga, en marcha…’.
          Mientras vamos en mi coche Jeff Blocker habla de los desencuentros que tiene con Nelson y William cuando le piden alguna información que necesitan de la herramienta digital Reality Drop, que recopila noticias sobre cambio climático y donde los usuarios comentan todo lo publicado en los medios de comunicación, así como lo dicho o escrito por los negacionistas. Nunca he mediado entre compañeros que no se llevan bien, por eso, y para no escuchar las mismas quejas durante las 368 millas que tenemos por delante, enciendo la radio. ‘Al final han imputado al exagente Brett Hankison por la muerte de Breonna Taylor, la joven de 26 años tiroteada a sangre fría en Louisville’. ‘Es la metrópoli más grande de Kentucky’. ‘ Sí, pero no los otros dos compañeros que iban con él –dice, concentrado en la información que están dando–. Menos mal que el FBI investiga si fueron violados los derechos civiles de la mujer. No sé, pero es como si quisieran aniquilar a la población afroamericana’. Tienes toda la razón. La asesinaron dos meses antes que a George Floyd –contesto–.Fíjate que era técnica en emergencias sanitarias, una chica que nunca se había visto envuelta en jaleos. Y mira por dónde, aquella noche durmiendo en el apartamento con su novio, les confundieron con los integrantes de una red de venta de drogas. Y claro, a partir de este punto las versiones se cruzan. Total que la única realidad es que ella perdió la vida’. ‘Oye, estamos llegando, ve más despacio’.
          Me apeo del auto y tengo la sensación de pisar el suelo de un paisaje que presumo recio donde el silencio ha mutado desde las raíces hasta sus habitantes. ‘No fastidies, Jeff. Aquí va a ser complicado poner en marcha el proyecto –el comentario suena molesto, lo reconozco–, la mayoría sólo se balancea en las mecedoras de los porches. ¡Míralos, coño! Dime tú cómo lo hacemos’. ‘Fíjate bien en ellos y verás luz en su mirada’. ‘No sé, lo que veo es el perfil de la América Profunda bajo la sombra del Partido Republicano. Compatriotas que lucharon en la Segunda Guerra Mundial anteponiendo el amor a la patria en detrimento de sus allegados. En definitiva, que no creo que estén dispuestos a escucharnos y menos aún a cuidar del clima’. En la casa más alejada un cacareo de gallinas da la bienvenida a los forasteros si el viento no sopla ensortijando los matorrales. La dueña, entrada en los setenta años, vestida de granjera, situada detrás de la barandilla de madera con los bordes desgastados, encarama un rifle a la vez que avisa: ‘Un paso más y os vuelo la tapa de los sesos, muchachos’. ‘Cálmese, y deje que nos presentemos’. Así lo hacemos. Lo siguiente fue explicarnos, aunque nos cortó casi antes de empezar. ‘Veréis hijos, nosotros no necesitamos que vengáis en plan salvadores del mundo a darnos lecciones de cómo tenemos que vivir, lo que hemos de comer o la forma de cultivarlo. Cada huerto es la identidad de su agricultor, lo que le gusta y lo que no. El agua, la electricidad, el petróleo y demás elementos están ahí para hacernos la vida más fácil, son sagrados y variar su procedencia es un pecado mortal que Dios castigará enviándonos plagas. Así que, habéis hecho el viaje para nada’. ‘Sí, supongo que no ha sido buena idea’. ‘Largo pues o tendréis que lamentarlo’. Rumbo a Rochester, Jeff conduce concentrado en la carretera de interminable recta, como casi todas las que conectan los Estados Unidos. ‘No te apures –digo–. Esto también nos ha servido de experiencia. ¿Tú crees en la peste divina?’. ‘No digas tonterías, Markel’. ‘Ese pensamiento lo tienen muchos lugareños y, por tanto, será nuestro mayor objetivo: ser capaces de que vean las cosas desde escenarios realistas. No sería mala idea hacer una visita a esa asociación que dices de Detroit, me parece muy interesante eso de reconvertir espacios vacíos en entornos verdes y limpios’. ‘Pues, cuando quieras…’.
          Paramos en el único motel de carretera que encontramos sin las luces de neón apagadas. Un hombre obeso, menos pendiente de nosotros que del habano que tenía entre los labios, nos lanzó sobre el mostrador las llaves de las habitaciones 27 y 29. ‘Si quieren toallas limpias por la mañana son $10 más. No hay buffet, tampoco teléfono, ni wifi y no quiero jaleos, ni prostitutas, ni borrachos. El baño está al final del pasillo y los accesorios de jabón, loción o ducha caliente lleva un complemento a parte. ¿Alguna pregunta?’. ‘–contesto–: ¿Dónde se puede comer alguna cosa?’. ‘A veinte millas de aquí está la ciudad de Hartford, puede que encuentren algo abierto’. Pegado al Casino, en Caribou Coffee, pudimos tomar unos sándwiches que nos parecieron de buena calidad. ‘¿Me apetece una copa –dice Jeff–, ¿probamos suerte en la ruleta?’. ‘Prefiero irme a dormir’. ‘Venga, hombre, no seas soso’. Accedí. Nos acodamos en la barra. No había muchas personas excepto los típicos solitarios, mudos, ausentes, perplejos, vacíos… Mi compañero movía las fichas de una mano a otra, nervioso. Vi de reojo cómo se reproducían las gotas de sudor en su frente. Incapaz de contralar la zozobra derrama los cócteles Vieux Carre recién puestos. ‘Joder, casi me empapas –digo contrariado–. Oye, es mejor que nos vayamos’. ‘Ni hablar’. El barman hizo una seña y rápidamente salieron a limpiarlo. Estoico, aguanto el tipo mientras asisto a la casi ruina de mi amigo. ‘¿Por qué no paras ya?’. ‘Porque tengo un pálpito y creo que es mi noche de suerte’. Pero no lo fue. En el aparcamiento se nos acercan dos chicas. Me siento un poco mareado, sin duda el alcohol empieza a hacer su efecto. Jeff se mete con una de ellas en el coche y yo estoy violento. ‘¿Dónde quieres que lo hagamos, encanto? –escucho a la vez que me agarra por la bragueta– No serás uno de esos tipos que usan juguetitos raros. Mira que soy muy tradicional en mi trabajo’. El ambiente desapacible de la noche cerrada nos lleva a una especie de cobertizo junto a la gasolinera. Me tiendo sobre unos fardos de mantas y la dejo manejar. La imagen de Alaia reflejada en la ventana parece decirme que todo está bien. Giro la cara para no ver la de la prostituta y, al cerrar los ojos, no puedo evitar sentir un inmenso desprecio hacia mí mismo. A la mañana siguiente Jeff dice que se va a quedar unos días en Hartford, así que regreso solo a Minnesota.

7.
Queremos que dirijas una expedición muy importante –los jefes me citaron en Cooke Park evitando así la intromisión de chismosos–. Tienes libertad para elegir a tu equipo y también al pequeño grupo de estudiantes que os acompañarán. Esto último no es negociable ya que el intermediario que recauda fondos para nosotros lo pone como condición’. ‘¿Dónde es?’. ‘Esa es la cuestión, que somos conscientes del esfuerzo que te vamos a pedir’. ‘Soy todo oídos –me pongo nervioso–. No me gustan los misterios ni las sorpresas, así que: al grano’. ‘Viajaréis a Luisiana’. ‘La respuesta es no’. ‘Markel, por favor. Deja que nos expliquemos y después decides, ¿de acuerdo?’. ‘Vale’. ‘Hemos elaborado un estudio donde se cuantifica el aumento de la “zona muerta” del Golfo de México que, como bien sabes, se sitúa en la desembocadura del río Misisipi, entre las costas de…’. ‘Conozco perfectamente la ubicación’. ‘Descubrimos que la escorrentía que campa libremente arrastrando al mar fertilizantes generosos en nitrógeno y fósforo, así como también aguas residuales, han trazado en esa área específica del continente una franja contaminada que cada vez se hace más amplia. Este fenómeno cíclico sucede en primavera y conlleva un aumento importante de algas, las cuales, al descomponerse por el calor, disminuyen el nivel de hipoxia, lo que implica la asfixia para los animales que andan por allí’. ‘Vuestra propuesta es muy tentadora, os lo digo sinceramente, pero no puedo aceptarlo, es doloroso para mí’. ‘Nos hacemos cargo. No obstante, medítalo. Nombra a un codirector de tu confianza que te ayude y así no recaerá toda la responsabilidad en ti’. ‘Lo voy a pensar. Ya os daré una respuesta’. ‘Sólo tienes cuarenta y ocho horas, hay que partir de inmediato’.
          Aquella noche medité la propuesta y decidí contactar con Glenn Clemmons, científico canadiense al que conocí en 2016, en la sección de mascotas de un supermercado eligiendo comida ecológica para perros. Me fijé en el pin que llevaba sujeto en la solapa The Reality Climate Proyect. ‘Yo trabajo ahí –dije, señalando la chapa–. Nunca habíamos coincidido’. Se presentó y dijo que sus participaciones en la organización eran puntuales. Así comenzamos una estrecha amistad que nos ha conducido también a emprender varias iniciativas juntos. Nació en la isla de Baffil y, a los veintidós años, tras ganar en un concurso de la tele un viaje a la Antártida, cuyo paisaje le impresionó, decidió dedicarse a la investigación para la conservación de la Tierra, registrando en gráficos el continuo desprendimiento de las planchas de hielo. Lleva meses perdido en Aconcagua, la mayor de la cordillera de los Andes, al oeste de la República Argentina, con un grupo de alpinistas, antropólogos y expertos en la interacción humana, para valorar el estado de las cumbres y la accesibilidad de las rutas, causando el menor daño posible a la naturaleza. Así que, haciendo un cálculo de tiempo, intento comunicar con él cuando comprendo que estará en el campamento descansando de la agotadora jornada. ‘Markel, ¿eres tú? No escucho bien’. ‘Glenn, ¿me oyes?’. ‘Aguarda un momento que salgo de la tienda, a ver si hay mejor cobertura’. ‘Hola’. ‘Ahora, sí. ¿Cómo estás, amigo?’. ‘Echándote de menos. ¿Cuándo vuelves?’. ‘Uf, no tengo ninguna gana. Esto es espectacular. Te habría encantado venir. Y por allí, ¿cómo van las cosas?’. ‘Pues, más o menos, sin novedades. En permanente campaña electoral, ya sabes. Oye, quiero proponerte algo’. ‘Dime’. Termino de narrar la propuesta de los jefes y espero a que responda. En realidad, a que se quiten las molestas interferencias. ‘¿Has entendido lo que he dicho?’. ‘Sí, todo’. ‘¿Y?’. ‘Pues que… Si tú vas, yo voy’.
          En la última reunión anual de antiguos alumnos del Jefferson Elementary School, en Winona, a la que asistió Georgia Hardin, coincidió en la misma mesa con un viejo compañero al que no veía desde la graduación. ‘¡No me lo puedo creer! ¿Robin?’. ‘¿Y tú eres…? –aunque trató de hacerse el escurridizo lo cierto es que aquella chica tenía algo especial que le atraía muchísimo–. ¿Qué tal, querida? ¡Cuánto tiempo!’. ‘Bastante, sí. ¿Cómo te va?’. ‘Estupendamente’. ‘¿Al final conseguiste tu sueño de ser arquitecto?’. ‘Me costó, pero sí. Tengo el despacho cerca de aquí, no me he mudado de ciudad. ¿Y tú?’. ‘Mi familia se trasladó a Rochester, y allí encontré otra escuela tan buena como ésta. Ahora trabajo en una fábrica de suministros industriales, pero quiero dejarlo y dedicarme a la cultura medioambiental’. ‘¿A la qué?’. ‘Es el estudio de la relación de los seres humanos con el ecosistema haciendo un uso racional de las cosas naturales que nos rodean’. ‘Muy idílico y bonito, pero la realidad es diferente’. ‘¿Tú crees? Desde tu profesión, por ejemplo, se pueden realizar cambios muy importantes’. ‘¡Ah, sí! ¿Cómo cuáles?’. ‘Sustituir el tejado de pizarra por uno fabricado con gomas de neumáticos, colocar paneles solares para general electricidad, aislar las paredes con un material que incluye en su elaboración un cincuenta por ciento de soja, instalar un sistema de cisternas subterráneo que recoja el agua de lluvia…’. ‘Coño, me dejas impresionado. Aunque, de hacerlo, dispararía el presupuesto para nuestros clientes abocando al sector a una pérdida inevitable de empleos’. La conversación terminó enmarcada en Sugar Loaf, un acantilado impresionante que se encuentra por encima del cruce de la ruta 61 con la autopista estatal 43. Ahora las cosas habían cambiado para ellos, estaban divorciados y sólo les unía la hija de seis años que tenían en común.
          ¿Vendrás a la reunión de esta noche? –pregunta Georgia Hardin, quien nos cautiva siempre que cuenta algo personal–. Nelson, Glenn y yo no nos queremos perder la cara de Deanna Leone cuando vea el alto porcentaje que hay de jóvenes conservadores opinando que el gobierno federal, está haciendo poco o nada por frenar los problemas medioambientales, lo cual puede desembocar en un más que probable vuelco electoral’. ‘¿Eso piensas?’. ‘Sí, no me cabe ninguna duda’. Pues yo no estoy tan seguro –contesto–. Ya sabes que ella niega el calentamiento global fundamentándose en el capítulo 8 del Génesis, donde dice que, tras acabar el diluvio, Dios promete que habrá inviernos y veranos tranquilos, noches y días normales, y que nada volverá a alterar a la naturaleza’. ‘¡Qué bobada!, es la actividad del hombre sobre la Tierra la que provoca, con su mala actuación, la aparición de fenómenos atmosféricos adversos. Nosotros no buscamos el enfrentamiento, apostamos por el diálogo como herramienta para mejorar las cosas, entendiendo que, cuidando el entorno, por minúsculo que ´éste sea, preservamos el ecosistema ayudando a la repoblación de todas las especies y por supuesto aquellas que están en peligro de extinción. Reciclar no se ciñe sólo a cumplir con la campaña publicitaria de turno hecha por las administraciones con fines electoralistas, es de sentido común asimilar que la mayoría de las cosas son reutilizables. Es decir: un compromiso personal contraído con aquello que sea susceptible de ser fuente de energía, de lo contrario, a las generaciones venideras les va a quedar la perspectiva de un futuro ignoto’. ‘Estoy de acuerdo, pero para llevarlo a cabo necesitamos un amplio despliegue y, sobre todo, muchísima mano izquierda y toneladas de paciencia’. ‘A veces me pregunto si lo que hacemos sirve para algo’. ‘¿No te lo parece?’. ‘Según’. ‘A mí me pasa igual. ¿Le has dicho ya a la niña que se va una temporada con su papá?’. ‘No, todavía no’. ‘¿A qué esperar?’. ‘A tener fuerzas’. Y vaya si las tuvo. Esa misma noche realizó una de las llamadas más difíciles de su vida. ‘Hola, Robin. Necesito que vengas a por Elizabeth, me han detectado un tumor maligno y voy a entrar en el ensayo clínico de una quimioterapia experimental’. Imaginó, al otro lado del teléfono, palidecer la cara de su exmarido, temblarle las piernas y venírsele encima una avalancha de incertidumbre.
          Cariño –dice Georgia Hardin–, mami tiene que hacer un trabajo muy importante y voy a estar fuera algunos meses, por eso papá ha venido para llevarte con él, ya verás qué bien lo vais a pasar juntos’. ‘Oye, gatito, no te pongas triste, yo también quiero que estés conmigo. Además, con la llegada de tu hermanito –esperaba el primer hijo de su segunda esposa–, necesitamos de tu ayuda’. La niña, de apenas seis años, coge del brazo a su muñeca favorita y se mete en la cama. ‘Robin, ten paciencia, está desconcertada y lo manifiesta acentuando su carácter introvertido’. ‘Sabré estar a la altura, no te preocupes. ¿Cuándo empiezas el tratamiento?’. ‘A finales de semana me repiten la analítica y, si todo va bien, inmediatamente’. ‘¿Te acompaño? No me parece buena idea que vayas sola’. ‘Ya, pero lo prefiero’. ‘Testaruda’. Sentada en la parte trasera del auto, con el cinturón de seguridad presionándole la pena del pecho, las rodillas algo flexionadas, los auriculares encajados y una película de dibujos animados, la criatura se abstrae de eso tan raro e incomprensible que le pasa a su mamá. Ella, rota de dolor, arrima los labios a la mejilla de la pequeña y, abrazándola, pronuncia las tres palabras mágicas entre ellas: ‘I love you’.
          Georgia Hardin es una mujer de gran temperamento que nunca ha dejado de demostrar su fortaleza, tanto en el ámbito privado como en el profesional. Cuarta hija de un destacado miembro de la “National Rifle Association”, creció marcando distancias con los defensores de la Segunda Enmienda, protagonizando, a menudo, desagradables discusiones con su progenitor, quien propuso que la expulsaran de la iglesia pentecostal cuando se negó a ser rebautizada. Así que, fue un gran alivio para todos anunciar su matrimonio con un chico de buena posición, aunque la felicidad duró poco. Ahora la miro y me duele verla tan deteriorada. ‘¿Te sientes con ánimos para venir con nosotros? –digo, recostado en el mueble archivador–. Si lo prefieres, puedes incorporarte más adelante’. ‘Ni hablar, tengo efectos secundarios muy leves y no pienso compadecerme arrugada en un sillón, sólo tengo cáncer, no estoy inútil’. ‘Por mi perfecto. ¿Dónde os habéis metido, tíos? –pregunto a Jeff Blocker y William Harrison–.  Hace más de una hora que os esperamos. Voy a hacer unas fotocopias, enseguida vuelvo’. La puerta queda semi abierta y escucho sus murmullos en tono bajo: ‘¿Creéis que Markel ha aceptado este proyecto para ponerse a prueba?’. ‘Es un tipo bastante duro y han pasado muchos años desde que su mujer falleció –interviene Jeff–. Las cosas se suavizan’. ‘Tú le conoces mejor que nosotros, Georgia. Dinos qué opinas’. ‘Supongo que no será fácil volver a Nueva Orleans, pero al final el dolor de las tripas toma asiento’. ‘Sin embargo, una muerte así, tan trágica, deja secuelas’. ‘Bueno, lo importante es que se le nota entusiasmado’. ‘Ya, pero a veces tiene la mirada tan sumergida en el vacío –corta William– que parece hacer inmersiones en las anegadas calles de sus recuerdos’. Regreso y callan…


8.
Son las 5 a.m. cuando los faros del taxi que viene a recogerme iluminan la fachada de la casa quedándose fijos en las macetas con violetas que adornan la ventana de la cocina, trasplantadas por Alaia y que yo mantengo vivas tras su muerte. Antes de cerrar la puerta compruebo que todo esté en orden: los grifos bien ajustados, las persianas bajas y la alarma del garaje conectada. Afuera, el frío me golpea en el rostro mientras que el chófer guarda en el maletero la bolsa con el escaso equipaje que llevo. Dentro del auto, Georgia Hardin apoya la cabeza en el respaldo de cuero que parece recién tapizado. ‘Good morning, darling’. ‘Hola, Markel’. ‘¿Lista?’. ‘¿Lo estás tú?’. La miro, y asiento un par de veces buscando quizá refugio en la comisura de su media sonrisa que intuyo forzada. Del inminente viaje que vamos a emprender a Nueva Orleans me preocupan fundamentalmente dos aspectos: mi parte emocional que gestionaré lo mejor que sepa y pueda, y la rivalidad cada vez más acentuada entre dos compañeros del equipo. ‘¿Sabes si Jeff Blocker preparó los gráficos comparativos con otras “zonas muertas”, además de la del Golfo de México adónde vamos?’. ‘Pues no lo sé –responde ella–, pero conociéndole lo habrá hecho con todo lujo de detalles’. ‘¿Hay algo de tu medicación que deba saber en caso de emergencia?’. ‘Nada que no pueda manejar yo misma. Oye, relájate, por favor. Y cuida de este –refiriéndose a mi corazón–. ¿Glenn nos espera allí?’. ‘Sí, vuela desde Aconcagua’. ‘¡Qué tío, cómo se lo monta!’. ‘Cambiando de tema. ¿Tu hija qué tal se ha tomado tener que irse con su padre?’. ‘Bueno, es pequeña para entenderlo y no sé qué pensará, aunque creo que está enfadadísima conmigo’. ‘¿Entonces no saben que vienes con nosotros?’. ‘Pues no. Evitar problemas, complicaciones y compromisos significa dar las menos explicaciones posibles’. ‘Esa lección la tengo aprendida’. ‘Mira cómo están nuestros chicos –dice, entrando en la terminal–, cada uno por su lado’. ‘Ya, últimamente no tienen comunicación’. ‘¿Y qué ha pasado con la selección de estudiantes?’. ‘Pues que el intermediario que recaudaba fondos para la expedición se ha echado atrás y ahora viajamos con un presupuesto ajustadísimo’. ‘Es decir que vamos jodidos de plata’. ‘No lo podría haber resumido mejor’.
          Hace meses que Nelson Baez y William Harrison no se soportan, y eso, quieras que no, afecta al conjunto del equipo. El año anterior The Climate Reality Proyect promocionó unos cursos en Houston para promover una cultura sostenible que neutralice los mensajes materialistas lanzados a la sociedad desde distintos ángulos. Así como la proyección del documental “Una verdad incómoda”, cuyo guionista es el exvicepresidente Al Gore, fundador, como se sabe, de la organización en la que trabajamos. La competición estaba servida, y las solicitudes para participar llegaban sin cesar de todas las oficinas repartidas en los diferentes estados. En la nuestra teníamos claro que ambos daban el perfil y estaban perfectamente cualificados. Sin embargo, desaprovecharon la oportunidad y jugaron sucio obligando a los jefes a eliminarlos de la lista de candidatos. Desde entonces cualquier iniciativa se ha convertido en una campaña de desprestigio del uno hacia el otro. Una vez, al poco tiempo de haber ocurrido esto, les pedí que me acompañaran a dar una charla muy sencilla a niños entre 6 y 7 años que versaban en torno al conocimiento de la naturaleza y su cuidado. Quedé como un idiota delante de los asistentes, puesto que mis colegas ofrecieron una sangrienta batalla campal entre ellos.
          Siempre intuí que al dominicano Nelson Baez le tentaba la posibilidad de unirse al grupo ecologista Friends of the Earth. Más aún desde que se puso en marcha la máquina del activismo, en 2014, cuando se dio a conocer la noticia de la construcción del oleoducto de combustibles fósiles: Atlantic Coast Pipeline, cuyas tuberías atravesarían desde Virginia Occidental hasta Carolina del Norte, alcanzando también territorio de Carolina del Sur, lo cual ocasionando tal contaminación de dimensiones y consecuencias incalculables, por no hablar del daño al Sendero de los Apalaches, la cima de las montañas, tierras de cultico, bosques y toda la fauna animal que transita libremente por allí. Pero, por suerte, tras largos años de lucha constante han conseguido frenar la obra, así que, las aspiraciones de nuestro compañero para incorporarse a sus filas son cada vez más atractivas, teniendo en cuenta también que nunca ha estado integrado del todo en las cosas que hacemos, es como si un muro invisible le separase de nosotros. En el avión que nos lleva rumbo a Luisiana se sienta conmigo, mientras que Georgia y William van tres filas detrás. ‘¿Piensas dejarnos?’. ‘No sé de qué me hablas, Markel –contesta–. ¿Acaso estás invitándome a hacerlo?’. ‘Por supuesto que no, y lo sabes. Perdería a una excelente persona y a un gran profesional’. ‘Lástima que los demás no opinen igual’. ‘Todavía recuerdo el día que os encontré en Mayo Civic Center y tu seguridad para convencerme de que asistiera con vosotros a la conferencia de Lois Gibbs, a partir de ese momento cambió mi vida, y eso, en parte, te lo debo a ti. ¿Dime qué puedo hacer para que te quedes?’. ‘Nada’. Gira la cabeza hacia la ventanilla y se recoge en el monasterio de su silencio.
          De familia humilde, nació en el corazón de un suburbio en Santo Domingo, cerca del barrio Mandinga. Al igual que sus amigos se crio en la calle buscando una manera de escapar de aquel escenario deslucido y sin futuro del que no quería formar parte. Sobre todo, viendo a su padre, de oficio plomero, volver deslomado cada noche de la dura jornada y después recorrer a pie algo más de cinco millas. Y, a su madre, ama de casa, haciendo malabarismos para darles de comer un apetitoso plato de La Bandera, que, en ocasiones, servía tan sólo con arroz blanco y habichuelas, a falta de la carne guisada, ingrediente estrella que no siempre podía comprar. Alcanzando la mayoría de edad, consiguió dinero y emigró a USA. Primero, a través de unos conocidos fue a Lenoir City, en el estado de Tennessee, pero no encajaba bien en el sitio, así que, cuando supo que en algunas estaciones del ferrocarril de Minnesota necesitaban gente, vio el cielo abierto para lanzarse y probar fortuna. No obstante, al final, terminó de camarero en Rochester. En esa época en Century High School, me dejaron un aula que nadie usaba para dar clases nocturnas de español a personas con dificultades económicas. Aunque él manejaba bien el idioma se convirtió en alumno mío para ampliar el vocabulario y entender mejor a los clientes latinos que frecuentaban el restaurante. Una compañera nuestra de la organización comía allí, entablaron amistad y, Nelson Baez pasó de servir cervezas a solitarios maleducados, a recorrer Estados Unidos hablando de problemas medioambientales.
          William Harrison nace en Minneapolis, la Ciudad de los Lagos. Desde pequeño tuvo todo tipo de oportunidades para seguir los pasos profesionales de sus padres, pediatras en Children`s Minnesota y, por tanto, miembros de la American Academy of Pediatrics –después se trasladaron a Rochester Northwest Clinic para tener una vida mucho más tranquila–. Sin embargo, esa no era la vocación del niño. Así que, en una de aquellas cenas donde se chupaban los dedos con el hotdish que mamá Evelyn, abuela materna, preparaba con tanto mimo, anunció que se iba a Ecuador a trabajar en una fábrica exportadora de madera. Alguien de su familia era pariente lejano de la directora de mi escuela, de manera que, como favor personal hacia ella, acepté darle clases intensivas de español para que se defendiera en Sudamérica. El único hueco libre que encontré en mi agenda fue los domingo por la mañana, aceptó y eso me costó más de un enfado con Alaia. Muy pronto me di cuenta de que le costaba muchísimo desnudar sus pensamientos, quizá por miedo a la vulnerabilidad, no lo sé, aunque lo que sí puedo asegurar es que posee una inteligencia superior a la de muchos de nosotros. Durante su estancia en Portoviejo se acercó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria compartiendo tertulias con exdirigentes marxistas-leninistas de Chile, Venezuela o Perú, tentándole para formar parte de sus filas. Sin embargo, al conocer que la ONG Global Witness luchaba para proteger la explotación de los recursos naturales y denunciar, a su vez, los asesinatos de las personas defensoras de la tierra, optó por unirse a ellos. Una noche, en un debate televisivo entre “negacionistas” del cambio, del Heartland Institute, y, “ambientalistas” próximos a la escultora Rachel Binah, quien protagonizara en 1998 la protesta contra la explotación petrolera en alta mar frente a la costa norte de California, comprendió que debía cerrar la etapa de cortador de tablones y volver al punto de inicio. Es decir, a Rochester, donde contactó de nuevo conmigo uniéndose al equipo de estrechos colaboradores.
          Al bajar del avión en el Aeropuerto Internacional Louis Armstrong, tan diferente de aquel otro con las pistas llenas de aeronaves del ejército y hospitales de campaña, cuando el huracán Katrina, me sobrecoge la espesura de una niebla que se adentra por todos los poros de mi piel tanteando los acelerados latidos del corazón. Como si me hubiera perdido en el tiempo, busco entre las caras de los pasajeros las de aquellos militares que se abrían paso evacuando a los heridos, náufragos de una catástrofe anunciada. Cierro los ojos y no consigo que desaparezcan las imágenes de la gente pidiendo auxilio, ni la de Iker y Sira diciéndome adiós desde el taxi que nunca más les traería de regreso, como tampoco se me va de la memoria del gusto aquí todavía más acentuado el sabor del último beso de Alaia. I can't breath. I can't breath. I can't breath, susurro. Georgia Hardin se apoya en mi hombro. ‘¿Estás bien, Markel?’. ‘Sí, tan sólo algo aturdido’. ‘Será por la presión’. ‘Será’. Los dos sabemos que no. ‘Mirad quien está allí –señala Nelson hacia la izquierda–: Glenn Clemmons'. ‘Ah, sí. ¿No te dije que nos acompaña?’. ‘Pues no, como siempre soy el último en enterarme de las decisiones’. Perdona, la culpa es mía –digo, apesadumbrado–, ando despistado y se me pasan las cosas. Creí haberlo hablado con todos. Su opinión, como experto, va a ser fundamental para orientar nuestra tarea, por eso le pedí que viniera’. No termino la frase cuando el cálido abrazo de mi amigo científico reconforta la amargura que siento. ‘¿Qué tal, compañeros? Cuánto tiempo sin vernos. ¿Cómo os va?’. ‘Bien, ¿y a ti? –responden educados–. ¿Has tenido buen vuelo?’. ‘El viaje desde Aconcagua hasta el Aeropuerto Internacional Ezeiza ha sido complicado. De ahí, a Houston, estupendo. Pero la escala de tres horas y cuarto se ha convertido en casi siete, luego sesenta minutos más y aquí. Total, que estoy molido’.
          A pocas cuadras de Bourbon Street, adonde William Harrison quiere ir a escuchar jazz en directo tomando una copa, nos hospedamos en The Andrew Jackson Hotel, ubicado en una preciosa casa de dos plantas, de estilo sureño, que ofrece calidad y confort para alguien que, como yo, apuesta por permanecer alejado del ruido. Nos asignan las habitaciones, y dejamos a Georgia la de mayor encanto para que disfrute de las vistas a la calle Royal por donde transitan los carruajes tirados por caballos que pasean a los turistas durante todo el día. ‘¿Entonces no te animas a venir conmigo? – me dice–. Te iría bien despejarte’. ‘No. Además, Jeff Blocker va a hacer una videollamada para concretar detalles. Diviértete y no bebas mucho’. Creo que es la primera vez que me ha guiñado un ojo. El agotamiento cayó a plomo sobre mí. Tendido en la cama, y sin haberlo planeado, Nueva Orleans me ofreció sus brazos…


9.
Si me paro a analizarlo tal vez Jeff Blocker sea el más disciplinado de todos nosotros y quien siempre tuvo bastante claro a qué quería dedicarse en la vida. Nacido cinco años antes de finalizar la Guerra de Vietnam, creció en un ambiente libre y distendido, en el seno de una familia que entendía el concepto universal de patria: como el conjunto de principios donde todos los seres humanos son iguales. Desde pequeño devoraba cuanto caía en sus manos sobre nuevas tecnologías, redes de comunicación y dos palabras que a menudo oía decir a los suyos: infraestructuras sostenibles. Junto a sus padres, comprometidos en lo social, asistió a importantes marchas por la paz y por los derechos civiles. El 6 de julio de 1973, siendo casi un bebé, presenció la reacción de cuatro monjas arrodilladas frente a la Casa Blanca orando contra la invasión de las tropas americanas en el país del sudeste asiático, acontecimiento que marcó la lucha pacifista. La primera etapa de la infancia la pasó viajando de un estado a otro, sin ataduras, en libertad y haciendo hogar allí donde encontraban un espacio agradable. Sin embargo, al comenzar la escuela media y viendo sus capacidades para el estudio establecieron la residencia en Los Ángeles, continuando la preparación académica en la Universidad de California donde se licenció en Ingeniería Informática culminando con un master para enriquecer su currículum. Los movimientos estudiantiles le mantuvieron pegado a todo aquello que consideraba justo, nombrándole portavoz en los comités de huelga. Su etapa profesional fue muy exitosa hasta que, en 2016, en Santa Mónica, en un simposio sobre desarrolladores de software, coincidió con una compañera nuestra The Climate Reality Proyect. En uno de los recesos ella le abordó y dijo admirarle por las declaraciones hechas a la prensa en contra de la venta libre de armas a consecuencia del atentado ocurrido ese mismo junio en la discoteca Pulse, un pub gay de Orlando, donde murieron muchos jóvenes y otros tantos resultaron heridos. Terminado el evento fueron juntos al entierro de Tom Hayden, ex marido de Jane Fonda y gran activista que posteriormente ganó elecciones a la Asamblea y el Senado estatales desde donde luchó por la educación y los derechos civiles para todos. Así fue cómo comenzó el vínculo con nosotros. Ahora, una vez apartado de su antiguo trabajo se ocupa de darnos cobertura online y facilitarnos documentación cuando estamos lejos.
          Tengo la sensación de haber dormido varios siglos seguidos debido a la pesadez de los párpados y los continuos calambres que siento en las pantorrillas como si fueran descargas eléctricas. El tono insistente de la videollamada interrumpe el silencio de la habitación. Me tiro de la cama, espabilo el sueño plomizo y arrugo los ojos para ubicar el presente. ‘Markel, tío. Llevo llamando más de una hora –dice Jeff, exaltado–. ¿Dónde te metes?’. ‘Atrapado entre mis fantasmas’. ‘Anda, déjate de gilipolleces y presta atención. Abre el e-mail que acabo de enviarte’. ‘Espera un momento que enciendo el portátil –sueno gangoso–, a ver si hoy va mejor la conexión porque ayer fue desastrosa’. ‘Mira, además de la zona muerta del golfo de México, adonde vais, he visto también estas otras: Bahía de Bengala, en el océano Índico. En el Mar Báltico hay una cuya extensión es igual a toda Irlanda, y también esa isla de basura que crece incontrolada entre Hawái y California’. ‘Estupendo. Ahora dame tu opinión’. ‘No es fácil. Yo diría que nos enfrentamos a una plaga oceánica de incalculable alcance. Fíjate, buscando datos en la herramienta Reality Drop encontré que la gente habla de la acumulación de algas que se observa en el Mar Arábigo, lo cual no sólo mata a las especies marinas, es que se expande hacia aguas dulces agravando todavía más la situación’. ‘¿Entonces?’. ‘Hombre, está claro, hay que llegar a la raíz del asunto y vislumbrar soluciones. Es decir: ¿Quién causa el aumento de la tasa de hipoxia en los mares? Las industrias que vierten sus sobrantes químicos. ¿Por qué hay tanto excedente de plásticos y otros materiales de un solo uso? Por el negocio multimillonario que gira alrededor y del que nadie quiere desprenderse. ¿Es rentable seguir comercializando contaminantes agrícolas? Sí, porque a mayor producción para entrar en el mercado de la exportación más cantidad de fertilizantes y pesticidas se utilizan. Con lo cual, los proveedores de dichos productos hacen caja. Pero son sólo algunos ejemplos, y en cualquiera de los casos con matices’. ‘Fantástico, pero explícate de manera sencilla para yo entenderlo’. ‘Estás espeso, ¡eh! Hay modelos que nos indican que algo tan simple como un cambio de costumbres minimizaría los problemas medioambientales. Háblalo con Glenn Clemmons, él es el experto’. ‘Gracias, compañero. Por cierto: ¿llamaste al oncólogo de Georgia?’. ‘’. ‘¿Y?’. ‘Pues nada, que ha sido una locura viajar con la quimioterapia recién puesta, aunque conociéndola no le extrañaba en absoluto’. ‘¡Qué jodía, algo así me olía. Cuídate, y no abandones el barco’. ‘No pienso hacerlo. Oye, Deanna Leone ha preguntado por ti’. ‘Gracias, ya la llamaré. Si vuelve, díselo’. ‘Descuida. Y tu madre ha pasado por aquí un par de veces. Dice que tiene que darte una noticia muy importante. Y que vengas inmediatamente de donde quiera que estés. ¿Qué hago?’. ‘Bah, ni caso’. ‘Vale. Hasta pronto, pues’. ‘Adiós’.
          Las escaleras de madera alfombradas llegan hasta la pequeña recepción The Andrew Jackson Hotel donde los dos últimos peldaños crujen avisando al distraído recepcionista de que alguien baja. Llevo el pelo aún mojado, el iPad sin wifi y un ejemplar de la prensa local abierto por la página donde pone que Estados Unidos es uno de los países que reúne el mayor número de negacionistas climáticos. Mis compañeros, aislados cada uno con sus dispositivos digitales, van ya por la segunda taza de café. El día está soleado y es agradable tomar el desayuno en el patio interior. ‘¿Y Georgia? –pregunto, disimulando la preocupación–. ¿Aún no se ha levantado?’. ‘Salió a correr temprano –responden los tres casi a la vez–, dijo sentirse eufórica’. Nueva Orleans se ha reconstruido sobre las cenizas del Katrina pese a las heridas que continúan abiertas. Las bocanadas de jazz callejero ponen color a las calles de espíritu sureño. ‘Chicos, ha sido maravilloso –dice, emocionada, empapada en sudor y luciendo el chándal que nos regalaron en un mitin de Obama con su foto en la espalda, mientras acerca a la mesa de hierro forjado un plato con crepes rellenas de Nutella y rodajas de pera caramelizada con guarnición de fresas y uvas negras, más un té rojo–. He subido en St. Streetcar’. ‘¿Eso qué es? –pregunta Nelson–: ¿Una iglesia, un museo o algún monumento desconocido?’. ‘Pero cómo puedes ser tan bruto –salta William, irónico–, es el tranvía estadounidense más antiguo que todavía funciona’. ‘Tenéis que ver la mansión privada con arquitectura del siglo XIX que acoge la Milton H. Latter Memorial Public Library –continúa ella–, y los vecindarios que abarca tanto del Barrio Francés como del Carrollton. Son espectaculares. Markel, hijo, ¿te encuentras bien? Estás pálido’. Prefiero no contestar y evito así entrar en discusión, sin embargo, digo: ‘Será mejor que nos preparemos, tenemos que ponernos en marcha. He alquilado un carro. Es amplio, iremos cómodos. Y trajes de buceo con todo su equipo, los vamos a necesitar para inspeccionar el terreno’. ‘Perfecto. No se hable más. Voy a ducharme. Seguid tocando vuestras cositas’. Sale disparada guiñándonos un ojo y provocando en nosotros una fuerte carcajada.
          Sin perder de vista los coches que se cuelan por cualquier hueco de Convention Center Blvd, Glenn conduce despacio. A consecuencia de las obras de asfaltado y mejoras en algunos edificios emblemáticos, el tráfico es infernal. Así que, sin saber muy bien si acierta o no, se mete por S Peters St en el cruce con St Joseph St, donde en una de sus fachadas destaca un grafiti a tamaño natural de Louis Armstrong. Ralentizados, hasta poner los nervios de punta, conseguimos salir a otra de las avenidas principales. ‘¿Eso de ahí es donde hacen las carrozas para el carnaval? –dice Georgia señalando hacia Mardi Gras World–. Creo que hay un mirador precioso donde el almuerzo es mucho más ameno. ¿Por qué no lo vemos?’. ‘¿Hemos venido a hacer turismo o por trabajo? –respondo molesto–. Mirad, no sé vosotros, pero yo me quiero ir cuanto antes’. En los veinte minutos escasos que dura el trayecto por mi cabeza pasan miles de cosas. Sentado en el asiento del copiloto y temeroso de que la lengua de agua se altere y pueda tragarnos, a ratos vuelvo el rostro hacia el cristal de la ventanilla para evadirme, cuando no refugio los huesos y la incertidumbre entre gráficos y mapas que Jeff preparó antes de venirnos y en los que ha acentuado la oceanografía química, física y biológica para tener una idea aproximada del grado de contaminación al que nos enfrentamos. Tomo notas, y a la vez imagino a Alaia feliz con sus padres haciendo el mismo recorrido que yo. Entonces, no puedo evitar que ciertas imágenes regresen del fondo de mi memoria. ‘¿Estás bien, Markel?’, pregunta uno de ellos mientras nos adentramos en la zona industrial a lo largo de la desembocadura del río Mississippi, donde destaca la fábrica de azúcar Domino, flanqueada por dos torres largas de chimenea y todo lo que conlleva el complejo empresarial del muelle.
          Oye, ¿seguro que hemos quedado aquí? –digo, saliendo del auto– ¿No te habrás confundido con tanto zigzaguear?’. ‘Que sí, coño. Mira la ubicación que nos enviaron’. Una posible descoordinación entre la organización y nosotros nos ha dejado en tierra por algunas horas. El olor a podrido se hace insoportable. Glenn saca de su mochila unos botes esterilizados que después sella con un cierre especial, y en los que toma muestras del líquido viscoso del que retira con pinzas restos de basura: minúsculos pedazos de lo que aparentemente pudieron ser gomas de caucho, preservativos, tornillos oxidados… ‘Nelson, por favor, llama y pregunta por qué no hay nadie esperándonos’. ‘Eso, hazlo –salta Williams–. Por saber si aguardamos o nos volvemos’. La noche se nos ha echado encima disminuyendo la actividad con apenas cinco o seis operarios faenando en los astilleros. Mis compañeros, aburridos, dormitan dentro del coche a la vez que se apodera de mí una sensación extraña a la que no quiero darle demasiada credibilidad no sea que presagie alguna desgracia venidera. A lo lejos, ajenos a todo, enarbolando la bandera que ondea a ritmo de blues y country, cientos de personas bailan bajo el paraguas brillante de las luces nocturnas que luchan día a día por sobrevivir. Camino despacio, me apoyo en la barandilla y dejo que Georgia se coloque a mi lado. ‘¿Todo en orden, compañero?’. ‘No’. ‘Dale unas caladas. Sí, no me mires así, es hachís, prescripción médica. Dice mi oncólogo que fumándolo con moderación es terapéutico’. ‘¡Venga ya!’. ‘Te lo juro’. ¿Y tú crees que me quitará la presión que tengo aquí en el pecho a punto de estallar?’. ‘No me cabe la menor duda’. ‘El Katrina ha destrozado mi sistema inmunológico emocional y no sé cómo resetearlo’. ‘Bueno, muy fácil: Dejándote querer’. El ruido de la lancha motor que se acerca nos pone sobre aviso y despierta a los demás.


10.
En la vida todos tenemos metas que ponen a prueba nuestra capacidad de superación diaria, así como emotivas circunstancias que miden el grado de solidaridad con los demás y el entorno. Pero, fundamentalmente, lo que marca el rumbo de cada uno es conseguir determinados objetivos. Pues bien, el del río Mississippi es alcanzar el océano Atlántico y, para ello, desde St Louis a la desembocadura se convierte en una potencia imparable. La lancha motora nos lleva a otro embarcación más grande donde encontramos a gente de Greenpeace cuya misión es igual a la nuestra: comprobar las condiciones en las que se encuentra la zona muerta. ‘¿Sabías que las tortugas caimán buscan aquí un lugar tranquilo donde refugiarse –dice Glenn Clemmons– hasta que amaina la crecida? Suelen pesar unas 177 libras y su caparazón es semejante a una roca de tal forma que cuando se quedan quietas parecen una más del fondo. En la punta de la lengua tienen un apéndice en forma de gusano que utilizan como reclamo para llamar la atención de sus futuras presas. Permanecen con la boca abierta y si algún sabroso ejemplar se acerca lo suficiente cierran el hocico a gran velocidad atrapándolo’. ‘Ni idea –respondo, mientras fumamos un cigarrillo apartados de los demás–. ¿Son carnívoras?’. ‘Sí. En cautividad pueden consumir pollo, roedores, cerdo…’. ‘Joder, pues habrá que tener mucho cuidado. Oye, ¿bajamos primero nosotros y después el resto?’. ‘De acuerdo’.
          La sensación de agobio no es sólo por ir enfundado en el traje de buceo, lo es también por la cantidad de residuos de todo tipo que habremos de sortear para no enredarnos en cualquier trampa de difícil salida. Antes de bajar, Nelson se asegura de que llevemos las botellas de aire comprimido bien colocadas. ‘Escuchadme –Georgia suena solemne– al menor peligro, subid. ¿Queda claro? Nada de hacerse los héroes de la testosterona, ¿entendido?’. ‘¡A su orden –imitamos el acento venezolano–, señora!’. Glenn, experto buceador, mueve su cuerpo con destreza apartando el laberinto de algas y la alfombra de peces muertos que van a la deriva. Aunque llevamos un equipo muy sofisticado con sistema electrónico para conectar con la superficie, he tenido que aprender lo más básico del lenguaje de signos. Un total de nueve personas, tres de ellas a la cabeza, nos movemos por el agua turbia temerosos también de chocar con el sensor que los científicos han sumergido para medir los niveles de oxígeno en el Golfo de México. Nunca tienes una idea aproximada de la magnitud de algo hasta que no estás delante y eres consciente de lo mal que están las cosas y el daño que se le hace a los ecosistemas. La dificultad de llorar dentro del visor de goma impide que lo haga, ya que ser testigo del siniestro espectáculo observando las cantidades de crustáceos aniquilados por culpa del microplástico invadiendo su hábitat y que se aloja en sus estómagos, es lamentable, vergonzoso y una prueba tangible de nuestra mala actuación. Uno de los investigadores consulta a menudo su computadora para no superar los límites de seguridad. Eso, quieras que no, en un novato como yo, acojona. Anoto la frase “el festín de basura está servido” que un miembro de la ONG lleva escrito en su pizarra acuática. No sé por qué, en tales circunstancias y con alarmantes pinchazos en el pecho, me viene a la memoria el primo Andoni y su estrecha relación con la naturaleza. Así como mis raíces en Herboso, el poder de mi madre arrastrándonos a todos a USA y el alto precio pagado por Alaia al seguirme. Es como si de repente todas las emociones emergieran desde algún recoveco de la memoria que lucho por mantener en barbecho. En mi afán de ubicar el horizonte abro tanto los ojos que me escuece el lagrimal. Sobresaltado, al rozarme algo por la izquierda, imito la flexibilidad de los reptiles y rápidamente me aparto, pero veo a Glenn haciendo señales: primero con el puño cerrado y levantado a la altura de la cabeza, lo que quiere decir que nos quedan sólo cincuenta bares de presión. Y segundo con el pulgar hacia arriba que descifrado en lenguaje verbal significa que debemos ascender. Sin perder de vista a mi compañero controlo el aire que indica el manómetro repitiéndome una y mil veces que no puedo dejar de respirar. También observo que las burbujas que genero al exhalar siempre vayan por encima de mí y yo a menor velocidad que ellas. Tras algunos minutos interminables en los que pensé acabar arrollado por un buque de lujo, salimos a la superficie, nos colocamos frente a la embarcación y sacamos el brazo tocando nuestras cabezas para confirmar que todo ha ido bien. En el segundo grupo baja William encargado de realizar el reportaje fotográfico que aportaremos a nuestro informe.
          Ya, en cubierta, y liberado del traje, me dicen que Georgia está acostada en un camarote porque ha sufrido una extraña crisis. Es decir: vómito, mareo, escalofríos y malestar general relacionado todo con la quimioterapia. ‘Oiga, en esas condiciones la mujer no puede seguir navegando –grita el capitán por encima de un ruido ensordecedor que no sé de dónde procede–. Así que, he avisado a la Guardia Costera para que sea trasladada a tierra’. ‘Gracias, y le pido perdón por las molestias que le hayamos podido ocasionar’. Tres horas después, y todavía muy preocupado por la fragilidad de mi amiga, una patrulla de la oficina del sheriff de Nueva Orleans nos deja en The Andrew Jackson Hotel. ‘¿Necesitas algo? –susurro casi al oído–. ¿Vamos a un hospital?’. ‘No, en cuanto duerma se pasará. No te asustes’. No lo estoy, aunque sí siento impotencia. ‘Voy a coger unas cosas de mi habitación y vengo enseguida’. ‘No hace falta, de verdad’. ‘Da igual lo que digas, dormiré en el sofá’. Así lo hago. Cuando entro, sigiloso para no despertarla, observo que su respiración es profunda. La luz atenuada de la pantalla del portátil ilumina el rincón del suelo donde me pongo con las piernas cruzadas. Conecto al servidor y rápidamente saltan varios e-mails de Jeff con asuntos pendientes de aprobación y otros por resolver que no son competencia mía. El abrir y cerrar de puertas, las pisadas amortiguadas en la alfombra, el frenazo en seco del ascensor y el maldito generador que no deja de funcionar en ningún momento, son piezas fundamentales para mantenerme despierto, pero la tensión vivida puede más y me impide mantener los párpados abiertos. ‘Markel, Markel –escucho entre sueños–, Joe Biden ha ganado las elecciones’. ‘¿Qué te pasa? ¿Dónde estamos?’. ‘Eh, compañero, vuelve. He pedido que nos traigan el desayuno’. El olor a café y huevos revueltos con beicon hicieron que rugiera mi estómago hambriento. ‘¿Es oficial?’. ‘Bueno, digamos que sí. Suma dos más, los estados de Pensilvania y Nevada, con lo cual la victoria es histórica. El pueblo americano ha desatascado sus tuberías’. ‘Menudo susto nos diste ayer. ¿Cómo te sientes?’. ‘Rebosante de vida. ¿Éstos saben que hemos dormido juntos?’. ‘No lo sé, y me importa un bledo. Pero no, si lo que te preocupa saber es si hemos compartido cama, no lo hemos hecho’. ‘¡Qué tonto!’. El viaje de regreso lo realizamos tras sortear distintos obstáculos a consecuencia de las restricciones de movilidad que sufre el país.
          En la oficina vamos a todo gas procesando el material que hemos traído. La presencia de los jefes eufóricos y esperanzados para que el traspaso de poderes entre la administración republicana y demócrata sea lo más rápido posible y Estados Unidos vuelva a incorporarse al tratado de Paris, es el preámbulo de que The Climate Reality Proyect tiene mucho que aportar con su experiencia y por consiguiente nuestra actividad será mayor. Sin embargo, su visita se debe a otro motivo. ‘Atxaga –no se acostumbran a mi nombre–, cuando acabes con eso ven fuera que queremos comentarte algo’. ‘Enseguida’. Apoyados en el capó del automóvil y tras un intercambiar palabras de cortesía sueltan de golpe: ‘Nos ha llegado el rumor de que Georgia Hardin no está a pleno rendimiento y, la verdad, ahora necesitamos disponibilidad las 24 horas del día’. ‘No sé nada. Hablad con ella’. ‘Hombre, tú eres el interlocutor entre la dirección y el personal’. No, soy uno más. Además, no sé qué os habrán contado, pero antes de echar mierda sobre alguien hay que contrastar e informarse’. ‘Pues a eso hemos venido. No creas que lo hacemos para tomar represalia, sólo que nos gustaría saber a qué atenernos’. ‘¿Y no os interesaría más conocer detalles de la zona visitada en lugar de dar crédito a chismorreos?’. ‘Claro, pero eso ya lo detallaréis por escrito’. Esbozo una sonrisa irónica y doy media vuelta. No obstante, su comentario me deja pensativo puesto que, en alguna ocasión, varias personas del equipo arremetieron contra Nelson acusándole de sacar ciertos beneficios que el resto no teníamos y llamándole espía del patrón. En cualquiera de los casos lo pienso averiguar.
          ¿Habéis visto a William? –pregunta Jeff–. No le encuentro por ningún sitio y es extraño porque la moto está aquí’. ‘Habrá ido a tomar algo’. ‘Qué va, seguro que se le han pegado las sábanas –apunta otra compañera–. Ayer cuando me fui aún estaba’. ‘Es muy raro, no ha entregado la tarjeta de memoria con las fotos que hizo bajo el agua y sin eso no puedo documentar vuestros datos’. ‘¿Le has llamado al móvil? –me parece lo más recurrente–. Igual ha salido’. ‘Sí, y está apagado’. ‘Inténtalo al teléfono de su casa’. ‘No lo tengo’. ‘Pero yo te lo doy’. ‘Nada, tampoco contesta’. ‘Chicos, ¿de verdad que ninguno de vosotros sabe dónde puede estar?’. ‘¡Ay!, Markel, lo siento –dice la persona encargada del mantenimiento–, me había olvidado. Anoche mientras estuve cambiando unos cables vino a recogerle un taxi y me dijo que en el cajón de su mesa dejaba el material con una nota para ti’. ‘Gracias’. Apenas dos líneas: viajo a Portoviejo por asunto familiar, cuando regrese te explico. ‘Qué cabeza la mía’. ‘No te apures, tranquilo, nos puede pasar a cualquiera. Venga, todo el mundo a trabajar’. ‘¿Qué pone? –me increpa Nelson–. Tenemos derecho a saberlo’. ‘Nada preocupante, cosas nuestras’. El día ha resultado agotador, ni siquiera ha habido tregua para el almuerzo, así que, impaciente por quitarme los zapatos, cenar ligero y dormir, pongo punto final a la jornada. A estas horas hay muy poca gente en las calles de Rochester, apenas algunos vagabundos apostados en la clandestinidad de los callejones oscuros se sobresaltan con los faros del coche. Todo está tal y cómo lo dejé: la caja de los cereales destapada, la botella de leche semiabierta en la nevera, un trozo de pastel reseco y el cesto de la ropa sucia hasta el borde. Antes de poner orden en la cocina y programar el despertador para las 5.30 a.m. hora en la que me gusta salir a correr, suena el timbre de la puerta…


11.
Nelson, ¿qué ocurre?’. ‘Hola, Markel. Perdona que me presente a esta hora’. ‘No importa. Entra, no te quedes ahí. ¿Te apetece una taza de cacao caliente?, lo iba a preparar’. ‘Sí, me vendrá bien, estoy destemplado’. Aparto a un lado el caos de la mesa y tomamos asiento. ‘Perdona el desorden, desde el aeropuerto fui directo a la oficina y todavía no había pasado por aquí. ¿Qué puedo hacer por ti?’. ‘Vengo a disculparme y a darte una explicación’. ‘Venga, dispara’. ‘Antes me pasé diciendo que teníamos derecho a saber lo que William pone en la nota, y no es así porque va dirigida a ti. Lo siento de verdad. Últimamente tengo los nervios de punta y la sensación de que vigilan todo cuanto hago’. ‘¿Lo dices por mí?’. ‘Ni mucho menos’. ‘¿Entonces?’. ‘Pues no sé, por ejemplo: culparme de cosas que no he dicho o hecho, que le voy con el cuento a los jefes o de ponerle la zancadilla a los compañeros. Corre también el rumor de que voy contando que Georgia no está en su mejor momento, y jamás le haría daño a nadie con temas tan delicados. Con esos asuntos no se juega’. ‘¿Hasta dónde sabes?’. ‘Más de lo que ella cuenta y menos de lo que tú conoces’. ‘Vale. Su situación es delicada, por eso la cubrimos para que los de arriba no se enteren, pero está claro que ha habido una filtración y pienso averiguarlo. El que se haya ido de la lengua me va a oír’. ‘Gracias por creerme. Ahora voy con la explicación que dije al principio: lamento muchísimo hacerte esto, sobre todo porque te estoy muy agradecido, pero me han ofrecido un puesto bastante tentador en Friends of the Earth para formar parte del equipo que gestiona la oposición de crudo en las arenas petrolíferas de Athabasca, en la provincia canadiense de Alberta. Creo que puedo aportar aquello que en The Climate Reality Proyect no he tenido oportunidad de desarrollar. Además, salgo de una relación sentimental muy complicada y un cambio de escenario, a todos los niveles, me vendrá estupendo’. ‘Nunca imaginé que estuvieses tan resentido y, aunque comprendo tu postura me duele perderte. ¿Te puedo hacer una pregunta?’. ‘Las que quieras’. ‘¿Entre William y tú qué ha pasado?’. ‘Supongo que no hay una explicación tajante para definir lo que se siente delante de alguien a quien no soportas y te repele cuanto dice o hace. Sin embargo, escarbando un poco en la memoria quizá todo parte de un malentendido que sucedió antes de incorporarte tú a la organización. ¿Recuerdas que en agosto de 2015 Barak Obama presentó su plan para limitar las emisiones contaminantes de las plantas energéticas e invertir en energías renovables?’. ‘Sí, empecé a colaborar con vosotros a finales de ese año hasta que al siguiente entré en plantilla’. ‘Aquello suponía algo muy ambicioso, más aún porque el presidente lo defendería en la Cumbre de Naciones Unidas sobre el Clima que se celebraría en París, como también anunció que pensaba convertirse en el primer mandatario estadounidense en visitar el Ártico en Alaska’. ‘Lo recuerdo muy bien. Por esa época yo estaba en Ciudad de México ganándome la vida de bolero’. ‘¿De qué?’. ‘Limpiabotas. Sacas suficientes pesos para pagar comida y cama diaria. Pero, continúa, que te he cortado’. ‘Tras conocer aquellas dos buenas noticias tuvimos una reunión con el anterior responsable quien contó lo que te acabo de decir y la posibilidad de que algunos miembros de nuestra ONG formaran parte de la comitiva. Eso me emocionaba muchísimo ya que tal experiencia no se presenta dos veces en la vida, pero el elegido fue él. Desde entonces, aunque él no tuvo la culpa, no puedo evitar que se me revuelvan las tripas cuando le tengo cerca’. ‘Te honra mucho reconocer la realidad de los hechos. No obstante, respetando tu postura de incompatibilidad, quizá, puesto que planeas dejarnos, sería bueno enterrar el hacha de guerra y reconciliaros’. ‘Ya veremos’. ‘Nelson, quédate unos meses, por favor, al menos hasta que Georgia termine el tratamiento. Ahora mismo dos ausencias sería complicado’. ‘Lo pensaré. Se ha hecho tarde y te querrás acostar’. Eso hago.
          William Harrison regresa a Rochester seis días después de haber partido para Portoviejo. Así que, tal y como indicaba en su nota, me reuniré con él dentro de nueve horas en el Cafe Steam donde espero que desvele el porqué del misterioso y apresurado viaje. Nosotros seguimos muy entretenidos en el trabajo, Jeff Blocker anda atareadísimo coordinando la parte audiovisual con los gráficos y estadísticas aportadas por los científicos que nos acompañaron en la expedición, además de nuestros informes. Apenas me despego de su lado despejando dudas que surgen o datos que no han quedado claros, con lo cual, aún no he tenido tiempo de llamar a mamá ni a Deanna Leone, miedo me dan porque estarán de uñas. Sin embargo, antes de venir he pasado por el hospital. Georgia espera los resultados de la analítica confiando en que los marcadores tumorales no den altos y que no tenga leucopenia para recibir otro ciclo de quimioterapia. Es envidiable lo serena que está, o eso aparenta, y escuchar los planteamientos de vida que hace relativizando las cosas, lo cual es todo un ejemplo a seguir. En cambio, ahora su principal tema de conversación gira en torno a las prontas mejoras que se supone realizará la Administración Biden a nivel medioambiental, algo que va a suponer para organizaciones como la nuestra un importante papel de actuación. En lo personal, a pesar de sus complicadas circunstancias, sólo deja un resquicio de tristeza cuando piensa que Robin, su exmarido, utilice los problemas de salud para pedir la custodia de la niña, hecho que de llegar a ocurrir la hundiría completamente. ‘¿Y esas ojeras? –dice, levantándome las gafas de sol hasta la frente–. ¿Estuviste de juerga?’. ‘¡Qué más quisiera yo! No he pegado ojo en toda la noche’. ‘¿Y eso?’. ‘Nueva Orleans me ha removido por dentro’. ‘Lo entiendo’. ‘¿Han salido a decirte algo?’. ‘No, pero seguro que entro, me encuentro estupenda’. ‘Ya lo creo –reprimo el deseo de abrazarla–, no hay más que verte’. ‘Eso sí, tendrás que ser mi cómplice, no quiero andar en boca de la gente’. ‘Cuenta con ello. ¿Por qué no pides una excedencia?, estarías más cómoda durante el proceso’. ‘Ni hablar. Esto es una cuestión de amor propio. Lo único que necesito son cuarenta y ocho horas porque en cuanto los síntomas remiten vuelvo a estar a pleno rendimiento ambos sabemos que no es así–. ¿Has leído lo que publica el Fondo de pensiones de Nueva York?’. ‘Con todo lo que tengo encima no he podido. Cuéntame tú’. ‘Pues que en los próximos cinco años se va a desprender de las acciones de empresas de combustibles fósiles que disparan el calentamiento global’. ‘No me extraña en absoluto, ahora la mayoría moverán ficha para alcanzar los objetivos acordados en la Agenda 2030’. ‘Imagino, no obstante, que mantendrán aquellas que cumplan los acuerdos de transición baja en carbono’. ‘He de hablar con mis padres, hace años invirtieron en algo parecido y he de comprobarlo’. ‘¿Cómo les va?’. ‘Me cuesta responder con exactitud. Se juntan y se separan con tanta facilidad que desconciertan, pero en el fondo no pueden vivir el uno sin el otro’. ‘¿Y no te parece hermoso?’. ‘Pues sí’. La interrupción de un mensaje frunció su ceño acomodándose en la arruga el desasosiego. ‘Compañero, voy para dentro’. ‘¿Paso a recogerte?’. ‘No es necesario, se ha ofrecido una amiga’. Respeto su decisión aunque intuyo que no es verdad. ‘Perfecto. Todo irá bien’. ‘Seguro’.
          ‘Jeff, me ha surgido un compromiso –llamo con el manos libres del coche–, dile a Glenn que te ayude porque no sé a qué hora llegaré’. ‘Vale. ¿Ocurre algo?’. ‘No, es un asunto personal’. ‘De acuerdo’. Sin introducir la dirección en el navegador: 315 Broadway Ave S que me llevaría directo, circulo por las calles ordenando ideas a lo largo del recorrido que va desde la 16 St NE hasta mi destino final. Reconozco que descubrir el despertar de sentimientos y emociones me descoloca bastante. Pero, tal vez, vaya siendo hora de aceptar que por la línea granate perfilada en el horizonte se aproxima la tempestad. Estoy en la zona norte de la ciudad, hay poco tráfico y puedo disfrutar del paisaje. A la izquierda, ocupando una amplia superficie, el luminoso de un Burger King con casi todas las plazas de estacionamiento ocupadas, incita a hacer un alto en el camino. Continuo y, unas cuadras más allá, a través de los grandes ventanales de la famosa escuela de baile a la que Alaia siempre se quiso apuntar, observo a los alumnos que siguen el ritmo deslizándose por la pista encerada de un futuro que se me antoja adverso. ¿Seré yo uno de ellos? Miedo me da siquiera pensarlo. Avanzo despacio. No estoy lejos. Paso por delante de la Universidad de Minnesota y del DoubleTree Hilton, sofisticado hotel donde algunas estrellas de Hollywood se hospedan cuando vienen a Rochester. Un poco más allá del cruce con 3rd St SE, visualizo el local donde va a tener lugar el encuentro. Dentro, la mezcla del olor a madera y paredes de ladrillo visto facilitan el diálogo. Repartidas en mesas separadas, apenas hay dos o tres personas aisladas consultando sus portátiles. Elijo una y me siento de espaldas al escaparate. De las repisas para taburetes han desaparecido los complementos y prensa del día que antes tocábamos sin peligro. ‘Por favor, ¿me trae una cerveza Budweiser bien fría?’, pido al camarero que amablemente me da la bienvenida. ‘Hola –un irreconocible William con sombrero me coge desprevenido–. Veo que vuelves a una de tus marcas preferidas. Gracias por acudir’. ‘Sí, es exquisita. Bueno, es lo que hay que hacer cuando los amigos te piden algo, ¿no?’. Sonríe y le sirven un Bourbon Jack Daniel's.
          Imagino que estés intrigado’. ‘Claro, lo misterioso siempre eleva la adrenalina’. ‘Hace años que mi pareja y yo iniciamos los trámites para la adopción de un niño’. ‘No lo sabía’. ‘Nunca quise hacerlo público’. ‘Lo entiendo’. ‘Aquí, en Estados Unidos, resultaba complicado para una pareja como nosotros con ingresos normales aunque muy ahorradores, una vida sencilla y el hándicap xenófobo, hoy tan en auge, por ser ella birmana. Pero nuestro deseo de ser padres tras varios intentos frustrados incluida la inseminación, nos empujó a barajar otras alternativas posibles a nuestro alcance. Así nos enteramos de que en Sudamérica era más fácil y que cada vez aumentaban los huérfanos en los orfanatos. Entonces se me ocurrió ponerme en contacto con amigos que aún conservo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, aquello cuajó y pusimos en marcha los papeles en Ecuador’. ‘¿Es a eso a lo que has ido ahora?’. ‘No, digamos que estamos en la recta final de una larga travesía. En Portoviejo, en un hogar de acogida, vive la pequeña que se va a convertir en nuestra hija, el protocolo obliga a mantener contactos puntuales para que los tres nos vayamos acostumbrando y que los servicios sociales comprueben nuestro comportamiento con el bebé. Por eso hemos de quedarnos allí algunos días. Necesito que me ayudes’. ‘Dime’. ‘Prepara una colaboración con la Asociación Ecuatoriana de Energías Renovables y Eficacia Energética y envíame’. ‘A ver. No es tan sencillo y tú lo sabes. Hay que presentar algo atractivo para que los jefes den luz verde’. ‘Vale. Entonces, hagámoslo’. ‘Perdona un minuto. Hola, Jeff. ¿Qué ocurre? ¿En serio? No te muevas de ahí que voy enseguida’. ‘¿Malas noticias?’. ‘Todo lo contrario, han autorizado la venta de la planta de energía nuclear “Indian Point”, al norte de Nueva York por miedo a un sabotaje terrorista al estar prácticamente cerrada. Se me ocurre una idea…’.



12.
¿Qué tal compañeros? –la prudencia de Jeff evita preguntas de incómoda respuesta–. Celebro que hayáis venido tan rápido’. ‘A ver, dinos qué ha pasado exactamente’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear aprueba vender la legendaria planta Indian Point Energy Center, ubicada a 24 millas al norte de Manhattan’. ‘¿Cómo te has enterado? –interrogo mientras reviso las cartas de correo que aún permanecen sin abrir sobre mi mesa–. ¿Quién la compra?’. ‘Por la prensa local. Una empresa de Nueva Jersey’. ‘Holtec Decommissioning International se encarga del desmantelamiento, ¿no?’. ‘Sí, ¿por?’. ‘Conozco a alguien que puede proporcionarnos información de primera mano –suelto sonriente–. Es un fotógrafo amigo de Alaia que maneja con mucha mano izquierda estos asuntos y está muy bien relacionado. Después le localizo, igual hasta nos puede adelantar algo’. ‘Estupendo. Hace tiempo publicaron la noticia de su pronta desaparición –continúa nuestro crack informático–, pero ya sabéis que la carrera a la presidencia de los Estados Unidos lo ha acaparado todo. Por suerte con el equipo que está configurando Biden estas cosas van a cambiar’. ‘Ahora que lo dices es verdad, el reactor de la Unidad 2 a lo largo del río Hudson –interviene William– lo cerraron por la presión ecológica que recibieron’. ‘Cierto, el grupo ambientalista Riverkeeper –contesta el otro– ha denunciado últimamente la muerte de peces así como la contaminación del suelo y del agua’. ‘¿Qué posibilidades hay de meter ahí las narices? –dirijo la conversación para concretar–. ¿Y cómo lo podríamos plantear para que a los jefes la idea les resulte atractiva?’. ‘Hombre, ya que tienes un posible contacto veamos qué cuenta. Y con respecto a los de arriba yo creo que están muy sensibilizados con todas las causas que presentamos’. ‘Muy bien. Ponte a ello, por favor. Iremos en mi coche’. ‘Son casi diecisiete horas de camino. ¿Y por qué no en avión?’. ‘Hay que dar ejemplo y usar aquellos transportes que ensucian menos la atmósfera’. Se queda ocupándose de la logística que vamos a necesitar y nosotros nos salimos a la calle digo: ‘Cógete un vuelo para Ecuador, iré yo solo, es la única manera que se me ocurre de ayudarte sin levantar sospechas. ¿Te parece?’. ‘Claro, y te lo agradezco muchísimo’. Antes de despedirse confiesa que está muerto de miedo por la paternidad.
          ‘Mamá, perdona la tardanza –mis palabras suenan a culpabilidad–, acabamos de llegar del Golfo de México y tenemos todo el material por organizar. ¿Cómo estás?’. ‘Ahora bien, cuando intenté contactar contigo, mal. Tu padre resbaló en el supermercado y tiene el hombro roto. Pero claro, eso para ti es insignificante ante la posibilidad de convertirte en el adalid del medioambiente, ¿verdad?’. ‘Joder, eres tremenda –sus palabras envenenadas de rabia y disgusto caen sobre mí despertando la zozobra que tantas veces me noquea–. ¿Por qué no dijiste el verdadero motivo? ¡Habría venido!’. ‘No me hagas reír. ¿Tú crees? –se carcajea–. ¡Venga ya, hijo!’. Incapaz de réplica ante tal afirmación me dejo tentar en el mercado negro de la falsa calma: quebradiza, irreal, amurallada… No obstante, decido ir a verlos. Así pues, agarrado fuertemente al volante para que no se me escape la vida, cruzo la ciudad sobrecogido, náufrago con las heridas abiertas y la sensación de no estar allí donde me necesitan porque siempre hay algo que me distrae, que me aleja, que me dispersa… Quizá sea una manera de evitar lo vulnerable que siempre nos deja a la intemperie. No lo sé. Observo el vacío de las calles parecido al de mi corazón en estos momentos, el clamor atenuado de los escaparates sin reclamo, los semáforos que cambian sin espectadores impacientes pisando el acelerador. Hay luna llena, una camada de pájaros la cruza partiéndola en dos, cual juncos adheridos al dique seco de la supervivencia que migra a otro hemisferio. Según avanzo reconozco la casa donde viven mis padres, ubicada en W Center St con la 18 Ave NW, está rodeada de mucho césped, árboles de ramas apretadas, estrechos caminos de grandes baldosas que te adentran a pie de un bosque en mitad de lo urbano conectándote con la tierra. Bajo el alfeizar de la ventana de la buhardilla, enganchada en un mástil horizontal, hondea la bandera de las barras y estrellas. Recuerdo que siendo niño estuve muy enfadado porque no me dejaban colgar una canasta de baloncesto en la parte de atrás y en cambio ellos sí podían tener aquel palo absurdo con ese trapo. Si cierro los ojos y reduzco la velocidad soy capaz de detener el motor justo delante de la fachada pintada de amarillo chillón, el color preferido de mi familia. Excepto mío. Respiro al ver el garaje abierto, señal que papá anda restaurando alguna cosa antigua, como aquella cámara de fotos que consiguió para Alaia y que hoy es toda una pieza de coleccionista. ‘Hola –nadie responde–. ¿Hay alguien? –digo, para que no se asuste–. No te enfades mucho conmigo, ¿vale?’. El ruido de herramientas entrando y saliendo de su caja es ensordecedor. ‘Markel, ¿eres tú? –entre los trastos viejos asoma la cabeza del vecino–. Aquí estoy, con estas maderas. He llevado la corta sierra a reparar y tengo que terminar de montar unas estanterías. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va?’. ‘Bien, ¿y a vosotros? Aumentó la familia, ¿no?’. ‘Sí, mi niña me ha hecho abuelo y estoy como loco, es un sentimiento maravilloso. Bueno, me voy. A ver si acabo pronto –señala los tablones que sostiene bajo la axila–, que tenemos que ir a la iglesia. Un gusto saludarte. Diles que volveré mañana’. ‘Por mí no lo hagas’. ‘Tranquilo, no es por ti –antes de desaparecer pregunta–: ¿Crees que el planeta se va a hacer puñetas si no hacemos algo pronto?’. ‘¿Estás interesado en el tema?’. ‘¡Qué va!, es que el mediano de mis hijos, no hace más que darnos la lata con lo que, según él, hacemos mal. Y como sé que tú estás metido en ese berenjenal… Pues eso’. ‘Toma el número de teléfono, si quiere que me llame a la oficina’. La mira con recelo y pasa junto a mí sin rozarme.
          ‘No regañes al chico, ¿me oyes?’. ‘Eso, ponte de su parte. Ya podréis: dos contra una. ¿No te das cuenta?, pero si no nos hace ni caso’. ‘Eh, ¿qué pasa? –apaciguo–, parecéis críos’. Callo y compruebo que el aparatoso accidente de papá es tan sólo un desgarro muscular a consecuencia de la caída. Dicho de otro modo: mamá ha ejecutado una maniobra perfecta para llamar mi atención. ‘¿Cómo te va, muchacho? –dice él–. ¿En qué andas metido?’. ‘Bueno, ya sabes que nuestra lucha no tiene descanso. En breve tengo que viajar a Nueva York’. ‘¿Sabes que te ha salido competencia?’. ‘¿Quién?’. ‘El hijo de Eugene –me guiña un ojo y comprendo que lo hace para provocar a su esposa–. Creo que no para de hablar del efecto invernadero y del acuerdo que han de alcanzar los países para subsanar la contaminación’. ‘Ahora estaba en nuestro garaje y ya me ha contado. Le he dado una tarjeta para él porque es muy interesante que la gente joven se implique’. ‘Me alegro, son buena gente’. ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Exactamente no lo sé, unos veinte más o menos’. ‘¿Cómo se llama?’. ‘Steve. Toma –me da unos recortes de prensa con las conclusiones finales de los recuentos de votos y el reconocimiento y felicitación a los demócratas por parte de líderes republicanos por su triunfo en las elecciones–, para que lo guardes’. ‘Gracias. Tenemos puestas bastantes esperanzas en el presidente electo en cuanto a políticas ecológicas’. ‘Entonces, ¿Gina McCarthy y Michael S. Regan te parecen buenas apuestas?’. ‘Sin duda. Ella, que ahora será Asesora Nacional del Clima, ha dirigido la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, cargo que pasa a él, un afroamericano que ha trabajado estrechamente con el gobernador de Carolina del Norte quien lo califica como un tipo dispuesto siempre a consensuar. Por tanto, nuestras expectativas son grandes al respecto’. ‘Muy acertado lo de incorporar al equipo a personas de color después de la repercusión que las agresiones raciales están teniendo en la sociedad’. ‘Mamá –digo, para integrarla en la conversación–, ¿vosotros no teníais invertido en un Fondo de Pensiones?’. ‘Hombre, al fin te dignas a hablar conmigo. Hace tiempo que lo contratamos. ¿Es que quieres tu parte de herencia?’. ‘No seas “sinsorga” –expresa papá con marcado acento vasco– y escúchale’. ‘Quizá sea momento de vender y poner el dinero a buen recaudo’. ‘Pues no se hable más –concluye tajante él–, así lo haremos’. ‘¿Te duele? –refiriéndome al brazo–. ¿Cuánto has de llevarlo en cabestrillo?’. ‘En principio quince días, pero todo dependerá de cómo esté. La próxima semana tengo cita con el traumatólogo. Estoy bien, no me molesta demasiado, es que tu madre es una exagerada y te ha hecho venir’. ‘¡Qué va! Pensaba hacerlo, sabéis que estoy encantado. Además: ¿qué hay de cena?’. ‘¡Serás bandido! A la cocina los dos – ordena enfadadísima, a la vez que da un golpe suave sobre el sillón–. ¡Vamos!’. Mientras corto la col en juliana para la ensalada americana, se me despierta un apetito feroz con las albóndigas suecas que mi madre prepara como nadie. Sobre todo la salsa a base de puré de patata, mermelada de arándanos rojos y pepinillos. El vino es exquisito y la velada transcurre intensa, aunque breve. Sugieren que duerma en mi antiguo dormitorio porque se ha hecho tarde para atravesar la ciudad, lo pienso ya que cuando me abrigan esas cuatro paredes parece que el tiempo se detiene y me lleva a escenarios muy felices, pero la responsabilidad y todo cuanto he dejado pendiente hacen que, tras el segundo whisky, regrese a mi solitaria y austera burbuja.
          A la mañana siguiente, tendido sobre la cama y con la ropa de la jornada anterior a medio quitar, despierto con la lengua pegada al paladar y la resaca áspera como la lija. Me tiro de la cama, son las 6:45 a.m., hora de salir a correr por el vecindario, pero apenas me responde el cuerpo y lo más que llego es hasta la licuadora donde introduzco un surtido de zanahorias y remolacha que bebo casi sin respirar. En televisión, un locutor con voz hueca y falto de empatía, hace un resumen de algunos acontecimientos ocurridos sin mención alguna a George Floyd que murió asfixiado por la presión de una rodilla anclada en su cuello, Greta Thunberg que puso cara a toda una generación de jóvenes preocupados por la salud del planeta o Ruth Bader Ginsburg jueza de la Corte Suprema nombrada por Bill Clinton y acérrima defensora de los derechos civiles a la que tanto echaremos de menos. Sin embargo, es poca la atención que le presto ya que repasando los e-mails acumulados sin leer o pendientes de contestar, encuentro uno del equipo The Climate Reality Proyect, de Colombia, en el que muestran gran preocupación por el relevo de Julia Miranda quien ha estado durante 16 años al frente de los Parque Nacionales Naturales, lo cual provoca incertidumbre en cuanto a lo que deparará el futuro a las áreas protegidas sin su supervisión. ‘Good Morning, Glenn’. ‘¿Cómo te va, querido?’. ‘Oye, ¿aceptarías ir a Bogotá o tienes planes?’. ‘No, ninguno. ¿Cuándo salimos?’. ‘Lo siento, esta vez irás solo, no puedo acompañarte’. ‘De acuerdo’. ‘¿No quieres saber los motivos?’. ‘Me lo pides tú y es suficiente. Por cierto, he visto a Deanna Leone y está enfadadísima contigo’. ‘Es verdad, la tenía que haber llamado. Hoy lo hago sin falta. ¿Te paso por correo electrónico toda la documentación que tengo respecto al lugar adónde vas?’. ‘Claro’. ‘Bueno, pero para que vayas abriendo boca te diré que viajarás a Chiribiquete’. ‘¿A la cadena montañosa en medio de la meseta amazónica? Me encanta la propuesta. Voy a hacer la maleta’.


13.
Tengo por delante setenta y dos largas horas hasta llegar al destino final en las que podré reflexionar, escuchar música, disfrutar del paisaje y minimizar aquellas cosas insignificantes que carecen de importancia. Jeff Blocker, de trazo minucioso como siempre, ha dividido la ruta en tres bloques. ‘La primera parada la harás en Chicago’. ‘¡Guau! Windy City, “la Ciudad de los Vientos”, me encanta ese apodo porque nunca sabes en qué dirección soplará’. ‘Ya, muy poético, pero vamos al grano. Hay una reserva hecha a tu nombre en el Motel Apache –es discreto y sabe que William no viene conmigo–, está en 5542 N Lincoln Ave, estas son las coordenadas –me las da apuntadas en un trozo de papel–. Es un lugar tranquilo, te gustará. La siguiente es en Akron’. ‘No sé dónde está’. ‘En el estado de Ohio. Quizá te suene la casa de dos pisos del Dr. Robert Smith y su esposa Ann, bebedores silenciosos, donde en 1935 comenzó a funcionar Alcohólicos Anónimos. Ellos mantenían la teoría de que sólo otros borrachos habiendo pasado por la misma experiencia, se ayudarían a seguir sobrios. Si yo fuese tú no me iría sin visitarla’. ‘De acuerdo’. La última etapa es Nueva York’. ‘¿Tengo alojamiento también allí?’. ‘Bueno, aún está por confirmar. Barajo unos cuantos’. ‘El que sea más humilde. En el Bronx o Brooklyn estaría bien. Eso sí, lo más alejado del Distrito Financiero, por favor’. ‘¿Qué te parece en Ossining? Ahí se encuentra la sede central de la organización ambiental Riverkeeper’. ‘Ya, pero…’. ‘Además, a través de la línea Hudson de Metro-North Railroad la comunicación con la Gran Manzana es muy buena lo cual evitará la locura de conducir por la metrópoli’. ‘Tú consígueme un hospedaje barato donde te he dicho. ¡Ah!, y concreta una cita con alguien de la planta nuclear Indian Point Energy Center y otra con los miembros del equipo que presionó para que cerraran el reactor de la Unidad 2’.Cuenta con ello. ¿Hablaste con el amigo de tu mujer?’. En National Geographic dicen que lleva meses haciendo unos reportajes en Kenia y han perdido su pista. No sé, es como si se le hubiese tragado la tierra. Localiza a Deanna Leone, por favor y dile que esta noche la llamo sin falta’. ‘Vale’. Antes de ir a casa pregunto a Georgia Hardin si necesita alguna cosa, ya que esta vez los efectos secundarios de la quimio parecen más agresivos, pero asegura que todo está bien. ‘¡Qué mujer tan fuerte!
          He cumplido una a una las etapas del viaje dándome tiempo incluso de hacer turismo. Chicago es una ciudad espectacular, con amplias avenidas y luminosas streets por las que, con el salvoconducto que te otorga la libertad de ser un desconocido, es muy fácil convertirse en alguien invisible ante los ojos de los demás. El Instituto de Arte, junto a Grant Park, es una de esas joyas que uno no debe morirse sin haber conocido. Disfrutar del pintor retratista neerlandés Frans Hals, de José de Ribera, Rembrandt o El Greco es una oportunidad de contemplar en su conjunto algo de lo que no gozo a menudo. El suelo de madera haciendo zigzag y las paredes pintadas en verde con puertas enmarcadas en tono más claro transmiten muchísimo confort y un calor casi de hogar. Apenas hay gente, lo cual facilita enormemente contemplar con detenimiento cada cuadro, escultura y otros objetos de valor incalculable. Tampoco la hay en el exterior por lo que toma mucha más relevancia el bellísimo skyline punteando el horizonte, escenario perfecto para que aparezcan Robert de Niro como Al Capone y Sean Connery dando vida a Jim Malone. Justo aquí, al lado, en el cruce de Ave Michigan con E Adams st, cuelga la placa que indica el comienzo de la mítica Ruta 66 debajo la que todo guiri cumple con el ritual de hacerse una foto y yo, no voy a ser menos. Recuerdo que un compañero de Century High School, la escuela donde di clases de español hasta que murió Alaia, todos los años arrancaba desde este mismo punto lo que él calificaba cómo un viaje alrededor de la novela de John Steinbeck: “Las uvas de la ira”.
          Objetivo cumplido: he llegado a Nueva York. A pesar de la mala fama que rodea a Harlem en cuanto a pandilleros, yonquis en busca de su gramo de felicidad, prostitutas en retirada tras una jornada más de trasiego ajetreado y sangrientas peleas, este barrio transmite algo especial que, en melodía de swing se adhiere al corazón. Deanna Leone me espera en Corner Social, del que he leído algunos comentarios que lo califican como uno de los mejores restaurantes para degustar un sabroso brunch. ‘Te vendes muy caro, Markel. Cuesta un triunfo contactar contigo’. ‘Sabes que no es verdad. Últimamente hay mucho trabajo que, en nuestro caso, suelen ser asuntos que requieren atención inmediata. No obstante, quién me iba a decir que nos encontraríamos ayer en un puesto ambulante comprando perritos calientes con mostaza y salsa chucrut’. ‘Bueno, no es tan raro, nací aquí y vivo a pocas cuadras de donde estamos, aunque me crie en Carolina del Norte’. ‘Pero viste a Glenn Clemmons en Rochester, ¿no?’. ‘Sí, a la salida de Flower of hope de Mayo Clinic. Tengo un problema dermatológico y los tratamientos los compro ahí’. ¿Te dijeron en la oficina que venía?’. ‘No, nadie me ha llamado, ha sido pura casualidad. ¿Qué te trae a la ciudad que nunca duerme?’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear ha autorizado la venta de la planta de energía…’. ‘¿La piensas comprar?’. ‘¡Qué más quisiera! ¿Te imaginas?, Convertiría cada yarda en zona verde’. ‘Estarás contento, ¿no?, pronto tendrás a Biden ocupando la Casa Blanca y resolverá vuestras cositas del planeta, aunque supongo que tú serás más afín a Kamala Harris, ¿no?’. Simplemente, sonreí. A pesar del frío, mientras conversamos caminando de vuelta cada uno a sus quehaceres pienso en lo poco que sé de ella y en lo mucho que me desconcierta. ‘¿Te puedo hacer una pregunta?’. ‘Igual no la contesto’. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘A ejercer de esposa de un hombre comprometido con la Iglesia Baptista’. ‘¿Y eso cómo se traduce?’. ‘Bueno, formamos parte de una corriente teológica. Nos rige un sistema de organización congregacional ya que nuestra máxima es que entre Dios y el creyente no debe haber intermediarios. Asistimos a seminarios de formación espiritual y hemos retomado la doctrina del bautismo del creyente. Es decir: nunca se realiza antes de la adolescencia y siempre es por inmersión’. ‘Mira, respeto mucho las creencias de cada uno. Sin embargo, ¿de verdad crees que rechazando el aborto, la homosexualidad, el divorcio y todo aquello que huele a libertad y progreso sois más íntegros? No sé, la vida gira y tal vez sería conveniente resetearnos’. ‘Nosotros defendemos lo natural: Un hombre y una mujer son la unión lógica. Dos personas de un mismo sexo violan las normas. La interrupción voluntaria de un embarazo es el asesinato de un inocente’. ‘¡Venga ya! No me coloques propaganda barata’. ‘¿Sabes cuál es el problema de los activistas o defensores de las causas perdidas como tú?’. ‘No. A ver, dímelo’. ‘Pues que habláis y opináis de aquellas cosas que no conocéis de raíz. ¿Quieres cenar hoy con mi marido y conmigo en casa?’.
          Antes de acudir a la cita fijada a las 7:30 p.m., hago un último intento para establecer comunicación por videollamada con Glenn y saber cómo le va en Chiribiquete, pero, una vez más, tropiezo con su celular fuera de cobertura. No importa, mañana lo intentaré. El 2359 de Frederick Douglass Blvd es un edificio de cuatro alturas con ladrillo rojo, escalera de incendios mordiendo la fachada, un local comercial donde trenzan el cabello estilo africano llamado Family Hair Braiding y, más allá, Greater Zion Hill Baptist Church donde apasionadas misas gospel ponen techo al maravilloso elenco de voces negras que le dan vida. Desde que soy usuario de las relaciones sociales padezco el síndrome del invitado novato. Es decir: nunca sé qué presente llevar para quedar bien. Así que, opto por una bandeja de Cronut, ese riquísimo dulce elaborado a partir de una mezcla de croissant y donut, y un vino embotellado de calidad. El apartamento, apenas sin objetos personales y más bien minimalista, es sencillo e intuyo que alquilado. Deanna y Oliver me reciben en la entrada con actitud hospitalaria. El sofá de mimbre, con más cojines de los que realmente caben, es cómodo, también hay un mueble alargado con pocos adornos, salvo una Biblia abierta por el libro del Génesis. Más allá, amurallada con cuatro sillas, la mesa ya está montada con el set completo. ‘Gracias por la invitación’. ‘Es un placer. Mi esposa habla mucho de ti. ¿Una copa?’. Sírveme otra, querido. Enseguida estará lista la pizza. ¿Has probado la neoyorquina, Markel?’. ‘No’. ‘Te gustará –dice él–. La diferencia con otras es que la masa es muy fina para doblar sin romper, además del exquisito relleno de mozzarella’. No han exagerado nada, está deliciosa. ‘¿Café? ¿Coñac? –dice él– ¿Las dos cosas?’. ‘Un licor me irá bien para la digestión –sonrío–, no estoy acostumbrado a comer tanto’. ‘Bueno, vayamos al backyard –apunta ella–. Ahí se está agradable’. Por una pequeña puerta decorada como los muebles de cocina se accede a un espacio luminoso, enmarcado con tiras de caña y techo abatible de cañizo.  ¡Guau!, qué patio interior tan bonito, es la primera vez que estoy en uno y no a pie de suelo’. ‘La mayoría de las casas en algunas millas a la redonda lo tienen’. ‘Es muy acogedor’. Así que te dedicas a desafiar las leyes divinas –el tono fanático del hombre despertó el desencuentro– dándole protagonismo a la mano del hombre, cuando en verdad no la tiene’. ‘No sé a qué te refieres, Oliver’. ‘Pues que todo lo relacionado con el clima es un castigo de Dios’. ‘¿Eso piensas?’. ‘En Nueva Orleans el Katrina lo fue por tanto homosexual suelto’. ‘Mira, por ahí no vayas, eh. Mi mujer y sus padres murieron allí, imagina lo doloroso que me resulta escuchar tus palabras. Lo queráis comprender o no, las temperaturas son cada vez más altas y como consecuencia del deshielo el nivel del mar sube. No me vengas diciendo que son profecías o castigos’. ‘El problema de los incrédulos es que carecéis de imaginación’. ‘Si tú lo dices. Pero, deja que añada algo: me pregunto si aquel Jesús de Nazaret aprobaría el supremacismo blanco y el espíritu segregacionista que tanto daña’. ‘Nosotros somos simples pastores’. ‘Entonces, ¿qué opinión tienes del pastor Raphael Warnock, senador electo por el estado de Georgia, famoso por extender Medicaid a cada rincón vulnerable de los Estados Unidos bajo el paraguas de la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, conocida también como Obamacare?’. ‘En ese sentido nuestro movimiento evangélico es amplio y no veta a nadie –me alegra oírlo, pero estoy cansado y callo–, aunque la conversación no iba por ahí. Acuérdate de cuando Abraham retornó de Egipto y dejó a Lot en Sodoma, sus habitantes eran grandes pecadores y dos ángeles le avisaron de la gravedad de sus actos. Sin embargo, a pesar de interceder por su pueblo no pudo evitar que fueran aniquilados por una lluvia de azufre y fuego’. ‘Ves, eso es lo que siempre he querido expresar –interviene Deanna– y nunca me habéis entendido. Nuestra Nación sufre el azote de ciclones, grandes tormentas y todo tipo de devastaciones porque son advertencias enviadas desde el cielo para constatar que allí está el cuadro de mandos’. ‘Mirad, se ha hecho tarde y tengo que madrugar. Gracias por la invitación. Ya nos veremos’. ‘Espera, hombre, no te vayas’. ‘De verdad que no. Lo lamento’. Según bajo las escaleras y voy a donde tengo el coche, siento disgusto por cómo ha terminado la velada.
          Jeff –consigo videollamada con él–, ¿a qué hora me esperan en la planta?’. ‘A las 4 p.m.’. ‘¿No podían antes?’. ‘Pues no’. ‘Está bien. Tengo un correo de Glenn, dice que está evaluando el impacto del abandono medioambiental en la zona y que cuando lo tenga te lo enviará’. ‘Este chico es un verdadero perfeccionista’. ‘Ya lo creo. Anoche cené con los Leone, ya te contaré, una experiencia un tanto desagradable.De acuerdo. Por cierto, ten muchísimo cuidado, las cosas andan muy revueltas por la certificación de los resultados del Colegio Electoral’. ‘¿A qué te refieres?’. ‘A nada en concreto y a todo’. He comprado hamburguesas, patatas, alitas de pollo fritas y una bebida de cola para permanecer en la habitación del motel hasta que salga hacia Indian Point Energy Center. Aproximadamente a la 1:30 p.m. aparecen por televisión imágenes del asalto al Capitolio con miles de manifestantes irrumpiendo en el interior de forma violenta. Entonces, escalando mis vértebras, un escalofrío de incertidumbre me recorre la espalda. I can't breath.


14.
Una vez asimilado que el asalto al Capitolio no son imágenes espectaculares de algún rodaje propio de Hollywood, con miles de actores extras cuya caracterización y vestuario merecerían nominaciones a los Oscars, sino que la invasión, con el único propósito de tumbar los cimientos democráticos, sucede en realidad, lo primero que hago sin apartar los ojos de la televisión ni de la información constante que la agencia United Press International cuelga en su web, es contactar con la sede de nuestra ONG en Washington, pero las líneas están colapsadas y permanezco a la espera de establecer comunicación. Mientras, pruebo suerte con la oficina. ‘The Climate Reality Proyect, Rochester, Hello’. ‘Georgia, ¿qué haces ahí?’. ‘¿Recuerdas?, trabajo aquí,’. ‘Boba. ¿Estás bien?’. ‘Markel, deja de ejercer un paternalismo conmigo que no te pega ni yo soporto. Joder, la que han liado, ¿no?’. ‘Tremendo. Aún estoy en shock’. ‘Nosotros también’. ‘A ver cómo reaccionan desde la Casa Blanca’. ‘Sin comentarios…’. ‘Necesito un favor’. ‘Dime’. ‘En uno de los cajones de mi mesa hay una cartera de cuero muy desgastada, ábrela’. ‘Voy, aguarda un segundo. Ya la tengo. ¿Qué hago?’. ‘Busca la tarjeta de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez’. ‘¿Es quien impulso en 2019 un Green New Deal medioambiental?’. ‘Sí. Y también fue muy sonado el discurso feminista que dio en el Congreso a raíz de que un legislador republicano de Florida la increpara utilizando un lenguaje absolutamente machista’. ‘Me alegré mucho cuando ganó las primarias a la periodista Michelle Coruso-Cabrera’. ‘Yo también, es muy dinámica y forma un buen equipo junto a la refugiada somalí Illhan Omar, Rashida Tlaib de origen palestino y la afroamericana Ayanna Pressley representantes de los Estados de Minnesota, Michigan y Nueva York, respectivamente. Son el ala progresista del Partido Demócrata’. ‘Es cierto, William y yo asistimos a uno de sus mítines’. ‘Localízala, y di que llamas de mi parte. A ver qué cuenta. Quiero saber si habrá nuevas medidas para reducir con urgencia las emisiones de carbono. Ponte a ello, y dile a Jeff que dentro de tres o cuatro días estoy allí. ¡Ah!, y no perdáis la pista a Glenn porque el muy canalla es capaz de quedarse a vivir en Chiribiquete’. ‘Colega, no tienes límite’. ‘Te dejo, me entran muchos e-mails. Cuídate, y sal lo menos posible’. ‘Vuelve pronto, compañero. Oye, se pone Nelson’. ‘Ahora no puedo, lo siento. Volveré a llamar’.
          Entre los más de cuarenta correos con publicidad que han saltado de golpe presto especial atención a uno con remitente particular. “Estimado Mr. Atxaga. Me llamo Steven y nuestros padres son vecinos. Formo parte de esa generación que va a tomar el relevo en todas las cosas. Considero que soy un joven inquieto y preocupado por cuanto ocurre en el mundo: hambre, migraciones, desigualdad, maltrato, tráfico de humanos, enfermedades incurables, explotación infantil, xenofobia, violencia, racismo, discriminación de la mujer… y, también, problemas medioambientales. A punto de ingresar en la Universidad de Princeton para estudiar Físicas, algo que desde pequeño siempre quise hacer pese a que ahora ya no lo tengo tan claro, creo que mi sitio está en la lucha por el clima pues considero que es el eje de la vida en la Tierra. De alguna manera, la vocación de investigador que siento rugir en las tripas y el activismo que corre por mis venas son vasos comunicantes. Esa misma razón es la que me empuja a escribirle. Ojalá tuviera la oportunidad de exponer delante de usted algunas de las ideas y pensamientos que tengo respecto a la agricultura más responsable, reducir las sustancias contaminantes, desperdiciar menos alimentos, comercio justo, etcétera. En fin, como puede comprobar, estoy bastante preocupado. Muchas gracias. Cuídese. Saludos. S.”. Queda pendiente de contestar en otro momento. Ahora, toda la atención la acapara el presidente electo Joe Biden que, como hombre de Estado, curtido en las trincheras, se dirige a los estadounidenses y califica los hechos como un acto de sedición. Un WhatsApp de William parpadea en mi celular. Dice que los trámites de adopción en Ecuador no están siendo tan sencillos como les habían prometido y que les piden más dinero del acordado. Ofrezco mis ahorros pero asegura que ellos pueden hacer frente a los gastos. Sin embargo, lo que sí le preocupa bastante son las consecuencias emocionales que esto va a suponer para su esposa, delicada mentalmente…
          A unas 35 millas al norte de Nueva York, a orillas del río Hudson, se encuentra la planta nuclear Indian Point Energy Center, en Buchanan, villa del condado de Westchester. Y, aunque su licencia para operar estaba vigente hasta 2025, de acuerdo con las autoridades la empresa ha anunciado un lustro antes su pronta venta y posterior desmantelamiento. En el dossier que traigo preparado veo que la unidad 1 funcionó desde septiembre de 1962, hasta octubre de 1974, ya que el sistema de refrigeración de emergencia no pasó los controles óptimos de seguridad lo cual obligó a vaciar el combustible de la vasija. Según aminoro la velocidad y sigo la flecha de entrada observo que apenas hay media docena de coches estacionados. Un vigilante con sobrepeso, junto a su perro guardián, custodia en solitario todo el perímetro. ‘Hola. ¿Qué tal? Estoy citado con Mr. Owens’. ‘Un momento, he de comprobarlo –retrocede hasta la caseta y veo cómo descuelga un teléfono de modelo antiguo. Minutos después regresa con paso cansino y, apoyándose sobre el capó, dice–: cuando llegue al final de las columnas de árboles gire a la derecha, ahí verá la nave donde le esperan’. ‘Thanks’. ‘Bey’. Levanta la barrera y dejo atrás el reconfortante paisaje de montañas. De pelo canoso y rubio, rozando los setenta años, con perfil de cowboy, manos huesudas de dedos largos y una sonrisa permanente iluminando dos bonitos ojos azules, es el interlocutor que esquivará diplomáticamente mis embarazosas preguntas. ‘Encantado –inclinamos la cabeza a modo de saludo–. Soy Markel Atxaga, The Climate Reality Proyect, una asociación que aboga por la educación sobre el cambio climático’. ‘Sí, la persona que contactó conmigo me puso al corriente. ¿En qué puedo ayudarle?’. ‘Como supondrá nos preocupa todo lo relacionado con la salud pública y ecológica, por consiguiente, los procesos de desmantelamiento y cómo se lleven a cabo, también’. ‘Bueno, supondrá que eso ya no corre de nuestra cuenta sino de una empresa de Nueva Jersey especializada en hacer este tipo de cosas’. ‘¿Estaba usted aquí cuando cerraron la Unidad 2? –silencio–. ¿Conoce a alguien que haya sido testigo de ello? –silencio–. ¿Le consta que hace dos décadas se liberó a la atmósfera una pequeña cantidad de radioactividad porque se rompió la tubería de un generador de vapor? –silencio–. ¿Cree que de haber seguido funcionando cabía la posibilidad de que hubiera ocurrido un accidente nuclear similar al de Three Mile Island? Sabe positivamente a qué me refiero, los sistemas de refrigeración no funcionaron y, al calentarse, el combustible sólido se volvió líquido fundiendo el reactor y, en el peor de los casos, podría haber desencadenado una explosión parecida a Chernóbil –silencio–. ¿De verdad que no tiene nada qué decir?’. De suceder esto en el contexto de un juicio se oiría por respuesta: “me acojo a la Quinta Enmienda”. ‘No quiero problemas –rompió el mutismo–. En cuanto que los nuevos dueños se hagan cargo de la empresa cierro esta etapa y me retiro a mi rancho en Texas’. ‘No le estoy pidiendo que desclasifique información comprometida, pero dadas las circunstancias y habiendo saltado la noticia de la compra entienda la curiosidad. ¿Cuántos acres tiene esto?’. ‘240’. ‘Imagino que ya no quedan residuos tóxicos, ¿verdad?’. ‘No, jamás hubo –frunzo el ceño de incredulidad–. Acompáñeme –mira a uno y otro lado, voy detrás de él a cierta distancia hasta que hace un gesto para que no continúe. Entonces, entra al despacho y saca unos documentos en la mano–. Compruébelo usted mismo. Nosotros siempre hemos cumplido los protocolos marcados por Nuclear Regulatory Comission, ahí tiene la memoria de lo que se ha hecho y cómo’. Ni siquiera hojeé el contenido de la carpeta, la conversación había sido como jugar a beisbol sin guante: uno rehúye capturar la pelota y la esquiva.
          Hacer el camino de vuelta es memorizar en la retina lo que a primera vista pasó desapercibido. Akron, ubicada en el condado Summit, es una ciudad del estado de Ohio –conservador, religioso, hermético–. Con diversa arquitectura donde conviven sin estorbarse edificios elegantes con semáforos brillantes de chapa amarilla y casas individuales rodeadas de la naturaleza que se hacen hueco entre los postes del cableado eléctrico. A principios del siglo XX, atraídos fundamentalmente por su industria especializada en artículos de caucho, experimentó un notable aumento poblacional, debido a los numerosos emigrantes que vinieron buscando un futuro mejor desde cualquier punto del país e incluso de Europa. Impresionado por la torre del PNC Bank, no me aguanto las ganas de entrar al vestíbulo. Pero, debido a la emergencia sanitaria permanece cerrado al público. Jeff tenía razón recomendándome visitar la casa museo del Dr. Robert Smith, fundador de Alcohólicos Anónimos en 1935. Con absoluto esmero mantienen el mobiliario de las habitaciones tal y como lo dejaron, así como la pulcritud del tapizado de los sillones, la histórica mesa de la cocina donde se redactaron las bases de la asociación contra la adicción a la bebida. El cortinaje y cada adorno contienen la esencia de los difíciles momentos que se vivieron ahí. Es fácil cerrar los ojos y empatizar con el sufrimientos y también las alegrías de quienes consiguieron mantenerse sobrios. Antes de abandonar el territorio diviso a lo lejos el dirigible con el logo de Goodyear, la compañía multinacional de neumáticos que obtiene grandes ingresos a través de la Fórmula 1.
          ¿Por dónde andas, compañero?’. ‘Regreso a casa. ¿Y tú?’. ‘Voy a una reunión con ambientalistas muy preocupados por el futuro de los Parques Nacionales Naturales tras el relevo de Julia Miranda. Además, me han prometido que mañana visitaremos la serranía, no en su totalidad. Son 4,3 millones de hectáreas y algunas de ellas muy abruptas’. ‘Pero sí disfrutarás de los tepuyes decorados de selva y pinturas rupestres, imagino’. ‘Claro, es un paraje de valor incalculable, ten en cuenta que es la región con mayor biodiversidad del mundo. No obstante, y hasta donde sé, también sufre una deforestación irreversible’. ‘Dicen que la mayoría de los dibujos encontrados en las paredes rocosas son de Panthera onca’. ‘El felino más grande de América’. ‘Compruébalo y entérate si están aplicando algún tratamiento de conservación’. ‘Espero no toparme con uno de frente, pero lamentablemente es una especie en extinción. No te preocupes que así lo haré. De igual modo será interesante tomar nota de las claves que encierra el lugar respecto a los primeros pobladores del continente y ver cómo eran nuestros hermanos’. ‘Glenn, no corras riesgos físicos. He conocido a Oliver, el marido de Deanna, estuve con ellos. Viven en Harlem’. ‘¿Y qué tal?’. ‘Bueno, una experiencia diferente que todavía estoy asimilando’. ‘Ella me parece una persona complicada’. ‘De alguna manera todos lo somos. Oye, quedan pocas millas para llegar y voy a parar un poco. Mantenme al corriente’. ‘Cuídate, amigo’. ‘Y tú. Nos vemos pronto’.
          A escasas millas de mi casa, en la recta final de este periplo, hago un alto en St. Charles donde tomo café y una generosa porción de tarta de queso. La camarera, al borde de la desidia, se coloca el lápiz sobre la oreja y el cuaderno de las comandas en el bolsillo trasero de pantalón. ‘¿Viene de muy lejos?’. ‘Si’. ‘¿Está de paso?’. ‘Claro’. ‘¿Le quedan muchas millas?’. ‘Algunas’. ‘Entonces, seguro que busca room’. ‘Pues no’. Ante la poca disposición que muestro para conversar coge uno de los periódicos del mostrador y dice: ‘¿Ha visto la foto?’. ‘No. ¿Cuál?’. ‘Ésta –señala la portada–. Qué manera más tonta de perder la vida, ¿verdad? Lea en alto, por favor. Estoy fatal de la vista y esta puñetera letra tan pequeña se me nubla’. ‘Ashli Babbitt, 35 años, veterana de las fuerzas aéreas, recibió un disparo en el cuello cuando se manifestaba en el asalto al Capitolio, la trasladaron al hospital con una fuerte hemorragia donde poco después murió’. Arruga la nariz, lo deja en el mismo sitio y se santigua. Otro cliente la reclama y aprovecho para irme. Los últimos rayos de sol iluminan un indicador de grandes dimensiones situado a la izquierda en el que se visualiza a distancia: Welcome Rochester. Apenas sin tráfico, la carretera que se columpia por el espejo retrovisor parece una cremallera cuyos dientes se cierran tras de mí. Apago el motor, y sentado a oscuras dentro del coche, contemplo la inmensidad de la espectacular luna llena. Nelson golpea con los nudillos en la ventanilla.


15.
Con el sobresalto metido en el cuerpo tras aparecer el rostro de Nelson pegado al cristal de la ventanilla soy incapaz de moverme del asiento, como si una ventosa hubiera pegado mi trasero a la tapicería. ‘Hola. ¿Ocurre algo? –pregunto, bajando enseguida del coche–. Ven, no te quedes ahí. Entra’. Lo hace bajo un fuerte sentimiento de intromisión. ‘Siento que sea tan tarde, Markel, pero no quiero irme sin decirte adiós’. ‘¿Cómo? Es broma, ¿verdad?’. ‘No’. Uf, ¿quieres una copa?’. ‘No, muchas gracias’. ‘Pues tú dirás’. ‘Luego, a las 6:00 a.m., salgo en un vuelo con destino a la provincia canadiense de Alberta. La decisión no es negociable’. ‘Muchacho, relájate, aún ni lo he intentado. Continúa’. ‘En Friends of the Earth quieren que me incorpore a la plantilla lo antes posible. Aquí no aguanto más: demasiadas miradas desafiantes y comentarios sin fundamento’. ‘No sé qué decir. Te pedí unos meses hasta que Georgia acabase el tratamiento y redistribuir el trabajo’. ‘Lo sé’. ‘¿Aceptarías esperar unos días más? Hay que encontrar a alguien que cubra tu vacante’. ‘Lo siento mucho, no va a ser posible, el equipo de oposición a la extracción de crudo en las arenas petrolíferas de Athabasca empieza a ejercer más presión y si voy a formar parte de ellos quiero estar desde el principio arrimando el hombro’. ‘Entiendo tu postura, yo haría lo mismo, es una oportunidad muy atractiva como para desaprovecharla, a pesar de lo mucho que me apena perder tu afilado olfato. Y también que lo hagas arrastrando el brutal desencuentro que tienes con los compañeros’. ‘Bueno, no seas melancólico’. ‘Te voy a echar de menos’. ‘Y yo a ti’. ‘Has sido una pieza clave en cada proyecto que hemos emprendido y lo sabes’. ‘¿Sigue en pie esa invitación?’. ‘Claro. ¿Qué te apetece?’. ‘Lo mismo que bebas tú’. En el exterior, salvo por el cortejo de zorros a la caza de presa, el silencio es una nebulosa moribunda y el amanecer una efímera aspiración. Permanecemos callados, amontonando residuos de basura en una bolsa biodegradable donde antes hubo latas de cerveza de antiguas soledades. Cuatro horas después cargo su equipaje en el maletero y ponemos rumbo al Aeropuerto Internacional de Minneapolis-Saint Paul. ‘Déjame aquí. Odio las despedidas. Cuídate. Hasta mañana’. ‘Hazlo tú también, amigo. Nos vemos’. En las 78 millas y media que tengo por delante no quiero venirme abajo. Así que, conecto la radio y suena música country, pero eso me entristece aún más. Opto por sintonizar otra. Un oyente, bastante excitado, cuenta lo mucho que disfrutó cuando el asalto al Capitolio evacuando a los congresistas acojonados. ¡Ay!, las sociedades y sus idiosincrasias a medida.
          ¿Tú sabías que William –pregunto a Jeff– gestionaba con la dirección la continuidad del teletrabajo salvo para cosas puntuales que requieren de asistencia presencial?’. ‘Primera noticia’. ‘¡Mira que somos endiabladamente reservados!’. ‘Pues yo, ¿qué quieres que te diga?, con la que está cayendo es muy sensato hacerlo porque a veces aquí hay más gente de la permitida y eso conlleva un riesgo que de esa forma se puede evitar’. ‘Y más tú, nosotros al fin y al cabo nos movemos de un sitio a otro’. ‘Ya –se queda pensativo y cambia de tema–. En la mesa tienes el informe que ha llegado de Chiribiquete. Entiendo que es tan sólo una primera aproximación’. ‘Ahora lo veo. ¿Estás bien? Te noto inquieto’. ‘¿A ti no te preocupa que declaren la ley marcial?’. ‘Muchísimo. ¿Crees que sucederá?’. ‘A estas alturas espero cualquier salida por la tangente’. ‘Pero el pueblo americano se echaría a la calle’. ‘No sé, aunque por si acaso, si se diese la circunstancia de que suspendieran la actividad civil me iré a Canadá, tengo familia allí. Deberías de hacer lo mismo y largarte con tus parientes de España’. Tras sus palabras, el recuerdo del primo Andoni desechó el cerrojo de la habitación que ocupa en mi memoria. Concentrarme en las notas de Glenn Clemmons es mi siguiente objetivo, pero la entrada de un fax acapara toda nuestra atención. ‘¿Qué pone?’. ‘Joder –responde él–, me lo temía, es de un contacto que tengo en la Corte Suprema, acaban de autorizar la última sentencia de muerte en este mandato’. ‘No fastidies’. ‘Pues sí’. ‘¿A quién?’. ‘Dustin Higgs, de piel negra, prisionero en el corredor de la muerte, en Indiana. Le administrarán una inyección de pentobarbital’. ‘No ubico bien ese caso’. ‘Ya verás cómo sí’. ‘Soy todo oídos’. ‘En Washington, una noche de enero de 1996, junto a un par de amigos invitó a tres mujeres jóvenes a su apartamento. Una de ellas no quiso entrar en el juego sexual más avanzado y él se ofreció a llevarlas a casa. Sin embargo, según el Departamento de Justicia, se detuvieron en un descampado y ordenó a uno de los hombres que las disparara’. ‘Menuda enciclopedia llevas metida en la cabeza, colega’. ‘No creas, las apariencias engañan –ríe fuerte– ,todos los medios se hicieron eco del asesinato, salió en portada’. ‘Cierto, ahora caigo. En la carta de clemencia escrita por el abogado de la defensa constaba lo injusto del castigo dictado a su representado, superior al del asesino que apretó el gatillo quien cumplía cadena perpetua’. ‘¿Ves cómo te acuerdas?, basta con poner empeño’. ‘Hacía 17 años que no se producía una ejecución federal’. ‘La última la firmó George W Bush’. Exacto. La aplicación de la pena capital me pone siempre muy nervioso’. ‘Una vez escuché decir que todo asesino al final es también la víctima de otro verdugo’. ‘Pues sí’. ‘Nelson se ha ido’. ‘Lo sé, hemos estado juntos’. ‘Es una lástima. Ojalá que le vaya estupendo en su nueva aventura, lo merece’. ‘Pienso lo mismo’. ‘¿Qué tal si nos ganamos el sueldo?’. ‘Vamos. Oye, ¿averiguaste si han reparado ya los postes de luz en el condado de Faribault tras la gran tormenta de viento y nieve caída en diciembre?’. ‘Sigue pendiente de que el gobernador autorice asistencia estatal, no creo que tarde mucho’. ‘Establece el protocolo de seguimiento, y ponte al habla con otras ONG quizá alguna haya evaluado el estado de las cosas, estoy seguro de que las infraestructuras deben de haber sufrido importantes daños’. Asiente, y cada uno nos centramos en lo nuestro. La rutina avanza sin sobresaltos cuyo claro objetivo es finiquitar la jornada.
          La mayoría de nosotros, por la calidad de sus productos, realizamos la compra semanal en Trader Joe’s desde que salió recomendado en el ranking de las mejores cadenas alimenticias. Reconozco que soy un desastre a la hora de elegir los menos grasientos, los más nutrientes y, por tanto, saludables. Así que, cuando visualizo a Georgia en la sección de hortalizas me hago el encontradizo. ‘¡Anda! –dice, mientras intuye que mi sonrisa es una llamada de auxilio–. Qué casualidad. ¿Necesitas ayuda? Uy –revuelve los envases–, aquí hay demasiadas hamburguesas y pocos hidratos, fibra –saca unos y mete otros–, proteínas… Es fundamental alimentarse bien para hacer frente al entorno hostil que nos tiene tan cansados. Te parecerá una tontería, pero el aporte justo de calorías para conseguir un óptimo rendimiento físico pone también a punto el maravilloso universo de la mente. Conclusión: no compres tanto vacuno’. ‘¡Vaya!, pues lo tendré en cuenta’. ‘¿Cómo te fue en la ciudad de los rascacielos?’. ‘No sabría decirte’. ‘¿Conseguiste hablar con alguien de Indian Point Energy Center’. ‘Sí, aunque no tuve suerte’. ‘¿Y eso?’. ‘Porque respondía con ambigüedades, no quiso comprometerse’. ‘Bueno, ya sabes que la mayoría de las veces nuestras causas no se visualizan y para el conjunto de la sociedad aparecen como invisibles, técnica habitual que encaja bien en la máxima de: la ignorancia alivia el compromiso’. ‘Puede, pero no deja de ser frustrante’. ‘No te lo tomes a la tremenda. ¿Quieres cenar conmigo?’. ‘Imposible negarme: estás espectacular’. ‘Adulador. Además, así me cuentas el encuentro con Deanna Leone’. ‘Encantado. Uf, fue tremendo. Llevo esto –señalo el contenido del carro– y cojo una tontería que te traje’. ‘De acuerdo. ¡Qué misterioso! Prepararé mi plato estrella: arroz a la americana’. ‘Espero no retrasarme’. ‘Más te vale’. Sin embargo, según termino de guardarlo todo, William establece comunicación por videollamada y me obliga a llegar tarde a la cita. La imagen y el sonido no están sincronizados. Apenas logro entender que volverá en un par de semanas y que nada es lo que parece…
          Después de una señal de stop, girando a la derecha, en el cruce de la 26 th St NW con la 5 th AVE NW, epicentro de un bulevar sombreado, vive Georgia. Es una pequeña cabaña construida en principio para alojar a invitados y anexa a la casa principal, ambas en tono azul grisáceo y compartiendo el terreno semi emboscado que delimita la privada de su espacio. Situado bajo un árbol que da poca sombra está el acogedor porche donde tantas veces hemos mantenido largas conversaciones hallando la manera de mejorar un mundo que transita ya en otra frecuencia. Es ahí donde la encuentro, sentada en la mecedora de elegante diseño que la regalamos en un cumpleaños. ‘Perdóname, querida. He tenido un contratiempo y no pude venir antes –digo, restando importancia, al tiempo que dejo sobre sus rodillas una bolsa de Books are Magic una librería de Brooklyn–. Espero haber acertado su seriedad da a entender que algo no va bien–, es una recopilación de poemas de Walt Whitman. Lamento de verdad el retraso y que tu enfado sea mayúsculo’. ‘Mira esto –alarga una hoja cuyo membrete pertenece a un polémico bufete de abogados–. Lo han traído hace un rato’. ‘¿Es una citación para el Juzgado?’. ‘Markel, ¿cómo tiene el valor de dar este paso sabiendo que nuestra hija es el motor de mi vida?’. ‘Cálmate. A ver, deja que lea’. La verdad es que cuesta digerir cada línea cargada de despropósitos, cada párrafo a cual más dañino y, en definitiva, el documento en sí que encierra una demanda judicial para obtener la custodia de la niña, alegando que, debido al mal estado de salud de la madre y lo incierto de su futuro, entienden que, por el bienestar de la menor, lo mejor es permanecer con el padre quien puede ofrecerla estabilidad junto a su actual esposa y al bebé que esperan. Dicho lo cual, se emplaza a las partes implicadas a llegar a un acuerdo sensato, ya que, de lo contrario, habrán de verse en los tribunales. ‘Entremos dentro –se me ocurre–, está refrescando’. ‘Hay que gratinar el arroz’. ‘Yo me ocupo, tú recuéstate en el sillón y no te preocupes que vamos a encontrar una solución, ya lo verás’. ‘¿De verdad?’. No tengo contestación, pero según pongo a funcionar el horno recuerdo que en la escuela se dio un caso parecido. Una de las compañera se vio con el agua al cuello cuando los padres de su difunto marido, personas de alto poder adquisitivo, pelearon para obtener la custodia de los nietos. Alaia la puso en contacto con uno de los mejores juristas de toda Minnesota. ‘Georgia, ven a cenar. Creo que podemos hacer algo. Conozco a alguien que te puede ayudar –aparece lánguida, caminando muy despacio,  como si las plantas de los pies no la llegaran al suelo–. Saldremos de ésta juntos, te lo prometo’. Y así, convirtiendo el dolor en complicidad y el desengaño en ternura, surge la lluvia y me quedo a dormir. A la mañana siguiente, cuando despierto en el sofá arropado con varias mantas, está frente a mí mirándome. ‘Perdona por lo de anoche, supongo que estarás incómodo, entiendo que fueron las circunstancias las que me empujaron a seducirte’. ‘No pasa nada. Eso sí, prefiero que las cosas se queden como están, no quiero iniciar una relación’. ‘¿Un café?’. ‘Por favor, bien cargado. Tengo un montón de llamadas perdidas de Jeff. Espera, a ver, comunica. Ah, mira, ha escrito un e-mail’. ‘¿No descansa nunca?’. ‘Dice que Glenn Clemmons tiene problemas para salir de Colombia. Vayamos a la oficina, hay que hablar con la Embajada. Me había olvidado de Steven, el vecino de mis padres, un joven inquieto que aspira a unirse a nosotros. Haré un hueco para entrevistarle’. ‘¿Te apetecen unas tortitas americanas con huevos revueltos?’. Venga, estoy hambriento. ¿Y esto?’. ‘Smart Balence, la mantequilla cien por cien que regula los niveles de colesterol. ‘Después localizaré a la persona que comenté ayer, nos apreciaba mucho y sé que te facilitará el contacto del abogado que la defendió’. ‘Markel, sé sincero, ¿cuántas posibilidades ves a mi favor?’. ‘Pásame una cuchara, por favor…’.


16.
Uno de vosotros poneos al habla con la Embajada de Estados Unidos en Colombia y notificad la presunta desaparición de Glenn Clemmons. Y el otro contadle lo que ocurre al líder The Climate Reality Proyect en América Latina y que despliegue a su gente para localizarle, tiene que estar atrapado en algún lugar del Parque Nacional Natural de Chiribiquete. Que no escatimen en medios’. ‘Markel, ¿no sería mucho más lógico informar a los jefes? –pregunta Georgia–. De no hacerlo igual nos metemos en un lío’. ‘No creo’. ‘Habría que esperar –apunta Jeff–, sabemos por otras veces que cuando se entusiasma con una misión podemos estar semanas e incluso meses sin tener noticias suyas’. ‘Intuyo que no, presiento que algo le impide comunicar con nosotros. Hacedlo, por favor. Asumo toda la responsabilidad, es nuestro amigo y no pienso dejarlo en la estacada. No obstante, de momento prefiero que no trascienda porque cualquier filtración al respecto haría sufrir innecesariamente a terceros y su padre está delicado de salud’.
          Después de marcar todos los dígitos de nuestra ONG en Washington D.C., consigo dar con alguien del área de Políticas al que explico la urgencia de esta llamada tras haber perdido contacto con la persona desplazada hasta la región amazónica colombiana para supervisar el estado actual de conservación. ‘Lo primero es contar con especialistas en rescates de riesgo para saber cuántas posibilidades hay de permanecer por un largo periodo atrapado allí, como es el caso –dice, y a continuación me tranquiliza–, no porque piense que su situación esté al límite, sino porque necesitamos saber a qué tipo de dificultades nos enfrentamos’. ‘Él es un hombre prudente en su trabajo que nunca improvisa ni deja nada al azar. Mire, el responsable de la herramienta digital Reality Drop, en Rochester, dice que habría que seleccionar a los mejores profesionales en montañismo y escalada en roca. ¿Qué opina?’. ‘Pues que estoy de acuerdo. No se apure, me encargaré de todo. En cuanto esté listo el protocolo yo misma contacto con usted. Lo vamos a encontrar, se lo prometo’. ‘Muchas gracias. Una cosa más: acompañaré al grupo’. ‘No lo haga, su implicación emocional minimizaría el lado objetivo y resolutivo a la hora de tomar cualquier tipo de decisión’. ‘Iré, no le quepa duda’. ‘Muy bien. Entonces, si le parece, doy luz verde. Tome nota de mi número directo y correo electrónico, así no se mantendrá a la espera’. ‘Gracias’. El siguiente paso es reconstruir todos sus movimientos. Desde que llegó a la zona ha ido mandando e-mails adjuntando material fotográfico, gráficos y estadísticas en las que ha evaluado el impacto del abandono medioambiental. Pero, es en el último donde manifiesta que tiene problemas para salir del país y ya no escribió más. ‘Georgia, ¿dónde se hospeda?’. ‘En un hotel muy modesto de Calamar, un municipio del departamento del Guaviare. La reserva la hizo él mismo. Es lo único que sé’. ‘Jeff, ¿puedes averiguar algo?’. ‘Hace años conocí a un tipo que metiéndose en el sistema cambiaba comandos y conseguía hacer una aproximación bastante fiable de la ubicación de otras personas, pero me da que eso debe ser ilegal, salvo que tengas una orden judicial. En cualquier caso, no será difícil hallar el alojamiento acorde al perfil que siempre busca, máxime si el sitio es pequeño’. Tras cuatro o cinco intentos por fin doy con un amable recepcionista y dice que el señor americano lleva sin aparecer por allí más de una semana. Y que lo raro es que en la habitación están sus pertenencias, de las cuales, además de pagar la factura, alguien tiene que hacerse cargo ya que necesitan volver a alquilarla. Enseguida hago una transferencia y pago algunos días más por adelantado hasta que yo llegue. Sin embargo, acabando de realizar dicha gestión, un fortísimo pinchazo me deja doblado como un cuatro…  
            Hasta donde me alcanza la memoria sufro de cólicos nefríticos y, aunque no brotan a menudo, cuando lo hacen, suelen dejarme inactivo durante un tiempo. Dice papá que la abuela padecía de la misma dolencia, pero que por esa época en Herboso la única medicina posible eran unas hierbas que crecían en el monte, entre rocas, y quedarse encamada hasta que las molestias se mitigaban. Lo cierto es que incluso ahora si el dolor de los genitales es endiabladamente agudo, hay quemazón al orinar y la hematuria es persistente, los calmantes apenas surten efecto. Así que, bajo los cuidados y supervisión casi cuartelaria de mis padres encantados de tenerme controlado, recibo la visita de Steven Finnegan, el hijo de Eugene. ‘Oye, diez minutos y te largas, eh, que necesita descanso’. ‘No hagas caso y toma asiento. ¿Mamá nos dejas, por favor?’. ‘Luego no te quejes si tienes mareo de cabeza’. ‘¿Vuelvo en otro momento? –pregunta muy cortado–. Quizá no haya sido buena idea venir tan pronto’. ‘Pero si te he avisado yo. Anda, relájate –y lo hace en cuanto nos quedamos solos–. ¿En serio que no piensas ir a la Universidad de Princeton para estudiar Físicas?’. ‘Pues no’. ‘Desde el campo científico se hace mucho por el medioambiente, por ejemplo: mejorando las infraestructuras, los métodos de producción, consumo, costumbres… Es más, necesitamos gente comprometida, con las ideas muy claras y la preparación académica correspondiente’. ‘Lo sé, señor’. ‘Mi nombre es Markel, y tutéame que no soy tan viejo’. ‘Pero opino que seré mucho más útil en primera línea’. ‘Creo que tienes una idea equivocada de esa profesión’. ‘Puede ser, sin embargo, no hace mucho me di cuenta de que a nivel global flojea la mano de obra para fomentar las cosas fundamentales de la vida’. ‘Este no es un camino fácil, quiero advertirte. Por lo general hay demasiadas puertas cerradas y muchos intereses creados. Lo importante es poner el foco en un objetivo a seguir y, desde luego, no desanimarse, porque de lo contrario estaremos perdidos’. ‘Hace un par de años que en clase nos pidieron escribir sobre algo cotidiano. Una compañera lo hizo de su familia. Habló de la diferencia entre ecológico y sostenible, de la alimentación del ganado con hierba o a pasto abierto y de lo importante que es consumir un pescado certificado por Marine Stewardship Council –eso acredita que fueron capturados sin poner en peligro las especies ni sus ecosistemas–. Lo explicaba con tanta naturalidad que ahondé en el tema y todavía sigo ampliando conceptos’. ‘Es muy interesante lo que cuentas. Uno de nuestros miembros acaba de dejarnos por motivos personales. ¿Te gustaría participar en alguno de los proyectos que tenemos abiertos? Vas a encajar muy bien’. ‘¿Crees que puedo hacerlo?’. ‘¿Y por qué no? Mírame a mí –río a carcajadas–. Espera, llamaré a la oficina –el olfato me dice que acabo de descubrir a alguien muy valioso–. Hola, Jeff. Sí, sí, estoy mejor. Gracias. Pues ojalá sea pronto porque me van a volver loco. Escucha, te mando a Steven –guardo silencio–. Exacto. Ponle al corriente de los asuntos que llevaba Nelson, le vamos a tener a prueba, y si funciona, como sospecho, llegará lejos. Otra cosa, dale un cuaderno para que lleve la cronología exhaustiva de todo cuanto haga’. El chico, agradecidísimo y con los ojos pixelados de lágrimas, sale de espaldas y tropieza con papá tirándole unas natillas que traía para nosotros.
          En contra del deseo de mis padres por dilatar más la convalecencia, tres semanas después vuelvo a la frenética actividad que acapara casi toda mi energía. Las cosas en la oficina avanzan lentamente, supongo que como en el resto viviendo un impasse que lleva tiempo deshidratando los pilares de una vida que creíamos segura y a salvo de eso que les ocurre siempre a los demás, pero a uno no. La mañana del 20 de enero de 2021 madrugo más de lo habitual porque no quiero perder detalle de la inminente salida de Donald Trump de la Casa Blanca y de posibles decisiones que tome in extremis antes de realizar el último vuelo en el Air Force One con destino a Florida. Sin embargo, todo parece transcurrir según lo previsto, salvo por el gesto deslucido de haber roto con la tradición, 150 años después, de dar el relevo a su sucesor asumiendo dicho papel el vicepresidente Mike Pence. Aunque, por suerte, nada de eso ha ensombrecido el acontecimiento realmente importante que debe acaparar toda la atención de esta jornada: la ceremonia de jura y celebración de la fiesta de la democracia. A pesar del frío y de las fuertes medidas de seguridad, en Pennsylvania Avenue hay gente agolpada a ambos lados de la calle. Familias enteras con la esperanza puesta en la recuperación del prestigio del país, aislado en una corteza de serrín, donde el descrédito, la vulnerabilidad y la falta de respeto han sido la tónica general. Y, en esas estoy, mientras que en pantalla se abre un plano con Laura y George W. Bush, Hillary y Bill Clinton y Michelle y Barack Obama conversando distendidos con total normalidad. Voy por la segunda ración generosa de Cookie Salad, esa ensalada dulce y típica del estado de Minnesota que tanto me gusta a cualquier hora del día, cuando la Fachada Oeste del Capitolio presta escenario a Kamala Harris luciendo un vestido y abrigo del diseñador Christopher John Roger, en tono morado simbolizando con ello un guiño a todas las mujeres. Como ya adelantó su equipo jurará sobre una biblia que perteneció a Thurgood Marshall, primer juez negro del Tribunal Supremo que luchó como nadie por los derechos civiles en USA. Avanza la velada y se sitúa bajo el marco de las primeras medidas que firma Joe Biden y que la mayoría esperamos con emoción: regresar a la OMS, poner fin al muro fronterizo con México, extender una moratoria para los desalojos, volver a unirnos al Acuerdo del Clima de Paris… Todo ello motiva a la población haciéndonos sentir orgullosos de quiénes somos. En los últimos minutos del festejo me abstrae de la actualidad un carro que frena delante de casa y cuyo tubo de escape suelta bocanadas de humo produciendo un ruido ensordecedor.  
            Cumplidas de sobra las dos semanas que William dijo tardaría en retornar de la costa oeste de Sudamérica, atraviesa las 40 yardas que separan su auto de mi puerta. ‘¿Cuándo has llegado de Portoviejo?’. ‘Ayer por la mañana’. ‘¿Qué tal han ido los trámites? –hacía mucho que no veía tanta tristeza junta en alguien–. ¿Habéis traído a la niña?’. ‘No, hemos chocado con una muralla llena de trabas, inconvenientes, zancadillas, proyectos desinflados y una sensación de impotencia que no sé si nos podremos quitar de encima’. ‘Vaya, cuánto lo lamento. ¿Cómo se lo ha tomado tu esposa? Bueno, y tú, claro’. ‘Fatal, ella se siente culpable de no quedarse embarazada, lo cual entiende como un fracaso de su cuerpo y una traición hacia mí. Por eso, de alguna manera la adopción suplía dicha carencia. Aunque, ahora…’. ‘¿Qué vais a hacer?’. ‘Si dependiera de mí, nada, porque cuando la naturaleza te pone a prueba es mejor dejar las cosas como están. Quizá sea cobardía, pero prefiero no sufrir’. Poco podía añadir excepto ofrecerle comprensión y apoyo. Un cortacésped interrumpe nuestra meditación, también una caravana de moteros que circula por los alrededores del vecindario en protesta contra del Partido Demócrata. Todo un conjunto de ruidos exteriores solapando los internos. Suena el móvil y ambos nos miramos. ‘Markel –dice Georgia al otro lado del teléfono– será mejor que vengas a la oficina, Steven ha dado con una pista que pude conducirnos hasta Glenn…’.


17.
Es noche cerrada. William y yo conducimos por las calles desiertas de Rochester donde la luz atenuada de cada casa ofrece un paisaje propio de la estación invernal de enero. Alejado de la autopista 52, por un camino estrecho, aunque rodeado de mucho verde, se accede a Midwest Bible Baptist Church, donde aún quedan destellos de la celebración histórica que ha marcado la jornada en nuestra nación, especialmente en la comunidad migrante con la llegada de la vicepresidenta de los States United of American: Kamala Harris. Miembro de la Tercera Iglesia Baptista de San Francisco, aunque en la infancia también asistió a un templo hindú. Recibió una exquisita educación y valores fundamentados en la equidad entre ambos sexos donde los derechos y las obligaciones sean proporcionales para todos. De madre india tamil y padre jamaicano, ha desempeñado cargos de relevancia llegando a ser fiscal general de California y posteriormente senadora del mismo estado. Sin apartar la vista de la carretera ni del retrovisor, me vienen a la memoria los nombres de algunas personas que hoy estarían orgullosas de sentirse representadas por ella, entendiéndolo como un triunfo de todas. Por ejemplo: la activista afroamericana Rosa Park que se negó a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera del autobús, o la adolescente de 15 años Claudette Colvin, que nueve meses antes precedió a la anterior haciendo lo mismo. Así como la escritora Susan B. Anthony luchadora incansable en el siglo XIX por el derecho al voto femenino, o la reconocida abolicionista y oradora Lucy Stone que se convirtió en la primera estadounidense que obtuvo un grado académico y mantuvo su apellido después de casarse con Henry B. Blackwell, en protesta contra las leyes discriminatorias. Y, por supuesto, también, a cientos de miles de voces anónimas, intimidadas, mujeres que con esfuerzo, perseverancia, capacidad de gestión y mucho sentido común no cejan de reivindicar una igualdad que parece estar siempre en construcción.
          ‘Steven –Jeff rompe el silencio–, explica lo que has descubierto, por favor’. ‘La verdad es que ha sido un golpe de suerte porque uno de mis amigos pertenece al grupo estudiantil Fridays For Future y ha estado muchas veces en la Serranía de Chiribiquete, por tanto, la conoce muy bien –Georgia abre la puerta con ímpetu, como lo haría una ráfaga de viento, el chico se azara y ella resta importancia dedicándonos una de sus amplias y luminosas sonrisas–, así que se me ha ocurrido pedir su opinión respecto a la desaparición del colega al que buscáis’. ‘¿Alguien quiere un café? –pregunto para darle oxígeno–. Perdona la interrupción, continúa’. ‘Dice que puede estar atrapado en El Estadio: un laberinto espeso en forma circular con tejido de bosque, lo cual no es buena noticia ya que ahí no está todo explorado, o tal vez fuera al macizo norte, el de mayor elevación, pero tened en cuenta que también hay montañas rocosas, cascadas, lagunas, humedales y selvas donde aún nadie se ha atrevido a penetrar. Por lo general los equipos de salvamento encuentran señales de SOS de gente atrapada a la que rescatan’. ‘¿Tenemos mapas del sitio? –rápido extienden uno–. William, lee los correos que Glenn ha enviado hasta el momento, quizá hayamos pasado por alto algún detalle significativo’. ‘Incluso, dice que –prosigue–, por su complicada orografía sólo se accede en helicóptero, aunque a la zona sur del parque se llega por río desde Araracuara’. ‘Jeff, ¿en nuestra web puede haber subido alguien experiencias vividas allí que arrojen algo de luz?’. ‘Es probable. Ahora mismo lo compruebo’. ‘Si me permitís otra sugerencia –interviene con timidez–, he pensado que tal vez preguntando a las empresas encargadas de ambos transportes averigüemos cuál de ellos cogió’. ‘Steven –su expresión es como de esperar una regañina–: buen trabajo, muchacho’. Entre el caos al que estoy acostumbrado en mi mesa encuentro las direcciones del líder The Climate Reality Proyect en América Latina, de la Embajada de Estados Unidos en Colombia, así como la tarjeta de Margot Garland, la persona que con tanta amabilidad me atendió en la central de nuestra organización en Washington D.C. Así pues, redacto un e-mail para ponerlos al corriente de la posible pista que conduzca hasta el paradero del compañero y la petición de nuestra inmediata partida.
          ‘Markel ¿cuándo pensabas decirnos que preparas un viaje a Colombia? Los de arriba me presionan porque no les parece correcto que andes viajando de un lado a otro. Recién has vuelto de Nueva York, ¿acaso no puedes esperar?’. ‘Estas circunstancias son muy especiales, ha desaparecido el científico Glenn Clemmons y no sabemos en qué condiciones estará. Así que, no me vengas con discursos de propaganda barata. Lo haría por cualquiera en su misma situación –digo a mi jefe–. Oye, sabes que si él ha ido es porque nosotros se lo hemos propuesto’. ‘Hombre, no fastidies –me corta raudo–, también le interesa mejorar su currículum haciendo esos reportajes que después vende muy bien en revistas especializadas. Por tanto, no es altruismo todo lo que reluce’. ‘Respeto tu opinión. Sin embargo, no la comparto. Aun así, y al margen de los motivos personales que le empujan a realizar según qué trabajos, en estos momentos la única prioridad es que si está jodido necesita ayuda y yo se la voy a proporcionar. No olvides que arriesgando su propia vida fue el primero en encabezar la expedición que salió a buscarnos cuando nos perdimos en el Valle de la Muerte, en California y ahora no sería justo darle la espalda. Dicho lo cual, aunque no tenga tu apoyo, cueste lo que cueste, pienso encontrarle’. ‘Tienes agallas, ¡eh! Bueno, deja que haga un par de llamadas y vea cómo está la situación por allí. Hará falta un permiso específico para salir del país y entrar en territorio sudamericano. Elaboremos un informe haciendo hincapié en la urgencia de dar con el paradero de nuestro compatriota para traerlo de vuelta. No obstante, si finalmente, por cualquier obstáculo burocrático no puede ser, abstente de hacer locuras por tu cuenta’. ‘Tú, consíguelo’. ‘¿Cuánto lleva sin comunicar con vosotros? ¿Notaste algo cuando hablaste con él? No sé: miedo, desesperación, sospechas, corazonada… Haz memoria, todo sirve’. ‘No, ya te he dicho que sólo preocupación por si las autoridades le impedían salir de allí. Date prisa, por favor’. ‘Debo seguir un protocolo, y lo sabes’. Días después nos dieron vía libre para iniciar el periplo con el respaldo internacional de nuestra organización, asumiendo casi toda la responsabilidad Margot Garland. En el área de embarque William, Jeff y yo estamos a punto de pasar once horas metidos en el avión que aterrizará en el Aeropuerto de El Dorado, a ocho millas de Bogotá, donde alquilaremos un carro que nos llevará hasta San José del Guaviare y, una vez ahí, cumpliré con mi palabra de recoger las pertenencias de Glenn y saldar su cuenta en el hotel del municipio de Calamar.
          Reconozco que tengo fobia a las alturas desde que una vez Alaia y yo íbamos de vacaciones a Canadá y nos quedamos suspendidos a merced de la nada, sobre un suelo de nubes esponjosas convertidas en fuerte tormenta que casi parte en mil pedazos el chasis de la aeronave. Por eso, y desde entonces, acostumbro a no moverme del asiento, cerrar los ojos e inventar fórmulas que distraigan mi cabeza del presunto peligro. A mi lado duermen los compañeros después de haber terminado hasta la última pizca del catering elegido por la compañía y, a juzgar por su profunda respiración, se deben de estar reconciliando con algún hermoso sueño. Mientras, separados por el pasillo y alterando el sagrado espacio de la siesta, ante la impotencia de unos padres para poner orden, dos gemelos de corta edad se pelean por una caja de lápices de colores que les dieron al subir a bordo. Los auxiliares de vuelo retiran las bandejas y aprovecho para pedir una botella de agua con hielo que me traen junto al StarTribune –de los pocos periódicos que todavía quedan en papel–. Abro las páginas centrales y leo el recordatorio de la siguiente noticia: en la cordillera del Himalaya, al pie del Nanda Devi, segunda montaña más alta de la India, se desprende un glaciar que ha provocado una avalancha de rocas, agua y hielo llevándose a su paso algunas casas y reventando dos presas en construcción. Se teme por la vida de cientos de obreros que trabajaban en ellas y de quienes han quedado atrapados en uno de los túneles anegados. Un ambientalista afirma también que la irrupción de carreteras, ferrocarriles y centrales eléctricas en zonas ecológicas muy sensibles, así como el aumento global de las temperaturas propician en gran medida dichas catástrofes. Un lugareño declara que algo iba mal cuando el suelo temblaba igual que en un terremoto. Se prevé que, a lo largo del día, aumente el número de fallecidos y de heridos, así como el enterramiento de varios pueblos que pasarán a engordar la estadística fantasma de alguna supuesta base de datos. Hago memoria y rescato la existencia de un precedente en 2013, cuando las fuertes lluvias del monzón de verano causaron más de 6.000 muertes a consecuencia de las grandes inundaciones que hubo en Uttarakhand. Pero lamentablemente no hemos aprendido nada y me apena el poco caso que hacemos a los glaciólogos con respecto al deshielo porque hemos connaturalizado el ejercicio de no escuchar a quienes alertan de la urgencia de un cambio de comportamiento individual y colectivo, así como de la aplicación de ciertas políticas capaces de soldar determinadas grietas todavía reparables. En la portada del diario las calles de Minneapolis se preparan para el juicio contra Derek Chauvin, acusado de asesinar a George Floyd.  Reclino el respaldo, miro por la ventanilla y el horizonte se parece a una capa de nata montada que irradia infinita paz. Sin embargo, la preocupación y los verdaderos motivos que nos traen hasta Sudamérica hacen que no pueda relajarme y esté inquieto por el paradero de mi gran amigo Glenn Clemmons.
          Aterrizamos a la hora prevista. Durante el vuelo todo iba bien hasta que algo ha impactado contra el aparato y por megafonía han pedido que nos abrochásemos los cinturones, menos mal que sólo ha quedado en un pequeño susto. Cuesta trabajo acostumbrar los ojos al paisaje escalonado de casas apretadas tan diferentes de Rochester a las que estamos habituados. Pasamos por delante de un merendero con techo de uralita donde la gente, a la caída de la tarde, se agolpa con un vaso de Arrechón en la mano y el corazón contraído por si mañana no llega nunca. A la izquierda de la carretera y dentro de un área perimetrada con alambre, se levanta una especie de vertedero donde encuentras de todo. El chofer que nos lleva dice que algunos sicarios esconden ahí su colección de revólveres. Nuestros rostros muestran cansancio y todavía faltan más de doscientas millas para llegar al destino. ‘Oiga, ¿esto es muy largo? –pregunta William al que no le gustan nada los espacios bajo tierra–. Me estoy mareando’. ‘No –asegura el conductor–. ¿Saben por qué este subterráneo se llama Túnel Argelino Durán Quintero?’. ‘Ni idea’. ‘Pues en honor al ingeniero, académico y político colombiano del mismo nombre que murió de un ataque cardíaco mientras era secuestrado por el Ejército Popular de Liberación. Cuando lo inauguraron el país entero se sintió orgulloso de la obra’. Es fantástico salir de la luz artificial y volver a ver el espacio abierto y la carretera custodiada a ambos lados por la vegetación mayoritariamente verde. Enseguida comprendemos que el transporte nos va a costar más del precio acordado, puesto que, conforme pasamos por diversos peajes tenemos que sacar la tarjeta de crédito. Contemplamos con absoluta admiración el horizonte recortado por las montañas de las que parece salir bocanadas de humo. Bordeamos la falda de alguna de ellas y nos sentimos intrusos, forasteros que vienen a infringir la composición de su hábitat. Avanzamos con lentitud por la carretera llena de curvas, distinta también a las de los Estados Unidos que por lo general son rectas interminables. El último tramo, antes de la meta final, es por un departamento donde queda de manifiesto el escaso poder adquisitivo de los pobladores que resisten en él entre chapas y al amparo de la generosa naturaleza. San José del Guaviare nos recibe con todo su esplendor y el personal del hostal también. Saco una clave y número de usuario y lo primero que hago es conectarme y leer los e-mail por si hubiera noticias de Glenn, pero la mayoría son de publicidad. Antes de cerrar la sesión veo que la compañera de la escuela a la que escribí ha respondido facilitando la dirección y referencias del abogado que llevó su caso de custodia. En cuanto me dé una ducha, llamo a Georgia.

18.
No te preocupes –digo a Georgia, animándola por videollamada puesto que los últimos ciclos de quimio están siendo agresivos para un organismo tan castigado–, te quedas al frente del Fuerte junto a Steven, os mantendremos informados. Si estáis apurados pedid ayuda y que manden a alguien de Winona, allí siempre sobra gente’. ‘¿Acaso no nos crees capaces de manejar la situación nosotros solos?’. ‘¡Por supuesto que sí! –reímos a carcajadas–. ¡Menuda eres tú!’. ‘Oye, tu protegido es un crack’. ‘Sabía que no me equivocaba’. ‘¿Qué tal el vuelo?’. ‘Largo y pesado. Hemos tenido de todo, incluso un amago de aterrizaje forzoso que resultó ser una falsa alarma. El comandante creyó que uno de los motores se había incendiado, pero al parecer fue un reflejo deslumbrante tras el impacto de un pájaro que se desintegró’. ‘Puedo imaginar vuestras caras’. ‘Uf, mejor ni las describo’. ‘Todavía no habéis averiguado nada ¿verdad? Hasta donde hemos podido indagar no consta su nombre en ninguno de los transportes que llevan a Chiribiquete’. ‘No, acabamos de instalarnos en el motel de San José del Guaviare. En cuanto descansemos iniciamos la búsqueda’. ‘¿Qué ambiente hay?’. ‘Muy relajado. Aquí la vida se realiza prácticamente en la calle excepto para comer, dormir y otras necesidades básicas. La mayoría de los senderos son de barro. Sorprende ver destellos de alegría en los rostros de los niños teniendo en cuenta que muchos de ellos rozan el umbral de la pobreza’. ‘La mayor parte de la población es agropecuaria, ¿verdad?’. ‘Exacto’. ‘En fin. Quizá si reúnes datos podamos presentar un informe para que la central lo lleve hasta Naciones Unidas’. ‘Eso sería fantástico’. ‘Markel, ha llamado Margot Garland’. ‘¿Y qué ha dicho?’. ‘Pues que tenéis arreglados los permisos, y orden en el consulado para que os proporcionen todo cuánto os haga falta. Ah, y que la localices en caso de complicaciones’. ‘Estupendo. Mañana, en cuanto amanezca, partimos’. ‘Tened cuidado, por favor’. ‘Tranquila, que no te vas a librar de nosotros tan fácil. Por cierto, apunta el teléfono y la dirección del abogado que llevó el caso de mi compañera. Si quieres ir adelantando pide cita, o bien, cuando regrese te acompaño. Como prefieras’. ‘Lo pensaré…’. El deseo de una ducha caliente se esfuma en cuanto compruebo que por el caño del grifo sale un chorro turbio y espeso. Bajo a recepción y una voz melosa me informa de que ese servicio no está incluido en el precio contratado, por tanto he de pagarlo a parte.
          La alarma despertador en mi reloj de muñeca parpadea a la vez que emite un pitido parecido al de un radar de largo alcance. Son las 4 a.m. y, aunque el ventilador del techo ha funcionado todo el tiempo, hace un calor sofocante, nada que ver con la temperatura de Minnesota. El apagón del alumbrado público aumenta más la negrura de la noche cuyo efecto óptico confunde las sombras deformes con la boca del lobo. Portando la mochila, mi acreditación y un montón de mapas con coordenadas que no entiendo, atravieso la estrecha galería adonde dan las habitaciones en su mayoría vacías. En la planta baja, al final del pasillo, hay un sillón de madera oscura y un par de mecedoras a juego, ocupadas por dos mujeres aguardando quizá para realizar el check-in. ‘Good morning, muchachos’. ‘Tío, estas no son horas de sacarnos de la cama –dicen ambos muertos de sueño–. No tienes compasión, Markel’. ‘¿Estáis listos? –ignoro el comentario que encajo como broma–. Hay un coche esperando, igual viene a recogernos’. ‘Oye, un momento: estamos hambrientos, desde ayer en el almuerzo no hemos probado bocado y habría que desayunar algo’. ‘¿Quién hay en el mostrador? –pregunto–. A ver si nos pueden preparar unos bocadillos’. ‘¡Pero date cuenta dónde nos hemos metido –exclaman–, que hasta las puertas no tienen cerrojo!’. ‘Vámonos, seguro que encontramos algo abierto’. El taxi, tres horas después, conducido por un latino que habla sin descanso, entra en el término de Calamar, municipio del departamento del Guaviare, poblado por campesinos e indígenas que mantienen la economía criando ganado ya que sus tierras de color rojo no son muy fértiles para el cultivo. Sospechamos que ahí tampoco encontraremos a alguien que nos diga qué hacer o cómo empezar. Pero, para sorpresa nuestra, en el puerto, representantes de algunas ONG medioambientales nos reciben con manjares que saciarán los rugidos de las tripas. Es la primera vez, al menos en mi caso, que pruebo el casabe de yuca, un pan tradicional, crujiente, delgado y circular que es parte de la dieta colombiana diaria. Para darle fin a la bandeja paisa compuesta por arroz, frijoles, carne molida, chorizo, chicharro, huevo y aguacate, hay que tener muy buen estómago y nosotros contamos con ello. Como broche final traen una macedonia de frutas tropicales donde predomina el chontaduro. De modo que, con el buche lleno, nos dividimos en dos grupos. William, a bordo de una lancha llamada aquí “voladora”, remontará el río Apaporis hasta las confluencias del Macayá y Ajajú para llegar al macizo norte de la Serranía de Chiribiquete. De la zona sur me encargo yo sin descartar una inspección exhaustiva por El Estadio. Mientras tanto, Jeff se queda en el muelle dándonos cobertura.
          En cuanto tome altura el helicóptero al que subo tiene todas las papeletas de partirse en mil pedazos. Sin embargo, aguanta y me regala unas vistas espectaculares de la selva tropical y bosques de galería delineados con el color vino tinto de los afluentes que soportan una fuerte carga de taninos. Descendemos para sobrevolar la zona frecuentada por excursionistas a pesar de insistir que la persona a la que buscamos ha ido a investigar y no por ocio. Además, pienso que es imposible distinguir a nadie ahí abajo. El piloto, manteniendo el aparato estable, me cuenta que a veces los exploradores montan campamentos en el centro de alguna meseta que esté por encima de 600 metros sobre el nivel del mar, y que bajar de ahí es muy peligroso ya que son superficies de piedra con cañones verticales cuyo riesgo conlleva caer al vacío. Eso todavía me tranquiliza mucho menos. Dos horas y media después, habiendo inspeccionado el terreno y comprobado la gran dificultad que supone visualizar un cuerpo quieto o en movimiento en un espacio frondoso, decidimos volver a Araracuara donde me informan que mis compañeros tampoco tienen noticias esperanzadoras. Hacia el suroeste, en un bote rudimentario que tolera el peso del lanchero, su segundo y el mío propio, navegamos el río Yarí. Reconozco que mi máxima preocupación es quedarme lo más alejado posible de los bordes y estar muy atento por si de repente aparece algún cocodrilo que pueda pegar un bocado en cualquier punto de la eslora y hacernos caer al agua. Pero, como ha ocurrido otras veces, es Glenn Clemmons, y en esta ocasión su recuerdo quien me salva de los miedos que contraen los latidos del corazón.
          Hace años que decidimos pasar juntos la víspera de Acción de Gracias siguiendo un ritual fundamentado en tres costumbres que para nosotros son importantes: mantener la chimenea encendida por muy borrachos que estemos de brandy, ser humildes en nuestra actitud frente a la vida y honrados a la hora de hacer la lista de aquellas cosas por las que nos sentimos afortunados y profundamente agradecidos. Me vienen a la cabeza episodios inolvidables de toda nuestra trayectoria, opiniones desnudas de prejuicios y conversaciones vehiculadas hacia lo más sencillo del ser humano: tratar de mejorar como especie. Considero que soy un tipo fuerte aunque con determinadas parcelas endebles de salud. Pues bien, el cuarto miércoles del noviembre anterior, celebrando en casa los dos solos nuestra particular ceremonia de Acción de Gracias, con las lumbares doloridas y a veinticuatro horas de disfrutar en familia del gran pavo que siempre prepara mi madre, con su famoso relleno hecho de pan de maíz y salvia, y su misteriosa salsa de arándanos cuya receta no se la cuenta a nadie, Glenn me hace la siguiente pregunta: ‘¿Crees en Dios?’. ‘No –respondo, más que convencido, resignado–. ¿Y tú?’. ‘Tampoco, y reconozco que es un salvavidas para aquellos que tienen fe y dan sentido a su existencia, pero no me creo esa historia tal y como nos la han contado’. ‘Ya, eso lo dices ahora que te mantienes sobrio –guiño un ojo–, veremos qué piensas después de que nos bebamos todo esto –señalo las botellas que hay sobre la mesa–. Fíjate, hubo un tiempo en que Alaia y yo tratamos de profundizar en el porqué de nuestras no creencias y para ello asistimos a ceremonias y charlas con el pastor de la iglesia recomendada por unos conocidos suyos, incluso nos introdujeron en la filosofía del “Mindfulness”, con sus prácticas de relajación y de meditación orientada hacia lo religioso. Aunque, quizá por nuestro carácter inquieto nunca conseguimos integrarnos’. ‘Te voy a contar algo y no lo he hecho antes porque sabía tu reacción’. ‘A ver –digo, mientras reparto el puré de patata con textura rústica–, dispara pero apunta bien que ya tengo una edad para que me dejes malherido’. ‘He rechazado un puesto importante en el ministerio de Recursos Naturales en Canadá’. ‘¿Te has vuelto loco? Es una gran oportunidad’. ‘Para nada, es que no me veo sujeto a un horario y a una disciplina de la que siempre he huido’. ‘Bueno, no sé. Analizándolo tiene más ventajas que inconvenientes’. ‘El mayor beneficio es en lo económico, no te lo discuto, pero de haber aceptado implicaría dejar de colaborar con vosotros en The Climate Reality Proyect, y eso para mí es muy triste. El dinero no lo es todo y mejor que tú no lo sabe nadie’. ‘Tus palabras te honran, amigo’. Ahora, rememorando ese momento o cualquier otro con él, de pensar si estará herido, amenazado por los depredadores o tendido inconsciente en alguna cueva donde se halla refugiado y sea de difícil acceso, los nervios me juegan la mala pasada de la impaciencia que casi siempre se convierte en arma arrojadiza.
          El patrón indica que me ajuste bien el chaleco salvavidas ya que tenemos que atravesar unos raudales peligrosos, con tramos en los que, para no volcar, hemos de bajar de la lancha y cargar con los víveres. Por fin, a pesar de mucho sudor frio y enorme miedo avistamos la ribera donde William y Jeff aguardan mi llegada. ‘¿Qué hacéis aquí?’. ‘Steven y Georgia han descubierto que se adentró a pie por la frontera sur –escucho con atención al que habla–, y no estamos dispuestos a dejarte solo y malgastar dinero y esfuerzos en explorar una zona donde ya sabemos que no ha ido’. ‘¿Y los especialistas no están?’. ‘No tardarán’. Y así es, aparecen seis personas: dos escaladores, dos activista de World Wildlife Fund Colombia, un socorrista y el guía baqueano quien avisa de la existencia de boas y jaguares para lo que es fundamental no perder la calma y dejar que ellos manejen la situación. Emprendemos la marcha. Impresionante cuando nos topamos con una palmera gigantesca de diversos brazos que parecen apuntalarla. Cuentan que se llama “el árbol que camina” porque a medida que el terreno se erosiona crecen raíces nuevas y largas que encuentran un suelo más sólido, por eso va cambiando de lugar y da la sensación de que se desplaza. El siguiente espectáculo son unas maravillosas pinturas rupestres de nuestros antepasados, lástima que se estén desgastando a consecuencia del humo de la deforestación y de la filtración de agua entre las rocas. Subimos acojonados por una ruta estrecha y empinada hasta que deducimos que el ruido ensordecedor es de los monos aulladores. Llegamos a una cima y damos con una inmensidad verde que se pierde en el infinito, nunca había visto tanta belleza esparcida ante mis ojos. Más allá, con los pies recalentados y a punto de deshidratarnos optamos por hacer un alto en la entrada de un túnel con la temperatura más fría y dormir bajo una cobija de lana tejida a mano en un poblado indígena. Tras cinco días de intensa búsqueda y cuando la confianza empezaba a flaquear, un débil lamento hizo que nos detuviéramos en una gruta. El primer reclamo son los restos de un campamento con las brasas aún calientes, además de latas de cerveza vacías, una cantimplora sin agua y alguna herramienta multiusos de la marca Leatherman. Al fondo, donde la oscuridad se funde como una tela de araña con poder para apresarte, Glenn Clemmons enciende y apaga una linterna sin apenas batería. Al examinarlo vemos que tiene un tobillo lastimado y una rodilla en muy malas condiciones. E
l camino de regreso hasta San José del Guaviare es duro, pero reconforta la certeza de saber que pronto estaremos en casa y con un excelente material del Parque nacional natural Sierra de Chiribiquete y reportajes visuales que nuestro científico ha realizado.


19.
Un billete de 20 dólares falso ha renacido en los Estados Unidos el símbolo contra el racismo definido cómo: odio hacia los que vinieron hacinados en barcos negreros para trabajar de sirvientas, nodrizas y en plantas agrícolas de tabaco, caña de azúcar o algodón, hasta que, tras muchos años de sufrimiento, una vez abolida la esclavitud, sus descendientes transitaron libres, algo todavía sin asimilar por quienes se consideran superiores al tener la piel clara. Minneapolis, adonde hemos viajado Georgia, Jeff, Steven y yo para asistir al acontecimiento histórico que mantiene al mundo expectante, se ha convertido en santuario en memoria de George Floyd, acogiendo la vigilia ininterrumpida que tiene lugar en la iglesia baptista Greater Friendship Missionary, al sur de la ciudad, a las puertas del veredicto pendiente del jurado contra Derek Chauvin, el expolicía acusado de asesinato al presionar con su rodilla el cuello del afroamericano pese a la angustiosa súplica del detenido que, reducido en el suelo, dice desesperadamente que no puede respirar. Durante la espera, me asalta el paisaje de aquellas inmensas mansiones del siglo XIX, vestidas en su interior al estilo colonial francés y ubicadas en antiguas plantaciones en Louisiana, Virginia, Alabama o cualquier otro estado del sur, donde al negro de aquella época, una vez explotado, se le azotaba para que aprendiera a obedecer. Las mujeres de la misma etnia, en su mayoría aún niñas, además de encargarse de las tareas domésticas eran violadas ante la impotencia de padres, maridos y hermanos, pariendo a los vástagos del amo en el ostracismo de un roble ya seco. Hasta que, ellas y ellos, agotados y envejecidos, eran vendidos en el mercado de esclavos ocupando su lugar generaciones más jóvenes que serán sometidas a las mismas presiones y maltratos que sus antecesores. De esa conmovedora historia que culminó en una guerra civil con la muerte también del presidente Abraham Lincoln, a la aversión actual que experimentamos hacia el ser humano de raza diferente, han cambiado los escenarios donde se ejecutan las acciones, pero muy poco la esencia de éstas. Somos la primera potencia del mundo, el país más avanzado en ciencia, la sociedad que más oportunidades brinda a nuevos emprendedores y, en cambio, casi a diario, como rieles por el asfalto corre la sangre inocente de cientos de miles de compatriotas asesinados, cuya crónica se escribe con nombre y apellidos: Adam Toledo, 13 años, al que un agente disparó en Chicago segundos después de que el menor tirase al suelo la presunta pistola que dicen que llevaba y levantase las manos como se le indicó tal y como quedó recogido en la grabación realizada por la cámara del propio policía. Miles Jackson, 27 años, hospital en Columbus, Ohio, ingresado en urgencias bajo custodia policial, detectan que lleva un arma y, en mitad del forcejeo para arrebatársela, se dispara, estos reculan y al final le matan a tiros. Y, por supuesto, Daunte Wright, 20 años, abatido a medio metro de la oficial Kim Potter, a unas nueve millas del tribunal situado en el 18º piso del Centro de Gobierno del Condado de Hennepin, en Minneapolis, donde celebran el juicio por George Floyd. La lista, desgraciadamente, es interminable. La vergüenza ajena, también.
          Cae la tarde, avanzan las horas y buscando la claridad del infinito hacia el lejano oeste, una columna de velas encendidas alfombra bulevares que recrean caravanas de carretas tiradas por caballos. ‘I can’t breathe’. ‘Alabado sea Dios’. ‘I can’t breathe’. ‘Aleluya’. ‘I can’t breathe’. ‘Justicia para mi hermano’. ‘Black Lives Matter’. ‘No a la supremacía blanca’. ‘I can’t breathe…’. Frases que resuenan como lamentos en los corazones de la buena gente y preludian los primeros acordes de guitarra de la emblemática canción de Bob Dylan, We shall overcome, que tanto recuerda al reverendo Martin Luther King. Siento muy cerca el calor de las personas que colapsamos las calles, los caminos, las avenidas y las arterias de toda el área metropolitana donde se respira impotencia ante la segregación racial. A lo lejos, el viento quizá esté agitando los campos de cebada o la ropa impoluta tendida de un cordel entre postes. Puede que la vaca sea generosa y, además de dar abundante leche para la casa grande reserve un poco en sus ubres con que calmar a otros sedientos. Quién sabe… Abandono mis pensamientos y, entonces, a la voz de un maestro de ceremonia, como efecto dominó, y en silencio, nos arrodillemos durante 9 minutos, el tiempo estimado que duró la agonía de Floyd. Supongo que son varios los motivos que nos han traído hasta aquí, pero bien podría resumirse en uno: defensa de la vida. La sospecha de que Derek Chauvin se acoja a la Quinta Enmienda ha planeado sobre nuestras cabezas desde el principio, de igual modo que la aplicación del código azul, esa regla no escrita que existe entre los oficiales estadounidenses para no informar de errores, mala conducta o brutalidad de los compañeros durante una detención o interrogatorio. Es decir, nuestro mayor temor es que los testigos de la defensa tergiversen los hechos tachándolo de drogadicto y conflictivo, lo que mancharía la reputación de George desviando completamente el verdadero motivo: la muerte por asfixia de un hombre desarmado. Afortunadamente no ha ocurrido nada de eso y el jurado por fin ha declarado al agente culpable de todos los cargos por homicidio. Black Lives Matter, gritamos todos… Entrada la noche volvemos a Rochester preguntándonos por qué William no habrá venido con nosotros…
          Semanas después de regresar de San José del Guaviare, Glenn y yo –hasta que se recupere vive conmigo– vamos a consulta con el cirujano que ha reconstruido minuciosamente su rodilla derecha en una exitosa operación que duró más horas de las deseadas. El buen pronóstico que los médicos auguraron desde el principio y la fuerza de voluntad de este hombre al que pocas cosas se le ponen por delante están siendo fundamentales para que muy pronto vuelva a estar en forma. Nos marchamos de allí optimistas e ilusionados. Antes de arrancar el auto entra una llamada de Georgia. ‘¿Dónde estás, Markel?’. ‘Saliendo del parking del Olmsted Medical Center Hospital and 24-Hour ED. Ayer te lo dije, ¿recuerdas?’. ‘Cierto, estoy fatal de la memoria. ¿Qué tal la revisión, Clemmons?’. ‘Perfecta. En breve empiezo con los ejercicios de rehabilitación. Así que, estoy preparado para la siguiente aventura’. ‘Calma, chico –digo–, deja que nos recuperemos del susto que nos has dado’. ‘Oye –sigue ella–, el próximo jueves iré a la capital de Saint Paul. Tengo cita con el abogado, el bufete está cerca del Minnesota Judicial Center. ¿Queréis venir conmigo?’. ‘Pues claro –responde mi copiloto–. ¿Asiste también la otra parte?’. ‘No, sólo yo. Han preparado un documento con algunas condiciones que he de supervisar. Quiero un proceso corto para que mi hija no sufra y estoy dispuesta a llegar a un acuerdo razonable, pero no a costa de perderme un sólo segundo de los que me correspondan a su lado’. ‘Verás como todo sale bien, compañera –afirmo–. ¿Te apetece cenar con estos dos buenos conversadores?’. ‘Encantada. Por cierto, primera crisis política de promesa incumplida: Estados Unidos no puede aceptar más migrantes de la frontera con México. ¿Cómo se os queda el cuerpo?’. ‘Luego comentamos’.
          ‘¿Te ayudo en algo?’. ‘No, quédate tranquila. Enseguida nos sentamos a la mesa’. Excepto las macetas con violetas que adornan la ventana de la cocina, y algún objeto que pasa desapercibido, todo ha cambiado en casa después de Alaia. Optar por reducir las cosas sólo a lo necesario guardando lo suyo en cajas en el garaje, ha sido para mí un proceso lento y desgarrador, como quien no quiere abrir las páginas de un determinado libro por no encontrar antiguas notas o viejas fotografías, pero siempre hay algo que se te escapa o pasas por alto. En uno de los viajes que hizo a Cartagena de Indias para National Geographic, trajo cuencos de madera y cucharas que utilizábamos a veces para tomar aquella sopa china que tanto nos gustaba. Georgia, que no consigue estarse quieta, los saca del interior de un mueble y, antes de percatarme, sirve en ellos la ensalada de siete capas que he preparado. ‘Entonces –nos increpa mientras damos fin a un buen lomo de venado a la parrilla–, ¿qué pensáis de la probabilidad de no aceptar a más refugiados?’. ‘Hay que ver cómo avanza el asunto –digo–. Es lógico que las congresistas del ala progresista del Partido Demócrata como Alexandria Ocasio-Cortez lo califique como inaceptable’. ‘También Ilhan Omar se ha pronunciado al respecto diciendo que es una desgracia para los pequeños que están en campos de refugiados porque ponen sus vidas en peligro –interviene Glenn–, y lo expresa así de contundente porque lo vivió en primera persona’. ‘Por no hablar del malestar del Alto Comisionado de ACNUR –prosigue entusiasmada–, y de otras voces críticas cuyas declaraciones esperamos como agua de mayo’. ‘Bueno, pero hay que darles tregua para que reconduzcan la situación de las llegadas masivas –expresa Clemmons–. A veces se necesita más tiempo hasta poner en marcha las medidas concretas incluidas en los programas electorales’. ‘Cambiando de tema –me dirijo a él–, tú, como científico, ¿crees que Estados Unidos necesita de China para salvar la Amazonía?’. ‘Esa pregunta no es de fácil respuesta. Primero hay que limpiar la imagen dejada por la anterior administración a la que le importaban un bledo los temas medioambientales, y después ser conscientes de que, tal y como están las cosas, será difícil evitar que la temperatura global aumente por encima de los 1,5 grados centígrados en la próxima década, con lo cual, yo diría que no se resolverá dicha ecuación sin la ayuda del país oriental, por muchos esfuerzos que haga la Casa Blanca por alcanzarlo en solitario. Y, más aún, contando con que Brasil lidera las emisiones generadas por tala y quema, y no concreta nada al respecto sobre la conservación de la mayor selva tropical que existe, sólo un vago compromiso de eliminar la deforestación ilegal, pero eso no es suficiente para revertir la catástrofe ecológica que es ya una realidad’. ‘Claro, se asoma de puntillas porque las elecciones brasileñas están al caer –apunta ella– y el electorado del actual presidente quiere expandir la frontera agrícola y mineral hacia esa región vulnerándola, ya que toda la nación de Asia Oriental son los principales compradores de madera, carne bovina y cereales’. ‘Y no sólo eso, fijaos: mientras que la economía mundial en los últimos doce meses se ha ralentizado igual que otra serie de componentes en torno suyo, la destrucción de los espacios vírgenes ha aumentado’. ‘Por lo tanto, si Europa arrimase el hombro con Biden –intervengo– y congelara su acuerdo con Mercosur ¿no sería suficiente?’. ‘No, se queda corto –dice tajante–. La influencia de Occidente ahora es floja, y la nuestra también frente al tándem formado entre Brasil y China. Por eso es muy importante que Estados Unidos convenza a esta última para que frene sus compras al país soberano de América del Sur para que ambas potencias remen en la misma dirección, sólo entonces la UE jugaría también un papel importante’. ‘Coño, Markel, nos acabas de dejar con la boca abierta –me halagan mis invitados–. ¡Cuánta razón tienes?’. Completamos la velada viendo películas del Hollywood clásico y dorado, con cerveza y palomitas.
          A la mañana siguiente, en la oficina, preparamos diferentes intervenciones que tendremos por el Día de la Tierra: Steven coloca cronológicamente las diapositivas para un acto que habrá por la tarde en la University of Minnesota Rochester, encaminado para que los estudiantes tomen conciencia y saquen sus propias conclusiones. Jeff monta en video el material de Glenn traído de Chiribiquete que proyectaremos en una conferencia. Georgia ha dibujado en cómic una historieta sobre ecología que quiere repartir por los colegios, así que, se pelea con la impresora que a menudo se atasca. La radio informa sobre los daños que ha dejado a su paso un ciclón en el Medio Oeste y la advertencia de los gobernadores de la zona para que la gente permanezca todavía dentro de sus domicilios. Todo parece normal, como si de repente el sosiego se hiciese con las riendas del día a día. Sin embargo, William recibe una llamada de la policía y, ante nuestro estupor, sale corriendo, tirando al suelo la montaña de papeles que ordenaba…


20.
Cuando William Harrison estando en la oficina recibe la llamada de la oficina del sheriff del condado de Olmsted, con sede aquí, en Rochester y nosotros salimos detrás de él, no sabemos muy bien hacia dónde vamos. Sin embargo, incorporados los autos al carril que lleva directo al hospital, nuestra incertidumbre desaparece. Aunque le hemos seguido, llegamos quince minutos después que él. Una vez dentro, camina desesperado de un extremo a otro del pasillo preguntándose cómo no ha sido capaz de ver la magnitud de la desesperación de su esposa hasta el punto de conducirla al suicidio, dato que revelaría a posteriori el resultado de la autopsia realizada por ingesta masiva de pastillas. El médico que recibe a la paciente en las urgencias de Mayo Clinic, certifica su muerte treinta minutos después. El cuerpo inconsciente lo encuentra la hermana de la fallecida que vive unas cuadras más allá y la visita a diario. Extrañada de que no abriera la puerta, ni hubiera ruidos en el interior, cogió la llave de debajo de una maceta, recorrió la planta baja, paseó la vista por la cocina observando que no había nada en la lumbre, subió al dormitorio y la halló inconsciente a los pies de la cama con varios blísteres vacíos, tirados por el suelo y una botella de Whisky que también lo estaba. Entonces, azarada, marcó el 911. ‘Emergencias’. ‘Por favor, mi hermana ha perdido el conocimiento y no responde. Dense prisa…’.
          Rodeados por los agentes que escoltaron a la ambulancia, ambos cuñados contestan a la batería de preguntas que hacen los investigadores. ‘¿Dónde estaba entre las 3 p. m. y las 6 p. m.?’. ‘Preparando unos actos para el Día de la Tierra’. ‘¿Puede probarlo?’. ‘Ahí están mis compañeros –señala en nuestra dirección a la vez que nosotros corroboramos su coartada–. Pues claro que puedo’. ‘Sin embargo, abandonó su puesto de trabajo, ¿no es cierto?’. ‘Sí, porque la policía se puso en contacto conmigo’. ‘Señora, ¿exactamente a qué hora llegó a casa de la víctima, y por qué fue?’. ‘A las 6.45 p. m., cómo siempre, porque a las 7.00 p. m. leemos juntas la Biblia, tal y como nos enseñaron nuestros amados padres’. ‘Discutió con su mujer antes de irse?’. ‘No. Apenas conversábamos, ni se levantaba’. ‘Explíquese’. ‘Hemos intentado tener hijos, pero no se ha quedado embarazada’. ‘Necesitaremos los informes médicos que tenga, serán clave para las pesquisas’. ‘No se apuren, existe un largo historial al respecto’. ‘Continúe’. ‘Agotadas todas las alternativas para concebirlo sin resultados positivos, planteé la gestación subrogada, lo cual resultó impensable dados los principios religiosos de ella. Así que, decidimos recurrir a la adopción’. ‘¿Y qué pasó?’. ‘Viajamos a Ecuador convencidos de que en Portoviejo sería más fácil, tal y como nos habían asegurado, aunque en el último momento, cuando nos iban a entregar a la niña, una montaña burocrática insalvable torció nuestros planes y perdimos el dinero entregado’. ‘¿Qué relación hay entre ustedes dos?’. ‘¡Bromea! Jamás me dejaría tocar por mi cuñado –suelta, ruborizada–. El marido de otra es sagrado. Lo dice el Libro del Deuteronomio en 5.21: “No codiciarás su casa, su campo, su siervo o sierva, su buey o asno, nada que sea de tu prójimo”. Ir en contra de eso es antinatura’. ‘¡Oiga! –salta un familiar que ya no aguanta más–, podían tener un poco de sensibilidad, eh. Acaban de perder a su ser querido. Hombre, por favor, que los están criminalizando mientras que ellos aguantan el tipo sin romperse’. Esa sola frase ha bastado para que se hagan a un lado, no sin antes advertir que en cuanto asignen un inspector al frente del caso, tendrán que declarar en el Police Department. Apoyados en la fría pared de azulejo blanco que despide el insoportable olor a éter, adherido ya a la lechada ennegrecida entre juntas, observamos con absoluta perplejidad la escena anterior que he descrito. En el extremo opuesto, el vaivén de sanitarios empujando camillas, respiradores artificiales y toda clase de aparatos médicos, colocan la realidad en el perímetro exacto: ese punto donde se baten en duelo la esperanza y la desolación, las buenas y las malas expectativas, la pena y la alegría, la vida y la muerte…
          Al entierro de la mujer de William, en Calvary Cemetery, sólo asisten los allegados a consecuencia de la limitación de aforos en lugares públicos, los demás, y de manera escalonada, vamos pasando por su casa durante la jornada. Ayudado de dos muletas, y bajo mi atenta vigilancia, Glenn Clemmons avanza despacio por un sendero de piedras cuya maleza ha borrado antiguas huellas. En el porche nos espera Georgia para entrar juntos, antes lo hace un mensajero de la organización que trae una ostentosa corona de flores. Los padres de la víctima, dos octogenarios en la recta final de esa década donde uno lo tiene ya todo hecho, y al borde casi de la demencia, han viajado desde Kentucky con otro hijo para darle su último adiós a alguien de quien apenas recuerdan el nombre. En la zona del patio interior hay una mesa alargada con toda clase de bebidas no alcohólicas, pastelitos de diversos sabores, así como sándwich de crema de cacahuete y plátano, presentes que han ido trayendo vecinos y conocidos de la pareja. En el centro de la sala principal una fotografía de la difunta preside la ceremonia a punto de empezar. ‘Gracias por venir, compañeros’. ‘No tienes que darlas –digo–. ¿Qué tal estás?’. ‘Agobiado, y sin saber muy bien cómo manejar todo cuánto se me viene encima’. ‘¿Aquel tipo excéntrico que acaba de entrar –pregunta Steven por detrás de nosotros– es rabino o reverendo?’. ‘Ni idea. Mis suegros son muy religiosos y por consiguiente sus vástagos también. Hoy tuvimos un primer desencuentro entre incineración o entierro. Han ganado ellos contra mi voluntad’. ‘¿Cómo va la investigación?’. ‘En standby’. ‘Por lo visto ha dejado una nota escrita donde cuenta porqué ha terminado con su sufrimiento de manera tan cruel. Aún no he tenido acceso a ella, según dicen no tengo de qué preocuparme, todo irá bien’. ‘Seguro que sí –afirmamos–. Pronto se aclarará’. ‘Eso espero, tengo la conciencia muy tranquila’. ‘Creo que te andan buscando –dice Jeff, al que no hemos visto llegar–. Lo lamento muchísimo, compañero’. ‘Muchas gracias. Pues sí, son unos viejos amigos. Chicos, tomad algo. Voy a saludarlos’. ‘Claro, ve sin problema. Mañana nos vemos’. ‘Oye, no hace falta que te reincorpores tan rápido –trato de sonar convincente–. Tómate tu tiempo’. ‘Gracias por el ofrecimiento, pero necesito salir cuanto antes de este círculo enfermizo donde cualquier decisión o motivo de alegría hace que me sienta culpable’. Una de las anfitrionas que continuamente pasa con bandejas y una sonrisa, como si se le fuesen a desencajar las mandíbulas, toca una campanilla y todos los asistentes enmudecimos prestando atención. ‘Queridos hermanos –dice, mirando al cielo–, coged vuestras biblias y recemos’. Nosotros, nos hacemos los escurridizos por la puerta de atrás…
          En octubre de 2001, en una cena organizada por Alaia en nuestra casa para despedir a unos colegas suyos, que emprendían viaje a Oriente Próximo, donde realizarían reportajes sobre el conflicto entre Israel y Palestina, oí hablar por primera vez de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo ya que había saltado la información de que el presidente George W. Bush establecería allí la prisión militar tras el atentado del 11-S. De aquella conversación aprendí lo importante que es analizar las cosas desde distintos ángulos para consolidar la propia perspectiva. Lo que no sabíamos es que, a aquellos conversadores de verbo despierto, se les complicaría muchísimo el regreso a Estados Unidos al resultar heridos en aquel bombardeo, que barrió la torre del aeropuerto y edificios oficiales en el centro de la ciudad de Gaza, uno de ellos próximo a las oficinas de Yasir Arafat, como respuesta a la emboscada sufrida por un autobús de colonos israelíes en el norte de Cisjordania. En la actualidad, además de la solicitud de más de una veintena de senadores demócratas, personalidades del mundo de la política, diplomáticos latinoamericanos y académicos, han dirigido una carta a Joe Biden en la que piden el cierre definitivo de dicho recinto. Muchas veces Glenn y yo hemos dialogado sobre ese tema. ‘Obama pudo haber acabado con esa pesadilla cumpliendo su promesa estrella de campaña –dijo una vez tomando un cóctel artesano en Bitter & Pour, en la histórica 3rd street de Rochester–, ahora el destino de las personas encerradas allí queda en manos de una incógnita oscura e incierta’. ‘No siempre se dan las circunstancias propicias para llevar a cabo una propuesta –argumento–. Sin embargo, poniendo en práctica un buen tejido de relaciones públicas, un total de 15 presos van a ser trasladados a Arabia Saudí’. ‘Estoy de acuerdo contigo, Markel, en todo caso los que quedan dentro siguen sin beneficiarse de la Convención de Ginebra que garantiza el derecho internacional humanitario’. ‘Lo sé. Conozco la dureza de sus interrogatorios, y la precariedad en la que viven los presos con grilletes en pies y manos encerrados durante meses en celdas diminutas donde nunca se apaga la luz eléctrica para distorsionar el descanso’. ‘Fíjate, todavía voy más allá: no tienen derecho a un abogado, como tampoco ninguna organización humanitaria puede entrar en las dependencias. Dime pues qué horizonte tienen’. No supe contestar entonces y dudo mucho que pudiera hacerlo ahora.
          Los tres que estamos en la oficina tratamos de comprender un estudio lanzado por un equipo de prestigiosos meteorólogos y físicos de renombre mundial en el que afirman que, en un futuro no muy lejano, habrá menos huracanes, aunque serán mucho más virulentos y destructivos, ya que, a consecuencia del calentamiento global, la evaporación del agua del océano será mayor y, por consiguiente, esta clase de fenómenos atmosféricos se realimentarán mucho más. Aunque, para enterarnos bien de lo que pone, Glenn Clemmons, nuestro científico, tendrá que explicarnos con palabras sencillas qué es eso de la “complejidad de la dinámica de los sistemas”. Pero será en otro momento, ahora está volcado en la conferencia que dará en la Universidad de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gaseoductos. No obstante, la entrada de un par de fax con dos noticias de actualidad nos cambia el paso: El secretario de Seguridad Nacional, el cubano Alejandro Mayorkas, afincado en California ha anunciado que al menos cuatro madres, tres de América Latina y una mexicana, deportadas sin sus hijos a sus países de origen durante la era Trump, van a reunirse con ellos en Estados Unidos, como harán también en lo sucesivo miles de familias que viven alejadas de sus pequeños. ‘Bueno, parece que la gestión entre una administración y otra empieza a tomar distancia –ambos me miran incrédulos–. ¿Qué opináis? Y mojaos, eh. Nada de demagogias’. ‘Hombre, teniendo en cuenta que sólo se quedarán temporalmente –interviene Jeff–, para mí es insuficiente porque da la sensación de cumplir tímidamente una promesa electoral, lejos, como digo, de las expectativas que muchos habíamos puesto en ello’. ‘Y no sólo eso, es que el puente fronterizo entre Reynosa en México e Hidalgo en Texas es un espacio abierto donde las personas deambulan fuera de la realidad –completa Steven, cuyos lúcidos planteamientos muchas veces nos dejan fuera de juego–. Pensad esto: ha habido mucha prisa por cerrar el campamento de Matamoros porque recordaba al anterior presidente. Sin embargo, a 56 millas al oeste, levantan otro a toda hostia para ubicar a los recién expulsados’. ‘Tienes toda la razón –añado– aunque no se puede mucho más, los cierres se amparan bajo el paraguas de la emergencia pandémica que nos azota’. ‘Entonces, parece que a los migrantes siempre les toca bailar con la más fea, ¿no?’. ‘’. ‘¿Y la otra noticia cuál es? –me pasan el folio–. No, joder’. ‘Pues vete haciendo a la idea –asegura Steven irónico–, porque el abogado defensor del expolicía Derek Chauvin, declarado culpable de homicidio imprudente, asesinato en segundo y tercer grado, por la muerte del afroamericano George Floyd, ha presentado una moción para solicitar un nuevo juicio al considerar que el jurado no actuó libre ni imparcial, sino intimidado y amenazado racialmente, y que el tribunal fue incapaz de aislarlos de la opinión pública para que ésta no interfiriera en el veredicto’. ‘Ya, y también arremete contra la Fiscalía –continúa Jeff–, a la que reprocha que no actuó de forma adecuada’. ‘Es decir –prosigo–, que de darse el caso de revertir el veredicto sentenciado en sala, sería desde luego un escándalo internacional y un síntoma de enfermedad democrática’. ‘Que yo recuerde –aclara Steven, nuestra joven promesa que se siente eufórico–, algo así ha ocurrido muy raras veces’. ‘Bueno, está por ver. Perdonad, tengo que recoger a Georgia para llevarla a Saint Paul’. ‘¿Por lo de la custodia de la niña?’. ‘Exacto. Glenn está en mi casa preparando su conferencia y aún necesita ayuda para determinadas cosas. ¿Le echáis una mano? No sé cuánto tardaremos’. ‘Tranquilo, había quedado para cenar con unos colegas y, a última hora, han cambiado de planes –dice el chico–, yo me ocupo’. ‘Muchas gracias’.


21.
'¿Estás preparada, Georgia?’. ‘’. ‘Entonces, vamos allá’. ‘¿Glenn viene con nosotros?’. ‘Qué va, anda liado con la conferencia para la Universidad de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gasoductos. Ya sabes que cuando está preparando algo se entrega por entero’. ‘Entonces, arranca el carro’. ‘El tío es oportuno, ahora que la Casa Blanca está alerta por el ciberataque a Colonial Pipeline, va él y monta una charla con estudiantes sobre lo poco que invierten las empresas encargadas del mantenimiento por la mejora en estas construcciones’. ‘Ya’.  A la salida de Rochester a ella se le llenan los ojos de lágrimas al pasar por delante de Toys R Us pensando en su pequeña, por la que hoy emprende un camino doloroso y de final incierto. Tan sólo media docena de automóviles circulan a gran velocidad por la US-52 bajo un cielo azul, intenso, desafiante… Los campos de maíz, en su esplendor verde amarillento, levantan el telón del escenario donde se va a desarrollar la primavera, cuyo pronóstico augura que será más calurosa a la anterior por el aumento de temperaturas que sufre el planeta. A nuestra derecha, poco antes del cambio de sentido para la salida a Oronoco, dan ganas de hacer un alto y degustar una sabrosa hamburguesa casera de salchichas de arce de manzana, queso fundido y huevo por encima, regada con la tradicional cerveza de la zona, pero el delicado asunto que nos lleva a la capital de Saint Paul hace que no nos desviemos de la ruta. Manojos de viviendas particulares separadas entre sí por varias millas, aportan vida a la monótona recta que enlaza una ciudad con otra. La sequedad de Zumbro River,  afluente del río Mississippi, apenas una charca a pie de autopista da una idea de los estragos que sufre la naturaleza. El silencio viaja entre nosotros como un pasajero más, roto de vez en cuando por la música country que tanto nos gusta a los dos. ‘A partir de aquí encontraremos camiones de gran tonelaje –digo, y callo al no atraer su atención–, van hasta Dakota del Sur’. Conforme avanzamos el cielo se torna más nublado, transformándose en el misterioso paisaje de la noche que brota porque sí en mitad del día. Los postes de luz, con sus tentáculos de cables amenazando con caer y electrocutarnos, son una maraña abandonada de feas infraestructuras sin renovar. A consecuencia del embudo que se forma cuando hay un control policial, la entrada a Saint Paul es lenta. Por el espejo retrovisor observo la soledad de la escalinata que conduce a Minnesota Judicial Center, donde si el destino no depara lo contrario pronto se verán las caras Georgia y su exmarido peleando por la custodia de la niña. Ubicado unas cuadras más allá, en el edificio de fachada acristalada, en John Ireland Blvd, está el bufete al que vamos. Doy una segunda vuelta y encuentro aparcamiento.
          El primer cortafuegos que salvamos es el mostrador de información donde Georgia confirma su cita. Minutos después un pasante nos conduce por la galería acristalada que da a la avenida principal, hasta una habitación con estanterías llenas de libros. ‘Esperen aquí, enseguida les atienden’. Hacemos un reconocimiento rápido de la estancia observando que no tiene ni una mota de polvo. Ella se detiene delante de la fotografía de cuerpo entero que hay encima de un mueble auxiliar. ‘¿Quién es?’. ‘Clarence Darrow, abogado estadounidense, nacido en 1857, en Ohio. Fue miembro del Partido Demócrata’. ‘¿Y qué tiene de particular?’. ‘Pues que defendió en Detroit a once ciudadanos negros acusados de asesinato. Se acababan de mudar a un barrio blanco de donde quisieron echarlos, en la reyerta murió uno de los patrulleros urbanos. En el juicio, el letrado convenció al jurado invirtiendo el caso’. ‘¿Quedaron libres?’. ‘Claro. Argumentó que de haber sido al contrario, jamás se habría puesto en duda la inocencia de un compatriota implicado en el asesinato a un hombre de color. A partir de ahí se dedicó al Derecho Penal, y a luchar contra la pena de muerte’. Oímos el taconeo fuerte y firme de alguien que se acercaba. Una mujer con traje de chaqueta en tres piezas de diseño clásico con toques vanguardistas del diseñador Ralph Lauren, irrumpe en la sala. ‘Tomen asiento, por favor’. ‘Perdone, ¿el señor Spencer no está?’. ‘De momento permanece apartado por asuntos propios, mientras tanto yo le sustituyo. He leído con atención su caso y estoy segura de ganarlo ya que reúne muchos ingredientes a nuestro favor, aunque habría que realizar algunos cambios en el planteamiento hecho por mi colega. Eso sí, vaya haciéndose a la idea de que será una travesía larga. Dependerá también de la empatía que ejerza el magistrado que nos toque. ¿Está dispuesta a seguir?’. ‘Nunca lo he dudado’. ‘Puede darse a veces la circunstancia habiendo un menor de por medio, que las partes acuerden un entendimiento cediendo ambos’. ‘No lo creo posible, hemos llegado muy lejos’. ‘Hay una posibilidad que yo no descartaría, aunque no sé si le va a gustar’. ‘¿Dígame cuál?’. ‘Si alegamos su enfermedad como pieza dominante. Es decir: si lo enfocamos desde el punto de vista de que la niña es para usted parte de la terapia que ayuda a su lado emocional a levantarse cada día, quizá el juez lo tome en consideración’. ‘No transmitiré lástima, si se refiere a eso, jamás lo he hecho. Tener cáncer no significa desarrollar mutaciones de alma en pena. Además, mi niña no es ningún tratamiento paliativo, es lo mejor que me ha pasado, tiene seis años y necesita a su mamá, como también la figura de su padre. Por tanto, tal y como acordé con el señor Spencer, ayúdeme a recuperarla’. La firmeza de esas palabras molestó a la jurista, que tuvo que ajustar el discurso en propuestas directas para satisfacer el interés de la cliente. ‘Perdone mi falta de delicadeza’. ‘Tranquila. ¿Qué posibilidades hay de arrebatarme a la pequeña?’. ‘En 1993, en Los Ángeles, Anthony Baker, pleiteó por la custodia de sus cuatro hijos y perdió. Fundamentó la demanda en el hecho de que su exesposa padecía una enfermedad degenerativa. Tras interrogar a los pequeños y apoyándose en los informes psicológicos realizados a los mismos, su señoría determinó que fallaba a favor de la demandada, sentenciando al demandante a correr con todos los gastos del proceso e indemnizarla por haberle ocasionado un daño moral deshumanizado. Podríamos emprender la acción por ahí’. ‘Mire, haga lo que tenga que hacer, pero sea elegante. Lo único que me interesa es que se cumpla lo acordado en convenio’. ‘Muy bien, me pondré en contacto con el abogado de su exesposo y convocaré una reunión –ya de pie, añade–: Antes de irse le facilitarán mi correo electrónico. Envíeme ahí las fechas en las que tiene el tratamiento, y así no lo hacemos coincidir’. ‘Claro’. ‘En cuanto sepa algo se lo hago saber’. Salió con la misma frialdad y prepotencia con la que llegó. ‘¿Te has fijado en el pin de la solapa? –digo–. Joder, no me gusta nada’. ‘Sí, es de la National Rifle Association –contesta con esa ironía tan suya–. He crecido rodeada de esa insignia en cada rincón mi infancia, incluso ahora mismo mis hermanos la lucen con orgullo’. ‘Oye, me siento mal por haberte recomendado este sitio’. ‘Quien me atendió la primera vez fue una persona delicada en el trato y en las formas, nada que ver con ella,’.
          Tras completar el examen grafológico de la nota hallada por la policía junto al cuerpo inconsciente de la mujer de William, cuyo manuscrito pertenece a ella tal y como aseguran los expertos, se desclasifica de la investigación el contenido de ésta donde pone de manifiesto que toma la decisión de quitarse la vida sin coacción de terceros, a consecuencia de la frustración por no haber sido madre, despejando así la duda del principal sospechoso: su marido. En la misma, confiesa que, a pesar de no haber realizado pruebas médicas concluyentes, el problema para no concebir era de ella, pero que calló por vergüenza y miedo a ser repudiada. Ahora, llegado el momento de cerrar la página de los altibajos emocionales que tanto daño han causado en su relación de pareja, tocaba separar los caminos y sentirse libres cada uno en su dimensión. Concluye dando las gracias a todas aquellas personas conocidas y allegadas, así como a su esposo, al que dedica unas hermosas y sentidas palabras pidiéndole perdón por la cobardía de no llegar juntos hasta el final de los días. Según narra ese episodio tan íntimo con la voz entrecortada, observo caer las lágrimas por las mejillas de mis compañeros, afanados en la preparación de la cena que tiene lugar en mi casa. Steven ha traído una botella de auténtico tequila reposado, regalo de sus tíos mexicanos. ‘¿Nunca bajó la guardia dejando entrever que barajaba el suicidio –pregunta Jeff– o se comportaba con normalidad?’. ‘Nada lo fue para nosotros desde el regreso de Ecuador. Por ejemplo, era muy coqueta y se arreglaba, aunque no saliera. Sin embargo, de repente cambió y aparecía desaliñada, falta de energía e incluso paseaba por el barrio en ropa de cama’. ‘Supongo que os disteis cuenta ¿no?’. ‘Sí, claro. Y la convencí para ir al psicoanalista, además llevaba años en tratamiento psiquiátrico, pero no contemplé la posibilidad de que llegase tan lejos, sobre todo por las creencias religiosas en las que fundamentaba su existencia. Y mira por dónde…’. ‘Prever las cosas que ocurren dentro de la cabeza de cada persona es imposible –apunta Jeff–, ninguno portamos un bluetooth capaz de transmitirle al otro nuestras alarmas y desórdenes psíquicos’. ‘¿El venado os gusta en su punto o muy hecho? –pregunto, por poner los pies en la tierra y suavizar la tensión–. Cuidado con la barbacoa Georgia, no te quemes’. ‘Quiero agradeceros –William continúa hablando– las veces que, ante los jefes, habéis cubierto y justificado mis ausencias. Me siento muy orgulloso de cada uno de vosotros, sólo espero estar a vuestra altura cuando me necesitéis’.
          Con los licores llega el relajo, convertido en un espacio de tiempo donde ponemos a prueba la capacidad para improvisar y discernir a través del lenguaje coloquial aquellos conceptos que manejan los científicos con total soltura. ‘¿Has recibido el estudio de la Universidad de Harvard donde debates sobre climatología y huracanes? –dice Jeff–. Me pregunto qué nos esperará en el futuro’. ‘Hombre, eso puedo responderlo yo –apunta Georgia–: vamos a estar muy jodidos, pero que nos ilustre el científico’. ‘Mira que sois pesados, eh. Lo he contado montones de veces: al disminuir la frecuencia de estos fenómenos, si se forma uno, al tocar tierra, sacude con mayor virulencia puesto que la subida de temperaturas en el planeta hace que aumente la evaporación del océano. Ocurre lo mismo con las redes eléctricas, al haber menos apagones, cuando surge una pérdida del suministro de energía, el daño causado será más potente’. ‘¿Tú qué opinas, Steven?’. ‘A ver, dentro del marco de la complejidad de la dinámica de los sistemas y salvando las distancias de la ciencia con la comparación que voy a hacer – atento a su reacción no aparta la vista de Glenn–, imaginaos una relación de pareja con picos de celos que al principio y por cualquier tontería aparecen con regularidad. El paso del tiempo y la falta de motivos hacen que esa respuesta emocional sea más pausada, quedándose incluso en standby. ¿Pero qué ocurre si de repente se reactiva la obsesión de la persona con dicha disfunción patológica? Pues que, al haber recargado el combustible con lo peor del ser humano, la respuesta será mucho más violenta’. ‘Es decir –William rompe su silencio–, que cuando algo permanece dormido, al despertar aumenta su potencia’. ‘¡Eso es! –Exclama Glenn Clemmons–. Al fin alguien que me entiende’.
          Georgia ha salido a coger algo de su coche y viene descompuesta. ‘¿Qué pasa? –la sujeto por el brazo–. ¿Te encuentras bien?’. ‘Enciende la televisión, Markel –dice en un susurro mientras de reojo veo la pantalla de su móvil–. Me acaba de llegar una noticia desconsoladora’. Las imágenes de la marea humana, en su mayoría niños, adolescentes y bebés en mochilas de trapo a la espalda de sus madres, alcanzando a nado territorio español, por la costa de Ceuta, ponen al mundo patas arriba. Sobre objetos tan inseguros como botellas de plástico atadas entre sí, se tiran al mar aún a sabiendas de que pueden perder lo único que les queda: la vida. Soldados, personal sanitario, voluntarios de ONG, vecinos…, se lanzan a la arena para darles calor con mantas contra la hipotermia y caricias que tratan de paliar la vergüenza del abandono consentido. ‘¿Y ahora qué va a ser de ellos? –expresa Steven sin ocultar su emoción–. Lamentable. Me pregunto cómo van a reaccionar los demás países’. ‘Ninguno se mojará –concreta Glenn–, y en el mejor de los casos, instarán tanto a España como a Marruecos a que resuelvan cuanto antes esta crisis migratoria sin precedentes’. ‘Un momento, no nos equivoquemos –interviene Jeff–, esto es un asunto diplomático que, aprovechando esa circunstancia, han regurgitado a la gente de su lugar de origen’. ‘Sin duda –afirma William–. Pero lo que requiere también es una reflexión por parte de todos, analizando por qué cuando pasan cosas así, el miedo a la irrupción se integra en nuestro circuito cerrado blindándolo’. Lo que queda de noche la pasamos pegados a los informativos, hasta que la mirada suplicante de unos ojos oscuros que apenas resaltan en el conjunto de su piel negra y cuya patria es el deseo de prosperar dignamente, encuentra el abrazo de una joven con chaleco de la Cruz Roja, que, con absoluta ternura y sensibilidad lo atrae hacia sí.


22.
Cuando se cumple un año del asesinato de George Floyd, Estados Unidos todavía no ha dado luz verde a la ley para erradicar la brutalidad policial contra las minorías raciales. Así que, mientras eso no ocurra, la vida de los negros corre peligro. ‘Markel, tío, ¿cuándo vienes? Al final llegamos tarde’. ‘¡Voy, impaciente! Me visto y te recojo’. Aprovechando que Glenn y yo vamos a St. Cloud a la reunión anual que tenemos con ambientalistas y en la que, seguramente, abordaremos el negocio de los combustibles fósiles, hacemos un alto en Minneapolis. 87 millas separan una ciudad de otra por la US-52 N, trayecto que nosotros realizamos conversando distendido. ‘En cuánto pueda quiero viajar a Canadá para visitar a mi familia en la Isla de Baffil –suelta melancólico–, les echo mucho de menos’. ‘¿Allí quién queda?’. ‘Mi madre y mis hermanos’. ‘¿Y tu padre sigue en Australia?’. ‘Sí, emigró con la promesa de hacer dinero y regresar, pero nunca cumplió su palabra. Eso ocurrió cuando yo me encontraba en los Andes, al oeste de la República Argentina’. ‘¿El informe que publicaste de Aconcagua sin nieve en las cumbres sería posterior? Lo busqué en la web al poco de conocerte’. ‘No recuerdo si fue después de mi estancia, pero todo se relaciona. Ten en cuenta que el deshielo que sufre la zona alcanza también a Chile. Estos fenómenos atmosféricos están cambiando el curso de los ríos. La retracción de glaciares es muy alarmante, cuanto menos llueva y nieve más aumentará la temperatura del planeta, lo cual conlleva una afectación en los procesos productivos’. ‘Meses atrás es lo que motivó a miles de vecinos de la provincia a manifestarse en contra de proyectos de megaminería’. ‘Exacto’. ‘¿Volverás a España? –cambia de tema–. Siempre lo has deseado’. ‘Probablemente en un futuro lo haga, pero ahora es difícil. Además, mira cómo están mis compañeros de viaje: Georgia pendiente de la custodia de la niña, y William, figúrate’. ‘Puedes ir solo’. ‘Lo sé’. ‘Allí tienes gente, ¿no?’. ‘¿Recuerdas al primo Andoni?’. ‘Claro. Estuviste meses hablando maravillas de la posada rural que montó’. ‘Sí, en Herboso, donde vivió la abuela. A ti te gustaría, todo el entorno es espectacular’. ‘Seguro. ¿Cómo le va el negocio?’. ‘Nos perdimos la pista. Quedaron cabos sueltos de la herencia familiar y, a pesar de explicarle que mi padre estaba al margen de ese asunto no quiso mantener contacto’. ‘Qué desagradable, ¿verdad?’. ‘Mucho. Hace poco supe por otro conocido, a través de e-mail, que abandonó la aldea antes de declararse la pandemia. Por lo visto se enroló en un barco rumbo a los países nórdicos, pero no se sabe si arribó en alguno de ellos’. ‘¿Te gustaría regresar a tus orígenes por un largo período?’. ‘Lo que soy lo he construido aquí, donde crecen los sueños y ven la luz los proyectos, aquí ejercito la actividad, la participación, el aprendizaje. Aquí me he desarrollado interiormente como persona y he militado en la lucha por dejar un mundo más habitable, respetando la diversidad de las especies, más justo con el clima, reconciliado con la naturaleza y exento de tantas tonterías materiales innecesarias que nos tienen embobados. No tengo desarrollado un sentimiento de nostalgia como sí veo en ti, quizá porque volver a Bilbao es abrir la herida de las ausencias’. ‘¿Es por Alaia?’. ‘Lo digo en general, aunque fundamentalmente sí, por ella’. ‘Eso me sorprende ya que ha sido en Rochester donde habéis convivido’. ‘Pero no es igual, yo la arranqué de allí’. ‘Tranquilo, amigo, ha pasado bastante tiempo desde su muerte y creo que te exiges demasiado’. ‘Puede, sin embargo, es tan intenso su vacío que todo a mi alrededor aparece como solar donde jamás podré volver a construir nada’. ‘Estoy convencido de que algún día conseguirás salir a flote, de hecho lo estás haciendo, y no lo digo en el sentido de que rehagas tu vida sentimental. Cuando empecé a colaborar con vosotros pensé que Georgia y tú erais pareja’. ‘Qué va, pobrecita, cargar con este cascarrabias. Nunca se me pasó por la cabeza –mantengo en secreto que ella lo intentó–. La quiero muchísimo, igual que al resto’. ‘Me gusta cómo has definido los lugares, supongo que somos la suma abigarrada de la patria que llevamos por dentro convertida en remanso de paz’. ‘¿Qué planes tienes?’. ‘Encontrar la armonía entre el cuerpo y el espíritu’. ‘Uy, te veo muy religioso, eh’. ‘Anda, no digas tonterías’. La limpia sonrisa de Glenn Clemmons, sin arrugas ni dobleces, y la transparencia de su mirada, son señales inequívocas de alguien que tras haber realizado una dura travesía, necesita parar y tomar aliento.
          Nos abrimos paso entre el tráfico desacelerando el ritmo traído en carretera para colocarnos debajo de una masa de nubes redondeadas que pronostican tormenta. ‘Estamos llegando’. ‘Estaciona el carro donde puedas –sugiere mi acompañante– y vayamos a pie’. ‘Sí, será mejor’. Atravesando cortinas de niebla que no disimulan nuestro porte de forasteros, recorremos algunas cuadras desiertas donde negocios con los cierres echados visibilizan la ruina por la falta de actividad. A ambos lados de la calle 38, escondidos al otro lado de las viviendas particulares, somos observados por niños que hoy no han ido a la escuela ante el temor de que puedan formarse altercados. ‘Mira, Cup Foods’. ‘–respondo–, la tienda donde empezó la pesadilla mortal’. A cierta distancia de la puerta de cristal, enmarcada en hierro, se levanta un altar improvisado de flores, velas y gente, en su mayoría de color, bordeando el lugar donde el expolicía Derek Chauvin hincó su rodilla en el cuello del afroamericano. De repente, y a la señal del reverendo que preside la ceremonia, una mujer, con túnica en tonos violeta, entona las primeras notas de la pieza góspel Don’t let the devil ride, a la que se unen más voces con el fervor que sólo ellos saben contagiar. Por los laterales de donde estamos, caravanas de autos tocan sus cláxones al grito de I can’t breathe. Mientras asistimos a este acontecimiento, en Washington D. C., Joe Biden recibe a la familia Floyd y a miembros de su equipo legal quienes le sacaron al presidente, que estuvo acompañado en todo momento de Kamala Harris, el compromiso de desbloquear la ansiada reforma policial ante la falta de consenso entre demócratas y republicanos. A su vez, el movimiento Black Lives Matter ha convocado manifestaciones en diferentes Estados. ‘Cuidado, Markel, apártate’. La aparición de incontables agitadores de extrema derecha viniendo hacia nosotros, armados con bates de beisbol, pistolas y rifles de asalto, cuyo orgullo patriótico no tolera que se recuerde públicamente a un hombre negro y la pasividad de las fuerzas del orden al no impedir el enfrentamiento de estos con un grupo de estudiantes, hizo que nos dispersáramos.
          Al llegar a St. Cloud lo primero que hacemos es buscar Bravo burrito, donde ofrecen comida mexicana de calidad, según nos ha recomendado Jeff, y que solo de pensar en las Fajitas, esas tortillas de maíz dobladas en cilindro y rellenas con carne y vegetales salteados, se me hace la boca agua. Aunque la distancia entre comensales tranquiliza optamos por sentarnos lo más alejados posible. ‘¿Sabes por qué en estos restaurantes es importante pedir Chiles en nogada?’. ‘Ni idea –digo–, pero seguro que me lo cuentas’. ‘Porque su presentación simboliza el verde, blanco y rojo de la bandera de México, y eligiéndolo elogias su ego’. ‘¿Qué lleva?’. ‘Picadillo de res y frutos mixtos, cubierto de crema de nuez adornada con pepitas de granada y ramas de perejil’. ‘Coño, es verdad, los tres colores’. ‘¿A qué hora es la reunión?’. ‘Empieza temprano, sobre las 8:00 a.m.’. ‘Entonces, tomemos unas cervezas’. ‘¿Sabes lo que más me gusta de aquí? –comento–, pues que aún conserva lo mejor de los pueblos indígenas que ocuparon este territorio durante años’. ‘Cierto, la huella de los Ottawa, por ejemplo’. ‘Y algunos más que ahora no recuerdo’. ‘Piensa que fue estación de paso para colonos y comerciantes –dice mi compañero con la pasión esa que le pone a las cosas que le interesan–, cuyos trenes a veces eran simples carros tirados por bueyes’. ‘Los grupos étnicos que acampaban traían pieles para cambiar por suministros que llevaban a los asentamientos –dejo pasar un instante de silencio y prosigo–: ves, yo también tengo cultura local’. Reímos a carcajadas, pero el efecto que la cerveza ejerce ya en nosotros da paso quizá a un dialogo algo más desinhibido. ‘¿Cómo crees que afrontará el Gobierno el problema que existe con la migración?’. ‘La vicepresidenta tiene pendiente un viaje por suelo latinoamericano que espero sea positivo’. ‘Uy, la oposición se echará encima argumentando que el verdadero problema está en la frontera sur’. ‘Pues tendrán que buscar la manera para contener llegadas masivas de gente desde Guatemala, Honduras, El Salvador…’. ‘Lo sé, Markel. Eso se consigue mejorando las condiciones de vida en sus lugares de origen con inversiones por parte de los países más ricos’. ‘Sin olvidar que hay que ofrecer soluciones capaces de combatir el narcotráfico’. ‘Oye –corta por lo sano–, ¿has leído declaraciones de John Kerry reconociendo que Chile es líder en tecnologías innovadoras?’. ‘Me han llegado rumores de que según dice a los medios considera que la transición a energías limpias es la mayor transformación del mercado desde la Revolución Industrial’. ‘Combustibles sintéticos para barcos y aviones, vehículos eléctricos de tecnología avanzada y todo lo que conlleva conseguir emisiones cero en la atmósfera es un reto emergente para todo mandatario con sentido común’. ‘Ojalá sea así, Glenn. En todo caso el papel fundamental han de protagonizarlo los jóvenes y sus expectativas de progreso como nuevos pobladores de un futuro que puede ser o no saludable y con acceso directo a las herramientas necesarias para unir fuerzas contra la amenaza, ya real, de las consecuencias del cambio climático, capaz de barrer cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Me consta que la Administración Biden impulsa medidas políticas más allá del Acuerdo de París’. ‘¿Has oído hablar del Cuerpo Civil para el Clima? –dice, haciendo memoria–. Es una buena idea’. ‘¿Está inspirado en algo similar creado por el presidente Franklin D. Roosevelt?’. ‘Sí. Es un programa de empleo del gobierno, exactamente del Departamento del Interior y Agricultura donde una flamante generación de estadounidenses trabajara para combatir la crisis climática, preservando y restaurando, tierras y aguas públicas, así como resguardar la biodiversidad y cuánto conlleva la conservación del Planeta’. ‘Uf, se ha hecho muy tarde –comento, consultando el reloj– y mañana debemos estar despejados’.
          La reunión anual con ambientalistas de todo el país alcanza las expectativas planteadas, para que cada interviniente expongamos las propuestas que traemos con el firme propósito de mejorar la calidad de la naturaleza y sus múltiples formas de vida. El encuentro tiene lugar en River’s Edge Convention Center, un edificio de diseño moderno, casi a los pies del río Mississippi y vistas espectaculares a St. Cloud. Las preocupaciones que nos mueven suelen ser parecidas, sin embargo, hay soluciones que precisan de un ajuste por las características de cada condado. El siguiente punto, tras haber intervenido todos, con tramos abiertos al diálogo, es un almuerzo ajustado a las dietas sostenibles. Nosotros hemos tenido la suerte de compartir mesa con descendientes de Amelia Boynton, quien en marzo de 1965, en el llamado “domingo sangriento”, encabezó la marcha por los derechos civiles y la represión que sufrían los negros del sur. El recorrido era desde Selma a Montgomery, pero en el puente Edmund Pettusa, la brutal carga policial dejó malheridos a muchos de los manifestantes pacifistas. ‘Estaréis muy orgullosos de ella ¿verdad? –dice Glenn–. Su aportación en la campaña del sufragio femenino fue fundamental’. ‘El parentesco que nos une es lejano, pero hemos tenido la gran suerte de conocerla, murió en 2015 a los 104 años. Era impresionante en todos los sentidos’. Alargamos la tertulia hasta que tuvimos que abandonar el recinto, fuimos los últimos en salir.
          Afortunadamente el cáncer de pulmón que padece Georgia ha reducido tanto con quimioterapia, que se plantean realizar cirugía. Esta gran noticia, de esperanzador pronóstico, la encuentro en mi buzón de voz. ‘Hola. Ya hemos vuelto’. ‘¿Estuvo bien?’. ‘Sí. Bueno, ya sabes. Pesado al principio, pero ameno una vez que pasamos de la teoría a la práctica’. ‘A la próxima os lleváis a Steven. ¡Qué buen fichaje! Los jefes están encantados con él’. ‘Mejor vamos todos. ¿Cuándo te operan, Georgia?’. ‘La próxima semana’. ‘¿De la abogada hay noticias?’. ‘No, pero por e-mail le he puesto al corriente de mi nueva situación, no sea que me coincidan ambas cosas a la vez’. ‘Seguro que serán pocos días de hospital’. ‘Esperemos…’. Cuelgo el teléfono con un sabor agridulce que me hace salir al porche y mirar el horizonte donde al infinito apenas le queda un tímido resplandor del día que acaba.


23.
¿Te coloco la almohada?’. ‘Estoy bien, mamá –contesta resignada–. Anda, ve a descansar un rato, tengo que tratar con Markel asuntos de trabajo’. ‘Ni hablar, que acabas de subir de la UCI, como quien dice’. ‘No se preocupe, yo me ocupo. Váyase tranquila y duerma un poco’. La mujer, nada  convencida, al final accede, pero antes de irse, con la emoción en los ojos humedecidos y poniendo mucho énfasis en la esperanzadora curación de su hija, cuenta que el equipo de cirujanos que han realizado la neumonectomía están muy satisfechos del resultado. ‘Pronto estarás en casa, cariño. El postoperatorio está yendo de maravilla’. La besa en la frente, gira sobre los talones, coge de las asas el bolso donde debe lleva de todo y, cabizbaja, arrastrando los pies cruza por delante de mí apretándome el hombro. Mayo Clinic dispone de un equipo médico altamente cualificado y dotado de la mejor tecnología de última generación, capaz de dar cobertura a cada patología. La habitación, situada por encima de la planta veinte cuenta con todas las comodidades para que la estancia del paciente sea lo más confortable posible. ‘¿Crees que aguantaré con un solo pulmón?’. ‘Seguro’. ‘Tendré limitaciones y eso me acobarda’. ‘Al principio te costará más hacer determinadas cosas. No obstante, la ciencia avanza y los tratamientos son cada vez más personalizados y por consiguiente muy efectivos. Así que, en ese sentido, no tengas miedo y tampoco prisa, deja que el tiempo marque el ritmo. Hazme caso por una vez en la vida’. ‘Lo intentaré –ríe, aunque enseguida se pone seria y algo sofocada–. Abre el armario y saca mi bolso, por favor’. ‘No me líes que te conozco’. ‘Es importante’. ‘Pesada –transijo refunfuñando mientras me da un sobre–. ¿Es para archivar?’. ‘No, lee’. ‘¿Qué significa esto, Georgia?’. ‘Llega hasta el párrafo final, te lo ruego’. Así lo hago, levantando la vista del papel en cada línea, adivinando lo que vendrá a continuación, apenas dando crédito a las amargas palabras que habrán sido escritas desde la incertidumbre. ‘¿Seguro que quieres seguir adelante y firmar el documento? Tienes todo mi apoyo, lo sabes de sobra, pero piénsalo bien’. ‘Ya lo hice. Llévaselo a la abogada, he sido yo quien ha querido que lo redactase. No estoy tirando la toalla, pero ahora mismo, siendo realistas, no puedo cuidar casi de mí menos aún de la niña. Sin embargo, necesito que su padre no ponga pegas y acceda a posponer el juicio hasta que físicamente recupere las fuerzas para luchar por mi pequeña’. ‘Lo comprendo’. ‘La cuestión es sí, a posteriori, mi hija entenderá por qué lo hago y no que tiré por la vía fácil desentendiéndome de ella’. ‘No lo creo’. ‘¿Irás pues?’. Cuenta con ello, en cuanto vuelva tu madre parto para Minneapolis’. Tres golpes de nudillo en la puerta interrumpen la conversación. ‘¿Molestamos?’. Asoman las cabezas de Jeff y William. ‘No, adelante, chicos. Me alegro de veros’. ‘Estás radiante, querida –dice uno–. ¿Seguro que has pasado por quirófano?’. ‘Espectacular –añade el otro– y rejuvenecida’. ‘Cabronazos, que estoy llena de tubos y cables’.
          La marcha de Glenn a Canadá es inminente. Se nota porque lleva días apenas sin salir de la oficina trabajando a destajo y delegando proyectos que sabemos son iniciativa suya. Ahí le encuentro cuando regreso de cumplir la promesa hecha a Georgia. ‘¿Cómo lo llevas?’. ‘Mal –responde–, todavía tengo pendiente algún informe de Chiribiquete, pero antes de mañana estará terminado’. ‘¿Saben los jefes que te marchas?’. ‘En realidad no tengo por qué dar explicaciones ya que lo mío son colaboraciones puntuales. En cualquier caso esto no es un adiós, pero sí, lo haré, la educación por encima de todo. ¿Qué tal en el hospital?’. ‘Bien, ya sabes que Georgia es una tía muy fuerte’. ‘Quiero ir antes de irme’. ‘Se alegrará de verte’. ‘¿Podrías pasar luego por mi casa?’. ‘Claro’. Transcurre la tarde así: él sumergido en la interpretación de estadísticas que para mí son sólo algoritmos incomprensibles, y yo sacando información de los elefantes errantes que han recorrido varias millas de la provincia de Yunnan, en China, a consecuencia de la reducción de su hábitat natural puesto que los cultivos de caucho o palma han aumentado menguando terreno a los bosques húmedos donde se refugian. Expertos en el comportamiento de estos animales cuando peregrinan en manada, dicen que aumenta el conflicto con los humanos, siendo los agricultores los principales damnificados ya que para alimentarse devora sus cosechas, aparte del peligro que conlleva arrollar y matar a personas. ‘Me voy. ¿A las 8:00 p. m. te parece bien?’. ‘Ahí estaré’. ‘Contesta tú, he de recoger unas cosas antes de que cierren la tienda’. ‘Rochester, Minnesota, The Climate Reality Proyect, le atiende Markel Atxaga, ¿en qué puedo ayudarle?’. ‘¿Dónde demonios os metéis. Llevo horas llamando y no cogéis el teléfono’. ‘Pues no sabría decirle –los nervios me delatan–, aquí siempre hay uno de nosotros’. ‘Qué mal mientes muchacho –afirma mi superior–. De todos modos por e-mail os envío una propuesta. Mañana espero contestación’. No supe qué decir, salvo descargar el archivo adjunto del correo recibido…
          ‘Perdona el desorden –dice Glenn retirando bolsas para que me siente–. He comprado regalos a la familia y no sé cómo llevarlos’. ‘¿Cuándo partes?’. ‘En una semana, más o menos. Todavía no tengo confirmado el vuelo. Depende, ya veremos’. ‘A lo mejor me voy antes que tú’. ‘A dónde?’. ‘Han llamado los de arriba y quieren que vayamos a Brasil’. ‘¿A qué?’. ‘Porque los lugareños de la aldea de Punã, a orillas del río Amazonas, están en pie de guerra porque el açai’. ‘¿La baya energética que contiene antioxidantes y crece en lo alto de las palmeras?’. ‘Exacto. Por lo visto, al principio era un alimento que recogían a diario para consumirlo en el momento, pero con la llegada de la electricidad y los electrodomésticos de conservación se ha convertido en un negocio que intenta adaptarse a las normas de producción con el objetivo de conseguir el sello de denominación de origen en la fabricación de la fariña y con el fin de evitar a los intermediarios se han aliado con la Fundação Amazônia Sustentável’. ‘Conozco bien la FAS, son muy rigurosos y responsables’. ‘Precisamente por eso lo han hecho, para gestionar ellos mismo la venta directa, una manera también de darle a los jóvenes un modo de vida sostenible que evite su éxodo a la ciudad y puedan construir sobre la base del presente un futuro en la tierra de sus antepasados’. ‘Interesante. ¿Y nosotros que pintamos ahí?’. ‘Según nuestra central en Washington velar de que todos cumplan su compromiso. Había pensado recomendar a Steven, pero todavía está tierno para desenvolverse solo, así que, iré’. ‘Markel, con Georgia convaleciente y esto manga por hombro, no me parece buena idea, mejor me ocupo yo’. ‘Amigo, tú tienes otros planes en perspectiva’. ‘Que puedo posponer perfectamente. No se hable más, ahora mismo cambio maletas por mochila’. ‘Agradezco muchísimo este detalle tan generoso hacia mí’. ‘Anda, déjate de mariconadas y tracemos un plan’.
          Tras salir del funeral de la mujer de William noto a Jeff pensativo, pero no digo nada hasta regresar a la oficina. ‘¿Ocurre algo, compañero?’. ‘¿Por qué?’. ‘Pareces ausente’. ‘Qué va, nostálgico, más bien’. ‘Suéltalo’. ‘¿Has escuchado el término “Ecocidio”?’. ‘No’. ‘Es un daño grave a la naturaleza y la destrucción de los ecosistemas. Hay un grupo de expertos que tratan de que la Corte Penal Internacional lo incorpore como delito contra la humanidad’. ‘A ver, ponme en antecedentes’. ‘Hay un montón de atentados que quedan impunes, unos por falta de pruebas y otros por falta de ganas. Por ejemplo: Métodos de pesca como el arrastre de profundidad al dragar el fondo de los océanos, la producción descontrolada de aceite de palma y madera como principal causa de la deforestación de la selva, los tintes y demás productos utilizados en el sector textil que acaban en las aguas residuales, el uso de “agente naranja”, aquel potente herbicida que acabó con la vida de miles de personas en la Guerra de Vietnam. Como ves, la lista podría ser larguísima’. ‘Si no leo mal entre líneas la conclusión que saco a través de tus palabras es que quieres desplazarte hasta La Haya y presenciarlo, ¿me equivoco?’. ‘Desde luego, pero soy consciente de la situación mundial y de momento cuanto menos circulemos, mejor’. ‘¿Entonces?’. ‘En este tipo de cosas hay siempre un trabajo de refuerzo que lo apuntala por detrás. Es decir: propuestas llegadas de distintas ONG. Imagínate que nosotros en Chiribiquete hubiésemos descubierto algo invasivo en aquel maravilloso tejido silvestre y que tras realizar diversas comprobaciones el resultado sería preocupante a corto, medio y largo plazo. Pues bien, si contactásemos con los integrantes de la sociedad civil que han promovido el término “ecocidio” y les informásemos del hallazgo se incluiría como otro ataque medioambiental’. ‘¿Adónde quieres llegar, Jeff?’. ‘Me gustaría que nuestra organización me apoyase para aportar a este proyecto un software que he desarrollado en mis ratos libres, apto para recoger estas informaciones con plantillas muy sencillas para estadísticas y maquetas en 3D donde se ve el deterioro sufrido en el planeta. Por supuesto cedo todos los derechos de patente’. ‘Tío, me dejas con la boca abierta. ¿Recuerdas a Margot Garland, de Washington?’. ‘Claro, puso todos los medios a nuestro alcance para encontrar a Glenn’. ‘Está en el área de Políticas y creo que te puede ser muy útil. La voy a llamar’.
          Visiblemente afligida, en el porche de mi casa, lejos de la tenue luz que da la bombilla sobre el marco de la puerta y una terrible tristeza que hunde todavía más sus pupilas, encuentro a mamá esperándome con un vaso de té helado apoyada en la barandilla. Sostiene uno de esos pañuelos de encaje con el que tanto le gusta secarse las lágrimas, movimiento que coordina a la perfección con los suspiros. ‘Tu padre no aguanta más a mi lado –se suena la nariz con un ruido estruendoso–. Me ha pedido el divorcio ¡Será canalla!’. ‘Ni caso, eso es un calentón. Ya verás que en cuanto se le pase volveréis a estar juntos’. ‘¿Por qué no hablas con él y le dices que voy a cambiar. A ti siempre te hace mucho caso…’. No es la primera vez que atraviesan por una crisis similar. Desde el principio la relación entre ellos estuvo condenada al fracaso, ninguno se adaptó al entorno del otro debido quizá a que son dos seres libres, independientes y con muchísima personalidad. ‘Cuéntame lo que ha pasado’. ‘Pues que es un cabezota y no quiere hacerse un traje nuevo para la cena de gala del gobernador –pobre papá, no me extraña, yo tampoco iría–. Además, dice que esos eventos son una chorrada que nos hemos inventado los simples, ¿tú te crees?’. ‘Nada, una tontería. Deja que se vista con lo que le apetezca y si no le apetece pues que no vaya’. ‘¿Y que me deje en ridículo y esté en boca de todos por abandonada? De eso nada. Menudo gusto tiene combinando colores y tejidos’. ‘Exagerada’. Sigue hablando incansable, yendo detrás de mí, pero mi cabeza está ya en otro sitio. Derek Chauvin ha sido condenado a 22 años y medio de cárcel por la muerte de George Floyd. Peter Cahill, el magistrado que ha dictado sentencia lo hace en base al agravante de abuso de poder por parte del exagente. Así que, deseo que esto se convierta en un punto de inflexión y que el Congreso termine de debatir la ley de reforma policial y aprobarla de una vez. ‘Hijo, no me estás haciendo caso, eres igual que él’. ‘Perdona, mamá. ¿Decías?’. Tiempo después, ambas partes, me confirman su separación.
          ‘Good Morning, compañeros –irrumpo en la oficina–. ¿Qué hay de nuevo?’. ‘Ahí vamos –dice William–, pendientes de las últimas noticias del edificio que se ha derrumbado en Surfside’. ‘¿El de Miami?’, ‘’. ‘Por lo que sé –comenta–, estaba dañada la losa de hormigón de debajo de la plataforma de la piscina’. ‘Y también las columnas, las vigas y las paredes. Había grietas, desconchones… En fin’. ‘En 2018 –apunta Jeff– un informe de ingeniería recogía dichas deficiencias, sin embargo, no advertía de un peligro inminente’. ‘Steven, localiza a alguien de los nuestros en la Florida, a ver si podemos hacer hincapié en el hecho de que toda la costa está experimentando un aumento progresivo del nivel del mar y como consecuencia pudre los cimientos de las construcciones cercanas’. ‘Contactad con más ONG –dice el jefe a gritos desde su despacho– y poneos de acuerdo con ellos, tenemos que ir en una misma dirección’. Levanto la vista del ordenador y me enorgullece ver a mis compañeros remando juntos por la misma causa, dejando a un lado lo personal para priorizar lo común. ‘Hi. ¿Quién haya pedido la hamburguesa Lucy jugosa sin salsa worcestershire? –dice el repartidor que acaba de llegar–, es la que lleva una marca con boli en la caja’.


24.
Aprender a vivir con un solo pulmón es como andar a la pata coja calculando la distancia del siguiente salto para no perder el equilibrio y caer de bruces’. Dice Georgia tras reincorporarse al trabajo. La verdad es que estos últimos meses The Climate Reality Proyect no ha sido lo mismo sin ella, y más ahora que estamos bajo mínimos con Glenn y Steven en tierras brasileñas. ‘Ayuda a William, está convirtiendo los archivos pdf que mandan los chicos al formato estándar de la base de datos para que todos en la organización accedan a ello fácilmente –digo–. Ha estado haciéndolo Jeff pero su cambio de trabajo es inminente, a pesar de que no dejará Reality Drop, le necesitamos al frente de esa aplicación. No obstante, si te cansas, paras’. ‘¡Ay, Markel! Eres más agotador que mi oncóloga y ya es decir. Afloja un poco y disfrutemos del momento’. La verdad es que luce un aspecto muy saludable, supongo que tiene mucho que ver su fuerza de voluntad ya que aún en las peores circunstancias su mensaje es apaciguador. ‘¿Cómo va lo de la niña?’. ‘Según la abogada no me tengo que impacientar ni agobiar puesto que son procesos lentos y muy ajustados al protocolo que siguen’. ‘Pero ella habrá tenido algún encuentro con la otra parte, ¿no?’. ‘Claro. Y parece ser, por lo que le ha trasladado su colega, que mi exmarido estaría dispuesto a negociar la custodia compartida con determinados matices y eso yo no lo quiero. Además, ahora cuento con la ayuda de mi madre, se queda aquí, no quiere regresar a Winona. Ignoro los motivos’. ‘Seguro que todo se arreglará. Ya lo verás’. Aunque asiente, deja entrever un visillo de tristeza tras el que intenta ocultarse. ‘Sé que la vida está brindándome otra oportunidad –suelta, sacando una infusión de la máquina– y tonta sería de no aprovecharla y compartirla con los míos. Fíjate, me siento optimista a pesar de los múltiples huecos que deja el cáncer, con las venas abrasadas por la quimioterapia, el apetito desaparecido porque todo huele y sabe a fármaco y las débiles expectativas de un pronóstico favorable. Markel, existir es el más hermoso de los desafíos, un telar que hay que tejer día a día’. ‘Anda, vamos a trabajar que al final nos despiden a los dos –digo con un aguacero en los ojos y giro con brusquedad el diálogo para no ponernos sensibles–. Las baterías de las cámaras ya no cargan bien, ¿verdad?’. ‘Apenas duran’. ‘Encarga unas nuevas y envía la factura al departamento correspondiente’.
          ‘¿Cómo están las cosas allí? –pregunto a mis compañeros cuya imagen en la pantalla del portátil va y viene–. ¿Os queda mucho?’. ‘Tío, esto es alucinante –dice Steven emocionado–, nunca imaginé que la vida podría ser plena y a la vez sencilla’. ‘¿Están cumpliendo con los compromisos de preservación de los ecosistemas?’. ‘–contesta Glenn–. Son muy respetuosos con el medio ambiente. Nos movemos en lanchas que no contaminan, de modo que los ríos son los vasos comunicantes entre aldeas’. ‘Imagino que navegando asistiréis a puestas de sol maravillosas’. ‘No te haces idea –sueltan a la vez–, son de infarto’. ‘En vuestro último informe hablabais de los comentarios de los lugareños contando que hay especies de animales desaparecidas, así como lluvias crecidas y abundantes’. ‘Ya lo sabes, es una de las lacras del cambio climático que llega a cada rincón del planeta, pero te diré que –prosigue nuestro científico–, de los muchos lugares que conozco éste es uno de los menos perjudicados, quizá porque los de aquí tienen muy claro que lo mejor es cuidar el bosque en lugar de convertirlo en leña’. ‘¿Os queda mucho?’. ‘Queremos visitar el municipio de Tefé y puede que alguna aldea más. No sabría decirte: entre dos y cuatro semanas. Estamos en la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamiraurá, en el corazón de la Amazonía brasileña y hay mucho por ver. Hemos recogido algunas muestras que pueden sernos de utilidad si sacamos adelante la conferencia mundial sobre bioeconomía y las consecuencias del cambio climático que afectan directamente a los fenómenos atmosféricos’. ‘Ejemplo de radiante actualidad la ola de calor que ahora sufre el noroeste de Estados Unidos y el oeste de Canadá. Bueno, disfrutad entonces todo cuánto podáis, pero no lo alarguéis más de lo necesario. Además, querréis volver ya’. ‘Jefe –dice Steven, empeñado en llamarme así–, ¿sabes la gran lección que me llevo de aquí?’. ‘A ver, dispara’. ‘Pues que se pueden explotar los recursos naturales sin destruir el entorno’. ‘Los habitantes, en su mayoría, son caboclos –salta Glenn–, y residen en casas flotantes’. ‘Sí, son mestizos, mezcla de blancos e indígenas’. ‘Fíjate, esta gente sigue usando la selva basándose en los conocimientos tradicionales –continua el científico– con el fin de no alterar su propio funcionamiento’. ‘Son un pueblo preocupado por los impactos devastadores que en menos de una década afectarán a todos los seres vivos y a la Tierra’.
          Jeff Blocker ha conseguido que le nombren coordinador del área digital de las ONG climáticas del país en donde va a utilizar el software del que tan orgulloso está. Así que, nuestro hombre en las redes, sin abandonar el compromiso adquirido con The Climate Reality Proyect de ocuparse de la página web, ha dado el salto a un despacho en el downtown de Minneapolis con vistas al Mississippi, que él mismo ha decorado con bastante austeridad. En la pared de la izquierda hay un mapa de Islandia en el que se ve cómo estaban los glaciares hace millones de años y otro en relieve solapando al primero donde queda de manifiesto el estado en el que se encuentran ahora, con la lengua y el embudo deformados. Enfrente, debajo de la ventana de una sola hoja, una repisa pintada de verde sostiene adornos que reconozco ya que son objetos que nosotros le íbamos trayendo de los viajes. El resto del mobiliario lo componen la sencilla mesa con montañas de papeles y un par de sillas de mimbre adornadas con cojines redondos en estampado de flores para que las visitas se sientan confortables. Uno de sus cometidos será elaborar informes apoyados siempre en el criterio de la ciencia para que los gobiernos adapten sus políticas y hagan frente a los problemas emergentes derivados del cambio climático. Hay datos suficientes para estar tremendamente alarmados por la pérdida de biodiversidad, por el aumento de incendios, por la sequía provocada a veces por los excesos de riego, por las mordidas que a lo largo de los años hemos hecho a bosques y costas restándoles terreno para el disfrute de la actividad humana. Dichos fenómenos impulsaran migraciones hacia otros puntos del planeta donde la vida sea más saludable. ‘Me alegro mucho de que por fin estés donde tú querías, te lo mereces’. ‘Gracias, Markel –dice, mientras coge de la nevera portátil una Coca-Cola ofreciéndome otra–, lo importante es que desde aquí puedo impulsar muchas de las cosas que se nos quedaron en la cuneta por falta de medios y de apoyos. Hay tanto por hacer’. ‘¿Ahora en qué estás?’. ‘¿Sabías que un porcentaje elevado de muertes súbitas ocurren de noche por el aumento incontrolado de temperaturas?’. ‘No’. ‘¿Y que el Ártico se calienta más rápido que otras regiones?’. ‘Tampoco’. ‘Eso conlleva la desaparición –su discurso empieza a cobrar emoción– de algunos pueblos de la zona’. ‘Coño, ni idea’. ‘Pues bien, trabajo en un proyecto innovador porque todo no está perdido. Si conseguimos resetear nuestros comportamientos individuales y colectivos, de empresa y de gobierno, de instituciones y de comunidades, en la ansiada segunda mitad del siglo XXI podremos aspirar a detener el caos. ¿En las escuelas, cuando nos invitan a dar charlas, el mensaje que comunicamos no es la necesidad de cambiar los hábitos de consumo?’. ‘Por supuesto. Al final –intento sonar convincente–, es cuestión de pedagogía’. ‘En lo que concierne al ciudadano, sí. Pero las administraciones gubernamentales deben poner al alcance de todos, las herramientas para hacerlo. –Busca una carpeta apilada en el suelo con otras tantas y me la da–. Mira, estas notas, recortes de prensa, estadísticas y entrevistas que he recopilado poco a poco, conforman un magnífico manual de instrucciones de lo que no tendríamos que haber hecho. Sin embargo, analizando las piezas una a una, minuciosamente, hay datos esperanzadores’. ‘Las nuevas generaciones están más concienciadas –reconozco que estoy rodeado de gente mucho más inteligente que yo– y es ahí donde hay que ahondar’. ‘Nature Geosciencie ha publicado las conclusiones a las que han llegado científicos de las universidades de Oxford y Washington respecto a lo que pasará si el lago Palcacocha, en Perú, sufre inundaciones catastróficas por el deshielo’. ‘¿El qué?’. ‘Pues que a su paso barrerá la ciudad de Huaraz’. ‘Es evidente que los gases de efecto invernadero lo aceleran todo’. ‘Por eso es muy importante fortalecer las alianzas mundiales. Juntos, podremos, Y, ahora, dime qué tal en Rochester’. Seguimos la conversación distendida mientras comemos unos deliciosos sándwich Elvis, con mucha mantequilla de cacahuete, plátano y beicon fundido, regado con café americano y pedido todo por internet.
          Papá me ha citado en el bar cutre de carretera al que va algunas tardes a acodarse en la barra de los solitarios, como él la denomina. Da pequeños sorbos a la botella de soda que sostiene con la mano. ‘¡Qué cabritos! –exclama malhumorado enseñándome la portada de un periódico local–. Han hecho pintadas en el busto de George Floyd, en Brooklyn’. ‘Sí, la supremacía blanca, que no ceja en su despropósito homófobo y racista. Verás, me alegra mucho que nos veamos, pero estoy muy cansado, ha sido un día agotador y me muero por una ducha caliente y estirarme en la cama. Así que ve al grano y dime lo que quieres’. ‘¿Has hablado con tu madre?’. ‘Sí, y te digo igual que a ella: no pienso meterme en vuestras cosas. Arreglaos como podáis, os quiero a los dos y no voy a posicionarme’. ‘Jamás te pondría en tal compromiso. Te he citado porque me he enterado de que estáis reclutando a jubilados para el activismo medioambiental, y quiero que cuentes conmigo, hijo. Necesito sentirme útil y que estés orgulloso de mí’. ‘Siempre lo estoy, “aita”. Y no sabes la alegría que me das, todas las manos son pocas y cada ofrecimiento es bienvenido. Además, eres la memoria viva de nuestra aldea de Herboso y tu experiencia en el campo es valiosísima, peleando con el ganado y careciendo de determinadas comodidades que ahora loamos. Así que, como uno de los objetivos marcados es desprendernos de la abundante superficialidad y recuperar antiguas costumbres. Hagamos una cosa: mañana por la tarde pásate por casa y te doy unos folletos para que te familiarices con los temas’. Se le ilumina la cara de felicidad, baja despacio del taburete, centra su sombrero de cowboy y, dándome una palmadita en la espalda, se despide: ‘Que descanses, chavalito’. Papá es uno de esos tipos callados que parece llevar escrito en la frente la palabra migrante. Lejos queda la pasión con la que saltó el charco embrujado por la melena rubia de su esposa y atrás casi toda la gramática en euskera por falta de práctica. A veces me pregunto qué echa de menos mirando fijamente al horizonte, adónde le llevan los recuerdos cuando las tardes de domingo pasea cerca del río Zumbro, ese hombre callado, de piel morena y ya muy envejecido.
          A partir de ahora no sé qué será de cada uno de nosotros. Es posible que Georgia recupere la custodia de su niña tal y como la tenía antes de enfermar, que Glenn Clemmons encuentre la paz que tanto anhela en esos espacios abiertos de su isla de Baffil, puede que en breve William rehaga su vida sentimental con la camarera que tanto le gusta del LTS Brewing Company, una de las mejores cervecerías que tenemos en Rochester. Quién sabe si Jeff Blocker será, en un futuro no lejano, el próximo delegado especial para el Medio Ambiente, o que Steven entre a formar parte del comité de expertos que asesora directamente a la ONU. En cuanto a mí, no sabría qué decir… Es probable que para la tan nombrada fecha 2050 la mayoría ya no estemos aquí. Sin embargo, quedará nuestro legado, el esfuerzo de las batallas libradas en pro de la naturaleza, de la Tierra, de los mares, de los nativos, de mujeres y de hombres que dieron su vida defendiendo esta causa. Quiero ser positivo en detalles menudos porque podemos frenar la cultura de un solo uso, el ahorro de las energías que van a escasear, simplificar lo cotidiano, realizar compras de proximidad, recuperar tradiciones antiguas de cultivo y de crianza, mejorar las infraestructuras preparándolas para soportar huracanes, precipitaciones adversas y conseguir expandir territorios limpios de aire y de contaminación. Ha caído la noche, en el vecindario reina un silencio sepulcral, sopla el viento contra las ramas de los árboles que a su vez golpean contra los tejados. El llanto de un bebé, a lo lejos, rompe la monotonía de los silbidos en la oscuridad. Es 4th of july, el presidente Biden, en su discurso a la Nación, ha asegurado que nuestro país está a punto de declarar su independencia al virus mortal que está asolando a los habitantes del planeta. Apago la tele, conecto Radio Minneapolis, retransmiten el sermón del reverendo de la iglesia baptista Greater Friendship Missionary, al sur de la ciudad. Al finalizar se escucha el eco de la plegaria que los asistentes repiten a la salida: I can't breath, aleluya. I can't breath, justicia para mi hermano. I can't breath, la vida de los negros importa.  I can't breath
















No hay comentarios:

Publicar un comentario