Para Ely, que tanto le gustaba esta historia
1.
La segunda vez que mis suegros decidieron
salir al extranjero, desde nuestra Euskadi natal, fue en julio de 2005, con
destino a los Estados Unidos de América, a Minnesota, donde su única hija y yo
vivimos una bonita relación que duró diez largos años. Tras haber insistido tanto,
nos pareció estupendo que Iker y Sira vinieran a pasar dos meses con nosotros,
sobre todo a Alaia, que no los veía desde el otoño anterior, cuando hizo una escapada
de diez días a España. Yo sabía que para ella era muy importante que se
sintieran a gusto, así que reservamos un par de semanas libres de trabajo, para
recorrer juntos lo más destacable de esta impresionante región, del Medio Oeste
del país. ‘Markel, ¿te importaría que mis padres durmieran en nuestra habitación
en lugar de en la de invitados? –soltó, con tono inocente y meloso, camino
del aeropuerto–. Es que me da apuro instalarlos ahí. ¡Es tan estrecha!’.
‘Claro que no, pero necesito una recompensa o no hay trato’. ‘Bueno,
me lo pensaré –pellizcó un pliegue de mi barriga–. Gracias, amor. Ya
veremos lo que se me ocurre…’. Aparecieron tal y como imaginé: campechanos,
con esas chapas rojas en las mejillas brillantes, símbolo de la tranquilidad y
del aire puro del campo. Avanzaron unos pocos pasos, frenaron en seco,
extendieron los brazos, lloraron de emoción, nos estrujaron casi hasta
rompernos los huesos y, entre aquellas muestras de cariño desinteresado, sentí
que volvían a mí los olores a leña de la infancia, a ramas de helecho y al correspondiente
festejo de la txarriboda, ejecutando al cerdo con la pistola de perno que
tanto me horrorizaba.
Nuestro
mayor propósito era procurarles una estancia lo más placentera posible. En Minneapolis
les impresionaron los rascacielos situados entre lagos, nada que ver con los
prados verdes a los que estaban acostumbrados, ni a las casas con estructura de
invierno enmarcadas en piedra o los tejados color burdeos a juego con el gris
del cielo. Disfrutamos muchísimo en el Museo de Arte Weisman, situado sobre el
río Mississippi. El paseo en barco por el Parque Estatal Fort Snelling, a las
afueras de la capital Saint Paul, trajo a su memoria aquel otro que hicieron a
Venecia, por las bodas de plata. ‘Saldréis mucho, ¿no? –preguntó Iker,
mientras le servía una copa de vino y ponía para picar unos pepinillos crujientes
con salsa de queso–. Esto es tan grande’. ‘Bueno, no te creas. Tu hija
está muy ocupada, y yo por el estilo. Suele pasar que conoces más del sitio
donde vives por lo que cuentan los forasteros’. ‘Ya. Pues no sé, si yo
viviera aquí no pararía de subir y bajar de esos edificios tan altos y
elegantes. Cambiando de tema: ¿Y los nietos para cuándo? Porque veo que a este paso
no nos hacéis abuelos’. ‘¡Papá! –exclamaron la madre y la hija desde
la zona de la cocina–, tú tan directo como siempre’. ‘Coño, es verdad’.
‘Vendrán, no te apures. Un bebé requiere mucha dedicación, tiempo del que ahora
no disponemos. Pero todo se andará’. ‘¿Entonces –cortó Sira, notando
que dejé entrever cierta incomodidad– das clases de español?’. ‘Sí, en
el Century High School. Es una escuela pública. ¿Os apetece conocerla? Podríamos
ir mañana. ¿Qué os parece?’. ‘Pues tendrá que ser a la vuelta –continuó
ella–, porque, al contratar el vuelo en la agencia, cogimos un paquete que comprende
las Bahamas, Veracruz y los Cayos de la Florida. Ya que cruzamos el charco, aprovechémoslo,
pensamos. ¿Por qué no os venís? Os invitamos. Se podría arreglar. Lo
preguntamos allí y nos dijeron que no habría ningún problema’. ‘Ya me
gustaría, pero no puedo. Tengo un seminario de profesores, lo hacemos cada año
antes de comenzar el curso. Me es imposible faltar’. ‘¿Y tú?’. ‘No
sé, mamá. Tal vez a la revista le interese. Dejad que lo tantee. ¿Para cuándo
sería?’. ‘Marchamos dentro de dos días’. ‘Joder, apenas tengo
margen’. ‘Seguro que lo puedes arreglar –palabras de las que me
arrepentiré mientras viva–. Además, te deben algunos días de vacaciones,
¿no?’. ‘Uy, tú quieres quedarte solo, canalla’. Dijo, poniendo una
de esas posturas en jarras que me volvían loco. Aquellas veladas fueron
inolvidables, conversando sobre política sin entrar de lleno en el terreno de
juego, de las relaciones con mi familia, de las habladurías en el pueblo… Pero,
principalmente, disfruté de dos seres humanos excepcionales y de la felicidad que
derrochaba mi pareja. Aunque duró tan poco, que… Por eso, cuando alguien me
pregunta por qué no he fijado mi residencia lejos de Rochester, Minnesota, con
todo el sufrimiento que he padecido en cada rincón de esta ciudad, respondo: ‘Porque
lo que más he querido en la vida se quedó a menos de mil doscientas millas de aquí…’.
Mis
padres se conocieron por casualidad. Acababa de fallecer el abuelo y la familia
fue a Bilbao, al notario, a una de aquellas visitas interminables por el papeleo
de la herencia. Como mis tíos no llegaban a ningún acuerdo y los intereses
particulares de cada uno cargaban con ira la pólvora de los reproches, papá,
harto de oír tanta estupidez, dijo: ‘Cuando estéis preparados para razonar,
vuelvo’. A diferencia de sus hermanos,
que realizaban trabajos en la mina, unos taladrando la roca y los otros
cargando el mineral en las vagonetas, optó por labrar las tierras y gestionar las
arrendadas a los vecinos que usaban de pasto para el ganado. Apenas salía de
Herboso, donde nacimos, una aldea del Valle de Carranza, en el extremo
occidental de Las Encartaciones, bellísimo paraje de Vizcaya. Aunque, cuando lo
hacía, se juntaba a lo grande con su cuadrilla de txikiteros, proclamándose
el mejor levantador del vaso típico para esa categoría. Así que, esa mañana, antes
de estampar la firma definitiva en la notaría, los pies le llevaron hasta el
laberinto de las Siete Calles, en el Casco Viejo. Amaneció muy nublado y había comenzado
a llover. A la altura del Puente de San Antón encontró a un grupo de extranjeros
desorientados, entre los que se encontraba una rubia deslumbrante y muy simpática.
‘¿Necesitan ayuda?’. ‘Yes’. ‘Así no nos vamos a entender, ¡eh!’.
‘¿Dónde queda frontera francesa? –dijo, con ese acento suyo tan yanqui mientras
se enamoraban–. Nosotros no saber dónde estar’. Ella desplegó un mapa y
él, con el dedo índice, marcó la ruta a seguir. Seis meses después se casaban en
la Iglesia de los Santos Juanes. Y al año justo nací yo. Los recuerdos que
guardo del entorno corresponden ya a mi etapa de adulto, puesto que, al cumplir
cinco años, nos trasladamos a los Estados Unidos. ‘Tu madre es cruel conmigo,
querido –soltó la americana–. Además, no soporto más el olor a estiércol
y la soledad de este caserío al que nunca viene nadie’. ‘Pero mujer, que
son figuraciones tuyas, si te aprecia muchísimo’. Y fue así como terminé
viviendo en Rochester, paseando esa mezcla de vasco y minesotano que ha hecho
de mí una persona plural.
Alaia
estaba considerada como una de las mejores fotógrafas que tenía en plantilla
National Geographic, era una magnífica profesional. Viajaba con asiduidad a la
Patagonia, con especial parada en el Parque Nacional Torres del Paine, en
Chile, donde inmortalizaba con instantáneas irrepetibles, por su calidad y
perfección de enfoque, el Glaciar Grey. Dispuesta a llegar la primera a los
puntos calientes de actualidad, aunque hubiera que sacar la noticia de debajo
de las piedras, se podía contar con ella aun griposa. Una vez estuvo a punto de
ser engullida por un cocodrilo macho, de agua salada, de seis metros de
longitud, cuando realizaban unos reportajes de especies en extinción por Australia,
Sri Lanka y Filipinas. Siempre estuve muy orgulloso de ella y la admiraba
muchísimo, aunque no lo demostrara abiertamente. Iker y Sira fueron a uno de
los mejores restaurantes recomendado por nosotros a degustar el faisán fresco rostizado
con salsa de arándanos rojos, del que tanto les habíamos hablado como una
exquisitez. ‘He tenido una reunión con el redactor jefe –dijo mi mujer,
preparando algo de cena mientras yo terminaba de planchar unas camisetas– y
le parece bien que vaya con mis padres. Por lo visto pensaban mandarme a Los
Everglades, porque hay unos animales exóticos que he de fotografiar, además de
captar el movimiento de la vegetación en el humedal azotado por el viento. Así
que, tendré que dejarles solos uno o dos días y volar a Miami. Markel, ¿de
verdad que no te importa? Mira que estaré fuera algo más de un mes’. ‘Sabes
que no. Pero, no sé, cariño, habría que consultar a la Administración Nacional
Oceánica y Atmosférica, porque, a poco que os entretengáis, el tiempo se puede
complicar y ser peligroso visitar según qué lugares’. ‘No va a pasar nada,
ya lo verás, miedica’. Esa noche nos amamos como si se acabara el mundo.
Partieron
el uno de agosto. Nos levantamos al amanecer. Yo conducía silencioso durante
las 78,5 millas que separaban nuestro hogar del Aeropuerto Internacional de
Minneapolis-Saint Paul. Mis suegros, agarrados al cinturón de seguridad, iban muy
tensos, supongo que a consecuencia del exceso de velocidad que llevaba, ya que me
preocupaba la ponencia que daría después, delante de un público desconocido,
razón de más para llegar pronto. Alaia revisaba que estuvieran en orden sus
permisos especiales de prensa, a la vez que me preguntaba si estaba bien. ‘Sí,
un poco nervioso, pero nada que no arregle una infusión caliente’. Nos
despedimos en el aparcamiento, ni siquiera tuve la delicadeza de acompañarles
hasta la sala de embarque. Le dije a mi mujer que tuviera cuidado, no hicieran
locuras y llamara al llegar. ‘Enseguida estoy aquí, amor’. Sin embargo, nunca
imaginé que la guadaña estropearía los planes de vuelta. Arranqué el coche con
la misma urgencia que tiene quien quiere salir del área de fuego. Miré por el
retrovisor y vi que los tres, diciéndome adiós, se empequeñecían. A última hora
de la tarde, y habiendo escuchado los mensajes del contestador, me di cuenta,
por primera vez, de lo fría que estaba la casa, y de que un mal presagio me
revolvía las tripas. A partir de entonces nada fue lo mismo…
Quince
años después ha cambiado todo a mi alrededor. Abandoné la escuela pública, y
ahora recorro el mundo con la organización creada por el exvicepresidente, y Premio
Nobel de la Paz, Al Gore: The Climate Reality Project, desde donde
intentamos educar a los gobiernos para que apuesten por energías renovables, eliminen
los gases de efecto invernadero y luchen contra el cambio climático. Además, concienciamos
también a todas las personas que asisten a nuestras conferencias, ya que los pequeños
gestos y las mínimas aportaciones construyen las cosas importantes. Mientras
preparaba la maleta, porque a la mañana siguiente salíamos para Washington D.C.,
a encabezar una protesta contra los negacionistas del calentamiento global, tenía
puesta la televisión. Serían aproximadamente las 20:15 hora local, cuando la
voz ronca de un afroamericano, corpulento, impotente y desesperado, me estremeció
el corazón escuchándole repetir entrecortado: ‘I can’t breath. I can't breath.
I can't breath…’.
2.
A menos de una semana para que
Alaia, Iker y Sira regresaran a Rochester de su viaje por cuatro o cinco
estados, el 24 de agosto de 2005, quedé con un grupo de antiguos alumnos,
íntegros y comprometidos, con los que mantenía estrecho contacto. Y, aunque ahora
hablaban el español correctamente, todavía recuerdo cuánto les costó conjugar
los verbos, memorizar el amplio vocabulario y asimilar lo extenso de nuestra gramática.
Sin embargo, aquel esfuerzo les abrió las puertas de alguna multinacional con
sede en América Latina, que a la larga dejarían para dedicarse en exclusiva al
activismo medioambiental. Organizábamos dos cenas al año: una, antes de arrancar
el curso escolar, y la otra entre el Día de Acción de Gracias y Navidad, ésta
con familia incluida. ‘Profesor Atxaga –eran reacios a aparcar el
protocolo–: su mujer no seguirá todavía en Bahamas, ¿verdad?’. ‘¿Lo
dices por el Katrina? No, ahora están en Nueva Orleans. Mis suegros se empeñaron
en conocer la casa donde nació Louis Armstrong, su ídolo de juventud. Supongo que
al adentrarse en tierra firme, como tormenta tropical, llegará muy debilitada a
Luisiana. Así que, estoy tranquil. Cierto que lo estaría aún más si hubiesen
regresado a Minnesota’. ‘Seguro que dentro de nada los tiene usted por
aquí –opinó Georgia Hardin– organizándole la vida –asentí y reímos–. Ya me lo
dirá, ya’. De todos ellos, el menos dado a la conversación, era William
Harrison, pero cuando hablaba sentaba cátedra. ‘Yo que usted no me confiaría,
teacher –sentenció–. Mejor contacte con el National Hurricane Center de
Miami y que le informen de la trayectoria. Pregunte también cómo está en la
escala Saffir-Simpson. Más vale que nada le coja por sorpresa, ¿no cree?’.
Dicho comentario me dejó bastante preocupado. ‘Pero qué listillo y pedante
eres, colega –saltó Nelson Baez, un dominicano nacido en Santo Domingo y
afincado en Estados Unidos, que ha sufrido en sus propias carnes el desprecio de
la xenofobia–. Jamás compartiré contigo ninguno de mis miedos. Amigo, tus
conclusiones son catastróficas’. Traté por todos los medios de ser un buen
anfitrión para que no faltara ningún detalle en el restaurante, pero lo que
verdaderamente deseaba era quedarme solo de una vez por todas y pensar qué
hacer.
La
negrura inquietante de la casa parecía un túnel sin salida. Al fondo, la luz parpadeante
del contestador automático se visualizaba desde la entrada como reclamo para ser
atendido de inmediato. Además de los mensajes rutinarios de mamá, con sus quejas
interminables por lo poco, según ella, que la visito, y otro de papá
invitándome a un partido de fútbol americano, saltó la angustiosa y acelerada
voz de mi pareja: ‘Markel… Ahora, vam… …consideración …los aires’. Incapaz
de intuir la frase completa fue lo único que descifré. Llamé a la redacción de
National Geographic por si sabían algo más, pero estaban tan alarmados como yo.
Puse la televisión y, en
todas las cadenas de noticias, ya se hablaba de una catástrofe sin precedentes.
En el plató de los estudios, expertos y gurús, trazaban la ruta del huracán sobre
mapas de isobaras muy juntas. Ni un segundo aparté la mirada de la pantalla.
Avanzaba el tiempo y al otro lado del teléfono la preocupación de amigos y
familiares aumentaba por momentos. Afronté las horas inciertas de la madrugada
con consecutivas tazas de café recién hecho. Era más que probable que el presidente
George W. Bush compareciera en breve para informar a la nación de la situación
tan grave que estábamos a punto de vivir. Las horas siguientes fueron de
auténtica locura. No sabía dónde acudir. Un amigo de mi mujer, freelance,
venía de Alabama con la exclusiva bajo el brazo de que, a consecuencia de la
marejada ciclónica, los diques de Nueva Orleans cederían inundando la ciudad. ‘Puedo
pasar –dijo, con el rostro descompuesto bajo el dintel
a medio barnizar–. Hay que sacar de allí cuanto antes a Alaia’. ‘¿Cómo
te has enterado?’. ‘Porque he ido a la asociación de la prensa que compra
y distribuye mis fotos y, ya sabes que en este mundillo todos nos conocemos, ha
corrido el rumor de que la cámara de Atxaga estaba en el ojo de la tormenta, he
hecho un par de llamadas para confirmarlo y, aquí estoy. ¿Ha contactado contigo?’.
‘Escucha –puse el mensaje–. A lo mejor tú lo entiendes. ¿Qué podemos hacer?’.
‘Llamemos a la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias, a ver qué dicen’.
Eso hicimos, pero las comunicaciones se cortaban y cuando lo conseguimos nos
pasaron de una persona a otra, que estaban tan perdidas como nosotros.
De
nuevo solo, y tras múltiples intentos fallidos de contactar con ellos, debí de
quedarme traspuesto. Cuando desperté, sobresaltado, eran las 09:55 del 29 de
agosto de 2005, y no daba crédito a las brutales imágenes que aparecían delante
de mí. Debajo de infinitas latas de cerveza ya vacías y trozos de sándwich
mordisqueados de crema de cacahuete y plátano, estaba el mando a distancia. Escarbé
hasta desenterrarlo, subí el volumen para escuchar mejor las palabras consternadas
de la exgobernadora de Luisiana Kathleen Blanco, junto al exalcalde Ray Nagin –luego
declarado culpable de soborno, fraude, evasión de impuestos…–, cuyos rostros desencajados
trataban de solapar las vistas anegadas de la cuna del jazz. Diez minutos antes
de espabilarme, el huracán Katrina, de categoría 5 y vientos de más de 180
kilómetros por hora, destruyó buena parte de la ciudad. La población, que a
duras penas salvó la vida gracias a la colaboración ciudadana, de bomberos y
policía local, quedó sumida en la más vergonzante de las miserias, atendidas
tardíamente por los gobiernos de distintos rangos que se vieron sobrepasados
reaccionando tarde a la emergencia. Fue impactante ver la autopista interestatal
10 convertida en un río lleno de lanchas transportando a los damnificados. Cogí
las llaves del coches, el permiso de conducir, la tarjeta de crédito y algunos
dólares sueltos, sin percatarme que iba en pantalón corto y con mi camiseta
favorita de los Boston Celtics de la NBA, ya muy descolorida.
La
directora de la escuela estaba en el despacho. Cuando entré, lloraba abrazada a
otro compañero que a duras penas contenía el hipo. Desesperado, necesitaba dar
con el paradero de mi familia y fui decidido a pedir ayuda. En realidad, buscaba
la de su hermano que pertenecía a las Fuerzas Armadas o la de su hijo que era
miembro del Departamento de Bomberos de Bloomington, entendiendo que, cualquiera
de los dos, dispondrían de más recursos para localizarlos que yo. Bastó una
sola llamada suya, y, a continuación, me vi en un taxi acompañado por ella. Lo
siguiente que recuerdo es el ensordecedor ruido dentro del helicóptero del
ejército y verme rodeado de medio centenar de soldados, todos cabizbajos, y cuya
primera misión sería rescatar desde el aire a las miles de personas encaramadas
en los tejados. Me colocaron un casco y un chaleco. Lo digo así porque no soy
consciente de haberlo hecho yo. Siete horas después sobrevolábamos Luisiana. Las
vistas eran sobrecogedoras. Habían cerrado al tráfico comercial el aeropuerto
internacional Louis Armstrong de Nueva Orleans, dejándolo operativo sólo para
militares e instalando también uno de los muchos hospitales de campaña que
encontré repartidos por la metrópoli agonizante bajo el nivel del mar. Con un par
de fotos de Alaia y sus padres, que enseñaba a todo el que se cruzaba conmigo, fui
de un lado a otro como zombi. Gente malherida a la que no socorrí, lanzaban
gritos de auxilio para que los evacuaran pronto. Bebés destetados, hombres y
mujeres vagando sin destino y con las manchas de hollín que perduran cuando ya
no te queda nada de nada. Un grupo de voluntarios sugirió que preguntara en el
Barrio Francés y demás distritos del centro que no estaban tan dañados, pero
allí tampoco tuve suerte. Ni siquiera sus nombres estaban en las listas de
desaparecidos. Durante las semanas siguientes, sin hallar resultados positivos,
continué como perro sabueso husmeando su rastro. Sin embargo, poco a poco, interioricé
el peor de los escenarios según asistía a la crecida de cadáveres flotando.
Amparado por el personal de la Cruz Roja Americana, encontré cobijo en sus
dependencias, un colchón para dormir y algo de comida, mucha más de la que
admitía mi desganado estómago. A través de ellos, y tras concienciarme de que
tenía que prestar colaboración humanitaria, participé en tareas de achique de
agua, con la esperanza, cada vez más debilitada, de descubrir alguna pista.
El
7 de noviembre de ese mismo año. Es decir, setenta días después de la devastación,
regresé a Rochester con la carta de dimisión en el bolsillo. Era incapaz de presentarme
ante los alumnos y el profesorado, y menos aún dar explicaciones para justificar
la ausencia y la tristeza que envolvía toda mi existencia. ‘Oye, ¿lo has
pensado bien? –preguntó el subdirector de la escuela que sustituía a la titular–.
Podemos negociar algún tipo de permiso especial, es una pena que pierdas la plaza
y, por supuesto, que nos dejes’. ‘No tengo ganas de seguir haciendo las
mismas cosas, ni motivaciones para continuar dedicado a la enseñanza. En
principio, estaré por aquí el tiempo justo de arreglar unos papeles, pasar por
la redacción de National Geographic y volverme a Nueva Orleans’. ‘¿Has averiguado
algo?’. ‘Poco, por no decir nada. Aquello es horroroso, no hay palabras que
lo describan, es una balsa donde el dolor es el náufrago que atraviesa la ciudad
fantasma’. Los cuerpos de Alaia, Iker y Sira, como los de tantos otros,
nunca se encontraron. Seguí la búsqueda por mi cuenta hasta que se me acabó el
dinero y tuve que regresar. Una mañana, yendo hacia Mayo Civic Center
para asistir a un evento deportivo, me encontré con Georgia y
con Nelson, ambos exalumnos que iban a la conferencia ofrecida por la
activista neoyorquina Lois Gibbs, quien fundó el Centro de Salud, Medio
Ambiente y Justicia cuando descubrió que la escuela de su hijo estaba
construida sobre un vertedero de productos tóxicos causantes de diversas
enfermedades desarrolladas por los niños. ‘Anímese y venga con nosotros Mr. Markel,
seguro que disfrutara con la charla’. Así empezó la aventura que ahora me
traigo entre manos, y que en aquel momento me abriera los ojos también para
entender que, además de los daños humanitarios, económicos y materiales, el
Katrina provocó efectos ambientales contaminando, entre otras cosas, las
reservas de agua subterráneas…
En
Washington D.C. las manifestaciones en protesta por el asesinato de George
Floyd están siendo multitudinarias. Desde la ventana del hotel Harrington
diviso la interminable marea humana que camina hacia la avenida Pensilvania para
culminar en la Casa Blanca, lo que será bastante complicado, ya que el cordón
policial rodea todas las calles adyacentes, desde Madison PI NW, a Jackson PI
NW, bordeando también por Constitution Ave NW. Desde el 28 de agosto de 1963, cuando
Martin Luther King encabezó la marcha por el trabajo y la libertad,
pronunciando su histórico discurso Yo tengo un sueño, no sucedía nada
parecido. Y ya hay quien pronostica como movimiento perdurable, el grito universal
de: “I can’t breath”. ‘¿Lo estáis viendo? –dije a los compañeros
de The Climate Reality Project de la habitación de al lado–. ¿Nos
unimos a ellos…?’.
3.
Bajamos al hall del hotel
Harrington, donde aguarda el resto de los compañeros que hemos viajado hasta la
capital de los Estados Unidos con la organización The Climate Reality Proyect, para
participar en la protesta que a nivel mundial se lleva a cabo en contra de los
negacionistas del calentamiento global. Sin embargo, la marea humana que va
hacia el Capitolio manifestándose por el asesinato de George Floyd, se cruza en
nuestro camino uniéndonos al movimiento Black Lives Matter. ‘Markel,
mira aquella columna que se dirigen hacia el Monumento a Lincoln –Nelson
Baez, eufórico, señala con el dedo–. Ojalá que la nación entera lo esté viendo’.
‘Seguro que sí –afirmo–. Son muchos afroestadounidense asesinados
hasta el momento como para acallar los gritos de repulsa’. ‘Cuánta razón
tienes –continua–. Si Martín Luther King levantase la cabeza y viese
cómo están sus hermanos, y lo poco que se ha avanzado en empatía y tolerancia
desde aquel sueño que tuvo, no sé qué pensaría’. ‘Anoche –digo–, navegando
por la red encontré en Mapping Police Violence’. ‘¿En qué?’. ‘Seguro que has oído hablar
de ello: es el proyecto que investiga las malas conductas de algunos policías.
Pues bien, descubrí que un afroamericano tiene más probabilidades de morir violentamente
a manos de las fuerzas de seguridad, que el mayor de los delincuentes por el
mero hecho de haber nacido bajo el paraguas de una piel blanca. Hay muchísimos
problemas raciales, suceden a escasos centímetros de nosotros, pero como son molestos
los apartamos de un puntapié en el trasero. Podríamos preparar un congreso para
tratarlo, ¿qué te parece?’. ‘Oye, ¿tú tienes vida más allá de las
estadísticas y de los informes sesudos? Porque…’. ‘La tuve’. ‘Perdona
–se disculpa arrepentido–, no quería
ofenderte’. ‘No te preocupes, no
lo has hecho’. ‘Fijaos –interrumpe
otro compañero muy nervioso–, hay familias enteras
con niños pequeños, abuelos y adolescentes que viven en primera persona el
hecho histórico que mañana recogerán en los libros de historia’. ‘Bienvenido al mundo real, querido’. ‘Aguardad
un instante, ¿qué es esa avalancha que se mueve por allí? –pregunto–. ¿Una contramanifestación?’. ‘No, es el ejército –afirman por detrás
de nosotros–. Vayamos alertas’. Según termino la frase, y sin posibilidad de
reacción, cargan violentamente contra todos. ‘Markel, salgamos de aquí’.
‘Esperad que haga unas fotos –tiran de mí– para colgarlas en nuestra
página’. ‘¡Deprisa, chicos!, que no lo contamos’. Escapamos por los
pelos muertos de miedo. De vuelta al hotel, reconfortándonos con una copa de
tequila, alguien me pregunta por Georgia Hardin. ‘No sé por qué no habrá
venido, pero estoy de acuerdo con vosotros, está muy rara’. Dije, ocultando
los verdaderos motivos que yo sí conocía. A la mañana siguiente, apoyados por ambientalistas
y una amplia representación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de
la Amazonía Ecuatoriana, entonando sus cantos relajantes y pacifistas, marchamos
tranquilamente por las calles de Washington colapsando las principales arterias
de la ciudad, aunque esta vez no nos vino a disolver el Séptimo de Caballería con
su artillería de gases lacrimógenos. Nelson y yo caminamos por detrás de la
pancarta cuyo eslogan es: “Estamos a Tiempo De Frenarlo Todo”.
Un
poco antes de irme a Washington, preparando la maleta, encontré en el fondo de
un cajón, que apenas abría, la tarjeta de cumpleaños que hice cuando alcancé la
mayoría de edad. Pero, lo que mejor recuerdo de aquel día es cuando sonó el teléfono.
Era el tío Iñigo para decir que la abuela se moría. Escuché a mis padres discutir
en el dormitorio, blasfemar en euskera e inglés, entre portazos que presagiaban
la inminente partida. Once horas después los dos volábamos rumbo a España. La
premura para adquirir los pasajes obligó a optar por lo único disponible con
dos escalas de tres y nueve horas: la primera en el Aeropuerto Internacional
Libertad de Newark, en Nueva Jersey, y la segunda en Lisboa. Total, más de una
jornada para cruzar de un continente a otro. Llegamos con la bruma del jet
lag adherida a la suela de los zapatos. La casa se caía a pedazos, encontramos
las tejas amontonadas junto a la leñera vacía, donde una camada de ardillas
campaba a sus anchas. Alrededor de los cimientos estaba crecida la hierba, abrupta
y aleatoria, como señal de que todo se desmoronaba, igual que la vida de
aquella anciana a la que conocía tan sólo por referencias. Otra de mis tías, a
pie de cama, maldecía contra los dioses y, al entrar papá, y besar la frente de
su madre, le dedicó una agria mirada de absoluto desprecio. ‘¿Ha visto el
médico a “ama”?’. ‘¿A ti qué te parece? Igual había que haber esperado a
que volviera el señorito de su amada América y así llevarse él los honores’.
‘Déjate de tonterías y dime qué ha dicho’. ‘¿Tú qué crees? Pues que
se va, pero que tiene el corazón fuerte. Así que, hasta que aguante, aquí me tiene,
presa, como lo he estado toda la vida, viendo a los demás volar, mientras que a
mí me amargaba con su mala leche, haciéndome sentir la más desgraciada de todos
vosotros. Sin embargo, de no ser por mí…’.
La
discusión entre hermanos subió tanto de tono que preferí visitar Bilbao encaramado
en el remolque de uno de mis primos. ‘¿Cómo te llamas? –pregunté tímidamente–,
yo soy Markel’. ‘Andoni, y sé quién eres, mutil’. ‘¿Mu, qué?’.
‘Muchacho, chico, chaval. ¿No practicas nuestra lengua, verdad?’. ‘Poco.
¿A qué te dedicas?’. ‘Soy agricultor’. Y parco en palabras, pensé. Seguimos
todo el trayecto en silencio de manera que me dediqué a memorizar las advertencias
hechas por mi padre para que pareciera un buen vasco. Como, por ejemplo, que era
fundamental no comer con los ojos para probar diversos pintxos de las
muchas tabernas y guardar los palillos porque con arreglo a los que tengas, pagas.
Pero, la voz áspera del pésimo conductor me trajo de vuelta. ‘¡Eh! tú. Hemos
llegado al botxo. ¡Bájate!’. ‘¿Adónde?’. ‘Pues coño, al agujero,
¿no ves que estamos rodeados de montañas? ¡Cómo se nota que eres extranjero! A
ver si aprendes un poquito’. No supe qué contestar, por eso, di un salto,
le agradecí el porte, me sacudí el polvo de la ropa y, ahí estaba yo, a escasos
pasos del Casco Viejo dispuesto a saborear las famosas gildas bilbaínas y,
a empaparme de su cultura para que nadie de la familia volviera a tratarme de bobo.
Acostumbrado
a Rochester donde la ciudad es más espaciosa, aquellas calles peatonales, estrechas
y de paredes agobiantes, provocaban en mí la agonía de quien se siente
prisionero. ‘Perdone –abordé a un viandante–, ¿podría indicarme dónde
hacen el mejor txangurro a la donostiarra? Vengo desde muy lejos y tengo
entendido que la carne de centollo es exquisita’. La hospitalidad de aquella
persona colocó mi destino en la misma entrada de la “Taberna el Puente”. Iker y
Sira, que posteriormente se convertirían en mis suegros, regentaban aquél típico
local en la confluencia de las calles Ronda con María Muñoz. ‘¿Y cómo se
vive en los Estados Unidos? –dijo la mujer a la vez que cortaba un trozo
bastante generoso de tortilla cuajada al punto que regué con chacolí– Anda
que no está eso lejos. ¿Has venido de vacaciones?’. ‘No, exactamente. Mi
abuela se muere, somos del Valle de Carranza’. ‘Alaia –llamaron a
alguien por el hueco de la escalera–, ¿quieres bajar de una vez, por favor?
La culpa es tuya que la consientes demasiado’. ‘Eso, tú como siempre,
escurriendo el bulto’. Ellos también se echaron a reír al ver que yo lo
hacía. Entonces, empujando la puerta abatible con la cadera, apareció la chica
más guapa del mundo. ‘Hija, mira, este joven y atractivo caballero viene de
Minnesota’. ‘Vaya, un verdadero yanqui del Medio Oeste, ¿eh?’. ‘¿Por
qué no te encargas tú de que no le falte de nada?’. ‘¡Ay, mamá! Eres tremenda
y la mayor lianta que conozco’. ‘Venga, enséñale nuestras cosas’.
‘¿Conoces
las Siete Calles?’. ‘No’. ‘¿Y el muelle Marzana o el mercado de
la Ribera?’. ‘Tampoco’. ‘Imagino que ni idea de El Arenal por donde
pasea todo bilbaíno de pura cepa. Y supongo que, el lavadero de mujeres te
suene a chino, claro.’. ‘Alaia, para mí esto es nuevo –le dije en
nuestra segunda cita–, pero quiero verlo todo’. ‘Entonces, empezaremos
por el Ascensor de Begoña, que lo construyeron en 1949 y, ¿a qué no sabes por
qué?’. ‘Obvio que no’. ‘Para unir el centro con el barrio de
Santutxu. Además, quiero que vayamos a “los arcos de la Plaza Nueva. Dicen que
allí, en los bares escondidos entre sus columnas, se han dado los besos más apasionados
de la ciudad’. ‘Pues no se hable más, ¿hacia dónde tiro?’. Nos citábamos
cada tarde. Me había enamorado como un perdido y ella también. La abuela murió mes
y medio después, lo cual significaba que, en cuanto tuvieran arreglados los
asuntos legales nosotros volveríamos a Estados Unidos, y yo no quería. Una
noche, mientras abríamos las camas, le planteé a papá la posibilidad de
quedarme un tiempo para conocer Euskadi, pero su respuesta fue tajante: ‘¿Qué
quieres, que tu madre me la líe?’. Él se pasaba muchas horas en el monte,
pensativo, con la bota de vino colgada del hombro y un palo con el que ayudarse
por los terrenos empinados. De regreso vio que dos de sus hermanas montaban en
cólera conmigo, porque se rumoreaba que yo salía con la hija de un tabernero
bien situado y que, a la caída del sol, se nos veía meternos mano en el Estanque
del Parque de doña Casilda, al que todos llaman “el de los patos”. ‘¿Es eso cierto,
Markel? –me pregunta–. Aquí las cosas funcionan de otra manera’. ‘Te
lo puedo explicar’. Así lo hice, y aquella historia de amor le recordó
tanto a la suya que, tras pensárselo unos minutos, propuso el siguiente trato:
volver con él, acabar el curso y luego, si seguía sintiendo lo mismo, vendría a
España a pasar el verano…
4.
En el décimo aniversario de la muerte de Alaia, y en vista de que no levantaba cabeza, mis padres se empeñaron en pasar la Nochevieja en Nueva York, imaginando que el ambiente festivo de Times Square cuando cae la bola animaría mi alma en pena. ¡Qué tontería!, pensé, ya que lo único que me apetecía era seguir arrastrándome bajo el paraguas de una melancolía convertida ya en sustancia tóxica. Pero cedí a sus deseos para no frustrarlos. Caminaba distraído por la calle 46 hasta salir a la Quinta Avenida y llegar a la librería Barbes & Noble, donde pensaba adquirir el libro: “Esto lo cambia todo”, de la periodista y activista, Naomi Klein, en el que describe, con absoluta brillantez, que el capitalismo va contra los testimonios que argumentan la acelerada transformación de la climatología y sus consecuencias. Deanna Leone se situó por detrás de mí, aguardando turno para pagar. La miré y, en un intento de resultar simpático, dije: ‘¿Los va a leer todos? –el comentario sonó absurdo y fuera de lugar–. Disculpe la indiscreción –me sonrojé al notar su enojo–. No pretendía molestarla’. ‘Pues mire, así lo compensamos –relajó el entrecejo–: todos los míos frente al suyo’. ‘Es para mí –sonreí, encajando la ironía–. Bueno, también buscaba biografías de actrices y actores de Hollywood, para regalar, pero no doy con la sección’. Señaló justo a mi derecha y ahí estaban. Salimos a la acera, atestada de gente, con un montón de paquetes en las manos. ‘Veo que ha tenido suerte’. ‘Sí. Llevo una de Steve McQueen y otra de Bette Davis. Gracias por la ayuda, de no haber sido usted nunca las habría encontrado’. ‘¿Le apetece tomar algo?’. ‘Claro’. ‘Vamos al Café Manhattan, hacen los mejores huevos revueltos de toda la city’. Nos abrimos paso entre la multitud que iba a la carrera para llegar los primeros a la parada de taxis. Acostumbrado al ritmo pausado de Rochester aquella locura me agobiaba. Accedimos al local por una puerta que destapó un espectáculo interior muy agradable, con apetitosas vitrinas conviviendo dentro de ellas los mejores ingredientes para elaborar tu propia ensalada o aquellos postres prohibidos a los que era imposible resistirse, por mucho que la conciencia aconsejara lo contrario. En la segunda planta, sentados en una de las mesas pegadas a la barandilla, la vista del recinto era acogedora y el trato a los clientes exquisito. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘Trabajo para The Climate Reality Proyect’. ‘Entonces, ¿eres de los que van pregonando que el Ártico desaparecerá?’. ‘Bueno, es una evidencia. Está pasando. Al ser los veranos más cálidos gran parte de la banquisa se derretirá, y la última en hacerlo será una región al noroeste de Groenlandia. Tanto es así, que, mientras perdure un poco de hielo las morsas y los narvales migrarán allí’. ‘Eso es muy discutible. Sólo el Creador puede cambiar el rumbo de las cosas’. ‘Te equivocas. Los causantes somos nosotros con nuestra irresponsable actuación, por eso es fundamental poner en práctica las soluciones que tenemos al alcance. Necesitamos unanimidad mundial y el serio compromiso de la clase política para el cumplimiento de las leyes que protejan los recursos naturales, siempre en desventaja ante los económicos’. ‘El pueblo americano no cree dicho discurso’. ‘¿Eso piensas? Pues, fíjate: California está a la vanguardia desarrollando energías renovables al ver como los grandes incendios destruyen su territorio o Miami que aprecia ya la subida del nivel del mar se replantea algunos cambios. En ambas costas hay colectivos movilizándose, personas que empiezan a desarraigarse del concepto de posesión y de consumo tan entroncado en nuestra sociedad’. ‘Uy, pues yo qué quieres que te diga, no me parecen alarmantes las emisiones de CO2 de la industria, hay que escuchar a los verdaderos entendidos y no a los gurús propagandistas’. ‘Entonces, sabrás que la comunidad científica opina que es urgente eliminar progresivamente la expulsión de esos contaminantes’. ‘Oye, me tengo que ir. Ha sido muy interesante este encuentro, me gustaría repetirlo. Quién sabe, quizá en el futuro hagamos cosas juntos’. ‘¿Por qué no?’. Y así fue como esta mujer, que se cree a pies juntillas los milagros descritos en la Biblia, entró a formar parte de nuestras vidas…
Hija de un terrateniente de Texas y una criada de origen judío, procedente de Polonia, Deanna Leone fue abandonada a los pocos días de nacer por su madre biológica en el barrio neoyorquino de East Harlem. Envuelta en una pequeña manta, hambrienta y casi en estado de hipotermia, la encontró una afroamericana que iba camino del trabajo. Dentro del pañal llevaba un papel explicando las verdaderas razones que la obligaban a renunciar a la maternidad y también la identidad de la criatura. A la mañana siguiente, faenando en la casa donde servía desde hacía más de tres décadas, consultó con la señora si debía acudir a los servicios sociales, la otra, según escuchaba, pensó y dijo: ‘Yo me ocupo del bebé, Helen. No se apure’. A menudo quiso preguntar por el paradero de la niña pero nunca se atrevió. Los señores movieron los hilos para que un predicador cristiano evangélico, de Carolina del Norte, y su esposa, tras fallidos intentos para concebir, la adoptaran y criaran dentro del ambiente ultraconservador que marcaría, inexorablemente, su actitud ante la vida, aunque, como se verá más adelante, el tiempo suavizará determinadas posturas radicales que defendía con vehemencia.
El 3 de marzo de 1991, Rodney King, de Sacramento, y raza negra, en libertad condicional por robo, y temiendo ser devuelto de nuevo a prisión, se negó a detener el carro que conducía por la autopista, a gran velocidad, hasta que en el distrito de Lake View Terrace, frenó y, al bajarse, recibió una brutal paliza por cuatro miembros del Departamento de Policía de Los Ángeles. Una semana después se extendieron las protestas por varios estados del país. Algunos reverendos afines al ala más carca del clero pidieron a sus feligreses que no apoyasen las manifestaciones. Deanna no pensaba hacerlo. Sin embargo, se vio envuelta en mitad de la calle cuando iba a la iglesia con su grupo de oración. Fue ahí donde presenciaron el linchamiento a mujeres, hombres, niños… En definitiva: personas convertidas en trofeos de odio. Entonces, una anciana muy parecida a aquella otra que la salvara de una muerte segura estaba a punto de ser aplastada. Sin dudarlo, tiró de ella para apartarla de la muchedumbre que corría descontrolada. Se acercó a su oído y, entre sofocos, dijo: ‘Ahora, estamos en paz’.
De vuelta al hotel, aprovechando que mis padres no estaban, coloqué en su habitación los regalos junto a la chimenea. Abajo, en la zona del bar, pedí un whisky mientras observaba con envidia, a las parejas que iban y venían hacia los ascensores. Y, así, mirándolos, recordé que uno de los mejores años para mí fue 1995, porque, tras pasar varios meses recorriendo Alaska –trabajaba ya para National Geographic– con una expedición de científicos estudiosos de la atmosfera, cuyo objetivo era denunciar el empeoramiento que sufría la orografía de esa rica zona de la tierra y la consiguiente afectación del efecto invernadero en sus costas y ríos que atraviesan dicho estado, Alaia fijó su residencia conmigo en Rochester. Al principio, los continuos viajes dificultaban la fluidez de nuestra relación, resultando complicado consolidar planes de futuro. Pero, poco a poco, nos adaptamos al presente, aprovechando al máximo el tiempo que pasábamos juntos. Sin embargo, en Estados Unidos ocurrió el mayor ataque terrorista anterior al 11-S. El 19 de abril, a las 9:02 a.m., en Oklahoma City, estalló un camión lleno de explosivos de fabricación casera contra el Edificio Federal Alfred P. Murrah donde murieron 168 personas y resultaron heridas más de 680. Era miércoles y nos pedimos el día libre para comprar algunos muebles, cosas muy sencillas de segunda mano que ella quería para la casa –mi concepto de la decoración se basaba en los trastos viejos que mamá desechaba–. Desayunamos sin prisa, escuchando el piar de los pájaros, el vaivén de las hojas de los árboles arañando el cristal de las ventanas, amándonos con cada mirada, respirando la grandeza del otro y admirando la capacidad de entrega, algo parecido a rozar el universo con la yema de los dedos. No obstante, la felicidad duró hasta que comenzó a vibrar su teléfono móvil alterando de arriba abajo nuestra jornada. ‘Enciende el televisor, amor –dijo, metida en el traje de reportera que tanto me asustaba–. Está bien, señor. Enseguida voy’. ‘¿Qué pasa?’. ‘Ha estallado una bomba. Me tengo que marchar, salimos en una aeronave militar. Siento mucho romper los proyectos para hoy, pero esto funciona así’. Aunque lo sabía, costaba aceptarlo, fundamentalmente por el peligro que a veces corría. ‘Están diciendo que un tal Timothy McVeigh y Terry Nichols, con otros dos cómplices que todavía no han sido identificados –grite para que me escuchara–, son los presuntos autores’. ‘El primer nombre me suena muchísimo… Deja que haga memoria –era una enciclopedia andante–. ¡Ah sí!, es un veterano de la Guerra del Golfo’. ‘¿Y el segundo? –pregunté–. Espera, que… Bueno, lo único que dicen es que se conocieron en el ejército’. El coche enviado por la revista aguardaba fuera para llevarla a la base. Coloqué en el maletero las bolsas con el equipo fotográfico y su mochila en la que siempre llevaba algo de comida, agua y varias baterías de repuesto. ‘Ni se te ocurra empezar la tarta de manzana hasta que yo no vuelva’. Me besó en los labios y sólo pude decir: ‘Llámame…’. Ha dejado un legado gráfico tan extenso que en los momentos polares me ayuda a recordar.
5.
Dieciocho meses después de que el huracán Katrina se llevara por delante la vida de
Alaia, Iker y Sira, la burocracia me obligó a viajar a España porque la familia
reclamaba la herencia a la que ellos tenían derecho, ya que nosotros nunca pedimos
la inscripción consular para hacer efectivo aquí el matrimonio. Mamá consultó a
un amigo abogado por si yo tenía algún derecho legal al respecto, a pesar de
que lo único que me interesaba era terminar pronto y regresar cuanto antes. Así
que, llegué a Bilbao con un manojo de llaves en el bolsillo, los deberes
hechos, la moral por los suelos y el miedo a lo desconocido agarrado al runrún de
las tripas. Cuando deseché el último cerrojo de la vivienda ubicada encima de la
taberna, olía a vacío. Antes de rebuscar en los cajones buscando el presunto testamento
que no aparecía, abrí una botella de txacolí con sabor a nostalgia. Me
sentía un intruso vulnerando la intimidad de quienes, en realidad, apenas conocía.
Empecé por la cocina, quizá porque al ser la pieza principal en el hogar de los
norteamericanos, pensé que, entre latas de conserva caducadas encontraría la
pieza del puzle exigida con agresividad. No fue así. Recorrí los dormitorios con
la misma delicadeza de quien trasplanta una orquídea para no romper sus raíces.
Sin embargo, en el rellano de la escalera donde también había huellas
inconfundibles de ratones, me llamó la atención un mueble corto y estrecho que desentonaba
con el resto. Necesité un cuchillo de hoja robusta para apalancar la puerta
haciendo saltar por los aires el pequeño pestillo oxidado. Dentro, una libreta con
nombres escritos en euskera y diversos documentos que me propuse ordenar conservaban
el polvo del olvido incrustado en las tapas. Una característica muy americana
es la individualidad del ciudadano motivándonos desde una edad temprana para
ser independientes y responsables de las propias decisiones, pero quizá el
mayor defecto que tenemos como sociedad sea creer que más allá de los Estados
Unidos no hay ningún otro país, excepto Canadá al norte y México al sur. Por
eso, mientras deslizaba la vista por los papeles descubrí por primera vez las palabras:
izquierda abertzale, Euskal Herria, lehendakari, velódromo de Anoeta, Batasuna,
herriko taberna…
Desde que uno de mis primos convirtiera
la casa de la abuela en una atractiva posada rural, atrayendo hasta la aldea de
Herboso a un tipo de gente que desmarcándose de las masas y lo convencional optaban
por el agroturismo para pasar sus vacaciones, en toda la comarca no se hablaba
de otra cosa más que de las rutas que él mismo organizaba, haciendo que los
clientes disfrutasen a pleno pulmón de la belleza del Valle de Carranza. ‘Dime
una cosa –pregunto, mientras me instalo en la mejor habitación del pajar–: ¿Cómo te dio por montar esto?’. ‘Me
dejó la novia cuando íbamos a casarnos y no soporté la posibilidad de encontrarme
con ella cogida del brazo de otro. Así que, puse el monte entremedias’. ‘Vaya,
lo siento. Pero conste que me alegro mucho del éxito que cuentan que tienes’.
‘No te creas todas las habladurías’. ‘Este entorno empareja bastante
con los principios de la actividad profesional que ahora desarrollo’. ‘¿A
qué te dedicas?’. Preguntaba desganado y por puro compromiso. ‘Soy activista
contra el cambio climático. Vamos por ahí concienciando a la gente porque, o
nos ponemos las pilas, o esto se va a la mierda’. ‘¡Vaya, vaya! Ahora
resulta que el yanqui es más vizcaíno de lo que pensábamos’. ‘No te rías
de mí. Oye, imagino que en invierno apenas tendrás clientes y será duro estar
solo’. ‘Pocos, pero te acostumbras a la soledad. Además, da tiempo para
preparar la temporada siguiente. Mira, dejemos las cosas claras: si te manda tu
padre porque quiere parte de lo suyo, sepas que todos los meses ingreso el alquiler
en la cuenta que abrieron los hermanos’. ‘El motivo que me trae es muy
diferente y no viene al caso. Aclárame, por favor, de qué va esto –le enseño
los documentos–. Es que no entiendo
nada. Mi mujer jamás habló del tema, salvo algún vago comentario cuando
sufríais atentados y, la verdad, después de leer estos textos tengo mucha
curiosidad’. ‘¿Te apetece una alubiada?’. ‘No
sé lo que es’. ‘Alubia roja con sacramentos. Quiero decir con costillas
de cerdo, morcilla, chorizo y tocino. ¿O prefieres una salsa de puerro que por esta
región conocemos como purrusalda?’. ‘Lo primero suena mejor’. Los troncos
de madera crujían en la chimenea marcando el compás de nuestra conversación. Jamás
había comido tanto ni tan rico junto a otro comensal que cuidase con absoluto mimo
hasta el último detalle gastronómico. Acostumbrado a beber vino o cerveza, al
final de la cuarta copa de pacharán manifesté un ligero mareo que no impidió prestar
atención a lo que oía. ‘¿Más licor?’. ‘No, ni pensarlo. ¿Crees que mi
suegro perteneció a la banda terrorista?’. ‘Hombre, puede que no fuera
un miembro activo, pero desde luego simpatizante parece que sí. Veo que no
conoces nada de nuestra historia, han sido tantos años de drama que lo de ahora,
a partir de mayo de 2018 cuando a través de un comunicado anunciaron que se
disolvían, es una liberación’. ‘¿Por qué no habláis de ello con
naturalidad?’. ‘Pues, por aburrimiento y tedio’. Hacía horas que el
fuego se había apagado y la madrugada nos sorprendió con una resaca de caballo,
con el frío metido en los huesos y una sensación de paz infinita, dije: ‘¿Me
puedes acercar a Bilbao?’. ‘¿En el remolque del camión como la otra vez?
–reímos–. Por supuesto que sí’. ‘Gracias
por la velada y por todo’. ‘Vuelve cuando quieras’. ‘Lo haré’.
‘¿Dónde has quedado con el abogado?’. ‘En su despacho’. ‘Te
acompaño’.
Aguardábamos
pacientes en la sala de espera del bufete situado en la calle Máximo Aguirre esquina a Rodríguez Arias Kalea. El primo
Andoni chascó la lengua nada más ver a la persona que venía a nuestro encuentro
y que después se presentó como el representante legal y portavoz de la familia
de mis suegros. ‘¿Qué pasa? –pregunté, antes de que el otro lo escuchara–
¿Por qué te pones a la defensiva?’. ‘Es que no tiene buena fama. Dicen
que en 1990 estuvo involucrado en el mercado negro obteniendo licencias para la
proliferación de máquinas tragaperras extendidas por la comarca. Al parecer había
una flota superior a la permitida, lo cual perjudicó a mis hermanos. Si quieres,
después te lo explico –pero no quería. En realidad, me importaba un bledo–.
Ahora, seamos amables y ten cuidado, es muy hábil manipulando a la gente’. No
había mucho que dialogar, excepto hacerle entrega de los dos juegos de llaves
que tenía de la casa y firmar un documento donde me comprometía a no reclamar jamás
nada. Tan sólo, y sin que lo supieran, cogí un equipo fotográfico de Alaia. Cuando
nos separamos de él, dije: ‘Si no tienes inconveniente, voy a quedarme algunos
días más’. ‘¿Y por qué lo iba a tener? Encantado de que lo hagas. ¿Te
gustaría conocer algo de la zona?’. ‘Me encantaría’. ‘Entonces,
iremos a un sitio espectacular que limita con Cantabria. Una de las rutas que
organizo para mis clientes es a la Ventana Relux, las vistas desde allí son
impresionantes. Tú y yo tendremos, más o menos, la misma talla, necesitarás
ropa de montaña’.
Equipados
para atravesar el monte, caminamos por el lateral de una angosta carretera dejando
atrás el pueblo de Herboso y adentrándonos en los espacios verdes tan
arraigados a la tierra firme que enrola al vizcaíno de pura cepa. ‘¿Esto
está deshabitado?’. ‘No. ¿No ves la leña amontonada a un lado? Se
preparan para el invierno, aquí hace mucho más frío que en la capital y quizá no
puedan salir en un tiempo, han de tener provisiones’. Sentía una presión bastante
fuerte en los pies, y debí de manifestarlo en el rostro porque entre El Callejo
y Ambasaguas hicimos un alto para reponer fuerzas. ‘No sé cómo puedes andar
tan deprisa con eso –dije, señalando el calzado–, a mí me está matando’.
Sacó una hogaza de delicioso pan blanco, medio queso, chorizos que me supieron
a gloria y una bota de vino –nunca había bebido en algo así–. ‘Anda, háblame
de tu trabajo’. ‘¿Qué quieres saber?’. ‘¿Cómo te hiciste activista?’.
‘El Katrina no se llevó por delante sólo a mi compañera, también nuestros sueños,
aquellos que alimentamos con complicidad y deseo de crecer y llegar juntos a la
cumbre de la vejez, cosas sencillas que estructuraban el perfil de lo que
éramos como pareja. Todo a mi alrededor se transformó en un gran solar del que
nunca más fluiría la vida. Descuidé tanto el aspecto físico que de repente me
convertí en una persona desaliñada y con manchas de alcohol salpicadas por la
camisa. Una mañana, camino del Mayo Civic Center, encontré por casualidad a dos
de mis antiguos alumnos’. ‘¿Es un sitio importante?’. ‘Digamos
que es un complejo donde se celebran convenciones, eventos deportivos…, todos
los acontecimientos multitudinarios que imagines. Pues bien, asistían a la
conferencia que la neoyorquina Lois Gibbs, fundadora del Centro de Salud, Medio
Ambiente y Justicia, daba en una de las salas principales. Me animaron a ir con
ellos y, hasta hoy’. ‘Esa mujer debe tener mucho poder para convencerte’.
‘Su trayectoria es peculiar. Comenzó cuando descubrió que la escuela a la
que asistía su hijo de 5 años, en Las Cataratas del Niágara, en Nueva York, fue
construida sobre un vertedero de desechos tóxicos, al igual que todo el
vecindario. Asustada por los síntomas de enfermedad que manifestaban ya algunos
niños, luchó muchísimo con los gobiernos local, estatal y federal, hasta que,
gracias a la recogida masiva de firmas, consiguieron evacuar a las familias
afectadas’. ‘Ya, pero hay que tener las ideas muy claras para dedicar tiempo
y esfuerzo en una causa que a mí me parece perdida’. ‘Bueno, lo
fundamental es no mirar para otro lado y reconocer que hay problemas
medioambientales, pero también que existen soluciones, a veces tan simples como
estar dispuestos a cambiar nuestros hábitos y costumbres.’. ‘Hombre, pasar
de lo cómodo a lo austero no es apetecible’. ‘Bueno, pero no se trata de
prescindir de la tecnología que nos permite aprovechar mejor los recursos
naturales. Nosotros somos Homo Sapiens’. ‘Aprendemos muy bien la teoría,
otra cosa es llevarlo a la práctica. Mi negocio funciona sin lujos, tú lo estás
comprobando. Sin embargo, a veces, hago cosas que no me gustan para atraer a
otra clase de clientes que dejan mucho más dinero’. ‘Es urgente reflexionar.
Vivimos eclipsados por la sociedad de consumo, por este usar y tirar a precio
de ganga. Compramos artículos baratos sin pensar que su bajo coste se debe a
que están hechos por personas explotadas y hacinadas en talleres clandestinos’.
‘Mira, en eso estamos de acuerdo, tenemos más de lo que necesitamos’. ‘Bravo,
acabas de dar un primer paso’. ‘¿Cuál?’. ‘Admitir una evidencia’.
‘¿Me ayudas a montar la tienda de campaña?’. ‘Claro’.
La
ubicación privilegiada que tiene el estado de Minnesota, además de la abundancia
de lagos, es propicia para avistar el fenómeno de la aurora boreal, comúnmente conocido
como “las luces del norte”, que tanto disfruté en la infancia cuando papá
organizaba excursiones para nosotros dos. No obstante, pocas veces había contemplado
las estrellas brillar con tanta intensidad como aquella noche al raso, junto al
fuego que prendió mi primo mientras contaba anécdotas y aventuras de nuestros
antepasados y, recordábamos canciones de cuna en euskera. A la mañana siguiente
me dolían todos los huesos, pero la experiencia mereció la pena. Levantamos el
campamento y reanudamos la marcha. He de reconocer que el paisaje era
espectacular, el oxígeno que respirábamos sanador y la compañía inmejorable. Atravesamos
los verdes pastizales que dominan la sierra de Ubal, y lo hicimos bajo la vigilante
mirada de los buitres preparados quizá para la caza de alguna presa. Y, así,
llegamos a la Ventana Relux, con un sol espléndido que facilitó visualizar el
mar a lo lejos. Estaba tan ensimismado que quería asomarme por el arco para ver
lo que había al otro lado. ‘Cuidado, Markel, ahí sólo encontrarás el abismo –advierte
él– y, la verdad, no me apetece recoger tus pedacitos’. ‘Lo siento,
es que estoy fascinado y me he dejado llevar’. De vuelta a Herboso nos
hicimos algunas fotos entrañables: sobre el carro que tiró del ganado, en la
terraza desde la que veía llegar a mi padre del campo y la última, ya en la
ciudad, en un hermoso atardecer en el Puente de San Antón, con la Ría de Bilbao
como invitada de lujo. Antes de desaparecer por la puerta de embarque y tras
buscar refugio en la calidez de su abrazo, dijo: ‘Jamás olvides de dónde
vienes’. ‘No lo haré. ¿Vendrás a visitarme a Rochester?’. ‘Ya veremos.
La próxima vez que vuelvas prometo tener el jardín vertical en la fachada de la
casa’. Años después, antes de declararse la pandemia que diezma a la
humanidad, regresé a Euskadi acompañado de Georgia Hardin y William Harrison, que
acababa de enviudar. Pero, el primo Andoni, ya no estaba…
6.
La súplica desesperada de George
Floyd tendido en el suelo con la rodilla del policía presionando su garganta y
la frase I can’t breathe dando la vuelta al mundo, ha reactivado el volcán
del racismo siempre en ebullición, dado que, desde entonces, conocemos más
casos con un final igual de terrible. En la pequeña oficina The Climate Reality
Proyect, de Rochester, la actividad es frenética. Trabajamos sin descanso en
los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobado en septiembre de 2015, en
Naciones Unidas, y cuya culminación será haber alcanzado la Agenda 2030 sin que
algún fleco quede suelto. ‘Markel, ¿tienes por ahí el dossier del programa
ecológico con lo esencial para desarrollar el circuito alimentario de proximidad?
–pregunta un compañero–. Hay que repasarlo, creo que no hemos contado
con un detalle importantísimo’. ‘¿Cuál?’. ‘Pues que quienes viven
por debajo del umbral de la pobreza y lo han perdido todo, no disponen de acres
propios o arrendados para montar un huerto, así de rotundo. Por tanto, ya me
diréis cómo coño lo hacemos, porque si no hay terreno de nada sirve aprender a
preparar tu propio abono y mucho menos hablar de cultivo, de basura
reconvertida en nutriente o de jardines verticales que ayuden a eliminar parte
del CO2 que
producimos’. ‘Tienes razón. Sin embargo, ahora hay muchos pueblos vacíos
donde se podría hacer, además de fomentar la economía local al priorizar la
proximidad y la temporalidad. Se me ocurre algo…’. –Giré la cabeza y ahí
estaba él, sentado en la mesa contigua a la mía.
Jeff
Blocker es un crack de la documentación. ‘Jota –es como le llamamos–,
señala en este mapa las coordenadas del área donde sería posible llevar a cabo
esto que acabamos de decir’. ‘Primero diferenciemos distintos aspectos –se
ajusta la gafa empujando sobre el puente con el dedo corazón–: no es lo mismo
hablar de escenarios despoblados a consecuencia del aumento incontrolado de desempleo,
y en cuya consecuencia se han visto obligados a migrar a otros lugares para
sacar a los suyos adelante, que de minúsculos territorios donde unos pocos
vecinos conviven distanciados, apenas sin recursos’. ‘A ver, dispara’.
‘Si hay un sitio emergente peleando por superar la decadencia tras la crisis
automovilística que mordió la prosperidad de aquellos que dependían de ella,
esa es, sin duda alguna, la ciudad de Detroit, donde concretamente, en el
distrito North End, en el mismo centro, funciona la asociación sin ánimo de lucro:
The Michigan Forming Iniciative, dedicada a recuperar espacios vacíos en entornos
verdes y limpios, abriendo granjas donde antes había naves industriales’. ‘Pero
la idea que tengo no es exactamente un estilo de vida agrihood –interrumpo–,
sería parecido, pero más que expandir comunidades rurales lo ideal es que el
individuo, conectado con la tierra, sienta dentro de sí el fruto labrado con
esfuerzo y perseverancia’. ‘Entonces, me lo pones muy fácil, el
Municipio de Elvira, con menos de cuarenta habitantes se ajusta mejor’. ‘¿Y
dónde demonios está?’ ‘En el condado de Buffalo, en Dakota del Sur.
Pero, ahora que pienso, en esa misma zona, Gann Valley, encajaría mucho mejor
al contar sólo con catorce habitantes’. ‘¿Tienes algo que hacer?’. ‘La
colada y arreglarme la barba’. ‘Bueno, prometo lavar tu ropa y, en cuanto
a afeitarte, a mí me parece que así estás muy bien. Venga, en marcha…’.
Mientras
vamos en mi coche Jeff Blocker habla de los desencuentros que tiene con Nelson
y William cuando le piden alguna información que necesitan de la herramienta
digital Reality Drop, que recopila noticias sobre cambio climático y donde
los usuarios comentan todo lo publicado en los medios de comunicación, así como
lo dicho o escrito por los negacionistas. Nunca he mediado entre compañeros que
no se llevan bien, por eso, y para no escuchar las mismas quejas durante las 368
millas que tenemos por delante, enciendo la radio. ‘Al final han imputado al
exagente Brett Hankison por la muerte de Breonna Taylor, la joven de 26 años
tiroteada a sangre fría en Louisville’. ‘Es la metrópoli más grande de Kentucky’.
‘ Sí, pero no los otros dos compañeros que iban con él –dice,
concentrado en la información que están dando–. Menos mal que el FBI
investiga si fueron violados los derechos civiles de la mujer. No sé, pero es
como si quisieran aniquilar a la población afroamericana’. ‘Tienes
toda la razón. La asesinaron dos meses antes que a George Floyd –contesto–.Fíjate
que era técnica en emergencias sanitarias, una chica que nunca se había visto envuelta
en jaleos. Y mira por dónde, aquella noche durmiendo en el apartamento con su
novio, les confundieron con los integrantes de una red de venta de drogas. Y
claro, a partir de este punto las versiones se cruzan. Total que la única
realidad es que ella perdió la vida’. ‘Oye, estamos llegando, ve más
despacio’.
Me
apeo del auto y tengo la sensación de pisar el suelo de un paisaje que presumo recio
donde el silencio ha mutado desde las raíces hasta sus habitantes. ‘No
fastidies, Jeff. Aquí va a ser complicado poner en marcha el proyecto –el
comentario suena molesto, lo reconozco–, la mayoría sólo se balancea en las
mecedoras de los porches. ¡Míralos, coño! Dime tú cómo lo hacemos’. ‘Fíjate
bien en ellos y verás luz en su mirada’. ‘No sé, lo que veo es el perfil
de la América Profunda bajo la sombra del Partido Republicano. Compatriotas que
lucharon en la Segunda Guerra Mundial anteponiendo el amor a la patria en
detrimento de sus allegados. En definitiva, que no creo que estén dispuestos a
escucharnos y menos aún a cuidar del clima’. En la casa más alejada un cacareo
de gallinas da la bienvenida a los forasteros si el viento no sopla ensortijando
los matorrales. La dueña, entrada en los setenta años, vestida de granjera, situada
detrás de la barandilla de madera con los bordes desgastados, encarama un rifle
a la vez que avisa: ‘Un paso más y os vuelo la tapa de los sesos, muchachos’.
‘Cálmese, y deje que nos presentemos’. Así lo hacemos. Lo siguiente fue explicarnos,
aunque nos cortó casi antes de empezar. ‘Veréis hijos, nosotros no
necesitamos que vengáis en plan salvadores del mundo a darnos lecciones de cómo
tenemos que vivir, lo que hemos de comer o la forma de cultivarlo. Cada huerto
es la identidad de su agricultor, lo que le gusta y lo que no. El agua, la
electricidad, el petróleo y demás elementos están ahí para hacernos la vida más
fácil, son sagrados y variar su procedencia es un pecado mortal que Dios castigará
enviándonos plagas. Así que, habéis hecho el viaje para nada’. ‘Sí, supongo
que no ha sido buena idea’. ‘Largo pues o tendréis que lamentarlo’. Rumbo
a Rochester, Jeff conduce concentrado en la carretera de interminable recta,
como casi todas las que conectan los Estados Unidos. ‘No te apures –digo–.
Esto también nos ha servido de experiencia. ¿Tú crees en la peste divina?’.
‘No digas tonterías, Markel’. ‘Ese pensamiento lo tienen muchos
lugareños y, por tanto, será nuestro mayor objetivo: ser capaces de que vean las
cosas desde escenarios realistas. No sería mala idea hacer una visita a esa
asociación que dices de Detroit, me parece muy interesante eso de reconvertir
espacios vacíos en entornos verdes y limpios’. ‘Pues, cuando quieras…’.
Paramos
en el único motel de carretera que encontramos sin las luces de neón apagadas.
Un hombre obeso, menos pendiente de nosotros que del habano que tenía entre los
labios, nos lanzó sobre el mostrador las llaves de las habitaciones 27 y 29. ‘Si
quieren toallas limpias por la mañana son $10 más. No hay buffet, tampoco
teléfono, ni wifi y no quiero jaleos, ni prostitutas, ni borrachos. El baño está
al final del pasillo y los accesorios de jabón, loción o ducha caliente lleva
un complemento a parte. ¿Alguna pregunta?’. ‘Sí –contesto–: ¿Dónde
se puede comer alguna cosa?’. ‘A veinte millas de aquí está la ciudad de
Hartford, puede que encuentren algo abierto’. Pegado al Casino, en Caribou
Coffee, pudimos tomar unos sándwiches que nos parecieron de buena calidad. ‘¿Me
apetece una copa –dice Jeff–, ¿probamos suerte en la ruleta?’. ‘Prefiero
irme a dormir’. ‘Venga, hombre, no seas soso’. Accedí. Nos acodamos
en la barra. No había muchas personas excepto los típicos solitarios, mudos,
ausentes, perplejos, vacíos… Mi compañero movía las fichas de una mano a otra,
nervioso. Vi de reojo cómo se reproducían las gotas de sudor en su frente.
Incapaz de contralar la zozobra derrama los cócteles Vieux Carre recién puestos.
‘Joder, casi me empapas –digo contrariado–. Oye, es mejor que nos
vayamos’. ‘Ni hablar’. El barman hizo una seña y rápidamente salieron
a limpiarlo. Estoico, aguanto el tipo mientras asisto a la casi ruina de mi
amigo. ‘¿Por qué no paras ya?’. ‘Porque tengo un pálpito y creo que
es mi noche de suerte’. Pero no lo fue. En el aparcamiento se nos acercan dos
chicas. Me siento un poco mareado, sin duda el alcohol empieza a hacer su
efecto. Jeff se mete con una de ellas en el coche y yo estoy violento. ‘¿Dónde
quieres que lo hagamos, encanto? –escucho a la vez que me agarra por la
bragueta– No serás uno de esos tipos que usan juguetitos raros. Mira que soy
muy tradicional en mi trabajo’. El ambiente desapacible de la noche cerrada
nos lleva a una especie de cobertizo junto a la gasolinera. Me tiendo sobre
unos fardos de mantas y la dejo manejar. La imagen de Alaia reflejada en la
ventana parece decirme que todo está bien. Giro la cara para no ver la de la
prostituta y, al cerrar los ojos, no puedo evitar sentir un inmenso desprecio
hacia mí mismo. A la mañana siguiente Jeff dice que se va a quedar unos días en Hartford, así que regreso solo a Minnesota.
7.
‘Queremos que dirijas una expedición
muy importante –los jefes me citaron en Cooke Park evitando así la
intromisión de chismosos–. Tienes libertad para elegir a tu equipo y también
al pequeño grupo de estudiantes que os acompañarán. Esto último no es negociable
ya que el intermediario que recauda fondos para nosotros lo pone como condición’.
‘¿Dónde es?’. ‘Esa es la cuestión, que somos conscientes del esfuerzo
que te vamos a pedir’. ‘Soy todo oídos –me pongo nervioso–. No me
gustan los misterios ni las sorpresas, así que: al grano’. ‘Viajaréis a Luisiana’.
‘La respuesta es no’. ‘Markel, por favor. Deja que nos expliquemos y
después decides, ¿de acuerdo?’. ‘Vale’. ‘Hemos elaborado un
estudio donde se cuantifica el aumento de la “zona muerta” del Golfo de México
que, como bien sabes, se sitúa en la desembocadura del río Misisipi, entre las
costas de…’. ‘Conozco perfectamente la ubicación’. ‘Descubrimos
que la escorrentía que campa libremente arrastrando al mar fertilizantes generosos
en nitrógeno y fósforo, así como también aguas residuales, han trazado en esa
área específica del continente una franja contaminada que cada vez se hace más
amplia. Este fenómeno cíclico sucede en primavera y conlleva un aumento importante
de algas, las cuales, al descomponerse por el calor, disminuyen el nivel de hipoxia,
lo que implica la asfixia para los animales que andan por allí’. ‘Vuestra
propuesta es muy tentadora, os lo digo sinceramente, pero no puedo aceptarlo,
es doloroso para mí’. ‘Nos hacemos cargo. No obstante, medítalo. Nombra
a un codirector de tu confianza que te ayude y así no recaerá toda la responsabilidad
en ti’. ‘Lo voy a pensar. Ya os daré una respuesta’. ‘Sólo tienes
cuarenta y ocho horas, hay que partir de inmediato’.
Aquella
noche medité la propuesta y decidí contactar con Glenn Clemmons, científico canadiense
al que conocí en 2016, en la sección de mascotas de un supermercado eligiendo
comida ecológica para perros. Me fijé en el pin que llevaba sujeto en la solapa
The Reality Climate Proyect. ‘Yo trabajo ahí –dije, señalando la
chapa–. Nunca habíamos coincidido’. Se presentó y dijo que sus participaciones
en la organización eran puntuales. Así comenzamos una estrecha amistad que nos
ha conducido también a emprender varias iniciativas juntos. Nació en la isla de
Baffil y, a los veintidós años, tras ganar en un concurso de la tele un viaje a
la Antártida, cuyo paisaje le impresionó, decidió dedicarse a la investigación
para la conservación de la Tierra, registrando en gráficos el continuo
desprendimiento de las planchas de hielo. Lleva meses perdido en Aconcagua, la
mayor de la cordillera de los Andes, al oeste de la República Argentina, con un
grupo de alpinistas, antropólogos y expertos en la interacción humana, para
valorar el estado de las cumbres y la accesibilidad de las rutas, causando el
menor daño posible a la naturaleza. Así que, haciendo un cálculo de tiempo, intento
comunicar con él cuando comprendo que estará en el campamento descansando de la
agotadora jornada. ‘Markel, ¿eres tú? No escucho bien’. ‘Glenn, ¿me
oyes?’. ‘Aguarda un momento que salgo de la tienda, a ver si hay mejor cobertura’.
‘Hola’. ‘Ahora, sí. ¿Cómo estás, amigo?’. ‘Echándote de menos.
¿Cuándo vuelves?’. ‘Uf, no tengo ninguna gana. Esto es espectacular. Te
habría encantado venir. Y por allí, ¿cómo van las cosas?’. ‘Pues, más o menos,
sin novedades. En permanente campaña electoral, ya sabes. Oye, quiero proponerte
algo’. ‘Dime’. Termino de narrar la propuesta de los jefes y espero
a que responda. En realidad, a que se quiten las molestas interferencias. ‘¿Has
entendido lo que he dicho?’. ‘Sí, todo’. ‘¿Y?’. ‘Pues que…
Si tú vas, yo voy’.
En
la última reunión anual de antiguos alumnos del
Jefferson Elementary School, en Winona, a la que asistió Georgia Hardin,
coincidió en la misma mesa con un viejo compañero al que no veía desde la graduación.
‘¡No me lo puedo creer! ¿Robin?’. ‘¿Y tú eres…? –aunque trató de
hacerse el escurridizo lo cierto es que aquella chica tenía algo especial que le
atraía muchísimo–. ¿Qué tal, querida? ¡Cuánto tiempo!’. ‘Bastante,
sí. ¿Cómo te va?’. ‘Estupendamente’. ‘¿Al final conseguiste tu
sueño de ser arquitecto?’. ‘Me costó, pero sí. Tengo el despacho cerca
de aquí, no me he mudado de ciudad. ¿Y tú?’. ‘Mi familia se trasladó a
Rochester, y allí encontré otra escuela tan buena como ésta. Ahora trabajo en
una fábrica de suministros industriales, pero quiero dejarlo y dedicarme a la
cultura medioambiental’. ‘¿A la qué?’. ‘Es el estudio de la relación
de los seres humanos con el ecosistema haciendo un uso racional de las cosas
naturales que nos rodean’. ‘Muy idílico y bonito, pero la realidad es diferente’.
‘¿Tú crees? Desde tu profesión, por ejemplo, se pueden realizar cambios muy importantes’.
‘¡Ah, sí! ¿Cómo cuáles?’. ‘Sustituir el tejado de pizarra por uno
fabricado con gomas de neumáticos, colocar paneles solares para general electricidad,
aislar las paredes con un material que incluye en su elaboración un cincuenta
por ciento de soja, instalar un sistema de cisternas subterráneo que recoja el
agua de lluvia…’. ‘Coño, me dejas impresionado. Aunque, de hacerlo, dispararía
el presupuesto para nuestros clientes abocando al sector a una pérdida inevitable
de empleos’. La conversación terminó enmarcada en Sugar Loaf, un acantilado
impresionante que se encuentra por encima del cruce de la ruta 61 con la
autopista estatal 43. Ahora las cosas habían cambiado para ellos, estaban divorciados
y sólo les unía la hija de seis años que tenían en común.
‘¿Vendrás
a la reunión de esta noche? –pregunta Georgia Hardin, quien nos cautiva
siempre que cuenta algo personal–. Nelson, Glenn y yo no nos queremos perder
la cara de Deanna Leone cuando vea el alto porcentaje que hay de jóvenes conservadores
opinando que el gobierno federal, está haciendo poco o nada por frenar los problemas
medioambientales, lo cual puede desembocar en un más que probable vuelco
electoral’. ‘¿Eso piensas?’. ‘Sí, no me cabe ninguna duda’.
‘Pues yo no estoy tan seguro –contesto–. Ya sabes que ella niega el
calentamiento global fundamentándose en el capítulo 8 del Génesis, donde dice
que, tras acabar el diluvio, Dios promete que habrá inviernos y veranos
tranquilos, noches y días normales, y que nada volverá a alterar a la
naturaleza’. ‘¡Qué bobada!, es la actividad del hombre sobre la Tierra
la que provoca, con su mala actuación, la aparición de fenómenos atmosféricos
adversos. Nosotros no buscamos el enfrentamiento, apostamos por el diálogo como
herramienta para mejorar las cosas, entendiendo que, cuidando el entorno, por
minúsculo que ´éste sea, preservamos el ecosistema ayudando a la repoblación de
todas las especies y por supuesto aquellas que están en peligro de extinción.
Reciclar no se ciñe sólo a cumplir con la campaña publicitaria de turno hecha
por las administraciones con fines electoralistas, es de sentido común asimilar
que la mayoría de las cosas son reutilizables. Es decir: un compromiso personal
contraído con aquello que sea susceptible de ser fuente de energía, de lo contrario,
a las generaciones venideras les va a quedar la perspectiva de un futuro ignoto’.
‘Estoy de acuerdo, pero para llevarlo a cabo necesitamos un amplio despliegue
y, sobre todo, muchísima mano izquierda y toneladas de paciencia’. ‘A
veces me pregunto si lo que hacemos sirve para algo’. ‘¿No te lo parece?’.
‘Según’. ‘A mí me pasa igual. ¿Le has dicho ya a la niña que se va
una temporada con su papá?’. ‘No, todavía no’. ‘¿A qué esperar?’.
‘A tener fuerzas’. Y vaya si las tuvo. Esa misma noche realizó una de
las llamadas más difíciles de su vida. ‘Hola, Robin. Necesito que vengas a
por Elizabeth, me han detectado un tumor maligno y voy a entrar en el ensayo
clínico de una quimioterapia experimental’. Imaginó, al otro lado del
teléfono, palidecer la cara de su exmarido, temblarle las piernas y venírsele
encima una avalancha de incertidumbre.
‘Cariño
–dice Georgia Hardin–, mami tiene que hacer un trabajo muy importante y
voy a estar fuera algunos meses, por eso papá ha venido para llevarte con él,
ya verás qué bien lo vais a pasar juntos’. ‘Oye, gatito, no te
pongas triste, yo también quiero que estés conmigo. Además, con la llegada de
tu hermanito –esperaba el primer hijo de su segunda esposa–, necesitamos
de tu ayuda’. La niña, de apenas seis años, coge del brazo a su muñeca favorita
y se mete en la cama. ‘Robin, ten paciencia, está desconcertada y lo
manifiesta acentuando su carácter introvertido’. ‘Sabré estar a la
altura, no te preocupes. ¿Cuándo empiezas el tratamiento?’. ‘A finales
de semana me repiten la analítica y, si todo va bien, inmediatamente’. ‘¿Te
acompaño? No me parece buena idea que vayas sola’. ‘Ya, pero lo prefiero’.
‘Testaruda’. Sentada en la parte trasera del auto, con el cinturón de
seguridad presionándole la pena del pecho, las rodillas algo flexionadas, los
auriculares encajados y una película de dibujos animados, la criatura se abstrae
de eso tan raro e incomprensible que le pasa a su mamá. Ella, rota de dolor, arrima
los labios a la mejilla de la pequeña y, abrazándola, pronuncia las tres
palabras mágicas entre ellas: ‘I love you’.
Georgia
Hardin es una mujer de gran temperamento que nunca ha dejado de demostrar su fortaleza,
tanto en el ámbito privado como en el profesional. Cuarta hija de un destacado
miembro de la “National Rifle Association”, creció marcando distancias con los
defensores de la Segunda Enmienda, protagonizando, a menudo, desagradables
discusiones con su progenitor, quien propuso que la expulsaran de la iglesia
pentecostal cuando se negó a ser rebautizada. Así que, fue un gran alivio para
todos anunciar su matrimonio con un chico de buena posición, aunque la
felicidad duró poco. Ahora la miro y me duele verla tan deteriorada. ‘¿Te
sientes con ánimos para venir con nosotros? –digo, recostado en el mueble
archivador–. Si lo prefieres, puedes incorporarte más adelante’. ‘Ni
hablar, tengo efectos secundarios muy leves y no pienso compadecerme arrugada
en un sillón, sólo tengo cáncer, no estoy inútil’. ‘Por mi perfecto. ¿Dónde
os habéis metido, tíos? –pregunto a Jeff Blocker y William Harrison–. Hace más de una hora que os esperamos. Voy a hacer
unas fotocopias, enseguida vuelvo’. La puerta queda semi abierta y escucho sus
murmullos en tono bajo: ‘¿Creéis que Markel ha aceptado este proyecto para
ponerse a prueba?’. ‘Es un tipo bastante duro y han pasado muchos años
desde que su mujer falleció –interviene Jeff–. Las cosas se suavizan’.
‘Tú le conoces mejor que nosotros, Georgia. Dinos qué opinas’. ‘Supongo
que no será fácil volver a Nueva Orleans, pero al final el dolor de las tripas toma
asiento’. ‘Sin embargo, una muerte así, tan trágica, deja secuelas’.
‘Bueno, lo importante es que se le nota entusiasmado’. ‘Ya, pero a
veces tiene la mirada tan sumergida en el vacío –corta William– que
parece hacer inmersiones en las anegadas calles de sus recuerdos’. Regreso
y callan…
8.
Son las 5 a.m. cuando los faros del
taxi que viene a recogerme iluminan la fachada de la casa quedándose fijos en
las macetas con violetas que adornan la ventana de la cocina, trasplantadas por
Alaia y que yo mantengo vivas tras su muerte. Antes de cerrar la puerta compruebo
que todo esté en orden: los grifos bien ajustados, las persianas bajas y la
alarma del garaje conectada. Afuera, el frío me golpea en el rostro mientras
que el chófer guarda en el maletero la bolsa con el escaso equipaje que llevo.
Dentro del auto, Georgia Hardin apoya la cabeza en el respaldo de cuero que
parece recién tapizado. ‘Good morning, darling’. ‘Hola, Markel’. ‘¿Lista?’.
‘¿Lo estás tú?’. La miro, y asiento un par de veces buscando quizá refugio
en la comisura de su media sonrisa que intuyo forzada. Del inminente viaje que
vamos a emprender a Nueva Orleans me preocupan fundamentalmente dos aspectos:
mi parte emocional que gestionaré lo mejor que sepa y pueda, y la rivalidad
cada vez más acentuada entre dos compañeros del equipo. ‘¿Sabes si Jeff Blocker
preparó los gráficos comparativos con otras “zonas muertas”, además de la del
Golfo de México adónde vamos?’. ‘Pues no lo sé –responde ella–,
pero conociéndole lo habrá hecho con todo lujo de detalles’. ‘¿Hay algo
de tu medicación que deba saber en caso de emergencia?’. ‘Nada que no
pueda manejar yo misma. Oye, relájate, por favor. Y cuida de este –refiriéndose
a mi corazón–. ¿Glenn nos espera allí?’. ‘Sí, vuela desde Aconcagua’.
‘¡Qué tío, cómo se lo monta!’. ‘Cambiando de tema. ¿Tu hija qué tal se
ha tomado tener que irse con su padre?’. ‘Bueno, es pequeña para
entenderlo y no sé qué pensará, aunque creo que está enfadadísima conmigo’.
‘¿Entonces no saben que vienes con nosotros?’. ‘Pues no. Evitar
problemas, complicaciones y compromisos significa dar las menos explicaciones
posibles’. ‘Esa lección la tengo aprendida’. ‘Mira cómo están nuestros
chicos –dice, entrando en la terminal–, cada uno por su lado’. ‘Ya,
últimamente no tienen comunicación’. ‘¿Y qué ha pasado con la selección
de estudiantes?’. ‘Pues que el intermediario que recaudaba fondos para
la expedición se ha echado atrás y ahora viajamos con un presupuesto ajustadísimo’.
‘Es decir que vamos jodidos de plata’. ‘No lo podría haber resumido
mejor’.
Hace
meses que Nelson Baez y William Harrison no se soportan, y eso, quieras que no,
afecta al conjunto del equipo. El año anterior The Climate Reality Proyect
promocionó unos cursos en Houston para promover una cultura sostenible que
neutralice los mensajes materialistas lanzados a la sociedad desde distintos
ángulos. Así como la proyección del documental “Una verdad incómoda”, cuyo guionista
es el exvicepresidente Al Gore, fundador, como se sabe, de la organización en la
que trabajamos. La competición estaba servida, y las solicitudes para
participar llegaban sin cesar de todas las oficinas repartidas en los
diferentes estados. En la nuestra teníamos claro que ambos daban el perfil y estaban
perfectamente cualificados. Sin embargo, desaprovecharon la oportunidad y jugaron
sucio obligando a los jefes a eliminarlos de la lista de candidatos. Desde
entonces cualquier iniciativa se ha convertido en una campaña de desprestigio
del uno hacia el otro. Una vez, al poco tiempo de haber ocurrido esto, les pedí
que me acompañaran a dar una charla muy sencilla a niños entre 6 y 7 años que
versaban en torno al conocimiento de la naturaleza y su cuidado. Quedé como un
idiota delante de los asistentes, puesto que mis colegas ofrecieron una
sangrienta batalla campal entre ellos.
Siempre
intuí que al dominicano Nelson Baez le tentaba la posibilidad de unirse al
grupo ecologista Friends of the Earth. Más aún desde que se puso en
marcha la máquina del activismo, en 2014, cuando se dio a conocer la noticia de
la construcción del oleoducto de combustibles fósiles: Atlantic Coast
Pipeline, cuyas tuberías atravesarían desde Virginia Occidental hasta
Carolina del Norte, alcanzando también territorio de Carolina del Sur, lo cual
ocasionando tal contaminación de dimensiones y consecuencias incalculables, por
no hablar del daño al Sendero de los Apalaches, la cima de las montañas,
tierras de cultico, bosques y toda la fauna animal que transita libremente por allí.
Pero, por suerte, tras largos años de lucha constante han conseguido frenar la
obra, así que, las aspiraciones de nuestro compañero para incorporarse a sus filas
son cada vez más atractivas, teniendo en cuenta también que nunca ha estado
integrado del todo en las cosas que hacemos, es como si un muro invisible le
separase de nosotros. En el avión que nos lleva rumbo a Luisiana se sienta conmigo,
mientras que Georgia y William van tres filas detrás. ‘¿Piensas dejarnos?’.
‘No sé de qué me hablas, Markel –contesta–. ¿Acaso estás invitándome
a hacerlo?’. ‘Por supuesto que no, y lo sabes. Perdería a una excelente
persona y a un gran profesional’. ‘Lástima que los demás no opinen igual’.
‘Todavía recuerdo el día que os encontré en Mayo Civic Center y tu seguridad
para convencerme de que asistiera con vosotros a la conferencia de Lois Gibbs, a
partir de ese momento cambió mi vida, y eso, en parte, te lo debo a ti. ¿Dime
qué puedo hacer para que te quedes?’. ‘Nada’. Gira la cabeza hacia
la ventanilla y se recoge en el monasterio de su silencio.
De
familia humilde, nació en el corazón de un suburbio en Santo Domingo, cerca del
barrio Mandinga. Al igual que sus amigos se crio en la calle buscando una
manera de escapar de aquel escenario deslucido y sin futuro del que no quería
formar parte. Sobre todo, viendo a su padre, de oficio plomero, volver
deslomado cada noche de la dura jornada y después recorrer a pie algo más de
cinco millas. Y, a su madre, ama de casa, haciendo malabarismos para darles de
comer un apetitoso plato de La Bandera, que, en ocasiones, servía tan
sólo con arroz blanco y habichuelas, a falta de la carne guisada, ingrediente estrella
que no siempre podía comprar. Alcanzando la mayoría de edad, consiguió dinero y
emigró a USA. Primero, a través de unos conocidos fue a Lenoir City, en el
estado de Tennessee, pero no encajaba bien en el sitio, así que, cuando supo que
en algunas estaciones del ferrocarril de Minnesota necesitaban gente, vio el
cielo abierto para lanzarse y probar fortuna. No obstante, al final, terminó de
camarero en Rochester. En esa época en Century High School, me dejaron
un aula que nadie usaba para dar clases nocturnas de español a personas con dificultades
económicas. Aunque él manejaba bien el idioma se convirtió en alumno mío para
ampliar el vocabulario y entender mejor a los clientes latinos que frecuentaban
el restaurante. Una compañera nuestra de la organización comía allí, entablaron
amistad y, Nelson Baez pasó de servir cervezas a solitarios maleducados, a
recorrer Estados Unidos hablando de problemas medioambientales.
William
Harrison nace en Minneapolis, la Ciudad de los Lagos. Desde pequeño tuvo todo tipo
de oportunidades para seguir los pasos profesionales de sus padres, pediatras
en Children`s Minnesota y, por tanto, miembros de la American Academy
of Pediatrics –después se trasladaron a Rochester Northwest Clinic para
tener una vida mucho más tranquila–. Sin embargo, esa no era la vocación del niño.
Así que, en una de aquellas cenas donde se chupaban los dedos con el hotdish
que mamá Evelyn, abuela materna, preparaba con tanto mimo, anunció que se iba a
Ecuador a trabajar en una fábrica exportadora de madera. Alguien de su familia
era pariente lejano de la directora de mi escuela, de manera que, como favor
personal hacia ella, acepté darle clases intensivas de español para que se defendiera
en Sudamérica. El único hueco libre que encontré en mi agenda fue los domingo
por la mañana, aceptó y eso me costó más de un enfado con Alaia. Muy pronto me di
cuenta de que le costaba muchísimo desnudar sus pensamientos, quizá por miedo a
la vulnerabilidad, no lo sé, aunque lo que sí puedo asegurar es que posee una
inteligencia superior a la de muchos de nosotros. Durante su estancia en
Portoviejo se acercó al Movimiento de Izquierda Revolucionaria compartiendo tertulias
con exdirigentes marxistas-leninistas de Chile, Venezuela o Perú, tentándole
para formar parte de sus filas. Sin embargo, al conocer que la ONG Global
Witness luchaba para proteger la explotación de los recursos naturales y
denunciar, a su vez, los asesinatos de las personas defensoras de la tierra, optó
por unirse a ellos. Una noche, en un debate televisivo entre “negacionistas”
del cambio, del Heartland Institute, y, “ambientalistas” próximos a la
escultora Rachel Binah, quien protagonizara en 1998 la protesta contra la explotación petrolera en alta mar frente a
la costa norte de California, comprendió que debía cerrar la etapa de cortador
de tablones y volver al punto de inicio. Es decir, a Rochester, donde contactó
de nuevo conmigo uniéndose al equipo de estrechos colaboradores.
Al bajar del avión en el Aeropuerto
Internacional Louis Armstrong, tan diferente de aquel otro con las pistas
llenas de aeronaves del ejército y hospitales de campaña, cuando el huracán
Katrina, me sobrecoge la espesura de una niebla que se adentra por todos los
poros de mi piel tanteando los acelerados latidos del corazón. Como si me
hubiera perdido en el tiempo, busco entre las caras de los pasajeros las de aquellos
militares que se abrían paso evacuando a los heridos, náufragos de una
catástrofe anunciada. Cierro los ojos y no consigo que desaparezcan las imágenes
de la gente pidiendo auxilio, ni la de Iker y Sira diciéndome adiós desde el taxi
que nunca más les traería de regreso, como tampoco se me va de la memoria del
gusto –aquí todavía más acentuado– el sabor del último beso de Alaia. I can't breath. I can't
breath. I can't breath, susurro. Georgia Hardin se apoya en mi hombro.
‘¿Estás bien, Markel?’. ‘Sí, tan sólo algo aturdido’. ‘Será
por la presión’. ‘Será’. Los dos sabemos que no. ‘Mirad quien
está allí –señala Nelson hacia la izquierda–: Glenn Clemmons'. ‘Ah, sí. ¿No
te dije que nos acompaña?’. ‘Pues no, como siempre soy el último en
enterarme de las decisiones’. ‘Perdona, la culpa es mía –digo,
apesadumbrado–, ando despistado y se me pasan las cosas. Creí
haberlo hablado con todos. Su opinión, como experto, va a ser fundamental para
orientar nuestra tarea, por eso le pedí que viniera’. No termino la frase cuando el cálido abrazo de mi amigo
científico reconforta la amargura que siento. ‘¿Qué tal, compañeros? Cuánto
tiempo sin vernos. ¿Cómo os va?’. ‘Bien, ¿y a ti? –responden educados–. ¿Has tenido buen vuelo?’. ‘El
viaje desde Aconcagua hasta el Aeropuerto Internacional Ezeiza ha sido
complicado. De ahí, a Houston, estupendo. Pero la escala de tres horas y cuarto
se ha convertido en casi siete, luego sesenta minutos más y aquí. Total, que
estoy molido’.
A pocas cuadras de Bourbon Street,
adonde William Harrison quiere ir a escuchar jazz en directo tomando una copa, nos
hospedamos en The Andrew Jackson Hotel, ubicado en una preciosa casa de
dos plantas, de estilo sureño, que ofrece calidad y confort para alguien que,
como yo, apuesta por permanecer alejado del ruido. Nos asignan las habitaciones,
y dejamos a Georgia la de mayor encanto para que disfrute de las vistas a la
calle Royal por donde transitan los carruajes tirados por caballos que
pasean a los turistas durante todo el día. ‘¿Entonces no te animas a venir
conmigo? – me dice–. Te iría bien despejarte’. ‘No. Además, Jeff Blocker va a hacer una videollamada
para concretar detalles. Diviértete y no bebas mucho’. Creo que es la
primera vez que me ha guiñado un ojo. El agotamiento cayó a plomo sobre mí.
Tendido en la cama, y sin haberlo planeado, Nueva Orleans me ofreció sus brazos…
9.
Si me paro a analizarlo tal vez
Jeff Blocker sea el más disciplinado de todos nosotros y quien siempre tuvo bastante
claro a qué quería dedicarse en la vida. Nacido cinco años antes de finalizar
la Guerra de Vietnam, creció en un ambiente libre y distendido, en el seno de
una familia que entendía el concepto universal de patria: como el conjunto de
principios donde todos los seres humanos son iguales. Desde pequeño devoraba cuanto
caía en sus manos sobre nuevas tecnologías, redes de comunicación y dos
palabras que a menudo oía decir a los suyos: infraestructuras sostenibles. Junto
a sus padres, comprometidos en lo social, asistió a importantes marchas por la paz
y por los derechos civiles. El 6 de julio de 1973, siendo casi un bebé,
presenció la reacción de cuatro monjas arrodilladas frente a la Casa Blanca orando
contra la invasión de las tropas americanas en el país del sudeste asiático, acontecimiento
que marcó la lucha pacifista. La primera etapa de la infancia la pasó viajando
de un estado a otro, sin ataduras, en libertad y haciendo hogar allí donde encontraban
un espacio agradable. Sin embargo, al comenzar la escuela media y viendo sus capacidades
para el estudio establecieron la residencia en Los Ángeles, continuando la
preparación académica en la Universidad de California donde se licenció en
Ingeniería Informática culminando con un master para enriquecer su currículum.
Los movimientos estudiantiles le mantuvieron pegado a todo aquello que consideraba
justo, nombrándole portavoz en los comités de huelga. Su etapa profesional fue muy
exitosa hasta que, en 2016, en Santa Mónica, en un simposio sobre desarrolladores
de software, coincidió con una compañera nuestra The Climate Reality
Proyect. En uno de los recesos ella le abordó y dijo admirarle por las declaraciones
hechas a la prensa en contra de la venta libre de armas a consecuencia del
atentado ocurrido ese mismo junio en la discoteca Pulse, un pub gay de Orlando,
donde murieron muchos jóvenes y otros tantos resultaron heridos. Terminado el
evento fueron juntos al entierro de Tom Hayden, ex marido de Jane Fonda y gran activista
que posteriormente ganó elecciones a la Asamblea y el Senado estatales desde
donde luchó por la educación y los derechos civiles para todos. Así fue cómo comenzó
el vínculo con nosotros. Ahora, una vez apartado de su antiguo trabajo se ocupa
de darnos cobertura online y facilitarnos documentación cuando estamos lejos.
Tengo
la sensación de haber dormido varios siglos seguidos debido a la pesadez de los
párpados y los continuos calambres que siento en las pantorrillas como si
fueran descargas eléctricas. El tono insistente de la videollamada interrumpe el
silencio de la habitación. Me tiro de la cama, espabilo el sueño plomizo y arrugo
los ojos para ubicar el presente. ‘Markel, tío. Llevo llamando más de una
hora –dice Jeff, exaltado–. ¿Dónde te metes?’. ‘Atrapado entre
mis fantasmas’. ‘Anda, déjate de gilipolleces y presta atención. Abre el
e-mail que acabo de enviarte’. ‘Espera un momento que enciendo el
portátil –sueno gangoso–, a ver si hoy va mejor la conexión porque ayer
fue desastrosa’. ‘Mira, además de la zona muerta del golfo de México,
adonde vais, he visto también estas otras: Bahía de Bengala, en el océano Índico.
En el Mar Báltico hay una cuya extensión es igual a toda Irlanda, y también esa
isla de basura que crece incontrolada entre Hawái y California’. ‘Estupendo.
Ahora dame tu opinión’. ‘No es fácil. Yo diría que nos enfrentamos a una
plaga oceánica de incalculable alcance. Fíjate, buscando datos en la
herramienta Reality Drop encontré que la gente habla de la acumulación de algas
que se observa en el Mar Arábigo, lo cual no sólo mata a las especies marinas,
es que se expande hacia aguas dulces agravando todavía más la situación’. ‘¿Entonces?’.
‘Hombre, está claro, hay que llegar a la raíz del asunto y vislumbrar soluciones.
Es decir: ¿Quién causa el aumento de la tasa de hipoxia en los mares? Las industrias
que vierten sus sobrantes químicos. ¿Por qué hay tanto excedente de plásticos y
otros materiales de un solo uso? Por el negocio multimillonario que gira
alrededor y del que nadie quiere desprenderse. ¿Es rentable seguir
comercializando contaminantes agrícolas? Sí, porque a mayor producción para
entrar en el mercado de la exportación más cantidad de fertilizantes y
pesticidas se utilizan. Con lo cual, los proveedores de dichos productos hacen caja.
Pero son sólo algunos ejemplos, y en cualquiera de los casos con matices’. ‘Fantástico,
pero explícate de manera sencilla para yo entenderlo’. ‘Estás espeso, ¡eh!
Hay modelos que nos indican que algo tan simple como un cambio de costumbres
minimizaría los problemas medioambientales. Háblalo con Glenn Clemmons, él es el
experto’. ‘Gracias, compañero. Por cierto: ¿llamaste al oncólogo de Georgia?’.
‘Sí’. ‘¿Y?’. ‘Pues nada, que ha sido una locura viajar con la
quimioterapia recién puesta, aunque conociéndola no le extrañaba en absoluto’.
‘¡Qué jodía, algo así me olía. Cuídate, y no abandones el barco’. ‘No
pienso hacerlo. Oye, Deanna Leone ha preguntado por ti’. ‘Gracias, ya la
llamaré. Si vuelve, díselo’. ‘Descuida. Y tu madre ha pasado por aquí un
par de veces. Dice que tiene que darte una noticia muy importante. Y que vengas
inmediatamente de donde quiera que estés. ¿Qué hago?’. ‘Bah, ni caso’.
‘Vale. Hasta pronto, pues’. ‘Adiós’.
Las
escaleras de madera alfombradas llegan hasta la pequeña recepción The Andrew
Jackson Hotel donde los dos últimos peldaños crujen avisando al distraído
recepcionista de que alguien baja. Llevo el pelo aún mojado, el iPad sin wifi y
un ejemplar de la prensa local abierto por la página donde pone que Estados
Unidos es uno de los países que reúne el mayor número de negacionistas
climáticos. Mis compañeros, aislados cada uno con sus dispositivos digitales,
van ya por la segunda taza de café. El día está soleado y es agradable tomar el
desayuno en el patio interior. ‘¿Y Georgia? –pregunto, disimulando la
preocupación–. ¿Aún no se ha levantado?’. ‘Salió a correr temprano –responden
los tres casi a la vez–, dijo sentirse eufórica’. Nueva Orleans se ha
reconstruido sobre las cenizas del Katrina pese a las heridas que continúan
abiertas. Las bocanadas de jazz callejero ponen color a las calles de espíritu
sureño. ‘Chicos, ha sido maravilloso –dice, emocionada, empapada en
sudor y luciendo el chándal que nos regalaron en un mitin de Obama con su foto
en la espalda, mientras acerca a la mesa de hierro forjado un plato con crepes rellenas
de Nutella y rodajas de pera caramelizada con guarnición de fresas y uvas negras,
más un té rojo–. He subido en St. Streetcar’. ‘¿Eso qué es? –pregunta
Nelson–: ¿Una iglesia, un museo o algún monumento desconocido?’. ‘Pero
cómo puedes ser tan bruto –salta William, irónico–, es el tranvía
estadounidense más antiguo que todavía funciona’. ‘Tenéis que ver la
mansión privada con arquitectura del siglo XIX que acoge la Milton H. Latter
Memorial Public Library –continúa ella–, y los vecindarios que abarca
tanto del Barrio Francés como del Carrollton. Son espectaculares. Markel, hijo,
¿te encuentras bien? Estás pálido’. Prefiero no contestar y evito así entrar
en discusión, sin embargo, digo: ‘Será mejor que nos preparemos, tenemos que
ponernos en marcha. He alquilado un carro. Es amplio, iremos cómodos. Y trajes de
buceo con todo su equipo, los vamos a necesitar para inspeccionar el terreno’.
‘Perfecto. No se hable más. Voy a ducharme. Seguid tocando vuestras cositas’.
Sale disparada guiñándonos un ojo y provocando en nosotros una fuerte carcajada.
Sin
perder de vista los coches que se cuelan por cualquier hueco de Convention
Center Blvd, Glenn conduce despacio. A consecuencia de las obras de asfaltado y
mejoras en algunos edificios emblemáticos, el tráfico es infernal. Así que, sin
saber muy bien si acierta o no, se mete por S Peters St en el cruce con St
Joseph St, donde en una de sus fachadas destaca un grafiti a tamaño natural de
Louis Armstrong. Ralentizados, hasta poner los nervios de punta, conseguimos
salir a otra de las avenidas principales. ‘¿Eso de ahí es donde hacen las
carrozas para el carnaval? –dice Georgia señalando hacia Mardi Gras World–.
Creo que hay un mirador precioso donde el almuerzo es mucho más ameno. ¿Por qué
no lo vemos?’. ‘¿Hemos venido a hacer turismo o por trabajo? –respondo
molesto–. Mirad, no sé vosotros, pero yo me quiero ir cuanto antes’. En
los veinte minutos escasos que dura el trayecto por mi cabeza pasan miles de
cosas. Sentado en el asiento del copiloto y temeroso de que la lengua de agua se
altere y pueda tragarnos, a ratos vuelvo el rostro hacia el cristal de la
ventanilla para evadirme, cuando no refugio los huesos y la incertidumbre entre
gráficos y mapas que Jeff preparó antes de venirnos y en los que ha acentuado
la oceanografía química, física y biológica para tener una idea aproximada del
grado de contaminación al que nos enfrentamos. Tomo notas, y a la vez imagino a
Alaia feliz con sus padres haciendo el mismo recorrido que yo. Entonces, no
puedo evitar que ciertas imágenes regresen del fondo de mi memoria. ‘¿Estás
bien, Markel?’, pregunta uno de ellos mientras nos adentramos en la zona
industrial a lo largo de la desembocadura del río Mississippi, donde destaca la
fábrica de azúcar Domino, flanqueada por dos torres largas de chimenea y todo
lo que conlleva el complejo empresarial del muelle.
‘Oye,
¿seguro que hemos quedado aquí? –digo, saliendo del auto– ¿No te habrás
confundido con tanto zigzaguear?’. ‘Que sí, coño. Mira la ubicación que nos
enviaron’. Una posible descoordinación entre la organización y nosotros nos
ha dejado en tierra por algunas horas. El olor a podrido se hace insoportable.
Glenn saca de su mochila unos botes esterilizados que después sella con un
cierre especial, y en los que toma muestras del líquido viscoso del que retira
con pinzas restos de basura: minúsculos pedazos de lo que aparentemente pudieron
ser gomas de caucho, preservativos, tornillos oxidados… ‘Nelson, por favor,
llama y pregunta por qué no hay nadie esperándonos’. ‘Eso, hazlo –salta
Williams–. Por saber si aguardamos o nos volvemos’. La noche se nos ha echado
encima disminuyendo la actividad con apenas cinco o seis operarios faenando en
los astilleros. Mis compañeros, aburridos, dormitan dentro del coche a la vez que
se apodera de mí una sensación extraña a la que no quiero darle demasiada
credibilidad no sea que presagie alguna desgracia venidera. A lo lejos, ajenos a
todo, enarbolando la bandera que ondea a ritmo de blues y country, cientos de
personas bailan bajo el paraguas brillante de las luces nocturnas que luchan
día a día por sobrevivir. Camino despacio, me apoyo en la barandilla y dejo que
Georgia se coloque a mi lado. ‘¿Todo en orden, compañero?’. ‘No’.
‘Dale unas caladas. Sí, no me mires así, es hachís, prescripción médica.
Dice mi oncólogo que fumándolo con moderación es terapéutico’. ‘¡Venga
ya!’. ‘Te lo juro’. ‘¿Y tú crees que me quitará la presión
que tengo aquí en el pecho a punto de estallar?’. ‘No me cabe la menor
duda’. ‘El Katrina ha destrozado mi sistema inmunológico emocional y no
sé cómo resetearlo’. ‘Bueno, muy fácil: Dejándote querer’. El ruido
de la lancha motor que se acerca nos pone sobre aviso y despierta a los demás.
10.
En la vida todos tenemos metas que
ponen a prueba nuestra capacidad de superación diaria, así como emotivas
circunstancias que miden el grado de solidaridad con los demás y el entorno. Pero,
fundamentalmente, lo que marca el rumbo de cada uno es conseguir determinados
objetivos. Pues bien, el del río Mississippi es alcanzar el océano Atlántico y,
para ello, desde St Louis a la desembocadura se convierte en una potencia imparable.
La lancha motora nos lleva a otro embarcación más grande donde encontramos a gente
de Greenpeace cuya misión es igual a la nuestra: comprobar las condiciones en
las que se encuentra la zona muerta. ‘¿Sabías que las tortugas caimán buscan
aquí un lugar tranquilo donde refugiarse –dice Glenn Clemmons– hasta que
amaina la crecida? Suelen pesar unas 177 libras y su caparazón es semejante a una
roca de tal forma que cuando se quedan quietas parecen una más del fondo. En la
punta de la lengua tienen un apéndice en forma de gusano que utilizan como reclamo
para llamar la atención de sus futuras presas. Permanecen con la boca abierta y
si algún sabroso ejemplar se acerca lo suficiente cierran el hocico a gran
velocidad atrapándolo’. ‘Ni idea –respondo, mientras fumamos un
cigarrillo apartados de los demás–. ¿Son carnívoras?’. ‘Sí. En
cautividad pueden consumir pollo, roedores, cerdo…’. ‘Joder, pues habrá
que tener mucho cuidado. Oye, ¿bajamos primero nosotros y después el resto?’.
‘De acuerdo’.
La
sensación de agobio no es sólo por ir enfundado en el traje de buceo, lo es
también por la cantidad de residuos de todo tipo que habremos de sortear para
no enredarnos en cualquier trampa de difícil salida. Antes de bajar, Nelson se
asegura de que llevemos las botellas de aire comprimido bien colocadas. ‘Escuchadme
–Georgia suena solemne– al menor peligro, subid. ¿Queda claro? Nada de
hacerse los héroes de la testosterona, ¿entendido?’. ‘¡A su orden –imitamos
el acento venezolano–, señora!’. Glenn, experto buceador, mueve su
cuerpo con destreza apartando el laberinto de algas y la alfombra de peces
muertos que van a la deriva. Aunque llevamos un equipo muy sofisticado con
sistema electrónico para conectar con la superficie, he tenido que aprender lo
más básico del lenguaje de signos. Un total de nueve personas, tres de ellas a
la cabeza, nos movemos por el agua turbia temerosos también de chocar con el sensor
que los científicos han sumergido para medir los niveles de oxígeno en el Golfo
de México. Nunca tienes una idea aproximada de la magnitud de algo hasta que no
estás delante y eres consciente de lo mal que están las cosas y el daño que se
le hace a los ecosistemas. La dificultad de llorar dentro del visor de goma
impide que lo haga, ya que ser testigo del siniestro espectáculo observando las
cantidades de crustáceos aniquilados por culpa del microplástico invadiendo su
hábitat y que se aloja en sus estómagos, es lamentable, vergonzoso y una prueba
tangible de nuestra mala actuación. Uno de los investigadores consulta a menudo
su computadora para no superar los límites de seguridad. Eso, quieras que no,
en un novato como yo, acojona. Anoto la frase “el festín de basura está servido”
que un miembro de la ONG lleva escrito en su pizarra acuática. No sé por qué,
en tales circunstancias y con alarmantes pinchazos en el pecho, me viene a la
memoria el primo Andoni y su estrecha relación con la naturaleza. Así como mis
raíces en Herboso, el poder de mi madre arrastrándonos a todos a USA y el alto
precio pagado por Alaia al seguirme. Es como si de repente todas las emociones
emergieran desde algún recoveco de la memoria que lucho por mantener en
barbecho. En mi afán de ubicar el horizonte abro tanto los ojos que me escuece
el lagrimal. Sobresaltado, al rozarme algo por la izquierda, imito la
flexibilidad de los reptiles y rápidamente me aparto, pero veo a Glenn haciendo
señales: primero con el puño cerrado y levantado a la altura de la cabeza, lo
que quiere decir que nos quedan sólo cincuenta bares de presión. Y segundo con el
pulgar hacia arriba que descifrado en lenguaje verbal significa que debemos
ascender. Sin perder de vista a mi compañero controlo el aire que indica el manómetro
repitiéndome una y mil veces que no puedo dejar de respirar. También observo
que las burbujas que genero al exhalar siempre vayan por encima de mí y yo a
menor velocidad que ellas. Tras algunos minutos interminables en los que pensé acabar
arrollado por un buque de lujo, salimos a la superficie, nos colocamos frente a
la embarcación y sacamos el brazo tocando nuestras cabezas para confirmar que
todo ha ido bien. En el segundo grupo baja William encargado de realizar el reportaje
fotográfico que aportaremos a nuestro informe.
Ya,
en cubierta, y liberado del traje, me dicen que Georgia está acostada en un
camarote porque ha sufrido una extraña crisis. Es decir: vómito, mareo, escalofríos
y malestar general relacionado todo con la quimioterapia. ‘Oiga, en esas condiciones
la mujer no puede seguir navegando –grita el capitán por encima de un ruido
ensordecedor que no sé de dónde procede–. Así que, he avisado a la Guardia
Costera para que sea trasladada a tierra’. ‘Gracias, y le pido perdón
por las molestias que le hayamos podido ocasionar’. Tres horas después, y todavía
muy preocupado por la fragilidad de mi amiga, una patrulla de la oficina del sheriff
de Nueva Orleans nos deja en The Andrew Jackson Hotel. ‘¿Necesitas
algo? –susurro casi al oído–. ¿Vamos a un hospital?’. ‘No, en
cuanto duerma se pasará. No te asustes’. No lo estoy, aunque sí siento
impotencia. ‘Voy a coger unas cosas de mi habitación y vengo enseguida’.
‘No hace falta, de verdad’. ‘Da igual lo que digas, dormiré en el
sofá’. Así lo hago. Cuando entro, sigiloso para no despertarla, observo que
su respiración es profunda. La luz atenuada de la pantalla del portátil ilumina
el rincón del suelo donde me pongo con las piernas cruzadas. Conecto al
servidor y rápidamente saltan varios e-mails de Jeff con asuntos pendientes de
aprobación y otros por resolver que no son competencia mía. El abrir y cerrar
de puertas, las pisadas amortiguadas en la alfombra, el frenazo en seco del ascensor
y el maldito generador que no deja de funcionar en ningún momento, son piezas
fundamentales para mantenerme despierto, pero la tensión vivida puede más y me
impide mantener los párpados abiertos. ‘Markel, Markel –escucho entre sueños–,
Joe Biden ha ganado las elecciones’. ‘¿Qué te pasa? ¿Dónde estamos?’.
‘Eh, compañero, vuelve. He pedido que nos traigan el desayuno’. El olor
a café y huevos revueltos con beicon hicieron que rugiera mi estómago hambriento.
‘¿Es oficial?’. ‘Bueno, digamos que sí. Suma dos más, los estados de
Pensilvania y Nevada, con lo cual la victoria es histórica. El pueblo americano
ha desatascado sus tuberías’. ‘Menudo susto nos diste ayer. ¿Cómo te
sientes?’. ‘Rebosante de vida. ¿Éstos saben que hemos dormido juntos?’.
‘No lo sé, y me importa un bledo. Pero no, si lo que te preocupa saber es si
hemos compartido cama, no lo hemos hecho’. ‘¡Qué tonto!’. El viaje
de regreso lo realizamos tras sortear distintos obstáculos a consecuencia de
las restricciones de movilidad que sufre el país.
En
la oficina vamos a todo gas procesando el material que hemos traído. La
presencia de los jefes eufóricos y esperanzados para que el traspaso de poderes
entre la administración republicana y demócrata sea lo más rápido posible y
Estados Unidos vuelva a incorporarse al tratado de Paris, es el preámbulo de
que The Climate Reality Proyect tiene mucho que aportar con su
experiencia y por consiguiente nuestra actividad será mayor. Sin embargo, su
visita se debe a otro motivo. ‘Atxaga –no se acostumbran a mi nombre–,
cuando acabes con eso ven fuera que queremos comentarte algo’. ‘Enseguida’.
Apoyados en el capó del automóvil y tras un intercambiar palabras de cortesía sueltan
de golpe: ‘Nos ha llegado el rumor de que Georgia Hardin no está a pleno
rendimiento y, la verdad, ahora necesitamos disponibilidad las 24 horas del día’.
‘No sé nada. Hablad con ella’. ‘Hombre, tú eres el interlocutor entre
la dirección y el personal’. ‘No, soy uno más. Además, no sé qué
os habrán contado, pero antes de echar mierda sobre alguien hay que contrastar
e informarse’. ‘Pues a eso hemos venido. No creas que lo hacemos para
tomar represalia, sólo que nos gustaría saber a qué atenernos’. ‘¿Y no
os interesaría más conocer detalles de la zona visitada en lugar de dar crédito
a chismorreos?’. ‘Claro, pero eso ya lo detallaréis por escrito’. Esbozo
una sonrisa irónica y doy media vuelta. No obstante, su comentario me deja
pensativo puesto que, en alguna ocasión, varias personas del equipo arremetieron
contra Nelson acusándole de sacar ciertos beneficios que el resto no teníamos y
llamándole espía del patrón. En cualquiera de los casos lo pienso averiguar.
‘¿Habéis
visto a William? –pregunta Jeff–. No le encuentro por ningún sitio y es
extraño porque la moto está aquí’. ‘Habrá ido a tomar algo’. ‘Qué
va, seguro que se le han pegado las sábanas –apunta otra compañera–. Ayer
cuando me fui aún estaba’. ‘Es muy raro, no ha entregado la tarjeta de
memoria con las fotos que hizo bajo el agua y sin eso no puedo documentar
vuestros datos’. ‘¿Le has llamado al móvil? –me parece lo más recurrente–.
Igual ha salido’. ‘Sí, y está apagado’. ‘Inténtalo al teléfono de
su casa’. ‘No lo tengo’. ‘Pero yo te lo doy’. ‘Nada,
tampoco contesta’. ‘Chicos, ¿de verdad que ninguno de vosotros sabe dónde
puede estar?’. ‘¡Ay!, Markel, lo siento –dice la persona encargada
del mantenimiento–, me había olvidado. Anoche mientras estuve cambiando unos
cables vino a recogerle un taxi y me dijo que en el cajón de su mesa dejaba el
material con una nota para ti’. ‘Gracias’. Apenas dos líneas: viajo a
Portoviejo por asunto familiar, cuando regrese te explico. ‘Qué cabeza la
mía’. ‘No te apures, tranquilo, nos puede pasar a cualquiera. Venga,
todo el mundo a trabajar’. ‘¿Qué pone? –me increpa Nelson–. Tenemos
derecho a saberlo’. ‘Nada preocupante, cosas nuestras’. El día ha
resultado agotador, ni siquiera ha habido tregua para el almuerzo, así que,
impaciente por quitarme los zapatos, cenar ligero y dormir, pongo punto final a
la jornada. A estas horas hay muy poca gente en las calles de Rochester, apenas
algunos vagabundos apostados en la clandestinidad de los callejones oscuros se
sobresaltan con los faros del coche. Todo está tal y cómo lo dejé: la caja de
los cereales destapada, la botella de leche semiabierta en la nevera, un trozo
de pastel reseco y el cesto de la ropa sucia hasta el borde. Antes de poner
orden en la cocina y programar el despertador para las 5.30 a.m. hora en la que
me gusta salir a correr, suena el timbre de la puerta…
11.
‘Nelson, ¿qué ocurre?’. ‘Hola,
Markel. Perdona que me presente a esta hora’. ‘No importa. Entra, no te
quedes ahí. ¿Te apetece una taza de cacao caliente?, lo iba a preparar’. ‘Sí,
me vendrá bien, estoy destemplado’. Aparto a un lado el caos de la mesa y
tomamos asiento. ‘Perdona el desorden, desde el aeropuerto fui directo a la
oficina y todavía no había pasado por aquí. ¿Qué puedo hacer por ti?’. ‘Vengo
a disculparme y a darte una explicación’. ‘Venga, dispara’. ‘Antes
me pasé diciendo que teníamos derecho a saber lo que William pone en la nota, y
no es así porque va dirigida a ti. Lo siento de verdad. Últimamente tengo los
nervios de punta y la sensación de que vigilan todo cuanto hago’. ‘¿Lo
dices por mí?’. ‘Ni mucho menos’. ‘¿Entonces?’. ‘Pues no
sé, por ejemplo: culparme de cosas que no he dicho o hecho, que le voy con el
cuento a los jefes o de ponerle la zancadilla a los compañeros. Corre también
el rumor de que voy contando que Georgia no está en su mejor momento, y jamás le
haría daño a nadie con temas tan delicados. Con esos asuntos no se juega’. ‘¿Hasta
dónde sabes?’. ‘Más de lo que ella cuenta y menos de lo que tú conoces’.
‘Vale. Su situación es delicada, por eso la cubrimos para que los de arriba no
se enteren, pero está claro que ha habido una filtración y pienso averiguarlo.
El que se haya ido de la lengua me va a oír’. ‘Gracias por creerme. Ahora
voy con la explicación que dije al principio: lamento muchísimo hacerte esto,
sobre todo porque te estoy muy agradecido, pero me han ofrecido un puesto
bastante tentador en Friends of the Earth para formar parte del equipo que gestiona
la oposición de crudo en las arenas petrolíferas de Athabasca, en la provincia
canadiense de Alberta. Creo que puedo aportar aquello que
en The Climate Reality Proyect no he tenido oportunidad de desarrollar. Además,
salgo de una relación sentimental muy complicada y un cambio de escenario, a
todos los niveles, me vendrá estupendo’. ‘Nunca imaginé que estuvieses tan resentido
y, aunque comprendo tu postura me duele perderte. ¿Te puedo hacer una
pregunta?’. ‘Las que quieras’. ‘¿Entre William y tú qué ha pasado?’. ‘Supongo
que no hay una explicación tajante para definir lo que se siente delante de alguien
a quien no soportas y te repele cuanto dice o hace. Sin embargo, escarbando un
poco en la memoria quizá todo parte de un malentendido que sucedió antes de
incorporarte tú a la organización. ¿Recuerdas que en agosto de 2015 Barak Obama
presentó su plan para limitar las emisiones contaminantes de las plantas
energéticas e invertir en energías renovables?’. ‘Sí, empecé a colaborar con vosotros a finales de ese año hasta que
al siguiente entré en plantilla’. ‘Aquello suponía algo muy ambicioso,
más aún porque el presidente lo defendería en la Cumbre de Naciones Unidas
sobre el Clima que se celebraría en París, como también anunció que pensaba
convertirse en el primer mandatario estadounidense en visitar el Ártico en
Alaska’. ‘Lo recuerdo muy bien. Por esa época yo estaba en Ciudad de
México ganándome la vida de bolero’. ‘¿De qué?’. ‘Limpiabotas. Sacas
suficientes pesos para pagar comida y cama diaria. Pero, continúa, que te he
cortado’. ‘Tras conocer aquellas dos buenas noticias tuvimos una reunión
con el anterior responsable quien contó lo que te acabo de decir y la
posibilidad de que algunos miembros de nuestra ONG formaran parte de la comitiva.
Eso me emocionaba muchísimo ya que tal experiencia no se presenta dos veces en
la vida, pero el elegido fue él. Desde entonces, aunque él no tuvo la culpa, no
puedo evitar que se me revuelvan las tripas cuando le tengo cerca’. ‘Te
honra mucho reconocer la realidad de los hechos. No obstante, respetando tu
postura de incompatibilidad, quizá, puesto que planeas dejarnos, sería bueno
enterrar el hacha de guerra y reconciliaros’. ‘Ya veremos’. ‘Nelson,
quédate unos meses, por favor, al menos hasta que Georgia termine el
tratamiento. Ahora mismo dos ausencias sería complicado’. ‘Lo pensaré. Se
ha hecho tarde y te querrás acostar’. Eso hago.
William Harrison regresa a Rochester seis días después de
haber partido para Portoviejo. Así que, tal y como indicaba en su nota, me
reuniré con él dentro de nueve horas en el Cafe Steam donde espero que desvele
el porqué del misterioso y apresurado viaje. Nosotros seguimos muy entretenidos
en el trabajo, Jeff Blocker anda atareadísimo coordinando la parte audiovisual
con los gráficos y estadísticas aportadas por los científicos que nos acompañaron
en la expedición, además de nuestros informes. Apenas me despego de su lado despejando
dudas que surgen o datos que no han quedado claros, con lo cual, aún no he
tenido tiempo de llamar a mamá ni a Deanna Leone, miedo me dan porque estarán
de uñas. Sin embargo, antes de venir he pasado por el hospital. Georgia espera los
resultados de la analítica confiando en que los marcadores tumorales no den
altos y que no tenga leucopenia para recibir otro ciclo de quimioterapia. Es
envidiable lo serena que está, o eso aparenta, y escuchar los planteamientos de
vida que hace relativizando las cosas, lo cual es todo un ejemplo a seguir. En
cambio, ahora su principal tema de conversación gira en torno a las prontas
mejoras que se supone realizará la Administración Biden a nivel medioambiental,
algo que va a suponer para organizaciones como la nuestra un importante papel
de actuación. En lo personal, a pesar de sus complicadas circunstancias, sólo
deja un resquicio de tristeza cuando piensa que Robin, su exmarido, utilice los
problemas de salud para pedir la custodia de la niña, hecho que de llegar a ocurrir
la hundiría completamente. ‘¿Y esas ojeras? –dice,
levantándome las gafas de sol hasta la frente–. ¿Estuviste de juerga?’. ‘¡Qué más quisiera yo! No he
pegado ojo en toda la noche’. ‘¿Y eso?’. ‘Nueva Orleans me ha removido
por dentro’. ‘Lo entiendo’. ‘¿Han salido a decirte algo?’. ‘No,
pero seguro que entro, me encuentro estupenda’. ‘Ya lo creo –reprimo el
deseo de abrazarla–, no hay más que verte’. ‘Eso sí, tendrás que ser mi cómplice, no quiero andar en boca de la gente’.
‘Cuenta con ello. ¿Por qué no pides una excedencia?, estarías más cómoda
durante el proceso’. ‘Ni hablar. Esto es una cuestión de amor propio. Lo
único que necesito son cuarenta y ocho horas porque en cuanto los síntomas remiten
vuelvo a estar a pleno rendimiento –ambos sabemos
que no es así–. ¿Has leído lo que publica el Fondo de pensiones de
Nueva York?’. ‘Con todo lo que tengo encima no he podido.
Cuéntame tú’. ‘Pues que en los próximos cinco años se va a desprender de
las acciones de empresas de combustibles fósiles que disparan el calentamiento global’.
‘No me extraña en absoluto, ahora la mayoría moverán ficha para alcanzar los
objetivos acordados en la Agenda 2030’. ‘Imagino, no obstante, que
mantendrán aquellas que cumplan los acuerdos de transición baja en carbono’.
‘He de hablar con mis padres, hace años invirtieron en algo parecido y he de
comprobarlo’. ‘¿Cómo les va?’. ‘Me cuesta responder con
exactitud. Se juntan y se separan con tanta facilidad que desconciertan, pero
en el fondo no pueden vivir el uno sin el otro’. ‘¿Y no te parece hermoso?’.
‘Pues sí’. La interrupción de un mensaje frunció su ceño acomodándose en
la arruga el desasosiego. ‘Compañero, voy para dentro’. ‘¿Paso a
recogerte?’. ‘No es necesario, se ha ofrecido una amiga’. Respeto su
decisión aunque intuyo que no es verdad. ‘Perfecto. Todo irá bien’. ‘Seguro’.
‘Jeff, me ha surgido un compromiso –llamo con
el manos libres del coche–, dile a Glenn que te ayude porque
no sé a qué hora llegaré’. ‘Vale. ¿Ocurre algo?’. ‘No,
es un asunto personal’. ‘De acuerdo’. Sin introducir la dirección en
el navegador: 315 Broadway Ave S que me llevaría directo, circulo por las
calles ordenando ideas a lo largo del recorrido que va desde la 16 St NE hasta
mi destino final. Reconozco que descubrir el despertar de sentimientos y emociones
me descoloca bastante. Pero, tal vez, vaya siendo hora de aceptar que por la línea
granate perfilada en el horizonte se aproxima la tempestad. Estoy en la zona
norte de la ciudad, hay poco tráfico y puedo disfrutar del paisaje. A la izquierda,
ocupando una amplia superficie, el luminoso de un Burger King con casi todas
las plazas de estacionamiento ocupadas, incita a hacer un alto en el camino. Continuo
y, unas cuadras más allá, a través de los grandes ventanales de la famosa
escuela de baile a la que Alaia siempre se quiso apuntar, observo a los alumnos
que siguen el ritmo deslizándose por la pista encerada de un futuro que se me
antoja adverso. ¿Seré yo uno de ellos? Miedo me da siquiera pensarlo. Avanzo despacio.
No estoy lejos. Paso por delante de la Universidad de Minnesota y del DoubleTree
Hilton, sofisticado hotel donde algunas estrellas de Hollywood se hospedan
cuando vienen a Rochester. Un poco más allá del cruce con 3rd St SE, visualizo
el local donde va a tener lugar el encuentro. Dentro, la mezcla del olor a
madera y paredes de ladrillo visto facilitan el diálogo. Repartidas en mesas
separadas, apenas hay dos o tres personas aisladas consultando sus portátiles.
Elijo una y me siento de espaldas al escaparate. De las repisas para taburetes
han desaparecido los complementos y prensa del día que antes tocábamos sin
peligro. ‘Por favor, ¿me trae una cerveza Budweiser bien fría?’, pido al
camarero que amablemente me da la bienvenida. ‘Hola –un
irreconocible William con sombrero me coge desprevenido–. Veo que vuelves a una de tus marcas preferidas. Gracias por acudir’. ‘Sí, es exquisita. Bueno, es lo que hay que hacer cuando los amigos
te piden algo, ¿no?’. Sonríe y le sirven un Bourbon Jack Daniel's.
‘Imagino que estés intrigado’. ‘Claro, lo
misterioso siempre eleva la adrenalina’. ‘Hace años que mi pareja y yo iniciamos
los trámites para la adopción de un niño’. ‘No lo sabía’. ‘Nunca
quise hacerlo público’. ‘Lo entiendo’. ‘Aquí, en Estados Unidos,
resultaba complicado para una pareja como nosotros con ingresos normales aunque
muy ahorradores, una vida sencilla y el hándicap xenófobo, hoy tan en auge, por
ser ella birmana. Pero nuestro deseo de ser padres tras varios intentos
frustrados incluida la inseminación, nos empujó a barajar otras alternativas posibles
a nuestro alcance. Así nos enteramos de que en Sudamérica era más fácil y que cada
vez aumentaban los huérfanos en los orfanatos. Entonces se me ocurrió ponerme
en contacto con amigos que aún conservo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria,
aquello cuajó y pusimos en marcha los papeles en Ecuador’. ‘¿Es a eso a lo
que has ido ahora?’. ‘No, digamos que estamos en la recta final de una
larga travesía. En Portoviejo, en un hogar de acogida, vive la pequeña que se
va a convertir en nuestra hija, el protocolo obliga a mantener contactos
puntuales para que los tres nos vayamos acostumbrando y que los servicios
sociales comprueben nuestro comportamiento con el bebé. Por eso hemos de quedarnos
allí algunos días. Necesito que me ayudes’. ‘Dime’. ‘Prepara una
colaboración con la Asociación Ecuatoriana de Energías Renovables y Eficacia
Energética y envíame’. ‘A ver. No es tan sencillo y tú lo sabes. Hay que
presentar algo atractivo para que los jefes den luz verde’. ‘Vale. Entonces,
hagámoslo’. ‘Perdona un minuto. Hola, Jeff. ¿Qué ocurre? ¿En serio? No
te muevas de ahí que voy enseguida’. ‘¿Malas noticias?’. ‘Todo lo
contrario, han autorizado la venta de la planta de energía nuclear “Indian
Point”, al norte de Nueva York por miedo a un sabotaje terrorista al estar prácticamente
cerrada. Se me ocurre una idea…’.
12.
‘¿Qué tal compañeros?
–la prudencia de Jeff evita preguntas de incómoda respuesta–. Celebro que hayáis venido tan rápido’. ‘A ver, dinos
qué ha pasado exactamente’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear aprueba
vender la legendaria planta Indian Point Energy Center, ubicada a 24 millas al
norte de Manhattan’. ‘¿Cómo te has enterado? –interrogo
mientras reviso las cartas de correo que aún permanecen sin abrir sobre mi mesa–. ¿Quién la compra?’. ‘Por la prensa local. Una
empresa de Nueva Jersey’. ‘Holtec Decommissioning International se
encarga del desmantelamiento, ¿no?’. ‘Sí, ¿por?’. ‘Conozco a
alguien que puede proporcionarnos información de primera mano –suelto
sonriente–. Es un fotógrafo amigo de Alaia que maneja con mucha
mano izquierda estos asuntos y está muy bien relacionado. Después le localizo,
igual hasta nos puede adelantar algo’. ‘Estupendo. Hace tiempo
publicaron la noticia de su pronta desaparición –continúa
nuestro crack informático–, pero ya sabéis que la carrera a
la presidencia de los Estados Unidos lo ha acaparado todo. Por suerte con el
equipo que está configurando Biden estas cosas van a cambiar’. ‘Ahora que lo dices es verdad, el reactor de la Unidad 2 a lo largo
del río Hudson –interviene William– lo cerraron por la
presión ecológica que recibieron’. ‘Cierto, el grupo
ambientalista Riverkeeper –contesta el otro– ha denunciado últimamente la muerte de peces así como la contaminación del suelo y del agua’. ‘¿Qué posibilidades hay de meter ahí las narices? –dirijo la
conversación para concretar–. ¿Y cómo lo podríamos plantear
para que a los jefes la idea les resulte atractiva?’. ‘Hombre, ya que tienes un posible contacto veamos qué cuenta. Y con
respecto a los de arriba yo creo que están muy sensibilizados con todas las causas
que presentamos’. ‘Muy bien. Ponte a ello, por favor. Iremos en mi coche’.
‘Son casi diecisiete horas de camino. ¿Y por qué no en avión?’. ‘Hay
que dar ejemplo y usar aquellos transportes que ensucian menos la atmósfera’.
Se queda ocupándose de la logística que vamos a necesitar y nosotros nos
salimos a la calle digo: ‘Cógete un vuelo para Ecuador, iré yo solo, es la
única manera que se me ocurre de ayudarte sin levantar sospechas. ¿Te parece?’.
‘Claro, y te lo agradezco muchísimo’. Antes de despedirse confiesa que
está muerto de miedo por la paternidad.
‘Mamá, perdona la tardanza –mis
palabras suenan a culpabilidad–, acabamos de llegar
del Golfo de México y tenemos todo el material por organizar. ¿Cómo estás?’. ‘Ahora bien, cuando intenté contactar contigo, mal. Tu padre resbaló
en el supermercado y tiene el hombro roto. Pero claro, eso para ti es insignificante
ante la posibilidad de convertirte en el adalid del medioambiente, ¿verdad?’.
‘Joder, eres tremenda –sus palabras envenenadas de rabia y disgusto
caen sobre mí despertando la zozobra que tantas veces me noquea–. ¿Por qué no dijiste el verdadero motivo? ¡Habría venido!’. ‘No me hagas reír. ¿Tú crees? –se carcajea–. ¡Venga ya, hijo!’. Incapaz de réplica ante tal afirmación me dejo
tentar en el mercado negro de la falsa calma: quebradiza, irreal, amurallada…
No obstante, decido ir a verlos. Así pues, agarrado fuertemente al volante para
que no se me escape la vida, cruzo la ciudad sobrecogido, náufrago con las heridas
abiertas y la sensación de no estar allí donde me necesitan porque siempre hay
algo que me distrae, que me aleja, que me dispersa… Quizá sea una manera de evitar
lo vulnerable que siempre nos deja a la intemperie. No lo sé. Observo el vacío
de las calles parecido al de mi corazón en estos momentos, el clamor atenuado
de los escaparates sin reclamo, los semáforos que cambian sin espectadores impacientes
pisando el acelerador. Hay luna llena, una camada de pájaros la cruza partiéndola
en dos, cual juncos adheridos al dique seco de la supervivencia que migra a
otro hemisferio. Según avanzo reconozco la casa donde viven mis padres, ubicada
en W Center St con la 18 Ave NW, está rodeada de mucho césped, árboles de ramas
apretadas, estrechos caminos de grandes baldosas que te adentran a pie de un
bosque en mitad de lo urbano conectándote con la tierra. Bajo el alfeizar de la
ventana de la buhardilla, enganchada en un mástil horizontal, hondea la bandera
de las barras y estrellas. Recuerdo que siendo niño estuve muy enfadado porque
no me dejaban colgar una canasta de baloncesto en la parte de atrás y en cambio
ellos sí podían tener aquel palo absurdo con ese trapo. Si cierro los ojos y
reduzco la velocidad soy capaz de detener el motor justo delante de la fachada
pintada de amarillo chillón, el color preferido de mi familia. Excepto mío. Respiro
al ver el garaje abierto, señal que papá anda restaurando alguna cosa antigua,
como aquella cámara de fotos que consiguió para Alaia y que hoy es toda una
pieza de coleccionista. ‘Hola –nadie responde–. ¿Hay alguien? –digo, para que no se asuste–. No te enfades
mucho conmigo, ¿vale?’. El ruido de herramientas entrando y saliendo de su caja
es ensordecedor. ‘Markel, ¿eres tú? –entre los trastos viejos asoma la
cabeza del vecino–. Aquí estoy, con estas maderas. He llevado la corta
sierra a reparar y tengo que terminar de montar unas estanterías. ¡Cuánto tiempo
sin verte! ¿Cómo te va?’. ‘Bien, ¿y a vosotros? Aumentó
la familia, ¿no?’. ‘Sí, mi niña me ha hecho abuelo y estoy como loco, es
un sentimiento maravilloso. Bueno, me voy. A ver si acabo pronto –señala los
tablones que sostiene bajo la axila–, que tenemos que ir a
la iglesia. Un gusto saludarte. Diles que volveré mañana’. ‘Por mí no lo hagas’. ‘Tranquilo, no es por ti –antes de
desaparecer pregunta–: ¿Crees que el planeta se va a hacer puñetas si no
hacemos algo pronto?’. ‘¿Estás interesado en el tema?’. ‘¡Qué
va!, es que el mediano de mis hijos, no hace más que darnos la lata con lo que,
según él, hacemos mal. Y como sé que tú estás metido en ese berenjenal… Pues
eso’. ‘Toma el número de teléfono, si quiere que me llame a la oficina’.
La mira con recelo y pasa junto a mí sin rozarme.
‘No regañes al chico, ¿me oyes?’. ‘Eso, ponte de
su parte. Ya podréis: dos contra una. ¿No te das cuenta?, pero si no nos hace
ni caso’. ‘Eh, ¿qué pasa? –apaciguo–, parecéis críos’. Callo y compruebo que el aparatoso accidente de papá
es tan sólo un desgarro muscular a consecuencia de la caída. Dicho de otro
modo: mamá ha ejecutado una maniobra perfecta para llamar mi atención. ‘¿Cómo
te va, muchacho? –dice él–. ¿En qué andas metido?’. ‘Bueno, ya sabes que nuestra lucha no tiene descanso. En breve tengo
que viajar a Nueva York’. ‘¿Sabes que te ha salido competencia?’. ‘¿Quién?’.
‘El hijo de Eugene –me guiña un ojo y comprendo que lo hace para provocar
a su esposa–. Creo que no para de hablar del efecto invernadero y del
acuerdo que han de alcanzar los países para subsanar la contaminación’. ‘Ahora
estaba en nuestro garaje y ya me ha contado. Le he dado una tarjeta para él
porque es muy interesante que la gente joven se implique’. ‘Me alegro, son
buena gente’. ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Exactamente no lo sé, unos
veinte más o menos’. ‘¿Cómo se llama?’. ‘Steve. Toma –me da
unos recortes de prensa con las conclusiones finales de los recuentos de votos
y el reconocimiento y felicitación a los demócratas por parte de líderes
republicanos por su triunfo en las elecciones–, para que lo guardes’. ‘Gracias.
Tenemos puestas bastantes esperanzas en el presidente electo en cuanto a
políticas ecológicas’. ‘Entonces, ¿Gina McCarthy y Michael S. Regan te
parecen buenas apuestas?’. ‘Sin duda. Ella, que ahora será Asesora
Nacional del Clima, ha dirigido la Agencia de Protección Ambiental de los Estados
Unidos, cargo que pasa a él, un afroamericano que ha trabajado estrechamente
con el gobernador de Carolina del Norte quien lo califica como un tipo
dispuesto siempre a consensuar. Por tanto, nuestras expectativas son grandes al
respecto’. ‘Muy acertado lo de incorporar al equipo a personas de color
después de la repercusión que las agresiones raciales están teniendo en la
sociedad’. ‘Mamá –digo, para integrarla en la conversación–,
¿vosotros no teníais invertido en un Fondo de Pensiones?’. ‘Hombre, al
fin te dignas a hablar conmigo. Hace tiempo que lo contratamos. ¿Es que quieres
tu parte de herencia?’. ‘No seas “sinsorga” –expresa papá con marcado
acento vasco– y escúchale’. ‘Quizá sea momento de vender y poner el
dinero a buen recaudo’. ‘Pues no se hable más –concluye tajante él–,
así lo haremos’. ‘¿Te duele? –refiriéndome al brazo–. ¿Cuánto has
de llevarlo en cabestrillo?’. ‘En principio quince días, pero todo dependerá
de cómo esté. La próxima semana tengo cita con el traumatólogo. Estoy bien, no
me molesta demasiado, es que tu madre es una exagerada y te ha hecho venir’.
‘¡Qué va! Pensaba hacerlo, sabéis que estoy encantado. Además: ¿qué hay de
cena?’. ‘¡Serás bandido! A la cocina los dos – ordena enfadadísima, a
la vez que da un golpe suave sobre el sillón–. ¡Vamos!’. Mientras corto
la col en juliana para la ensalada americana, se me despierta un apetito feroz
con las albóndigas suecas que mi madre prepara como nadie. Sobre todo la salsa
a base de puré de patata, mermelada de arándanos rojos y pepinillos. El vino es
exquisito y la velada transcurre intensa, aunque breve. Sugieren que duerma en
mi antiguo dormitorio porque se ha hecho tarde para atravesar la ciudad, lo
pienso ya que cuando me abrigan esas cuatro paredes parece que el tiempo se
detiene y me lleva a escenarios muy felices, pero la responsabilidad y todo cuanto
he dejado pendiente hacen que, tras el segundo whisky, regrese a mi solitaria y
austera burbuja.
A
la mañana siguiente, tendido sobre la cama y con la ropa de la jornada anterior
a medio quitar, despierto con la lengua pegada al paladar y la resaca áspera como
la lija. Me tiro de la cama, son las 6:45 a.m., hora de salir a correr por el
vecindario, pero apenas me responde el cuerpo y lo más que llego es hasta la licuadora
donde introduzco un surtido de zanahorias y remolacha que bebo casi sin
respirar. En televisión, un locutor con voz hueca y falto de empatía, hace un
resumen de algunos acontecimientos ocurridos sin mención alguna a George Floyd
que murió asfixiado por la presión de una rodilla anclada en su cuello, Greta
Thunberg que puso cara a toda una generación de jóvenes preocupados por la
salud del planeta o Ruth Bader Ginsburg jueza de la Corte Suprema nombrada por
Bill Clinton y acérrima defensora de los derechos civiles a la que tanto echaremos
de menos. Sin embargo, es poca la atención que le presto ya que repasando los
e-mails acumulados sin leer o pendientes de contestar, encuentro uno del equipo
The Climate Reality Proyect, de Colombia, en el que muestran gran preocupación
por el relevo de Julia Miranda quien ha estado durante 16 años al frente de los
Parque Nacionales Naturales, lo cual provoca incertidumbre en cuanto a lo que
deparará el futuro a las áreas protegidas sin su supervisión. ‘Good Morning,
Glenn’. ‘¿Cómo te va, querido?’. ‘Oye, ¿aceptarías ir a Bogotá o
tienes planes?’. ‘No, ninguno. ¿Cuándo salimos?’. ‘Lo siento,
esta vez irás solo, no puedo acompañarte’. ‘De acuerdo’. ‘¿No
quieres saber los motivos?’. ‘Me lo pides tú y es suficiente. Por cierto,
he visto a Deanna Leone y está enfadadísima contigo’. ‘Es verdad, la tenía
que haber llamado. Hoy lo hago sin falta. ¿Te paso por correo electrónico toda
la documentación que tengo respecto al lugar adónde vas?’. ‘Claro’. ‘Bueno,
pero para que vayas abriendo boca te diré que viajarás a Chiribiquete’. ‘¿A
la cadena montañosa en medio de la meseta amazónica? Me encanta la propuesta. Voy
a hacer la maleta’.
13.
Tengo por delante setenta y dos
largas horas hasta llegar al destino final en las que podré reflexionar,
escuchar música, disfrutar del paisaje y minimizar aquellas cosas
insignificantes que carecen de importancia. Jeff Blocker, de trazo minucioso
como siempre, ha dividido la ruta en tres bloques. ‘La primera parada la
harás en Chicago’. ‘¡Guau! Windy City, “la Ciudad de los Vientos”, me
encanta ese apodo porque nunca sabes en qué dirección soplará’. ‘Ya, muy
poético, pero vamos al grano. Hay una reserva hecha a tu nombre en el Motel Apache
–es discreto y sabe que William no viene conmigo–, está en 5542 N Lincoln
Ave, estas son las coordenadas –me las da apuntadas en un trozo de papel–.
Es un lugar tranquilo, te gustará. La siguiente es en Akron’. ‘No sé
dónde está’. ‘En el estado de Ohio. Quizá te suene la casa de dos pisos
del Dr. Robert Smith y su esposa Ann, bebedores silenciosos, donde en 1935
comenzó a funcionar Alcohólicos Anónimos. Ellos mantenían la teoría de que sólo
otros borrachos habiendo pasado por la misma experiencia, se ayudarían a seguir
sobrios. Si yo fuese tú no me iría sin visitarla’. ‘De acuerdo’. ‘La
última etapa es Nueva York’. ‘¿Tengo alojamiento también allí?’. ‘Bueno,
aún está por confirmar. Barajo unos cuantos’. ‘El que sea más humilde. En
el Bronx o Brooklyn estaría bien. Eso sí, lo más alejado del Distrito Financiero,
por favor’. ‘¿Qué te parece en Ossining? Ahí se encuentra la sede
central de la organización ambiental Riverkeeper’. ‘Ya, pero…’. ‘Además,
a través de la línea Hudson de Metro-North Railroad la comunicación con la Gran
Manzana es muy buena lo cual evitará la locura de conducir por la metrópoli’.
‘Tú consígueme un hospedaje barato donde te he dicho. ¡Ah!, y concreta una
cita con alguien de la planta nuclear Indian Point Energy
Center y otra con los miembros del equipo que presionó para que cerraran el
reactor de la Unidad 2’. ‘Cuenta con ello. ¿Hablaste
con el amigo de tu mujer?’. ‘En National Geographic dicen que lleva
meses haciendo unos reportajes en Kenia y han perdido su pista. No sé, es como
si se le hubiese tragado la tierra. Localiza a Deanna Leone, por favor y dile
que esta noche la llamo sin falta’. ‘Vale’. Antes de ir a casa pregunto
a Georgia Hardin si necesita alguna cosa, ya que esta vez los efectos
secundarios de la quimio parecen más agresivos, pero asegura que todo está
bien. ‘¡Qué mujer tan fuerte!
He
cumplido una a una las etapas del viaje dándome tiempo incluso de hacer
turismo. Chicago es una ciudad espectacular, con amplias avenidas y luminosas streets
por las que, con el salvoconducto que te otorga la libertad de ser un desconocido,
es muy fácil convertirse en alguien invisible ante los ojos de los demás. El
Instituto de Arte, junto a Grant Park, es una de esas joyas que uno no debe
morirse sin haber conocido. Disfrutar del pintor retratista neerlandés Frans
Hals, de José de Ribera, Rembrandt o El Greco es una oportunidad de contemplar en
su conjunto algo de lo que no gozo a menudo. El suelo de madera haciendo zigzag
y las paredes pintadas en verde con puertas enmarcadas en tono más claro transmiten
muchísimo confort y un calor casi de hogar. Apenas hay gente, lo cual facilita
enormemente contemplar con detenimiento cada cuadro, escultura y otros objetos
de valor incalculable. Tampoco la hay en el exterior por lo que toma mucha más
relevancia el bellísimo skyline punteando el horizonte, escenario
perfecto para que aparezcan Robert de Niro como Al Capone y Sean Connery dando
vida a Jim Malone. Justo aquí, al lado, en el cruce de Ave Michigan con E Adams
st, cuelga la placa que indica el comienzo de la mítica Ruta 66 debajo la que todo
guiri cumple con el ritual de hacerse una foto y yo, no voy a ser menos.
Recuerdo que un compañero de Century High School, la escuela donde di clases
de español hasta que murió Alaia, todos los años arrancaba desde este mismo punto
lo que él calificaba cómo un viaje alrededor de la novela de John Steinbeck: “Las
uvas de la ira”.
Objetivo
cumplido: he llegado a Nueva York. A pesar de la mala fama que rodea a Harlem
en cuanto a pandilleros, yonquis en busca de su gramo de felicidad, prostitutas
en retirada tras una jornada más de trasiego ajetreado y sangrientas peleas,
este barrio transmite algo especial que, en melodía de swing se adhiere
al corazón. Deanna Leone me espera en Corner Social, del que he leído
algunos comentarios que lo califican como uno de los mejores restaurantes para
degustar un sabroso brunch. ‘Te vendes muy caro, Markel. Cuesta un triunfo contactar
contigo’. ‘Sabes que no es verdad. Últimamente hay mucho trabajo que, en
nuestro caso, suelen ser asuntos que requieren atención inmediata. No obstante,
quién me iba a decir que nos encontraríamos ayer en un puesto ambulante comprando
perritos calientes con mostaza y salsa chucrut’. ‘Bueno, no es tan raro,
nací aquí y vivo a pocas cuadras de donde estamos, aunque me crie en Carolina
del Norte’. ‘Pero viste a Glenn Clemmons en Rochester, ¿no?’. ‘Sí,
a la salida de Flower of hope de Mayo Clinic. Tengo un problema dermatológico y
los tratamientos los compro ahí’. ‘¿Te dijeron en la oficina que
venía?’. ‘No, nadie me ha llamado, ha sido pura casualidad. ¿Qué te trae
a la ciudad que nunca duerme?’. ‘Pues que la Comisión Reguladora Nuclear
ha autorizado la venta de la planta de energía…’. ‘¿La piensas comprar?’.
‘¡Qué más quisiera! ¿Te imaginas?, Convertiría cada yarda en zona verde’.
‘Estarás contento, ¿no?, pronto tendrás a Biden ocupando la Casa Blanca y
resolverá vuestras cositas del planeta, aunque supongo que tú serás más afín a
Kamala Harris, ¿no?’. Simplemente, sonreí. A pesar del frío, mientras conversamos
caminando de vuelta cada uno a sus quehaceres pienso en lo poco que sé de ella y
en lo mucho que me desconcierta. ‘¿Te puedo hacer una pregunta?’. ‘Igual
no la contesto’. ‘¿A qué te dedicas?’. ‘A ejercer de esposa de un
hombre comprometido con la Iglesia Baptista’. ‘¿Y eso cómo se traduce?’.
‘Bueno, formamos parte de una corriente teológica. Nos rige un sistema de
organización congregacional ya que nuestra máxima es que entre Dios y el
creyente no debe haber intermediarios. Asistimos a seminarios de formación
espiritual y hemos retomado la doctrina del bautismo del creyente. Es decir:
nunca se realiza antes de la adolescencia y siempre es por inmersión’. ‘Mira,
respeto mucho las creencias de cada uno. Sin embargo, ¿de verdad crees que rechazando
el aborto, la homosexualidad, el divorcio y todo aquello que huele a libertad y
progreso sois más íntegros? No sé, la vida gira y tal vez sería conveniente
resetearnos’. ‘Nosotros defendemos lo natural: Un hombre y una mujer son
la unión lógica. Dos personas de un mismo sexo violan las normas. La interrupción
voluntaria de un embarazo es el asesinato de un inocente’. ‘¡Venga ya! No
me coloques propaganda barata’. ‘¿Sabes cuál es el problema de los
activistas o defensores de las causas perdidas como tú?’. ‘No. A ver,
dímelo’. ‘Pues que habláis y opináis de aquellas cosas que no conocéis de
raíz. ¿Quieres cenar hoy con mi marido y conmigo en casa?’.
Antes
de acudir a la cita fijada a las 7:30 p.m., hago un último intento para
establecer comunicación por videollamada con Glenn y saber cómo le va en
Chiribiquete, pero, una vez más, tropiezo con su celular fuera de cobertura. No
importa, mañana lo intentaré. El 2359 de Frederick Douglass Blvd es un edificio
de cuatro alturas con ladrillo rojo, escalera de incendios mordiendo la fachada,
un local comercial donde trenzan el cabello estilo africano llamado Family Hair
Braiding y, más allá, Greater Zion Hill Baptist Church donde apasionadas
misas gospel ponen techo al maravilloso elenco de voces negras que le dan vida.
Desde que soy usuario de las relaciones sociales padezco el síndrome del invitado
novato. Es decir: nunca sé qué presente llevar para quedar bien. Así que, opto
por una bandeja de Cronut, ese riquísimo dulce elaborado a partir de una
mezcla de croissant y donut, y un vino embotellado de calidad. El apartamento,
apenas sin objetos personales y más bien minimalista, es sencillo e intuyo que
alquilado. Deanna y Oliver me reciben en la entrada con actitud hospitalaria. El
sofá de mimbre, con más cojines de los que realmente caben, es cómodo, también hay
un mueble alargado con pocos adornos, salvo una Biblia abierta por el libro del
Génesis. Más allá, amurallada con cuatro sillas, la mesa ya está montada con el
set completo. ‘Gracias por la invitación’. ‘Es un placer. Mi esposa
habla mucho de ti. ¿Una copa?’. ‘Sírveme otra, querido. Enseguida
estará lista la pizza. ¿Has probado la neoyorquina, Markel?’. ‘No’. ‘Te
gustará –dice él–. La diferencia con otras es que la masa es muy fina para
doblar sin romper, además del exquisito relleno de mozzarella’. No han
exagerado nada, está deliciosa. ‘¿Café? ¿Coñac? –dice él– ¿Las dos
cosas?’. ‘Un licor me irá bien para la digestión –sonrío–, no
estoy acostumbrado a comer tanto’. ‘Bueno, vayamos al backyard –apunta
ella–. Ahí se está agradable’. Por una pequeña puerta decorada como los
muebles de cocina se accede a un espacio luminoso, enmarcado con tiras de caña
y techo abatible de cañizo. ‘¡Guau!,
qué patio interior tan bonito, es la primera vez que estoy en uno y no a pie de
suelo’. ‘La mayoría de las casas en algunas millas a la redonda lo
tienen’. ‘Es muy acogedor’. ‘Así que te dedicas a desafiar
las leyes divinas –el tono fanático del hombre despertó el desencuentro–
dándole protagonismo a la mano del hombre, cuando en verdad no la tiene’. ‘No
sé a qué te refieres, Oliver’. ‘Pues que todo lo relacionado con el
clima es un castigo de Dios’. ‘¿Eso piensas?’. ‘En Nueva Orleans
el Katrina lo fue por tanto homosexual suelto’. ‘Mira, por ahí no vayas,
eh. Mi mujer y sus padres murieron allí, imagina lo doloroso que me resulta escuchar
tus palabras. Lo queráis comprender o no, las temperaturas son cada vez más
altas y como consecuencia del deshielo el nivel del mar sube. No me vengas
diciendo que son profecías o castigos’. ‘El problema de los incrédulos es
que carecéis de imaginación’. ‘Si tú lo dices. Pero, deja que añada
algo: me pregunto si aquel Jesús de Nazaret aprobaría el supremacismo blanco y el
espíritu segregacionista que tanto daña’. ‘Nosotros somos simples
pastores’. ‘Entonces, ¿qué opinión tienes del pastor Raphael Warnock,
senador electo por el estado de Georgia, famoso por extender Medicaid a cada
rincón vulnerable de los Estados Unidos bajo el paraguas de la Ley del Cuidado
de Salud a Bajo Precio, conocida también como Obamacare?’. ‘En ese
sentido nuestro movimiento evangélico es amplio y no veta a nadie –me
alegra oírlo, pero estoy cansado y callo–, aunque la conversación no
iba por ahí. Acuérdate de cuando Abraham retornó de Egipto y dejó a Lot en Sodoma,
sus habitantes eran grandes pecadores y dos ángeles le avisaron de la gravedad
de sus actos. Sin embargo, a pesar de interceder por su pueblo no pudo evitar
que fueran aniquilados por una lluvia de azufre y fuego’. ‘Ves, eso es
lo que siempre he querido expresar –interviene Deanna– y nunca me habéis
entendido. Nuestra Nación sufre el azote de ciclones, grandes tormentas y todo
tipo de devastaciones porque son advertencias enviadas desde el cielo para constatar
que allí está el cuadro de mandos’. ‘Mirad, se ha hecho tarde y tengo
que madrugar. Gracias por la invitación. Ya nos veremos’. ‘Espera,
hombre, no te vayas’. ‘De verdad que no. Lo lamento’. Según bajo las
escaleras y voy a donde tengo el coche, siento disgusto por cómo ha terminado
la velada.
‘Jeff
–consigo videollamada con él–, ¿a qué hora me esperan en la planta?’.
‘A las 4 p.m.’. ‘¿No podían antes?’. ‘Pues no’. ‘Está
bien. Tengo un correo de Glenn, dice que está evaluando el impacto del abandono
medioambiental en la zona y que cuando lo tenga te lo enviará’. ‘Este
chico es un verdadero perfeccionista’. ‘Ya lo creo. Anoche cené con los
Leone, ya te contaré, una experiencia un tanto desagradable. ‘De acuerdo.
Por cierto, ten muchísimo cuidado, las cosas andan muy revueltas por la
certificación de los resultados del Colegio Electoral’. ‘¿A qué te
refieres?’. ‘A nada en concreto y a todo’. He comprado hamburguesas,
patatas, alitas de pollo fritas y una bebida de cola para permanecer en la
habitación del motel hasta que salga hacia Indian Point Energy Center. Aproximadamente
a la 1:30 p.m. aparecen por televisión imágenes del asalto al Capitolio con
miles de manifestantes irrumpiendo en el interior de forma violenta. Entonces, escalando
mis vértebras, un escalofrío de incertidumbre me recorre la espalda. I can't
breath.
14.
Una vez asimilado que el asalto al
Capitolio no son imágenes espectaculares de algún rodaje propio de Hollywood,
con miles de actores extras cuya caracterización y vestuario merecerían nominaciones
a los Oscars, sino que la invasión, con el único propósito de tumbar los
cimientos democráticos, sucede en realidad, lo primero que hago sin apartar los
ojos de la televisión ni de la información constante que la agencia United
Press International cuelga en su web, es contactar con la sede de
nuestra ONG en Washington, pero las líneas están colapsadas y permanezco a la
espera de establecer comunicación. Mientras, pruebo suerte con la oficina. ‘The
Climate Reality Proyect, Rochester, Hello’. ‘Georgia, ¿qué haces ahí?’.
‘¿Recuerdas?, trabajo aquí,’. ‘Boba. ¿Estás bien?’. ‘Markel,
deja de ejercer un paternalismo conmigo que no te pega ni yo soporto. Joder, la
que han liado, ¿no?’. ‘Tremendo. Aún estoy en shock’. ‘Nosotros
también’. ‘A ver cómo reaccionan desde la Casa Blanca’. ‘Sin
comentarios…’. ‘Necesito un favor’. ‘Dime’. ‘En uno de los
cajones de mi mesa hay una cartera de cuero muy desgastada, ábrela’. ‘Voy,
aguarda un segundo. Ya la tengo. ¿Qué hago?’. ‘Busca la tarjeta de la
congresista Alexandria Ocasio-Cortez’. ‘¿Es quien impulso en 2019 un Green
New Deal medioambiental?’. ‘Sí. Y también fue muy sonado el discurso
feminista que dio en el Congreso a raíz de que un legislador republicano de Florida
la increpara utilizando un lenguaje absolutamente machista’. ‘Me alegré
mucho cuando ganó las primarias a la periodista Michelle Coruso-Cabrera’. ‘Yo
también, es muy dinámica y forma un buen equipo junto a la refugiada somalí
Illhan Omar, Rashida Tlaib de origen palestino y la afroamericana Ayanna
Pressley representantes de los Estados de Minnesota, Michigan y Nueva York,
respectivamente. Son el ala progresista del Partido Demócrata’. ‘Es
cierto, William y yo asistimos a uno de sus mítines’. ‘Localízala, y di
que llamas de mi parte. A ver qué cuenta. Quiero saber si habrá nuevas medidas para
reducir con urgencia las emisiones de carbono. Ponte a ello, y dile a Jeff que
dentro de tres o cuatro días estoy allí. ¡Ah!, y no perdáis la pista a Glenn
porque el muy canalla es capaz de quedarse a vivir en Chiribiquete’. ‘Colega,
no tienes límite’. ‘Te dejo, me entran muchos e-mails. Cuídate, y sal lo
menos posible’. ‘Vuelve pronto, compañero. Oye, se pone Nelson’. ‘Ahora
no puedo, lo siento. Volveré a llamar’.
Entre
los más de cuarenta correos con publicidad que han saltado de golpe presto especial
atención a uno con remitente particular. “Estimado Mr. Atxaga. Me llamo Steven
y nuestros padres son vecinos. Formo parte de esa generación que va a tomar el
relevo en todas las cosas. Considero que soy un joven inquieto y preocupado por
cuanto ocurre en el mundo: hambre, migraciones, desigualdad, maltrato, tráfico de
humanos, enfermedades incurables, explotación infantil, xenofobia, violencia,
racismo, discriminación de la mujer… y, también, problemas medioambientales. A
punto de ingresar en la Universidad de Princeton para estudiar Físicas, algo
que desde pequeño siempre quise hacer pese a que ahora ya no lo tengo tan claro,
creo que mi sitio está en la lucha por el clima pues considero que es el eje de
la vida en la Tierra. De alguna manera, la vocación de investigador que siento rugir
en las tripas y el activismo que corre por mis venas son vasos comunicantes.
Esa misma razón es la que me empuja a escribirle. Ojalá tuviera la oportunidad
de exponer delante de usted algunas de las ideas y pensamientos que tengo
respecto a la agricultura más responsable, reducir las sustancias contaminantes,
desperdiciar menos alimentos, comercio justo, etcétera. En fin, como puede
comprobar, estoy bastante preocupado. Muchas gracias. Cuídese. Saludos. S.”. Queda
pendiente de contestar en otro momento. Ahora, toda la atención la acapara el
presidente electo Joe Biden que, como hombre de Estado, curtido en las
trincheras, se dirige a los estadounidenses y califica los hechos como un acto
de sedición. Un WhatsApp de William parpadea en mi celular. Dice que los
trámites de adopción en Ecuador no están siendo tan sencillos como les habían prometido
y que les piden más dinero del acordado. Ofrezco mis ahorros pero asegura que ellos
pueden hacer frente a los gastos. Sin embargo, lo que sí le preocupa bastante son
las consecuencias emocionales que esto va a suponer para su esposa, delicada
mentalmente…
A
unas 35 millas al norte de Nueva York, a orillas del río Hudson, se encuentra
la planta nuclear Indian Point Energy Center, en Buchanan, villa del
condado de Westchester. Y, aunque su licencia para operar estaba vigente hasta 2025,
de acuerdo con las autoridades la empresa ha anunciado un lustro antes su pronta
venta y posterior desmantelamiento. En el dossier que traigo preparado veo que
la unidad 1 funcionó desde septiembre de 1962, hasta octubre de 1974, ya que el
sistema de refrigeración de emergencia no pasó los controles óptimos de seguridad
lo cual obligó a vaciar el combustible de la vasija. Según aminoro la velocidad
y sigo la flecha de entrada observo que apenas hay media docena de coches
estacionados. Un vigilante con sobrepeso, junto a su perro guardián, custodia
en solitario todo el perímetro. ‘Hola. ¿Qué tal? Estoy citado con Mr. Owens’.
‘Un momento, he de comprobarlo –retrocede hasta la caseta y veo cómo
descuelga un teléfono de modelo antiguo. Minutos después regresa con paso cansino
y, apoyándose sobre el capó, dice–: cuando llegue al final de las columnas
de árboles gire a la derecha, ahí verá la nave donde le esperan’. ‘Thanks’.
‘Bey’. Levanta la barrera y dejo atrás el reconfortante paisaje de
montañas. De pelo canoso y rubio, rozando los setenta años, con perfil de cowboy,
manos huesudas de dedos largos y una sonrisa permanente iluminando dos bonitos
ojos azules, es el interlocutor que esquivará diplomáticamente mis embarazosas
preguntas. ‘Encantado –inclinamos la cabeza a modo de saludo–. Soy Markel
Atxaga, The Climate Reality Proyect, una asociación que aboga por la educación
sobre el cambio climático’. ‘Sí, la persona que contactó conmigo me puso
al corriente. ¿En qué puedo ayudarle?’. ‘Como supondrá nos preocupa todo
lo relacionado con la salud pública y ecológica, por consiguiente, los procesos
de desmantelamiento y cómo se lleven a cabo, también’. ‘Bueno, supondrá
que eso ya no corre de nuestra cuenta sino de una empresa de Nueva Jersey especializada
en hacer este tipo de cosas’. ‘¿Estaba usted aquí cuando cerraron la
Unidad 2? –silencio–. ¿Conoce a alguien que haya sido testigo de ello? –silencio–.
¿Le consta que hace dos décadas se liberó a la atmósfera una pequeña cantidad de
radioactividad porque se rompió la tubería de un generador de vapor? –silencio–.
¿Cree que de haber seguido funcionando cabía la posibilidad de que hubiera ocurrido
un accidente nuclear similar al de Three Mile Island? Sabe positivamente a qué
me refiero, los sistemas de refrigeración no funcionaron y, al calentarse, el
combustible sólido se volvió líquido fundiendo el reactor y, en el peor de los
casos, podría haber desencadenado una explosión parecida a Chernóbil –silencio–.
¿De verdad que no tiene nada qué decir?’. De suceder esto en el contexto de
un juicio se oiría por respuesta: “me acojo a la Quinta Enmienda”. ‘No
quiero problemas –rompió el mutismo–. En cuanto que los nuevos dueños se
hagan cargo de la empresa cierro esta etapa y me retiro a mi rancho en Texas’.
‘No le estoy pidiendo que desclasifique información comprometida, pero dadas
las circunstancias y habiendo saltado la noticia de la compra entienda la curiosidad.
¿Cuántos acres tiene esto?’. ‘240’. ‘Imagino que ya no quedan
residuos tóxicos, ¿verdad?’. ‘No, jamás hubo –frunzo el ceño de
incredulidad–. Acompáñeme –mira a uno y otro lado, voy detrás de él a
cierta distancia hasta que hace un gesto para que no continúe. Entonces, entra
al despacho y saca unos documentos en la mano–. Compruébelo usted mismo. Nosotros
siempre hemos cumplido los protocolos marcados por Nuclear Regulatory Comission,
ahí tiene la memoria de lo que se ha hecho y cómo’. Ni siquiera hojeé el contenido
de la carpeta, la conversación había sido como jugar a beisbol sin guante: uno rehúye
capturar la pelota y la esquiva.
Hacer
el camino de vuelta es memorizar en la retina lo que a primera vista pasó
desapercibido. Akron, ubicada en el condado Summit, es una ciudad del estado de
Ohio –conservador, religioso, hermético–. Con diversa arquitectura donde conviven
sin estorbarse edificios elegantes con semáforos brillantes de chapa amarilla y
casas individuales rodeadas de la naturaleza que se hacen hueco entre los
postes del cableado eléctrico. A principios del siglo XX, atraídos
fundamentalmente por su industria especializada en artículos de caucho, experimentó
un notable aumento poblacional, debido a los numerosos emigrantes que vinieron
buscando un futuro mejor desde cualquier punto del país e incluso de Europa.
Impresionado por la torre del PNC Bank, no me aguanto las ganas de entrar al
vestíbulo. Pero, debido a la emergencia sanitaria permanece cerrado al público.
Jeff tenía razón recomendándome visitar la casa museo del Dr. Robert Smith,
fundador de Alcohólicos Anónimos en 1935. Con absoluto esmero mantienen el
mobiliario de las habitaciones tal y como lo dejaron, así como la pulcritud del
tapizado de los sillones, la histórica mesa de la cocina donde se redactaron las
bases de la asociación contra la adicción a la bebida. El cortinaje y cada
adorno contienen la esencia de los difíciles momentos que se vivieron ahí. Es fácil
cerrar los ojos y empatizar con el sufrimientos y también las alegrías de quienes
consiguieron mantenerse sobrios. Antes de abandonar el territorio diviso a lo
lejos el dirigible con el logo de Goodyear, la compañía multinacional de
neumáticos que obtiene grandes ingresos a través de la Fórmula 1.
‘¿Por
dónde andas, compañero?’. ‘Regreso a casa. ¿Y tú?’. ‘Voy a una reunión
con ambientalistas muy preocupados por el futuro de los Parques Nacionales Naturales
tras el relevo de Julia Miranda. Además, me han prometido que mañana visitaremos
la serranía, no en su totalidad. Son 4,3 millones de hectáreas y algunas de
ellas muy abruptas’. ‘Pero sí disfrutarás de los tepuyes decorados de
selva y pinturas rupestres, imagino’. ‘Claro, es un paraje de valor
incalculable, ten en cuenta que es la región con mayor biodiversidad del mundo.
No obstante, y hasta donde sé, también sufre una deforestación irreversible’.
‘Dicen que la mayoría de los dibujos encontrados en las paredes rocosas son
de Panthera onca’. ‘El felino más grande de América’. ‘Compruébalo
y entérate si están aplicando algún tratamiento de conservación’. ‘Espero
no toparme con uno de frente, pero lamentablemente es una especie en extinción.
No te preocupes que así lo haré. De igual modo será interesante tomar nota de
las claves que encierra el lugar respecto a los primeros pobladores del
continente y ver cómo eran nuestros hermanos’. ‘Glenn, no corras riesgos
físicos. He conocido a Oliver, el marido de Deanna, estuve con ellos. Viven en
Harlem’. ‘¿Y qué tal?’. ‘Bueno, una experiencia diferente que
todavía estoy asimilando’. ‘Ella me parece una persona complicada’. ‘De
alguna manera todos lo somos. Oye, quedan pocas millas para llegar y voy a parar
un poco. Mantenme al corriente’. ‘Cuídate, amigo’. ‘Y tú. Nos
vemos pronto’.
A
escasas millas de mi casa, en la recta final de este periplo, hago un alto en
St. Charles donde tomo café y una generosa porción de tarta de queso. La
camarera, al borde de la desidia, se coloca el lápiz sobre la oreja y el
cuaderno de las comandas en el bolsillo trasero de pantalón. ‘¿Viene de muy
lejos?’. ‘Si’. ‘¿Está de paso?’. ‘Claro’. ‘¿Le
quedan muchas millas?’. ‘Algunas’. ‘Entonces, seguro que busca room’.
‘Pues no’. Ante la poca disposición que muestro para conversar coge uno
de los periódicos del mostrador y dice: ‘¿Ha visto la foto?’. ‘No.
¿Cuál?’. ‘Ésta –señala la portada–. Qué manera más tonta de perder
la vida, ¿verdad? Lea en alto, por favor. Estoy fatal de la vista y esta
puñetera letra tan pequeña se me nubla’. ‘Ashli Babbitt, 35 años,
veterana de las fuerzas aéreas, recibió un disparo en el cuello cuando se manifestaba
en el asalto al Capitolio, la trasladaron al hospital con una fuerte hemorragia
donde poco después murió’. Arruga la nariz, lo deja en el mismo sitio y se
santigua. Otro cliente la reclama y aprovecho para irme. Los últimos rayos de sol
iluminan un indicador de grandes dimensiones situado a la izquierda en el que se
visualiza a distancia: Welcome Rochester. Apenas sin tráfico, la
carretera que se columpia por el espejo retrovisor parece una cremallera cuyos
dientes se cierran tras de mí. Apago el motor, y sentado a oscuras dentro del
coche, contemplo la inmensidad de la espectacular luna llena. Nelson golpea con
los nudillos en la ventanilla.
15.
Con el sobresalto metido en el
cuerpo tras aparecer el rostro de Nelson pegado al cristal de la ventanilla soy
incapaz de moverme del asiento, como si una ventosa hubiera pegado mi trasero a
la tapicería. ‘Hola. ¿Ocurre algo? –pregunto, bajando enseguida del
coche–. Ven, no te quedes ahí. Entra’. Lo hace bajo un fuerte
sentimiento de intromisión. ‘Siento que sea tan tarde, Markel, pero no quiero
irme sin decirte adiós’. ‘¿Cómo? Es broma, ¿verdad?’. ‘No’.
‘Uf, ¿quieres una copa?’. ‘No, muchas gracias’. ‘Pues tú
dirás’. ‘Luego, a las 6:00 a.m., salgo en un vuelo con destino a la provincia
canadiense de Alberta. La decisión no es negociable’. ‘Muchacho, relájate,
aún ni lo he intentado. Continúa’. ‘En Friends of the Earth quieren que me
incorpore a la plantilla lo antes posible. Aquí no aguanto más: demasiadas
miradas desafiantes y comentarios sin fundamento’. ‘No sé qué decir. Te
pedí unos meses hasta que Georgia acabase el tratamiento y redistribuir el
trabajo’. ‘Lo sé’. ‘¿Aceptarías esperar unos días más? Hay que
encontrar a alguien que cubra tu vacante’. ‘Lo siento mucho, no va a ser
posible, el equipo de oposición a la extracción de crudo en las arenas
petrolíferas de Athabasca empieza a ejercer más presión y si voy a formar parte
de ellos quiero estar desde el principio arrimando el hombro’. ‘Entiendo
tu postura, yo haría lo mismo, es una oportunidad muy atractiva como para
desaprovecharla, a pesar de lo mucho que me apena perder tu afilado olfato. Y
también que lo hagas arrastrando el brutal desencuentro que tienes con los
compañeros’. ‘Bueno, no seas melancólico’. ‘Te voy a echar de menos’.
‘Y yo a ti’. ‘Has sido una pieza clave en cada proyecto que hemos emprendido
y lo sabes’. ‘¿Sigue en pie esa invitación?’. ‘Claro. ¿Qué te
apetece?’. ‘Lo mismo que bebas tú’. En el exterior, salvo por el
cortejo de zorros a la caza de presa, el silencio es una nebulosa moribunda y
el amanecer una efímera aspiración. Permanecemos callados, amontonando residuos
de basura en una bolsa biodegradable donde antes hubo latas de cerveza de antiguas
soledades. Cuatro horas después cargo su equipaje en el maletero y ponemos
rumbo al Aeropuerto Internacional de Minneapolis-Saint Paul. ‘Déjame aquí.
Odio las despedidas. Cuídate. Hasta mañana’. ‘Hazlo tú también, amigo.
Nos vemos’. En las 78 millas y media que tengo por delante no quiero venirme
abajo. Así que, conecto la radio y suena música country, pero eso me entristece
aún más. Opto por sintonizar otra. Un oyente, bastante excitado, cuenta lo
mucho que disfrutó cuando el asalto al Capitolio evacuando a los congresistas acojonados.
¡Ay!, las sociedades y sus idiosincrasias a medida.
‘¿Tú
sabías que William –pregunto a Jeff– gestionaba con la dirección la
continuidad del teletrabajo salvo para cosas puntuales que requieren de
asistencia presencial?’. ‘Primera noticia’. ‘¡Mira que somos
endiabladamente reservados!’. ‘Pues yo, ¿qué quieres que te diga?, con
la que está cayendo es muy sensato hacerlo porque a veces aquí hay más gente de
la permitida y eso conlleva un riesgo que de esa forma se puede evitar’. ‘Y
más tú, nosotros al fin y al cabo nos movemos de un sitio a otro’. ‘Ya –se
queda pensativo y cambia de tema–. En la mesa tienes el informe que ha
llegado de Chiribiquete. Entiendo que es tan sólo una primera aproximación’.
‘Ahora lo veo. ¿Estás bien? Te noto inquieto’. ‘¿A ti no te preocupa
que declaren la ley marcial?’. ‘Muchísimo. ¿Crees que sucederá?’. ‘A
estas alturas espero cualquier salida por la tangente’. ‘Pero el pueblo
americano se echaría a la calle’. ‘No sé, aunque por si acaso, si se
diese la circunstancia de que suspendieran la actividad civil me iré a Canadá, tengo
familia allí. Deberías de hacer lo mismo y largarte con tus parientes de España’.
Tras sus palabras, el recuerdo del primo Andoni desechó el cerrojo de la habitación
que ocupa en mi memoria. Concentrarme en las notas de Glenn Clemmons es mi
siguiente objetivo, pero la entrada de un fax acapara toda nuestra
atención. ‘¿Qué pone?’. ‘Joder –responde él–, me lo temía, es
de un contacto que tengo en la Corte Suprema, acaban de autorizar la última sentencia
de muerte en este mandato’. ‘No fastidies’. ‘Pues sí’. ‘¿A
quién?’. ‘Dustin Higgs, de piel negra, prisionero en el corredor de la
muerte, en Indiana. Le administrarán una inyección de pentobarbital’. ‘No
ubico bien ese caso’. ‘Ya verás cómo sí’. ‘Soy todo oídos’. ‘En
Washington, una noche de enero de 1996, junto a un par de amigos invitó a tres
mujeres jóvenes a su apartamento. Una de ellas no quiso entrar en el juego
sexual más avanzado y él se ofreció a llevarlas a casa. Sin embargo, según el Departamento
de Justicia, se detuvieron en un descampado y ordenó a uno de los hombres que
las disparara’. ‘Menuda enciclopedia llevas metida en la cabeza, colega’.
‘No creas, las apariencias engañan –ríe fuerte– ,todos los medios se
hicieron eco del asesinato, salió en portada’. ‘Cierto, ahora caigo. En la
carta de clemencia escrita por el abogado de la defensa constaba lo injusto del
castigo dictado a su representado, superior al del asesino que apretó el gatillo
quien cumplía cadena perpetua’. ‘¿Ves cómo te acuerdas?, basta con poner
empeño’. ‘Hacía 17 años que no se producía una ejecución federal’. ‘La
última la firmó George W Bush’. ‘Exacto. La aplicación de la pena
capital me pone siempre muy nervioso’. ‘Una vez escuché decir que todo
asesino al final es también la víctima de otro verdugo’. ‘Pues sí’. ‘Nelson
se ha ido’. ‘Lo sé, hemos estado juntos’. ‘Es una lástima. Ojalá
que le vaya estupendo en su nueva aventura, lo merece’. ‘Pienso lo mismo’.
‘¿Qué tal si nos ganamos el sueldo?’. ‘Vamos. Oye, ¿averiguaste si han
reparado ya los postes de luz en el condado de Faribault tras la gran tormenta
de viento y nieve caída en diciembre?’. ‘Sigue pendiente de que el
gobernador autorice asistencia estatal, no creo que tarde mucho’. ‘Establece
el protocolo de seguimiento, y ponte al habla con otras ONG quizá alguna haya evaluado
el estado de las cosas, estoy seguro de que las infraestructuras deben de haber
sufrido importantes daños’. Asiente, y cada uno nos centramos en lo nuestro.
La rutina avanza sin sobresaltos cuyo claro objetivo es finiquitar la jornada.
La
mayoría de nosotros, por la calidad de sus productos, realizamos la compra
semanal en Trader Joe’s desde que salió recomendado en el ranking
de las mejores cadenas alimenticias. Reconozco que soy un desastre a la hora de
elegir los menos grasientos, los más nutrientes y, por tanto, saludables. Así
que, cuando visualizo a Georgia en la sección de hortalizas me hago el
encontradizo. ‘¡Anda! –dice, mientras intuye que mi sonrisa es una llamada
de auxilio–. Qué casualidad. ¿Necesitas ayuda? Uy –revuelve los envases–,
aquí hay demasiadas hamburguesas y pocos hidratos, fibra –saca unos y
mete otros–, proteínas… Es fundamental alimentarse bien para hacer frente al
entorno hostil que nos tiene tan cansados. Te parecerá
una tontería, pero el aporte justo de calorías para conseguir un óptimo
rendimiento físico pone también a punto el maravilloso universo de la mente.
Conclusión: no compres tanto vacuno’. ‘¡Vaya!, pues lo tendré en cuenta’.
‘¿Cómo te fue en la ciudad de los rascacielos?’. ‘No sabría decirte’.
‘¿Conseguiste hablar con alguien de Indian Point Energy Center’. ‘Sí,
aunque no tuve suerte’. ‘¿Y eso?’. ‘Porque respondía con ambigüedades,
no quiso comprometerse’. ‘Bueno, ya sabes que la mayoría de las veces nuestras
causas no se visualizan y para el conjunto de la sociedad aparecen como
invisibles, técnica habitual que encaja bien en la
máxima de: la ignorancia alivia el compromiso’. ‘Puede, pero no deja
de ser frustrante’. ‘No te lo tomes a la tremenda. ¿Quieres cenar conmigo?’.
‘Imposible negarme: estás espectacular’. ‘Adulador. Además, así me
cuentas el encuentro con Deanna Leone’. ‘Encantado. Uf, fue tremendo. Llevo
esto –señalo el contenido del carro– y cojo una tontería que te traje’.
‘De acuerdo. ¡Qué misterioso! Prepararé mi plato estrella: arroz a la
americana’. ‘Espero no retrasarme’. ‘Más te vale’. Sin embargo,
según termino de guardarlo todo, William establece comunicación por
videollamada y me obliga a llegar tarde a la cita. La imagen y el sonido no
están sincronizados. Apenas logro entender que volverá en un par de semanas y
que nada es lo que parece…
Después
de una señal de stop, girando a la derecha, en el cruce de la 26 th St
NW con la 5 th AVE NW, epicentro de un bulevar sombreado, vive
Georgia. Es una pequeña cabaña construida en principio para alojar a invitados
y anexa a la casa principal, ambas en tono azul grisáceo y compartiendo el
terreno semi emboscado que delimita la privada de su espacio. Situado bajo un árbol
que da poca sombra está el acogedor porche donde
tantas veces hemos mantenido largas conversaciones hallando la manera de
mejorar un mundo que transita ya en otra frecuencia. Es ahí donde la encuentro,
sentada en la mecedora de elegante diseño que la regalamos en un cumpleaños. ‘Perdóname,
querida. He tenido un contratiempo y no pude venir antes –digo, restando
importancia, al tiempo que dejo sobre sus rodillas una bolsa de Books are
Magic una librería de Brooklyn–. Espero haber acertado –su seriedad da a entender que algo no va bien–, es
una recopilación de poemas de Walt Whitman. Lamento de verdad el retraso y que
tu enfado sea mayúsculo’. ‘Mira esto –alarga una hoja cuyo membrete pertenece
a un polémico bufete de abogados–. Lo han traído hace un rato’. ‘¿Es
una citación para el Juzgado?’. ‘Markel, ¿cómo tiene el valor de dar
este paso sabiendo que nuestra hija es el motor de mi vida?’. ‘Cálmate. A
ver, deja que lea’. La verdad es que cuesta digerir cada línea cargada de
despropósitos, cada párrafo a cual más dañino y, en definitiva, el documento en
sí que encierra una demanda judicial para obtener la custodia de la niña, alegando que, debido al mal estado de salud de la madre
y lo incierto de su futuro, entienden que, por el bienestar de la menor, lo
mejor es permanecer con el padre quien puede ofrecerla estabilidad junto a su actual
esposa y al bebé que esperan. Dicho lo cual, se emplaza a las partes implicadas
a llegar a un acuerdo sensato, ya que, de lo contrario, habrán de verse en los tribunales.
‘Entremos dentro –se me ocurre–, está refrescando’. ‘Hay que
gratinar el arroz’. ‘Yo me ocupo, tú recuéstate en el sillón y no te preocupes
que vamos a encontrar una solución, ya lo verás’. ‘¿De verdad?’. No tengo
contestación, pero según pongo a funcionar el horno recuerdo que en la escuela
se dio un caso parecido. Una de las compañera se vio con el agua al cuello
cuando los padres de su difunto marido, personas de alto poder adquisitivo, pelearon
para obtener la custodia de los nietos. Alaia la puso en contacto con uno de
los mejores juristas de toda Minnesota. ‘Georgia, ven a cenar. Creo que
podemos hacer algo. Conozco a alguien que te puede ayudar –aparece
lánguida, caminando muy despacio, como
si las plantas de los pies no la llegaran al suelo–. Saldremos de ésta juntos,
te lo prometo’. Y así, convirtiendo el dolor en complicidad y el desengaño
en ternura, surge la lluvia y me quedo a dormir. A la mañana siguiente, cuando
despierto en el sofá arropado con varias mantas, está frente a mí mirándome. ‘Perdona
por lo de anoche, supongo que estarás incómodo, entiendo que fueron las
circunstancias las que me empujaron a seducirte’. ‘No pasa nada. Eso sí,
prefiero que las cosas se queden como están, no quiero
iniciar una relación’. ‘¿Un
café?’. ‘Por favor, bien cargado. Tengo un montón de llamadas perdidas
de Jeff. Espera, a ver, comunica. Ah, mira, ha
escrito un e-mail’. ‘¿No descansa nunca?’. ‘Dice que Glenn
Clemmons tiene problemas para salir de Colombia. Vayamos a la oficina, hay que
hablar con la Embajada. Me había olvidado de Steven, el vecino de mis padres, un joven inquieto que aspira a unirse a nosotros. Haré un hueco para entrevistarle’. ‘¿Te apetecen unas tortitas
americanas con huevos revueltos?’. ‘Venga, estoy hambriento.
¿Y esto?’. ‘Smart Balence, la mantequilla cien por cien que regula los
niveles de colesterol’. ‘Después localizaré a la persona que comenté
ayer, nos apreciaba mucho y sé que te facilitará el contacto del abogado que la
defendió’. ‘Markel, sé sincero, ¿cuántas posibilidades ves a mi favor?’.
‘Pásame una cuchara, por favor…’.
16.
‘Uno de vosotros poneos al habla
con la Embajada de Estados Unidos en Colombia y notificad la presunta desaparición
de Glenn Clemmons. Y el otro contadle lo que ocurre al líder The Climate
Reality Proyect en América Latina y que despliegue a su gente para localizarle,
tiene que estar atrapado en algún lugar del Parque Nacional Natural de
Chiribiquete. Que no escatimen en medios’. ‘Markel, ¿no sería mucho más
lógico informar a los jefes? –pregunta Georgia–. De no hacerlo igual nos
metemos en un lío’. ‘No creo’. ‘Habría que esperar –apunta Jeff–,
sabemos por otras veces que cuando se entusiasma con una misión podemos estar semanas
e incluso meses sin tener noticias suyas’. ‘Intuyo que no, presiento que
algo le impide comunicar con nosotros. Hacedlo, por favor. Asumo toda la responsabilidad,
es nuestro amigo y no pienso dejarlo en la estacada. No obstante, de momento prefiero
que no trascienda porque cualquier filtración al respecto haría sufrir innecesariamente
a terceros y su padre está delicado de salud’.
Después
de marcar todos los dígitos de nuestra ONG en Washington D.C., consigo dar con
alguien del área de Políticas al que explico la urgencia de esta llamada tras
haber perdido contacto con la persona desplazada hasta la región amazónica colombiana
para supervisar el estado actual de conservación. ‘Lo primero es contar con
especialistas en rescates de riesgo para saber cuántas posibilidades hay de
permanecer por un largo periodo atrapado allí, como es el caso –dice, y a
continuación me tranquiliza–, no porque piense que su situación esté al
límite, sino porque necesitamos saber a qué tipo de dificultades nos
enfrentamos’. ‘Él es un hombre prudente en su trabajo que nunca improvisa
ni deja nada al azar. Mire, el responsable de la herramienta digital Reality
Drop, en Rochester, dice que habría que seleccionar a los mejores profesionales
en montañismo y escalada en roca. ¿Qué opina?’. ‘Pues que estoy de acuerdo.
No se apure, me encargaré de todo. En cuanto esté listo el protocolo yo misma contacto
con usted. Lo vamos a encontrar, se lo prometo’. ‘Muchas gracias. Una cosa
más: acompañaré al grupo’. ‘No lo haga, su implicación emocional minimizaría
el lado objetivo y resolutivo a la hora de tomar cualquier tipo de decisión’.
‘Iré, no le quepa duda’. ‘Muy bien. Entonces, si le parece, doy luz
verde. Tome nota de mi número directo y correo electrónico, así no se mantendrá
a la espera’. ‘Gracias’. El siguiente paso es reconstruir todos sus movimientos.
Desde que llegó a la zona ha ido mandando e-mails adjuntando material
fotográfico, gráficos y estadísticas en las que ha evaluado el impacto del abandono
medioambiental. Pero, es en el último donde manifiesta que tiene problemas para
salir del país y ya no escribió más. ‘Georgia, ¿dónde se hospeda?’. ‘En
un hotel muy modesto de Calamar, un municipio del departamento del Guaviare. La
reserva la hizo él mismo. Es lo único que sé’. ‘Jeff, ¿puedes averiguar
algo?’. ‘Hace años conocí a un tipo que metiéndose en el sistema
cambiaba comandos y conseguía hacer una aproximación bastante fiable de la
ubicación de otras personas, pero me da que eso debe ser ilegal, salvo que
tengas una orden judicial. En cualquier caso, no será difícil hallar el alojamiento
acorde al perfil que siempre busca, máxime si el sitio es pequeño’. Tras
cuatro o cinco intentos por fin doy con un amable recepcionista y dice que el
señor americano lleva sin aparecer por allí más de una semana. Y que lo raro es
que en la habitación están sus pertenencias, de las cuales, además de pagar la
factura, alguien tiene que hacerse cargo ya que necesitan volver a alquilarla.
Enseguida hago una transferencia y pago algunos días más por adelantado hasta
que yo llegue. Sin embargo, acabando de realizar dicha gestión, un fortísimo pinchazo
me deja doblado como un cuatro…
Hasta
donde me alcanza la memoria sufro de cólicos nefríticos y, aunque no brotan a
menudo, cuando lo hacen, suelen dejarme inactivo durante un tiempo. Dice papá
que la abuela padecía de la misma dolencia, pero que por esa época en Herboso la
única medicina posible eran unas hierbas que crecían en el monte, entre rocas,
y quedarse encamada hasta que las molestias se mitigaban. Lo cierto es que incluso
ahora si el dolor de los genitales es endiabladamente agudo, hay quemazón al orinar
y la hematuria es persistente, los calmantes apenas surten efecto. Así que, bajo
los cuidados y supervisión casi cuartelaria de mis padres encantados de tenerme
controlado, recibo la visita de Steven Finnegan, el hijo de Eugene. ‘Oye,
diez minutos y te largas, eh, que necesita descanso’. ‘No hagas caso y
toma asiento. ¿Mamá nos dejas, por favor?’. ‘Luego no te quejes si
tienes mareo de cabeza’. ‘¿Vuelvo en otro momento? –pregunta muy cortado–.
Quizá no haya sido buena idea venir tan pronto’. ‘Pero si te he avisado
yo. Anda, relájate –y lo hace en cuanto nos quedamos solos–. ¿En serio que
no piensas ir a la Universidad de Princeton para estudiar Físicas?’. ‘Pues
no’. ‘Desde el campo científico se hace mucho por el medioambiente, por
ejemplo: mejorando las infraestructuras, los métodos de producción, consumo,
costumbres… Es más, necesitamos gente comprometida, con las ideas muy claras y
la preparación académica correspondiente’. ‘Lo sé, señor’. ‘Mi nombre
es Markel, y tutéame que no soy tan viejo’. ‘Pero opino que seré mucho
más útil en primera línea’. ‘Creo que tienes una idea equivocada de esa
profesión’. ‘Puede ser, sin embargo, no hace mucho me di cuenta de que a
nivel global flojea la mano de obra para fomentar las cosas fundamentales de la
vida’. ‘Este no es un camino fácil, quiero advertirte. Por lo general hay
demasiadas puertas cerradas y muchos intereses creados. Lo importante es poner
el foco en un objetivo a seguir y, desde luego, no desanimarse, porque de lo contrario
estaremos perdidos’. ‘Hace un par de años que en
clase nos pidieron escribir sobre algo cotidiano. Una compañera lo hizo
de su familia. Habló de la diferencia entre ecológico y sostenible, de la alimentación
del ganado con hierba o a pasto abierto y de lo importante que es consumir un
pescado certificado por Marine Stewardship Council –eso acredita que fueron
capturados sin poner en peligro las especies ni sus ecosistemas–. Lo
explicaba con tanta naturalidad que ahondé en el tema y todavía sigo ampliando conceptos’.
‘Es muy interesante lo que cuentas. Uno de nuestros miembros acaba de dejarnos
por motivos personales. ¿Te gustaría participar en alguno de los proyectos que
tenemos abiertos? Vas a encajar muy bien’. ‘¿Crees que puedo hacerlo?’.
‘¿Y por qué no? Mírame a mí –río a carcajadas–. Espera, llamaré a la
oficina –el olfato me dice que acabo de descubrir a alguien muy valioso–.
Hola, Jeff. Sí, sí, estoy mejor. Gracias. Pues ojalá sea pronto porque me van a
volver loco. Escucha, te mando a Steven –guardo silencio–. Exacto. Ponle
al corriente de los asuntos que llevaba Nelson, le vamos a tener a prueba, y si
funciona, como sospecho, llegará lejos. Otra cosa, dale un cuaderno para que
lleve la cronología exhaustiva de todo cuanto haga’. El chico, agradecidísimo
y con los ojos pixelados de lágrimas, sale de espaldas y tropieza con papá
tirándole unas natillas que traía para nosotros.
En
contra del deseo de mis padres por dilatar más la convalecencia, tres semanas
después vuelvo a la frenética actividad que acapara casi toda mi energía. Las
cosas en la oficina avanzan lentamente, supongo que como en el resto viviendo un
impasse que lleva tiempo deshidratando los pilares de una vida que
creíamos segura y a salvo de eso que les ocurre siempre a los demás, pero a uno
no. La mañana del 20 de enero de 2021 madrugo más de lo habitual porque no quiero
perder detalle de la inminente salida de Donald Trump de la Casa Blanca y de posibles
decisiones que tome in extremis antes de realizar el último vuelo en el Air
Force One con destino a Florida. Sin embargo, todo parece transcurrir según
lo previsto, salvo por el gesto deslucido de haber roto con la tradición, 150
años después, de dar el relevo a su sucesor asumiendo dicho papel el vicepresidente
Mike Pence. Aunque, por suerte, nada de eso ha ensombrecido el acontecimiento
realmente importante que debe acaparar toda la atención de esta jornada: la
ceremonia de jura y celebración de la fiesta de la democracia. A pesar del frío
y de las fuertes medidas de seguridad, en Pennsylvania Avenue hay gente agolpada
a ambos lados de la calle. Familias enteras con la esperanza puesta en la
recuperación del prestigio del país, aislado en una corteza de serrín, donde el
descrédito, la vulnerabilidad y la falta de respeto han sido la tónica general.
Y, en esas estoy, mientras que en pantalla se abre un plano con Laura y George
W. Bush, Hillary y Bill Clinton y Michelle y Barack Obama conversando distendidos
con total normalidad. Voy por la segunda ración generosa de Cookie Salad,
esa ensalada dulce y típica del estado de Minnesota que tanto me gusta a cualquier
hora del día, cuando la Fachada Oeste del Capitolio presta escenario a Kamala
Harris luciendo un vestido y abrigo del diseñador Christopher John Roger, en
tono morado simbolizando con ello un guiño a todas las mujeres. Como ya
adelantó su equipo jurará sobre una biblia que perteneció a Thurgood Marshall,
primer juez negro del Tribunal Supremo que luchó como nadie por los derechos
civiles en USA. Avanza la velada y se sitúa bajo el marco de las primeras
medidas que firma Joe Biden y que la mayoría esperamos con emoción: regresar a
la OMS, poner fin al muro fronterizo con México, extender una moratoria para
los desalojos, volver a unirnos al Acuerdo del Clima de Paris… Todo ello motiva
a la población haciéndonos sentir orgullosos de quiénes somos. En los últimos
minutos del festejo me abstrae de la actualidad un carro que frena delante de
casa y cuyo tubo de escape suelta bocanadas de humo produciendo un ruido
ensordecedor.
Cumplidas
de sobra las dos semanas que William dijo tardaría en retornar de la costa
oeste de Sudamérica, atraviesa las 40 yardas que separan su auto de mi puerta. ‘¿Cuándo
has llegado de Portoviejo?’. ‘Ayer por la mañana’. ‘¿Qué tal han
ido los trámites? –hacía mucho que no veía tanta tristeza junta en alguien–.
¿Habéis traído a la niña?’. ‘No, hemos chocado con una muralla llena de trabas,
inconvenientes, zancadillas, proyectos desinflados y una sensación de
impotencia que no sé si nos podremos quitar de encima’. ‘Vaya, cuánto lo
lamento. ¿Cómo se lo ha tomado tu esposa? Bueno, y tú, claro’. ‘Fatal, ella
se siente culpable de no quedarse embarazada, lo cual entiende como un fracaso
de su cuerpo y una traición hacia mí. Por eso, de alguna manera la adopción
suplía dicha carencia. Aunque, ahora…’. ‘¿Qué vais a hacer?’. ‘Si
dependiera de mí, nada, porque cuando la naturaleza te pone a prueba es mejor
dejar las cosas como están. Quizá sea cobardía, pero prefiero no sufrir’.
Poco podía añadir excepto ofrecerle comprensión y apoyo. Un cortacésped interrumpe
nuestra meditación, también una caravana de moteros que circula por los
alrededores del vecindario en protesta contra del Partido Demócrata. Todo un conjunto
de ruidos exteriores solapando los internos. Suena el móvil y ambos nos
miramos. ‘Markel –dice Georgia al otro lado del teléfono– será mejor
que vengas a la oficina, Steven ha dado con una pista que pude conducirnos hasta
Glenn…’.
17.
Es noche cerrada. William y yo
conducimos por las calles desiertas de Rochester donde la luz atenuada de cada casa
ofrece un paisaje propio de la estación invernal de enero. Alejado de la
autopista 52, por un camino estrecho, aunque rodeado de mucho verde, se accede
a Midwest Bible Baptist Church, donde aún quedan destellos de la
celebración histórica que ha marcado la jornada en nuestra nación,
especialmente en la comunidad migrante con la llegada de la vicepresidenta de
los States United of American: Kamala Harris. Miembro de la Tercera
Iglesia Baptista de San Francisco, aunque en la infancia también asistió a un
templo hindú. Recibió una exquisita educación y valores fundamentados en la equidad
entre ambos sexos donde los derechos y las obligaciones sean proporcionales para
todos. De madre india tamil y padre jamaicano, ha desempeñado cargos de relevancia
llegando a ser fiscal general de California y posteriormente senadora del mismo
estado. Sin apartar la vista de la carretera ni del retrovisor, me vienen a la
memoria los nombres de algunas personas que hoy estarían orgullosas de sentirse
representadas por ella, entendiéndolo como un triunfo de todas. Por ejemplo: la
activista afroamericana Rosa Park que se negó a ceder el asiento a un blanco y
moverse a la parte trasera del autobús, o la adolescente de 15 años Claudette Colvin,
que nueve meses antes precedió a la anterior haciendo lo mismo. Así como la
escritora Susan B. Anthony luchadora incansable en el siglo XIX por el derecho
al voto femenino, o la reconocida abolicionista y oradora Lucy Stone que se
convirtió en la primera estadounidense que obtuvo un grado académico y mantuvo
su apellido después de casarse con Henry B. Blackwell, en protesta contra las leyes
discriminatorias. Y, por supuesto, también, a cientos de miles de voces
anónimas, intimidadas, mujeres que con esfuerzo, perseverancia, capacidad de
gestión y mucho sentido común no cejan de reivindicar una igualdad que parece
estar siempre en construcción.
‘Steven
–Jeff rompe el silencio–, explica lo que has descubierto, por favor’.
‘La verdad es que ha sido un golpe de suerte porque uno de mis amigos
pertenece al grupo estudiantil Fridays For Future y ha estado muchas veces en
la Serranía de Chiribiquete, por tanto, la conoce muy bien –Georgia abre la
puerta con ímpetu, como lo haría una ráfaga de viento, el chico se azara y ella
resta importancia dedicándonos una de sus amplias y luminosas sonrisas–, así
que se me ha ocurrido pedir su opinión respecto a la desaparición del colega al
que buscáis’. ‘¿Alguien quiere un café? –pregunto para darle oxígeno–.
Perdona la interrupción, continúa’. ‘Dice que puede estar atrapado en El
Estadio: un laberinto espeso en forma circular con tejido de bosque, lo cual no
es buena noticia ya que ahí no está todo explorado, o tal vez fuera al macizo
norte, el de mayor elevación, pero tened en cuenta que también hay montañas
rocosas, cascadas, lagunas, humedales y selvas donde aún nadie se ha atrevido a
penetrar. Por lo general los equipos de salvamento encuentran señales de SOS de
gente atrapada a la que rescatan’. ‘¿Tenemos mapas del sitio? –rápido
extienden uno–. William, lee los correos que Glenn ha enviado hasta el momento,
quizá hayamos pasado por alto algún detalle significativo’. ‘Incluso,
dice que –prosigue–, por su complicada orografía sólo se accede en
helicóptero, aunque a la zona sur del parque se llega por río desde Araracuara’.
‘Jeff, ¿en nuestra web puede haber subido alguien experiencias vividas allí
que arrojen algo de luz?’. ‘Es probable. Ahora mismo lo compruebo’. ‘Si
me permitís otra sugerencia –interviene con timidez–, he pensado que tal
vez preguntando a las empresas encargadas de ambos transportes averigüemos cuál
de ellos cogió’. ‘Steven –su expresión es como de esperar una
regañina–: buen trabajo, muchacho’. Entre el caos al que estoy acostumbrado
en mi mesa encuentro las direcciones del líder The Climate Reality Proyect en
América Latina, de la Embajada de Estados Unidos en Colombia, así como la tarjeta
de Margot Garland, la persona que con tanta amabilidad me atendió en la central
de nuestra organización en Washington D.C. Así pues, redacto un e-mail para
ponerlos al corriente de la posible pista que conduzca hasta el paradero del compañero
y la petición de nuestra inmediata partida.
‘Markel ¿cuándo pensabas decirnos que preparas un viaje a Colombia? Los de arriba me
presionan porque no les parece correcto que andes viajando de un lado a otro.
Recién has vuelto de Nueva York, ¿acaso no puedes esperar?’. ‘Estas circunstancias
son muy especiales, ha desaparecido el científico Glenn Clemmons y no sabemos
en qué condiciones estará. Así que, no me vengas con discursos de propaganda
barata. Lo haría por cualquiera en su misma situación –digo a mi jefe–. Oye,
sabes que si él ha ido es porque nosotros se lo hemos propuesto’. ‘Hombre,
no fastidies –me corta raudo–, también le interesa mejorar su currículum
haciendo esos reportajes que después vende muy bien en revistas especializadas.
Por tanto, no es altruismo todo lo que reluce’. ‘Respeto tu opinión. Sin
embargo, no la comparto. Aun así, y al margen de los motivos personales que le empujan
a realizar según qué trabajos, en estos momentos la única prioridad es que si
está jodido necesita ayuda y yo se la voy a proporcionar. No olvides que arriesgando
su propia vida fue el primero en encabezar la expedición que salió a buscarnos
cuando nos perdimos en el Valle de la Muerte, en California y ahora no sería
justo darle la espalda. Dicho lo cual, aunque no tenga tu apoyo, cueste lo que
cueste, pienso encontrarle’. ‘Tienes agallas, ¡eh! Bueno, deja que haga
un par de llamadas y vea cómo está la situación por allí. Hará falta un permiso
específico para salir del país y entrar en territorio sudamericano. Elaboremos
un informe haciendo hincapié en la urgencia de dar con el paradero de nuestro
compatriota para traerlo de vuelta. No obstante, si finalmente, por cualquier
obstáculo burocrático no puede ser, abstente de hacer locuras por tu cuenta’.
‘Tú, consíguelo’. ‘¿Cuánto lleva sin comunicar con vosotros? ¿Notaste
algo cuando hablaste con él? No sé: miedo, desesperación, sospechas, corazonada…
Haz memoria, todo sirve’. ‘No, ya te he dicho que sólo preocupación por si
las autoridades le impedían salir de allí. Date prisa, por favor’. ‘Debo
seguir un protocolo, y lo sabes’. Días después nos dieron vía libre para
iniciar el periplo con el respaldo internacional de nuestra organización,
asumiendo casi toda la responsabilidad Margot Garland. En el área de embarque
William, Jeff y yo estamos a punto de pasar once horas metidos en el avión que
aterrizará en el Aeropuerto de El Dorado, a ocho millas de Bogotá, donde
alquilaremos un carro que nos llevará hasta San José del Guaviare y, una vez ahí,
cumpliré con mi palabra de recoger las pertenencias de Glenn y saldar su cuenta
en el hotel del municipio de Calamar.
Reconozco
que tengo fobia a las alturas desde que una vez Alaia y yo íbamos de vacaciones
a Canadá y nos quedamos suspendidos a merced de la nada, sobre un suelo de
nubes esponjosas convertidas en fuerte tormenta que casi parte en mil pedazos el
chasis de la aeronave. Por eso, y desde entonces, acostumbro a no moverme del
asiento, cerrar los ojos e inventar fórmulas que distraigan mi cabeza del
presunto peligro. A mi lado duermen los compañeros después de haber terminado
hasta la última pizca del catering elegido por la compañía y, a juzgar por su
profunda respiración, se deben de estar reconciliando con algún hermoso sueño. Mientras,
separados por el pasillo y alterando el sagrado espacio de la siesta, ante la
impotencia de unos padres para poner orden, dos gemelos de corta edad se pelean
por una caja de lápices de colores que les dieron al subir a bordo. Los
auxiliares de vuelo retiran las bandejas y aprovecho para pedir una botella de agua
con hielo que me traen junto al StarTribune –de los pocos periódicos que
todavía quedan en papel–. Abro las páginas centrales y leo el recordatorio de
la siguiente noticia: en la cordillera del Himalaya, al pie del Nanda Devi,
segunda montaña más alta de la India, se desprende un glaciar que ha provocado
una avalancha de rocas, agua y hielo llevándose a su paso algunas casas y
reventando dos presas en construcción. Se teme por la vida de cientos de
obreros que trabajaban en ellas y de quienes han quedado atrapados en uno de
los túneles anegados. Un ambientalista afirma también que la irrupción de
carreteras, ferrocarriles y centrales eléctricas en zonas ecológicas muy sensibles,
así como el aumento global de las temperaturas propician en gran medida dichas
catástrofes. Un lugareño declara que algo iba mal cuando el suelo temblaba
igual que en un terremoto. Se prevé que, a lo largo del día, aumente el número de
fallecidos y de heridos, así como el enterramiento de varios pueblos que
pasarán a engordar la estadística fantasma de alguna supuesta base de datos. Hago
memoria y rescato la existencia de un precedente en 2013, cuando las fuertes
lluvias del monzón de verano causaron más de 6.000 muertes a consecuencia de
las grandes inundaciones que hubo en Uttarakhand. Pero lamentablemente no hemos
aprendido nada y me apena el poco caso que hacemos a los glaciólogos con respecto
al deshielo porque hemos connaturalizado el ejercicio de no escuchar a quienes alertan
de la urgencia de un cambio de comportamiento individual y colectivo, así como
de la aplicación de ciertas políticas capaces de soldar determinadas grietas
todavía reparables. En la portada del diario las calles de Minneapolis se
preparan para el juicio contra Derek Chauvin, acusado de asesinar a George
Floyd. Reclino el respaldo, miro por la
ventanilla y el horizonte se parece a una capa de nata montada que irradia
infinita paz. Sin embargo, la preocupación y los verdaderos motivos que nos traen
hasta Sudamérica hacen que no pueda relajarme y esté inquieto por el paradero
de mi gran amigo Glenn Clemmons.
Aterrizamos
a la hora prevista. Durante el vuelo todo iba bien hasta que algo ha impactado contra
el aparato y por megafonía han pedido que nos abrochásemos los cinturones, menos
mal que sólo ha quedado en un pequeño susto. Cuesta trabajo acostumbrar los
ojos al paisaje escalonado de casas apretadas tan diferentes de Rochester a las
que estamos habituados. Pasamos por delante de un merendero con techo de uralita
donde la gente, a la caída de la tarde, se agolpa con un vaso de Arrechón
en la mano y el corazón contraído por si mañana no llega nunca. A la izquierda
de la carretera y dentro de un área perimetrada con alambre, se levanta una
especie de vertedero donde encuentras de todo. El chofer que nos lleva dice que
algunos sicarios esconden ahí su colección de revólveres. Nuestros rostros
muestran cansancio y todavía faltan más de doscientas millas para llegar al destino.
‘Oiga, ¿esto es muy largo? –pregunta William al que no le gustan nada los
espacios bajo tierra–. Me estoy mareando’. ‘No –asegura el
conductor–. ¿Saben por qué este subterráneo se llama Túnel Argelino Durán Quintero?’.
‘Ni idea’. ‘Pues en honor al ingeniero, académico y político
colombiano del mismo nombre que murió de un ataque cardíaco mientras era
secuestrado por el Ejército Popular de Liberación. Cuando lo inauguraron el
país entero se sintió orgulloso de la obra’. Es fantástico salir de la luz
artificial y volver a ver el espacio abierto y la carretera custodiada a ambos
lados por la vegetación mayoritariamente verde. Enseguida comprendemos que el transporte
nos va a costar más del precio acordado, puesto que, conforme pasamos por diversos
peajes tenemos que sacar la tarjeta de crédito. Contemplamos con absoluta
admiración el horizonte recortado por las montañas de las que parece salir
bocanadas de humo. Bordeamos la falda de alguna de ellas y nos sentimos
intrusos, forasteros que vienen a infringir la composición de su hábitat. Avanzamos
con lentitud por la carretera llena de curvas, distinta también a las de los
Estados Unidos que por lo general son rectas interminables. El último tramo,
antes de la meta final, es por un departamento donde queda de manifiesto el
escaso poder adquisitivo de los pobladores que resisten en él entre chapas y al
amparo de la generosa naturaleza. San José del Guaviare nos recibe con todo su
esplendor y el personal del hostal también. Saco una clave y número de usuario
y lo primero que hago es conectarme y leer los e-mail por si hubiera noticias
de Glenn, pero la mayoría son de publicidad. Antes de cerrar la sesión veo que
la compañera de la escuela a la que escribí ha respondido facilitando la dirección
y referencias del abogado que llevó su caso de custodia. En cuanto me dé una
ducha, llamo a Georgia.
18.
‘No te preocupes –digo a
Georgia, animándola por videollamada puesto que los últimos ciclos de quimio están
siendo agresivos para un organismo tan castigado–, te quedas al frente del Fuerte
junto a Steven, os mantendremos informados. Si estáis apurados pedid ayuda y
que manden a alguien de Winona, allí siempre sobra gente’. ‘¿Acaso no
nos crees capaces de manejar la situación nosotros solos?’. ‘¡Por
supuesto que sí! –reímos a carcajadas–. ¡Menuda eres tú!’. ‘Oye,
tu protegido es un crack’. ‘Sabía que no me equivocaba’. ‘¿Qué
tal el vuelo?’. ‘Largo y pesado. Hemos tenido de todo, incluso un amago
de aterrizaje forzoso que resultó ser una falsa alarma. El comandante creyó que
uno de los motores se había incendiado, pero al parecer fue un reflejo deslumbrante
tras el impacto de un pájaro que se desintegró’. ‘Puedo imaginar vuestras
caras’. ‘Uf, mejor ni las describo’. ‘Todavía no habéis averiguado
nada ¿verdad? Hasta donde hemos podido indagar no consta su nombre en ninguno
de los transportes que llevan a Chiribiquete’. ‘No, acabamos de instalarnos
en el motel de San José del Guaviare. En cuanto descansemos iniciamos la
búsqueda’. ‘¿Qué ambiente hay?’. ‘Muy relajado. Aquí la vida se realiza
prácticamente en la calle excepto para comer, dormir y otras necesidades
básicas. La mayoría de los senderos son de barro. Sorprende ver destellos de alegría
en los rostros de los niños teniendo en cuenta que muchos de ellos rozan el
umbral de la pobreza’. ‘La mayor parte de la población es agropecuaria,
¿verdad?’. ‘Exacto’. ‘En fin. Quizá si reúnes datos podamos
presentar un informe para que la central lo lleve hasta Naciones Unidas’. ‘Eso
sería fantástico’. ‘Markel, ha llamado Margot Garland’. ‘¿Y qué ha
dicho?’. ‘Pues que tenéis arreglados los permisos, y orden en el
consulado para que os proporcionen todo cuánto os haga falta. Ah, y que la
localices en caso de complicaciones’. ‘Estupendo. Mañana, en cuanto
amanezca, partimos’. ‘Tened cuidado, por favor’. ‘Tranquila, que
no te vas a librar de nosotros tan fácil. Por cierto, apunta el teléfono y la
dirección del abogado que llevó el caso de mi compañera. Si quieres ir
adelantando pide cita, o bien, cuando regrese te acompaño. Como prefieras’.
‘Lo pensaré…’. El deseo de una ducha caliente se esfuma en cuanto compruebo
que por el caño del grifo sale un chorro turbio y espeso. Bajo a recepción y
una voz melosa me informa de que ese servicio no está incluido en el precio contratado,
por tanto he de pagarlo a parte.
La
alarma despertador en mi reloj de muñeca parpadea a la vez que emite un pitido parecido
al de un radar de largo alcance. Son las 4 a.m. y, aunque el ventilador del techo
ha funcionado todo el tiempo, hace un calor sofocante, nada que ver con la
temperatura de Minnesota. El apagón del alumbrado público aumenta más la
negrura de la noche cuyo efecto óptico confunde las sombras deformes con la
boca del lobo. Portando la mochila, mi acreditación y un montón de mapas con
coordenadas que no entiendo, atravieso la estrecha galería adonde dan las
habitaciones en su mayoría vacías. En la planta baja, al final del pasillo, hay
un sillón de madera oscura y un par de mecedoras a juego, ocupadas por dos
mujeres aguardando quizá para realizar el check-in. ‘Good morning, muchachos’.
‘Tío, estas no son horas de sacarnos de la cama –dicen ambos muertos de
sueño–. No tienes compasión, Markel’. ‘¿Estáis listos? –ignoro el
comentario que encajo como broma–. Hay un coche esperando, igual viene a recogernos’.
‘Oye, un momento: estamos hambrientos, desde ayer en el almuerzo no hemos
probado bocado y habría que desayunar algo’. ‘¿Quién hay en el mostrador?
–pregunto–. A ver si nos pueden preparar unos bocadillos’. ‘¡Pero
date cuenta dónde nos hemos metido –exclaman–, que hasta las puertas no
tienen cerrojo!’. ‘Vámonos, seguro que encontramos algo abierto’. El
taxi, tres horas después, conducido por un latino que habla sin descanso, entra
en el término de Calamar, municipio del departamento del Guaviare, poblado por
campesinos e indígenas que mantienen la economía criando ganado ya que sus tierras
de color rojo no son muy fértiles para el cultivo. Sospechamos que ahí tampoco
encontraremos a alguien que nos diga qué hacer o cómo empezar. Pero, para sorpresa
nuestra, en el puerto, representantes de algunas ONG medioambientales nos reciben
con manjares que saciarán los rugidos de las tripas. Es la primera vez, al
menos en mi caso, que pruebo el casabe de yuca, un pan tradicional, crujiente,
delgado y circular que es parte de la dieta colombiana diaria. Para darle fin a
la bandeja paisa compuesta por arroz, frijoles, carne molida, chorizo,
chicharro, huevo y aguacate, hay que tener muy buen estómago y nosotros contamos
con ello. Como broche final traen una macedonia de frutas tropicales donde
predomina el chontaduro. De modo que, con el buche lleno, nos dividimos en dos
grupos. William, a bordo de una lancha llamada aquí “voladora”, remontará el
río Apaporis hasta las confluencias del Macayá y Ajajú para llegar al macizo
norte de la Serranía de Chiribiquete. De la zona sur me encargo yo sin descartar
una inspección exhaustiva por El Estadio. Mientras tanto, Jeff se queda en el
muelle dándonos cobertura.
En
cuanto tome altura el helicóptero al que subo tiene todas las papeletas de
partirse en mil pedazos. Sin embargo, aguanta y me regala unas vistas
espectaculares de la selva tropical y bosques de galería delineados con el
color vino tinto de los afluentes que soportan una fuerte carga de taninos. Descendemos
para sobrevolar la zona frecuentada por excursionistas a pesar de insistir que la
persona a la que buscamos ha ido a investigar y no por ocio. Además, pienso que
es imposible distinguir a nadie ahí abajo. El piloto, manteniendo el aparato estable,
me cuenta que a veces los exploradores montan campamentos en el centro de
alguna meseta que esté por encima de 600 metros sobre el nivel del mar, y que bajar
de ahí es muy peligroso ya que son superficies de piedra con cañones verticales
cuyo riesgo conlleva caer al vacío. Eso todavía me tranquiliza mucho menos. Dos
horas y media después, habiendo inspeccionado el terreno y comprobado la gran
dificultad que supone visualizar un cuerpo quieto o en movimiento en un espacio
frondoso, decidimos volver a Araracuara donde me informan que mis compañeros
tampoco tienen noticias esperanzadoras. Hacia el suroeste, en un bote
rudimentario que tolera el peso del lanchero, su segundo y el mío propio, navegamos
el río Yarí. Reconozco que mi máxima preocupación es quedarme lo más alejado
posible de los bordes y estar muy atento por si de repente aparece algún
cocodrilo que pueda pegar un bocado en cualquier punto de la eslora y hacernos
caer al agua. Pero, como ha ocurrido otras veces, es Glenn Clemmons, y en esta ocasión
su recuerdo quien me salva de los miedos que contraen los latidos del corazón.
Hace
años que decidimos pasar juntos la víspera de Acción de Gracias siguiendo un ritual
fundamentado en tres costumbres que para nosotros son importantes: mantener la
chimenea encendida por muy borrachos que estemos de brandy, ser humildes en
nuestra actitud frente a la vida y honrados a la hora de hacer la lista de
aquellas cosas por las que nos sentimos afortunados y profundamente
agradecidos. Me vienen a la cabeza episodios inolvidables de toda nuestra
trayectoria, opiniones desnudas de prejuicios y conversaciones vehiculadas
hacia lo más sencillo del ser humano: tratar de mejorar como especie. Considero
que soy un tipo fuerte aunque con determinadas parcelas endebles de salud. Pues
bien, el cuarto miércoles del noviembre anterior, celebrando en casa los dos
solos nuestra particular ceremonia de Acción de Gracias, con las lumbares
doloridas y a veinticuatro horas de disfrutar en familia del gran pavo que
siempre prepara mi madre, con su famoso relleno hecho de pan de maíz y salvia,
y su misteriosa salsa de arándanos cuya receta no se la cuenta a nadie, Glenn
me hace la siguiente pregunta: ‘¿Crees en Dios?’. ‘No –respondo,
más que convencido, resignado–. ¿Y tú?’. ‘Tampoco, y reconozco que es
un salvavidas para aquellos que tienen fe y dan sentido a su existencia, pero no
me creo esa historia tal y como nos la han contado’. ‘Ya, eso lo dices
ahora que te mantienes sobrio –guiño un ojo–, veremos qué piensas
después de que nos bebamos todo esto –señalo las botellas que hay sobre la
mesa–. Fíjate, hubo un tiempo en que Alaia y yo tratamos de profundizar en
el porqué de nuestras no creencias y para ello asistimos a ceremonias y charlas
con el pastor de la iglesia recomendada por unos conocidos suyos, incluso nos
introdujeron en la filosofía del “Mindfulness”, con sus prácticas de relajación
y de meditación orientada hacia lo religioso. Aunque, quizá por nuestro carácter
inquieto nunca conseguimos integrarnos’. ‘Te voy a contar algo y no lo
he hecho antes porque sabía tu reacción’. ‘A ver –digo, mientras
reparto el puré de patata con textura rústica–, dispara pero apunta bien que
ya tengo una edad para que me dejes malherido’. ‘He rechazado un puesto
importante en el ministerio de Recursos Naturales en Canadá’. ‘¿Te has
vuelto loco? Es una gran oportunidad’. ‘Para nada, es que no me veo sujeto
a un horario y a una disciplina de la que siempre he huido’. ‘Bueno, no
sé. Analizándolo tiene más ventajas que inconvenientes’. ‘El mayor beneficio
es en lo económico, no te lo discuto, pero de haber aceptado implicaría dejar
de colaborar con vosotros en The Climate Reality Proyect, y eso para mí es muy
triste. El dinero no lo es todo y mejor que tú no lo sabe nadie’. ‘Tus
palabras te honran, amigo’. Ahora, rememorando ese momento o cualquier otro
con él, de pensar si estará herido, amenazado por los depredadores o tendido inconsciente
en alguna cueva donde se halla refugiado y sea de difícil acceso, los nervios
me juegan la mala pasada de la impaciencia que casi siempre se convierte en arma
arrojadiza.
El
patrón indica que me ajuste bien el chaleco salvavidas ya que tenemos que
atravesar unos raudales peligrosos, con tramos en los que, para no volcar, hemos
de bajar de la lancha y cargar con los víveres. Por fin, a pesar de mucho sudor
frio y enorme miedo avistamos la ribera donde William y Jeff aguardan mi llegada.
‘¿Qué hacéis aquí?’. ‘Steven y Georgia han descubierto que se adentró
a pie por la frontera sur –escucho con atención al que habla–, y no
estamos dispuestos a dejarte solo y malgastar dinero y esfuerzos en explorar una
zona donde ya sabemos que no ha ido’. ‘¿Y los especialistas no están?’.
‘No tardarán’. Y así es, aparecen seis personas: dos escaladores, dos
activista de World Wildlife Fund Colombia, un socorrista y el guía
baqueano quien avisa de la existencia de boas y jaguares para lo que es fundamental
no perder la calma y dejar que ellos manejen la situación. Emprendemos la
marcha. Impresionante cuando nos topamos con una palmera gigantesca de diversos
brazos que parecen apuntalarla. Cuentan que se llama “el árbol que camina” porque
a medida que el terreno se erosiona crecen raíces nuevas y largas que
encuentran un suelo más sólido, por eso va cambiando de lugar y da la sensación
de que se desplaza. El siguiente espectáculo son unas maravillosas pinturas rupestres
de nuestros antepasados, lástima que se estén desgastando a consecuencia del
humo de la deforestación y de la filtración de agua entre las rocas. Subimos
acojonados por una ruta estrecha y empinada hasta que deducimos que el ruido
ensordecedor es de los monos aulladores. Llegamos a una cima y damos con una inmensidad
verde que se pierde en el infinito, nunca había visto tanta belleza esparcida ante
mis ojos. Más allá, con los pies recalentados y a punto de deshidratarnos
optamos por hacer un alto en la entrada de un túnel con la temperatura más fría
y dormir bajo una cobija de lana tejida a mano en un poblado indígena. Tras cinco
días de intensa búsqueda y cuando la confianza empezaba a flaquear, un débil lamento
hizo que nos detuviéramos en una gruta. El primer reclamo son los restos de un campamento
con las brasas aún calientes, además de latas de cerveza vacías, una cantimplora
sin agua y alguna herramienta multiusos de la marca Leatherman. Al
fondo, donde la oscuridad se funde como una tela de araña con poder para
apresarte, Glenn Clemmons enciende y apaga una linterna sin apenas batería. Al examinarlo
vemos que tiene un tobillo lastimado y una rodilla en muy malas condiciones. El camino de regreso hasta San José del
Guaviare es duro, pero reconforta la certeza de saber que pronto estaremos en
casa y con un excelente material del Parque nacional natural Sierra de Chiribiquete
y reportajes visuales que nuestro científico ha realizado.19.
Un billete de 20 dólares falso ha
renacido en los Estados Unidos el símbolo contra el racismo definido cómo: odio
hacia los que vinieron hacinados en barcos negreros para trabajar de sirvientas,
nodrizas y en plantas agrícolas de tabaco, caña de azúcar o algodón, hasta que,
tras muchos años de sufrimiento, una vez abolida la esclavitud, sus
descendientes transitaron libres, algo todavía sin asimilar por quienes se consideran
superiores al tener la piel clara. Minneapolis, adonde hemos viajado Georgia,
Jeff, Steven y yo para asistir al acontecimiento histórico que mantiene al mundo
expectante, se ha convertido en santuario en memoria de George Floyd, acogiendo
la vigilia ininterrumpida que tiene lugar en la iglesia baptista Greater Friendship
Missionary, al sur de la ciudad, a las puertas del veredicto pendiente del
jurado contra Derek Chauvin, el expolicía acusado de asesinato al presionar con
su rodilla el cuello del afroamericano pese a la angustiosa súplica del detenido
que, reducido en el suelo, dice desesperadamente que no puede respirar. Durante
la espera, me asalta el paisaje de aquellas inmensas mansiones del siglo XIX, vestidas
en su interior al estilo colonial francés y ubicadas en antiguas plantaciones en
Louisiana, Virginia, Alabama o cualquier otro estado del sur, donde al negro de
aquella época, una vez explotado, se le azotaba para que aprendiera a obedecer.
Las mujeres de la misma etnia, en su mayoría aún niñas, además de encargarse de
las tareas domésticas eran violadas ante la impotencia de padres, maridos y
hermanos, pariendo a los vástagos del amo en el ostracismo de un roble ya seco.
Hasta que, ellas y ellos, agotados y envejecidos, eran vendidos en el mercado
de esclavos ocupando su lugar generaciones más jóvenes que serán sometidas a las
mismas presiones y maltratos que sus antecesores. De esa conmovedora historia que
culminó en una guerra civil con la muerte también del presidente Abraham Lincoln,
a la aversión actual que experimentamos hacia el ser humano de raza diferente, han
cambiado los escenarios donde se ejecutan las acciones, pero muy poco la
esencia de éstas. Somos la primera potencia del mundo, el país más avanzado en ciencia,
la sociedad que más oportunidades brinda a nuevos emprendedores y, en cambio,
casi a diario, como rieles por el asfalto corre la sangre inocente de cientos
de miles de compatriotas asesinados, cuya crónica se escribe con nombre y
apellidos: Adam Toledo, 13 años, al que un agente disparó en Chicago segundos
después de que el menor tirase al suelo la presunta pistola que dicen que
llevaba y levantase las manos como se le indicó tal y como quedó recogido en la
grabación realizada por la cámara del propio policía. Miles Jackson, 27 años, hospital
en Columbus, Ohio, ingresado en urgencias bajo custodia policial, detectan que
lleva un arma y, en mitad del forcejeo para arrebatársela, se dispara, estos
reculan y al final le matan a tiros. Y, por supuesto, Daunte Wright, 20 años, abatido
a medio metro de la oficial Kim Potter, a unas nueve millas del tribunal situado
en el 18º piso del Centro de Gobierno del Condado de Hennepin, en Minneapolis, donde
celebran el juicio por George Floyd. La lista, desgraciadamente, es
interminable. La vergüenza ajena, también.
Cae
la tarde, avanzan las horas y buscando la claridad del infinito hacia el lejano
oeste, una columna de velas encendidas alfombra bulevares que recrean caravanas
de carretas tiradas por caballos. ‘I can’t breathe’. ‘Alabado sea Dios’.
‘I can’t breathe’. ‘Aleluya’. ‘I can’t breathe’. ‘Justicia
para mi hermano’. ‘Black Lives Matter’. ‘No a la supremacía blanca’.
‘I can’t breathe…’. Frases que resuenan como lamentos en los corazones de
la buena gente y preludian los primeros acordes de guitarra de la emblemática
canción de Bob Dylan, We shall overcome, que tanto recuerda al reverendo
Martin Luther King. Siento muy cerca el calor de las personas que colapsamos
las calles, los caminos, las avenidas y las arterias de toda el área metropolitana
donde se respira impotencia ante la segregación racial. A lo lejos, el viento
quizá esté agitando los campos de cebada o la ropa impoluta tendida de un
cordel entre postes. Puede que la vaca sea generosa y, además de dar abundante
leche para la casa grande reserve un poco en sus ubres con que calmar a otros
sedientos. Quién sabe… Abandono mis pensamientos y, entonces, a la voz de un
maestro de ceremonia, como efecto dominó, y en silencio, nos arrodillemos durante
9 minutos, el tiempo estimado que duró la agonía de Floyd. Supongo que son
varios los motivos que nos han traído hasta aquí, pero bien podría resumirse en
uno: defensa de la vida. La sospecha de que Derek Chauvin se acoja a la Quinta
Enmienda ha planeado sobre nuestras cabezas desde el principio, de igual modo que
la aplicación del código azul, esa regla no escrita que existe entre los
oficiales estadounidenses para no informar de errores, mala conducta o
brutalidad de los compañeros durante una detención o interrogatorio. Es decir, nuestro
mayor temor es que los testigos de la defensa tergiversen los hechos tachándolo
de drogadicto y conflictivo, lo que mancharía la reputación de George desviando
completamente el verdadero motivo: la muerte por asfixia de un hombre
desarmado. Afortunadamente no ha ocurrido nada de eso y el jurado por fin ha
declarado al agente culpable de todos los cargos por homicidio. Black Lives
Matter, gritamos todos… Entrada la noche volvemos a Rochester preguntándonos
por qué William no habrá venido con nosotros…
Semanas
después de regresar de San José del Guaviare, Glenn y yo –hasta que se recupere
vive conmigo– vamos a consulta con el cirujano que ha reconstruido minuciosamente
su rodilla derecha en una exitosa operación que duró más horas de las deseadas.
El buen pronóstico que los médicos auguraron desde el principio y la fuerza de
voluntad de este hombre al que pocas cosas se le ponen por delante están siendo
fundamentales para que muy pronto vuelva a estar en forma. Nos marchamos de
allí optimistas e ilusionados. Antes de arrancar el auto entra una llamada de
Georgia. ‘¿Dónde estás, Markel?’. ‘Saliendo del parking del Olmsted
Medical Center Hospital and 24-Hour ED. Ayer te lo dije, ¿recuerdas?’. ‘Cierto,
estoy fatal de la memoria. ¿Qué tal la revisión, Clemmons?’. ‘Perfecta.
En breve empiezo con los ejercicios de rehabilitación. Así que, estoy preparado
para la siguiente aventura’. ‘Calma, chico –digo–, deja que nos
recuperemos del susto que nos has dado’. ‘Oye –sigue ella–, el
próximo jueves iré a la capital de Saint Paul. Tengo cita con el abogado, el
bufete está cerca del Minnesota Judicial Center. ¿Queréis venir conmigo?’. ‘Pues
claro –responde mi copiloto–. ¿Asiste también la otra parte?’. ‘No,
sólo yo. Han preparado un documento con algunas condiciones que he de supervisar.
Quiero un proceso corto para que mi hija no sufra y estoy dispuesta a llegar a
un acuerdo razonable, pero no a costa de perderme un sólo segundo de los que me
correspondan a su lado’. ‘Verás como todo sale bien, compañera –afirmo–.
¿Te apetece cenar con estos dos buenos conversadores?’. ‘Encantada. Por
cierto, primera crisis política de promesa incumplida: Estados Unidos no puede
aceptar más migrantes de la frontera con México. ¿Cómo se os queda el cuerpo?’.
‘Luego comentamos’.
‘¿Te
ayudo en algo?’. ‘No, quédate tranquila. Enseguida nos sentamos a la
mesa’. Excepto las macetas con violetas que adornan la ventana de la
cocina, y algún objeto que pasa desapercibido, todo ha cambiado en casa después
de Alaia. Optar por reducir las cosas sólo a lo necesario guardando lo suyo en
cajas en el garaje, ha sido para mí un proceso lento y desgarrador, como quien
no quiere abrir las páginas de un determinado libro por no encontrar antiguas
notas o viejas fotografías, pero siempre hay algo que se te escapa o pasas por
alto. En uno de los viajes que hizo a Cartagena de Indias para National Geographic,
trajo cuencos de madera y cucharas que utilizábamos a veces para tomar aquella
sopa china que tanto nos gustaba. Georgia, que no consigue estarse quieta, los
saca del interior de un mueble y, antes de percatarme, sirve en ellos la ensalada
de siete capas que he preparado. ‘Entonces –nos increpa mientras damos
fin a un buen lomo de venado a la parrilla–, ¿qué pensáis de la probabilidad
de no aceptar a más refugiados?’. ‘Hay que ver cómo avanza el asunto –digo–.
Es lógico que las congresistas del ala progresista del Partido Demócrata como
Alexandria Ocasio-Cortez lo califique como inaceptable’. ‘También Ilhan
Omar se ha pronunciado al respecto diciendo que es una desgracia para los
pequeños que están en campos de refugiados porque ponen sus vidas en peligro –interviene
Glenn–, y lo expresa así de contundente porque lo vivió en primera persona’.
‘Por no hablar del malestar del Alto Comisionado de ACNUR –prosigue
entusiasmada–, y de otras voces críticas cuyas declaraciones esperamos como
agua de mayo’. ‘Bueno, pero hay que darles tregua para que reconduzcan
la situación de las llegadas masivas –expresa Clemmons–. A veces se
necesita más tiempo hasta poner en marcha las medidas concretas incluidas en los
programas electorales’. ‘Cambiando de tema –me dirijo a él–, tú, como
científico, ¿crees que Estados Unidos necesita de China para salvar la
Amazonía?’. ‘Esa pregunta no es de fácil respuesta. Primero hay que
limpiar la imagen dejada por la anterior administración a la que le importaban
un bledo los temas medioambientales, y después ser conscientes de que, tal y
como están las cosas, será difícil evitar que la temperatura global aumente por
encima de los 1,5 grados centígrados en la próxima década, con lo cual, yo
diría que no se resolverá dicha ecuación sin la ayuda del país oriental, por
muchos esfuerzos que haga la Casa Blanca por alcanzarlo en solitario. Y, más
aún, contando con que Brasil lidera las emisiones generadas por tala y quema, y
no concreta nada al respecto sobre la conservación de la mayor selva tropical
que existe, sólo un vago compromiso de eliminar la deforestación ilegal, pero
eso no es suficiente para revertir la catástrofe ecológica que es ya una
realidad’. ‘Claro, se asoma de puntillas porque las elecciones
brasileñas están al caer –apunta ella– y el electorado del actual
presidente quiere expandir la frontera agrícola y mineral hacia esa región
vulnerándola, ya que toda la nación de Asia Oriental son los principales
compradores de madera, carne bovina y cereales’. ‘Y no sólo eso, fijaos:
mientras que la economía mundial en los últimos doce meses se ha ralentizado
igual que otra serie de componentes en torno suyo, la destrucción de los
espacios vírgenes ha aumentado’. ‘Por lo tanto, si Europa arrimase el
hombro con Biden –intervengo– y congelara su acuerdo con Mercosur ¿no
sería suficiente?’. ‘No, se queda corto –dice tajante–. La
influencia de Occidente ahora es floja, y la nuestra también frente al tándem formado
entre Brasil y China. Por eso es muy importante que Estados Unidos convenza a
esta última para que frene sus compras al país soberano de América del Sur para
que ambas potencias remen en la misma dirección, sólo entonces la UE jugaría
también un papel importante’. ‘Coño, Markel, nos acabas de dejar con la
boca abierta –me halagan mis invitados–. ¡Cuánta razón tienes?’. Completamos
la velada viendo películas del Hollywood clásico y dorado, con cerveza y
palomitas.
A
la mañana siguiente, en la oficina, preparamos diferentes intervenciones que
tendremos por el Día de la Tierra: Steven coloca cronológicamente las
diapositivas para un acto que habrá por la tarde en la University of
Minnesota Rochester, encaminado para que los estudiantes tomen conciencia y
saquen sus propias conclusiones. Jeff monta en video el material de Glenn
traído de Chiribiquete que proyectaremos en una conferencia. Georgia ha
dibujado en cómic una historieta sobre ecología que quiere repartir por los
colegios, así que, se pelea con la impresora que a menudo se atasca. La radio
informa sobre los daños que ha dejado a su paso un ciclón en el Medio Oeste y
la advertencia de los gobernadores de la zona para que la gente permanezca todavía
dentro de sus domicilios. Todo parece normal, como si de repente el sosiego se
hiciese con las riendas del día a día. Sin embargo, William recibe una llamada
de la policía y, ante nuestro estupor, sale corriendo, tirando al suelo la
montaña de papeles que ordenaba…
20.
Cuando William Harrison estando en
la oficina recibe la llamada de la oficina del sheriff del condado de Olmsted,
con sede aquí, en Rochester y nosotros salimos detrás de él, no sabemos muy
bien hacia dónde vamos. Sin embargo, incorporados los autos al carril que lleva
directo al hospital, nuestra incertidumbre desaparece. Aunque le hemos seguido,
llegamos quince minutos después que él. Una vez dentro, camina desesperado de
un extremo a otro del pasillo preguntándose cómo no ha sido capaz de ver la
magnitud de la desesperación de su esposa hasta el punto de conducirla al
suicidio, dato que revelaría a posteriori el resultado de la autopsia realizada
por ingesta masiva de pastillas. El médico que recibe a la paciente en las urgencias
de Mayo Clinic, certifica su muerte treinta minutos después. El cuerpo
inconsciente lo encuentra la hermana de la fallecida que vive unas cuadras más
allá y la visita a diario. Extrañada de que no abriera la puerta, ni hubiera ruidos
en el interior, cogió la llave de debajo de una maceta, recorrió la planta
baja, paseó la vista por la cocina observando que no había nada en la lumbre,
subió al dormitorio y la halló inconsciente a los pies de la cama con varios
blísteres vacíos, tirados por el suelo y una botella de Whisky que también lo
estaba. Entonces, azarada, marcó el 911. ‘Emergencias’. ‘Por favor,
mi hermana ha perdido el conocimiento y no responde. Dense prisa…’.
Rodeados
por los agentes que escoltaron a la ambulancia, ambos cuñados contestan a la
batería de preguntas que hacen los investigadores. ‘¿Dónde estaba entre las 3
p. m. y las 6 p. m.?’. ‘Preparando unos actos para el Día de la Tierra’.
‘¿Puede probarlo?’. ‘Ahí están mis compañeros –señala en nuestra
dirección a la vez que nosotros corroboramos su coartada–. Pues claro que
puedo’. ‘Sin embargo, abandonó su puesto de trabajo, ¿no es cierto?’.
‘Sí, porque la policía se puso en contacto conmigo’. ‘Señora, ¿exactamente
a qué hora llegó a casa de la víctima, y por qué fue?’. ‘A las 6.45 p. m.,
cómo siempre, porque a las 7.00 p. m. leemos juntas la Biblia, tal y como nos
enseñaron nuestros amados padres’. ‘Discutió con su mujer antes de irse?’.
‘No. Apenas conversábamos, ni se levantaba’. ‘Explíquese’. ‘Hemos
intentado tener hijos, pero no se ha quedado embarazada’. ‘Necesitaremos
los informes médicos que tenga, serán clave para las pesquisas’. ‘No se
apuren, existe un largo historial al respecto’. ‘Continúe’. ‘Agotadas
todas las alternativas para concebirlo sin resultados positivos, planteé la
gestación subrogada, lo cual resultó impensable dados los principios religiosos
de ella. Así que, decidimos recurrir a la adopción’. ‘¿Y qué pasó?’.
‘Viajamos a Ecuador convencidos de que en Portoviejo sería más fácil, tal y
como nos habían asegurado, aunque en el último momento, cuando nos iban a
entregar a la niña, una montaña burocrática insalvable torció nuestros planes y
perdimos el dinero entregado’. ‘¿Qué relación hay entre ustedes dos?’.
‘¡Bromea! Jamás me dejaría tocar por mi cuñado –suelta, ruborizada–. El
marido de otra es sagrado. Lo dice el Libro del Deuteronomio en 5.21: “No codiciarás
su casa, su campo, su siervo o sierva, su buey o asno, nada que sea de tu prójimo”.
Ir en contra de eso es antinatura’. ‘¡Oiga! –salta un familiar que
ya no aguanta más–, podían tener un poco de sensibilidad, eh. Acaban de
perder a su ser querido. Hombre, por favor, que los están criminalizando mientras
que ellos aguantan el tipo sin romperse’. Esa sola frase ha bastado para
que se hagan a un lado, no sin antes advertir que en cuanto asignen un
inspector al frente del caso, tendrán que declarar en el Police Department.
Apoyados en la fría pared de azulejo blanco que despide el insoportable olor a
éter, adherido ya a la lechada ennegrecida entre juntas, observamos con
absoluta perplejidad la escena anterior que he descrito. En el extremo opuesto,
el vaivén de sanitarios empujando camillas, respiradores artificiales y toda
clase de aparatos médicos, colocan la realidad en el perímetro exacto: ese punto
donde se baten en duelo la esperanza y la desolación, las buenas y las malas expectativas,
la pena y la alegría, la vida y la muerte…
Al
entierro de la mujer de William, en Calvary Cemetery, sólo asisten los
allegados a consecuencia de la limitación de aforos en lugares públicos, los
demás, y de manera escalonada, vamos pasando por su casa durante la jornada. Ayudado
de dos muletas, y bajo mi atenta vigilancia, Glenn Clemmons avanza despacio por
un sendero de piedras cuya maleza ha borrado antiguas huellas. En el porche nos
espera Georgia para entrar juntos, antes lo hace un mensajero de la
organización que trae una ostentosa corona de flores. Los padres de la víctima,
dos octogenarios en la recta final de esa década donde uno lo tiene ya todo
hecho, y al borde casi de la demencia, han viajado desde Kentucky con otro hijo
para darle su último adiós a alguien de quien apenas recuerdan el nombre. En la
zona del patio interior hay una mesa alargada con toda clase de bebidas no
alcohólicas, pastelitos de diversos sabores, así como sándwich de crema de
cacahuete y plátano, presentes que han ido trayendo vecinos y conocidos de la
pareja. En el centro de la sala principal una fotografía de la difunta preside
la ceremonia a punto de empezar. ‘Gracias por venir, compañeros’. ‘No
tienes que darlas –digo–. ¿Qué tal estás?’. ‘Agobiado, y sin
saber muy bien cómo manejar todo cuánto se me viene encima’. ‘¿Aquel
tipo excéntrico que acaba de entrar –pregunta Steven por detrás de nosotros–
es rabino o reverendo?’. ‘Ni idea. Mis suegros son muy religiosos y por consiguiente
sus vástagos también. Hoy tuvimos un primer desencuentro entre incineración o
entierro. Han ganado ellos contra mi voluntad’. ‘¿Cómo va la
investigación?’. ‘En standby’. ‘Por lo visto ha dejado una nota
escrita donde cuenta porqué ha terminado con su sufrimiento de manera tan cruel.
Aún no he tenido acceso a ella, según dicen no tengo de qué preocuparme, todo
irá bien’. ‘Seguro que sí –afirmamos–. Pronto se aclarará’. ‘Eso
espero, tengo la conciencia muy tranquila’. ‘Creo que te andan buscando –dice
Jeff, al que no hemos visto llegar–. Lo lamento muchísimo, compañero’. ‘Muchas
gracias. Pues sí, son unos viejos amigos. Chicos, tomad algo. Voy a saludarlos’.
‘Claro, ve sin problema. Mañana nos vemos’. ‘Oye, no hace falta que te
reincorpores tan rápido –trato de sonar convincente–. Tómate tu tiempo’.
‘Gracias por el ofrecimiento, pero necesito salir cuanto antes de este
círculo enfermizo donde cualquier decisión o motivo de alegría hace que me
sienta culpable’. Una de las anfitrionas que continuamente pasa con
bandejas y una sonrisa, como si se le fuesen a desencajar las mandíbulas, toca
una campanilla y todos los asistentes enmudecimos prestando atención. ‘Queridos
hermanos –dice, mirando al cielo–, coged vuestras biblias y recemos’.
Nosotros, nos hacemos los escurridizos por la puerta de atrás…
En
octubre de 2001, en una cena organizada por Alaia en nuestra casa para despedir
a unos colegas suyos, que emprendían viaje a Oriente Próximo, donde realizarían
reportajes sobre el conflicto entre Israel y Palestina, oí hablar por primera
vez de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo ya que había saltado la información
de que el presidente George W. Bush establecería allí la prisión militar tras
el atentado del 11-S. De aquella conversación aprendí lo importante que es analizar
las cosas desde distintos ángulos para consolidar la propia perspectiva. Lo que
no sabíamos es que, a aquellos conversadores de verbo despierto, se les complicaría
muchísimo el regreso a Estados Unidos al resultar heridos en aquel bombardeo, que
barrió la torre del aeropuerto y edificios oficiales en el centro de la ciudad
de Gaza, uno de ellos próximo a las oficinas de Yasir Arafat, como respuesta a
la emboscada sufrida por un autobús de colonos israelíes en el norte de Cisjordania.
En la actualidad, además de la solicitud de más de una veintena de senadores
demócratas, personalidades del mundo de la política, diplomáticos
latinoamericanos y académicos, han dirigido una carta a Joe Biden en la que piden
el cierre definitivo de dicho recinto. Muchas veces Glenn y yo hemos dialogado sobre
ese tema. ‘Obama pudo haber acabado con esa pesadilla cumpliendo su promesa
estrella de campaña –dijo una vez tomando un cóctel artesano en Bitter &
Pour, en la histórica 3rd street de Rochester–, ahora el destino de las personas
encerradas allí queda en manos de una incógnita oscura e incierta’. ‘No
siempre se dan las circunstancias propicias para llevar a cabo una propuesta –argumento–.
Sin embargo, poniendo en práctica un buen tejido de relaciones públicas, un
total de 15 presos van a ser trasladados a Arabia Saudí’. ‘Estoy de
acuerdo contigo, Markel, en todo caso los que quedan dentro siguen sin
beneficiarse de la Convención de Ginebra que garantiza el derecho internacional
humanitario’. ‘Lo sé. Conozco la dureza de sus interrogatorios, y la
precariedad en la que viven los presos con grilletes en pies y manos encerrados
durante meses en celdas diminutas donde nunca se apaga la luz eléctrica para
distorsionar el descanso’. ‘Fíjate, todavía voy más allá: no tienen
derecho a un abogado, como tampoco ninguna organización humanitaria puede
entrar en las dependencias. Dime pues qué horizonte tienen’. No supe
contestar entonces y dudo mucho que pudiera hacerlo ahora.
Los
tres que estamos en la oficina tratamos de comprender un estudio lanzado por un
equipo de prestigiosos meteorólogos y físicos de renombre mundial en el que afirman
que, en un futuro no muy lejano, habrá menos huracanes, aunque serán mucho más virulentos
y destructivos, ya que, a consecuencia del calentamiento global, la evaporación
del agua del océano será mayor y, por consiguiente, esta clase de fenómenos
atmosféricos se realimentarán mucho más. Aunque, para enterarnos bien de lo que
pone, Glenn Clemmons, nuestro científico, tendrá que explicarnos con palabras sencillas
qué es eso de la “complejidad de la dinámica de los sistemas”. Pero será en
otro momento, ahora está volcado en la conferencia que dará en la Universidad
de Minneapolis sobre el deterioro en las infraestructuras de los gaseoductos. No
obstante, la entrada de un par de fax con dos noticias de actualidad nos cambia
el paso: El secretario de Seguridad Nacional, el cubano Alejandro Mayorkas, afincado
en California ha anunciado que al menos cuatro madres, tres de América Latina y
una mexicana, deportadas sin sus hijos a sus países de origen durante la era
Trump, van a reunirse con ellos en Estados Unidos, como harán también en lo
sucesivo miles de familias que viven alejadas de sus pequeños. ‘Bueno, parece
que la gestión entre una administración y otra empieza a tomar distancia –ambos
me miran incrédulos–. ¿Qué opináis? Y mojaos, eh. Nada de demagogias’. ‘Hombre,
teniendo en cuenta que sólo se quedarán temporalmente –interviene Jeff–,
para mí es insuficiente porque da la sensación de cumplir tímidamente una promesa
electoral, lejos, como digo, de las expectativas que muchos habíamos puesto en
ello’. ‘Y no sólo eso, es que el puente fronterizo entre Reynosa en México
e Hidalgo en Texas es un espacio abierto donde las personas deambulan fuera de
la realidad –completa Steven, cuyos lúcidos planteamientos muchas veces nos
dejan fuera de juego–. Pensad esto: ha habido mucha prisa por cerrar el
campamento de Matamoros porque recordaba al anterior presidente. Sin embargo, a
56 millas al oeste, levantan otro a toda hostia para ubicar a los recién
expulsados’. ‘Tienes toda la razón –añado– aunque no se puede
mucho más, los cierres se amparan bajo el paraguas de la emergencia pandémica
que nos azota’. ‘Entonces, parece que a los migrantes siempre les toca
bailar con la más fea, ¿no?’. ‘Sí’. ‘¿Y la otra noticia cuál es? –me
pasan el folio–. No, joder’. ‘Pues vete haciendo a la idea –asegura
Steven irónico–, porque el abogado defensor del expolicía Derek Chauvin,
declarado culpable de homicidio imprudente, asesinato en segundo y tercer grado,
por la muerte del afroamericano George Floyd, ha presentado una moción para
solicitar un nuevo juicio al considerar que el jurado no actuó libre ni
imparcial, sino intimidado y amenazado racialmente, y que el tribunal fue incapaz
de aislarlos de la opinión pública para que ésta no interfiriera en el
veredicto’. ‘Ya, y también arremete contra la Fiscalía –continúa
Jeff–, a la que reprocha que no actuó de forma adecuada’. ‘Es decir –prosigo–,
que de darse el caso de revertir el veredicto sentenciado en sala, sería desde
luego un escándalo internacional y un síntoma de enfermedad democrática’. ‘Que
yo recuerde –aclara Steven, nuestra joven promesa que se siente eufórico–,
algo así ha ocurrido muy raras veces’. ‘Bueno, está por ver. Perdonad, tengo
que recoger a Georgia para llevarla a Saint Paul’. ‘¿Por lo de la
custodia de la niña?’. ‘Exacto. Glenn está en mi casa preparando su
conferencia y aún necesita ayuda para determinadas cosas. ¿Le echáis una mano?
No sé cuánto tardaremos’. ‘Tranquilo, había quedado para cenar con unos colegas
y, a última hora, han cambiado de planes –dice el chico–, yo me ocupo’.
‘Muchas gracias’.
21.
'¿Estás preparada, Georgia?’.
‘Sí’. ‘Entonces, vamos allá’. ‘¿Glenn viene con nosotros?’.
‘Qué va, anda liado con la conferencia para la Universidad de Minneapolis
sobre el deterioro en las infraestructuras de los gasoductos. Ya sabes que
cuando está preparando algo se entrega por entero’. ‘Entonces, arranca
el carro’. ‘El tío es oportuno, ahora que la Casa Blanca está alerta por
el ciberataque a Colonial Pipeline, va él y monta una charla con estudiantes sobre
lo poco que invierten las empresas encargadas del mantenimiento por la mejora en
estas construcciones’. ‘Ya’. A la salida de Rochester a ella se le llenan
los ojos de lágrimas al pasar por delante de Toys R Us pensando en su
pequeña, por la que hoy emprende un camino doloroso y de final incierto. Tan
sólo media docena de automóviles circulan a gran velocidad por la US-52 bajo un
cielo azul, intenso, desafiante… Los campos de maíz, en su esplendor verde
amarillento, levantan el telón del escenario donde se va a desarrollar la
primavera, cuyo pronóstico augura que será más calurosa a la anterior por el
aumento de temperaturas que sufre el planeta. A nuestra derecha, poco antes del
cambio de sentido para la salida a Oronoco, dan ganas de hacer un alto y degustar
una sabrosa hamburguesa casera de salchichas de arce de manzana, queso fundido
y huevo por encima, regada con la tradicional cerveza de la zona, pero el delicado
asunto que nos lleva a la capital de Saint Paul hace que no nos desviemos de la
ruta. Manojos de viviendas particulares separadas entre sí por varias millas, aportan
vida a la monótona recta que enlaza una ciudad con otra. La sequedad de Zumbro
River, afluente del río Mississippi,
apenas una charca a pie de autopista da una idea de los estragos que sufre la
naturaleza. El silencio viaja entre nosotros como un pasajero más, roto de vez
en cuando por la música country que tanto nos gusta a los dos. ‘A
partir de aquí encontraremos camiones de gran tonelaje –digo, y callo al no
atraer su atención–, van hasta Dakota del Sur’. Conforme avanzamos el
cielo se torna más nublado, transformándose en el misterioso paisaje de la noche
que brota porque sí en mitad del día. Los postes de luz, con sus tentáculos de
cables amenazando con caer y electrocutarnos, son una maraña abandonada de feas
infraestructuras sin renovar. A consecuencia del embudo que se forma cuando hay
un control policial, la entrada a Saint Paul es lenta. Por el espejo retrovisor
observo la soledad de la escalinata que conduce a Minnesota Judicial Center,
donde si el destino no depara lo contrario pronto se verán las caras Georgia y
su exmarido peleando por la custodia de la niña. Ubicado unas cuadras más allá,
en el edificio de fachada acristalada, en John Ireland Blvd, está el
bufete al que vamos. Doy una segunda vuelta y encuentro aparcamiento.
El
primer cortafuegos que salvamos es el mostrador de información donde Georgia confirma
su cita. Minutos después un pasante nos conduce por la galería acristalada que
da a la avenida principal, hasta una habitación con estanterías llenas de libros.
‘Esperen aquí, enseguida les atienden’. Hacemos un reconocimiento rápido
de la estancia observando que no tiene ni una mota de polvo. Ella se detiene
delante de la fotografía de cuerpo entero que hay encima de un mueble auxiliar.
‘¿Quién es?’. ‘Clarence Darrow, abogado estadounidense, nacido en 1857,
en Ohio. Fue miembro del Partido Demócrata’. ‘¿Y qué tiene de
particular?’. ‘Pues que defendió en Detroit a once ciudadanos negros
acusados de asesinato. Se acababan de mudar a un barrio blanco de donde quisieron
echarlos, en la reyerta murió uno de los patrulleros urbanos. En el juicio, el
letrado convenció al jurado invirtiendo el caso’. ‘¿Quedaron libres?’.
‘Claro. Argumentó que de haber sido al contrario, jamás se habría puesto en
duda la inocencia de un compatriota implicado en el asesinato a un hombre de
color. A partir de ahí se dedicó al Derecho Penal, y a luchar contra la pena de
muerte’. Oímos el taconeo fuerte y firme de alguien que se acercaba. Una mujer
con traje de chaqueta en tres piezas de diseño clásico con toques vanguardistas
del diseñador Ralph Lauren, irrumpe en la sala. ‘Tomen asiento, por favor’.
‘Perdone, ¿el señor Spencer no está?’. ‘De momento permanece apartado
por asuntos propios, mientras tanto yo le sustituyo. He leído con atención su
caso y estoy segura de ganarlo ya que reúne muchos ingredientes a nuestro favor,
aunque habría que realizar algunos cambios en el planteamiento hecho por mi
colega. Eso sí, vaya haciéndose a la idea de que será una travesía larga. Dependerá
también de la empatía que ejerza el magistrado que nos toque. ¿Está dispuesta a
seguir?’. ‘Nunca lo he dudado’. ‘Puede darse a veces la
circunstancia habiendo un menor de por medio, que las partes acuerden un entendimiento
cediendo ambos’. ‘No lo creo posible, hemos llegado muy lejos’. ‘Hay
una posibilidad que yo no descartaría, aunque no sé si le va a gustar’. ‘¿Dígame
cuál?’. ‘Si alegamos su enfermedad como pieza dominante. Es decir: si lo
enfocamos desde el punto de vista de que la niña es para usted parte de la
terapia que ayuda a su lado emocional a levantarse cada día, quizá el juez lo
tome en consideración’. ‘No transmitiré lástima, si se refiere a eso,
jamás lo he hecho. Tener cáncer no significa desarrollar mutaciones de alma en
pena. Además, mi niña no es ningún tratamiento paliativo, es lo mejor que me ha
pasado, tiene seis años y necesita a su mamá, como también la figura de su
padre. Por tanto, tal y como acordé con el señor Spencer, ayúdeme a recuperarla’.
La firmeza de esas palabras molestó a la jurista, que tuvo que ajustar el
discurso en propuestas directas para satisfacer el interés de la cliente. ‘Perdone
mi falta de delicadeza’. ‘Tranquila. ¿Qué posibilidades hay de
arrebatarme a la pequeña?’. ‘En 1993, en Los Ángeles, Anthony Baker, pleiteó
por la custodia de sus cuatro hijos y perdió. Fundamentó la demanda en el hecho
de que su exesposa padecía una enfermedad degenerativa. Tras interrogar a los pequeños
y apoyándose en los informes psicológicos realizados a los mismos, su señoría
determinó que fallaba a favor de la demandada, sentenciando al demandante a correr
con todos los gastos del proceso e indemnizarla por haberle ocasionado un daño
moral deshumanizado. Podríamos emprender la acción por ahí’. ‘Mire, haga
lo que tenga que hacer, pero sea elegante. Lo único que me interesa es que se cumpla
lo acordado en convenio’. ‘Muy bien, me pondré en contacto con el
abogado de su exesposo y convocaré una reunión –ya de pie, añade–: Antes
de irse le facilitarán mi correo electrónico. Envíeme ahí las fechas en las que
tiene el tratamiento, y así no lo hacemos coincidir’. ‘Claro’. ‘En
cuanto sepa algo se lo hago saber’. Salió con la misma frialdad y
prepotencia con la que llegó. ‘¿Te has fijado en el pin de la solapa? –digo–.
Joder, no me gusta nada’. ‘Sí, es de la National Rifle Association –contesta
con esa ironía tan suya–. He crecido rodeada de esa insignia en cada rincón
mi infancia, incluso ahora mismo mis hermanos la lucen con orgullo’. ‘Oye,
me siento mal por haberte recomendado este sitio’. ‘Quien me atendió la
primera vez fue una persona delicada en el trato y en las formas, nada que ver
con ella,’.
Tras
completar el examen grafológico de la nota hallada por la policía junto al cuerpo
inconsciente de la mujer de William, cuyo manuscrito pertenece a ella tal y
como aseguran los expertos, se desclasifica de la investigación el contenido de
ésta donde pone de manifiesto que toma la decisión de quitarse la vida sin
coacción de terceros, a consecuencia de la frustración por no haber sido madre,
despejando así la duda del principal sospechoso: su marido. En la misma, confiesa
que, a pesar de no haber realizado pruebas médicas concluyentes, el problema
para no concebir era de ella, pero que calló por vergüenza y miedo a ser
repudiada. Ahora, llegado el momento de cerrar la página de los altibajos
emocionales que tanto daño han causado en su relación de pareja, tocaba separar
los caminos y sentirse libres cada uno en su dimensión. Concluye dando las
gracias a todas aquellas personas conocidas y allegadas, así como a su esposo,
al que dedica unas hermosas y sentidas palabras pidiéndole perdón por la cobardía
de no llegar juntos hasta el final de los días. Según narra ese episodio tan
íntimo con la voz entrecortada, observo caer las lágrimas por las mejillas de
mis compañeros, afanados en la preparación de la cena que tiene lugar en mi
casa. Steven ha traído una botella de auténtico tequila reposado, regalo de sus
tíos mexicanos. ‘¿Nunca bajó la guardia dejando entrever que barajaba el
suicidio –pregunta Jeff– o se comportaba con normalidad?’. ‘Nada
lo fue para nosotros desde el regreso de Ecuador. Por ejemplo, era muy coqueta y
se arreglaba, aunque no saliera. Sin embargo, de repente cambió y aparecía
desaliñada, falta de energía e incluso paseaba por el barrio en ropa de cama’.
‘Supongo que os disteis cuenta ¿no?’. ‘Sí, claro. Y la convencí para
ir al psicoanalista, además llevaba años en tratamiento psiquiátrico, pero no
contemplé la posibilidad de que llegase tan lejos, sobre todo por las creencias
religiosas en las que fundamentaba su existencia. Y mira por dónde…’. ‘Prever
las cosas que ocurren dentro de la cabeza de cada persona es imposible –apunta
Jeff–, ninguno portamos un bluetooth capaz de transmitirle al otro nuestras
alarmas y desórdenes psíquicos’. ‘¿El venado os gusta en su punto o muy
hecho? –pregunto, por poner los pies en la tierra y suavizar la tensión–.
Cuidado con la barbacoa Georgia, no te quemes’. ‘Quiero agradeceros –William
continúa hablando– las veces que, ante los jefes, habéis cubierto y
justificado mis ausencias. Me siento muy orgulloso de cada uno de vosotros, sólo
espero estar a vuestra altura cuando me necesitéis’.
Con
los licores llega el relajo, convertido en un espacio de tiempo donde ponemos a
prueba la capacidad para improvisar y discernir a través del lenguaje coloquial
aquellos conceptos que manejan los científicos con total soltura. ‘¿Has
recibido el estudio de la Universidad de Harvard donde debates sobre
climatología y huracanes? –dice Jeff–. Me pregunto qué nos esperará en
el futuro’. ‘Hombre, eso puedo responderlo yo –apunta Georgia–:
vamos a estar muy jodidos, pero que nos ilustre el científico’. ‘Mira
que sois pesados, eh. Lo he contado montones de veces: al disminuir la
frecuencia de estos fenómenos, si se forma uno, al tocar tierra, sacude con
mayor virulencia puesto que la subida de temperaturas en el planeta hace que
aumente la evaporación del océano. Ocurre lo mismo con las redes eléctricas, al
haber menos apagones, cuando surge una pérdida del suministro de energía, el
daño causado será más potente’. ‘¿Tú qué opinas, Steven?’. ‘A ver,
dentro del marco de la complejidad de la dinámica de los sistemas y salvando
las distancias de la ciencia con la comparación que voy a hacer – atento a
su reacción no aparta la vista de Glenn–, imaginaos una relación de pareja
con picos de celos que al principio y por cualquier tontería aparecen con
regularidad. El paso del tiempo y la falta de motivos hacen que esa respuesta
emocional sea más pausada, quedándose incluso en standby. ¿Pero qué ocurre si
de repente se reactiva la obsesión de la persona con dicha disfunción
patológica? Pues que, al haber recargado el combustible con lo peor del ser
humano, la respuesta será mucho más violenta’. ‘Es decir –William
rompe su silencio–, que cuando algo permanece dormido, al despertar aumenta su
potencia’. ‘¡Eso es! –Exclama Glenn Clemmons–. Al fin alguien que
me entiende’.
Georgia
ha salido a coger algo de su coche y viene descompuesta. ‘¿Qué pasa? –la
sujeto por el brazo–. ¿Te encuentras bien?’. ‘Enciende la televisión,
Markel –dice en un susurro mientras de reojo veo la pantalla de su móvil–.
Me acaba de llegar una noticia desconsoladora’. Las imágenes de la marea
humana, en su mayoría niños, adolescentes y bebés en mochilas de trapo a la
espalda de sus madres, alcanzando a nado territorio español, por la costa de
Ceuta, ponen al mundo patas arriba. Sobre objetos tan inseguros como botellas
de plástico atadas entre sí, se tiran al mar aún a sabiendas de que pueden
perder lo único que les queda: la vida. Soldados, personal sanitario, voluntarios
de ONG, vecinos…, se lanzan a la arena para darles calor con mantas contra la
hipotermia y caricias que tratan de paliar la vergüenza del abandono consentido.
‘¿Y ahora qué va a ser de ellos? –expresa Steven sin ocultar su emoción–.
Lamentable. Me pregunto cómo van a reaccionar los demás países’. ‘Ninguno
se mojará –concreta Glenn–, y en el mejor de los casos, instarán tanto a
España como a Marruecos a que resuelvan cuanto antes esta crisis migratoria sin
precedentes’. ‘Un momento, no nos equivoquemos –interviene Jeff–,
esto es un asunto diplomático que, aprovechando esa circunstancia, han
regurgitado a la gente de su lugar de origen’. ‘Sin duda –afirma
William–. Pero lo que requiere también es una reflexión por parte de todos, analizando
por qué cuando pasan cosas así, el miedo a la irrupción se integra en nuestro
circuito cerrado blindándolo’. Lo que queda de noche la pasamos pegados a
los informativos, hasta que la mirada suplicante de unos ojos oscuros que
apenas resaltan en el conjunto de su piel negra y cuya patria es el deseo de
prosperar dignamente, encuentra el abrazo de una joven con chaleco de la Cruz
Roja, que, con absoluta ternura y sensibilidad lo atrae hacia sí.
22.
Cuando se cumple un año del
asesinato de George Floyd, Estados Unidos todavía no ha dado luz verde a la ley
para erradicar la brutalidad policial contra las minorías raciales. Así que, mientras
eso no ocurra, la vida de los negros corre peligro. ‘Markel, tío, ¿cuándo
vienes? Al final llegamos tarde’. ‘¡Voy, impaciente! Me visto y te
recojo’. Aprovechando que Glenn y yo vamos a St. Cloud a la reunión anual
que tenemos con ambientalistas y en la que, seguramente, abordaremos el negocio
de los combustibles fósiles, hacemos un alto en Minneapolis. 87 millas separan una
ciudad de otra por la US-52 N, trayecto que nosotros realizamos conversando distendido.
‘En cuánto pueda quiero viajar a Canadá para visitar a mi familia en la Isla
de Baffil –suelta melancólico–, les echo mucho de menos’. ‘¿Allí
quién queda?’. ‘Mi madre y mis hermanos’. ‘¿Y tu padre sigue en
Australia?’. ‘Sí, emigró con la promesa de hacer dinero y regresar, pero
nunca cumplió su palabra. Eso ocurrió cuando yo me encontraba en los Andes, al
oeste de la República Argentina’. ‘¿El informe que publicaste de
Aconcagua sin nieve en las cumbres sería posterior? Lo busqué en la web al poco
de conocerte’. ‘No recuerdo si fue después de mi estancia, pero todo se relaciona.
Ten en cuenta que el deshielo que sufre la zona alcanza también a Chile. Estos
fenómenos atmosféricos están cambiando el curso de los ríos. La retracción de
glaciares es muy alarmante, cuanto menos llueva y nieve más aumentará la temperatura
del planeta, lo cual conlleva una afectación en los procesos productivos’. ‘Meses
atrás es lo que motivó a miles de vecinos de la provincia a manifestarse en contra
de proyectos de megaminería’. ‘Exacto’. ‘¿Volverás a España? –cambia
de tema–. Siempre lo has deseado’. ‘Probablemente en un futuro lo
haga, pero ahora es difícil. Además, mira cómo están mis compañeros de viaje: Georgia
pendiente de la custodia de la niña, y William, figúrate’. ‘Puedes ir
solo’. ‘Lo sé’. ‘Allí tienes gente, ¿no?’. ‘¿Recuerdas al
primo Andoni?’. ‘Claro. Estuviste meses hablando maravillas de la posada
rural que montó’. ‘Sí, en Herboso, donde vivió la abuela. A ti te
gustaría, todo el entorno es espectacular’. ‘Seguro. ¿Cómo le va el negocio?’.
‘Nos perdimos la pista. Quedaron cabos sueltos de la herencia familiar y, a
pesar de explicarle que mi padre estaba al margen de ese asunto no quiso
mantener contacto’. ‘Qué desagradable, ¿verdad?’. ‘Mucho. Hace
poco supe por otro conocido, a través de e-mail, que abandonó la aldea antes de
declararse la pandemia. Por lo visto se enroló en un barco rumbo a los países
nórdicos, pero no se sabe si arribó en alguno de ellos’. ‘¿Te gustaría
regresar a tus orígenes por un largo período?’. ‘Lo que soy lo he
construido aquí, donde crecen los sueños y ven la luz los proyectos, aquí
ejercito la actividad, la participación, el aprendizaje. Aquí me he desarrollado
interiormente como persona y he militado en la lucha por dejar un mundo más
habitable, respetando la diversidad de las especies, más justo con el clima,
reconciliado con la naturaleza y exento de tantas tonterías materiales innecesarias
que nos tienen embobados. No tengo desarrollado un sentimiento de nostalgia como
sí veo en ti, quizá porque volver a Bilbao es abrir la herida de las ausencias’.
‘¿Es por Alaia?’. ‘Lo digo en general, aunque fundamentalmente sí,
por ella’. ‘Eso me sorprende ya que ha sido en Rochester donde habéis
convivido’. ‘Pero no es igual, yo la arranqué de allí’. ‘Tranquilo,
amigo, ha pasado bastante tiempo desde su muerte y creo que te exiges demasiado’.
‘Puede, sin embargo, es tan intenso su vacío que todo a mi alrededor aparece
como solar donde jamás podré volver a construir nada’. ‘Estoy convencido
de que algún día conseguirás salir a flote, de hecho lo estás haciendo, y no lo
digo en el sentido de que rehagas tu vida sentimental. Cuando empecé a
colaborar con vosotros pensé que Georgia y tú erais pareja’. ‘Qué va,
pobrecita, cargar con este cascarrabias. Nunca se me pasó por la cabeza –mantengo
en secreto que ella lo intentó–. La quiero muchísimo, igual que al resto’.
‘Me gusta cómo has definido los lugares, supongo que somos la suma
abigarrada de la patria que llevamos por dentro convertida en remanso de paz’.
‘¿Qué planes tienes?’. ‘Encontrar la armonía entre el cuerpo y el
espíritu’. ‘Uy, te veo muy religioso, eh’. ‘Anda, no digas
tonterías’. La limpia sonrisa de Glenn Clemmons, sin arrugas ni dobleces, y
la transparencia de su mirada, son señales inequívocas de alguien que tras
haber realizado una dura travesía, necesita parar y tomar aliento.
Nos
abrimos paso entre el tráfico desacelerando el ritmo traído en carretera para
colocarnos debajo de una masa de nubes redondeadas que pronostican tormenta. ‘Estamos
llegando’. ‘Estaciona el carro donde puedas –sugiere mi acompañante–
y vayamos a pie’. ‘Sí, será mejor’. Atravesando cortinas de niebla
que no disimulan nuestro porte de forasteros, recorremos algunas cuadras
desiertas donde negocios con los cierres echados visibilizan la ruina por la falta
de actividad. A ambos lados de la calle 38, escondidos al otro lado de las
viviendas particulares, somos observados por niños que hoy no han ido a la
escuela ante el temor de que puedan formarse altercados. ‘Mira, Cup Foods’.
‘Sí –respondo–, la tienda donde empezó la pesadilla mortal’. A cierta
distancia de la puerta de cristal, enmarcada en hierro, se levanta un altar
improvisado de flores, velas y gente, en su mayoría de color, bordeando el
lugar donde el expolicía Derek Chauvin hincó su rodilla en el cuello del
afroamericano. De repente, y a la señal del reverendo que preside la ceremonia,
una mujer, con túnica en tonos violeta, entona las primeras notas de la pieza
góspel Don’t let the devil ride, a la que se unen más voces con el
fervor que sólo ellos saben contagiar. Por los laterales de donde estamos,
caravanas de autos tocan sus cláxones al grito de I can’t breathe.
Mientras asistimos a este acontecimiento, en Washington D. C., Joe Biden recibe
a la familia Floyd y a miembros de su equipo legal quienes le sacaron al
presidente, que estuvo acompañado en todo momento de Kamala Harris, el
compromiso de desbloquear la ansiada reforma policial ante la falta de consenso
entre demócratas y republicanos. A su vez, el movimiento Black Lives Matter
ha convocado manifestaciones en diferentes Estados. ‘Cuidado, Markel, apártate’.
La aparición de incontables agitadores de extrema derecha viniendo hacia
nosotros, armados con bates de beisbol, pistolas y rifles de asalto, cuyo
orgullo patriótico no tolera que se recuerde públicamente a un hombre negro y
la pasividad de las fuerzas del orden al no impedir el enfrentamiento de estos
con un grupo de estudiantes, hizo que nos dispersáramos.
Al
llegar a St. Cloud lo primero que hacemos es buscar Bravo burrito, donde
ofrecen comida mexicana de calidad, según nos ha recomendado Jeff, y que solo
de pensar en las Fajitas, esas tortillas de maíz dobladas en cilindro y rellenas
con carne y vegetales salteados, se me hace la boca agua. Aunque la distancia
entre comensales tranquiliza optamos por sentarnos lo más alejados posible. ‘¿Sabes
por qué en estos restaurantes es importante pedir Chiles en nogada?’. ‘Ni
idea –digo–, pero seguro que me lo cuentas’. ‘Porque su
presentación simboliza el verde, blanco y rojo de la bandera de México, y eligiéndolo
elogias su ego’. ‘¿Qué lleva?’. ‘Picadillo de res y frutos mixtos,
cubierto de crema de nuez adornada con pepitas de granada y ramas de perejil’.
‘Coño, es verdad, los tres colores’. ‘¿A qué hora es la reunión?’.
‘Empieza temprano, sobre las 8:00 a.m.’. ‘Entonces, tomemos unas cervezas’.
‘¿Sabes lo que más me gusta de aquí? –comento–, pues que aún conserva
lo mejor de los pueblos indígenas que ocuparon este territorio durante años’.
‘Cierto, la huella de los Ottawa, por ejemplo’. ‘Y algunos más que
ahora no recuerdo’. ‘Piensa que fue estación de paso para colonos y
comerciantes –dice mi compañero con la pasión esa que le pone a las cosas
que le interesan–, cuyos trenes a veces eran simples carros tirados por
bueyes’. ‘Los grupos étnicos que acampaban traían pieles para cambiar
por suministros que llevaban a los asentamientos –dejo pasar un instante de
silencio y prosigo–: ves, yo también tengo cultura local’. Reímos a
carcajadas, pero el efecto que la cerveza ejerce ya en nosotros da paso quizá a
un dialogo algo más desinhibido. ‘¿Cómo crees que afrontará el Gobierno el problema
que existe con la migración?’. ‘La vicepresidenta tiene pendiente un
viaje por suelo latinoamericano que espero sea positivo’. ‘Uy, la
oposición se echará encima argumentando que el verdadero problema está en la
frontera sur’. ‘Pues tendrán que buscar la manera para contener llegadas
masivas de gente desde Guatemala, Honduras, El Salvador…’. ‘Lo sé,
Markel. Eso se consigue mejorando las condiciones de vida en sus lugares de origen
con inversiones por parte de los países más ricos’. ‘Sin olvidar que hay
que ofrecer soluciones capaces de combatir el narcotráfico’. ‘Oye –corta
por lo sano–, ¿has leído declaraciones de John Kerry reconociendo que Chile
es líder en tecnologías innovadoras?’. ‘Me han llegado rumores de que
según dice a los medios considera que la transición a energías limpias es la
mayor transformación del mercado desde la Revolución Industrial’. ‘Combustibles
sintéticos para barcos y aviones, vehículos eléctricos de tecnología avanzada y
todo lo que conlleva conseguir emisiones cero en la atmósfera es un reto
emergente para todo mandatario con sentido común’. ‘Ojalá sea así, Glenn.
En todo caso el papel fundamental han de protagonizarlo los jóvenes y sus expectativas
de progreso como nuevos pobladores de un futuro que puede ser o no saludable y
con acceso directo a las herramientas necesarias para unir fuerzas contra la
amenaza, ya real, de las consecuencias del cambio climático, capaz de barrer cualquier
obstáculo que se interponga en su camino. Me consta que la Administración Biden
impulsa medidas políticas más allá del Acuerdo de París’. ‘¿Has oído hablar
del Cuerpo Civil para el Clima? –dice, haciendo memoria–. Es una buena
idea’. ‘¿Está inspirado en algo similar creado por el presidente
Franklin D. Roosevelt?’. ‘Sí. Es un programa de empleo del gobierno, exactamente
del Departamento del Interior y Agricultura donde una flamante generación de
estadounidenses trabajara para combatir la crisis climática, preservando y
restaurando, tierras y aguas públicas, así como resguardar la biodiversidad y cuánto
conlleva la conservación del Planeta’. ‘Uf, se ha hecho muy tarde –comento,
consultando el reloj– y mañana debemos estar despejados’.
La
reunión anual con ambientalistas de todo el país alcanza las expectativas planteadas,
para que cada interviniente expongamos las propuestas que traemos con el firme
propósito de mejorar la calidad de la naturaleza y sus múltiples formas de vida.
El encuentro tiene lugar en River’s Edge Convention Center, un edificio
de diseño moderno, casi a los pies del río Mississippi y vistas espectaculares
a St. Cloud. Las preocupaciones que nos mueven suelen ser parecidas, sin
embargo, hay soluciones que precisan de un ajuste por las características de
cada condado. El siguiente punto, tras haber intervenido todos, con tramos
abiertos al diálogo, es un almuerzo ajustado a las dietas sostenibles. Nosotros
hemos tenido la suerte de compartir mesa con descendientes de Amelia Boynton, quien
en marzo de 1965, en el llamado “domingo sangriento”, encabezó la marcha por
los derechos civiles y la represión que sufrían los negros del sur. El recorrido
era desde Selma a Montgomery, pero en el puente Edmund Pettusa, la brutal carga
policial dejó malheridos a muchos de los manifestantes pacifistas. ‘Estaréis
muy orgullosos de ella ¿verdad? –dice Glenn–. Su aportación en la
campaña del sufragio femenino fue fundamental’. ‘El parentesco que nos
une es lejano, pero hemos tenido la gran suerte de conocerla, murió en 2015 a
los 104 años. Era impresionante en todos los sentidos’. Alargamos la
tertulia hasta que tuvimos que abandonar el recinto, fuimos los últimos en
salir.
Afortunadamente
el cáncer de pulmón que padece Georgia ha reducido tanto con quimioterapia, que
se plantean realizar cirugía. Esta gran noticia, de esperanzador pronóstico, la
encuentro en mi buzón de voz. ‘Hola. Ya hemos vuelto’. ‘¿Estuvo bien?’.
‘Sí. Bueno, ya sabes. Pesado al principio, pero ameno una vez que pasamos de
la teoría a la práctica’. ‘A la próxima os lleváis a Steven. ¡Qué buen
fichaje! Los jefes están encantados con él’. ‘Mejor vamos todos. ¿Cuándo
te operan, Georgia?’. ‘La próxima semana’. ‘¿De la abogada hay
noticias?’. ‘No, pero por e-mail le he puesto al corriente de mi nueva
situación, no sea que me coincidan ambas cosas a la vez’. ‘Seguro que serán
pocos días de hospital’. ‘Esperemos…’. Cuelgo el teléfono con un
sabor agridulce que me hace salir al porche y mirar el horizonte donde al
infinito apenas le queda un tímido resplandor del día que acaba.
23.
‘¿Te coloco la almohada?’. ‘Estoy
bien, mamá –contesta resignada–. Anda, ve a descansar un rato, tengo que
tratar con Markel asuntos de trabajo’. ‘Ni hablar, que acabas de subir
de la UCI, como quien dice’. ‘No se preocupe, yo me ocupo. Váyase
tranquila y duerma un poco’. La mujer, nada convencida, al final accede, pero antes de
irse, con la emoción en los ojos humedecidos y poniendo mucho énfasis en la
esperanzadora curación de su hija, cuenta que el equipo de cirujanos que han
realizado la neumonectomía están muy satisfechos del resultado. ‘Pronto
estarás en casa, cariño. El postoperatorio está yendo de maravilla’. La
besa en la frente, gira sobre los talones, coge de las asas el bolso donde debe
lleva de todo y, cabizbaja, arrastrando los pies cruza por delante de mí apretándome
el hombro. Mayo Clinic dispone de un equipo médico altamente cualificado
y dotado de la mejor tecnología de última generación, capaz de dar cobertura a
cada patología. La habitación, situada por encima de la planta veinte cuenta
con todas las comodidades para que la estancia del paciente sea lo más
confortable posible. ‘¿Crees que aguantaré con un solo pulmón?’. ‘Seguro’.
‘Tendré limitaciones y eso me acobarda’. ‘Al principio te costará más
hacer determinadas cosas. No obstante, la ciencia avanza y los tratamientos son
cada vez más personalizados y por consiguiente muy efectivos. Así que, en ese
sentido, no tengas miedo y tampoco prisa, deja que el tiempo marque el ritmo.
Hazme caso por una vez en la vida’. ‘Lo intentaré –ríe, aunque enseguida
se pone seria y algo sofocada–. Abre el armario y saca mi bolso, por favor’.
‘No me líes que te conozco’. ‘Es importante’. ‘Pesada –transijo
refunfuñando mientras me da un sobre–. ¿Es para archivar?’. ‘No, lee’.
‘¿Qué significa esto, Georgia?’. ‘Llega hasta el párrafo final, te lo
ruego’. Así lo hago, levantando la vista del papel en cada línea,
adivinando lo que vendrá a continuación, apenas dando crédito a las amargas
palabras que habrán sido escritas desde la incertidumbre. ‘¿Seguro que
quieres seguir adelante y firmar el documento? Tienes todo mi apoyo, lo sabes
de sobra, pero piénsalo bien’. ‘Ya lo hice. Llévaselo a la abogada, he sido
yo quien ha querido que lo redactase. No estoy tirando la toalla, pero ahora
mismo, siendo realistas, no puedo cuidar casi de mí menos aún de la niña. Sin embargo,
necesito que su padre no ponga pegas y acceda a posponer el juicio hasta que físicamente
recupere las fuerzas para luchar por mi pequeña’. ‘Lo comprendo’. ‘La
cuestión es sí, a posteriori, mi hija entenderá por qué lo hago y no que tiré por
la vía fácil desentendiéndome de ella’. ‘No lo creo’. ‘¿Irás
pues?’. ‘Cuenta con ello, en cuanto vuelva tu madre parto para
Minneapolis’. Tres golpes de nudillo en la puerta interrumpen la conversación.
‘¿Molestamos?’. Asoman las cabezas de Jeff y William. ‘No, adelante,
chicos. Me alegro de veros’. ‘Estás radiante, querida –dice uno–.
¿Seguro que has pasado por quirófano?’. ‘Espectacular –añade el otro–
y rejuvenecida’. ‘Cabronazos, que estoy llena de tubos y cables’.
La
marcha de Glenn a Canadá es inminente. Se nota porque lleva días apenas sin
salir de la oficina trabajando a destajo y delegando proyectos que sabemos son
iniciativa suya. Ahí le encuentro cuando regreso de cumplir la promesa hecha a
Georgia. ‘¿Cómo lo llevas?’. ‘Mal –responde–, todavía tengo pendiente
algún informe de Chiribiquete, pero antes de mañana estará terminado’. ‘¿Saben
los jefes que te marchas?’. ‘En realidad no tengo por qué dar
explicaciones ya que lo mío son colaboraciones puntuales. En cualquier caso
esto no es un adiós, pero sí, lo haré, la educación por encima de todo. ¿Qué
tal en el hospital?’. ‘Bien, ya sabes que Georgia es una tía muy fuerte’.
‘Quiero ir antes de irme’. ‘Se alegrará de verte’. ‘¿Podrías pasar
luego por mi casa?’. ‘Claro’. Transcurre la tarde así: él sumergido en la
interpretación de estadísticas que para mí son sólo algoritmos incomprensibles,
y yo sacando información de los elefantes errantes que han recorrido varias millas
de la provincia de Yunnan, en China, a consecuencia de la reducción de su hábitat
natural puesto que los cultivos de caucho o palma han aumentado menguando terreno
a los bosques húmedos donde se refugian. Expertos en el comportamiento de estos
animales cuando peregrinan en manada, dicen que aumenta el conflicto con los humanos,
siendo los agricultores los principales damnificados ya que para alimentarse
devora sus cosechas, aparte del peligro que conlleva arrollar y matar a
personas. ‘Me voy. ¿A las 8:00 p. m. te parece bien?’. ‘Ahí estaré’.
‘Contesta tú, he de recoger unas cosas antes de que cierren la tienda’. ‘Rochester,
Minnesota, The Climate Reality Proyect, le atiende Markel Atxaga, ¿en qué puedo
ayudarle?’. ‘¿Dónde demonios os metéis. Llevo horas llamando y no cogéis
el teléfono’. ‘Pues no sabría decirle –los nervios me delatan–,
aquí siempre hay uno de nosotros’. ‘Qué mal mientes muchacho –afirma
mi superior–. De todos modos por e-mail os envío una propuesta. Mañana
espero contestación’. No supe qué decir, salvo descargar el archivo adjunto
del correo recibido…
‘Perdona
el desorden –dice Glenn retirando bolsas para que me siente–. He comprado
regalos a la familia y no sé cómo llevarlos’. ‘¿Cuándo partes?’. ‘En
una semana, más o menos. Todavía no tengo confirmado el vuelo. Depende, ya veremos’.
‘A lo mejor me voy antes que tú’. ‘A dónde?’. ‘Han llamado los
de arriba y quieren que vayamos a Brasil’. ‘¿A qué?’. ‘Porque los
lugareños de la aldea de Punã, a orillas del río Amazonas, están en pie de guerra
porque el açai’. ‘¿La baya energética que contiene antioxidantes y crece
en lo alto de las palmeras?’. ‘Exacto. Por lo visto, al principio era un
alimento que recogían a diario para consumirlo en el momento, pero con la
llegada de la electricidad y los electrodomésticos de conservación se ha convertido
en un negocio que intenta adaptarse a las normas de producción con el objetivo
de conseguir el sello de denominación de origen en la fabricación de la fariña
y con el fin de evitar a los intermediarios se han aliado con la Fundação Amazônia
Sustentável’. ‘Conozco bien la FAS, son muy rigurosos y responsables’.
‘Precisamente por eso lo han hecho, para gestionar ellos mismo la venta
directa, una manera también de darle a los jóvenes un modo de vida sostenible
que evite su éxodo a la ciudad y puedan construir sobre la base del presente un
futuro en la tierra de sus antepasados’. ‘Interesante. ¿Y nosotros que
pintamos ahí?’. ‘Según nuestra central en Washington velar de que todos
cumplan su compromiso. Había pensado recomendar a Steven, pero todavía está tierno
para desenvolverse solo, así que, iré’. ‘Markel, con Georgia convaleciente
y esto manga por hombro, no me parece buena idea, mejor me ocupo yo’. ‘Amigo,
tú tienes otros planes en perspectiva’. ‘Que puedo posponer perfectamente.
No se hable más, ahora mismo cambio maletas por mochila’. ‘Agradezco
muchísimo este detalle tan generoso hacia mí’. ‘Anda, déjate de
mariconadas y tracemos un plan’.
Tras
salir del funeral de la mujer de William noto a Jeff pensativo, pero no digo
nada hasta regresar a la oficina. ‘¿Ocurre algo, compañero?’. ‘¿Por
qué?’. ‘Pareces ausente’. ‘Qué va, nostálgico, más bien’. ‘Suéltalo’.
‘¿Has escuchado el término “Ecocidio”?’. ‘No’. ‘Es un daño grave
a la naturaleza y la destrucción de los ecosistemas. Hay un grupo de expertos
que tratan de que la Corte Penal Internacional lo incorpore como delito contra
la humanidad’. ‘A ver, ponme en antecedentes’. ‘Hay un montón de
atentados que quedan impunes, unos por falta de pruebas y otros por falta de
ganas. Por ejemplo: Métodos de pesca como el arrastre de profundidad al dragar
el fondo de los océanos, la producción descontrolada de aceite de palma y
madera como principal causa de la deforestación de la selva, los tintes y demás
productos utilizados en el sector textil que acaban en las aguas residuales, el
uso de “agente naranja”, aquel potente herbicida que acabó con la vida de miles
de personas en la Guerra de Vietnam. Como ves, la lista podría ser larguísima’.
‘Si no leo mal entre líneas la conclusión que saco a través de tus palabras
es que quieres desplazarte hasta La Haya y presenciarlo, ¿me equivoco?’. ‘Desde
luego, pero soy consciente de la situación mundial y de momento cuanto menos
circulemos, mejor’. ‘¿Entonces?’. ‘En este tipo de cosas hay
siempre un trabajo de refuerzo que lo apuntala por detrás. Es decir: propuestas
llegadas de distintas ONG. Imagínate que nosotros en Chiribiquete hubiésemos descubierto
algo invasivo en aquel maravilloso tejido silvestre y que tras realizar diversas
comprobaciones el resultado sería preocupante a corto, medio y largo plazo. Pues
bien, si contactásemos con los integrantes de la sociedad civil que han promovido
el término “ecocidio” y les informásemos del hallazgo se incluiría como otro ataque
medioambiental’. ‘¿Adónde quieres llegar, Jeff?’. ‘Me gustaría que
nuestra organización me apoyase para aportar a este proyecto un software que he
desarrollado en mis ratos libres, apto para recoger estas informaciones con
plantillas muy sencillas para estadísticas y maquetas en 3D donde se ve el
deterioro sufrido en el planeta. Por supuesto cedo todos los derechos de
patente’. ‘Tío, me dejas con la boca abierta. ¿Recuerdas a Margot Garland,
de Washington?’. ‘Claro, puso todos los medios a nuestro alcance para encontrar
a Glenn’. ‘Está en el área de Políticas y creo que te puede ser muy útil.
La voy a llamar’.
Visiblemente
afligida, en el porche de mi casa, lejos de la tenue luz que da la bombilla
sobre el marco de la puerta y una terrible tristeza que hunde todavía más sus
pupilas, encuentro a mamá esperándome con un vaso de té helado apoyada en la
barandilla. Sostiene uno de esos pañuelos de encaje con el que tanto le gusta
secarse las lágrimas, movimiento que coordina a la perfección con los suspiros.
‘Tu padre no aguanta más a mi lado –se suena la nariz con un ruido estruendoso–.
Me ha pedido el divorcio ¡Será canalla!’. ‘Ni caso, eso es un calentón. Ya
verás que en cuanto se le pase volveréis a estar juntos’. ‘¿Por qué no
hablas con él y le dices que voy a cambiar. A ti siempre te hace mucho caso…’.
No es la primera vez que atraviesan por una crisis similar. Desde el principio
la relación entre ellos estuvo condenada al fracaso, ninguno se adaptó al entorno
del otro debido quizá a que son dos seres libres, independientes y con
muchísima personalidad. ‘Cuéntame lo que ha pasado’. ‘Pues que es un cabezota
y no quiere hacerse un traje nuevo para la cena de gala del gobernador –pobre
papá, no me extraña, yo tampoco iría–. Además, dice que esos eventos son una
chorrada que nos hemos inventado los simples, ¿tú te crees?’. ‘Nada, una
tontería. Deja que se vista con lo que le apetezca y si no le apetece pues que
no vaya’. ‘¿Y que me deje en ridículo y esté en boca de todos por
abandonada? De eso nada. Menudo gusto tiene combinando colores y tejidos’. ‘Exagerada’.
Sigue hablando incansable, yendo detrás de mí, pero mi cabeza está ya en otro
sitio. Derek Chauvin ha sido condenado a 22 años y medio de cárcel por la muerte
de George Floyd. Peter Cahill, el magistrado que ha dictado sentencia lo hace
en base al agravante de abuso de poder por parte del exagente. Así que, deseo
que esto se convierta en un punto de inflexión y que el Congreso termine de
debatir la ley de reforma policial y aprobarla de una vez. ‘Hijo, no me estás
haciendo caso, eres igual que él’. ‘Perdona, mamá. ¿Decías?’. Tiempo
después, ambas partes, me confirman su separación.
‘Good
Morning, compañeros –irrumpo en la oficina–. ¿Qué hay de nuevo?’. ‘Ahí
vamos –dice William–, pendientes de las últimas noticias del edificio
que se ha derrumbado en Surfside’. ‘¿El de Miami?’, ‘Sí’. ‘Por
lo que sé –comenta–, estaba dañada la losa de hormigón de debajo de la plataforma
de la piscina’. ‘Y también las columnas, las vigas y las paredes. Había
grietas, desconchones… En fin’. ‘En 2018 –apunta Jeff– un informe
de ingeniería recogía dichas deficiencias, sin embargo, no advertía de un
peligro inminente’. ‘Steven, localiza a alguien de los nuestros en la Florida,
a ver si podemos hacer hincapié en el hecho de que toda la costa está experimentando
un aumento progresivo del nivel del mar y como consecuencia pudre los cimientos
de las construcciones cercanas’. ‘Contactad con más ONG –dice el
jefe a gritos desde su despacho– y poneos de acuerdo con ellos, tenemos que
ir en una misma dirección’. Levanto la vista del ordenador y me enorgullece
ver a mis compañeros remando juntos por la misma causa, dejando a un lado lo
personal para priorizar lo común. ‘Hi. ¿Quién haya pedido la hamburguesa
Lucy jugosa sin salsa worcestershire? –dice el repartidor que acaba de
llegar–, es la que lleva una marca con boli en la caja’.
24.
‘Aprender a vivir con un solo pulmón
es como andar a la pata coja calculando la distancia del siguiente salto para no
perder el equilibrio y caer de bruces’. Dice Georgia tras reincorporarse al
trabajo. La verdad es que estos últimos meses The Climate Reality Proyect
no ha sido lo mismo sin ella, y más ahora que estamos bajo mínimos con Glenn y
Steven en tierras brasileñas. ‘Ayuda a William, está convirtiendo los
archivos pdf que mandan los chicos al formato estándar de la base de datos para
que todos en la organización accedan a ello fácilmente –digo–. Ha estado
haciéndolo Jeff pero su cambio de trabajo es inminente, a pesar de que no
dejará Reality Drop, le necesitamos al frente de esa aplicación. No obstante, si
te cansas, paras’. ‘¡Ay, Markel! Eres más agotador que mi oncóloga y ya
es decir. Afloja un poco y disfrutemos del momento’. La verdad es que luce
un aspecto muy saludable, supongo que tiene mucho que ver su fuerza de voluntad
ya que aún en las peores circunstancias su mensaje es apaciguador. ‘¿Cómo va
lo de la niña?’. ‘Según la abogada no me tengo que impacientar ni
agobiar puesto que son procesos lentos y muy ajustados al protocolo que siguen’.
‘Pero ella habrá tenido algún encuentro con la otra parte, ¿no?’. ‘Claro.
Y parece ser, por lo que le ha trasladado su colega, que mi exmarido estaría
dispuesto a negociar la custodia compartida con determinados matices y eso yo
no lo quiero. Además, ahora cuento con la ayuda de mi madre, se queda aquí, no quiere
regresar a Winona. Ignoro los motivos’. ‘Seguro que todo se arreglará.
Ya lo verás’. Aunque asiente, deja entrever un visillo de tristeza tras el
que intenta ocultarse. ‘Sé que la vida está brindándome otra oportunidad –suelta,
sacando una infusión de la máquina– y tonta sería de no aprovecharla y
compartirla con los míos. Fíjate, me siento optimista a pesar de los múltiples
huecos que deja el cáncer, con las venas abrasadas por la quimioterapia, el
apetito desaparecido porque todo huele y sabe a fármaco y las débiles expectativas
de un pronóstico favorable. Markel, existir es el más hermoso de los desafíos,
un telar que hay que tejer día a día’. ‘Anda, vamos a trabajar que al
final nos despiden a los dos –digo con un aguacero en los ojos y giro con brusquedad
el diálogo para no ponernos sensibles–. Las baterías de las cámaras ya no
cargan bien, ¿verdad?’. ‘Apenas duran’. ‘Encarga unas nuevas y
envía la factura al departamento correspondiente’.
‘¿Cómo
están las cosas allí? –pregunto a mis compañeros cuya imagen en la pantalla
del portátil va y viene–. ¿Os queda mucho?’. ‘Tío, esto es alucinante
–dice Steven emocionado–, nunca imaginé que la vida podría ser plena y a
la vez sencilla’. ‘¿Están cumpliendo con los compromisos de preservación
de los ecosistemas?’. ‘Sí –contesta Glenn–. Son muy respetuosos
con el medio ambiente. Nos movemos en lanchas que no contaminan, de modo que
los ríos son los vasos comunicantes entre aldeas’. ‘Imagino que navegando
asistiréis a puestas de sol maravillosas’. ‘No te haces idea –sueltan
a la vez–, son de infarto’. ‘En vuestro último informe hablabais de
los comentarios de los lugareños contando que hay especies de animales desaparecidas,
así como lluvias crecidas y abundantes’. ‘Ya lo sabes, es una de las lacras
del cambio climático que llega a cada rincón del planeta, pero te diré que –prosigue
nuestro científico–, de los muchos lugares que conozco éste es uno de los
menos perjudicados, quizá porque los de aquí tienen muy claro que lo mejor es
cuidar el bosque en lugar de convertirlo en leña’. ‘¿Os queda mucho?’.
‘Queremos visitar el municipio de Tefé y puede que alguna aldea más. No
sabría decirte: entre dos y cuatro semanas. Estamos en la Reserva de Desarrollo
Sostenible Mamiraurá, en el corazón de la Amazonía brasileña y hay mucho por
ver. Hemos recogido algunas muestras que pueden sernos de utilidad si sacamos
adelante la conferencia mundial sobre bioeconomía y las consecuencias del
cambio climático que afectan directamente a los fenómenos atmosféricos’. ‘Ejemplo
de radiante actualidad la ola de calor que ahora sufre el noroeste de Estados
Unidos y el oeste de Canadá. Bueno, disfrutad entonces todo cuánto
podáis, pero no lo alarguéis más de lo necesario. Además, querréis volver ya’.
‘Jefe –dice Steven, empeñado en llamarme así–, ¿sabes la gran lección
que me llevo de aquí?’. ‘A ver, dispara’. ‘Pues que se pueden
explotar los recursos naturales sin destruir el entorno’. ‘Los habitantes,
en su mayoría, son caboclos –salta Glenn–, y residen en casas flotantes’.
‘Sí, son mestizos, mezcla de blancos e indígenas’. ‘Fíjate, esta
gente sigue usando la selva basándose en los conocimientos tradicionales –continua
el científico– con el fin de no alterar su propio funcionamiento’. ‘Son
un pueblo preocupado por los impactos devastadores que en menos de una década
afectarán a todos los seres vivos y a la Tierra’.
Jeff
Blocker ha conseguido que le nombren coordinador del área digital de las ONG climáticas
del país en donde va a utilizar el software del que tan orgulloso está. Así
que, nuestro hombre en las redes, sin abandonar el compromiso adquirido con The
Climate Reality Proyect de ocuparse de la página web, ha dado el salto a un
despacho en el downtown de Minneapolis con vistas al Mississippi, que él
mismo ha decorado con bastante austeridad. En la pared de la izquierda hay un
mapa de Islandia en el que se ve cómo estaban los glaciares hace millones de
años y otro en relieve solapando al primero donde queda de manifiesto el estado
en el que se encuentran ahora, con la lengua y el embudo deformados. Enfrente,
debajo de la ventana de una sola hoja, una repisa pintada de verde sostiene
adornos que reconozco ya que son objetos que nosotros le íbamos trayendo de los
viajes. El resto del mobiliario lo componen la sencilla mesa con montañas de papeles
y un par de sillas de mimbre adornadas con cojines redondos en estampado de
flores para que las visitas se sientan confortables. Uno de sus cometidos será
elaborar informes apoyados siempre en el criterio de la ciencia para que los
gobiernos adapten sus políticas y hagan frente a los problemas emergentes
derivados del cambio climático. Hay datos suficientes para estar tremendamente
alarmados por la pérdida de biodiversidad, por el aumento de incendios, por la
sequía provocada a veces por los excesos de riego, por las mordidas que a lo
largo de los años hemos hecho a bosques y costas restándoles terreno para el
disfrute de la actividad humana. Dichos fenómenos impulsaran migraciones hacia
otros puntos del planeta donde la vida sea más saludable. ‘Me alegro mucho
de que por fin estés donde tú querías, te lo mereces’. ‘Gracias, Markel –dice,
mientras coge de la nevera portátil una Coca-Cola ofreciéndome otra–,
lo importante es que desde aquí puedo impulsar muchas de las cosas que se nos
quedaron en la cuneta por falta de medios y de apoyos. Hay tanto por hacer’.
‘¿Ahora en qué estás?’. ‘¿Sabías que un porcentaje elevado de muertes
súbitas ocurren de noche por el aumento incontrolado de temperaturas?’. ‘No’.
‘¿Y que el Ártico se calienta más rápido que otras regiones?’. ‘Tampoco’.
‘Eso conlleva la desaparición –su discurso empieza a cobrar emoción– de
algunos pueblos de la zona’. ‘Coño, ni idea’. ‘Pues bien, trabajo
en un proyecto innovador porque todo no está perdido. Si conseguimos resetear nuestros
comportamientos individuales y colectivos, de empresa y de gobierno, de instituciones
y de comunidades, en la ansiada segunda mitad del siglo XXI podremos aspirar a
detener el caos. ¿En las escuelas, cuando nos invitan a dar charlas, el mensaje
que comunicamos no es la necesidad de cambiar los hábitos de consumo?’. ‘Por
supuesto. Al final –intento sonar convincente–, es cuestión de pedagogía’.
‘En lo que concierne al ciudadano, sí. Pero las administraciones gubernamentales
deben poner al alcance de todos, las herramientas para hacerlo. –Busca una
carpeta apilada en el suelo con otras tantas y me la da–. Mira, estas notas,
recortes de prensa, estadísticas y entrevistas que he recopilado poco a poco, conforman
un magnífico manual de instrucciones de lo que no tendríamos que haber hecho.
Sin embargo, analizando las piezas una a una, minuciosamente, hay datos
esperanzadores’. ‘Las nuevas generaciones están más concienciadas –reconozco
que estoy rodeado de gente mucho más inteligente que yo– y es ahí donde hay
que ahondar’. ‘Nature Geosciencie ha publicado las conclusiones a las que
han llegado científicos de las universidades de Oxford y Washington respecto a
lo que pasará si el lago Palcacocha, en Perú, sufre inundaciones catastróficas
por el deshielo’. ‘¿El qué?’. ‘Pues que a su paso barrerá la
ciudad de Huaraz’. ‘Es evidente que los gases de efecto invernadero lo aceleran
todo’. ‘Por eso es muy importante fortalecer las alianzas mundiales.
Juntos, podremos, Y, ahora, dime qué tal en Rochester’. Seguimos la conversación
distendida mientras comemos unos deliciosos sándwich Elvis, con mucha
mantequilla de cacahuete, plátano y beicon fundido, regado con café americano y
pedido todo por internet.
Papá
me ha citado en el bar cutre de carretera al que va algunas tardes a acodarse
en la barra de los solitarios, como él la denomina. Da pequeños sorbos a la
botella de soda que sostiene con la mano. ‘¡Qué cabritos! –exclama
malhumorado enseñándome la portada de un periódico local–. Han hecho
pintadas en el busto de George Floyd, en Brooklyn’. ‘Sí, la supremacía
blanca, que no ceja en su despropósito homófobo y racista. Verás, me alegra
mucho que nos veamos, pero estoy muy cansado, ha sido un día agotador y me
muero por una ducha caliente y estirarme en la cama. Así que ve al grano y dime
lo que quieres’. ‘¿Has hablado con tu madre?’. ‘Sí, y te digo igual
que a ella: no pienso meterme en vuestras cosas. Arreglaos como podáis, os
quiero a los dos y no voy a posicionarme’. ‘Jamás te pondría en tal
compromiso. Te he citado porque me he enterado de que estáis reclutando a
jubilados para el activismo medioambiental, y quiero que cuentes conmigo, hijo.
Necesito sentirme útil y que estés orgulloso de mí’. ‘Siempre lo estoy, “aita”.
Y no sabes la alegría que me das, todas las manos son pocas y cada ofrecimiento
es bienvenido. Además, eres la memoria viva de nuestra aldea de Herboso y tu
experiencia en el campo es valiosísima, peleando con el ganado y careciendo de determinadas
comodidades que ahora loamos. Así que, como uno de los objetivos marcados es
desprendernos de la abundante superficialidad y recuperar antiguas costumbres. Hagamos
una cosa: mañana por la tarde pásate por casa y te doy unos folletos para que
te familiarices con los temas’. Se le ilumina la cara de felicidad, baja
despacio del taburete, centra su sombrero de cowboy y, dándome una
palmadita en la espalda, se despide: ‘Que descanses, chavalito’. Papá es
uno de esos tipos callados que parece llevar escrito en la frente la palabra
migrante. Lejos queda la pasión con la que saltó el charco embrujado por la
melena rubia de su esposa y atrás casi toda la gramática en euskera por falta
de práctica. A veces me pregunto qué echa de menos mirando fijamente al
horizonte, adónde le llevan los recuerdos cuando las tardes de domingo pasea cerca
del río Zumbro, ese hombre callado, de piel morena y ya muy envejecido.
A
partir de ahora no sé qué será de cada uno de nosotros. Es posible que Georgia
recupere la custodia de su niña tal y como la tenía antes de enfermar, que
Glenn Clemmons encuentre la paz que tanto anhela en esos espacios abiertos de
su isla de Baffil, puede que en breve William rehaga su vida sentimental con la
camarera que tanto le gusta del LTS Brewing Company, una de las mejores
cervecerías que tenemos en Rochester. Quién sabe si Jeff Blocker será, en un
futuro no lejano, el próximo delegado especial para el Medio Ambiente, o que
Steven entre a formar parte del comité de expertos que asesora directamente a
la ONU. En cuanto a mí, no sabría qué decir… Es probable que para la tan
nombrada fecha 2050 la mayoría ya no estemos aquí. Sin embargo, quedará nuestro
legado, el esfuerzo de las batallas libradas en pro de la naturaleza, de la
Tierra, de los mares, de los nativos, de mujeres y de hombres que dieron su
vida defendiendo esta causa. Quiero ser positivo en detalles menudos porque
podemos frenar la cultura de un solo uso, el ahorro de las energías que van a
escasear, simplificar lo cotidiano, realizar compras de proximidad, recuperar tradiciones
antiguas de cultivo y de crianza, mejorar las infraestructuras preparándolas
para soportar huracanes, precipitaciones adversas y conseguir expandir territorios
limpios de aire y de contaminación. Ha caído la noche, en el vecindario reina
un silencio sepulcral, sopla el viento contra las ramas de los árboles que a su
vez golpean contra los tejados. El llanto de un bebé, a lo lejos, rompe la monotonía
de los silbidos en la oscuridad. Es 4th of july, el presidente Biden, en
su discurso a la Nación, ha asegurado que nuestro país está a punto de declarar
su independencia al virus mortal que está asolando a los habitantes del planeta.
Apago la tele, conecto Radio Minneapolis, retransmiten el sermón del
reverendo de la iglesia baptista Greater Friendship Missionary, al sur
de la ciudad. Al finalizar se escucha el eco de la plegaria que los asistentes
repiten a la salida: I can't breath, aleluya. I can't breath, justicia
para mi hermano. I can't breath, la vida de los negros importa. I can't breath…
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