domingo, 5 de junio de 2022

Helen Wyner

20.

Taraji Evans, del Partido Demócrata, congresista por el condado de Baldwin, en el estado de Alabama, era de origen afroamericano. Octava de nueve hermanos, todos varones, descendientes de campesinos en las plantaciones de algodón, estaba acostumbrada a luchar duro contra la corriente de una sociedad cada vez más hostil. Con veinte años, y a raíz de participar en una huelga de estudiantes en el campus, tras el asesinato de un compañero por llevar dibujado el símbolo de la paz en la camiseta, se le despertó el activismo y siguió los pasos de algunos defensores de los derechos civiles, hombres y mujeres que, impulsados por el legado del reverendo Martin Luther King, y la educadora Septima Clark, recorrían el país transmitiendo el mensaje de que, con esfuerzo, la igualdad en el mundo se podría conseguir. En una cena benéfica a la que asistió cumpliendo el protocolo, conoció a diversas personalidades de las más altas esferas: banqueros, abogados, empresarios, magnates, intermediarios, especuladores…, gente con mucho poder que nada tenían en común con el ciudadano de a pie. Por esa razón fue allí donde oyendo tanto discurso vacío de contenido, en la cuna de aquel ambiente relleno de superficialidad y tan distinto al suyo, determinó que, para mejorar la calidad de vida de las personas más vulnerables, era fundamental dedicarse a la política y cumplir el principal de los compromisos: trabajar para el conjunto total de los ciudadanos y las ciudadanas. Reunió a un grupo de expertos y expertas bastante cualificados para preparar la candidatura, obtener apoyos suficientes y culminar en el Capitolio llevando un equipaje cargado de reivindicaciones. Así fue como, en febrero de 2009, recién nombrado Presidente Barack Obama, con una temperatura en Washington muy por debajo de cero y la emoción agarrada a la boca del estómago, caminó por Pennsylvania Avenue hasta una de las entradas. Durante los años siguientes, pagando un altísimo coste emocional que se llevó por delante la única relación conocida hasta ahora, no ha habido ni un solo día que no lo haya dedicado a su empleo público, atendiendo a los compatriotas y dejando en un muy buen lugar a cuantos confiaron en sus propuestas, convirtiéndola en alguien importante y muy querida, esa voz de muchos y muchas que, por miedo, amenazas o timidez nunca se han atrevían a abrir la boca.
          El despacho donde la congresista Evans atendía votantes estaba ubicado dentro de las oficinas de la sede del condado de Baldwin, en la ciudad de Bay Minette. El brillo de su piel negra perfectamente hidratada, de aspecto saludable, mirada limpia, actitud cercana e infinita amabilidad, precedían a un ser humano de gran calidad y muy interesante. Paul Cox llegó puntual a la cita, tocó en la puerta con los nudillos y esperó respuesta del otro lado. ‘Entre, por favor, no se quede ahí –dijo ella–. Perdone el desorden, están pintado y fíjese cómo lo han dejado todo’. ‘No se preocupe, lo entiendo. Gracias por recibirme’. ‘Es mi deber. ¿Le importa que almuerce? –sacó un sándwich de pollo en pan Graham, rico en fibra, con hojas de lechuga y mahonesa cayendo en cascada por los bordes–. Después tengo una reunión con cooperativas para el suministro del agua y no tendré tiempo’. ‘Claro. Adelante. Faltaría más’. ‘¿Quiere?’. ‘No, ya comí’. ‘Cuénteme’. El consejero escolar y actual director en funciones narró detalladamente irregularidades administrativas descubiertas nada más ponerse al mando de la escuela, chantaje emocional con llamadas a deshoras de otros electores, desvío de dinero del anterior gerente a sus cuentas personales y, lo más preocupante: el aumento de alumnos y alumnas que acudían a clase llevando armas. ‘¿Tiene pruebas?’. ‘Por supuesto –puso sobre la mesa una carpeta–, de lo contrario no habría venido’. ‘Referente a la primera cuestión que plantea, con estos documentos –levantó un puñado de hojas– será fácil emprender las diligencias oportunas. ¿Ha oído hablar de John Lewis?’. ‘Pues no, la verdad’. ‘Durante más de treinta años fue el representante del estado de Georgia. En 2016, tras la horrible masacre en una discoteca de Orlando con 49 muertos y 53 heridos, lideró una protesta con congresistas y senadores demócratas reclamando la regularización de la venta y uso de armas. Pero la segunda enmienda ampara el derecho que tiene todo ciudadano estadounidense a la autodefensa. Además, la ley federal especifica que con 18 años se puede adquirir una escopeta o rifle’. ‘Nuestros alumnos y alumnas son menores’. ‘En el mercado negro, un chico o chica por debajo de esa edad compra lo que le venga en gana o se lo proporciona la propia familia’. ‘Me habían dicho que usted era muy sensible respecto a determinados temas y que abanderaba iniciativas para conseguir una sociedad más segura donde nadie se sienta amenazado, pero imagino que interesa muy poco la violencia juvenil’. ‘No se confunda, señor Cox, para mí cuanto ocurre en el distrito es importante y si he dado la imagen de acomodada no se corresponde con mi forma de ser’. ‘Perdone, no he querido ofenderla’. ‘Y no lo ha hecho’. ‘Entonces, ¿hará algo?’. ‘De momento estudiar el caso y encontrar vías de solución, no se puede tomar decisiones a la ligera en asuntos tan serios, hay que contrastar los documentos que ha traído con las empresas distribuidoras, por lo que veo hay varias piezas que entran en juego: material deportivo, alimentación, transporte… Pero no se preocupe que no nos vamos a quedar quietos. En cuanto a lo otro que plantea ya nos gustaría que saliese adelante la ley presentada para restringir la asistencia a las aulas con armas blancas o de fuego, aunque mucho me temo que no verá la luz ya que hay mayoría conservadora en todos los ámbitos, a parte del papel fundamental que desempeña el lobby armamentista’. Sin embargo, ninguno de los dos podía sospechar que varios días después un individuo de veinte años se levantaría una mañana con el firme propósito de pasar a las páginas de historia más sangrientas de los Estados Unidos, como autor del tiroteo masivo en una escuela de primaria. Taraji Evans terminó de almorzar, despidió al hombre y cambió de registro para enfrentarse a la comunidad agrícola. Antes de ir a la sala contigua donde ya esperaban, anotó dos nombres en un pósit que dio a su equipo: Mitch Austin y exsheriff Landon.
          ¿Han llegado los resultados del laboratorio? –preguntó Anthony Cohen–. Metedles prisa, sin nada contundente no puedo retener mucho más a la mujer’. Betty Scott rebuscaba dentro de su bolso un pañuelo para sonarse la nariz. ‘¿Puedo irme? –dijo al agente del FBI cuando éste regresó–. Seguro que ha habido una confusión con mi esposo y habrá regresado a casa’. Lo cual no sería posible al estar prisionero por haber agredido a un superior hiriéndole gravemente. ‘Dígame dónde está su hijo y podrá marcharse’. ‘No lo sé, de verdad que no lo sé. Ya sabe cómo es la juventud hoy en día, no cuentan nada a los padres y van por libre’. ‘¿Le suena Irlanda? Hemos encontrado montones de cartas y postales’. ‘Claro, mi bisabuela era irlandesa y parte de la familia vive allí, a veces nos escribimos’. ‘Mucha casualidad, ¿no cree? Resulta que ninguna lleva remite ni firma’. Ella titubeó y perdió un poco los nervios. ‘¿Puedo ir al lavabo?’. Pero Anthony no la escuchó. ‘Pide una orden urgente para intervenir su teléfono e interceptar la correspondencia –dijo a uno de los policías que se puso con ello–. Vamos a soltarla. Sin embargo, antes de ponerla en la calle necesito que vosotras –se dirigió a dos de las compañeras–, la sigáis de cerca. Estad preparadas y esperad por los alrededores. Eso sí, no vayáis de uniforme –todos rieron–, tengo un presentimiento’. ‘A la orden, jefe’. Cuarenta y cinco minutos después volvió a la habitación. ‘Disculpe la espera, ya se puede ir –malhumorada lo hizo sin mediar palabra–, un coche la llevará hasta Foley’. La vio alejarse y sintió pena por ella porque llevaba todo el peso de la culpa sobre los hombros. Con un guante cogió el vaso donde había bebido agua, lo metió en una bolsa y lo mandó también al laboratorio para cotejar el ADN con los objetos sacados de la casa. Anthony Cohen ya tenía concedido el traslado a la academia de entrenamiento a agentes especiales del FBI, en la base del Cuerpo de Marines, en Quantico, Virginia, así que, ansiaba dejar encaminado lo más pronto posible este caso y cambiar a un modo de vida sin tantos sobresaltos. ‘Aquí los tienes –irrumpieron dos personas en el despacho–, acaban de llegar y no te va a gustar’. Las huellas de la pistola y la pornografía infantil eran suyas. Betty Scott lo había limpiado todo para borrar las de su hijo ignorando que alguna quedó. ‘¿Por qué lo dices?’. ‘En Alabama tenemos pena de muerte e Irlanda no lo va a extraditar precisamente por ese motivo’. ‘En realidad no está acusado de asesinato –dijo otro policía–. El marido de la maestra murió a consecuencia de la paliza recibida por más de una persona’. ‘Bueno, habrá que probar su grado de implicación –intervino Cohen–, puede que fuera el cerebro y quien eligiese a las víctimas, además del sucio asunto del material pornográfico. En fin, confiemos en que su madre nos lleve hasta él, creo que no tardará, la he estudiado de cerca y se ve acorralada’. ‘Señor –llamó alguien desde fuera–, el dispositivo de seguimiento está en marcha, las avispas van tras el paquete’. ‘¡Chico, tienes una forma de hablar que no me entero!’. ‘Coño, Anthony, pues que las agentes vigilan a la mujer’. ‘Lo tuyo es de nota, colega’. Le dio una palmadita en la espalda y cerró la puerta tras de sí. En la computadora abrió la carpeta donde tenía el expediente del marido de Coretta Sanders y volvió a repasarlo porque quizá se les escapara algún detalle, alguna conexión con el sospechoso huido.
          Minutos después de las 12 p.m. tras el almuerzo ligero en la escuela, Helen Wyner puso rumbo a su destino dejando atrás el pueblo de Elberta, ahora si cabe mucho más vacío desde que su madre se fue a Montana con el grupo de senderismo a visitar el Parque Nacional de los Glaciares. La Ruta Estatal 31 que atraviesa Alabama y sigue hacia el estado de Tennessee estaba colapsada a consecuencia de una caravana de camiones trailer en dirección norte. Hasta la ciudad de Kimberly no se movió del carril de la izquierda y, a pesar de los nervios internos removiéndola los jugos del estómago, durante las 283 millas disfrutó del azul intenso con un discreto estampado de diminutas nubes esparcidas por el cielo. Iba a tener el último encuentro profesional con la periodista antes de la publicación del reportaje. Antes de coger el desvío a Jefferson St aminoró la marcha y desde la ventanilla de la vieja camioneta saludó a los abuelos de Rachell W. Rampell quienes apostados en el mismo lugar de siempre, indicaban a los forasteros del peligro de adentrarse en el bosque por equivocación. Aunque The taco mexican cantina gozaba de una clientela fiel que acudía a diario, no interactuaban entre sí. Cada cual conservaba su espacio, el toque personal a los platos favoritos, la manía de usar el mismo vaso, la mesa reservada o el taburete en barra, así como la máquina de discos conectada, ya que, entrada la noche, cada comensal seleccionaba su canción favorita y los demás muy respetuosos escuchaban atentamente. ‘¿Estás preparada? –preguntó Rachell mientras colocaba la grabadora cerca de Helen–. ¿Quieres otro tequila?’. ‘De momento no me apetece beber más. Empecemos’. ‘Muy bien. ¿Recuerdas dónde lo dejamos?’. ‘Refréscame la memoria’. ‘Volvíais con Beth de Montgomery de recoger materiales para restaurar muebles y tu madre os dijo que la policía estuvo buscándola allí, así que la acompañaste a la oficina del sheriff’. ‘Mi sobrina era una niña alegre y, por consiguiente, eso mismo nos trajo a nosotras: la dicha de ver crecer a un ser inocente. En las noches de verano se tumbaba conmigo a mirar las estrellas en el jardín. ¿Esa cuál es? ¿Y aquella otra? ¿Cómo han llegado hasta ahí? ¿Por dónde subieron?, preguntaba a carcajadas para que yo dudara y acabase haciéndola cosquillas. Pero también, a su manera, cambiaba de registro y manifestaba la tristeza de pertenecer a una familia desestructurada, el miedo que se apoderaba de ella cada vez que venía el padre y lo agresiva que regresaba después. No lo supimos ver y pasó lo que pasó –tomo aliento, se miró las palmas de las manos y continuó–. He traído el dibujo del que te hablé, es muy significativo. Fíjate bien, esto de aquí –señaló una esquina del papel– es un monstruo que la va persiguiendo y está calvo, como lo estaba su papá’. ‘Helen, sabes que mi periódico y yo no queremos entrar en detalles escabrosos ni sensacionalistas, pero necesitamos adentrarnos en las entrañas de lo que ocurrió’. ‘A pesar de la distancia entre vecinos su testimonio versó en que los gritos de la niña se oían en un amplio perímetro a la redonda, ya que para largarse de fiesta con sus amigos moteros la encerraba en un cuarto oscuro – en el juicio él lo corroboró–, aquella vez cesó el llanto haciéndola tomar un zumo cargado de tranquilizante. De madrugada, poco antes de aclarar el día, regresó bastante borracho, aunque no lo suficiente como para intuir que algo iba mal. Abrió el candado y la puerta, se acercó hasta el camastro donde la acostó y se aseguró de que respiraba. Con mucha frialdad la sacó envuelta en una manta y la tendió en la parte trasera del coche creyendo que había muerto. Arrancó con violencia y desapareció’. ‘¿Quieres descansar un poco?’. ‘No, prefiero terminar’. ‘De acuerdo. ¿Qué certificaron en la autopsia?’. ‘Hipotermia’. ‘¿Y tú te lo crees?’. ‘Lo que yo piense no es relevante’. ‘¿Falleció tras abandonarla detrás de unos matorrales?’. ‘Exacto, simplemente con haberla llevado al hospital ahora estaría viva’. ‘¿Y la sustancia qué era?’. ‘Una mezcla indeterminada de varias drogas’. ‘¿Qué ponía en las cartas que os mandaba desde la cárcel?’. ‘Nunca las leí’. ‘¿Por qué?’. ‘Oye, ¿acaso me culpas de no haber sido más comprensiva?’. ‘Jamás cuestionaría tal cosa’. ‘Mi hermana Beth espera la muerte recluida en una clínica psiquiátrica y ya no nos reconoce, ¿es ese un motivo suficiente? Durante el juicio un contacto suyo muy estrecho, declaró que el acusado se jactaba de no haber auxiliado a la pequeña por vengarse de su exmujer. Ella sufría una de sus crisis y no estuvo presente, a pesar de que el abogado defensor uso todo tipo de trucos, la mayoría bastante sucios, para llamarla al estrado’. ‘Tremendo. ¿Cómo cuáles?’. ‘Pues que tenía desatendida a la niña, que era una fulana arruinada viviendo de prestado en casa de nuestra madre, que se inventaba los problemas psiquiátricos para dar pena. Cosas así’. ‘Pero no fue, ¿verdad?’. ‘El magistrado pidió asesoramiento médico y su historial clínico, desestimó la asistencia reforzada con el caso de –buscó el dato en sus notas– Diana F. Gary contra el estado de Pennsylvania, cuya presencia en Sala no tuvo lugar al estar convaleciente de un trasplante de hígado’. ‘¿Qué pretendes conseguir con el reportaje?’. ‘No lo sé. Tal vez que este testimonio ayude a otras personas a salvar la vida de sus hijas e hijos antes de que sea tarde. Los niños y niñas expresan mucho, pero los adultos seguimos sin enterarnos’.
          Rachel W. Rampell, del Reports Alabama Times, trabajó durante toda la noche, tenía la historia estructurada en la cabeza, las palabras de Helen frescas en la memoria y mucha rabia por dentro. Veinticinco folios fueron el resultado final. Le dolían las cervicales, necesitaba una ducha urgente y dormir un rato. Cuando la impresora escupió la última hoja, las sujetó con un clip, bajó las persianas, cerró los ojos y se dejó llevar…

 

6 comentarios:

  1. Tienes la cualidad de captar tan bien el espíritu sureño y de hacerlo con total sencillez. No es fácil ponerse en la piel del otro y tú lo haces con total elegancia.

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  2. La profesionalidad para tratar temas de actualidad como la violencia vicaria, pornografía infantil y la libertad en el uso de armas, con sus trágicas consecuencias, en tu relato de hoy es de 10 y hace que no perdamos comba.

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  3. Exacto, la rigurosidad, el detalle y la actualidad, es un reflejo de lo que ocurre. Lo hace cercano.

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  4. Para mí realizar este vieja a lo profundo de las emociones y hacerlo de tu mano, está resultando una experiencia excelente.

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  5. Gracias a sus narraciones muchos prejuicios que tenía contra los norteamericanos están desapareciendo. Gracias por ayudarme a entender algo más de ese gran país.

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  6. A. Álvarezjunio 07, 2022

    …y se dejó llevar...
    ¡Ea!, y aquí me dejas quince días boquiabierto, asombrado una vez más con tu forma de escribir, con la duda de si para entonces seguiré teniendo 'uso de razón', sin saber qué contestar cuando me preguntan "¿qué te pasa?" - estoy pensando en Taraji Evans -... En fin, a "tirar" de paciencia, escritora. Te camelo. Besos.

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