21.
La familia de Daunte Gray se llevaron
el cuerpo del muchacho al estado de Mississippi, a enterrarlo junto a los
abuelos en el cementerio afroamericano Odd Fellows, ubicado en la ciudad de Starkville,
donde descansan también antepasados caídos en la Guerra de Secesión, en Vietnam
y muchos otros a consecuencia de los latigazos que recibieron en las
plantaciones de algodón durante la esclavitud. Detrás del féretro llevado a
hombros por el maestro que le daba clases de piano y que se desplazó hasta allí
con algunos de sus alumnos y alumnas, iban los padres y hermano con paso
tembloroso, cogidos del brazo, rotos de dolor y acompañados por un centenar de
allegados entonando cantos espirituales. Caminando de un lado a otro esperaba
el reverendo recién venido de Iowa, ya que el pequeño pueblo donde ejercía se
había quedado sin gente. Preparó un hermoso sermón, quería causar buena
impresión y, a pesar de no haberle conocido hizo una radiografía del muchacho próxima
a la realidad, destacando sus valores como persona íntegra, comprometida con
los suyos y educada en principios fundamentales que todo ser humano ha de tener.
Un conjunto de sencillas palabras interrumpidas a menudo por los aleluyas de
los presentes. ‘¿Qué planes tenéis? –preguntó el primo que abrió su casa
para el postsepelio–. Podéis quedaros con nosotros el tiempo que necesitéis,
nos arreglaremos’. ‘Todavía no hemos decidido nada –respondió la
madre de Daunte con un nudo en la garganta emocionada por la hospitalidad–,
llevábamos tan poco en Nuevo México que…’. ‘Como veis somos una comunidad
humilde –cortó la cuñada– dispuesta a acoger a los nuestros’. ‘Nos
protegemos unos a otros –intervino una mujer a la que le quedaba grande el
sombrero elegido para la ocasión– y los niños y niñas crecen en libertad
aprendiendo a no tenerle miedo al blanco’. Prolongada la reunión hasta bien
entrada la noche, cuando sólo quedaban los más íntimos, el padre confesó que
sería incapaz de volver a trabajar en el mismo lugar donde encontraron a su
hijo colgado de una torre de perforación. Las semanas posteriores fueron decisivas,
debían levantar los cimientos del hogar por los tres miembros que quedaban sin
olvidarse del que ya no volvería. Se quedaron allí y meses después, en la mitad
del garaje cedido por un vecino, fundaron la Asociación Daunte Gray para la Defensa
del Afroamericano, iniciativa que ampliarían a más Estados y cuyo proyecto se
convirtió en el motor de sus vidas.
‘El
pájaro ha salido del nido –dijo el policía arqueando la ceja–. ¿Intervenimos?’.
‘¿Ya estamos con los mensajitos en clave? –protestó Anthony Cohen–,
¿es que no puedes hablar claro, coño?’. ‘¡Ay!, de verdad, cómo eres –mostró
enfado–. Desde luego que tú como espía te lucirías, colega. Pues que Betty
Scott ha retirado del banco una importante cantidad de pasta’. ‘Dile al grupo
de seguimiento que no la pierdan de vista y si hay novedades, dímelo. Voy a
seguir visualizando imágenes, a ver si sacamos algo en claro’. ‘Descuida’.
‘Por cierto, ¿cómo han sabido lo del dinero?’. ‘Nos lo ha soplado una
de nuestras fuentes. Ya sabes que hay que tener amigos hasta en el infierno’.
Frente a la casa de Coretta Sanders, por circunstancias que no vienen a cuento,
había instaladas cámaras de seguridad y se grabó la paliza que recibió su esposo
y a los autores. Con el equipaje listo para incorporarse en dos semanas a la academia
de entrenamiento de nuevos agentes en la Base del Cuerpo de Marines, en Quantico,
Virginia, nada le gustaría más que dar por cerrado ese caso antes de dejar el
puesto que ocupaba actualmente y no para colgarse una medalla, sino porque su
manera de entender el FBI, al servicio del ciudadano, se fundamentaba, entre
otros matices, en proteger al diferente. Llevaba vistas varias cintas sin éxito
y pensó salir a tomar un café para despejarse. Se quitó la gafa, cogió la
placa, la pistola, algunos dólares que siempre tenía sueltos en el cajón y,
cuando iba a pausar la reproducción de vídeo, ¡bingo! ¡Ya os tengo, cabrones!, soltó
para sus adentros, pero se quedó bloqueado al congelar la pantalla. ‘Jefe,
la mujer ha salido del banco –gritaron y él abrió la puerta saliendo como
un huracán–y va en taxi rumbo a Birmingham’. ‘Que la sigan y si por
casualidad va hacia el aeropuerto que la detengan con la excusa de que ha de
volver aquí a contestar más preguntas’. ‘Ahora mismo lo comunico’. ‘Venid
al despacho, quiero que veáis algo y llamad a la central necesitamos a un superior
–echó la película un poco atrás y la puso en marcha–. Atentos’. Además
de los planos de los agresores, a cara descubierta, y de cómo el anciano envuelto
en pánico trató de defenderse dando puñetazos al vacío, había también otras
secuencias con fecha posterior de cuando quemaron las cruces en el jardín de la
maestra, ahí aparece un coche aparcado en el que Betty Scott y su marido esperan
al hijo hasta que éste se mete dentro. ‘Podemos acusarla de complicidad –aseguró
eufórica una agente–. ¿A qué esperamos?’. ‘No tan deprisa, compañera.
No lo son al no participar en la acción, tampoco por encubrir ya que como
padres están excusados, lo único que no podrán negar es que eran conocedores del
acto racista y vandálico. Poneos con la cinta a ver si damos con el nombre de
los delincuentes’. ‘¿Delincuentes? –saltó otro agente indignado–,
más bien asesinos’. Muy lejos de allí, en el corazón de Irlanda, un chico problemático,
de lenguaje agresivo, instintos de matón y huido de los Estados Unidos con la
ayuda de sus progenitores, participó en una violación grupal ocurrida en un
escenario lejos del núcleo urbano.
El
juicio celebrado en el Palacio de Justicia de Montgomery, contra el antiguo director
de la escuela, el conductor de la camioneta donde la introdujeron y el experto
en campañas electorales, acusados de violar a una adolescente, se llevó a cabo mucho
más pronto de lo previsto y concluyó con una condena para cada uno de ellos tan
larga que se pasarán en el Centro Correccional de Elmore el resto de sus vidas.
Respecto al secuestrador de alumnos y alumnas, al tener un delito de sangre, permanecerá
ahí hasta que sea ejecutado. El exsheriff Landon, como representante de la ley cuyo
ejemplo por mantener el orden fue nefasto, viéndose involucrado en la mayoría
de las reyertas, haciendo la vista gorda o participando en ellas directamente,
y aún a la espera de la resolución de otras causas pendientes, va a pasar, de
momento, veinte años a la sombra. De vuelta a la cárcel siguieron trabajando en
la lavandería, y aprovechándose de los reclusos a los que le vendían a precio
de oro las gangas que conseguían. Para Mitch Austin, finalizada la investigación
de los delitos fiscales que se le imputaban, sucedidos durante el periodo de
tiempo que estuvo de gerente en la escuela, así como otros de tinte racista y
xenófobo, le cayeron tantos años que no verá crecer a sus nietos. ‘¿Puedo
hablar con el director de la escuela?’. ‘Está reunido –dijo la
operadora desde la centralita con voz de aburrimiento–. Dígame su nombre,
motivo de la llamada y teléfono de contacto’. ‘Quizá le interesaría
saber que soy de la oficina de Taraji Evans’. ‘Hubiese empezado por ahí.
No se retire, por favor’. Paul Cox dejó lo que estaba haciendo y atendió la
llamada. Previo saludo de cortesía sucedió lo siguiente: ‘Un segundo que compruebo
la agenda –dijo todo nervioso– y confirmo si puedo ir’. ‘Claro. Ella
estará fuera por un tiempo indefinido, de no ser posible hoy habrá que posponerlo’.
‘No será necesario, salgo ahora mismo. Gracias por avisar’. ‘Entonces,
se lo comunicaré de inmediato’. Rumbo a Bay Minette donde se encontrarían dejó
que el olor a pinos que abraza esa parte del condado inundara el interior del
coche. La incertidumbre de no saber el porqué de la cita le inquietaba, pero se
esforzó para estar pendiente de la carretera, aunque conocía muy bien la zona
ya que no lejos de allí navegaba en canoa los fines de semana con su esposa por
el Delta del río Tensaw. Taraji Evans discutía acalorada con uno de los
ayudantes, pero en cuanto le vio cambió de registro. ‘¿Qué tal, congresista?’.
‘Perdón por sacarle de su hábitat. No obstante, serán unos minutos’. ‘No
tiene importancia y vengo sin prisa’. ‘Lo primero de todo le devuelvo la
carpeta con los papeles que trajo en su anterior visita –se la dio a Paul–.
Como sabrá, el juicio contra Mitch Austin, anterior director, ya se resolvió.
Contrastamos la documentación y, efectivamente, está imputado de desfalco en
material deportivo que nunca compró, fraude en los menús escolares, aportaciones
económicas para mejorar las instalaciones que jamás se hicieron, y podría
seguir. De no haber sido por usted este tipo siquiera habría entrado en prisión
y continuaría desviando dinero a sus cuentas a costa del contribuyente’. ‘Pues
no sabe cuánto me alegro –afirmó emocionado–. La verdad es que estábamos
extrañados de lo rápido que ha ido’. ‘Bueno, digamos que cuando nos ponemos
a trabajar en serio las cosas salen adelante –soltó ella irónica–. Deje
que le haga una pregunta, Paul’. ‘Las que quiera’. ‘¿Quién es el
hombre que pasará al corredor de la muerte?’. ‘Un joven muy conflictivo
que participó en la violación de su propia hermana y nos tuvo en jaque hace poco
secuestrando en el gimnasio a algunos alumnos y alumnas. Disparó a nuestro jefe
de mantenimiento, Isaías Sullivan, que murió en el hospital’. ‘Tremendo’.
‘Supongo que lo otro que le plantee…’. ‘Es muy complicado –cortó
ella–. Intentamos que se modifique la Segunda Enmienda, pero sin apoyos es
casi imposible. Fíjese, un senador por Texas dice que los demócratas tratan de
desarmar a los estadounidenses intentando prohibir el fusil AR-15 utilizado en
la mayoría de los tiroteos en las escuelas, a la vez que otras voces republicanas
sostienen la idea de que los maestros deben llevar armas y cerrar las puertas
traseras para que los estudiantes entren y salgan por la principal apostando
ahí a policías armados. Como ve, no es fácil. Pero seguimos peleando, se lo debemos
a la memoria de John Lewis que tanto luchó por regular su uso’. ‘Sí, ya me
contó en nuestro anterior encuentro. Nosotros en clase vamos a estar muy alertas,
aunque confieso que es difícil controlarlo’. ‘Cada mañana me desayuno consultando
las estadísticas que van en aumento de niños y niñas asesinados, tiroteos
masivos entre menores de edad, violencia juvenil desatada y puedo asegurarle
que la cifra da pánico’. ‘En parte me siento culpable como educador’.
‘Tal vez en un futuro no muy lejano despertemos en un mundo más tolerante
y pacífico, quién sabe –concluyó con los ojos húmedos–. Señor Cox, ha
sido un placer, quedo a su entera disposición, cuente conmigo para lo que sea’.
‘Lo tendré en cuenta. Y ahora, si me disculpa, no le robo más tiempo, me voy
muy satisfecho, atreverme a esto ha servido al menos para acelerar la justicia’.
‘Bueno, no es así exactamente, digamos que en su calidad de compatriota
hemos facilitado el trabajo a la fiscalía’. ‘Cuídese, congresista’.
Se dieron un apretón de manos y reanudaron sus caminos. Esa sería la última vez
que hablarían…
Para
el vecindario del pequeño pueblo donde están las instalaciones del periódico
local Reports Alabama Times, que de repente se llenase de curiosos
llegados de otras comarcas y equipos de televisión esparcidos por el espacio público,
fue un acontecimiento que tardaría mucho en desvanecerse. Algunas cuadras más
allá se encontraba el edificio de construcción simple donde a contrarreloj los
redactores escribían sus artículos. Dentro de él, acodada en su mesa, Rachell
W. Rampell hacía malabares con un bolígrafo entre los dedos. A la izquierda una
pila de contratos millonarios para trabajar en los medios de comunicación más
importantes del país, servían de sombra a una orquídea que se resistía a marchitar.
‘Enhorabuena, querida, vaya olfato que has tenido –se le acercó por
detrás el compañero encargado de la sección de deportes y espectáculos–. Afuera
tienes cuan buitres a la caza de su presa a los de la ABC, FOX, NBC, CNN… En
fin, los reyes de la prensa listos para arrancarte las primeras declaraciones y
conquistarte’. ‘Espero que cuando estés en tu nuevo y lujoso despacho
con vistas a Manhattan no te olvides de nosotros –intervino el jefe–.
Todavía te recuerdo de becaria y la seguridad que demostraste tener en ti misma.
Siempre supe que llegarías lejos’. ‘Me estáis agobiando, coño –contestó
ella–. Dejad que lo asimile, aún formo parte de esta empresa y ya estáis
dando por hecho que me voy. ¿Acaso deseáis perderme de vista?’. El
reportaje había sido todo un éxito, enseguida se agotó la edición y tuvieron
que hacer más tiradas. Los teléfonos no paraban de sonar, lo hizo el
gobernador, el alcalde, personas anónimas cuyo testimonio merecía ser conocido por
la opinión pública, y alguna que otra de mal gusto en plan de burla. Pero ella
se concentró y apenas levantó la vista del teclado. Preparaba una crónica sobre
la soledad de los ancianos en Estados Unidos, incrementada por la distancia que
hay entre casas y sus consecuencias. Quería sacarlo a doble página y, para
captar la realidad lo mejor posible, recorrería territorios casi despoblados de
Alabama. ‘Es Helen –gritó alguien con el auricular en alto–. ¿Qué
hago, te la paso?’. Asintió. ‘¿Cómo estás? –preguntó haciendo gala
de la sensibilidad–. ¿Has visto la repercusión que ha tenido tu historia? Acabas
de darle visibilidad a un tema tabú’. ‘El mérito es tuyo por cómo lo has
abordado –respondió ella–. Estoy muy agradecida, no me equivoqué contigo.
Ojalá que Beth fuera testigo del lugar en el que ha quedado su niña’. ‘¿Cómo
está?’. ‘La doctora García ha tirado la toalla, la mente de mi hermana
es irrecuperable, la mantienen sedada para que no se lastime’. ‘Lo
siento muchísimo. Pásate un día de estos por The taco mexican cantina y
charlamos tranquilamente’. ‘De acuerdo. Corre el rumor de que quizá fiches
por The Washington Post’. ‘Habladurías, no hagas caso’. Rachell W.
Rampell pertenecía a esa especie de periodista, no se sabe muy bien si en peligro
de extinción, que prefiere ser redactora en la localidad donde consolidó los
mimbres del oficio que tanto ama y llegar a lo humano de las historias sin
importarle el sueldo precario que recibe, incluso sin fondos a veces para cubrir
los desplazamientos, antes que dar el salto al vacío una vez pasada la fiebre
de la popularidad. Suspiró, se recogió el pelo con un lápiz atravesado, buscó la
mirada del director y… ‘¿Adónde vas?’. No contestó, aunque hizo que la siguieran.
Al abrir la puerta los focos la deslumbraron y el batallón de micrófonos casi le
cortaron la respiración. Se acercó hasta el borde de los escalones y dijo: ‘Compañeras,
compañeros, gracias por estar ahí. Quiero deciros que me siento muy alagada.
¿Hay algo más gratificante que nos reconozcan el trabajo realizado? Al igual
que yo, sabéis lo difícil de esta apasionante profesión, las piedras que
encontramos en el camino, la censura que hemos de esquivar, los borradores que
van directos a la papelera, el insomnio cuando las cosas no salen, la
preocupación de haber dado una mala imagen. En definitiva, este ejercicio tan
hermoso de contar lo que acontece en la vida y hacerlo con dignidad, humildad,
sencillez y empatía. Fuera de estos muros –señaló la fachada– no tendría
el mismo sentido para mí seguir ejerciendo y hacerlo con la misma libertad que
hasta ahora. Por eso, aunque es muy tentador todo lo que me ha llegado, he
decidido quedarme con los míos, porque si no lo hiciera perdería la esencia de
lo que siempre quise ser: cronista de las cosas sencillas’.
El
taxi se detuvo en el aeropuerto. Betty Scott se bajó con un bolso de mano. En
el hall, dos agentes fueron a su encuentro. Ella trató de despistarlos
equivocándose de puerta a propósito, pero ellos la abordaron. ‘¡Cómo se
atreven! Soy una ciudadana que no ha cometido ningún delito’. ‘No se
sofoque, señora. Nosotros cumplimos órdenes y si el FBI nos dice que tiene que
acompañarnos, porque así lo manda Anthony Cohen, al que ya conoce, la metemos a
la fuerza en el coche patrulla si fuera necesario. ¿Le ha quedado claro?’.
El contacto enviado por su hijo para recoger el dinero, la vio darse la vuelta custodiada
por una mujer y un hombre con pinta de policías.
Esta entrega es tremenda, describes muy bien el postsepelio y eso tan americano de orientar la vida creando asociaciaciones que den sentido a la lucha. Enhorabuena. Un beso, nena
ResponderEliminarPor la parte que me toca de oficio, Rachell W. Rampell nos representa bastante bien. No a todos, claro.
ResponderEliminarSólo se me ocurre darle las gracias
ResponderEliminarHacen falta más Rachell y menos sensacionslismos en el periodismo actual.
ResponderEliminarY tu mientras cerrando con maestría todos los surcos abiertos en el relato, lo que hace vislumbrar el final del mismo.
Gracias.
¿Por qué cuando pienso en Rachell me la imagino en el paro? En fin, gracias por ayudarme a reflexionar sobre la conveniencia de recuperar la confianza en es@s profesionales. ¡Son imprescindibles! Como tú, amiga. Te camelo. Besos.
ResponderEliminar