domingo, 12 de mayo de 2024

Cerca de las Smoky Mountains

15.

El tiempo pasaba muy deprisa, igual que día a día se aceleraba el deterioro de Aretha: ojeras negras, clavículas huesudas, mirada perdida, dificultad de concentración, lentitud en el lenguaje, cambios bipolares del estado de ánimo, alteraciones del humor, manos temblorosas, dificultad al caminar erguida y muchas cosas más que la transformaban en un ser de difícil trato. Sus hermanos y ella esconden en los bolsillos un poco de crack, papel de aluminio y un mechero.  La casa, de estilo colonial, en Knoxville, donde el doctor Crumpler atendía a personas al borde del umbral de la pobreza o que, por otras circunstancias, como el color de la piel carecían de cobertura médica, estaba en el centro de un paisaje idílico, rodeada de bosque. Una mujer afroamericana de ojos risueños, dentadura blanco nieve y grandes caderas marcando el territorio por donde pasaba, abrió la puerta dándoles la bienvenida. El uniforme de enfermera impoluto, maquillaje discreto y una perfecta manicura, era la cara visible que reunía confianza a aquellos que llegaban al borde del desahucio humanitario.
          –Somos los O’Neal, tenemos cita a las 10:00 a.m. –dijeron.
          –Sí, les están esperando –afirmó la mujer–, aguarden un instante.
          –¿Puedo ir al lavabo? –preguntó Aretha.
          –Claro, cariño. Ven conmigo –avanzaron por el largo pasillo hasta desaparecer, dentro abrió el grifo, tiró de la cadena y vomitó. Los padres, nerviosos, regañaban constantemente al gemelo que, enredado en las travesuras propias de su edad, tiraba revistas y papeles al suelo. Técnicos de AT&T, una de las mayores empresas de telecomunicaciones de todo el mundo, configuraban los dispositivos mientras comentaban:
          –¿Recuerdas que hace dos meses nos mandaron al Área de la Bahía de San Francisco, a la ciudad de Oakland, porque tenían problemas con la red wifi en los locales de la cadena de hamburguesas In-N-Out Burger?
          –¡Cómo olvidarse de sus Animal Fries (patatas fritas, con cebolla frita y queso fundido)!
          –Pues han cerrado –informa uno de ellos.
          –¡No me digas! –exclamó mientras introducía unos códigos en el sistema–. ¿Qué pasó?
          –Que, tanto clientes como empleados, han sufrido multitud de robos violentos a manos de adictos al fentanilo. Según dicen dicha sustancia en Estados Unidos ha matado ya a más gente que en la guerra de Vietnam y Afganistán juntas.
           –Me impresionó lo que contaban los camareros del hotel donde nos hospedamos –dijo el jefe. 
         –No caigo –contestó el otro.
          –Lo de las “cobayas humanas”.
          –¡Ah sí!, se prestan a experimentos con un tercio puro de fentanilo, mezclado con anestésicos, para comprobar el efecto y así abaratar el coste, sacándole mayor rendimiento a la venta. Muchos mueren en la calle, la mayoría malviven entre ratas y basura, pero eso se silencia, son víctimas de un sistema que hace aguas. 
          –El hermano de mi cuñado –hablaban entre ellos sin dejar de realizar su trabajo–, es consumidor y cuando está colocado pierde la mirada, parece estar flotando y se amansa, pero cuando se le pasa vuelve a ser un peligro callejero. –Los O’Neal escuchaban aquello, seguros de que algo así, a ellos nunca les pasaría, sin embargo, el destino siempre guarda un as bajo la manga. La enfermera les abstrajo de sus pensamientos y la siguieron.
          –Disculpen el desorden. Siéntense, por favor. –el médico adjunto al doctor Crumpler los recibió en su consulta–. Mi colega ha tenido que ausentarse por motivos personales y seré yo quien les atienda con mucho gusto. Veamos –leyó las escuetas anotaciones que tenía y tapó con la mano la palabra “drogadicta” remarcada con un círculo.
          –Nosotros no tenemos dinero, ya se lo dijimos a su compañero, así que, si él no está, será mejor que nos vayamos.
          –Tranquilos, simplemente le sustituyo, las condiciones son las mismas, estoy dispuesto a ayudarles, si quieren. Vamos a hacer una cosa, miro a la joven, estudio el caso, doy un diagnóstico y después deciden si continuamos o no. ¿Les parece? –ambos asintieron. Llamó a un auxiliar y se llevaron a Aretha–. No se alarmen, tan solo quiero hacer una placa y analítica, es cosa de poco. ¿Cuándo empezaron a notar un comportamiento extraño en su hija? –de nuevo narraron la historia.
          –Yo estoy preocupada porque no come, y cuando lo hace, vomita. Le ha cambiado el carácter, siempre fue una niña muy buena –la mujer sonríe–, pero de un tiempo a esta parte…
          –¿Y dice que todo empezó cuando llegaron los forasteros ofreciendo trabajo? ¿A qué se refiere exactamente?
          –Pues que de repente comenzaron a traer dólares –contesta el padre–. Esa gente es extraña, dijeron que montarían un negocio y el solar sigue tal cual, sin embargo, nuestros hijos van a diario y regresan con el carácter cambiado.
          –¿Les han preguntado que de dónde sacan el dinero?
          –¡Uf!, y se ponen como fieras. Nosotros tenemos miedo, todavía son muy inocentes y nos aterra que lo ganen en cosas ilegales… ¡Usted ya me entiende! –El médico se quedó pensativo y consultó las notas de su colega atreviéndose a realizar una pregunta bastante embarazosa.
          –¿Han oído la palabra fentanilo?
          –No –respondieron casi a la vez–. ¿Qué es?
          –Una droga de diseño que ahora está muy de moda.
          –No entiendo –Mr. O’Neal, revolviéndose en la silla, exteriorizó los nervios– ¿eso qué tiene que ver con nuestra familia?
          –Bueno, esperemos a ver los resultados, pero les adelanto que la chica presenta un cuadro clínico muy próximo al mundo de las drogas. –La analítica realizada a Aretha y, ya de paso, a los dos mayores, vino a confirmar las sospechas del sanitario: hallaron sustancias en su organismo y para eso lo único posible era pasar el síndrome de abstinencia. Por el periodo de un mes largo no salieron de casa, situación que se convirtió en un auténtico infierno, pero cuando creían tener controlada la situación y los padres cedieron un poco, todo se fue a la mierda…
          Era domingo, y Donna Hanks fue a la Iglesia Batista del vecindario, se sentó en los últimos bancos, saludó con una inclinación de cabeza a las personas más próximas, colocó la Biblia sobre las piernas, acarició la desgastada encuadernación en piel y la abrió por el Evangelio de Marcos, uno de sus favoritos. Buscó el capítulo 13 donde hablan de grandes construcciones que serán destruidas, de terremotos, de pasar hambre, de guerras…, y pensó en el cuarto de sus hijos, el pequeño, capataz de cuadrilla en Texas, una de las ciudades que más ha sufrido los huracanes en los últimos días, así que, reflexionó sobre los distintos avatares de la vida cotidiana, y pidió oraciones para todos aquellos que sufren en ese momento. El sermón del reverendo, un tipo eufórico y dinámico, donde los haya, levantó los aleluyas de los asistentes que ya entonaban bellísimas canciones acompañando al coro.
          –¡Parece que hoy lloverá! –comentaban a la salida.
          –¡Disculpe! –exclama Donna Hanks.
          –Dime.
          –¿Sabe algo de los O’Neal?
          –¿De quién? –se comentaba que el reverendo tenía problemas de memoria.
          –Aquel matrimonio de color que uno de los gemelos tuvo un accidente.
          –No, no sé quiénes son. ¿Y ya está bien? –inútil decir que había muerto.
          –¿Para qué quiere saberlo? –preguntó alguien cercano a Jordan Brady, el viejo simpatizante del Klan y primo de los muchachos que estaban en Orlinda intimidando a Aretha y sus hermanos.
          –Por nada en especial, simple curiosidad. ¿Usted los conoce?
          –No, que va, simple curiosidad, algo había oído decir respecto del atropello –Donna Hanks y otras feligresas se quedaron pensativas porque en ningún momento habían dicho la palabra “atropello”. Ahí quedó la cosa. Una vez en casa, escuchando su disco favorito de Dolly Parton, las piernas subidas en alto y tapada con una manta de viaje, cogió el plato combinado de la mesa que llevaba alubias canela, una cebolleta entera, rodajas de pepino, huevo revuelto, patata cortada en dados y pedazo de bizcocho, aunque justo con el primer bocado sonó el teléfono, era el mayor de sus hijos, el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana que residía en Chicago. De pronto, una nube de agua salada inundó sus ojos, al recibir la noticia de que una de las nietas que vive en Wisconsin, donde su tercer hijo es monitor en una estación de esquí, estaba muy grave…
          Al llegar la madrugada y habiendo transcurrido buena parte de la noche evitando hacer comentarios hirientes, la madre de Opal Nelson reanudó la conversación consciente de que el tramo final de la misma supondría un punto y aparte entre ellas, aun así, avanzó en su relato. En la chimenea apenas quedaban brasas amontonadas protegiendo el calor bajo un caparazón de cenizas, pero bastaron para calentar el café que compartieron junto a medio panecillo para cada una. La chica comprobó cuánta batería quedaba en su celular, consultó el estado de las carreteras y vio también que, de los muchos mensajes sin abrir, había uno de Donna Hanks invitándola al Museo y Salón de la Música Country, en Nashville, donde acababan de estrenar una exposición de Dolly Parton y otra de Ray Charles, muy interesantes. Antes de responderla miró las noticias en los periódicos, se alarmó de tantas catástrofes repartidas por el mundo, de los genocidios que no cesaban, de la deshumanización de la especie, de tanto sufrimiento, del descrédito al que nos someten algunos políticos y del hambre infantil que muy pocos reparan. Las protestas estudiantiles en los campus universitarios de las principales ciudades de Estados Unidos, por Palestina, la recordó otro movimiento social, el de mayo del 68, cuando muchos activistas, clandestinos o no, defendieron los derechos sociales y su oposición a la Guerra de Vietnam. 1960 fue una década histórica, en todas se encuentran hechos significativos, pero esta, quedó marcada por los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King y el Che Guevara; por el movimiento hippie, el sexo libre, la independencia de Kenia o la llegada del hombre a la Luna. Sin embargo, no era momento de despistarse y sí, de instar a la madre para que continuase y poderse marchar.
          –Cuando terminé de leer la carta que encontré aquí mismo, y cuya única intención era conocer a la hija antes de morir, me sentí mal conmigo misma, pero enseguida comprendí que lo mejor era dejar las cosas como estaban.
          –Lo mejor para quién, madre, ¿para ti?
          –No, para todos nosotros, no lo quieres entender, nuestra vida habría sido un calvario.
          –¿Y el sufrimiento de la abuela no cuenta, no importa, no es penoso? Ni te imaginas lo que esa pobre mujer ha padecido. Ahora, eso sí, siempre tuvo claro que era una piel roja. No obstante, quiero pensar que, algún momento, tuviste algo de lucidez para contárselo, ¿verdad?
          –Pues no –mintió. Una vez estuvo a punto de decírselo cuando por el periodo de dos semanas Tillie tuvo unas fiebres altísimas, cuya causa no supo determinar el médico que la visitó. Ella, temiéndose lo peor, se planteó la posibilidad de acudir a uno de los curanderos de la tribu Cherokee más prestigioso de Carolina del Norte, ya que quizá, con sus ungüentos tradicionales habría sanado, sin embargo, de repente, una buena mañana la anciana despertó como si nada. Después descubriría que Opal la llevó, a petición suya, unas hierbas que la nieta coció a escondidas.
          –¡Qué pena!
          –Pensarás de mí que soy una mala persona.
          –Hace mucho que dejé de opinar. ¿Puedo preguntarte algo?
          –Sí –respondió cautelosa.
          –¿Qué sentías por ella? ¿La quisiste? –nada más formular las preguntas cayó en la cuenta de su dureza, en cualquier caso: tarde para rectificar.
          –¡Cómo te atreves!
          –Perdóname.
          –No hay un modelo concreto de afectos, cada persona los expresa a su manera, como sabe o como puede.
          –¿Te has parado a pensar lo felices que habrían sido, padre e hija, si tú les hubieses concedido el placer de conocerse? Mira, la abuela se sinceró tanto conmigo que he cumplido casi todos sus deseos. Recojamos, volvemos a Lenoir City, esta vez conduzco yo. –Años después, en el lecho de muerte, la madre de Opal Nelson reconoció la terrible injusticia que había cometido con la abuela Tillie, murió convulsionando.
          Ya en su autocaravana, llamó a Donna Hanks y se disculpó por no acompañarla al museo de Nashville, paró en el mercado local de Oak Ridge a comprar alimentos y fue en busca de Tayen McDaniel, miró en la guantera y comprobó que llevaba la bolsita de cuero hecha por él y en la que puso una pluma de águila y semillas, con la condición de que, si alcanzaba sus objetivos y hallaba rastros de sus antepasados, la abrirían juntos. Las Smoky Mountains cubrían todo el horizonte a la vista, el parabrisas se llenó de pequeñas e insignificantes gotas que no impedían la visibilidad, en la radio daban el último boletín informativo: miles de estudiantes acampados en los campus de las principales universidades del país habían sido desalojados y detenidos. Mientras tanto, bombardearon un hospital en Gaza…

 


8 comentarios:

  1. Cuando iniciaste esta historia pensé: se ha metido en un callejón de difícil salida, hoy tengo que decir que admiro esa forma tan tuya de conseguir cuanto te propones. Un beso, nena

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  2. Estás cosiendo piezas para confeccionar el traje y utilizas como hilo la actualidad, uniéndola a los apuntes que ya tenías esbozados.
    Maestría literaria.

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  3. Emotivo final en la entrega de hoy, eres una magnífica contadora de historias.

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  4. María Doloresmayo 12, 2024

    Tu parte periodista solapa a la escritora; tu oficio de escritora acomoda muy bien a la periodista que llevas dentro. Brava.

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  5. Muy buen trabajo. Gran escritora, introduciendo hasta los últimos acontecimientos en la historia. Gracias. Besos

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  6. Una historia bonita, cuanta imaginación para desarrollar dicha historia, (bueno conociéndote no me extraña nada) sigue así guapa.

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  7. Tras la lectura, me generan dos sentimientos, disfruto con este agradable regalo de tus periódicas entregas y por otro lado, sufro por lo que les ocurre a los personajes. Nos llevas con tus palabras a "sentir" sus sentimientos.

    Gracias

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  8. Sigues escribiendo bien.¿no te has planteado nunca salir de internet e intentar publicar un libro?.

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