domingo, 16 de abril de 2023

Detroit, una historia cualquiera

15.
Cuando el celador más simpático del recinto hospitalario abre la puerta corredera de la habitación y saca a Megan Aniston en la cama con el cabecero levantado y lista para subir a Medicina Interna donde presuntamente pasará una larga temporada, el turno de mañana en la Unidad de Cuidados Intensivos, del Detroit Medical Center, encabezado por la doctora Violeta Reyes, hace un pasillo despidiéndola entre aplausos y felicitaciones por lo valiente que ha sido luchando con fuerza para conservar la vida. Ella, emocionada y abrumada por tanto cariño recibido rompe a llorar mientras levanta la mano izquierda y les dice adiós llevándose la otra al corazón en muestra de agradecimiento hacia todos ellos. A punto de terminar las prácticas y con la preocupación del futuro incierto a flor de piel, la estudiante colombiana tampoco reprime las lágrimas ni el impulso de besarla en la frente. Una vez dentro del ascensor este se detiene en la quinta planta y, aunque el ambiente que se respira parece más oxigenado, sigue habiendo un silencio sepulcral que congela las entrañas. A través de amplias galerías en cuyo techo parpadea un fluorescente sí y otro no, realizan el trayecto escondiendo la risa detrás de la mascarilla. De repente, tuerce hacia un espacio muy luminoso, alegre, de paredes blancas y grandes ventanales donde se vislumbra a lo lejos el skyline de Canadá. El control de enfermería indica el final del recorrido.
          –Bueno, querida, te dejo en buenas manos, aunque mis compañeros y compañeras no son tan guapos ni guapas como yo –bromea colocándola en el sitio correcto y accionando los frenos de las ruedas–. Te deseo una pronta recuperación.
          –¿Ya no vendrá?
          –En cuanto tenga un momento, me escapo y subo –las mentiras piadosas son menos mentiras, repetía para sí, aunque podría darse el caso.
          –Gracias por el paseo.
          –¡Va!, no ha sido nada, la gasolina –se toca ambas pantorrillas– es barata. Aquí tiene el timbre –se lo acerca– por si necesita llamar.
          –Gracias.
          –Cuídese mucho, abuela.
          –Y tú, y tú.
          –¡Anda, quién viene! No se quejará ¡eh! –entra la hija de Megan Aniston y él sale.
          –Cariño, ¿por qué has venido? Esto es muy fatigoso para ti. ¿No está tu marido?
          –Fue a recoger la bolsa de alimentos semanal a la iglesia del reverendo Bob W. Perkins, y por mí no te preocupes, mama, puedo hacerlo, ya es hora de que cuide de ti. Además, quiero estar para cuando vengan los médicos, así me entero bien de las cosas.
          –Pronto volveré a ocuparme de todo, ya lo verás –son interrumpidas por un desfile de batas blancas.
          –Hola Megan. Soy el doctor Nathan Trembley y, a partir de ahora, seré su médico. ¿Cómo se encuentra? –dice este canadiense de color y mediana estatura.
          –Bien, dispuesta para irme a casa.
          –¿No quiere quedarse un poco con nosotros? Tenemos que mejorar esos músculos y alguna reparación más, hemos de poner en marcha el motor.
          –Bueno, pero habrán de darse prisa, he de atender a mi familia.
          –¡Mamá, por favor! –exclama la hija.
          –Ya habrá tiempo de eso –prosigue–. Por lo pronto vamos a hacer una serie de pruebas para arrojar luz al diagnóstico y según den los resultados tomaremos decisiones. También subirán del servicio de Rehabilitación a valorar si puede bajar al gimnasio o realizan los ejercicios aquí. Mi colega de la UCI señala en el historial que ha superado usted más de una crisis importante mientras estuvo en coma, ha peleado duro, ¡eh! eso juega a favor suyo. Ahora vendrá un enfermero a sacarle sangre.
          –Igual no tengo venas, me han pinchado tanto –sonríen.
          –Va tolerando la dieta, pero dígame ¿algo no le sienta bien?
          –¡Ay, doctorcito!, cuando el pan te falta a diario, te sabe todo bien rico.
          –Eso lo comprendo, sin embargo, he de saber si tiene intolerancia a algún alimento.
          –No, a ninguno. ¿Cuándo podré sentarme un poco para descansar de la cama?, este colchón me tiene molida. ¿Podría hacerlo?
          –Esperemos al menos hasta mañana, de momento recomiendo permanecer tumbada, más adelante lo iremos haciendo –da media vuelta y se marcha.
          –Mamá, déjales hacer. Voy al baño, enseguida vuelvo –pero Megan Aniston, sin un pelo de tonta, sospecha que va al encuentro de los médicos, como así es.
          –Perdone, doctor Trembley, dígame la verdad, ¿está grave?
          –Su madre tiene una edad y es de riesgo, intentaremos resolver los problemas surgidos a consecuencia del covid. Habrá de tener en cuenta que posiblemente ya no pueda mantener el mismo ritmo de antes, pero no se preocupe, Violeta Reyes la ha sacado adelante y yo no voy a ser menos –tiene un gesto cariñoso y hace lo posible por desprenderse de ella.
          –¿Qué pruebas la van a hacer? ¿Hasta…? –no puede acabar la frase
          –La informaremos, no lo dude. Y ahora, si me disculpa, he de atender a otros pacientes. –Estática, como si tuviese los pies clavados en las baldosas, los vio desaparecer inmersos en ese lenguaje técnico que tanto asusta. Regresa a la habitación y varias enfermeras y enfermeros rodean a su madre, es una bajada de tensión, escucha…
          A la caída de la tarde, con el traje de la pereza echado por los hombros, el reloj sin minutero abrochado en la muñeca, el peso de las nimiedades cargadas en la mochila creyendo que fui el más feliz del universo por sacar fajos de billetes delante de mis semejantes, los zapatos de lluvia con material permeable y ajeno a la realidad a punto de ocurrir justo en el mismo lugar adonde me dirijo, salgo de casa con un maletín invisible y el celular sin cobertura, imitando a la gente ocupada como también yo lo estuve. Algunas personas van a la carrera para llegar a tiempo de ocupar su asiento en las gradas en Comerica Park, uno de los mejores estadios donde se juega al béisbol. Sin embargo, hoy la fiesta del deporte se verá empañada por un hecho absolutamente detestable. Caen las horas previas al evento y los alrededores con apenas algo de tráfico siguen estando muy solitarios. Una mujer de aproximadamente cuarenta años camina por Brush St con E Adams Ave escuchando música a través de los auriculares inalámbricos. Da clases de biología en la universidad donde ha desarrollado una carrera brillante y exitosa. Es inteligente, espabilada, estricta, disciplinada, asequible y arrolladoramente alegre. Sin embargo, pese a haberle ido las cosas muy bien en el ámbito profesional, planea un futuro prometedor y arriesgado lejos de allí, en African Conservation Foundation para poner al servicio de los demás sus conocimientos protegiendo la vida silvestre en peligro de extinción. Hasta donde recuerda la atrajo la idea de conocer el continente africano y por fin iba a ver cumplido su sueño. Dos años antes inició cambios importantes rompiendo con su novio de siempre, ya que la relación amorosa, muy deteriorada, se estaba convirtiendo en una montaña rusa cayendo fuera de los rieles. Tomar dicha decisión significó para ella dar un paso sincero e importante: no estaba enamorada. En un principio el tipo encajó el golpe bajo con tremenda inacción, pero conforme lo asimilaba el semblante turbio de la venganza enmascaró su rostro. De repente, apretó los dientes, cerró los puños, contuvo la ira expulsándola a través del sudor, se excitó como nunca y cogiéndola por sorpresa contra la pared la penetró agresivo. Asustada, con el corazón apenado y mucha tristeza, se metió en la ducha, guardó algo de ropa en la maleta y volvió al viejo apartamento en el Downtown de Detroit, donde continuaba viviendo una de sus mejores amigas quien, al abrir la puerta, la acogió con los brazos abierto. Cuando se calmó y pudo contar lo sucedido, la otra preparó una taza de cacao caliente que ambas tomaron como reconstituyente. Hasta ahí, todo bien.
          Durante los veinticuatro meses siguientes ha conseguido mantenerse tranquila y estable, sobre todo porque él se trasladó a Ohio, lo cual, sin lugar a duda, ha proporcionado un poco más de relajo a su estabilidad emocional. Volcada en el trabajo y en la gente que la apoya desde un primer momento ha ido superando aquella brutal experiencia, aunque todavía en noches cerradas sin luna llena la memoria se le llenan de fantasmas. Ahora apura los últimos días en la universidad y sospecha que las compañeras y los compañeros andan organizando una despedida sorpresa en los salones del campus. Hoy el equipo local de la ciudad, los Detroit Tigers, en Comerica Park, aspiran a hacerse con un trofeo más a exhibir en la vitrina del club, disputando un partido contra otro contrincante de la Liga Americana. Todavía falta un poco para el evento cuando ella camina por los alrededores de Elwood Bar y Grill, frente al estadio, donde había disfrutado en varias ocasiones del sabor de la buena cerveza. El GPS del móvil señala el trayecto más corto hacia el 3256 Grand River Ave, ubicación exacta de Goodwill Industries, la tienda de segunda mano en la cual piensa comprarse algo apropiado para África. Según llega titubea si continuar por la estrecha acera o atravesar una zona verde vallada y en obras, opta por lo segundo: el camino más corto. Los auriculares inalámbricos se quedan sin batería y deja de escuchar música. Mientras los guarda en la funda un hombre con pasamontañas y vestido de negro parte a puñetazos unos palés arrinconados. La lógica le dice que huya lo antes posible sino quiere tener problemas, pero el pánico la ha clavado en el molde del asfalto. Entonces, cogiéndola por sorpresa, se acerca por detrás y la arrastra de los pelos hacia el rincón más lúgubre, la lanza con fuerza contra las maderas rotas y astilladas y empieza a propinarle patadas en el estómago, el pubis, los pechos, la cara y la espalda. Una, tres, cuatro…, veinte veces, hasta que, provocando un ruido ensordecedor, la tira sobre los cubos de basura esparciendo un charco de sangre alrededor suyo. Reconoce la voz jadeante del otro, su aliento a sarro y nicotina, el olor a sudor, los dedos ásperos de yemas agrietadas apretando su garganta, la longitud del pene dentro de la vagina, las palabras obscenas que tanto detestó y luchó por borrar de la memoria, la frustración y la derrota, el deseo apremiante de acabar con el sufrimiento cuanto antes, la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el ayer y el presente, el último anochecer... Detrás de unos arbustos, paralizado como el cobarde que soy, lo he presenciado todo. Ella, al verme, pide auxilio con la mirada y con la punta de los dedos roza la nada para palparme, pero, igual que siempre, no quiero problemas y huyo sin ningún cargo de conciencia, o eso creo.
          La policía recibe una llamada anónima y la patrulla que hace la ronda por la zona se persona hasta el lugar de los hechos donde encuentran al presunto homicida sentado en el suelo con un cuchillo de grandes dimensiones y a la mujer tumbada de espaldas, con el pelo impregnado en orina y vómito, inmóvil junto a él. Con sumo cuidado, para no alterar ninguna prueba en la escena del crimen, le impiden moverse y avisan por radio para activar el protocolo. Treinta minutos después, y a la espera de la llegada del FBI encargados de la investigación, el sheriff del condado de Wayne, guiándose de su instinto sabueso husmea cada rincón por si descubre cualquier cosa, como así ocurre. Se agacha, y con la punta del bolígrafo, gira una nota manuscrita, quizá conteniendo las huellas del hombre y la confesión del asesinato, piensa para sí. Pensativo, con los pulgares metidos entre la goma de los tirantes y rumiando algo que no le cuadra, ve aparecer el coche oficial de la Gobernadora de Michigan doblando la esquina una cuadra más abajo.
          –¡Agente!
          –¡Señora!
          –¿Qué tenemos?
          –Ya lo ve.
          –¿Ha interrogado al detenido?
          –No, de eso se ocupan los chicos inteligentes –suelta sarcástico señalando hacia el furgón donde vienen.
          –¿Y usted qué opina?
          –Mire, en los líos de pareja no me meto, allá cada cual con sus motivos, yo me limito a poner orden, nada más.
          –Pero su experiencia cuenta.
          –No se crea, según ellos –vuelve a apuntarles–, nuestros métodos y nosotros mismos nos hemos quedado obsoletos.
          –Déjese de gilipolleces y responda mis preguntas –está visiblemente enfadada.
          –Fíjese en la posición de los brazos. ¿No le resulta extraño?
          –Pues no.
          –¿Y la media melena abierta en abanico con los mechones bien extendidos?
          –Tampoco. ¿Adónde quiere ir a parar?
          –Pues que todo está muy bien colocado, además, el asesinato no se ha cometido ahí, estoy casi seguro.
          –¿Entonces?
          –En aquel rincón, venga –le sigue casi corriendo–. ¿Ve aquellas manchas?
          –Sí, claro, son de grasa.
          –No, es parte del cerebro, ha saltado al romperse el cráneo probablemente con el filo de aquellas tapaderas.
          –¿En qué se fundamenta para diferenciar la sustancia?
          –Si se fija en el cadáver verá la brecha del lado izquierdo, los sesos han saltado por ahí. –Pero ella no presta atención distraída con el despliegue del operativo del FBI por el perímetro buscando pruebas.
          Sheriff, soy el jefe al mando –se presenta un inspector–, y estos dos de mis mejores hombres, facilíteles toda la información que tenga
          –¡A la orden, señor! Debajo de aquello estaba esto, es una confesión en toda regla. Juzguen ustedes mismos.
          –La escena parece muy bien colocada y por las heridas tan violentas del cadáver la muerte no se ha producido ahí –señala hacia donde está–, sino unos cuantos metros más allá.
          –Eso mismo le estaba diciendo yo a la señora –la Gobernadora asiente.
          –Muchachos, presionadle –dice a sus hombres– a ver qué podéis sacarle. ¡Ah!, y no seáis blandos con él.
          El interrogatorio discurre dentro del marco de los patrones normales en tales circunstancias, sin pisarle el terreno al que a posteriori realizaran en la central. La sirena de la ambulancia cada vez se oye más cerca, de repente deja de sonar y minutos después el equipo médico certifica la hora del fallecimiento. Aguardan la llegada del juez para levantar el cadáver y del coche fúnebre para llevárselo. Mientras, al detenido le proporcionan botellas agua y le curan una pequeña herida en los nudillos, a consecuencia, tal vez, de haber dado tantos puñetazos. Aunque en prensa apenas aparece información sobre el caso, a las pocas semanas supimos que la víctima y el presunto asesino han mantenido, tiempo atrás, una relación sentimental. En declaraciones a la policía el tipo da su versión argumentando que la mujer le provocaba a cada momento, le era infiel y le hizo la vida imposible. Sin embargo, la compañera de piso de ella confirma la versión contraria y por tanto de más peso, aportando conversaciones de chat donde su amiga confesaba sufrir maltrato, acoso verbal y físico, así como amenazas mortales. Un confidente de la oficina del sheriff del condado cuenta que los propios presos, The Old Wayne Country Jail, adonde ha ingresado provisional a la espera de ser trasladado a otra cárcel de mayor seguridad, le han dado una brutal paliza…
          Como cada día, a las 4:30 a.m., el yerno de Megan Aniston sale de casa camino del almacén donde trabaja descargando la mercancía de los camiones, sin embargo, hace más de un mes que ha perdido el empleo por cese del negocio. Indeciso, y sin habérselo comunicado a su esposa, mantiene la misma rutina sin levantar sospecha. Así que, ataviado como si tal, cruza la ciudad de punta a punta, hasta una iglesia Baptista alejada de su vecindario donde, tragando bilis y orgullo, pide limosna. Mientras, la mujer, prudente y respetuosa, preocupada por su madre, valorando al marido y satisfecha con los hijos, toma las riendas del hogar ajena a lo que se les viene encima…

7 comentarios:

  1. Además de ser un texto lleno de sensibilidad, decirte que me alegra mucho tu vuelta.

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  2. Primero la buena, luego la mala, como las noticias.
    Dos temas vigentes sobre todo el 2⁰ que por desgracia vivimos cada día en cualquier noticiario y que no tiene visos de acabar nunca.
    En tu línea, metiendo el dedo en la llaga con tu maestría de siempre.
    Gracias.

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  3. Como los edificios sólidos, construidos ladrillo a ladrillo, colocas palabras en los huecos hasta completar el rompecabezas con esa maestría que tanto te caracteriza y que mantiene al lector atento y reflexivo.

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  4. Muy intenso. Nos introduces en la historia y nos dejas con la intriga y las ganas de seguir leyendo. Esperaré con ganas la próxima entrega.
    Muchas gracias

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  5. María Doloresabril 16, 2023

    Directa, sensible, concreta, firme, delicada, fuerte...

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  6. Duro y brutal relato que cuentas tan bien que realmente duele leerlo. Espero intrigada el siguiente. Besos

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  7. Te echaba de menos, escritora. Relato impregnado de conocimientos, elaborado con esmero y desprendiendo sentimientos en cada párrafo, en cada palabra. Me sigues zamarreando, que lo sepas. Abrazo, amiga.

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