domingo, 17 de diciembre de 2023

Cerca de las Smoky Mountains

7.

En Carolina del Norte, dentro del territorio encerrado en el límite Qualla, está la Reserva Cherokee –no confundir con el pueblo–. A dos días de camino en la cara menos accesible de las montañas, el hombre más longevo del lugar cuya edad exacta nadie conocía, habitaba una sencilla cabaña. De piel marrón, largas trenzas de cabello blanco cayéndole por los hombros, nariz estrecha custodiada entre los pómulos, vistiendo la capa peculiar que le cubre todo el cuerpo y un gorro hecho de plumas, es respetado, recibe el tratamiento de Gran Jefe y está considerado una leyenda. Tayen McDaniel y Opal Nelson realizaron la travesía a pie por senderos angostos y desfiladeros inseguros. Hicieron dos altos: el primero en el río Oconaluftee donde pescaron para la cena, y el segundo acampando en un metido de la ladera donde estarían más seguros en caso de ser atacados en mitad de la noche por animales salvajes. Con absoluta destreza él hizo fuego golpeando dos piedras hasta que saltaron chispas y prendió el combustible de hojas secas y pequeñas maderas amontonadas, una vez que las llamas alcanzaron algo de altura, colocó en forma de pirámide troncos más gruesos que aguantarían hasta el amanecer. Trueno veloz desató dos pieles de oso y se las echaron por encima, insertó las truchas en unas varillas para asarlas y calculó en silencio el tiempo exacto en que estarían listas. Llevaban también un termo con café y el guiso de carne preparado por ella la víspera anterior. Apenas pegaron ojo, el frío era intenso y la oscuridad casi completa. Opal Nelson sentía un nudo en el estómago que la impedía comer.
          –¿Tienes miedo a lo desconocido? –preguntó él.
          –Ninguno, quiero saber cuáles son mis orígenes, mis ancestros y qué intuición especial me trae aquí –responde.
          –¿Y si no te gusta o decepciona lo que descubras?
          –La abuela Tillie empleó hasta el último aliento en incorporar piezas sueltas a su biografía, pero todo eran intuiciones nunca pudo corroborar nada y, aunque carecía de medios, poseía un instinto y un olfato que la situaba siempre en el lado correcto.
          –Trata de dormir un poco, mañana será un día muy emocionante –dijo tajante.
          –No tengo sueño, además es un lujo contemplar el espectacular salpicado de estrellas esparcidas por el firmamento. ¿Has estado siempre aquí? –le pudo la curiosidad.
          –Mira a tu alrededor, tengo todo cuánto necesito.
          –Sí, supongo que sí. ¿Hemos hecho la parte más difícil del camino?
          –Queda lo peor, podrás con ello, eres fuerte –giró la cabeza a la izquierda y levantó la vista. Opal Nelson cerró los ojos, se dejó llevar y, sin saber muy bien por qué, le vino la imagen de su madre: robusta y atareada, distante y ardiente, desconfiada y celosa de la abuela Tillie hasta lo más hondo de las entrañas.
          –He buscado el significado de Tayen, luna nueva, en Internet y resulta que es un nombre de chica.
          –Sí, bueno. Mis padres hicieron un pacto: él quiso que pasase de niño a adulto siguiendo el ritual de los indios Cherokee, a cambio ella, que no era nativa, propuso enviarme a una escuela en Memphis. Adaptarme resultó bastante duro, también lo fue para los compañeros y compañeras, así como a maestras y maestros que no entendían algunas de mis costumbres. A la mayoría les costaba muchísimo pronunciar mi verdadero nombre, así que a alguien se le ocurrió llamarme Tayen, McDaniel sí es mi apellido.
          –¿Y cuál es el verdadero? –preguntó intrigada.
          Oukonunaka, que significa Búho blanco.
          –¿Por qué no lo usas?
          – No sé, aquí me conocen como luna nueva.
          –¿Y tu familia cómo te llama?
          –Apenas faltaban dos semanas para volver de Memphis, estaban hambrientos y mi padre salió de caza a una zona poco frecuentada, consumieron carne de wapití en mal estado y murieron.
          –¡Vaya!, lo lamento –él se entristeció.
          –Insisto, será mejor que duermas algo. –El indio Cherokee cogió la manta y se apartó un poco del fuego dejándola espacio e hizo guardia con ayuda de los espíritus.
          Reanudaron la marcha a buen ritmo cuando aún en el horizonte no habían aparecido las primeras luces de la mañana. Nada acostumbrada a dormir sobre superficies duras, a Opal Nelson le dolían todos los huesos y notaba los músculos muy tensos. Casi no podía despegar los párpados y las agujetas de la jornada anterior empezaban a pasarle factura, algo que habría reparado muy bien con una buena ducha relajante. Reconoció que echaba de menos el sabroso jugo de naranja recién exprimido, el desayuno contundente y las noticias locales sonando en la radio, cosas que revisten las paredes de su vida cotidiana, sin embargo, aquella paz, esa libertad, el contacto directo con la tierra, los astros, la diversidad de elementos que proporcionan la supervivencia al ser humano y el esplendor de la vegetación en los valles, suplían lo material que añoraba. Llegaron a lo alto de un pico y se detuvieron, entonces él alzó la vista, localizó un punto exacto del Sol sobre una roca de color diferente al resto y dijo que habían llegado, hizo cueva con ambas manos y emitió un sonido que repitió varias veces hasta obtener contestación con otro similar. Ella estaba exhausta. El paisaje con el humo pincelando las cumbres era de un azulado espectacular, húmedo, intenso, irrepetible. El anciano apareció de pronto y les invitó a sentarse en el suelo con las piernas cruzadas. Opal Nelson habló de su infancia, de las enseñanzas de la abuela Tillie, de la negativa de su madre a indagar en el pasado y de lo poco que había descubierto hasta el momento, fundamentalmente el documento que data de mediados del siglo XIX y donde figura un nombre de varón, descendiente directo de los nativos obligados a realizar el llamado Sendero de las Lágrimas.
          –Ahí murió mucha gente –intervino Tayen McDaniel mientras que el anciano permaneció callado bastante tiempo.
          –Este lugar tiene algo muy especial –hizo intención de seguir expresando el aluvión de emociones, pero se contuvo. El anciano, mirando a ambos, y en una lengua ininteligible para ella, comenzó sus oraciones. Al acabar, encendió la pipa y los invitó a fumar con él.
          Salali, significa ardilla, y es un nombre muy común en nuestra tribu –el anciano rompió así su silencio–. La fiebre del oro de Georgia trajo al hombre blanco, invadieron nuestras tierras, violaron a nuestras mujeres y esclavizaron a nuestros hijos. El presidente Andrew Jackson apoyó las deportaciones amparándose en la Ley de Traslado Forzoso de los Indios a territorio federal, al oeste del río Misisipi, lo cual, tras los miles de cadáveres que se quedaron por el camino, originó la propagación rápida de muchas enfermedades, así como también, el espíritu maligno de la hambruna provocó enfrentamientos sangrientos entre nativos.
          –¿Entonces el hombre al que busco puede estar enterrado por ahí? –preguntó Opal Nelson a la desesperada, aunque se dio cuenta de la torpeza cometida interrumpiéndole.
          –¿Ve aquella colina? –indicó–, detrás de la vegetación hay unas inscripciones, vayan –dos millas más allá, y frente a la pared rocosa palparon con la yema de los dedos las letras inscritas.
          –Ven aquí –dijo el indio Cherokee–, lee.
          –¡No puede ser! Entonces, la abuela… –En ese momento entendió la negativa de su madre a remover el pasado y el miedo a destapar sus verdaderos orígenes.
        Nikki Haley tiene una cara amable característica de las buenas personas. Exgobernadora de Carolina del Sur y exembajadora de Estados Unidos ante la ONU, se postula como alternativa a Donald Trump o DeSantis. Bajo el respaldo de los multimillonarios hermanos Koch, fundadores de American for Prosperity Action y otros grandes donantes que inyectarán miles de dólares para financiar la campaña, esta política de 51 años, 2 hijos y descendiente de inmigrantes llegados de India, luchará para ganar las primarias republicanas y convertirse en la candidata electa a la presidencia derrotando a Joe Biden. Los menos radicales del partido Republicano se decantan por esta figura emergente dejando claro el mensaje de renovación generacional que quieren mostrar ante la opinión pública nacional e internacional, sin embargo, el ala más conservadora y radical, a pesar de los problemas que tiene pendientes con la justicia, confían en el regreso del expresidente y así, de una vez por todas, coloque a cada cual en el lugar correspondiente. Alvin Evans va en esa línea, además de no soportar la idea de que sea una mujer quien dirija el país, labor que, por derecho, considera sólo para hombres.
          –¿Te sirvo otra cerveza? –preguntó el dueño del pequeño pub, en Knoxville, adonde se reúnen algunos granjeros de la comarca.
          –Sí –contestó Alvin.
          –Es raro que todavía no hayan venido los chicos –dijo el barman refiriéndose a los muchachos que se sentaban en la misma mesa con él.
          –Bueno, no sé –escueto en palabras.
          –¿Esperas o te pongo la hamburguesa?
          –Estoy hambriento, prepárala –cortó tajante. Minutos después cinco personas vestidas con tejanos y camisas de leñador se reunieron con Alvin Evans, cada uno con su respectiva jarra de cerveza en la mano y, tras intercambiar unas breves palabras, les comunicó lo que habrían de hacer: asustar a la hija del pasante, una jovencita, muy desarrollada en todos los sentidos.
          –Que no se os vaya la mano –dijo.
          –¿Y si por casualidad se nos va?
          –Pues no pasa nada, pertenecerá al apartado de daños colaterales… –Se levantó y fue a la vieja máquina de discos donde seleccionó un tema de Randy Owen, el principal solista de la banda country-rock “Alabama”, que tanto le gustaba.
          Cada día, regresando de la escuela, Aretha O’Neal se ocultaba entre los arbustos y vigilaba los alrededores de la casa por si a alguien se le ocurría atentar contra los suyos. Desde la visita de los encapuchados el ambiente del hogar se había vuelto más hostil. Desconfiaban de cualquiera y salían a lo meramente imprescindible, preferiblemente acompañados. Una vez que estaban todos, sellaban las ventanas con cierres de aluminio interiores hechos a medida, dejaban encendida la luz del porche y aseguraban aquellos puntos vulnerables por donde los gemelos podían escaparse. De repente dejaron de comentar cosas de la jornada, anécdotas, ni los mayores movían las caderas al ritmo de Elvis, tampoco el padre contaba ya esos chistes tan malos que no hacían reír a ninguno, la madre miraba de reojo a un lado y otro, siempre sobresaltada, regañando a los pequeños que no entendían por qué las cenas se convirtieron en silencios rotos sólo por el choque de cubiertos contra los platos. Aretha pensaba en las palabras susurradas por sus padres: genocidio, esclavitud, limpieza étnica, destierro…, términos cuyos significados se escapaban, pero que serían muy preocupantes para provocarles el llanto en la intimidad del dormitorio. Con un golpe muy suave de nudillos tocaron en la puerta de la habitación y eran los hermanos.
          –¿Pasa algo? –preguntó escondiendo detrás de la espalda una onza de chocolate.
          –No, nada en particular. ¿Qué guardas ahí? –se lo muestra
          –Cuando estoy preocupada necesito comer algo de dulce, pero como mamá siempre se enfada conmigo lo cojo a escondidas.
          –Bueno, no se lo diremos.
          –Gracias. Y ahora decidme qué está pasando, resulta todo tan raro.
          –Nosotros nos vamos a trabajar con el tío John a Orlinda, aquí nadie nos va a contratar y la familia empieza a necesitar dinero.
          –Explicaos, y no me digáis que soy joven, tengo derecho a saberlo –así lo hicieron.
          –Pero los abogados están para defender a cualquier persona, ¿no?
          –Sí, no obstante, papá es negro y eso lo empeora todo.
          –¿Cuándo os vais?
          –Pronto.
          –¿Lo saben ellos?
          –Todavía no.
          –¿Y a qué esperáis?, se van a llevar un disgusto.
          –Llevas razón. ¿Estás teniendo problemas? ¿Te acosa alguien? –preguntaron. Negó con la cabeza y ocultó que unos hombres merodean cada día las inmediaciones de la escuela y después la siguen hasta el cruce con Manhattan Ave. Aretha O’Neal, en ese preciso momento, ignoraba el giro radical que daría sus vidas. Como un martillo golpeando un cincel resonaba dentro de su cabeza limpieza étnica, destierro, esclavitud, genocidio, a cuál más asustadiza, a cuál menos grave.
          –¿Matarán a papá? –contuvieron la respiración al oír arañazos en la puerta, era uno de los gemelos–. ¿Qué haces aquí? Vamos, a la cama –dijeron. A tres horas y media de ellos, en la ciudad de Clarksville, a unos 80 kilómetros, al noroeste perdían la vida dos adultos y un niño a consecuencia del último tornado.
          Cuando el hijo mayor de Donna Hanks subía sofocado la cuesta que conduce a la casa y lo hacía apoyado en dos palos de senderismo, a ella le dio un vuelco el corazón cayéndosele el alma a los pies, ya que, aquel hombre demacrado, con treinta kilos menos, pómulos flácidos, dedos huesudos y pupilas opacas, no se parecía nada al muchacho musculoso, de lustre sano y mirada penetrante, que partió con destino a Riverdale, uno de los barrios más problemáticos de Chicago, para ser el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana. No pudo reprimir las lágrimas, sintió haber sido una madre egoísta.
          –¿Cuánto te quedarás?
          –No sé, el suficiente como para que te hartes de mí…
          –¡Qué bobada! Voy a preparar tu cuarto, el de siempre, está tal y como lo dejaste, no he tocado nada –avanzó por el pasillo ajena al acontecimiento tan tremendo que se le venía encima…

5 comentarios:

  1. De nuevo tu maestría con la mezcla de letras y temas, hace que nos quedemos pendientes hasta fin de año, al menos, de los tres temas expuestos hoy.
    Felices Fiestas a tod@s.

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  2. Me gusta que, además de viajar por Tennessee, obligas al lector a hacerlo hacia dentro, buscándonos las cosquillas emocionales. ¡Adelante!

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  3. María Doloresdiciembre 17, 2023

    Corren tiempos tan fuera de sí que leerte es un bálsamo.

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  4. Cada dos domingas llegas y lo alborotas todo, gracias por ayudarme a sentir

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  5. Cuidémonos, creyentes y no creyentes, y en especial tú, Mayte, que eres imprescindible. ¡Menuda escritora! Salud para tod@s. Abrazo.

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