domingo, 18 de diciembre de 2022

Detroit, una historia cualquiera

8.

Agradecimiento a mi amiga la doctora Fuentes,
sin cuya ayuda con la terminología médica
en este capítulo, no habría sido posible.


Cuando los profesionales del servicio de emergencias llegan frente al edificio de la Facultad de Derecho, donde Megan Aniston se ha desplomado frente al edificio de la Facultad de Derecho, ella ha recuperado la conciencia y está sentada en un poyete asegurando sentirse bien y dispuesta a reanudar su marcha, ya que el tonto accidente sólo ha sido un susto, algo sin importancia. Pero, tras la primera valoración que confirma falta de oxígeno, disnea y mucha fiebre, la llevan al Detroit Medical Center donde realizarán un examen exhaustivo descartando sospechas o corroborándolas. A pesar de que el coche patrulla de la oficina del sheriff del condado les precede, intentando abrir camino, se ven atrapados en una caravana de automóviles que van en dirección a las montañas para presenciar el momento irrepetible del eclipse lunar que se espera a partir de las 11:23 p.m. Minutos después, recostada en la camilla y con la lengua raspándole el paladar como si fuese lija, empeora de repente, aumentando también los episodios de tos y flemas, dolor agudo en el pecho, somnolencia y, aunque de momento no observan confusión o aturdimiento, no lo descartan. Por tanto, con el conjunto de síntomas significativos le comunican al conductor que informe a los agentes por radio para que hagan lo posible por sacarlos de ahí rápidamente. Así lo hace, y la policía, consciente de que iban a realizar la peligrosa acción de invadir el espacio del viandante, conectan el altavoz e instan a los peatones para que despejen la acera. Megan Aniston empeora por momentos acercándose al precipicio y entrando en la fase en la que cuesta un triunfo no abandonarse al sueño. No obstante, realiza el gran esfuerzo de contestar a los sanitarios pronunciando un nombre a medias: Ayden Car… Y entonces se desmaya.
          La urgencióloga adjunta que debía estar en familia celebrando su vigésimo cuarto aniversario de boda, dobla turno cubriendo a una compañera que ha tenido que ausentarse debido al brote de gastroenteritis que lleva días circulando por el hospital y que al final se va a cebar con todos. La tarde ha sido de lo más tranquila y confía en que la noche también lo sea, por eso aprovecha para descansar un rato en la sala de médicos antes de hacer la ronda rutinaria ya que todavía hay ingresados sin haber subido a planta. En la taquilla guarda la comida que trae de casa y el termo con café, lo saca todo y, tumbada en el sofá, se prepara para hacer una videollamada con su esposo. Sin embargo, alguien grita desde fuera que llega un código naranja. Sale deprisa pensando que una vez más le ha fallado. Reúne a la enfermera jefa de urgencias, a un par de residentes, otra auxiliar y, equipados con un EPI, aguardan en el muelle donde cada uno, sin disimular los nervios, recuerda los primeros meses de la pandemia y el caos que supuso para toda la comunidad médica y científica enfrentarse al flamante virus del que no se sabía nada, ni cómo plantarle cara. Aunque desde el inicio surgen nuevas variantes y cada dos por tres salta la noticia de que en China vuelven a confinar ciudades o suburbios siguiendo su estrategia de covid cero, en Estados Unidos hace bastante que no se dan casos graves, señal de que estamos haciendo las cosas medianamente bien. El guardia de seguridad, un afroamericano de casi dos metros y músculos que imponen, se ha posicionado en uno de los ángulos por si tiene que darle el alto a los curiosos. El rugido de las sirenas, que espantan a todo ser viviente, se oye cerca y las luces intermitentes, que parecen chispas saltando de perfil en el horizonte, se visualizan próximas pero, la espera se hace larga y los minutos avanzan a paso lento. Dentro del recinto hospitalario el parking ha quedado casi vacío, eso facilita que los roedores corran a sus anchas y busquen agujeros donde resguardarse del importante desplome de temperaturas que acaba de producirse. El eclipse trae consigo la negrura borrando del panal del cielo la estructura formada por las estrellas.
          –Mirad, ahí están –dice una voz temblorosa por detrás de ellos.
      –Mujer, setenta y dos años –vocea el camillero–. Desvanecimiento en la calle, no recuerda qué ha pasado. Ha vuelto a desmayarse, viene crítica.
          –Vamos dentro, rápido. ¿Cómo se llama? –pregunta la enfermera.
          –No lleva ninguna identificación salvo esta propaganda de Pope Francis Center en el bolsillo y un nombre incompleto que dijo antes de perder el conocimiento.
          –¿Habéis administrado algo? –dice un residente.
          –No, sólo lo básico para estabilizarla, pero a punto hemos estado de hacerle una incisión en la garganta para que respirase, por suerte ha remontado.
          –¿Es alérgica a algo?
          –No se sabe.
      –Bueno, gracias. Nos encargamos nosotros. –Sin embargo, la urgencióloga adjunta entiende que lo más acertado es pasarla directamente a la UCI. Así lo hacen.
          Violeta Reyes nunca quiso abandonar Cuba. Le gustaba su patria, su gente, el color del Caribe, recibir la brisa desde el Malecón, la generosidad de aquella tierra, el arraigado sentimiento de compartir lo poco que uno tiene, bailar la guaracha, estar con los suyos y comer yuca con mojo, pero al encarcelar a su esposo por motivos políticos, ambos comprendieron que los niños y ella debían salir de La Habana. Desgarrada de dolor, dejando atrás a sus padres octogenarios, enfermos y vulnerables, emprendió un camino sin retorno empezando a escribir la primera página del incierto y prometedor futuro. Junto a dos de sus hermanos, y gracias al cuñado que les facilitó papeles desde Estados Unidos, cogieron un avión llevando sólo lo puesto y cuyas coordenadas iban directas a pisar suelo americano. Al principio fue bastante complicado ubicar a los dos chavales de 12 y 13 años que, en plena explosión de la adolescencia, no entendían por qué tuvieron que dejar la escuela a la que fueron desde pequeños, a los compañeros de siempre y aquellos juegos que tan felices les hacían, pero el coraje de la mujer luchadora que ante la adversidad no se rendía era fuerte y, pese a las noticias desalentadoras que llegaban de la isla, se propuso seguir adelante. Meses después falleció el marido de muerte natural, lo encontraron los carceleros, tendido en la cama de la celda. Tras diversas circunstancias que no vienen al caso, comenzó a levantar cabeza en el estado de Michigan donde pudo convalidar el título de medicina y conseguir una plaza de intensivista en Detroit Medical Center, además de seguir estudiando nuevas técnicas para aliviar el sufrimiento de determinados pacientes que, de no haber sido así estarían desahuciados. Posteriormente, la lucha incansable que tanto la caracteriza, la vocación arraigada dignificando su oficio y la ferviente creencia de que todo ser humano merece la pena, ha sido suficiente para desempeñar el cargo de directora de la Unidad de Cuidados Intensivos, lo que ha compaginado con su faceta de activista.
          Cuando el 11 de marzo de 2020, Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), declaró el coronavirus Covid-19 pandemia global, Violeta Reyes, intensivista en Detroit Medical Center, tenía mucho miedo de llevar el virus impregnado en la piel y en las ropas y contagiar a sus hijos, ya que las vías de transmisión no estaban nada claras y todo era una gran incógnita. Pero unos buenos amigos, con chicos de la misma edad, se ofrecieron para tenerlos mientras que no mejorase la situación. Aceptó, aunque la decisión también fue dolorosa. Tras semanas de intensa e inagotable lucha, durmiendo poco y sin respiro, pilotó la iniciativa de establecer una red de comunicación entre profesionales sanitarios con los investigadores de Hospital Mount Sinai, de Nueva York, donde están los mejores científicos de la biología molecular de los virus de la gripe y otros patógenos. De esa forma, el hecho de compartir experiencias, métodos, tratamientos…, sirvió para atajar algo la tremenda incertidumbre del principio. Actualmente, lidera y coordina, en colaboración con algunos laboratorios, las pautas a seguir con determinados tratamientos que han demostrado una cuantiosa mejora respecto a los nuevos casos, la mayoría leves, excepto que la persona porte otras patologías. Ha escrito artículos académicos publicados en Journal of the American Medical Association (JAMA) y recibido menciones a su trabajo y dedicación. No obstante, el ingreso de Megan Aniston ha despertado en la memoria de la doctora los peores recuerdos cuando miles de personas morían solas y ellos caían derrumbados.
          –Hemos comprobado los resultados de las pruebas y creo que está muy claro. ¿A vosotros qué os parece? –pregunta al grupo de estudiantes que van con ella.
          –Yo diría que –responde uno de los flamantes médicos–, con toda probabilidad, por los síntomas que presenta, se trata, sin lugar a duda, de SARS-CoV-2
          –Macho, no seas tan técnico y di Covid que no estás delante del tribunal de examinadores de Harvard –dice una de las chicas que se inclina por la rama de cirugía.
          –No os peleéis, ambos tenéis vuestra parte de razón, pero el protocolo está activado y requiere de un lenguaje y términos adecuados. A ver, continuamos. ¿Quién puede detallarnos lo que debemos hacer primero?
          –Test de antígenos –interviene un colombiano en prácticas.
          –¿Y qué más?
          –También –salta otro estudiante–, un angioTAC para confirmar que el síncope ha sido a consecuencia de un tromboembolismo pulmonar (TEP).
          –Muy bien. ¿Y cuál sería el siguiente paso? –Violeta Reyes, directora de UCI, insiste siempre a los alumnos que la acompañan lo importante que es reflexionar antes de dar una respuesta que pueda equivocar un diagnóstico y, en consecuencia, el tratamiento a pautar.
          –Oxígeno a alto flujo –salta otro de ellos.
          –Correcto. ¿Y qué más?
          –Corticoides por sus efectos antiinflamatorios.
          –Antiviral de última generación.
          –¿Por qué?
          –Ha quedado demostrado –sigue el estudiante con su exposición– que la mayor farmacéutica de nuestro país los ha potenciado y los resultados son muy satisfactorios, mejora el estado general del paciente.
          –Antibioterapia –se atropellan unos a otros para subir nota.
          –¿Y no hay algo que se os escapa? –Violeta es muy consciente de que tiene delante de ella a un equipo de médicos que, en el futuro inmediato, se van a convertir en grandes profesionales porque tienen madera para ello.
          –¿El qué? –preguntan nerviosos y preocupados, ya que cometer un error a esas alturas de carrera puede restarles puntos.
          –Repasadlo todo paso a paso.
          –¡Ya sé! –salta la flamante cirujana–. Suministrarle heparina de bajo peso molecular.
          –Muy bien, querida. ¿Y por qué eso en lugar de anticoagulante de acción directa? –pregunta la titular.
          –Porque el tratamiento de inicio es ese, además es más fácil de revertir en caso de complicación, por ejemplo, si surgiera un sangrado. ¡Ya tendremos tiempo de pasarle a un anticoagulante oral una vez esté más estabilizada!
          –Perfecto. Durante los siguientes días haced un seguimiento del caso: anotaciones diarias respecto a la presión arterial, cantidad de orina vertida en las bolsas, coloración de heces y flemas, si las hubiera, saturación, arritmias, si empeora o se mantiene estable… En fin, pensad que de nosotros depende que los compañeros de planta, cuando suba, tengan una guía completa de cuanto ha acontecido aquí. Digamos que completamos las piezas de la evolución para que después ellos hagan los ajustes finales. Plasmad vuestra opinión, escribid el informe que adjuntaríais al historial médico y, sobre todo, no toméis decisiones a la ligera, sopesad los pros y los contras, preguntad lo que no sepáis o penda de la duda. Poner todo empeño por salvar cada vida humana es una responsabilidad adherida a nuestra vocación.
          –¿Nadie sabe su nombre? –preguntan.
          –Los colegas de la ambulancia no saben nada –contesta Violeta–. No obstante, en esa bolsa –se refiere a la que tiene colgada a los pies de la cama–, está su ropa, quizá encontremos algo. –A pesar de que eso era labor de los servicios sociales del hospital, la doctora Reyes procuraba responsabilizarse de todo lo referente al paciente mientras que estuviese en su unidad.
          –Si me lo permite, yo misma puedo mirar –contesta otra vez la colombiana.
          –No hay inconveniente.
          –¡Qué casualidad! –dice entusiasmada–, lleva propaganda de Pope Francis Center, mis abuelos son voluntarios ahí, les voy a preguntar.
         –Doctora Reyes –dice con timidez otra de las jóvenes que ha permanecido callada–: ¿es verdad que se dan casos de ictus en pacientes ingresados en UCI con covid-19?
          –Ocurre con frecuencia, tanto aquí como en cualquier otra planta convencional. Lo que sí sabemos es que aquellos que sufren ictus con infecciones concomitantes por covid-19, son más graves que quienes no tienen el virus. –Cuarenta y ocho horas más tarde a Megan Aniston se le desencadena una neumonía bilateral.
          Con el endoscopio listo para ser utilizado, tomando notas a gran velocidad, revisando las últimas placas de tórax y analítica más reciente, llevando doble mascarilla, gafa protectora y guantes de nitrilo, el equipo médico encabezado por Violeta Reyes conversa rodeando la cama de Megan Aniston, mientras que esta pelea por salir del cilindro herméticamente cerrado que la ha devuelto a los días de infancia, a las calamidades pasadas entonces y después, a la suerte que siempre estuvo desaparecida, a lo malo y lo regular que a lo largo de los años se ha cruzado en su camino, a los rostros de los que se fueron y de los que están, a la culpabilidad enconada por haber parido una hija con salud delicada, a lo complicado que le ha resultado abrirse camino siendo una mujer de color, a la mala experiencia de haber enviudado tres veces demasiado pronto. En definitiva, un repaso biográfico a toda una vida que ahora puede írsele de las manos. Varias millas más allá, simpatizantes de uno y otro partido, despliegan por las calles el júbilo de la bandera estadounidense celebrando los resultados que arrojarán las elecciones de Medio Mandato y, por consiguiente, el futuro de Estados Unidos y, en cascada, el del resto del mundo. Si yo siguiera al frente de la Motors Carson Company, con total seguridad habría votado a los republicanos Jack Bergman y John Moolenaar por el estado Michigan. Pero, aunque los demócratas Hillary Scholten y Bill Huizengal me caen bien, me importa un cuerno quien pilote la nación en estos momentos, ya que a este lado de la pobreza las cosas van a seguir más o menos igual de jodidas.
          –Gracias por su colaboración. ¡Alabado sea Dios! –dijo el reverendo Bob W. Perkins, al hijo de Joanne, mi antigua secretaria.
          –No hay de qué.
          –Es usted una persona muy humana y fiel a su cita semanal trayendo alimentos que ellos –señala hacia nosotros– agradecen tanto.
          –Todos debemos estar a la altura en la medida de nuestras posibilidades. Permítame hacerle una pregunta.
          –Por supuesto, faltaría más.
          –¿Cómo se llama aquel hombre?
          –¿Cuál? ¿El del gorro de lana?
          –No, el que está más allá.
          –¡Ah!, bueno. Es Ayden Carson. Un tipo bastante raro. Su familia era dueña de una importante empresa, fabricaban automóviles, pero se arruinaron como la mayoría del sector.
          –Ya. Mi madre, que actualmente tiene Alzheimer y está en residencia, trabajó para ellos. Es curioso, hace unos días cuando vine, le dije que me sonaba su cara de haberle visto en alguna foto con ella y lo negó.
          –Es muy introvertido, apenas habla con nadie.
          –Lo curioso es que ha estado viéndola y no sé cómo actuar: si abordarle o dejarlo estar.
          –Yo que usted no me molestaría. En fin, me esperan para el estudio de la Biblia. Vuelva pronto –dice con un apretón de manos al que el otro corresponde cordialmente.
          Regreso a casa y me resulta extraño caminar por los bulevares sin la charlatana de Megan Aniston pegada a mi lado, hilando una historia con otra sin respiro, hablando de sus antepasados, de arquitectura, de política, de lo que fuese con tal de no tener la boca callada. ¿Cómo imaginar lo que me esperaba al día siguiente a primera hora de la mañana…?

8 comentarios:

  1. Buenos días, Mayte! Qué ilusión tu agradecimiento. Es todo un honor para mí. Te ha quedado perfecto!! Enhorabuena amiga😘

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  2. Cada vez tu prosa está más depurada y la interactuación entre personajes mejor lograda. Vas por buen camino, por una ruta que te lleva a lo más profundo de USA y a tus lectores de la mano. Enhorabuena

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  3. De nuevo abordando temas de actualidad y, si bien yo me pierdo con tanto apunte médico, de mucho interés para conocer algo más de la maldita pandemia.
    Yo también quiero agradecer a la doctora Fuentes su aportación a esta apertura a los conocimientos de su profesión.
    Y aquí me quedo esperando como le puede afectar a Ayden el percance de Megan.
    Felices Fiestas a todos.🎄🥂

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  4. Reconozco que con cada entrega me sorprendes más, pero esta vez te has superado, compañera.

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  5. María Doloresdiciembre 18, 2022

    Sólo puedo añadir a lo ya dicho: MAESTRA

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  6. Tras la resaca de mi país por la victoria del Mundial de fútbol, he leído con euforia y calma su historia y me ha parecido suprema.

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  7. Cada entrega te superas. Espero intrigada la siguiente
    Gracias! Besos

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  8. Aunque unos días después de su publicación, por fin lo he leído y muy, muy interesante y con todo lujo de detalles que te hacen tener un contexto en el que ir viendo como poco a poco se va desarrollando esta historia. Gracias, como siempre. Lo compartiré luego en twitter

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