domingo, 6 de noviembre de 2022

Detroit, una historia cualquiera

5.

Año y medio después de morir papá cuando la situación económica era insostenible prescindí de todo el servicio excepto de Dominic, obligado a cumplir con él la cláusula añadida en el testamento donde se nos ordenaba que permaneciese con nosotros hasta el final de sus días. A pesar de que las manos de Chul-Moo ya no se movían ágiles por los fogones y la estructura del cuerpo dolorido y encorvado estaba muy deteriorada, encontró empleo en la cocina de un barco que, tras atravesar medio mundo, arribó en el principal puerto de su país de origen, lo cual significó el regreso del hijo pródigo a la patria y, aunque no quedaba vivo ninguno de sus allegados, y los paisajes guardados en la memoria en nada se parecían a la realidad, consiguió llegar hasta la provincia de Jeolla del Norte, al suroeste de la República de Corea del Sur, donde creció y presintió que algún día volvería para morir en la tierra que le vio nacer. Esa misma mañana Brody partió a Wisconsin donde abriría en breve un pequeño taller de reparación de automóviles y toda clase de maquinaria junto a la mujer que le había robado el corazón. Anterior a esa fecha, una vez, regresando de la empresa charlábamos en el coche y me dio a entender su intención de dejar el trabajo cuanto antes, pero yo le necesitaba un poco más para conservar una cierta apariencia. Así que, fiel a sus principios de lealtad aguantó hasta que le despedí. Para entonces mis hermanos Dakota y Colorado Sprint ya habían emprendido su propio camino lejos de Detroit. La casa, habitada por tres desconocidos, de repente entró en modo silencio. Estábamos faltos de liquidez para hacer frente a las facturas y mamá no dejaba de generar gastos superfluos engordando unos números rojos de escándalo, ni aceptaba la presencia del viejo jardinero considerando que aquello no era más que el capricho de su difunto esposo quien estaría descojonándose en la tumba. Sin embargo, a lo largo de algunas semanas permanecimos ahí hasta que, tras la imposibilidad de vender la mansión, embargada hasta los cimientos, no me quedó otra opción que instalarnos de manera provisional en un sencillo motel de dos estrellas a poca distancia del centro.
          –He conocido a una persona –dice mamá.
          –¡Coño! ¿Te has enamorado? –por alguna razón no me ha sorprendido.
          –¡No digas sandeces, Ayden! –exclama molesta.
        –A ver, que no me importa en absoluto, y conste que lo entiendo. Todavía eres una mujer muy atractiva y libre de hacer cuanto te plazca. En cualquier caso, reconoce que así, tan de sopetón, no lo esperaba –me justifico.
          –No dejes volar la imaginación que es sólo un amigo. Nos conocimos en la ópera, ama el arte, los buenos restaurantes, los viajes exóticos y, qué quieres que te diga, me siento muy sola, tú estás casi siempre en la fábrica, frecuentas otros ambientes, recibes a gente importante, cambias impresiones con ellos, pero yo me siento prisionera pagando las consecuencias de algo que, no he buscado ni merezco. He perdido el contacto con todas mis amistades porque me tratan y miran con lástima, y eso no lo soporto, igual que la vergüenza de no llevar en el bolsillo ni para un té. Además, como siga pegada a esa momia me voy a quedar sin energía –refiriéndose a Dominic.
          –Lamento muchísimo que tengas que pasar por esto, te juro que hago todo cuanto está en mi mano para normalizar nuestra vida.
       –¿Piensas de mí que soy una egoísta o todavía peor una frívola a la que sólo le preocupa su posición social y el concepto que tengan de mí los demás?
          –Ninguno de nosotros imaginó que caeríamos por un precipicio de difícil ascenso.
      –Desde luego. La culpa es de tu padre que fue un irresponsable y desconsiderado. Comprendo que tus sentimientos hacia él te impidan ver al verdadero hombre miserable que se escondía bajo su piel bronceada –hice una mueca.
          –Perdón por interrumpirles. No me esperen a cenar –el longevo jardinero viene hasta el saloncito a excusarse–, tengo el estómago algo revuelto y, si ustedes no tienen inconveniente, preferiría retirarme a descansar.
          –Claro. ¿Quieres que venga el médico?
          –No, por Dios, no es nada. Mañana estaré mucho mejor, seguro.
          –Entonces ordenaré que te suban una bandeja con alimentos.
          –De verdad que no me apetece. Muchísimas gracias.
          –Como prefieras, pero llámame si te encuentras mal, por favor.
    –Así lo hare, señorito. A sus pies, señora –Mamá no respondió por desprecio e indiferencia. 
       –Oye, no te atreverás a gastar nuestro dinero en un matasanos para que visite al viejo, ¿verdad?
          –¡Ay!, eres tremenda –nunca sospeche que con los años me volvería igual de distante y frío que ella–. Son las 6:00 p.m. y mañana he de estar pronto en la oficina. ¿Pasamos a cenar?
          –Entra tú, a mí me esperan. –Se levantó, besó mi frente, guiñó un ojo e hizo gala de esa personalidad tan suya subida en los zapatos de aguja que nadie lleva mejor que ella. Entonces, altiva y prepotente, con andares elegantes, recorriendo el largo pasillo, desafió a los semejantes con una caída de pestañas por encima de los hombros.
          Miré por la ventana y aún era noche cerrada, todavía faltaba más de media hora para que tocase el despertador, pero como tenía la lengua pegada al paladar, me levanté a meter la boca debajo del grifo del lavabo y, sin atragantarme, beber toda el agua que pude. Así que, una vez desvelado lo mejor que podía hacer era darme una ducha y empezar la jornada. La pantalla del portátil permanecía encendida con el documento del último balance sin cuadrar, lo repasé de nuevo y entonces vi dónde estaba el error: resulta que hay pagos cuyos justificantes no aparecen o lo que es todavía peor: puede que jamás hayan existido. Es decir, alguien se lo estaba llevando crudo. Me vestí corriendo y salí escopetado para la oficina, no sin antes…
          –¡Mister Carson! ¡Mister Carson! –dijeron desde el mostrador de recepción.
          –¿Sí? –respondí–. Lo siento, tengo mucha prisa y no me puedo entretener.
          –El caballero de la 325 ha dejado esto para usted.
          –¿Se encontraba mal? – pregunté mientras sacaba la nota del sobre.
          –No sabría decirle, en ese momento estaba otro compañero.
          –¿Hace mucho?
          – Supongo que no, he venido hace treinta minutos y el sobre ya estaba el mostrador.
          Unas breves líneas de trazo infantil y pulso tembloroso resumían la despedida de un hombre agradecido a su antiguo jefe por la consideración de ofrecerle cobijo junto a la familia y también a mí por cumplirlo. Sin embargo, tras el giro del presente se veía obligado a tomar un camino distinto esperando que tal decisión no enfadase a los señores. Finalizaba expresando su cariño hacia mí y apuntando que en el dormitorio había dejado unas flores para mamá. Una vez más sentí que había fracasado, por eso me eché a la calle y le busqué casi sin descanso durante tres días en diversas organizaciones e iglesias adonde acuden homeless. No obstante, el entrañable anciano que se incorporó a nuestro servicio en tiempos de la abuela, a pesar del empeño que puse por encontrarle, desapareció sin dejar rastro. Tiempo después salió en el periódico la noticia del hallazgo del cadáver de un mendigo, a orillas del río e identificado como Dominic McCarthy, cuerpo nadie reclamó. Las siguientes semanas luché duro contra un fuerte resfriado, aunque seguí pilotando la empresa.
          –¿Quién autorizó el pago de estos cheques? ¿Y por qué no se me ha informado al respecto? –interpelé al administrador agitando con la mano el listado que acababa de imprimir.
          –La orden vino de su madre –dijo con un hilo de voz– y supuse que estaría al corriente.
          –Deme el talonario.
          –Lo siento, pero no es posible.
          –¿Por qué?
          –A raíz de morir su padre lo tiene ella.
          –Convoque al abogado para una reunión en mi despacho a primera hora de esta tarde.
          –No me malinterprete jefe, pero dicha tarea no me corresponde hacerla a mí si no a su ayudante.
         –¡Llámelo, ya! ¿No ve que no hay secretaria porque está enferma? –lo hizo sin rechistar aunque el enfado le duró meses.
     –Perdón por el retraso, hay un tráfico infernal –se quejó tomando asiento antes de ofrecérselo–. ¿Qué puedo hacer por usted? –El letrado apenas rondaba la treintena de edad. Recién llegado de Nueva Inglaterra se presentó al proceso de selección para cubrir una vacante en el bufete que nos representaba y dado su completísimo currículum y lo apabullante de las cartas de recomendación adjuntas, los asociados no dudaron en darle una oportunidad asignándole la cartera de aquellos clientes que menos importaban o quizá la de los presuntos candidatos a caerse de la parrilla, entre los que, lamentablemente, nos encontrábamos nosotros.
          –Quiero que redacte un papel donde especifique que, sin mi consentimiento, como director general de esta compañía, ningún miembro de la familia Carson puede disponer de dinero. Imagino que le habrán puesto al corriente de nuestra delicada situación y de la voluntad que mi padre dejó escrita en el testamento. –Muy concentrado en lo que leía tardó algunos minutos en contestar.
          –Eso que me pide he de consultarlo ya que el testador no lo especifica tal cual, tan sólo se refiere a la asignación para los otros hijos, el regalo de una propiedad al ama de llaves, las condiciones explícitas que le pone a su esposa si quiere seguir disfrutando del hogar y que se hagan cargo del jardinero, además de nombrar gerente de la empresa a su primogénito. Es decir, usted. En cuanto a vetar gestiones bancarias no consta ninguna clausula añadida.
          –Pues informe cuanto antes de mi petición a quien corresponda o me veré obligado a tomar otra determinación que no gustará nada, créame.
          –No sea extremista, hombre de Dios, encontraremos la manera de resolverlo, hay que tener mucha delicadeza con este tipo de cosas tan susceptibles no vaya a entenderse como que quiere acaparar el control absoluto, algo que podría terminar mal y en los tribunales, imagino que no será ese su propósito, ¿verdad?
          –Eso nos perjudicaría a todos, sobre todo nuestra imagen, además no hace falta llegar tan lejos. –El licenciado, convencido de que debía demostrar su valía y cuidándose mucho de no cometer algún fallo que le hiciese perder el empleo, en su cabeza tejió el argumento con el que convencería a la entidad bancaria satisfaciendo también el deseo del cliente, así como los propios intereses de la firma a la que representa.
          El área de aparcamiento del motel estaba desierta con apenas media docena de coches, un par de bicicletas sujetas con candado y un saco de pienso para gatos que alguien se dejó apoyado en una columna. Por el horizonte aparecía la luna llena dando solemnidad al paisaje desdibujado de luces. Había refrescado, lo cual auguraba que la noche sería gélida. Todo estaba en silencio excepto la televisión del recepcionista con uno de esos programas de humor tan americanos. Mamá regresaba a pie y yo diría que algo achispada. Viéndola así, en el fondo me sabía muy mal tener un desencuentro con  ella a consecuencia del asunto que debíamos tratar, sobre todo, porque conociéndola pondría el grito en el cielo y a mí a parir. Sin embargo, había que hacerlo, así que crucé los dedos y me dije que cuanto antes se aclarasen las cosas desagradables, mucho mejor. Unos golpes sueves de nudillo sonaron en la puerta de mi habitación, venía canturreando una melodía para mí desconocida, abrí de golpe y no la dejé hablar.
          –¿Cómo se te ocurre sacar del banco una cantidad de dinero tan desorbitada sabiendo que estamos arruinados? –mamá me miró de arriba abajo, torció un poco la cabeza, emitió con la lengua un ruido insignificante, se dejó caer en la silla, cruzó una pierna sobre otra y…
             –No tengo que darte explicaciones.
        –Por supuesto que sí, eso que has decidido gastar a tu antojo era para pagar los sueldos de la plantilla y ahora tendré problemas, incluso podrían denunciarme por impago.
            –Pues les dices que se lo darás el próximo mes, no creo que sea para tanto.
          –Es una barbaridad lo que acabas de soltar, haré como que no te he escuchado –yo caminaba desesperado de pared a pared de la habitación–. ¿Crees que esas personas no tienen derecho a reclamar lo ganado honradamente? –A decir verdad, lo que menos me importaba eran las calamidades de los trabajadores y sí el desprestigio que una vez más se cebaría triturándonos en los corrillos de la alta sociedad y de los que casi ya nos habían expulsado.
        –Como comprenderás no voy a consentir que mi hija se case sin un banquete de bodas apropiado a nuestra posición –sonó contundente– y acorde a lo que ha significado para el desarrollo de esta ciudad, del estado de Michigan, de todo el país en general, el apellido Carson. Como tampoco que no luzca un vestido en condiciones, ni haya una larga lista de invitados, a los que tú, como padrino, harás llegar personalmente la invitación. Así que, ve haciéndote a la idea: necesitaré mucho efectivo y, por supuesto, una lujosa casa en donde recibir a sus futuros suegros y no en esta pocilga a la que me has traído.
          –No pongas las cosas más difíciles. Admite que no somos los que éramos y no queda más remedio que adaptarse.
          –Mañana tenemos la primera prueba en el modisto, he pedido que la cuenta te la envíen a ti, encárgate de no dejarme en mal lugar. –Durante más de una hora manifestamos nuestras discrepancias resumidas en puntos de vista encontrados o prioridades muy diferentes. Sin embargo, reconozco que de haber tenido menos responsabilidades que me ataban de pies y manos, yo también habría ejercido la misma rebeldía y presión que mamá negándome a descender a los infiernos.
          –¿Quién es el afortunado? –la cogí desprevenida y con toda su artillería a punto de cargar sobre mí–. Supongo que no se habrá enamorado de un simple obrero, ¿verdad? –dije con sarcasmo–, no lo habrías consentido, ¿me equivoco, madre?
          –Veo que tu crueldad no tiene límites. Para tu información, y ya que estás tan intrigado, es un granjero de Texas dedicado a la cría de caballos de raza –tenía las mejillas coloradas en señal de enfado.
          –Mira por donde ahora iremos a los rodeos sin gastar un centavo. ¿Te parece bien que me haga el traje de cowboy antes que el de chaqué? –Salió del dormitorio como un huracán dando un portazo. Aunque mi hermana Dakota se había independizado hacía bastante y andaba de un sitio a otro probando suerte con el amor, era una carga económica sin límite, por tanto, la noticia del enlace fue realmente un alivio. Estudié diversas posibilidades para conseguir dinero inmediato, tales como sacar al mercado un paquete de acciones de la compañía, pero al final todos los caminos me llevaban a un mismo punto: ceder parte de los derechos de explotación.
          –Disculpe, señor, llaman por teléfono e insisten en hablar con usted –dijo el sustituto de Joanne hasta que esta pueda incorporarse. El joven prestaba mucha atención en todo y la verdad es que permaneció ahí mientras la Motors Carson Company estuvo abierta.
          –Pásemelo y que no me moleste nadie, por favor.
          –Descuide –y haciéndose el interesante, continuó–: me ocuparé personalmente de que así sea.
          Yo también esperaba esa comunicación como agua de mayo ya que, a través de un diplomático, antiguo amigo de papá, supe del grandísimo interés que tenía un pez gordo de la industria automotriz canadiense por adquirir las patentes que estaba dispuesto a sacrificar, aunque no a cualquier precio, claro. Con la sensación de que me faltase el aire aflojé un poco el nudo de la corbata, tomé dos tragos de agua, respiré hondo, tragué saliva y descolgué el auricular. Al otro lado del teléfono una voz grave esparció las garras de una oferta abusiva desde mi punto de vista, pero dadas las circunstancias familiares no podía rechazarla. Al día siguiente periódicos de tirada nacional y extranjeros sacaron la noticia a doble página junto al amplio reportaje fotográfico de la Motors Carson Company, desde su inauguración en 1905, con el abuelo a la cabeza, hasta que tomé las riendas. Las crónicas señalaban mi incapacidad como responsable de una empresa a la que le hubiese ido mejor con el tío James de director, a pesar de llevar desde la adolescencia ingresado en un centro psiquiátrico…

7 comentarios:

  1. Veo que sigues en la línea de mantenernos pendiente del relato haciendo aflorar todas condiciones humanas y como siempre con una narrativa de máxima puntuación.
    Muchas gracias por el regalo quincenal.

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  2. Me gusta mucho el desarrollo que tiene la conversación entre Ayden Carson y su madre. Esta es una gran novela.

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  3. Luego necesitaré leerla de principio a fin y empaparme bien de la descripción que haces de la sociedad americana.

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  4. No siempre se puede conectar a internet desde mi país, pero cuando puedo y el calendario marca 15 días, lo primero que hago es leerla a usted y soñar que paseo por los escenarios que describe. Gracias por hacerlo tan bien.

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  5. María Doloresnoviembre 06, 2022

    Describes muy bien el ambiente de Detroit y manejas a los personajes con mucha maestría. Te admiro.

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  6. Es un placer contar con nuevas entregas. Es maravilloso cómo nos haces seguir la evolución del personaje y seguir esta historia.
    Muchas gracias

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  7. Verte manejar y describir situaciones, crear conflictos y tratar a los personajes me lleva a pensar que, aparte una gran novelista, podrías ser una buena dramaturga.
    Me entusiasma el relato, amiga. ¿Qué más decir? Besos.

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