domingo, 9 de octubre de 2022

Detroit, una historia cualquiera

3.
 
El accidente cerebrovascular que sufrió papá paralizó su lado derecho y parte del izquierdo, necesitando ayuda permanente las veinticuatro horas del día. Mamá no lo llevaba bien y buscaba excusas tontas o largos viajes que la mantenían fuera de casa el mayor tiempo posible. En cuanto a nosotros, inmersos en nuestros quehaceres y diversiones, tampoco podíamos ocuparnos de él. Así que, entre el ama de llaves y el jardinero se las apañaban para cuidarle. De lunes a viernes venían dos enfermeras, le aseaban, cambiaban la sonda, hacían analítica, cura de escaras y ejercicios en brazos y piernas para que las extremidades no se le quedasen rígidas. Durante el fin de semana lo hacía una suplente. Esa mañana cuando se acercó a la cama descubrió que ya no respiraba, era su primer cadáver y perdió los nervios. Alarmados por las voces que salían del dormitorio, entraron mi hermana Dakota seguida por Brody quien trató de reanimarle, en vista de que no, llamaron a emergencias, pero nada pudieron hacer ya que llevaba varias horas muerto, según recogió después el informe de la autopsia. El entierro fue multitudinario, miles de personas se dieron cita llenando bulevares, plazas y avenidas donde no cabía un solo alfiler para despedir al magnate de la industria automotriz que, agradecidos y eternamente en deuda con él, había proporcionado riqueza y publicidad no sólo a la ciudad de Detroit, sino al conjunto del estado de Michigan.
         No habían pasado ni cuarenta y ocho horas cuando todos los miembros de la familia, además de Emily, fuimos citados en el despacho del abogado donde se dio lectura del testamento. Siguiendo las indicaciones del testador primero informó al ama de llaves de que iba a recibir en herencia una humilde parcela, rica en agricultura, en la villa Ashley, en el condado de Gratiot, adonde podría iniciar una nueva vida sin depender de nadie.
          –Si es tan amable ya puede salir, por favor –indicó el letrado mirándola por encima de la gafa.
          –Vuestro padre estaba loco de remate, mira que dejarle a la criada una de las tierras que nos corresponden –su enfado no era propio en una viuda afectada–. ¿Se puede impugnar?
          –Me temo que no, señora.
          –Pues que queréis que os diga –saltó Dakota–, lo veo justo porque ha cuidado de él en la recta final de su vida.
          –Sigamos: a mis hijos pequeños les dejo una asignación económica que sólo podrán gastar en estudios y que será administrada por mi representante legal. Es decir, un servidor. En cuanto a mi esposa, continuará viviendo en la casa hasta que se venda o contraiga matrimonio de nuevo.
          –¡Qué disparate! –mamá entraba en cólera– ¿Cómo que hasta que se venda? ¿Y de las demás propiedades no pone nada?
          –Lamento comunicarles que no queda ninguna, se deshizo de la mayoría de los inmuebles para paliar algunas deudas de la empresa –informó el letrado
          –¿Y el dinero que había en el banco? –preguntó ella.
          –Hubo que pagar a diversos acreedores. El señor Carson, desestimando el consejo de nuestro bufete, apostó por un negocio en el mercado oriental que jamás prosperó, de modo que, para pagar a los trabajadores, deshizo poco a poco las operaciones de inversión.
          –¿Quiere decir que estamos arruinados?
          –No, hay que superar esta mala racha vendiendo muchos automóviles. –Pero tanto él como yo sabíamos que el mercado estaba hundido.
          –¿Cómo no nos has dicho nada? –oí por boca de los tres–. ¿Eras cómplice de papá?
          –Es la primera noticia que tengo.
          –Oigan, arreglen sus diferencias después y continuemos. A Ayden, el mayor de los tres, le dejo al frente de la Motors Carson Company para que, siguiendo las directrices que he dejado marcadas mantenga el estandarte de nuestro apellido en el lugar que corresponde. Y, por último –añadió el letrado–, hay una cláusula que se refiere a Dominic, el jardinero.
          –No fastidie –interrumpió mamá–. ¿Para esté también nos ha reservado alguna sorpresita?
          –No, textualmente dice muy claro que, mientras viva, deberá continuar con ustedes.
          –Al final va a resultar que el viejo tenía corazón para los de fuera –irrumpió mi hermano Colorado Sprint– y bastante mala leche con los de dentro. –Abandonamos el despacho por separado y lo hicimos silenciosos, defraudados, insatisfechos, traicionados por aquel ser caprichoso que siempre se salía con la suya, pesase a quien pesase.
          Durante las siguientes semanas desentrañé la verdadera situación de la empresa sumergida en un pozo al que ya no le quedaba ni una sola gota de agua. Una tarde cuando regresé a casa encontré a mamá quemando papeles. Rescaté de sus garras cuantos pude, los ojeé y, sinceramente, no entendí nada. También hallé un par de libros de registros con inexplicables errores en las partidas. Lo cogí todo y volví a la oficina. Entonces descubrí una contabilidad paralela, impago de facturas, devolución de cheques sin fondo y lo que es peor aún nuestra reputación en entredicho.
          –¿Desde cuándo estamos así –pregunté al hombre de confianza de mi padre– y por qué usted no me ha puesto al corriente?
          –Cumplía órdenes del señor Carson. Mire, yo no quiero problemas, si me dicen que pinte las paredes de amarillo, yo las pinto, que haga un seguimiento a un cliente, y lo hago, que declare en contra de quien sea, y declaro. A mí el amo que me paga enseguida soy su fiel guardián.
          –Muy bien. No obstante, aclaremos algunas cosas: él ya no está y ahora mando yo.
         –Por supuesto, y con gusto seré también sus ojos, sé cómo manejar al ganado para que no se disperse y a las ratas financieras.
          –Es que no le quiero cerca, su contrato especifica que es montador de tapicerías y ahí va a volver.
          –Puedo hacerle mucho daño a la compañía si destapo todos los asuntos sucios que conozco.
          –Atrévase. ¡Vamos, hágalo! ¿Quiere ir a los tribunales? ¿Acaso no sabe que el viejo se cubrió muy bien las espaldas y la única firma que figura en los trapicheos es la suya? ¿Se las da de listillo y no vio venir la jugada? ¡Qué decepción! –Giré sobre mis talones y le dejé con la palabra en la boca. Notaba la fuerza de una corriente empujándome hacia un precipicio por el que todos esperaban que me despeñara, sin embargo, el reto era demostrar que iba a reflotar el barco.
          –Joanne, convoque mañana a los jefes de departamento a una reunión –dije a la secretaria– y consígame los movimientos bancarios actualizados.
          –De acuerdo. ¿A qué hora les digo?
          –A las 8:00 a.m. ¡Ah!, otra cosa: anule las citas de los próximo quince días.
          –¿La del Gobernador también?
     –Por supuesto, recibirá el mismo tratamiento que los demás. ¿Alguna objeción al respecto? –sonreí y continué–. También quiero revisar los documentos de los últimos veinte años.
          –¿Todos?
          –Sí, que alguien de administración la ayude.
          –No es eso, jefe.
          –¿Entonces cuál es el problema?
        –Pues que la mitad de ellos están guardados en la caja fuerte del sótano y no tenemos acceso.
          –Explíquese porque no me entero.
     –El señor Carson y él –refiriéndose al hombre con el que yo acababa de hablar– mandaron instalarla allí y sólo ellos conocen su contenido. –Me sentí ridículo ante su mirada de compasión por tener delante de sus narices al director de empresa más ninguneado de la historia de los Estados Unidos de América. Fui a la sala de montaje, busqué al individuo en cuestión y, junto con cinco compañeros más, le exigí que nos condujese hasta aquel laberinto de pasillos que desembocaban en un cuarto donde antes estuvo el antiguo depósito de agua y ahora una caja de hierro ensamblada entre ladrillos.
          –Ábrala, deme la combinación y espere arriba –dije autoritario.
          –Imposible, juré sobre la Biblia que bajo ningún concepto da…
          –Haga lo que le digo o llamo a seguridad.
         –No se ponga así, muchacho. Allá su conciencia. –Con dedos ágiles giró la rueda varias veces a derecha e izquierda, hasta que se desbloqueó el pestillo con un sonido ronco.
      –Recoja sus cosas, está despedido. –Tardamos más de dos horas en llevar a mi despacho enormes archivadores, carpetas, sobres lacrados, facturas falsas, abales de propiedades inexistentes, inversiones de amigos, conocidos y allegados que confiaron sus ahorros a mi padre con la esperanza de duplicarlos y tenerlos a buen recaudo en paraísos fiscales, sin saber que nunca llegarían a tal destino.
          –Redacte una carta de despido, Joanne.
          –Ya lo hice.
          –Deme que la firmo y márchese a casa.
          –No tengo prisa, puedo quedarme y le ayudo.
        –No, de verdad. Muchas gracias, esto he de hacerlo solo, hemos tenido un día muy largo y mañana la quiero fresca.
          –Ayden –la miré con actitud paciente–, me alegro de que esté usted al mando y de perder de vista al tío ese, es un prepotente maleducado que no soporta que una mujer como yo esté al frente de puestos de trabajo que según su criterio sólo pueden desempeñar los hombres.
          Durante toda la noche puse orden en las notas que fui tomando pero la conclusión es que no iba a ser fácil salir del atolladero. Me miré en el espejo del cuarto de baño y vi que tenía un aspecto lamentable, así que, antes de que llegasen los trabajadores y trabajadoras, me afeité y arreglé el pelo, saqué una camisa limpia que siempre tenía en reserva y enchufé la jarra de café para despejarme. Mi fiel secretaria ya había llegado.
          Good morning. ¿Están esperando? –pregunté.
          –Sí, en la sala de juntas.
          –Deme un par de minutos y venga conmigo.
          –Claro. –Respiré hondo, bebí la taza de café y entramos.
        Agradecí a los seis hombres haber acudido a la cita y les puse al corriente de la delicada situación en la que nos encontrábamos prometiéndoles levantar de nuevo la compañía por ellos, por sus familias, por mi orgullo y para que Dios guarde a América. Sin embargo, nunca lo cumplí. Mientras recuerdo esos episodios espero turno en la cola del hambre…
          –¡Hello, Ayden! ¿Le duele menos la espalda? –se interesa por mí el pastor.
          –Igual.
          –Ayer faltaste al estudio de la Biblia.
          –Tuve cosas que hacer.
          –Bueno, celebro que estés ocupado.
          –Sí, yo también –respondí como ausente.
          –Pero no dejes de venir, ¡eh!
          –¡Claro!
          –Espero verte en el próximo bautismo de creyentes, no nos falles.
          Se despide con una palmada en la espalda y conversa con otras personas. Hace diez años que Bob W. Perkins está al frente de todo esto y desde entonces las cosas funcionan mucho mejor respecto a la ayuda que se ofrece a los más necesitados. Vino con su esposa y dos niños pequeños desde la costa este tras haberse formado en Boston y Nueva York al lado de los mejores predicadores contemporáneos. Sin embargo, quiso hacer un cambio radical y probar en el Medio Oeste sin calcular que aterrizaba en la metrópoli hundida y que dicha decisión marcaría un futuro quizá incierto para los suyos. No obstante, se adaptaron pronto y pelearon duro consiguiendo que esto sea un lugar habitable donde acudimos gente muy dispar, cada uno con su fracaso a cuestas, con lo que fue y ya no será, con las ropas rasgadas y el corazón endurecido, con la esperanza desaparecida igual que el paisaje donde crecimos. Hay quienes buscan dentro de este espacio sentirse seguros, otros el prestigio y respeto perdidos y algunos prestar un servicio desinteresado a la comunidad, pero todos, de una manera u otra, herramientas tangibles con las que reconfortar el espíritu. Aquí he conocido a Megan Aniston, una mujer de color a la que el destino no le ha sonreído demasiado. Días antes de cumplir la mayoría de edad ya tenía encima a su primer marido, dejándola viuda a los dieciséis meses de casados y preñada de cinco. Su segundo esposo fue un alcohólico que desaparecía del hogar largas temporadas y, cuando volvía cada diez meses, era para embarazarla y empeñar las pocas cosas que quedaban intactas. De manera que, con seis hijos a su cargo y para que los servicios sociales no se los quitara, empezó a trabajar en un restaurante de comida rápida donde se tiraban muchos alimentos que nadie había tocado y que los camareros aprovechaban. Así que, de repente, un sabroso surtido de aquello que más les gusta a los niños y a las niñas completaba sus cenas. Una noche, al término de la jornada, con el salón recogido y listo para el día siguiente, la policía la esperaba en la puerta. El dueño, más preocupado por su reputación que por la presunta detención de la empleada, rogó que se alejasen del recinto, pero en ese mismo instante el agente acababa de comunicarla el accidente mortal de automóvil sufrido por su marido. El tercero fue un cliente asiduo que acodado en la barra solo bebía botellas de soda y también la llevó al altar vestida de luto. Resultó ser una buenísima persona con ella y sus hijos e hijas, pero con un peligroso hobby: las armas. Una tarde, limpiando su escopeta, se disparó, la bala entró por la sien. Ese fue el punto final a toda su vida conyugal.
          –¿Te molesta si caminamos juntos, Ayden? –pregunta Megan sorprendiéndome–. He de ir a buscar a los suegros de mi hija que vienen desde Windsor, ya sabes que está delicada de salud y no puede hacer a pie trayectos largos.
          –La calle no es de mi propiedad –digo lo más desagradable que puedo para quitármela de encima–, haz lo que te plazca.
          –¿Has estado alguna vez en la provincia de Ontario?
          –Sí.
        –¡Ay, chico!, lo que daría por conocer Canadá, bueno y el mundo entero. Cuando vienen cuentan siempre maravillas del país. Residen en un municipio al noroeste y por las fotos que enseñan el paisaje es idílico. En fin, una maravilla.
          –No es para tanto.
        –¡Cómo que no! ¿Y qué me dices del lago de las Montañas Rocosas? ¿Y la elegancia de los territorios de habla francesa? No lo niegues, con esas señoras tan bien vestidas, peinadas y maquilladas perfectamente, sin una sola arruga que destaque y levantando el dedo meñique para tomar el té. ¿Y las cataratas del Niágara, eh?
          –Nada que no tengamos nosotros.
          –Pues qué quieres que te diga, a mí ese glamour me fascina y preocuparse sólo de uno mismo.
          –Tonterías.
    –¡Eres tremendo! Hoy he conseguido leche para mis nietos, parecen ya unos hombretones, espero que algún día puedan largarse a otro Estado donde encuentren más oportunidad de crecer y prosperar. El salario del padre no alcanza y mi retiro tampoco, así que, no queda más remedio que tragarse la dignidad y hacer por ellos lo que sea necesario.              –Ya.
          –También llevo un paquete de café y algunas latas.
          –¿Y tú?
          –¿Oye no vas a dejar de hablar ni un momento? –Ignoró la pregunta.
          –La semana pasada en mi edificio murieron diez personas, el casero es negacionista y nos ocultó que fue por COVID-19. Ese mismo día realquiló las casas sin haber desinfectado.
          –¿Y, qué esperabas, un comunicado oficial a doble página en The Washington Post?
       –Hombre, algo de empatía con el resto de los inquilinos sí, hay personas muy vulnerables y todos pasamos por las zonas comunes.
          –La era de los blandos ha terminado.
          –Aunque te haces el duro sé que en el fondo no lo eres’. ‘Es la ley de la jungla
          –¿Es cierto que fuiste millonario y lo perdiste todo en una partida de póker?
      –¡Qué más da! No tengo por qué darte explicaciones. Bueno, hemos llegado al Riverwalk, me quedo aquí.
          –¿Por dónde salen los automóviles que cruzan el río por debajo del túnel hasta la aduana?
          –En aquella explanada hay un cartel bien grande que lo indica, ¿no sabes leer?
          –¡Te empeñas en ser borde y no lo vas a conseguir!
          –Sí, sí lo soy. Hasta la vista. –Doy media vuelta y me apiado de aquella buena mujer que tiene un concepto de mí erróneo.
          Cómo explicar que cuando estás arriba y la vida discurre fácil, con peones que alisan el camino y apartan los obstáculos, los cuellos de las camisas bien planchados, el refrigerador siempre lleno, la perspectiva de futuro a la vuelta de la esquina, el dormitorio caldeado, la puerta de los casinos y los reservados en el prostíbulo a tu disposición, arribar un nuevo proyecto ilusionante o tener la certeza de que nada irá en contra tuyo, no acabas por acostumbrarte al marasmo de los solares vacíos que crecen dentro de ti cuando lo has perdido todo excepto la vida. Por mucho que me empeñase en explicar que la peor catástrofe para mí ha sido el declive de mis negocios convirtiéndome en el esqueleto arruinado que ahora soy, nunca sería un argumento sólido para alguien cuya máxima preocupación diaria es que los suyos no pasen hambre. Miro a mi alrededor y acepto que soy un mendigo con excesivos aires de grandeza, otro bloque de hormigón que ha contribuido a hundir el tejado de la gran Detroit, alimentando leyendas de plagas bíblicas que hacen mella en la sociedad. Entonces, viéndola irse libre de rencor, siento verdadera envidia de ella…

7 comentarios:

  1. Además de que todo el texto está muy bien escrito y la trama consigue crear un clima de intriga para la reflexión, el papel del "ama de llaves" norteamericano lo describes perfectamente. Una vez más mi enhorabuena e invitarte a que sigas dándonos aire fresco cada dos domingos. Un beso, nena.

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  2. Además de lo que dice Elvira solamente añadir una cosa: gracias por escribir tan lindo

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  3. Me gusta cómo interactúan Ayden y Megan, ambos personajes prometen.

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  4. Por repetitivo que parezca tengo que darte las gracias por la abstracción que me causa leer tus relatos, simplemente me trasladan al lugar que describes. Es un lujazo.

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  5. María Doloresoctubre 11, 2022

    Destacar que la frialdad de Ayden es cortina de protección y lo reflejas muy bien. Adelante

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  6. Si escribieses teatro creo que la dramaturgia sería un trabajo liviano para actores y actrices: el lenguaje de las acciones, actividades, intenciones... Los personajes son dibujados con breves pinceladas que llegan al hondón de los mismos. ¡Admirable! Besos.

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  7. Añado a lo dicho en comentarios anteriores, el placer de su lectura y recorrer la historia de Ayden. A la espera de siguientes entregas. Muchas gracias.

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