domingo, 15 de julio de 2018

Nueva York. Semana veintiocho, mes de julio

Encabezada por los líderes estudiantiles, el 10 de mayo de 1968, “la noche de las barricadas”, una multitud indefinida de jóvenes, obreros y militantes políticos, cansados del autoritarismo, las costumbres impuestas y el acatamiento porque sí, se manifestó invadiendo el Barrio Latino de París, en la mayor protesta revolucionaria hasta entonces. Fue tal la repercusión internacional que en Polonia comenzó a producirse la caída de los soviets. Unos años antes, a 10.000 kilómetros, en la Universidad de Berkeley, −California−, al otro lado de la Bahía de San Francisco, se había iniciado el movimiento sureño de defensa de los derechos civiles. Nadie podía imaginar que la vida corriera tan deprisa. Grupos de izquierda agitaban la sociedad uniéndose a la lucha conocida como El cinturón del hambre, ya que en esos años acontecía una de las mayores sequías en todo el Sahel africano. Aquellos activistas protagonizaron un cambio social y generacional que sustenta los pilares de libertad que hoy disfrutamos, pero la memoria decae con el vértigo del presente y se empaña en la distancia.
          Un año después…
          “Nueva York. Semana veintiocho, mes de julio. De un tiempo a esta parte, para alguien como yo, que parece que llevo aquí desde antes de Matusalén, el vecindario del Maspeth está irreconocible. Aquellos negocios familiares, que las corrientes migratorias de finales del siglo XIX y principios del XX levantaron con sumo esfuerzo −la mayoría llegados desde el viejo continente−, han dado paso al abandono, pues las hijas e hijos no siguieron llevando esos pequeños establecimientos tradicionales de sus padres, que tanto alegraron nuestra condición de migrantes. La subida de los alquileres también frustró el que las nuevas parejas se quedaran a vivir en el vecindario, dibujando así un escenario de apartamentos vacíos y locales con escaparates rotos, que acogen a los homeless que deseen dormir a cubierto. De los antiguos inquilinos sólo quedo yo en el edificio. El casero está como loco mordiéndose las uñas para que me vaya o la palme, lo que, dicho sea de paso, como el muy cabronazo ha cortado la calefacción y el suministro de luz del ascensor, va a ocurrir más pronto que tarde… El perímetro de las cosas conocidas se estrecha, van quedando atrás, tanto que el supermarket ahora es una tienda de trajes colombianos por regiones, con venta al público y talleres ubicados donde antes estaba el almacén y el área donde tomábamos el almuerzo y fumábamos un cigarrillo.  Por suerte, aún se mantiene en pie el zoco que abre los domingos con pasta fresca y una amplia variedad de género ecológico. La incógnita es saber hasta cuándo aguantarán estos minoristas, porque es difícil competir con las grandes cadenas de alimentación.
          Tras la ejecución de Susan, una vez vendidas sus pertenencias, entregado el dinero a Witness to Innocence y haber viajado a Richmond, Virginia, presentándose en la Baby shower con un oso de peluche gigante, Eric cerró la consulta y se lanzó a recorrer el país a bordo de una autocaravana, con la compañera de baile de la Swing Dance Bronx −debe ser una manera como otra cualquiera de hacer terapia ¿no?−. ‘Ven por aquí, Maura. Salgamos al jardín. He hecho limonada’ −dijo, precediéndome−. ‘Gracias, no tenías que haberte molestado’. Atravesamos una amplia galería, luminosa, sin adornos típicos de algún souvenir, con la austeridad que transmite aquél que ha encontrado su camino y aligera su equipaje. Esa parte trasera de la casa agradaba la vista de todo visitante por un collage hecho con flores muy bien cuidadas. Nos sentamos en el porche de imitación al viejo oeste −salvo que no había montañas en el horizonte, ni polvareda de caballos a lo lejos−, con sus mecedoras y una mesa de láminas de madera perfectamente cortadas. Sirvió el refresco, le sudaban y temblaban las manos. El lugar no era el más apropiado para hablar de mis cosas. He de reconocer que me sentí confusa e incómoda. ‘Voy a cerrar la consulta. No sé por cuanto tiempo, pero no te preocupes, te ofrezco lo mismo que a los demás pacientes. Hay un colega, un psicoanalista muy recomendable, que está dispuesto a asumir todos mis casos. Sin embargo, opino que tú puedes seguir sola. Estás preparada para afrontar cualquier eventualidad que se te presente. Has hecho un periplo interior tan impresionante, saltando toda clase de obstáculos, que sólo por eso ha merecido la pena que yo ejerciera esta profesión. Además, he de agradecerte la lección que día a día me has enseñado: lo importante es dar un paso adelante, le pese a quien le pese, crecer, a pesar del dolor, y reinventarse. Maravilloso principio de vida ¿verdad?’. Así fue nuestra última conversación. Se despidió con emoción en los ojos y un timidísimo apretón de manos. Ahora que lo pienso, y con todo lo que llevo encima, no echo de menos las sesiones sino a Mr. Coleman.
          Tuve una jornada, como suele decirse, Harlem a tope: Un concierto góspel en casa del reverendo Adam S. Jr., en el cruce de la 96th Street y Park Avenue, en la parte norte donde se ubican las viviendas sociales. Un brunch a base de pollo frito, gofres, huevos… Y un placentero paseo por la avenida Malcom X, recreándome en cada rincón como si lo descubriera de pronto. Con tanta alegría, y cierta paz en el corazón, volvía con ganas de juguetear con la gata, haciéndola de rabiar con sus juguetes. Pero, estirado sobre el felpudo y triste hasta el tuétano, aguardaba Bobby con un papel entre los dientes. ‘Cuídalo’ −ponía escuetamente−. A Ralph le pudo la depresión tras perder su empleo. Le faltó valor para gestionar de otra forma los problemas económicos que acarreaba, creer un poco más en sus posibilidades, plantar cara y sincerarse ante su hijo y la madre de éste. Así que cortó por lo sano, enrolándose en la Marina. Semanas después, unos tipos raros, con perfil gangster, vinieron preguntando por él, puerta por puerta. Al parecer se metió en un negocio turbio y escapó llevándose una suma importante de dinero. Estaba en busca y captura… Ha pasado tiempo desde entonces. Ahora creo que nunca encajó en el vecindario y que, al igual que yo, arrastraba la incomodidad del pasado.
          Nevó tanto, durante una semana y pico, que del registro de la memoria se me borró el color del pavimento, hasta que todo volvió a su sitio, cuando asomó por el Alto Manhattan un presumido abanico de rayos de sol. Me tiré de la cama para aprovechar el aire fresco y ventilar la casa, recoger cuatro trastos que siempre andan estorbando y bajar a comprar algunas cosas que se habían acabado. No obstante, noté que algo no iba bien, a la vez que un silencio alarmante golpeaba de lleno contra el granito de las paredes, provocando la inmensidad de un vacío cayendo sobre mis hombros. Temiendo lo peor, fui a comprobar si Carlota seguía durmiendo, pero había desaparecido. Entonces, un amasijo heterogéneo de nervios se apoderó de mí. Abatida y preocupada por su ceguera, por el peligro de sufrir un accidente, me tiré a las calles de Queens buscándola por aquí y por allá, en lugares recónditos. También en Kissena Blvd, donde la encontraron, entre la camada recién nacida, aquellos amigos tokiotas del restaurante. Ahora que revivo la última noche juntas entiendo su despedida: los celos, si cabe más acentuados, la sensibilidad de su barbilla encima de mi brazo, y un no estarse quieta, como queriéndose llevar entre sus pelos escamas de mi piel. Maullaba en susurros, a veces altiva y otras moribunda, marcando los límites de su autoridad que impedían a Bobby subirse con nosotras al sillón. Nos dijo adiós con generosidad, quitándose de en medio para que yo no sufriera su final. Supongo que, inconscientemente, dejé entreabierta una de las ventanas, y por ahí se mezcló con el hollín de los tejados…
          Hace mucho tiempo que ya no pienso en la aldea, ni en madre y padre. Tampoco en el dolor del bosque, en los desprecios de mis hermanos, en la estancia en Burgos, en las verbenas donde nadie quería bailar conmigo, la más fea… He saldado cuentas con el pasado, y todo lo que soy se lo debo a los Estados Unidos, a esta ciudad y a estas gentes que nunca preguntaron de dónde venía. Entrado el amanecer, le pongo al chihuahua la correa y deambulamos sin rumbo fijo, como una tarea diaria, buscando lo que ya no tendremos. Y así, juntos y solitarios, viejos y fuera de contexto, esperamos en los muelles de Chelsea la llegada de algún trasatlántico que traiga a Carlota y a Ralph encaramados en la proa.
          Nueva York…”.

8 comentarios:

  1. Miguel Ángeljulio 15, 2018

    Al final parece que Maura se reconcilió con su pasado, encontrando cierta serenidad. Y que Carlota, quizá, se mezcló con el hollín de los tejados, al salir por una ventana entreabierta. Toda una novela, con sus personajes principales y secundarios, con sus diferentes apartados (el relato del pasado, el del presente, las sesiones con el psicoanalista, el diario,...), manejando distintos tipos de lenguaje, entrando en los distintos estados emocionales y describiendo el entorno físico e histórico con mayor conocimiento que muchos neoyorquinos indígenas.
    Quedamos a la espera de otra historia. Feliz verano. Un beso.

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  2. Muchas gracias , Mayte.
    Estupenda la historia.
    Feliz verano.
    Besos

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  3. Durante estos últimos meses nos has llevado a la ciudad de los rascacielos con la maestría de los buenos literatos. Aguardo con impaciencia y devoción tu próximo trabajo. No te pierdas por las alturas, hazlo por las tabernas donde fluye la vida. Besos, nena.

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  4. Gracias Mayte por darnos a conocer, de esta manera tan sublime como tu sabes hacerlo, los sentimientos de las personas que por diferentes razones abandonan su habitat para realizarse y superarse en un mundo desconocido un abrazo

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  5. Me resisto a creer que este post sea el último de esta historia.
    Estoy segura que hubieses seguido hilando personajes, situaciones y descripciones manteniéndonos en vilo a la espera de la siguiente entrega, pero tienes derecho a un merecidísimo descanso.
    Espero que recargues bien las pilas para el próximo relato, aunque veo difícil superar la calidad de éste.
    Gracias por tu magnanimidad al regalarnos tan buena lectura.
    Felices vacaciones y hasta la vuelta.

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  6. Muchas gracias por este maravilloso relato. Con penita de que haya terminado, pero me consuelo esperando con ganas el próximo. Disfruta de tu merecido descanso. Besos

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  7. Genial y adictivo tu relato.
    Que pases buen verano.
    Abrazos desde Málaga.

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  8. Antonio Álvarezjulio 17, 2018

    Hasta hoy no he podido saborear el final de tan extraordinario "pastel". Que el verano te sea propicio y tengas la tranquilidad que precisas.
    Gracias por tantas emociones y felicidades por tu forma de transmitirlas.
    Te camelo, artista.

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