domingo, 16 de septiembre de 2018

Beirut, Puerta de Atocha.

1.

Ahmad Abu-Abbar sostiene en sus manos un número atrasado de la revista National Geographic, en cuya portada puede leerse en letras grandes: ¿Qué futuro le espera a nuestro planeta? Este hombre, de piel tostada, callado, culto, apuesto y con una sombra de melancolía que todavía le hace más interesante, espera, junto a cientos de personas, en el Jardín Tropical de la Estación Madrid Puerta de Atocha, alguna explicación y solución por parte de la compañía, ya que continúa la huelga convocada por el sindicato de maquinistas, SEMAF, para trenes AVE y Larga Distancia. Tampoco hay posibilidad de coger un vuelo, porque la plantilla de controladores aéreos ha aprobado paros indefinidos de 24 horas. Con lo cual, el caos reinante entre los pasajeros está asegurado. Le esperan en Barcelona para celebrar el cumpleaños de su hija Jasmin, la menor de tres, casada con un charnego. Viven en el carrer de l’Hospital, a dos pasos de la Rambla del Raval, en un piso acogedor de espacio muy reducido. Cuando les visita, le gusta asomarse al balcón que da a la estrecha calle y respirar el contraste de condimentos que enriquecen los guisos, con salitre de mar que tantas vibraciones de los atardeceres en Beirut trae a su memoria, contemplando el espectáculo que ofrece más allá la belleza de las Rocas de las Palomas, mientras se escucha de fondo el cantar del muecín llamando desde el alminar para orar en la mezquita… Pero sus recuerdos también tienen picaduras de balas que han destruido poco a poco la ciudad que lleva dentro, y de esa época gloriosa de proyectos comunes en el transcurrir sencillo de su familia, no tocada aún por la desgracia. Abstraído en los pensamientos, no se dio cuenta del alboroto que ocurría alrededor suyo: una mujer de mediana edad, con la ropa arrugada como de haber pasado allí los últimos lustros de su existencia y las terminaciones nerviosas de la heroína cableando su cuello, gritaba fuera de sí: ‘¡Me lo han robado todo! ¡Me lo han robado todo! ¡Coño, agentes, que me han dejado con lo puesto, miren! −se levanta la blusa enseñando el costado amoratado y esquelético−. No tendrán ustedes por ahí unas moneditas para un bocata, ¿verdad?’, −dice a la pareja de la Policía Nacional que intenta apaciguarla−. ‘¡Anda, ven con nosotros, Maca, y no alborotes más!’. Acaban de encenderse las luces de neón de la farmacia y de los demás establecimientos, y el murmullo, que durante las primeras horas de la madrugada descendió, empieza a despertar. El personal de la contrata de limpieza recoge lo que puede saltando por encima de la gente tumbada en el suelo junto a los equipajes. Huele a indignación, a cabreo, a impotencia y a café de máquina recién hecho. Levanta la vista y, aunque tiene verdadera necesidad de ir al baño, se le quita al ver la larga cola que espera para entrar…
          Ismael Ruiz habla acaloradamente por teléfono mientras observa en su iPad un partido de fútbol en diferido y mastica con ruido una chocolatina quizá pasada de fecha. ‘Sabéis de sobra que ese no es mi estilo, y sin embargo habéis consentido que un niñato de papá, caprichoso y prepotente, por el simple hecho de tener un apellido conocido y colgar en la pared el diploma de algún título fantasma, mande a tomar por culo el trabajo de tantos meses −entrecorta la respiración unos segundos de silencio−. Es que no me parece justo, Mariam, porque ahora el equipo tiene que dar la cara y resolver el entuerto. Estoy harto, al límite, no puedo más. Fíjate qué te digo: como vuelva a ocurrir me voy y os dejo en la estacada. ¿Qué no? Ponedme a prueba y veréis si soy capaz de hacerlo…’. Lleva la subdirección del departamento de marketing de la agencia publicitaria Plaza’s Intercontinental, y su máxima a seguir es el principio fundamental de Charles U. Larson, que define el oficio como: “un sistema de comunicación que coordina una serie de esfuerzos encaminados a obtener un resultado”. Pero la compañía, fundada por unos emprendedores que ya son octogenarios, ha caído en manos de una gestora que prioriza beneficios económicos vulnerando la calidad del servicio y los materiales, ya que apenas cuenta con experiencia en ese sector. ‘Las condiciones del contrato están cerradas con el cliente, y no pienso mover ni una sola coma por mucho que la orden venga de arriba, como tampoco entraré en el juego del engaño. ¿Dónde quedaría después la reputación y mi dignidad? ¿No comprendes que la cara visible de esta pirámide soy yo? Oye, tengo que colgar, ya lo discutiremos’. Estudió la carrera con el fin concreto de relativizar en la sociedad el concepto de consumo, orientando las campañas hacia lo que necesita verdaderamente cada individuo o colectivo, contrarrestando pues la tentación incontrolable y compulsiva de la opulencia. Pero este propósito se vino abajo, junto a otras utopías más, en cuanto tuvo que introducirse a fondo en el mercado de la industria, dándose cuenta de que, en muchas ocasiones, la realidad termina volcando la teoría.
          Macarena Guzmán es ciudadana itinerante en descampados con vecinos que no preguntan, y en garitos donde el alcohol de garrafa lo ponen de oferta. Podía tener casi todo al alcance de la mano: estudios superiores en las mejores universidades −realizando parte de ellos en Estados Unidos−, puesto de dirección adjunta en la empresa familiar −una constructora−, ático de 1000 metros cuadrados en el Paseo de la Castellana, y los mejores amantes acodados en el rellano del ascensor. Pero nació con un implante de mala suerte ensamblado en las entrañas, así que, cuando quiso darse cuenta, estaba viviendo en la calle: en verano con ropa de abrigo por si escasea la lluvia torrencial que despiden las papelinas, y de noche cometiendo pequeños hurtos para dormir de vez en cuando a cubierto, bajo el techo del calabozo. Su entorno era de costumbres estrictas, conservador al límite, de los que guardan las apariencias hasta en lo más vulgar. Un año, recién cumplida la mayoría de edad, Maca y un grupo de amigos se fueron de vacaciones a Grecia. Se sintió atraída por el guía de la expedición, y el sentimiento era mutuo. Y también por la chica que le sustituyó un par de veces. Así fue como empezó una lucha interna por descubrirse a sí misma e identificar todas las sensaciones adversas e inconfesables que le bullían por dentro…
          Perdón, ¿puedo sentarme?’ −pregunta muy prudente Ahmad Abu-Abbar−. ‘Claro. Disculpe’ −Ismael quita algunos documentos que había dejado en la única silla que quedaba libre−. ‘¿Quién juega?’. ‘Sporting, Numancia’ −contesta con desgana−. ‘¿Y cómo va el marcador?’. ‘Se disputó ayer. 5-3 a favor de los gijonenses’. ‘¿Y conociendo el resultado lo ve?’. ‘Bueno, me relaja’. Permanecen callados, aunque no por mucho tiempo. ‘Parece que esto tarda en arreglarse −refiriéndose a la demora−. Fíjese qué horas son y ya tenía que estar en Barcelona’. ‘Dijeron que a media mañana darían un comunicado, pero parece que se retrasa bastante. ¿Viaja por trabajo o por placer?’. ‘Mi hija y su marido viven allí, tienen un niño de doce años. La vida me ha regalado ocho nietos preciosos, éste y siete que están en el Líbano. ¿Quiere ver una fotografía? −saca del bolsillo un aviejado billetero abrazado con una goma−. Ojalá que algún día podamos juntarnos todos. Nada me gustaría más antes de ponerme a mirar a La Meca. ¿Usted también va a Catalunya?’. ‘Sí. Estaba invitado a la presentación de la nueva fragancia de una conocida marca de perfume, en Girona, pero ahora me alegro del retraso, no me apetecía ir’. ‘Hacer lo que sea a disgusto no es saludable’. ‘Habla muy bien castellano, ¿lo aprendió en Oriente Próximo?’. ‘Nací en Beirut, mi padre era de allí. Trabajaba como chófer e intérprete en la Embajada española. Conoció a una granadina guapísima, cuya familia de diplomáticos habían recorrido toda la zona hasta establecerse en Achrafieh, uno de los barrios cristianos más antiguos, ubicado en una colina, al este, junto a la costa. Meses después se casaron y con el tiempo nacimos mis hermanos y yo, de los diez sobrevivimos cuatro. Eran tiempos cargados de sacrificios y de penurias, difíciles dentro del contexto de un país a punto de ser destrozado’. ‘¿Lleva mucho aquí?’. ‘Desde el año 2006. Mi esposa, mi hija, su bebé y yo −el yerno lo hizo después−, salimos poco antes de que Israel bombardeara el Aeropuerto Internacional Rafic Hariri, a nueve kilómetros del centro de la ciudad, lo que llaman los suburbios meridionales. Es una larga historia, un cruce de amargura y humanidad, de agradecimiento y reconciliación, una etapa durísima donde contraje la deuda impagable que tengo con mis semejantes, esas cosas que aparecen cuando lo das todo por perdido y vuelves a creer en las personas, aunque con matices…’.
          Conversaron, consiguiendo dejar fuera de ellos al resto de voces hasta convertirlas en susurro. Y lo hicieron relajados, aportando vértebras al esqueleto de lo cotidiano, contrastando sus maneras de entender el deporte, lo que ha cambiado la vida, la situación política, las migraciones, el aumento del umbral de la pobreza, el paro, el descuento de oportunidades para las nuevas generaciones, los complejos, la traición… ‘Entonces, ¿cómo es que está en Madrid?’. ‘En el Saint George Hospital University Medical Center, diagnosticaron a mi mujer cáncer de hígado con metástasis en los órganos cercanos, también vitales. Nos hablaron de una eminencia en esa especialidad: Un oncólogo del hospital madrileño Ramón y Cajal. Se pusieron en contacto con Médicos Sin Fronteras, y entre unos u otros gestionaron el traslado. A partir de ahí nuestro periplo ha sido turbulento…’. ‘¿Y sus otros hijos?’. ‘Decidieron quedarse allí muy a su pesar, aun sabiendo que nos rompían el corazón, y nosotros lo respetamos’. Sin reparar en la hora, la madrugada les cayó encima, y con ella el documento que acredita la devolución del importe del billete el primer día hábil después de la fecha de emisión. Tan sólo un puñado de mesas alargaba la interminable jornada de los camareros, ansiosos por quitarse los zapatos y meter los pies en agua caliente. Ismael, mirando hacia el cielo, pobre de luz y de estrellas, dice: ‘Parece que ha refrescado. ¿Hacia dónde vas?’. ‘Al número 10 de la calle de Huesca, en el barrio de Tetuán’. ‘¿Compartimos taxi…?’.

11 comentarios:

  1. Uf, menos mal que has vuelto. Intuyo que otra vez nos vas a llevar lejos. Impaciente por leer el capituló 2. Bienvenida, nena. Un beso

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  2. Buenísimo el relato. Una delicia, Mayte.

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  3. Lo has vuelto hacer, a la primera de cambio enganchada, dejando de lado el fregoteo de los cacharros del desayuno para ver por dónde empezaba el nuevo curso y claro, empieza con nota alta.

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  4. Antonio Álvarezseptiembre 16, 2018

    ¡Por fin...! Me tienes con el cofre de las emociones a punto de arrancarle la tapa. Interminable espera, me dejas frotando las manos y con la ilusión de acompañar a Maca en sus itinerarios... Ya quiero abrazar a Admad, sentir, emocionarme, llorar, reír... ¡Qué suerte tenerte, amiga! Buen viento y buena mar...
    Te camelo.

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  5. Miguel Ángel Lozano Martínezseptiembre 16, 2018

    Nueva historia, que se inicia muy cerca de nosotros, pero que quién sabe a dónde nos llevará. Capítulo inicial muy bien escrito, con presentación de los personajes, diversos, representativos de la globalización en que estamos metidos. El comienzo promete... Un beso.

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  6. Que bien Mayte, otra historia y como sabes escribir tambien seguro que llena de emociones y estaremos deseando que cada quice dias nos escribas un nuevo relato. Un beso grande

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  7. Que alegría de que hayas vuelto Mayte! El nuevo relato promete,engancha desde el principio. Deseando leer el próximo capítulo
    Un beso.


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  8. Lo esperaba con impaciencia.Ha merecido la espera.Me ha encantado como todo cuanto escribes.Un fuerte abrazo.

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  9. Gracias por deleitarnos un curso más con tus distendidas y chispeantes narraciones.
    ¿Qué tal está Carlota? Salúdala de mi parte.
    Un beso

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  10. Que bien abres las puertas de la vida

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  11. Un comienzo trepidante.Este encadenado promete grandes emociones.Sabes engancharnos.

    Tenia muchas ganas de volver a leerte.

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