Cuando la estupidez se adueña de la cubierta,
del barco y hasta del horizonte y la esperanza,
entonces
las palabras regresan para iluminar la hamaca,
para recordarnos que no estamos solos en la travesía
Maruja Torres.
A Carol, Maite Pisonero, Amaia, Nieves Sanz, Victoria,
Lourdes, Marta, Usua y Bego.
A
las siete cuarenta y cinco, hora peninsular, tenía que haber aterrizado en el
Aeropuerto de Barajas un Airbus de
largo alcance procedente de América Latina y en el que viajaba Aroa. Venía de
vacaciones a su tierra después de quince años, pero antes tenía intención de
quedarse una semana en Madrid y disfrutar cada día como si fuera el último –tal
y como le sugirió una de sus amigas tras pasar una crisis muy delicada–. Sin
embargo, lo que parecía un claro desacuerdo o falta de sincronización entre la
cabina y la torre de control les mantuvo dando
vueltas en el aire una hora y cincuenta minutos de retraso.
Aroa trabaja en uno de los barrios
marginales más grandes de Buenos Aires, Villa 21, por donde “El Paco”
–término construido a partir de Pasta de Cocaína–, la droga de los pobres,
circula sin piedad, destruyendo a los jóvenes
sin futuro que son portadores de la desesperación. Además de darle a sus clases
un perfil comprometido y social, se implica mucho en la vida particular de cada
alumno, investigando sus raíces, el entorno y la situación familiar que tengan,
todo con tal de disuadirles para que no caigan o abandonen el terreno de los
toxicómanos. Una vez, y a petición de un grupo de padres, les llevó
documentación de cómo está elaborado “El Paco” –que se consigue
macerando hojas de coca mezcladas con parafina o disolvente y a la que se le
suele agregar ácidos convencionales o vidrio molido para aumentar su rendimiento
y por consiguiente las ganancias–, y las consecuencias que trae su consumo, bien por vía oral, bien
en cigarrillos. Pero ni siquiera con eso estaba segura de poder convencerlos
para que no se engancharan al tren de la muerte.
Durante el largo viaje que estaba
haciendo terminó uno de los libros que llevaba en el dispositivo electrónico.
Acabar de leer y cerrar los ojos es guardar entre paños húmedos el universo que
hemos descubierto para que no se deshidrate, pensó mientras saboreaba las
palabras finales de la novela basada en hechos reales, y envidiaba a la vez la facilidad que tienen los narradores de historias
para colocarse dentro del tuétano de la vida. Apagó el eBook y miró alrededor comprobando que la mitad del pasaje cercano
a ella dormía ajeno a la demora, mientras que el resto se inquietaba en los
asientos. Un poco después, pidiendo disculpas y
sin dar ningún tipo de explicación, anunciaron el aterrizaje.
La madre de una compañera de la
escuela conservaba un ático que heredó de la familia en el centro de la
capital, entre Chueca y Gran Vía, y que usaban solamente cuando venían de
Buenos Aires a pasar una temporada. En portería tenían aviso de entregarle la
llave a Aroa una vez se identificara, y así lo
hicieron. El piso era pequeño pero estaba muy bien aprovechado y puesto con
bastante gusto, aunque quizá lo que más llamaba la atención era la amplia
terraza con unas vistas espectaculares de Madrid. Metió en la nevera lo que
había comprado: Leche, zumos, mantequilla, agua, alguna cerveza, algo de
embutido y todos los ingredientes necesarios para hacerse una ensalada. En la
parte del congelador puso una pizza de queso con beicon a las finas hierbas y
un par de bandejas de filetes envasados. Deshizo el equipaje, se puso cómoda y
se preparó en la mesa de la azotea una lata de mejillones en conserva y una
cerveza fría.
En los últimos meses había pasado
por una situación muy delicada, de la que salió
y se mantuvo a flote gracias al apoyo incondicional recibido por parte de sus amigas. Así que hacía
esta escala en el camino para salirse de la cápsula donde las cosas van
peligrosamente deprisa y no da tiempo a reflexionar sobre la vida, sobre la
generosidad de los demás o sobre esa estructura tan precaria donde a veces
amontonamos lo emocional que tanto nos ciega a la hora de decidir cómo cerrar
etapas que han dejado ya de sangrar. Pero, por
encima de todo, quería encontrar la mejor manera de
agradecer en silencio.
El ruido de la lluvia fuerte que
caía se intensificaba en la terraza al estrellarse las gotas contra el suelo de
ladrillo rojo. Aroa
corrió la cortina y, llevando todavía en los
ojos pedazos de plomo por el sueño, pensó en sus amigas, tan distintas entre sí
y tan complementarias para ella. Imaginó lo que estarían haciendo cada una en
ese momento, arrastradas por la corriente de los quehaceres y de las rutinas,
de las obligaciones y de los placeres que conviven bien en el umbral de lo
cotidiano. Recordó también con guiño entrañable las palabras de aliento, de
complicidad, de cariño y de solidaridad que había recibido de ellas, porque
cada una a su manera supieron regalarle calor y cobijo sin pedir nada a cambio.
O mejor dicho, sólo querían una cosa: Que Aroa no se abandonara. Esa misma
mañana inició el viaje a Euskadi y comprendió que llevaba más ligero, para
caminar entre sus raíces, el equipaje sentimental, para entender mejor quien
era, de dónde venía y por qué decidió ir a Vitoria si ya no quedaba nadie de
los suyos. Seguramente volvemos a las calles de la infancia con pies de adulto buscando la travesura sana en la inocencia de los
niños que fuimos sin doblez.
El tiempo de relajo llegó a su fin,
cuando Aroa se encontró en el avión que, recogiendo ya el tren de aterrizaje,
la llevaba de regreso a Buenos Aires, donde le
aguardaba su escuela, su ambiente, su lucha y sus principios fundamentales.
Entonces completó para sus amigas el crucigrama blanco con las últimas letras
que faltaban: GRACIAS A TODAS. Abrió el eBook y
escogió un libro de relatos de una autora desconocida, cuyas narraciones
hablaban también de agradecimientos, de complicidades y de amigos dispuestos a
llegar hasta la piel más sensible del corazón, esa que solo tienen y conocen unos cuantos.
Cerró por unos instantes los ojos y le vinieron a la memoria unos versos de
Serrat: “…Sin nombre, sin patrón/y sin
bandera,/navegando sin timón/donde la corriente quiera.”. Y así se quedó
dormida, exfoliando malos presagios, arropada con la ternura del poeta, y
recostada sobre la ventanilla vislumbró el abrazo de bienvenida que le
daban los suyos.
Un relato donde destaca tan generosamente la amistad es propio de ti. Siempre digo cosas parecidas pero quienes tenemos el gusto de conocerte, sabemos muy bien la calidad humana que tienes, así como tu profesionalidad. Quieres a los tuyos y admiras a los tuyos. Me gusta.
ResponderEliminarAroa es una privilegiada, al igual que la autora y por consiguiente sus amigas. Brindo por ellas con mi cafelito y mis churros, porque los domingos, desde mi Escocia querida, viajo hasta Lavapies donde me espera una sonrisa. :)
ResponderEliminarUna historia de mucha delicadeza, de reconocimiento y agradecimiento a la amistad, reflejando, quizá, una situación reciente. Como tantas veces, con algún viaje a los orígenes, y con alguna referencia cultural, a Serrat en este caso. La vida continúa. Un beso.
ResponderEliminarTú relato es muy real con una nobleza y calidad humana digno de tu personalidad. Las circunstancias de la vida me brindó la oportunidad de conocerte, yo como Aroa soy privilegiada . Mis respetos y admiración hacia ti
ResponderEliminarYo también volví a Vitoria...Precioso: "Acabar de leer y cerrar los ojos es guardar entre paños húmedos el universo que hemos descubierto para que no se deshidrate, pensó mientras saboreaba las palabras finales de la novela basada en hechos reales, y envidiaba a la vez la facilidad que tienen los narradores de historias para colocarse dentro del tuétano de la vida."
ResponderEliminarLourdes
Que gran relato, resaltas mucho la amistad propio de ti. Eres una mujer con un gran don. Fue un privilegio haberte conocido. Te admiro por tu coraje y fortaleza. Un abrazo.....
ResponderEliminarMe gustó mucho esa historia de ida y vuelta, ese terminar y comenzar de nuevo, cuánto cuesta acabar a veces y cuánto empezar. La metáfora del tren de aterrizaje me parece muy acertada cuando tratas de hablar de "agradecer en silencio" Me encanta. Se puede sentir tu vocación de lectora en la manera que describes ese momento de recogimiento después de cerrar el libro.
ResponderEliminarMuy bonito, Mayte. También cierro los ojos y saboreo tus palabras.
ResponderEliminarUn beso
Eres capaz como nadie de hacer sentir al lector las sensaciones del personaje. Esta vez me has echo valorar aun mas lo que tengo y añorar un poco menos lo que se fue. Gracias Mayte
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