Me encontraba convaleciente, tras
una leve operación sin importancia, en casa de mi padre y su actual novia,
cerca del paseo de La Habana. Aquella
mañana no tenía intención de salir de la cama, pero recibí una carta la tarde
anterior que cambió mis planes por completo. Era una invitación con visita
guiada, para ver algunas exposiciones temporales en el Museo del Prado. Entre ellas,
la magnífica obra que en 1905 pintara Pablo Picasso, La acróbata de la bola. Y, claro, una oportunidad así no podía
dejarla escapar. Buena parte de la noche la pasé conectada a Internet,
documentándome a fondo respecto al artista. Salí con tiempo de sobra para no
llegar tarde y, sobre un plano de bolsillo plegable, ubiqué las zonas: partida
y destino. Dicho lo cual, tenía que tomar la línea catorce y apearme frente a
la Famosa Pinacoteca. Por suerte, la
hora punta había pasado y la contrariedad de cualquier incidencia en el
trayecto se me antojaba remota.
Cuando la chica del autobús
sentada a mi lado preguntó cuánto faltaba para llegar a la estación de
Cercanías noté que, a pesar de llorar en silencio, lo hacía sin reparo. Atendiendo
un impulso instintivo, abrí mi bolso, extraje un paquete de clínex y alargué la
mano ofreciéndoselos. La interrupción de la joven llegó en el momento más
desatinado, porque me apartó de la lectura de Ventanas compartidas, libro
de Ovidio Parades, cuando más interesante estaba la narración. Eso, y que su
teléfono no paraba de sonar, a punto estuvo de hacerme cambiar de asiento. Imagino
que la miré con cara de pocos amigos, puesto que, señalando la pantalla del
móvil, dijo: “es mi ex, acaba de cortar conmigo y no para de llamar”. Sonreí.
Seguidamente alguien, por detrás de nosotras, concluyó que aún faltaban
aproximadamente ocho paradas para llegar a Atocha-Renfe.
Era oriunda de Fuenlabrada,
municipio del eje sur de la Comunidad de Madrid. Me contó que tres años atrás,
recién empezadas las vacaciones de invierno, en la facultad, se conocieron una
noche de muchas copas, y que, desoyendo
a quienes no aprobaban dicha relación, se fueron a vivir juntos, compartiendo
piso con dos parejas más. Abandonó la carrera, no encontró trabajo y, por
diversas razones, poco a poco fue deteriorándose la convivencia entre ambos. No
me considero persona dada a prisear,
sin embargo la situación empezaba a ponerme nerviosa. Cuanto antes acabara el
monólogo de ese desamor, antes volvería yo a los brazos y universo de los
relatos de Ovidio. No obstante, cuando quisimos darnos cuenta, estábamos en la
plaza del Conde de Casal, final o principio de la línea catorce de autobús.
Culpable por haberme apartado de
mi camino, propuso buscar un lugar cercano para tomar algo. Total, ya no
llegaba al museo… Una cosa nos llevó a la otra. Es decir: del café pasamos a la
cerveza, de ésta al vino y, por último a un ron con tónica. Según transcurrían
las horas, el alcohol hacía en nosotras un ligero efecto. La experiencia de contarle
tu vida a un desconocido es grata e irrepetible, y desnudar el corazón también,
sobre todo, cuando queda la certeza de una traición improbable. Pensativa con
estas últimas palabras mías, en lugar de tirar del hilo de la frase, preguntó
por el libro que con tanto ahínco yo seguía acariciando con la yema de mis
dedos. Ahí me pudo la pasión y la admiración por el autor.
Para hablar de Ovidio primero
debo quitarme el sombrero. En mi caso, es hacerlo también del amigo, del
cómplice, del confidente, del maestro. Ovidio es un escritor con madera de
librero que sabe llevarte por el mundo literario con los pasos de un baile que
domina bien. Escribe desde las tripas con respeto y elegancia; con sentimiento
y glamour; trata temas sofisticados con absoluta sencillez, e incorpora en
muchos de sus textos hermosas palabras en cinemascope. Lo descubrí gracias a la
pluma de una de las más grandes, Maruja Torres, cuyo artículo Pasa la vida hablaba de él y de su
reciente libro El extraño viaje.
Entonces, me lancé a la red en busca de su blog y comenzaron a abrírseme
puertas que iluminaron a su vez mi propia habitación. Ahora, pasados algunos
meses, somos amigos y puedo decir, con sumo orgullo que, Ovidio Parades forma
parte ya de mi vida.
Se nos hizo muy tarde y por poco
cogimos el último metro. Primero se apearía ella. Antes de despedirnos fundidas
en un eterno abrazo, metí en su mochila mi libro; así se acordaría de mí a
través de él. Tal vez, la vida caprichosa como acostumbra, cruzara de nuevo
nuestros caminos o puede que no. En cualquier caso, aquel día imborrable
perduraría siempre en nosotras. Al domingo siguiente tuve una cita con Picasso.
El cuadro del que yo hablaba al principio es absolutamente espectacular e
impresiona por el contraste entre la musculatura del atleta y la fragilidad y
belleza de la acróbata. Me transmitió paz y quiero pensar que el artista
malagueño la tuvo también al pintarlo. Cuando salí, lucía un sol precioso.
Caminé hasta Gran Vía, atestada a esa hora de gente con sus compras de
diciembre. Entré en la Casa del Libro y compré otro ejemplar del muy
recomendable Ventanas compartidas, de
mi amigo Ovidio Parades. Bajé a Cibeles y tomé un autobús de la línea catorce.
Algo me decía que esta vez haría todo el recorrido leyendo.
Escribo siempre un comentario cuando Mayte tiene la generosidad de ofrecernos uno de sus relatos. Me gusta como escribe: su esfuerzo, su universo, su entrega, su calidad literaria. Hoy es complicado hacerlo porque yo, Ovidio Parades, soy uno de los protagonistas de esta historia. Para mí es un placer, por muchas cosas, pero sobre todo por esa generosidad y porque que mis palabras lleguen a mujeres como ella es algo que me llena de un orgullo muy especial. Sólo puedo decir que, en estos tiempos tan difíciles, esto ha sido un gran regalo. Será un buen año, no lo dudo. Ha empezado de la mejor de las maneras, pese a la resaca. Un beso.
ResponderEliminarOvidio Parades
Creo que no hay mejor manera de empezar el año que con una buena lectura, y si es de una amiga, mejor... A mi también me impacienta la interrupción cuando ensimismada en mi libro, hago los trayectos en bus,pero en este caso sin duda valió la pena. Te encontraste una buena e inesperada conversación, a cambio, el malagueño sólo esperó un poquito más... sin duda, sabía que volverías a él.
ResponderEliminarAdelante Mayte, regálanos más de tí y de tu buen hacer durante este nuevo año, que aunque se avecina duro, seguro tu sabrás darle un toque de esperanza.
Un beso.
Ana (Alicante)
Cuando leo tus historias, tienes el don especial de transportarme a mi querido Madrid, por como vas ubicando los distintos momentos y situaciones del relato.
ResponderEliminarComo siempre, te felicito y me enorgullece ser tu prima y amiga. Besos
Precioso relato , no conocía tu blog, ahora me alegro de haberlo encontrado, me gusta mucho como escribes. Una lectora empedernida.
ResponderEliminarPilar Pérez Martín
Lo publico como anonimo porque me es más facil, pero ese es mi nombre.
Que razón tienes Maite, yo hace mucho ya que toy siguiendo a Ovidio, soy idolo del desde hace mucho y tambien me saco el sombrero, la capa, la navaja y lo qui haiga falta. Soy idolo tuyo tambien ya. Una escritura mui linda y mui bien traida. Felicidades!
ResponderEliminarAntón el Gitano
Una vez más admiro tu capacidad de imaginar historias personales, tan variadas, y que suelen
ResponderEliminarincluir encuentros que hacen cambiar el rumbo
de la vida, a veces por un día, como en este caso, a veces para siempre. Un abrazo. ¡Feliz año! (Aunque habrá algunas malas noticias y esforzarse en luchas que deberían ser más fáciles o estar ya superadas, habrá que estar atentos para aprovechar los buenos momentos, que los habrá, seguro)
Qué casualidad! Yo también me he comprado dos ejemplares de Ventanas compartidas, el primero se lo regalé a mi amiga Encarni, porque parece escrito para ella.
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