domingo, 15 de enero de 2012

Cuando no es lo que parece

Trabajo en una correduría de seguros, a un paso de la Plaza  Mayor y cerca del Ministerio de Asuntos Exteriores. Me llamo Efer, nombre bíblico que mi padre, anarquista convencido, eligió, supongo, por tocar un poco las narices. Cada día laborable de los últimos cinco años, desayuno en una cafeterías que se encuentra en la plaza de Santa Cruz, un local acogedor y de trato muy cordial. Cuando entro, trayendo conmigo vaharadas del frío enero, un hombre solitario, con planta de bohemio, espera su servicio acodado en la barra. Una vez servido, pone el periódico bajo el brazo y con todo en equilibrio llega hasta la mesa del doble ventanal, la más alejada. Encima de ella coloca también: cuaderno y estilográfica, cigarrillo de plástico con sabor a anís, pastillero de nácar y agenda escrita con letra menuda. Junto al camarero más veterano, llamado Tinto por la cantidad de tragos que toma con la excusa de calentarse las entrañas, observo por el rabillo del ojo cada gesto suyo, cada movimiento calcado exactamente igual al de otra fecha anterior. Me gustaría desgranar sus pensamientos, sus temores si los tiene; saber qué circula por su cabeza, cuál es su realidad y la verdadera historia de su vida. Sin embargo, a falta de información, ¡anda que no soy peliculero para inventarla! Pero debo centrarme o se me irá el relato por las ramas.

Unas semanas después el día amaneció complicado en el centro de la ciudad: placas de hielo con fuertes rachas de viento y abundante lluvia hacían acelerar el paso un tanto inseguro de los viandantes. Entré en la cafetería tiritando y calado hasta los huesos, Tinto me puso al corriente sobre los últimos acontecimientos acaecidos en el barrio. Por lo visto, tres individuos, que parecían pertenecer a la secreta, estuvieron haciendo preguntas, por aquí y por allá, respecto del hombre solitario con planta de bohemio; una especie de interrogatorio informal que puso nervioso tanto a clientes como al personal. Llevaban meses siguiéndole la pista: era el cerebro de una banda de atracadores de bancos. Una filtración alertó a la policía, conduciéndoles hasta la plaza de Santa Cruz y sus alrededores, zona donde podrían estar planeando el siguiente golpe. Nadie acertaba a decir cuándo fue la última vez que le vieron, nadie salvo yo, claro, a quien no preguntaron. La noche pasada, adormilado tras una dura jornada de trabajo, me fui a casa en metro. Tenía los ojos cansados, por llevar puestas las lentillas más de dieciséis horas seguidas, y me costaba abrirlos, pero entonces le vi, y noté algo raro: había perdido su plante y la raya perfecta en el pelo, tenía el cuello del abrigo descuidado y, lo más chocante, miraba inquieto, desconfiado, intranquilo, como al acecho. Cuando desperté poco antes de mi estación él ya no estaba.

Compro la prensa en la Puerta del Sol y me gusta ojearla camino de la oficina, subiendo por Postas o San Cristóbal que son calles tranquilas a primera hora, pero en esta ocasión, tras leer la noticia que venía en portada a toda página, me quedé bloqueado. Se refería al hombre solitario con planta de bohemio y llevaba un pie de foto que decía: delincuente peligroso, se pide colaboración ciudadana. Tropecé, o me detuve, no sabría precisarlo, cayéndoseme al suelo el portapapeles que llevaba y saliendo de él un papel desconocido. Me quedé pálido cuando le eché un vistazo: ¡se trataba de un plano para acceder a la caja fuerte de la sucursal de Bankinter en la calle Esparteros! ¿Cómo había llegado aquello hasta mi? No encontré mejor explicación que ésta: Al quedarme dormido en el asiento del vagón, el hombre debió de introducir el documento en mi cartera. Ahora me asaltaban, las dudas, el remordimiento. ¿Qué hacer? ¿Lo moralmente correcto o un ninguneo radical y que le den por saco a los banqueros? Desencajado, subí las escaleras hasta el segundo piso,  recogí la correspondencia, los avisos telefónicos y cerré la puerta de mi despacho. Me desplomé en el sillón e intenté ordenar las ideas. Entre las cartas, hallé un sobre color sepia que venía sin remite y una escueta nota dentro: vaya a las doce cuarenta a La Catedral de la Almudena. No se retrase. Sin pensarlo, fui a la comisaría más cercana y conté lo sucedido. Antes de la hora convenida, un despliegue policial vestido de paisano, tomó el recinto de la catedral por dentro y por fuera. No obstante, nadie con el perfil del hombre solitario con planta de bohemio asomó por allí.

Llevo varios meses en prisión. Soy víctima de un error, primero de la policía y después judicial. Me han arruinado el presente y tirado por tierra el prestigio que con tanto esfuerzo y sacrificio he ido labrando. Vivo en el centro del infierno y, mientras tanto, no se sabe dónde para el tipo que me metió en esta situación. Parece ser, incluso, que las autoridades han ralentizado su búsqueda tras mi detención. Una mañana, gracias a un funcionario de prisiones que se ha hecho amigo mío, he sabido que han perpetrado un robo espectacular en la calle Orense, contra una oficina de Bankinter. A día de hoy, aunque figuro como principal sospechoso y el juez ha decretado secreto de sumario y prisión sin fianza, mi abogado sigue reuniendo testimonios y pruebas que respalden mi inocencia, pero, a decir verdad, lo que más me preocupa, lo que realmente me angustia, es el vano empeño que veo en las autoridades competentes por aclarar cuando antes el entuerto.

10 comentarios:

  1. Querida compañera: Me resulta tan familiar tu forma de relatar. Me haces pasear por cada baldosa de mi querido Madrid y os siento cerca, formando parte de mi vida. Te quiero paisana. Gracias por hacerme disfrutar con tus delicias. Un abrazo.

    Rosa

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  2. Me ha gustado mucho la historia pero tambien me ha dado pena que acabe asi, la verdad es que en la realidad pasan muchas cosas asi y sólo lo saben las personas inocentes que pagan por cosas que no han hecho. Besazos

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  3. !!!Pues sí!!!, con la justicia que no te pase nada porque tal y como están las cosas, los criminales tienen más derechos que las personas de buena fé. Esta historia podría ser verdad y menuda la impotencia que se tiene que sentir.
    Genial Mayte como siempre.Besos.

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  4. De aquí a un thriller.....si que la historia tiene y mantiene su intriga. Y luego la "injusticia" de la "justicia".
    Besos
    Esperanza

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  5. Muy bueno, Mayte. Muy bien llevado, hilvanando unas cosas con otras. Me ha encantado.

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  6. Miguel Ángelenero 15, 2012

    Relato pisando el terreno y que se va visualizando. Parece "un corto cinematográfico". Refleja lo injusto, con demasiada frecuencia, de la justicia; utilizada tantas veces
    por los poderosos para sus intereses (ver, por ejemplo, el caso de Garzón), pero como no tengas medios o influencias y seas víctima de un error o contrario a los intereses de "los de arriba"...apañado estás. Un abrazo. Miguel Ángel.

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  7. Hacía tiempo que no te seguía. Esta historia tan inquietante engancha e invita a seguir imaginando qué pasará, porque no puede ser que acabe ahí, aunque hay veces que ocurre, incluso en paises donde existe la pena de muerte.

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  8. Me se saltan las lagrimas, me entretuvi muchisimo, tienes mucha mano pacer historias. En horabuena Mayte.
    Antón el Gitano

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  9. Leyendo este relato parece que te vas metiendo en una novela de intriga. En principio, lo que parece interesante, se vuelve contra tí cuando choca con la realidad. Es verdad que nos encontramos con más frecuencia de lo deseable, con situaciones similares que nos causan una gran impotencia. Que no caigamos nunca en un error con la justicia...

    Ánimo, Mayte, sigue deleitándonos con tus entregas.

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  10. Como me gusta la forma de contar un episodio de novela que podría pertenecer a una de mi admirado Galdós, felicidades Maite, es una delicia leerte.

    Pilar Perez

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