domingo, 16 de marzo de 2025

La otra Florida

13.

El domingo 29 de diciembre de 2024 los estadounidenses y el mundo entero despertó con la triste noticia de la muerte de Jimmy Carter a la edad de 100 años, en su modesta casa de Plains, donde siempre vivió, en el Estado de Georgia, rodeado de su familia. Quienes tienen ya una edad –el morenito estaba recién llegado a Chokoloskee y todavía era un niño– recuerdan que ganó las elecciones presidenciales de 1976 bajo el marco de la honradez y siempre fiel a sus principios, a los derechos humanos y a la defensa de la democracia. Fue un político entregado a todos los ciudadanos, prometiéndoles una gestión limpia y tranquila, lejos de lo ocurrido en el caso Watergate. Sin embargo, la crisis del petróleo y la toma de rehenes en la Embajada de Irán se lo llevaron por delante con un solo mandato. Una vez fuera de la Casa Blanca su figura creció al fundar con su esposa Rosalynn el Centro Carter, una ONG que actúa, entre otras muchas cosas, como mediadora en conflictos internacionales, también pelea para erradicar enfermedades en el Continente Africano y en cualquier lugar subdesarrollado social y económicamente haciendo hincapié en la importancia de proporcionarle a la gente recursos y herramientas en el ámbito del conocimiento para mejorar sus vidas, por todo ello, en 2002 le dieron el Premio Nobel de la Paz cuyo comité dijo de él: “Es probable que Jimmy Carter no pase a la historia de Estados Unidos como el presidente más eficaz, pero sin duda es el mejor expresidente que ha tenido el país”. Fue el último bastión que ganó como demócrata en el sur profundo, claro defensor de la ecología y la inclusión racial. Cabe destacar que consiguió reconciliar a Egipto e Israel gracias a los acuerdos de Camp David de 1978, justo decir que fue un hombre, en la máxima amplitud de la palabra: bueno. Ernesto Acosta sintió que debía rendirle su particular homenaje, salió por la parte de atrás hacia la Bahía, se agachó con cuidado de no caer al agua y tocando con la punta de los dedos las hierbas que brotaban sin orden en la orilla, permaneció un rato largo reflexionando, mirando al horizonte, su manera de rendir tributo a aquellos que considera importantes. De vuelta al hogar abrió el diario para seguir escribiendo, pero la llamada del encargado de EFC Everglades Fishing Company lo entretuvo unos minutos.
          –Está bien, señor. De acuerdo, iré a la misma hora de siempre –confirmó sin gana.
          –No nos falles, un grupo de excursionistas bastante numeroso han confirmado su llegada y hay que aprovechar la venta –manifestó interesado.
          –Pues lo dicho, ahí estaré –cortó la conversación, cogió una cerveza de la marca Corona y…
          Tras releer aquel e-mail que tiempo atrás le envió el primo Gilberto comunicando el delicado estado de salud de la prima Elsa y la urgencia para sacarla de la isla, puesto que en La Habana no tenían medios ni tratamiento –supo de su muerte cuatro días después en otro correo–, le vino a la memoria como se cruzaron sus caminos. Rodrigo Núñez desbordado respecto a la gestión de montar la infraestructura coordinada con Ernesto, labor a realizar más fácilmente por internet, y al no querer comprometer a su hija poniendo en riesgo quizá el puesto trabajo, eligió al sobrino de más confianza. Gilberto Núñez era músico callejero, un alma libre con múltiples contactos que sabía moverse muy bien entre los más vulnerables. También había hecho de mula –yendo a México y USA para traer mercancías difíciles de conseguir en Cuba–. A la cita del tío en un pequeño café que aún se mantenía en pie y como era habitual iba acompañado de su fiel guitarra. Tenía el pelo más largo, la barba poblada ocultando la pérdida de color en su piel. Estaba muy delgado, llevaba guayabera y pantalón amplio, cómodo, en tonos claros y ese característico ordenado desaliño que le hacía elegante. Le puso al corriente del principal objetivo de Garber House y de la ayuda que iba a pedirle, además de una hermética discreción, fundamental en este caso. El chico asentía previo a haber hecho cálculos mentales calibrando los pros y los contras, no obstante, tras dar tres bocados suculentos al sabroso dulce de coco, aceptó sin reparo.
          –Dentro de dos semanas viajo a Miami, una familia de aquí tiene un pequeño negocio y me paga el pasaje, la estancia y la alimentación, a cambio traigo maquinillas de afeitar, recambios de bolígrafos, ropa interior, un par de piezas de automóvil y tres celulares, podría aprovechar y conocer a Ernesto –entornaba los ojos para perder la mirada.
          –¡Qué buena idea! Se lo diré, vais a congeniar muy bien, estoy seguro –le vinieron a la imaginación los paisajes que compartieron juntos en la barca, las largas conversaciones a la caída de la tarde y esa serenidad que transmitía el morenito.
          –Nunca se ha hablado del naufragio de vuestro hermano y los suyos, se sabía, pero ninguno nos atrevimos a preguntar –dijo limpiándose la comisura de los labios con el pico de la servilleta.
          –No sabría decirte, supongo que, para no hacer sufrir a los abuelos, ellos fueron quienes peor lo pasaron, llegaban noticias confusas, desalentadoras, otras con algún matiz de esperanza que se desvanecía al poco. Una mañana mientras tu padre y yo buscábamos la manera de ir a Florida y tratar de localizarlos, vino el hermano mayor de la madre de Ernesto a confirmar la muerte de los balseros que embarcaron aquel día y culparnos de meterles el gusanillo de la inmigración, sin embargo, apuntó el rumor de que posiblemente hubiera un superviviente, un chaval de 12 años y bien podría ser Ernesto. Intentamos recuperar los cuerpos y repatriarlos, pero no figuraban en ninguna lista de fallecidos, tampoco el nombre de quien se salvó. Fin de la historia, nos vimos obligados a desistir.
          –¿Y ahora como ha llegado a ti? –tenía curiosidad.
          –La abuela, muy sabia, dentro de la bolsa estanca del niño le puso una nota con mis datos completos, quería que también me fuese.
          –No te veo yo en otro lugar –afirmó convencido.
          –Pues no. En fin, como te decía, al cabo de muchos años recibí una carta suya y, desde entonces, andamos mano a mano para echar a andar Garber House. –Gilberto se puso a su entera disposición y, el morenito, fue al aeropuerto de Miami a conocerle. Congeniaron desde el minuto uno y colaboraron juntos hasta que arrancó el segundo mandato de Donald Trump…
          Ernesto Acosta, alienándose en diagonal, se acercó muy despacio hasta donde estaban los balseros evitando que volcasen al cortar las aguas con la proa. Era mediodía, el pronóstico del tiempo no daba tormenta y apenas asomaban nubes a lo lejos agrandando así la esfera del sol. El viento si traía rachas fuertes e intermitentes aumentando la sensación de frío al navegar. Tampoco había rastro de policía ni otras embarcaciones que les comprometieran y, aunque la suerte estuvo de su parte, extremaron las precauciones. Por un momento el morenito se bloqueó, miró a babor y estribor, y al reconocer el sitio empezó su propia batalla interna: “¡Argelina! ¡Papi! ¡Jorge! ¡Mami! ¿Me oís? ¡Socorro! –repetía una voz en su cabeza–. ¡Una cuerda, una cuerda, me ahogo! ¡Hijo! ¡Hijo! –gritaban–. ¡Mirta! ¡Agárrate, Mirta! ¿Dónde está mi niña? ¿Dónde está mi niña?”. No había nada, todos hundidos, todos ahogados. ¡No había nadie! El golpe seco en popa de un delfín juguetón le hizo reaccionar, se ajustó la gorra e iniciaron el traslado.
          –Subid a la barca, muchachos. Daos prisa y poneos los chalecos salvavidas y los chubasqueros para simular que venimos de pescar por si nos topamos con la Guardia Costera, llevan tiempo al acecho y no pasan una –haciendo alarde de las pocas fuerzas que les quedaban saltaron y se emocionaron al ver cómo el mar se tragaba la balsa con un zambullido violento.
          –Somos Osvaldo e Hilario Valdés –dijeron con un hilo de voz.
          –Bueno, cuando estemos en tierra haremos las presentaciones pertinentes. Bebed agua –sacó un par de botellas– y hacedlo poco a poco, estáis sofocados y los contrastes no son buenos para el organismo –arrancó el motor y comenzó a virar en dirección a la costa.
          –Gracias, Rodrigo nos hizo toda clase de advertencias, confiamos en él y, por supuesto, en ti –miraban de reojo los bocadillos, cada uno en su bolsa de cierre automático, el morenito se dio cuenta y con un gesto les indicó que podían comerlos. No habían avanzado casi nada cuando apareció de repente un helicóptero de la policía volando a media altura.
          –No os asustéis, es habitual que lo hagan, por eso traje tres cañas y una red, ese cubo con peces muertos no son comestibles, pero dan el pego –asintieron y rezaron para salir pronto de allí, aunque tardaron unas tres horas en llegar a Chokoloskee, disfrutando de la jornada y del paisaje. Los invitados, con el buche lleno, se quedaron dormidos entregados a la tranquilidad de que alguien velaba por ellos.
          –¿Cuál es el siguiente paso? –preguntaron una vez en la casa y tras haberse dado un buen baño y puesto ropa limpia.
          –Por la tienda en la que trabajo los sábados por la mañana va un pescador al que a veces ayudo en el mantenimiento de la barca, he de hablar con él, quizá os dé trabajo, eso allanaría bastante el camino, si conseguimos que os mantenga durante un año y un día, podríais acogeros a la Ley de Ajuste Cubano, como hice yo.
          –¿Eso qué significaría? –preguntaron incrédulos.
          –Que obtendríais la residencia y, en el caso de quererlo, la ciudadanía.
          –Entonces, recemos a la virgencita de la Caridad del Cobre, nuestra patrona.
          –Hacedlo vosotros.
          –¿Y tú?
      –Prefiero mantenerme al margen, no soy creyente, o sí, pero a mi manera, sin intermediarios. –Osvaldo e Hilario Valdés se miraron extrañados de que un cubano migrante como ellos no se encomendase a Jesucristo.
          Pasados algunos días, Ernesto Acosta clasificaba el pedido en el almacén y reponía expositores y estantes vacíos en la tienda. Abstraído en sus pensamientos y consciente de la complicada andadura iniciada, quizá debería concluir la colaboración en la tienda, pero necesitaba el empleo pese a los bajísimos ingresos que con ello aportaba. Sin embargo, y de momento, los gastos del hogar se habían triplicado con más bocas que alimentar y algo de efectivo para comenzar. Osvaldo e Hilario Valdés fueron los primeros inquilinos en Garber House, luego vinieron otros, y otros más, aunque llegó un momento que lo espaciaron al endurecerse las leyes y reforzar la vigilancia, resultando arriesgado exponerse. Como digo, andaba dándole vueltas a eso cuando entró el compañero.
          –Preguntan por ti –le dijo.
          –¿Quién? –balbuceo.
          –El viejo al que siempre le regalas algo –guiñó el ojo–, oye que me parece bien, también lo hago con clientes vip.
          –Ahora salgo, díselo, por favor –sonrió.
          –Voy –dio media vuelta y desapareció. El morenito pidió permiso al encargado y salió con el hombre a la calle.
          –Muchacho, lo que me pides es muy comprometido y yo tengo mucha edad para andar jugando con la justicia, además, una de mis hijas no quiere que siga solo y voy a vivir con ella en Colorado, sin embargo, te voy a ayudar, conozco a unos cubanos en Miami, tienen un pequeño negocio de reparación de automóviles y buscan aprendices, quizá…
          –Muchas gracias, eso es perfecto. Antes de irse venga a despedirse, tengo algo para usted, así no me olvidará –entró a la trastienda y salió con un pequeño estuche de madera con señuelos de colores que tenía reservado para sí.
          –Bueno, en la ciudad Woodland Park, no podré pescar, pero los llevaré conmigo por si acaso. Eres una buena persona y mereces conseguir en la vida todos tus propósitos, ojalá sepan apreciarlo tus protegidos. –Se fue con la nostalgia del que ya no regresará. Al cabo de los meses Osvaldo e Hilario Valdés se movían perfectamente entre motores, el taller no quedaba lejos de la calle Ocho, donde además de poseer los mejores comercios de la zona, regentados en su mayoría por latinos, también estaba el Paseo de la Fama, con estrellas especiales para artistas exiliados.
          Rodrigo Núñez acompañó a su sobrino Gilberto hasta el Aeropuerto Internacional José Martí rumbo a Florida. Desde el principio el morenito y él descubrieron que les unían más cosas de las que les separaban. Las primeras cuarenta y ocho horas en suelo estadounidense las pasó en Chokoloskee, conociendo las intenciones de ese allegado que había aparecido en sus vidas de repente. Impresionado con la increíble historia de supervivencia narrada desde las entrañas por el primo Ernesto, asombrado ante la solidaridad y empatía de Andrew y Tracy, tan escasa en el mundo, y arrepentido de no haber sido más valiente para abandonar también la isla, se sinceró como jamás lo había hecho con nadie, contándole sus debilidades y esa sensación de sentirse, al cabo de los años: institucionalizado por el régimen y la fidelidad que mantuvo siempre hacia el Compañero Fidel: El Comandante.
          –Así que eres músico. ¿Qué género tocas?
          –De todo un poco, los turistas piden y yo les complazco, aunque cada vez hay menos, las cosas por allá están complicadas y encuentras extranjeros con cuentagotas.
          –A este pueblo no llegan noticias, el estadounidense es muy local, apenas interesa lo que ocurre fuera del condado e incluso del vecindario.
          –¿Y tú sigues el mismo patrón? No lo creo, de lo contrario te importaría un bledo las calamidades de la madre patria. –Nunca se lo preguntó, pero no quiso responder y cambió de tema.
          –Tengo cintas de cassette de Antonio Machín, Compay Segundo, Celia Cruz, entre otros, suelen venderlas en las gasolineras. Aún recuerdo a la abuela cantar antiguas canciones cubanas, guardo imágenes sueltas en la memoria, supongo que no se corresponden unas con otras, pero yo las he juntado y en momentos de nostalgia echo mano de ellas.
          –La esposa del tío Rodrigo me enseñó cuanto sé, era una profesora de canto extraordinaria, cariñosísima, lástima que no tuviera oportunidad de darse a conocer fuera del país, habría sido una gran concertista de piano. La nieta mayor tiene cualidades para seguir sus pasos, ojalá vuele muy alto internacionalmente.
          –Imagino que estarás al corriente de todo esto –señaló al vacío–. Me gustaría saber tu opinión al respecto y si cuento con tu colaboración.
          –Digo yo que si estoy aquí es para hacerlo. Eres un tipo fantástico y de alguna manera, a pesar de lo sufrido, te has reconciliado con la vida canalizando dicho agradecimiento en algo tan inocente como apoyar a los demás –Ernesto sintió halago.
          –Vamos a sacar a una chica de veinte años y otra adolescente, son hermanas y están huérfanas, pero no queremos hacerlo por los canales habituales, es decir, en balsa hasta unas millas antes de llegar a Cayo Hueso donde yo las recogería. Es una travesía muy dura y podrían morir, máxime realizándolo solas. Habíamos pensado que vinieran contigo, prepararíamos un viaje en plan ocio donde después tú volverías con artículos de primera necesidad ejerciendo igual que otras veces de mula, y para eso te necesitamos, sabes cómo funciona el mercado, tienes los contactos empresariales y lo mejor, te mueves como pez en el agua. Correré con todos los gastos, incluido tu porcentaje.
          –No sé, no lo veo muy claro, son demasiado jóvenes y va a ser difícil que algún empresario confíe en ellas.
          –De eso no te preocupes, nosotros nos encargamos.
          –Puede intentarse, pero no prometo nada –mostraba intranquilidad.
          –Si no estás convencido ahora es el momento de echarse atrás.
          –Deja que lo piense –dijo pensativo.
          –No tenemos mucho tiempo, el padrastro se mete en sus camas cada noche –el comentario caló hondo.
          Fueron varias las colaboraciones que realizaron juntos, incluso ya sin Rodrigo. Una vez le ofreció quedarse en Florida, con él, sin embargo, el cubano dijo que si aceptaba sería como dejarse la piel olvidada sobre el Malecón. Siempre que le recuerda, sentado frente a la Bahía de Chokoloskee, saboreando un vaso de ron excelente, le vienen a la memoria los versos de Silvio Rodríguez que en más de una ocasión Gilberto Núñez cantó para él: “Tú me recuerdas las calles de La Habana Vieja/La Catedral sumergida en su baño de tejas/Tú me recuerdas las cosas, no sé, las ventanas/donde los cantores nocturnos cantaban/Amor a La Habana, amor a La Habana”. Además de entonces, volvieron a estar juntos un par de veces más, sin embargo, la relación se fue apagando.
          –¡Eh, amigo! ¿Le sirvo otro? –preguntó el camarero.
          –No, gracias, tráigame la cuenta –respondió el morenito…

6 comentarios:

  1. Siempre es bueno recordar el pasado y con tus entregas nos refrescas la memoria para no olvidar los hechos, malos o buenos como en este caso de Jimmy Carter.
    Por otro lado ver que en este mundo también puede haber personas como el morenito, levanta el ánimo ante tanta mezquindad.

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  2. En la figura de Osvaldo e Hilario Valdés caben todos los cubanos que han prosperado fuera del país.

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  3. María Doloresmarzo 16, 2025

    Esas voces cubanas: Silvio, Pablo, que tantas veladas nocturnas han acompañado conversaciones tratando de cambiar el mundo.

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  4. No sé por qué, pero leyendo esta entrega me viene la imagen de Pepa Flores.

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  5. A pesar de lo negro que está el panorama, es esperanzador que nos recuerdes que también hay gente buena y comprometida en el mundo.

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  6. Como siempre, me sorprendes por cómo vas hilando la historia, cómo te documentas, cómo describes a las personas, los lugares, las relaciones. Valoro mucho que estás el contexto tan actual donde se desenvuelve esta historia, nos has situado en el segundo mandato de Trump. ¿Cómo acabará esto? Muchas gracias

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