domingo, 19 de febrero de 2023

Detroit, una historia cualquiera

12.

El vuelo a Portland, al noroeste de Oregón, con escala en el Aeropuerto Internacional Harry Reid, de Las Vegas, ha despegado con bastante retraso haciendo que el viaje dure el doble de tiempo. Una vez desabrochado el cinturón el hijo de Joanne, mi antigua secretaria en Motors Carson Company, se pone el portafolios sobre las piernas y saca los formularios que hemos de rellenar para traer de vuelta las urnas con las cenizas de mis hermanos. Con destreza y sabiendo muy bien lo que hace se desplaza por los impresos marcando unas casillas si y otras no. Realmente mi única preocupación en este momento es que el tren de aterrizaje se haya escondido en el interior de la aeronave y que después la palanca que lo acciona, para bajar y aterrizar, funcione y no se atasque. Disimulo las gotas de sudor de la frente girado hacia la ventanilla, como si se me hubiese encargado la misión especial de vigilar y visualizar el tráfico entre nubes para alertar de algún posible choque contra fuselaje de basura espacial. Sin embargo, apretadas las mandíbulas y dando rienda suelta al tic nervioso en las corvas sigo pegado por las palmas de las manos a los reposabrazos hasta enrojecer la punta de los dedos. Esto, cuando yo era un tipo con pasta e iba al psicoanalista, supe que era aerofobia, pero a las pruebas me remito, la terapia no me sirvió de mucho. A nuestra izquierda, en los asientos separados por el pasillo, una mujer joven abraza al pequeño cuya cabeza tiene apoyada en su pecho mientras le lee un cuento de héroes y dragones, con letras en molde grande que dan soporte a los dibujos de colores simulando 3D. Seis filas más atrás, un hombre de negocios contempla el sándwich que sostiene con las esquinas mordisqueadas, a la vez que, colérico, suelta exabruptos al teléfono. Lleva el pelo engominado, el nudo de la corbata flojo y todo su aspecto en sí, impoluto. Cierro los ojos y me esfuerzo por recordar cómo era yo en aquella época en la que formé parte activa de la rueda industrial: ¿amable con la tripulación que hace la estancia más agradable? ¿Borde, exigente, maleducado, ebrio, agresivo, prepotente…? Juro por Dios no tener respuesta para definir dichos adjetivos. Bajo tres capas de ropa que han perdido el apresto noto las células que van arrugando la piel que antes fue firme, seductora, sexual, bien rasurada, atractiva y elegante. El tintineo de las mini botellas vacías en el carrito repartidor, preanuncian que vamos llegando, así como el agradecimiento del comandante por haberles elegido a ellos para volar. Pongo el respaldo en posición recto y seguramente estoy tan acojonado que voy pálido.
          –¿Se encuentra bien? –pregunta.
          –Sí, sólo tengo un poco de calor.
          –Puede que la azafata ya no traiga nada, pero por probar que no quede. ¿Pedimos agua?
          –No, no es necesario –lo rechazo por miedo a vomitar.
          –Añada estos datos, por favor –dice, ofreciendo el bolígrafo y un cuaderno para apoyarme.
          –Bueno, no crea que sé muchos detalles sobre mis hermanos, desde la muerte de mamá no nos hemos visto más. Siempre fueron caprichosos, dos almas libres al margen de la Motors Carson Company y con ciertos privilegios para hacer a su antojo cuanto terciase, en cambio a mí no se me dio la oportunidad de elegir ni de realizar mis sueños, que también los tenía. Figúrese, he pasado muchos años culpándoles de mis fracasos sin entender que a la ruina personal me llevaron las circunstancias y desde luego mi incapacidad manifiesta a la hora de manejar los asuntos comerciales.
          –Lo que no sepa déjelo en blanco, lo resolveremos in situ. Como ve son cosas muy sencillas que siendo su situación económica delicada no le comprometen a nada. No obstante, ese tema –se producen unos segundos de silencio– está resuelto.
          –¿Con quién estaré en deuda a partir de ahora?
          –Con nadie –recuerdo de su madre esa misma generosidad–. ¿Entierro o incineración?
          –Lo segundo.
          –¿Qué hará con las cenizas?
          –Mi hermana vivía en un rancho en Texas, en el cementerio de allí descansan su esposo, los suegros y mi madre, por tanto no se me ocurre un lugar mejor.
          –¿Tenía hecho testamento? Sería interesante saber a quién deja sus bienes.
          –Ni idea, pero si está pensando en mí como candidato, se equivoca, habrá hecho lo posible para que no me llegue ni un solo centavo, tampoco lo quiero.
          –Pues lo averiguaremos porque de ser así resolvería su vida.
          –Yo ya no tengo solución, ¿Cuánto falta?
          –Menos de media hora, relájese. ¿Qué pasó entre ustedes?
          –Que soy un soberbio y me he creído superior, con más derechos y más listo, pero no pienso cargar con toda la culpa, ellos también tuvieron su parte. No obstante, poco importa ahora y no tiene sentido remover la mierda.
          –Perdone, no era mi intención –asiento con la cabeza y centro la atención en los folios que no sé cómo completar.
          –Gracias por todo.
          Aterrizamos sin incidencias y a la salida de la terminal un automóvil rentado nos espera en el aparcamiento. El hijo de Joanne, mi antigua secretaria en Motors Carson Company, durante 62 millas no levanta el pie del acelerador y tampoco apenas hablamos aunque sí disfrutamos del paisaje. Portland es una ciudad cuya economía se fundamenta  en el transporte de mercancías donde, numerosas fábricas e industrias han hecho prosperar a los ciudadanos, aunque hoy en día es el sector tecnológico con sus empresas emergentes quien se lleva y aporta la mayor tajada. Sus amplias avenidas me recuerdan a otra época con un sol más brillante, un viento más limpio, unos bulevares más acogedores, una gente más ocupada. Para la oficina del forense del estado de Oregón, aún queda. Ahí tendremos que cumplimentar el papeleo, pagar los tasas y emprender el camino de vuelta. Por un momento, con esos flashes que a veces tiene la memoria me viene a la cabeza la imagen de Emily, el ama de llaves que velaba por todos nosotros, y la de Brady, el chófer que nos libró de tantos apuros, pero especialmente la de Dominic, nuestro jardinero, un ser humano tierno que sentía tremenda debilidad por mi hermana Dakota a la que consideraba la nieta que nunca tuvo. Supongo que de haber vivido mamá me culparía de no darles un entierro pagado de mi bolsillo.
          –¿Sabe que aquí nació Louis S. Goodman? –interrumpe mis pensamientos.
          –Pues no, y además no tengo ni idea de quién es –sigo diciendo para mis adentros que la cultura general no es lo mío.
          –Un farmacólogo estadounidense que colaboró con su colega Alfred Zack Gilman, ambos fueron pioneros de la quimioterapia con mostaza nitrogenada.
          –¿Con qué? ¿Pero la mostaza no se le pone a los hot dog?
          –No me refiero a esa, es un líquido que se usó en los primeros ensayos para lograr un fármaco anticancerígeno.
          –Su generación está mejor preparada que la mía, ahora con Internet tienen el mundo al alcance de la mano. Nuestro perímetro de conocimiento, excepto quienes viajaban, era muy delimitado.
          –Cada generación tiene su lado bueno.
          –Y malo.
          –Miré, ahí tenemos que hacer los trámites, pero antes entremos a comer algo.
          –Usted manda. –Hace tanto que no saboreo una hamburguesa con toda su grasa que se me hace la boca agua en cuanto se me llena el paladar con ese cuarto de carne de búfalo molida.
          Las gestiones llevadas a cabo resultan más rápidas de lo imaginado ya que una vez activado el protocolo para iniciar el traslado la cosa marcha sobre ruedas. Sin embargo, hacemos noche porque después hasta Texas nos espera otro día entero con escala y a continuación el regreso a Detroit. Total que conviviremos juntos cuatro largas jornadas.
          El yerno de Megan Aniston, que nunca había visto a su esposa débil y fuerte, despierta y ausente, grande y diminuta, oculta y transparente al mismo tiempo, le pasa el brazo por la cintura mientras susurra palabras tranquilizadoras al oído. Detrás de la estudiante colombiana que salió a buscarlos, caminan llevando encima el presunto peso de la tragedia familiar que puede acontecerles haciendo que los latidos del corazón palpiten a un ritmo desorbitado. El olor antiséptico del ascensor se filtra incluso a través de la mascarilla obligatoria en el recinto hospitalario. La estudiante en prácticas pulsa el botón del sótano 1 donde se ubica la Unidad de Cuidados Intensivos, pero antes de cerrarse la puerta un grupo de médicos jovencísimos se cuelan dentro y marcan otros pisos por encima aun sabiendo que el elevador baja. Cuando salen a la planta, y avanzan un poco, el silencio es abrumador, las paredes están cubiertas con baldosines en blanco mate, la luz es muy tenue y las baldosas, de amplias dimensiones, indican que han llegado a la zona donde han de equiparse con bata, gorro, guantes, cubre zapatos y pantalla de protección. Detrás de la cristalera, enfundados en los EPI, enfermeros y enfermeras manejan con mucha maña a los pacientes aliviándoles las heridas y si es posible cambiándoles de postura.
          –¿Qué tal? Soy la doctora que lleva el caso de su madre. Hemos conseguido estabilizarla pero el proceso va muy lento.
          –¿Se pondrá bien? –pregunta la hija de Megan Aniston.
          –Confío en que sí. Ingresó muy grave y está pasando por diversos episodios, a cual más complicado, pero es una mujer fuerte, lo demuestra día a día. No obstante –continúa diciendo Violeta Reyes, directora de UCI en el Detroit Medical Center–, deben comprender que el covid-19 se comporta a veces de forma extraña aún con toda la información de la que ahora disponemos y los avances en el ámbito de medicamentos y pautas a seguir, salta una variante y lo pone todo patas arriba.
          –¿Han identificado cuál ha infectado a mi suegra? –pregunta pendiente de su mujer.
          –Ahora circula BA.5, y lo más preocupante de esta cepa es que puede reinfectar semanas después del primer contagio.
          –Mamá no tiene puestas todas las pautas de la vacuna.
          –Vaya, este dato que aportan es importante conocerlo. Lo que ocurre también con esta subvariante de Ómicron es que es muy hábil para evadir la protección inmunitaria se tengan o no anticuerpos. Algunos expertos opinan que de momento esta es la más transmisible. ¿Qué rutinas sigue la señora Aniston? –ambos se miran y se les entristece el rostro.
          –Fundamentalmente –responde él–, se mueve por aquellos rincones donde pueda encontrar algo de comida para nosotros. Supongo que tengo la culpa de que haya enfermado.
          –Eso no, cariño –consuela ella.
          –No hay culpables, hay una pandemia que nos trae de cabeza y a la que hemos de doblegar –dice Violeta.
          –Ella nunca ha estado enferma, yo soy la débil –asegura la hija.
          –Bueno, eso no es del todo cierto. Hemos detectado un problema importante de corazón, así como anemia, azúcar y un pólipo sangrante que habrá que extirpar y analizar cuando salga de UCI. ¿Saben qué medicinas toma?
          –No, es la primera noticia que tenemos, nunca nos lo dijo, al menos a mí –dice el hombre apenado.
          –Ni a mí –y girándose hacia él, pide–: ve a su casa y busca a ver si encuentras algo.
          –No es necesario, puede que ni siquiera se esté medicando. Nosotros ajustaremos un tratamiento apropiado a su dolencia.
          –Pero no tenemos dinero, nuestro seguro no cubre apenas nada.
          –Tranquilos, ya saben que Medicaid proporciona cobertura de salud gratuita.
          –¿Puedo entrar un momento a verla?
          –Dentro de cuarenta y cinco minutos es la hora de visita, pero dadas las circunstancias tan especiales haré una excepción. Eso sí, sólo usted, lo lamento caballero, tendrá que esperar fuera.
          –Es que, fíjese cómo está mi esposa, he de ayudarla a caminar.
          –No se apure, para eso estamos aquí –he indica a la estudiante colombiana en prácticas que la agarre de la cintura como la lleva él.
          –¿Estás segura de hacerlo, querida? –pregunta mientras se aparta un poco.
          –Sí, nunca lo he estado más.
          –Bien, entonces en marcha. ¡Ah!, es muy importante que no toque nada –la ponen una bata estéril encima de la protección que ya lleva.
          Colocada a los pies de la cama donde Megan lucha por la vida desafiando a la muerte, siente deseos de abrazarla y pedir perdón por haber nacido enquencle, por empeñarse en ser el centro de atención, por no cuidar de ella como una buena hija debe hacerlo, por complicarle la existencia, por estirar de su aguante, por no otorgarle siquiera un solo respiro para envejecer en paz.
          –Tiene que irse ya –dice la enfermera comprobando continuamente las sondas y los cables en la paciente.
          Cuando la pareja sale a la calle llevándose consigo las buenas intenciones del equipo médico y la certeza de que les comunicarán cualquier cambio, apenas se han movido las agujas del reloj y parece que hayan pasado cinco lustros desde que fueron a denunciar la desaparición de la anciana. Afuera, el frío y la luz del sol les deslumbra pero saben que han de llegar a casa y tranquilizar a los niños preocupados por la abuela.
          –¿Notas que la Tierra ha dejado de rotar? –le preguntan a Christopher, el tipo peculiar de Alaska que encontré de noche en un parque.
          –¡Pero qué dices, tarao! –exclama otra mendiga–. El único que da vueltas como una peonza eres tú –y ríen a carcajadas.
          –¿Habéis oído lo de la plaga que va a acabar con las estrellas? –salta un tercero.
          –Sí, con las de Hollywood, no te jode –apunta el primero.
          –¡Imbécil! –por poco se lían a puñetazos.
          –¿Y tú, qué?, señoritingo –zarandean a un muchacho que cruza entre ellos–. ¡Esto es propiedad privada! ¿No lo ves?
          –Perdón, voy a ésta dirección –enseña el mapa en su móvil– y por aquí es más corto, pero no quiero importunarles –dice asustado.
          –¡Anda!, pero si tiene planito y todo –le arrebatan el celular y como una pelota de beisbol se lo pasan unos a otros.
          –Llevo pocos dólares encima –saca cinco billetes de los pequeños–, cojan lo que quieran pero no me hagan daño, por favor.
          –Pues claro que no, mariquita. Somos unos caballeros y además tus amigos. ¡Venga!, ven con nosotros que te vamos a hacer un hombre.
          –¿Adónde te crees que vas, piel roja? –increpan a Christopher, pero él huye para no verse involucrado en la pelea, ni que la policía vuelva a detenerlo a consecuencia de sus rasgos asiáticos. Lejos ya de allí, martillea en sus sienes las súplicas del muchacho al que han arrastrado por la fuerza tras unos matorrales.
          Después de dicho incidente que le volvió a colmar de impotencia, faltarían dos o tres lunas para retornar a Alaska. La emoción de regresar al hogar y sentirse a salvo de los peligros a los que se había visto sometido desde su llegada a Detroit, le proporciona la fuerza suficiente poniendo todas sus expectativas en ello. Un día, caminando en sentido contrario a Pope Francis Center, la iglesia Baptista adonde acuden homeless de toda la ciudad, ve un cartel pegado en el escaparate de un restaurante de comida rápida donde pone: “se busca camarero”. Sin pensárselo dos veces entra y el dueño desbordado de trabajo le da un delantal para que sirva las comandas sin ponerle a prueba. Ahí nos volvimos a encontrar…

7 comentarios:

  1. Según leo me sitúo en el escenario que describes con tanta precisión y me siento un personaje más. Gracias por llevarme una vez más allí.

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  2. María Doloresfebrero 19, 2023

    Mezclas la ficción con la realidad y lo haces elegante. Sigue así, querida.

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  3. Haces que las fatigas de los sanitarios y el dolor de los que esperan, sean más llevaderos aportando esa sensibilidad tan tuya. Gracias, compañera.

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  4. No quisiera ser repetitiva y por eso solo te digo que estoy encantada de haber encontrado tu blog hace ya unos años.
    Gracias.

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  5. Para no haber salido nunca de Buenos Aires con vos visito mundo

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  6. Tienes una extraordinaria habilidad para describir situaciones. He sentido el pánico dentro de ese avión. Gracias. Besos

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  7. De nuevo compruebo la habilidad con la que exploras en las relaciones humanas, en las diversas intolerancias y prejuicios... Te superas por momentos. Gracias y cuídate, amiga. Besos.

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