domingo, 3 de julio de 2022

Helen Wyner

23 

Por una de esas casualidades que a veces ocurren una sola vez en la vida, Rachell W. Rampell estaba en Montgomery de visita privada. No obstante, coincidiendo con la celebración del Congreso Anual del Partido Demócrata de los Estados del Sur, en un rancho de las afueras, el Reports Alabama Times, su periódico, la envió a cubrir la noticia a pesar de haber manifestado que necesitaba esos días de descanso para poner sus ideas en claro. Sin embargo, aceptó pensando que sería algo muy rápido, unas cuantas fotos y el artículo de opinión que enviaría por correo electrónico, y en el que destacaría, con frases bien construidas, la lista de personalidades y sus típicas alabanzas hipócritas que hacen girar la rueda de la envidia. Pero lo que nunca podría haber imaginado es que asistiría en directo al sangriento atentado que tuvo lugar allí. Hora y media antes del inicio recogió la acreditación y tomó posición en un punto estratégico desde donde el campo de visión era amplísimo. Tenía un sexto sentido para elegirlos. La gente llegó poco a poco, primero las autoridades con sus guardaespaldas descendiendo de las limusinas, a continuación los invitados y por último, hombres y mujeres encargados de abrir y cerrar el acto. ‘Parece que ya están todos –dijo el reportero The New Yorker–. ¡Empieza la fiesta, colegas!’. ‘¡Qué va! –dijo otra persona–, siguen entrando automóviles. ¿No los ves?’. ‘Mirad allí –señaló un reportero gráfico–, parece que hay alguien escondido. ¿Veis eso brillante?’. ‘Anda, no seas paranoico –dijeron al fondo–, es el viento que mueve los arbustos’. Cuando el último automóvil de la fila aparcó a cincuenta pies de ellos y la congresista Taraji Evans, por el condado de Baldwin, se bajó de él con su equipo, una ráfaga de balas enmudeció las risas. Quien pudo corrió a refugiarse detrás de los salpicaderos, bajo las ruedas, abrazados a los árboles o simplemente tirados en el suelo. Tres camareras, dos cocineros y un chófer perdieron la vida, como también cinco periodistas y un cámara de televisión. Rachell W. Rampell palpó cada zona de su cuerpo para comprobar si estaba entera y, salvo una pequeña herida en el codo tras golpearse al caer, conservaba cada extremidad. Se incorporó y recuperado el equilibrio, un cuadro dantesco colisionó contra su mirada. No tuvo más remedio que buscar un teléfono público y dictar la crónica porque después del tiroteo activaron el protocolo de los inhibidores wifi. ‘Jefe, tengo a muchos compañeros que aguardan para hacer lo mismo que yo, así que, no me jodas y toma nota de cuánto digo, salimos a doble página. E. J. Smith, de 22 años, tenía la piel pecosa, era pelirrojo, de estatura más bien baja y andar muy ligero. Podríamos decir que su perfil es igual al de cualquier joven que tiene la vida por hacer, sin embargo, dentro de su cabeza dio asilo a un huésped supremacista de instintos asesinos. Dos días antes había abandonado la ciudad de Ecorse, a tres horas y veinte minutos de Michigan con la firme idea de sembrar el pánico. Cargó en la camioneta el fusil de asalto, la pistola automática, municiones, víveres y la indumentaria propia de camuflaje para no ser reconocido de inmediato. A falta de una milla para llegar al destino se metió por un sendero no transitado, dejó el vehículo escondido entre matorrales y continuó a pie. Sobre un plano del recinto había estudiado con minuciosidad donde ocultarse para reaparecer una vez que su objetivo estuviese a tiro. No hemos podido reaccionar, ha ocurrido todo muy rápido, el terrorista se ha puesto en mitad de la esplanada y ha iniciado una ráfaga de disparos hasta que ha sido abatido por el FBI. La congresista Taraji Evans, de tan sólo 45 años, ha muerto en la ambulancia camino del hospital, sus colaboradores en el momento. Fuentes oficiales nos han dicho que han encontrado en las redes sociales un video subido por el asesino donde detallaba lo que iba a hacer y cómo. Hacía meses que planeaba matarla por el sólo hecho de apoyar en la Cámara Baja la iniciativa para regular la venta de armas y su lucha constante por la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, legado que les dejó John Lewis. El terrorista, miembro de la National Rifle Association of America, había manifestado en más de una ocasión su odio a los negros. Ahora mismo en el rancho estamos a la espera de la llegada en breve del vicepresidente de los Estados Unidos, que lo hará a bordo de un helicóptero del ejército. También van a desplazarse hasta aquí familiares de las víctimas cuyos cadáveres aún no han sido retirados. La situación vivida casi a diario de asesinatos en nuestro país debería llevarnos a la reflexión de que como sociedad estamos fallando en el sentido de que cualquier individuo, esté o no en su sano juicio, puede caminar en libertad con una recortable por la calle y hacerlo sin que pase nada. ¿Lo has anotado todo? –preguntó–. Si me entero de algo más, vuelvo a llamar’. Cortó la comunicación y se acercó cuanto pudo a la escena del crimen aunque era imposible poner en palabras la impotencia, el llanto, la pena, la rabia y el desconsuelo que transmitía la cara de los presentes.
          Era el final del curso y los maestros y maestras despedían a los alumnos y alumnas almorzando todos juntos. Zinerva Falzone, como cada año, elaboró un menú especial con platos típicos de la región y un guiño a Italia, ésta vez con su postre favorito: crema carsolina, fácil de elaborar. Así que, ahí estaba, moviéndose como pez en el agua entre ollas industriales y especies aromáticas cuando llegó Betty Scott y comenzó a trastear preparando cubiertos y vasos. ‘Qué bueno que viniste –la italiana, ajena a los acontecimientos que rodeaban a su compañera continuó en tono bastante amable–, hay mucha faena y sola no doy abasto’. ‘Sí, enseguida monto las mesas y te ayudo con los platos compartimentados. ¿Dónde están los demás’. ‘Da la casualidad de que, para no variar, las dos únicas personas que quedaban conmigo en el departamento se han puesto enfermas’. ‘¿Qué tienen hoy?’. ‘Una gastroenteritis y la otra diarrea’. ‘¿Y de comida? –preguntó–. ¿Cuántos serán en total?’. No lo sé, pero hay suficiente. He tirado el presupuesto por la ventana: guisantes, pure de patata, hamburguesa, pollo frito y…’. ‘Ya veo el azúcar glas, la yema de huevo y resto de ingredientes, se van a chupar los dedos con el dulce de tu país’. ‘¿Adónde irás en verano?’. ‘Aún no lo sé, ya veremos’. ‘Pues yo a lo mejor voy a Sicilia, me apetece recorrer la tierra de mis antepasados –aunque comprendió que la otra no estaba nada conversadora siguió contando–, pero también tengo otro viaje pendiente con…’. Interrumpió alguien de administración. ‘Scott –voceó con la puerta entreabierta–, te llaman de dirección’. La galería luminosa que conduce a los despachos en el pabellón principal estaba semi desierta con apenas la mitad de la plantilla en activo, puesto que, desde lo del secuestro, el resto fueron yéndose a otros centros supuestamente más seguros y los estudiantes también. Avanzó con el sosiego sujeto con alfileres y la ira a punto de estallar, presagiaba lo peor. ‘Con permiso’. ‘Entra’. ‘Tú dirás’. ‘¿Te ha llegado la carta de despido?’. ‘No’. ‘Pues con sumo gusto te doy una copia. La empresa prescinde de tus servicios y yo me alegro de ser el encargado de comunicártelo’. ‘¿Tú? Vete a la mierda’. ‘Cómo prefieras, trasladaré tus palabras al dueño’. ‘Escúchame una cosa consejero escolar –se la notaba fuera de sí–: aunque el cargo en funciones se te haya subido a la cabeza, no eres más que un monigote limpiando las babas del amo, así que, diles a los herederos del señor Penn que me despidan ellos personalmente’. ‘Perdón –interrumpió Helen Wyner–, ¿vienes un momento, por favor?’. ‘Sí, claro. –respondió él, y dirigiéndose a la otra dijo con autoridad–: Recoge tus cosas y vete sin acabar la jornada, no quiero a gente de tu calaña alrededor’. Unos minutos después, en la Sala de Juntas y habiéndose quitado un peso de encima, escuchó atento. ‘Conocías a la congresista Taraji Evans, ¿verdad?’. ‘Sí, precisamente hemos estado juntos hace muy poco. ¿Por qué?’. ‘¿No has visto el informativo?’. ‘Salí muy temprano y ya ves el panorama que hay. Esto se hunde y tengo que aguantar el tipo mientras que no haya un comunicado oficial y nos larguemos todos. Pero, dime, ¿qué pasa?’. ‘Ha sufrido un atentado mortal’. El labio inferior comenzó a temblarle y no se desplomó de puro milagro, invadido por una tristeza inmensa se puso en pie, salió afuera y llorando de impotencia corrió por el recinto.
          Una mañana de sol espléndido y brisa agradable a primeros de verano, Beth Wyner no despertó. Días antes la doctora García convocó a los familiares y, aunque su labor consistía en salvar vidas, también lo era que se mantuvieran bajo el marco de la dignidad, algo que esta enferma en concreto perdió hacía mucho tiempo. ‘¿Pero practicar la eutanasia está prohibido en este Estado –expresó la madre un tanto escandalizada– y a usted pueden encarcelarla’. ‘Bueno, digamos que hay un camino menos ortodoxo que me dejaría al margen’. A las cinco p.m. los últimos conocidos abandonaron la habitación quedando tan sólo alrededor de la cama Helen, su madre y el marido de ésta. ‘El proceso va a ser largo –informó uno de los médicos adjuntos–, les aconsejo que tomen algo en la cafetería mientras que nosotros lo preparamos todo. Si hubiese alguna novedad o contraorden les avisaremos’. Sin embargo, excepto líquido, fueron incapaces de comer nada. ‘¿Creéis que le dolerá? –preguntó la mujer con lágrimas en los ojos–. Para mí es muy difícil dejar ir a mi niña’. ‘No, entrará en un sueño muy profundo –respondió la hija–, el resto lo hará la química que le van a suministrar, pero en cualquiera de los casos no sufrirá’. ‘Fíjate en su cara, querida, transmite paz –dijo él con mucha ternura–. ¿Qué os apetece?’. ‘Me gusta este hombre, mami, y me alegro por ti, lo mereces. Siento haber sido fría o borde cuando nos presentaste, me cogió con el paso cambiado, espero que no me guarde rencor’. ‘Qué va, tranquila. Es una bellísima persona y lo único que quiere es que yo esté bien, además valora mucho lo que hiciste del reportaje, siempre me está diciendo lo valiente que eres’. ‘A ver, chicas: un café bien cargado y una infusión. Traigo también un trozo de bizcocho’. Ambas respondieron que tenían el estómago encogido. ‘Señora Wyner –prestó atención aunque acababa de cambiar de apellido–, ya pueden subir’. El silencio, apenas vulnerado por algo parecido a un gemido, aunque no identificable como tal, alargaba aún más el ancho pasillo donde a los residentes en peores condiciones psíquicas se les escapaba el vínculo con la vida. La doctora García estaba dentro tomándole el pulso a la paciente y anotando números mezclados con letras en el historial. ‘Tranquilas. Primero vamos a controlar la presión arterial y demás valores para asegurarnos de que todo está bien. Luego nos iremos respetando su intimidad. ¿Quién va a administrarle los barbitúricos?’. ‘Yo –dijo con un hilo de voz–, soy su madre y asumo toda la responsabilidad’. ‘De acuerdo, es muy sencillo, sólo tiene que abrir el goteo e irá cayendo por el catéter poco a poco’. Las últimas luces del atardecer se disipaban a lo lejos recortando las cimas de las montañas, Beth Wyner respiraba con normalidad sumergida en el letargo que presagiaba el final de la pesadilla. ‘¿Queréis quedaros solas? –dijo el hombre–. De verdad que lo entiendo, al fin y al cabo soy un desconocido’. ‘No te vayas, por favor –dijo Helen, y señalando hacia su hermana, continuó–, le hubiese encantado conocerte’. Ocho horas después todo había terminado. Ellas se quedaron traspuestas en el sillón, él permaneció sentado en la cama sujetando la mano de la joven. El sepelio fue en la más estricta intimidad, asistió Rachell W. Rampell y media docena de amigos.
          Dos semanas después de dar por terminado el periodo escolar y confirmarse el cierre definitivo de la escuela al no tener ninguna solicitud de matrícula para el próximo curso, Coretta Sanders, Zinerva Falzone y Helen Wyner hicieron un viaje en autocaravana por todo Mississippi, cuya experiencia fue excelente. En Jackson visitaron la modesta casa donde nació Medgar Evers, activista por los derechos civiles que fue asesinado en 1963 por un miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos, grupo opositor a la integración de los negros en la sociedad. Disfrutaron del paisaje a ritmo de blues metiendo los pies en el golfo de México, y fueron testigos de espectaculares atardeceres cerca de la naturaleza, pero por encima de cualquier construcción, acontecimiento histórico, museo, paisaje o dato geográfico, su mejor patrimonio era la complicidad que tenían entre ellas. Apurando hasta el último segundo hicieron noche en la ciudad de Starkville, compraron cervezas y sándwiches como festín de despedida y repostando combustible en la gasolinera vieron anunciado un concierto gospel en las inmediaciones de un garaje. ‘¿Por dónde queda esa dirección? –señalando el cartel preguntó la italiana a la persona que atendía en mostrador–. ¿Puede ir quien quiera?’. ‘¡Ah!, bueno. Lo de la ONG esa, ¿verdad? Pues no tiene pérdida, sigan recto y en cuanto vean una concentración de vagos y delincuentes, con sus bailes extravagantes, sus ropas de colores, el pelo ensortijado, la piel color carbón y muchos niños y niñas sin respetar el orden, ahí es’. Tras darles el ticket haciendo caso omiso a la contestación de ellas por el comentario racista que acaba de hacer, regresó a la trastienda. ‘Chicas, ¿os apetece que vayamos? –propuso Helen–. No estaría mal, ¡eh!’. De extremo a extremo de dos postes de luz, una pancarta grande tenía escrita la siguiente frase de Martin Luther King: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados”. ‘¿Señora Sanders?’. ‘¡Agente, Cohen! ¡Qué grata sorpresa! Llámeme Coretta, por favor’. ‘De acuerdo, y usted a mí Anthony, que ahora estamos en un escenario distendido’. ‘¿Qué le ha pasado? –preguntó ella al verle con un parche en el ojo–. ¿No me diga que se ha pegado con algún gangster y ha perdido?’. ‘Todavía no he llegado a eso –soltó una carcajada–. Ha sido un accidente de trabajo, pero tiene su lado positivo: me han dado la jubilación anticipada porque dicen que así siempre se me escaparía medio delincuente. Mala leche, ¿verdad?’. Las tres mujeres sonrieron. ‘Quería agradecerle cuánto hizo para esclarecer el asesinato de mi esposo, la convivencia en Alabama se está poniendo difícil para alguien como yo’. ‘Es muy lamentable llegar a tal situación, sin embargo, hay que seguir luchando. Ya sabe que la paga que nos queda del gobierno no da para mucho, así que, ahora soy detective privado, tenga mi tarjeta por si me necesita. Voy a hablar con aquellas personas que también conozco, luego las veo’. El murmullo de tanta gente reunida se apagó de repente según fue saliendo un coro de hombres y mujeres vestidos con túnicas amarillas y entonando la canción Jesus is with me hasta que la familia de Daunte Gray subió al escenario improvisado y agradeció la asistencia. ‘A nuestro hijo lo mató la discriminación racial –el padre y la madre se alternaban el discurso–, la mentira, la falsa acusación sin pruebas y el azar que a veces se coloca entre dos astros equivocados –eran interrumpidos por los aleluyas clamados por el público asistente–. Queremos que no nos persigan por aquello que no hemos hecho basándose tan sólo en el color de nuestra piel y que si vuelve a pasar algo parecido seamos una asociación solvente para contratar abogados, forenses, psicólogos, investigadores y lo que haga falta, por eso pedimos vuestra ayuda. Todas las manos son pocas, todos los recursos escasos, toda la lucha imprescindible. Y, al grito de Black Lives Matter concluyó el encuentro alcanzando de sobra las expectativas propuestas.
          De vuelta al condado de Baldwin dejaron la autocaravana donde la habían rentado cogiendo cada una su vehículo. Zinerva Falzone fue directamente a una agencia de viajes, eligió un paquete europeo y sacó un pasaje de ida con la vuelta abierta. Coretta Sanders reanudó las gestiones iniciadas con la Embajada de Estados Unidos, en Ulán Bator, intentando sacar, por vía diplomática, a su hijo de la cárcel y traerlo de Mongolia. Helen Wyner abrió la puerta de su casa, conectó el equipo de música y eligió uno de los discos de Nina Simone que tanto le gustaba. Dejó para más tarde los mensajes del contestador, habló con su madre y, marcó un número de teléfono. ‘Rachell W. Rampell del Reports Alabama Times’. ‘Hola’. ‘¡Qué sorpresa! ¿Ya has vuelto?’. ‘Sí. ¿Hace un tequila?’. ‘Pues claro, sabes que a eso no me puedo resistir’. ‘¿A las seis p.m. en The taco mexican cantina’. ‘¡Venga!’.

5 comentarios:

  1. Perfecto broche final a una historia que nos ha acercado al sur de EE.UU destacando la cara humana de las personas. Descansa, buen verano y vuelve pronto, nena. Un beso

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  2. Nunca te agradeceré lo suficiente todo lo que he aprendido contigo, maestra. Nos vemos. Merecido descanso.

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  3. Después de lo dicho por los comentaristas anteriores, sólo me queda manifestar mi admiración por el manejo de sentimientos que tiene en sus textos. Gracias y espero que vuelva pronto.

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  4. La unión de los hilos del relato en su cierre indican la profesionalidad de la persona que lo escribe.
    Esperemos que el descanso sirva para que nos sigas regalando la magia de tu imaginación adobada con la mejor documentación.
    Buen verano, a disfrutar.

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  5. “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza en todos lados”... ¡Ah!, y lo de "también lo era que se mantuvieran bajo el marco de la dignidad", me ha provocado una intensa emoción y sabes por qué.
    El final que demandaba un extraordinario relato. Agradecido, amiga, por tu generosidad. Buen verano, suerte y salud. Te camelo.

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