domingo, 23 de mayo de 2021

No puedo respirar

19.

Un billete de 20 dólares falso ha renacido en los Estados Unidos el símbolo contra el racismo definido cómo: odio hacia los que vinieron hacinados en barcos negreros para trabajar de sirvientas, nodrizas y en plantas agrícolas de tabaco, caña de azúcar o algodón, hasta que, tras muchos años de sufrimiento, una vez abolida la esclavitud, sus descendientes transitaron libres, algo todavía sin asimilar por quienes se consideran superiores al tener la piel clara. Minneapolis, adonde hemos viajado Georgia, Jeff, Steven y yo para asistir al acontecimiento histórico que mantiene al mundo expectante, se ha convertido en santuario en memoria de George Floyd, acogiendo la vigilia ininterrumpida que tiene lugar en la iglesia baptista Greater Friendship Missionary, al sur de la ciudad, a las puertas del veredicto pendiente del jurado contra Derek Chauvin, el expolicía acusado de asesinato al presionar con su rodilla el cuello del afroamericano pese a la angustiosa súplica del detenido que, reducido en el suelo, dice desesperadamente que no puede respirar. Durante la espera, me asalta el paisaje de aquellas inmensas mansiones del siglo XIX, vestidas en su interior al estilo colonial francés y ubicadas en antiguas plantaciones en Louisiana, Virginia, Alabama o cualquier otro estado del sur, donde al negro de aquella época, una vez explotado, se le azotaba para que aprendiera a obedecer. Las mujeres de la misma etnia, en su mayoría aún niñas, además de encargarse de las tareas domésticas eran violadas ante la impotencia de padres, maridos y hermanos, pariendo a los vástagos del amo en el ostracismo de un roble ya seco. Hasta que, ellas y ellos, agotados y envejecidos, eran vendidos en el mercado de esclavos ocupando su lugar generaciones más jóvenes que serán sometidas a las mismas presiones y maltratos que sus antecesores. De esa conmovedora historia que culminó en una guerra civil con la muerte también del presidente Abraham Lincoln, a la aversión actual que experimentamos hacia el ser humano de raza diferente, han cambiado los escenarios donde se ejecutan las acciones, pero muy poco la esencia de éstas. Somos la primera potencia del mundo, el país más avanzado en ciencia, la sociedad que más oportunidades brinda a nuevos emprendedores y, en cambio, casi a diario, como rieles por el asfalto corre la sangre inocente de cientos de miles de compatriotas asesinados, cuya crónica se escribe con nombre y apellidos: Adam Toledo, 13 años, al que un agente disparó en Chicago segundos después de que el menor tirase al suelo la presunta pistola que dicen que llevaba y levantase las manos como se le indicó tal y como quedó recogido en la grabación realizada por la cámara del propio policía. Miles Jackson, 27 años, hospital en Columbus, Ohio, ingresado en urgencias bajo custodia policial, detectan que lleva un arma y, en mitad del forcejeo para arrebatársela, se dispara, estos reculan y al final le matan a tiros. Y, por supuesto, Daunte Wright, 20 años, abatido a medio metro de la oficial Kim Potter, a unas nueve millas del tribunal situado en el 18º piso del Centro de Gobierno del Condado de Hennepin, en Minneapolis, donde celebran el juicio por George Floyd. La lista, desgraciadamente, es interminable. La vergüenza ajena, también.
          Cae la tarde, avanzan las horas y buscando la claridad del infinito hacia el lejano oeste, una columna de velas encendidas alfombra bulevares que recrean caravanas de carretas tiradas por caballos. ‘I can’t breathe’. ‘Alabado sea Dios’. ‘I can’t breathe’. ‘Aleluya’. ‘I can’t breathe’. ‘Justicia para mi hermano’. ‘Black Lives Matter’. ‘No a la supremacía blanca’. ‘I can’t breathe…’. Frases que resuenan como lamentos en los corazones de la buena gente y preludian los primeros acordes de guitarra de la emblemática canción de Bob Dylan, We shall overcome, que tanto recuerda al reverendo Martin Luther King. Siento muy cerca el calor de las personas que colapsamos las calles, los caminos, las avenidas y las arterias de toda el área metropolitana donde se respira impotencia ante la segregación racial. A lo lejos, el viento quizá esté agitando los campos de cebada o la ropa impoluta tendida de un cordel entre postes. Puede que la vaca sea generosa y, además de dar abundante leche para la casa grande reserve un poco en sus ubres con que calmar a otros sedientos. Quién sabe… Abandono mis pensamientos y, entonces, a la voz de un maestro de ceremonia, como efecto dominó, y en silencio, nos arrodillemos durante 9 minutos, el tiempo estimado que duró la agonía de Floyd. Supongo que son varios los motivos que nos han traído hasta aquí, pero bien podría resumirse en uno: defensa de la vida. La sospecha de que Derek Chauvin se acoja a la Quinta Enmienda ha planeado sobre nuestras cabezas desde el principio, de igual modo que la aplicación del código azul, esa regla no escrita que existe entre los oficiales estadounidenses para no informar de errores, mala conducta o brutalidad de los compañeros durante una detención o interrogatorio. Es decir, nuestro mayor temor es que los testigos de la defensa tergiversen los hechos tachándolo de drogadicto y conflictivo, lo que mancharía la reputación de George desviando completamente el verdadero motivo: la muerte por asfixia de un hombre desarmado. Afortunadamente no ha ocurrido nada de eso y el jurado por fin ha declarado al agente culpable de todos los cargos por homicidio. Black Lives Matter, gritamos todos… Entrada la noche volvemos a Rochester preguntándonos por qué William no habrá venido con nosotros…
          Semanas después de regresar de San José del Guaviare, Glenn y yo –hasta que se recupere vive conmigo– vamos a consulta con el cirujano que ha reconstruido minuciosamente su rodilla derecha en una exitosa operación que duró más horas de las deseadas. El buen pronóstico que los médicos auguraron desde el principio y la fuerza de voluntad de este hombre al que pocas cosas se le ponen por delante están siendo fundamentales para que muy pronto vuelva a estar en forma. Nos marchamos de allí optimistas e ilusionados. Antes de arrancar el auto entra una llamada de Georgia. ‘¿Dónde estás, Markel?’. ‘Saliendo del parking del Olmsted Medical Center Hospital and 24-Hour ED. Ayer te lo dije, ¿recuerdas?’. ‘Cierto, estoy fatal de la memoria. ¿Qué tal la revisión, Clemmons?’. ‘Perfecta. En breve empiezo con los ejercicios de rehabilitación. Así que, estoy preparado para la siguiente aventura’. ‘Calma, chico –digo–, deja que nos recuperemos del susto que nos has dado’. ‘Oye –sigue ella–, el próximo jueves iré a la capital de Saint Paul. Tengo cita con el abogado, el bufete está cerca del Minnesota Judicial Center. ¿Queréis venir conmigo?’. ‘Pues claro –responde mi copiloto–. ¿Asiste también la otra parte?’. ‘No, sólo yo. Han preparado un documento con algunas condiciones que he de supervisar. Quiero un proceso corto para que mi hija no sufra y estoy dispuesta a llegar a un acuerdo razonable, pero no a costa de perderme un sólo segundo de los que me correspondan a su lado’. ‘Verás como todo sale bien, compañera –afirmo–. ¿Te apetece cenar con estos dos buenos conversadores?’. ‘Encantada. Por cierto, primera crisis política de promesa incumplida: Estados Unidos no puede aceptar más migrantes de la frontera con México. ¿Cómo se os queda el cuerpo?’. ‘Luego comentamos’.
          ¿Te ayudo en algo?’. ‘No, quédate tranquila. Enseguida nos sentamos a la mesa’. Excepto las macetas con violetas que adornan la ventana de la cocina, y algún objeto que pasa desapercibido, todo ha cambiado en casa después de Alaia. Optar por reducir las cosas sólo a lo necesario guardando lo suyo en cajas en el garaje, ha sido para mí un proceso lento y desgarrador, como quien no quiere abrir las páginas de un determinado libro por no encontrar antiguas notas o viejas fotografías, pero siempre hay algo que se te escapa o pasas por alto. En uno de los viajes que hizo a Cartagena de Indias para National Geographic, trajo cuencos de madera y cucharas que utilizábamos a veces para tomar aquella sopa china que tanto nos gustaba. Georgia, que no consigue estarse quieta, los saca del interior de un mueble y, antes de percatarme, sirve en ellos la ensalada de siete capas que he preparado. ‘Entonces –nos increpa mientras damos fin a un buen lomo de venado a la parrilla–, ¿qué pensáis de la probabilidad de no aceptar a más refugiados?’. ‘Hay que ver cómo avanza el asunto –digo–. Es lógico que las congresistas del ala progresista del Partido Demócrata como Alexandria Ocasio-Cortez lo califique como inaceptable’. ‘También Ilhan Omar se ha pronunciado al respecto diciendo que es una desgracia para los pequeños que están en campos de refugiados porque ponen sus vidas en peligro –interviene Glenn–, y lo expresa así de contundente porque lo vivió en primera persona’. ‘Por no hablar del malestar del Alto Comisionado de ACNUR –prosigue entusiasmada–, y de otras voces críticas cuyas declaraciones esperamos como agua de mayo’. ‘Bueno, pero hay que darles tregua para que reconduzcan la situación de las llegadas masivas –expresa Clemmons–. A veces se necesita más tiempo hasta poner en marcha las medidas concretas incluidas en los programas electorales’. ‘Cambiando de tema –me dirijo a él–, tú, como científico, ¿crees que Estados Unidos necesita de China para salvar la Amazonía?’. ‘Esa pregunta no es de fácil respuesta. Primero hay que limpiar la imagen dejada por la anterior administración a la que le importaban un bledo los temas medioambientales, y después ser conscientes de que, tal y como están las cosas, será difícil evitar que la temperatura global aumente por encima de los 1,5 grados centígrados en la próxima década, con lo cual, yo diría que no se resolverá dicha ecuación sin la ayuda del país oriental, por muchos esfuerzos que haga la Casa Blanca por alcanzarlo en solitario. Y, más aún, contando con que Brasil lidera las emisiones generadas por tala y quema, y no concreta nada al respecto sobre la conservación de la mayor selva tropical que existe, sólo un vago compromiso de eliminar la deforestación ilegal, pero eso no es suficiente para revertir la catástrofe ecológica que es ya una realidad’. ‘Claro, se asoma de puntillas porque las elecciones brasileñas están al caer –apunta ella– y el electorado del actual presidente quiere expandir la frontera agrícola y mineral hacia esa región vulnerándola, ya que toda la nación de Asia Oriental son los principales compradores de madera, carne bovina y cereales’. ‘Y no sólo eso, fijaos: mientras que la economía mundial en los últimos doce meses se ha ralentizado igual que otra serie de componentes en torno suyo, la destrucción de los espacios vírgenes ha aumentado’. ‘Por lo tanto, si Europa arrimase el hombro con Biden –intervengo– y congelara su acuerdo con Mercosur ¿no sería suficiente?’. ‘No, se queda corto –dice tajante–. La influencia de Occidente ahora es floja, y la nuestra también frente al tándem formado entre Brasil y China. Por eso es muy importante que Estados Unidos convenza a esta última para que frene sus compras al país soberano de América del Sur para que ambas potencias remen en la misma dirección, sólo entonces la UE jugaría también un papel importante’. ‘Coño, Markel, nos acabas de dejar con la boca abierta –me halagan mis invitados–. ¡Cuánta razón tienes?’. Completamos la velada viendo películas del Hollywood clásico y dorado, con cerveza y palomitas.
          A la mañana siguiente, en la oficina, preparamos diferentes intervenciones que tendremos por el Día de la Tierra: Steven coloca cronológicamente las diapositivas para un acto que habrá por la tarde en la University of Minnesota Rochester, encaminado para que los estudiantes tomen conciencia y saquen sus propias conclusiones. Jeff monta en video el material de Glenn traído de Chiribiquete que proyectaremos en una conferencia. Georgia ha dibujado en cómic una historieta sobre ecología que quiere repartir por los colegios, así que, se pelea con la impresora que a menudo se atasca. La radio informa sobre los daños que ha dejado a su paso un ciclón en el Medio Oeste y la advertencia de los gobernadores de la zona para que la gente permanezca todavía dentro de sus domicilios. Todo parece normal, como si de repente el sosiego se hiciese con las riendas del día a día. Sin embargo, William recibe una llamada de la policía y, ante nuestro estupor, sale corriendo, tirando al suelo la montaña de papeles que ordenaba…

4 comentarios:

  1. Intuyo que la historia está llegando a su fin porque cada personaje va tomando su camino. Gracias por escribir con tanta sensibilidad. Un beso,nena

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  2. No puede ser más oportuno tu principio del relato con la situación actual que tenemos en casa.
    Ese desamparo a los diferentes y sobre todo a los menores es cruel.
    Que poca memoria tenemos para lo que nos estorba.
    Gracias por remover conciencias.

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  3. Hay personas que saben conducirnos a la raíz de los problemas. Mayte tu arrancas esta entrega yendo a la raíz del tema "Un billete de 20 dólares falso..." es la excusa para dar rienda suelta a la resistencia que una sociedad, que invisibiliza a los que fueron esclavos-mercancías ("cosas"), tiene para reconocer los derechos inalienables. Felicidades porque en una sola frase consigues poner de relieve toda la trama de esta gran historia que sigo con tanto interés y pasión. Espero la siguiente entrega...

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  4. ¿Qué decir a estas alturas de la narración? Que estoy agradecido por el regalo recibido y esperando disfrutar del remate a la extraordinaria "faena"... ¡Eres buena, amiga! Salud, suerte y gracias por todo. Besos.

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