domingo, 19 de julio de 2020

Nocturno, en el estado de Nevada

24.

Cuando guste la señora fiscal doña Charlotte Bennet puede comenzar’. ‘Gracias caminó con paso firme sobre sus zapatos de aguja y dijo–: Juez Franklin. Señoras y señores del jurado. Distinguido público. Hasta aquí, el abogado de la defensa ha mostrado a su cliente como un mártir fortuito. Un pobre hombre acorralado e indefenso cuyo honor ha quedado damnificado por las corrientes de falsedades que arrastraron toda posibilidad de demostrar su no participación en el homicidio que hoy nos ocupa. Una cabeza de turco con la que rellenar las lagunas de un sistema judicial que nunca le fue favorable, bien por determinados elementos que han rodeado su existencia o quizá porque lo de enviar a un inocente a la silla eléctrica da una publicidad sin parangón, como han querido darnos a entender durante todo el proceso. Pero la realidad es muy diferente. Juzgamos a un asesino, un ser violento que, por la fuerza, acabó con la vida de Alexa Valdés, por la que no ha mostrado ningún afecto ni remordimiento. John Alexander García es un tipo que no se inmuta al escuchar la narración de cómo golpeó la espalda de la víctima la noche de bodas. Tampoco le duelen prendas si las pruebas presentadas le vinculan en el escenario del crimen como principal o único autor, simplemente lo niega, mira hacia otro lado, chasca la lengua, desafía con gestos eróticos u obscenos y ruega a Dios que esto acabe pronto para echarle el ojo a otra hembra rendida ante sus encantos. Valiéndose de falsas promesas, llevó engañada a su exesposa hasta la nave abandonada donde la apuñaló seccionando la arteria aorta abdominal, herida que produce la muerte en menos de un minuto. No conforme con eso, sacó el machete, rasgando más la carne, y volvió a hincarlo atravesando el hígado. Después, comprobando que ya no respiraba, se bajó los pantalones y abusó de ella. Seguido a este repugnante acto, cerró la puerta con un candado, metió el cuerpo en la parte trasera de su camioneta “Nissan Frontier” y lo tiró en una carretera comarcal donde apenas pasaban coches. Desde el enlace, hasta esa fatídica fecha, es interminable la lista de maltratos psicológicos y agresiones físicas sujetas a denuncias que, activada la orden de alejamiento, le obligaba a retirar camelándola. Posiblemente le aguarden muy pronto otras causas pendientes de juicio: extorsión a menores, participación en varias violaciones múltiples, venta de estupefacientes a la salida de las escuelas, tiroteo en un bar de copas hiriendo a tres personas una de gravedad, amenazas… Alexa Valdés, la madrugada del 24 de enero del presente año, se subió en el coche de su exmarido y se dejó llevar, y ustedes pueden limpiar su buen nombre haciendo justicia. Muchas gracias’.
          ‘Tiene la palabra doña Allison Morgan, abogada de la acusación particular’. ‘Con la venia. Ahí donde la ven –señalé a la anciana–: con la mirada clavada en el infinito, las manos entrelazadas encima de la falda, la ropa de color luto que mengua su figura, el labio inferior en temblor permanente y la doblez del pañuelo siempre preparada para impedir que las lágrimas resbalen por las mejillas, es una mujer fuerte, segura y meticulosa como jamás he conocido. Cuando Ms. Mayalen apareció por el bufete WILSON, ANDERSON & SMITH, rota de dolor, implorando que aceptase su caso arrodillándose bajo el marco de la puerta del despacho, a priori me incomodó su visita, porque finalizaba la jornada laboral y me moría de ganas por llegar temprano a casa, olvidar los problemas que surgen en el día a día y beber una cerveza bien fría que revitalizara mi agotada energía. Sin embargo, conforme avanzaba en la narración de la historia, supe que teníamos por delante no sólo el resto de la noche, sino una travesía incierta y ardua que decidí hacer juntas. Tras permanecer horas ante la tumba de la nieta, poniendo en orden las ideas, cogió la bolsa de plástico, que después me dio, donde traía organizada cronológicamente la biografía de Alexa Valdés, un collage de notas que fue tomando con caligrafía de primer curso de colegio según refrescaban los recuerdos en la memoria. A decir verdad, supongo que acepté el caso por compasión o, tal vez, porque sería mi debut y despedida de los tribunales. No lo sé. ¿No les parece cruel que, habiéndole matado a la nieta, tenga que oír con estoicidad las descalificaciones de su presunto asesino? Permítanme que señale los rasgos físicos de mi representada: una emigrante, como tantos otros, que pasó la frontera buscando la ansiada prosperidad del sueño americano diluido en la glucosa de su acento mexicano, truncado cuando su hijo y nuera murieron en el incendio de la fábrica textil donde trabajaban. Entonces, la vida de esta mujer dio un giro total, teniéndose que hacer cargo de la niña a la que apenas podía dedicar tiempo, porque había que comer y pagar las facturas. Cuando Mayalen Valdés regresaba con las rodillas enrojecidas y encalladas de fregar suelos, Alexa estaba dormida en el camastro que compartían para así ganar el espacio de la cama grande que alquilaban a los paisanos que entraban clandestinos en el país. Así pues, sin fuerzas para cenar las pocas sobras que quedaban en la cocina, se tumbaba al lado de la pequeña con la nariz pegada al pelo muy negro y ensortijado heredado de su marido, el abuelo al que nunca conoció. Piensen por un instante en el arrojo que ha tenido –me puse casi delante de ella, atrayendo la atención de quienes nos miraban atentamente– reuniendo conversaciones y confesiones que nos han servido para construir los mimbres del caso. ¿No les parece elogiable su empeño por restablecer la inocencia de la nieta, presentada aquí poco menos que como una delincuente? Señoras y señores del jurado, busquen la verdad dentro de ustedes, será la mejor manera de que puedan descansar cada noche. Muchísimas gracias’.
          El abogado de la defensa se puso en pie, avanzó unos pasos, giró sobre los talones y, frente a nosotras, enderezando el nudo de la corbata y los tirantes del pantalón, aplaudió calurosamente. ‘Bravo, queridas. Las dos me han conmovido muchísimo. ¡Vaya que sí! Magnífica interpretación, aunque no se distinga a la actriz protagonista de la secundaria. Y ahora que nos han hecho disfrutar del teatro, y su puesta en escena, vayamos a lo importante. Alexa Valdés no era ninguna mojigata, a pesar de que quieran hacernos creer que sí. Se manejaba muy bien siendo una profesional del trapicheo, del tráfico de drogas, de la prostitución a cambio de un pico, del engaño, del robo, del empujón, del contrabando. En definitiva, una persona desalmada que vendía a quien fuera y como fuese la piel del oso antes de cazarlo. El único pecado atribuible a John Alexander fue que, al enamorarse de ella, puso patas arribas todo a su alrededor. Durante el tiempo que duró la relación aguantó infidelidades y dolorosas mentiras, poniendo en la cuerda floja la paciencia de este hombre. Hemos escuchado durísimas acusaciones contra mi cliente, pero han ninguneado su lado generoso y desprendido, como que, mientras duró la relación y sin reparar en gastos, costeó una lujosa clínica de desintoxicación para su esposa. He sentido sus corazones acelerados mientras daban la lista de roturas, esguinces, ceguera… Sin embargo, nadie ha reparado en la angustia sufrida por el marido buscándola en los antros de la ciudad hasta localizarla drogada en la calle. ¿Se han preguntado qué ocurrió en verdad la noche de autos? Yo se lo voy a decir: un whisky de más en una fiesta de amigos retuvo a Mr. García, quien, muy alegre, recibió la noticia del ingreso de su madre. Allí, en el hospital, y comprobando que se hallaba fuera de peligro, fue a fumar un cigarrillo. Una cosa llevó a la otra, y terminó en los brazos de la fogosa enfermera. Mientras tanto, cincuenta millas más allá, uno de los numerosos amantes de Alexa Valdés acababa con su vida en el recinto donde hallaron el cadáver, un espacio al que mi cliente iba a menudo a hacer chapuzas de mecánica. De ahí que esté lleno de huellas suyas. Por último, sugiero que no se dejen llevar por el sentimentalismo que les inspire el caso y la anciana ahí sentada. Piensen que, mientras debaten la inocencia o culpabilidad del acusado, el verdadero asesino anda suelto. Muchas gracias, y que Dios guarde a los Estados Unidos de América’.
          Los miembros del jurado, tras las indicaciones del juez para que actuaran en libertad, sin hacer prejuicios y ciñéndose con sentido común a lo presentado, salieron a deliberar, aclarándoles que, en cualquier momento, podían hacer uso de las transcripciones si necesitaban aclarar, recordar o repasar algo. Michelle, Mayalen, Ethan y yo fuimos a uno de los reservados donde había café y pastelitos de crema. Pero, a excepción del detective que probó uno de cada sabor, a nosotras no nos entraba nada por el nudo que teníamos agarrado al estómago. ‘Perdón –dije, según sacaba el móvil del bolso–. Ahora vuelvo. Me llaman’. Treinta minutos más tarde regresé. ‘¿Todo bien? –soltó la becaria– Pareces descompuesta’. ‘Sí, estupendo. Era el jefe para felicitarnos por el trabajo’. Mentira. Oculté a mis compañeros lo descontentos que estaban con el desarrollo de los acontecimientos y el ofrecimiento para que me retirara al puesto de pasante. Charlotte Bennet, su equipo y Adam Walker ocupaban la habitación contigua. La ayudante del Fiscal del Distrito preparaba lo esencial para la apelación, por si el fallo no le era favorable. Entretanto, a Robert Franklin Jr. le trajeron un plato de sopa casero y una pechuga a la brasa que masticaba abstraído pensando en el empeoramiento de la enfermedad de su mujer, cuya metástasis minaba los principales órganos del ya malogrado cuerpo. Caían las últimas luces del crepúsculo y la anciana seguía rezando con un hilo de voz. Entonces, el alguacil nos indicó que se reanudaba la causa. ‘Ay, doña Allison: ¿y ahora qué…?’.
          ‘Póngase en pie el acusado. Miembros del jurado: ¿tienen ya un veredicto unánime?’. ‘Sí, señoría –respondió el portavoz–. Lo tenemos’. El secretario se acercó con la nota hasta el estrado. El juez la vio despacio, dobló de nuevo el papel y lo devolvió a su lugar de origen. ‘Adelante –dijo el magistrado–. Háganle saber a la sala su decisión’. ‘Nosotros, el jurado, encontramos a John Alexander García culpable del asesinato de Alexa Valdés, pidiendo para él la pena capital’. ‘Silencio. Silencio, o hago que desalojen la sala. De acuerdo con la Constitución de los Estados Unidos de América, le condeno a permanecer hasta su ejecución en la Prisión Estatal de Ely, en el Condado de White Pine, del estado de Nevada’. ‘Un momento, juez Franklin –interrumpió el abogado de la defensa–. Tenemos derecho al recurso de apelación y lo sabe’. ‘Señoría –intervino Charlotte–, no consta jurisprudencia al respecto’. ‘Silencio. No daré marcha atrás. Si alguna de las partes está en desacuerdo, usen los mecanismos legales para impugnar el juicio e intentarlo en otro sitio. De momento, que el preso regrese a prisión. Se levanta la sesión…’.

4 comentarios:

  1. Huelo un final a la altura de esta historia y me da pena que se acabe, pero sé que muy pronto me engancharé a la siguiente. Un beso, nena

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  2. Me he transportado, no leía, estaba viendo la escena como si estuviese en el cine. Hasta me he imaginado a los personajes en su aspecto exterior, el interior lo describes tu de maravilla.
    Gracias.

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  3. Miguel Ángeljulio 19, 2020

    Con los alegatos finales de las partes se llega al punto culminante del juicio. Muy bien resueltos, fluyentes. Esperamos el remate final de esta historia. Un beso.

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  4. Pues sí, la "tarta" ha quedado preciosa y exquisita... Te imagino colocándole la "guinda", amiga. ¡Grandísima "repostera"! Deseando terminar de 'paladearla', despacito, p'aque dure. Gracias por invitarme al 'festín'. Te camelo. Besos.

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