domingo, 8 de diciembre de 2019

Nocturno, en el estado de Nevada

7.

¿Vendrás a la fiesta que daré por mi décimo cumpleaños?’, −dijo su amiga despidiéndose en el cruce de caminos que separaba sus casas−. ‘Creo que sí, pero ya te lo diré’. Retumbaban esas palabras en las sienes de Michelle mientras subía las escaleras detrás de su padre, como si agarrándose a ellas fuera suficiente para evadirse de la catástrofe que estaba a punto de venir. La madre, sentada en el borde de la cama y con un hematoma considerable en el pómulo derecho, dejó la puerta entreabierta y gritó: ‘Cariño, vete con la vecina, que después iré yo’. La niña, desconcertada, se quedó quieta y con los ojos clavados en la silueta de los adultos, que veía por la puerta entreabierta. Tras unos segundos, que se le hicieron interminables, en los que no supo si salir corriendo o tirarse al cuello de aquel energúmeno, reconoció el sonido de las bofetadas, el de los adornos cayendo al suelo, el golpe que sonó a hueco contra la espalda, la impotencia del llanto y el olor tan familiar a las burbujas de sangre que, igual a otras veces, acabaron empañándolo todo. Con pasos asustadizos se coló en el dormitorio, deslumbrada por destellos intermitentes que sólo ella veía y fantasmas que intentaban impedirle el paso. Fue entonces cuando el hombre, fuera de sí, cosió a navajazos el cuerpo rendido y sin aliento de su esposa. Ciego por el subidón de adrenalina empujó a la niña a un lado y huyó gritando: ‘Como te vayas de la lengua, vengo y te mato’. El personal de la ambulancia nada pudo hacer por ella, había fallecido cuando aún recibía puñaladas en el cuello. Los servicios sociales se hicieron cargo de la pequeña hasta determinar qué hacer. Días después, un confidente habitual de la policía encontró un coche accidentado en un terraplén. El cadáver del conductor coincidía con la descripción del presunto asesino al que buscaban. Según narraba esa historia, Michelle sollozaba entre tragos de vodka, recordando la frialdad de la morgue en la que tuvo que identificar a su padre…
          A pocas millas de Keystone, nuestro destino final, un pueblo del condado de Pennington, en el estado de Dakota del Sur, sugerí hacer una parada para descansar. Papá estaba muy pensativo desde que salimos de la Reserva India de Wind River. Fumaba en la pipa que le regaló un nativo, idéntica a la que usaran los antepasados de las tribus Shoshone y Arapaho para sellar tratados de paz. Improvisé un campamento alrededor del fuego, donde calenté unos frijoles horneados que llevaba en lata. Habíamos cabalgado sin descanso desde mucho antes del amanecer y lo suyo habría sido quedarnos ahí hasta el día siguiente. Pero los planes de Brayden Morgan eran muy diferentes, porque algo en él comenzaba a apagarse. ‘Ya puedes ir recogiendo todo lo que has montado −dijo, señalando a los sacos de dormir−. Comemos y nos vamos’. ‘Hombre, no me hagas esto. Mira cómo estamos de extenuados’. ‘Habla por ti, yo no lo estoy. Quiero que veas una cosa única, y el mejor momento para hacerlo es cuando las últimas luces del sol pasan por encima. Así que, andando’. ‘¿Por qué no lo dejamos para mañana? Digo yo que lo que quiera que sea no se moverá del sitio, ¿no?’. ‘Queda poco tiempo… ¡Venga!’. ‘Está bien’. −Transigí, porque no me atreví a contradecirle. Estaba tan vulnerable... Emprendimos el viaje: él metido en su mundo y yo refunfuñando. Pero, a falta de quince minutos para llegar al destino, rompió el silencio. ‘Ahora, ve muy atenta, porque puede que nunca más vuelvas a vivir algo similar’. Nos adentramos en una zona arbolada y de suelo irregular, donde las ramas caídas crujían bajo las herraduras de los caballos. A pesar de no haber turistas por la zona, y estar como perdidos en medio del universo, no tuve miedo ni sensación de soledad, sino todo lo contrario, porque me sentía arropada por más de un siglo de historia. Según nos adentramos en un terreno mucho más empinado, un viento especial nos daba la bienvenida con agradecimiento y caricia. ‘¡Guau! Es espectacular, tenías razón, viejo’, −solté impresionada−. ‘Te presento al Monte Rushmore’, −expresó, al borde de las lágrimas−. Llegados a un punto, proseguimos a pie por una pasarela de láminas de madera horizontales que bordeaban la montaña, con tramos planos y otros tantos en escalera. Hasta alcanzar el mirador mi padre necesitó hacer varios descansos. Una vez allí, recostado en la barandilla, echó su brazo por mis hombros y me contó que, entre 1927 y el 31 de octubre de 1941, el escultor Gutzon Borglum y un total de 400 trabajadores, terminaron de tallar los bustos de los presidentes Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln en la cima de esta cordillera de granito. ‘No tengo palabras, papá’. ‘Lo sé, cariño. Me pasó igual cuando vine con el tío James. ¿A que es maravilloso? Podríamos detenerlo todo e inmortalizarnos aquí, ¿qué te parece?, junto a estos cuatro que contemplan el horizonte de una nación que no ha sucumbido en el tiempo’. Además de sentirme afortunada, estaba muy orgullosa de él, porque, entre otras muchas cosas, quiso compartir conmigo aquella página irrepetible de sus recuerdos. Regresamos a Jackson más despacio de lo pensado. Desde ese momento su salud se complicó todavía más, desembocando en la irreversible recta final…
          A primera hora de la mañana, y al ritmo de las tazas de café y los murmullos entrelazados con risas nerviosas, fluía la actividad en la sala de juntas, hasta que alguno de los socios daba un toque de atención para arrancar con el orden del día. ‘¿Qué nos traes de nuevo?’, −dijo el yerno de mi padrastro−. ‘Ahí tenéis las conclusiones a las que he llegado tras releer las declaraciones varias veces’, −repartí entre los presentes unos cuadernillos de diez folios cada uno−. ‘Oye querida, haznos un resumen, que vamos con prisa’. −Miré de reojo a mi jefe, que salió al paso preguntándome−: ‘¿Qué has averiguado sobre el testigo que se contradice?’. ‘Pues que no vio a nuestro cliente salir del lavabo, como tampoco era verdad que entrase a comprar cigarrillos. Sencillamente, nunca estuvo allí’. ‘¿Entonces a quién corresponde la imagen de las cámaras de seguridad?’. −Dejé pasar unos segundos por aquello de mantener la intriga−. ‘A su hermano gemelo’. −Eso les cogió desprevenidos, y creo que más de uno lo tomó como un golpe bajo por mi parte−. ‘¿Cómo coño hemos pasado un detalle tan importante por alto? −preguntó uno de ellos−. Que alguien contacte con el sheriff para que le interroguen’. ‘Perdonad −interrumpí−, me he tomado la libertad de hacerlo yo’. −Ya me iba y escuché−: ‘Morgan’. ‘’. ‘Buen trabajo. Te felicito’. ‘Gracias’. ‘Ponte de lleno con el caso de la abuela. Te lo has ganado a pulso, muchacha’. ‘Estoy en ello’. Le guiñé un ojo y cerré tras de mí. Ya en el despacho, con tanta satisfacción que no me cabía dentro del pecho, marqué un número de teléfono, pero respondió una voz desconocida y corté la comunicación. Era mejor dejar las cosas tal y como estaban…
          Mrs. Morgan, preguntan por usted’, −me avisaron de recepción−. ‘¿Quién es?’. ‘Esa mujer −noté que tapaba un poco el auricular con la mano−, la vieja’, −tuve ganas de bajar y abofetearla−. ‘Hazla subir inmediatamente. Y no se te ocurra volver a faltarle al respeto. La próxima vez que no espere, la traes sin más. ¿Entendido?’. ‘Claro, lo que tú mandes’, −respondió avergonzada−. Mayalen parecía enferma por las chapas de las mejillas y unas pronunciadas ojeras negras cayéndole por el rostro. ‘Siéntese’. ‘Agradecida’, −tan educada ella−. ‘¿Le apetece beber algo?’. ‘No, muchas gracias’. ‘¿Se encuentra bien?’. ‘Nunca había estado mejor. Sobre todo, porque cuando esto acabe podré morir en paz −esa frase me dejó noqueada−. ‘Ya tengo autorización para poner en marcha el proceso. Haré lo posible para dejar bien alto el nombre de su nieta’. ‘No lo dudo. ¿Ha oído lo de la violación de la otra noche?’. ‘Sí, salió la noticia en televisión’. Entonces narró el episodio vivido en la lavandería. ‘Se lo juro por la memoria de mi nieta: era el Johnny’. ‘Pero así no nos sirve. Necesitamos pruebas. Además, sólo nos podemos limitar meramente a la denuncia que usted ponga. Después, si llegamos a juicio, que yo creo que sí por la gravedad de los hechos, trataremos de vincularle al resto de delitos que pueda haber cometido. De momento nuestras herramientas son las que son’. ‘Lo que usted diga, doña. En mi casa he encontrado esto, lo escondí tan bien que no lo recordaba. Parece la letra de la niña, está en inglés y no lo entiendo’. Me dio un manuscrito donde se detallaban vejaciones, secuelas físicas y psicológicas, sufridas por la chica a manos de su pareja. ‘¿Por casualidad no guardará algún escrito de ella?: felicitaciones de navidad, postales de verano, trabajos de la escuela, no sé. Piense, es muy importante’. ‘De más joven anotaba en este bloc lo pendiente por hacer. ¿Puede servir?’, −asentí con la cabeza mientras marcaba la extensión interna de la becaria−.  ¿Puedes venir al despacho, por favor?, −lo hizo rápido−. Localiza al grafólogo que colabora a veces con nosotros y que compruebe esto. A ver si la letra pertenece a la misma persona’. ‘Ahora mismo’. Comprendí que la anciana no entendía nada y le expliqué que era un experto en analizar la letra de las personas, así sabríamos si ambas pertenecían a Alexa…
          Allison, hemos de vernos. Tengo una información interesante que atañe al Johnny’. ‘Perfecto, Ethan. ¿A las ocho en tu oficina?’. ‘En punto’. Llevo las cervezas’. ‘No seré yo quien las rechace’. Fui a la mesa de Michelle y me indicó que esperara un instante. ‘Perdona, hablaba con un amigo policía a ver si me pasaba alguna información sobre lo de la otra noche’. ‘Estupendo. Oye, ha llamado el detective y he quedado con él. ¿Vienes conmigo?’. ‘Claro. ¿A qué hora y dónde?’. ‘¿Te parece a las seis en el aparcamiento?’ ‘Vale’. ‘Así vamos tranquilas. Además, si no te importa, he de pasar por mi casa a recoger un par de cajas y acercarlas unas cuadras más allá’. ‘No hay inconveniente, ya sabes que nadie me espera’. Lo dijo con un tono de amargura y no supe qué contestar, porque me sentía tocada emocionalmente. Llevaba varias noches durmiendo mal, y embalando los objetos personales que mi amante aún no se había llevado. Últimamente la relación no funcionaba bien y acordamos separarnos. Eso me produjo alivio y tristeza, pero creímos necesario oxigenar los sentimientos dándonos una tregua y descubrir si seguíamos construyendo un proyecto juntos o si era preciso hallar nuestro espacio en solitario…

5 comentarios:

  1. Felicidades por la nueva imagen del blog: claridad, limpieza y gancho. Reúnes todos los ingredientes de los grandes autores. Tienes mi más fiel respeto.

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  2. Estoy con Elvira en lo de la imagen del blog y agradezco que esa luminosidad aportada a la cabecera del blog no haya mermado la claridad de ideas de su hacedora que, a mi entender, es lo que realmente importa.
    Como siempre genial el post.

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  3. Miguel Ángeldiciembre 10, 2019

    Muy duro el primer párrafo, contrastando con la descripción de la espectacularidad del monte Rushmore del segundo. Y sí, mucha luz en la nueva presentación. Seguimos...

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  4. "... oxigenar los sentimientos..." ¡Qué me gusta cómo escribes, amiga.
    Para tan buen contenido, adecuado el "envoltorio". Gracias de nuevo, ESCRITORA. Besos.

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  5. De la dureza extrema a la sensibilidad mas absoluta. Todo lo narras con gran maestria. Eres genial! Besos

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