domingo, 13 de octubre de 2019

Nocturno, en el estado de Nevada

3.

Papá, ¿cómo fue aquello de tu primer rodeo?’, −le decía por las tardes mientras aguardábamos a que se ocultase el sol−. ‘Ay, hija, no seas pesada. Si te lo sabes mejor que yo’. ‘No importa −le pellizcaba la mejilla−, me gusta cómo lo cuentas’. ‘Zalamera’. ‘Presumido’. Entonces, muy solemne… ‘Cuando nací, Calvin Coolidge, del Partido Republicano, era el trigésimo presidente de los Estados Unidos de América. Los libros de Historia recogen que, en su etapa de Gobernador, se ganó el respeto de los conservadores al enfrentarse a la gran huelga de policías de Boston. Pero la mayoría de la gente le recuerda por perjudicar a campesinos y a determinadas industrias, al no consentir que mejoraran las condiciones de trabajo en esos sectores’. ‘¿Y en Jackson qué pasaba? Vamos, no te hagas de rogar’, −se quedaba ausente unos segundos hasta que arrancaba la narración, cada vez de manera diferente, supongo que para mantener mi atención−. ‘Wyoming siempre ha sido una tierra introvertida, de gente muy callada y dedicada a la ganadería’. ‘Vale, estupendo. Y ahora, Brayden Morgan, quieres hacer el puñetero favor de no irte por las ramas y responder la pregunta’. ‘Muchacha, tienes el temperamento del Far West −reía a carcajadas−. ¡Está bien! Con catorce años el abuelo me llevó a “Cheyenne Frontier Days”, un espectáculo de diez días al aire libre que se celebraba a finales de julio. La noche anterior no pude dormir por los nervios, así que aguardé la llegada del alba vestido con el traje vaquero prestado por el tío James, y el paladar hecho agua pensando en los panqueques que comería. Partimos y, una vez allí, nos inscribimos. Llegó el turno de los cadetes y me sentaron sobre un potrillo salvaje. Éste se envalentonó, caí y me rompí tres costillas’. ‘Es una verdadera brutalidad lo que hacemos a los animales −sabía que dicho comentario sacaría su lado más sensato−. ¿Cómo te sentirías tú si te ataran una cuerda al abdomen y a los genitales?’. ‘Impotente. Por eso no participé nunca más’. ‘Y te asociaste a “People for an Ethical Treatment of Animals”, para defender a todas las especies vivas −frunció el ceño−. No te hagas de nuevas. Sabes perfectamente que de pequeña revisaba tu correo, por eso lo supe’, −le guiñé un ojo−. ‘Empieza a refrescar. ¿Entramos dentro?’. ‘Claro. ¿Quieres ponerte algo de más abrigo?’. Vi en su expresión demasiada nostalgia…
          Una voz masculina con acento mexicano respondió al teléfono: era el casero de Mayalen. Pregunté por ella y dos horas después me esperaba en Comma Coffee. Con igual complicidad que manifestarían dos viejas amigas que acabaran de encontrarse, nos sentamos frente a la barra, en la mesa redonda que nos pareció más apartada del bullicio de la clientela que empezaba a llegar. Confesó, fascinada por la decoración, recargadísima para mi gusto, que nunca había estado en un sitio similar. Entre los muchos detalles, se quedó embelesada por el guiñol de un pianista sobre su taburete, con las manos a punto de rozar las teclas, colgado en la pared y dando casi con el techo. El conjunto del local recreaba una típica cantina al más puro estilo del oeste americano. Pidió un batido de naranja y vainilla, yo una cerveza Anchor Porter, una de mis preferidas por la cuidada elaboración con productos naturales. Dentro de una bolsa de papel del supermarket traía bastantes manuscritos, con la caligrafía grande y asimétrica de quien apenas ha ido a la escuela. Los sacó y observé que estaban ordenados por fechas: anotaciones en servilletas con restos de grasa, tarjetas grapadas a recortes de periódico, panfletos de propaganda aprovechados para escribir por detrás, algunos informes con el membrete del Carson Tahoe Specialty Medical Center, −intuí que serían partes de lesiones−, otros de la oficina del Sheriff −denuncias− y diversos más. También sacó varias radiografías con su correspondiente folio sujeto con cinta adhesiva donde quedaba constancia de qué hueso presentaba fractura. En definitiva, la biografía de Alexa recopilada por su abuela. ‘Perdone la invasión, doña Allison −prepara cuaderno y lápiz−, es que una ya no tiene la memoria fresca y he de apuntar las cosas’. ‘No se preocupe, querida’. ‘Como verá no soy muy culta, pero tuve la precaución de guardarlo todo. Sabía que algún día sería de utilidad’. ‘Es admirable. ¿Desde cuándo lo hace?’. ‘Aunque esté feo decirlo, se lo quitaba a la niña registrando su mochila cada vez que se peleaba con el Johnny y regresaba conmigo. Eso duraba hasta que él la engatusaba, y vuelta a empezar…’. ‘Necesitamos construir una defensa con argumentos muy sólidos, de lo contrario perderemos. Ha de tener claro que no será fácil ya que los abogados del acusado desplegarán toda su artillería pesada para desprestigiar así la imagen de la víctima. De momento no he encontrado jurisprudencia −me percaté de que escribía la palabra con cierta dificultad e intenté vocalizar más despacio−. Tiene que haberla, estoy en ello’. ‘Bueno, encontrará eso que dice. No hemos hablado de sus honorarios, tengo que echar cuentas’. ‘Lo veremos más adelante. Por cierto, ¿cuál es el nombre completo del chico? −me dio los datos y la descripción−.
          ¡Dime que tienes algún hilo del que tirar, por favor!’, −dije a Michelle, la becaria que elegí de ayudante−. ‘Pues sí. En Memphis, en 1984, Donnie Johnson asesinó a su esposa introduciéndole una bolsa de plástico por la garganta. En Frederick, Colorado, en 2018, Chris Watts, tras estrangular a su compañera sentimental, embarazada de pocos meses, hizo lo mismo con las dos hijas de corta edad. Y en el condado de Hopkins, Texas, en el 2000, Daniel Acker discutió con su novia, después estuvo toda la noche buscándola, y cuando dio con ella la metió en el vehículo a la fuerza, recorrieron varias millas y la arrojó de éste en marcha. Resumiendo: el primero y el tercero han sido ejecutados. El segundo cumple cadena perpetua en la cárcel del condado de Weld’. ‘Buen trabajo. Consígueme un vuelo a Denver y una entrevista con el recluso’. Salió del despacho para volver a entrar pasados unos minutos. ‘Le han trasladado a otro centro penitenciario, que no hacen público por motivos de seguridad’. ‘Da igual, iré de todos modos. Quizá los compañeros cuenten cosas: ya sabes que se suelta la lengua en cuanto compartes cama. Supongo que será lo mismo con la pastilla de jabón y la celda, −reacciona y se parte de la risa−. Averigua también si hay asociaciones o casas de acogida a mujeres maltratadas. Indaga en los movimientos estudiantiles, en las ONG. No sé, lo que se te ocurra. Tengo la sensación de que esto es un grito silencioso al que nadie quiere poner voz, porque afea la imagen de sociedad perfecta que transmitimos al mundo. Pero ahí está, solidificándose a pasos lentos como la marea que sube y sube, imposible ya de achicar. Sin embargo, cuando por fortuna tropieza con personas sencillas y a su vez potentes, como Mayalen, los cimientos tiemblan bajo los pies descalzos. Así que, muévete’. ‘Voy, jefa…’.
          Conduje durante treinta minutos hasta llegar al Aeropuerto Internacional de Reno-Tahoe. Me gustaba en especial un tramo de la US-395 donde sólo hay horizonte, carretera y la sensación de ser, en mitad de la nada, un punto invisible que se desplaza sin perspectiva. A menudo, recorrer millas con la camioneta, sin trazar un rumbo fijo, era un ejercicio que me relajaba y ayudaba a poner los pensamientos en orden, sin desatender el volante ni un solo segundo. Eso mismo traté de hacer tras finalizar las indicaciones de la azafata y su ofrecimiento a los pasajeros de zumo y café. En el bolso llevaba algunos ejemplares atrasados de Las Vegas Review-Journal, que ojeé por encima. Imposible concentrarme, aunque sí señalé un par de artículos para leer más adelante. Entre tanto, demasiadas preguntas impedían que alcanzase un mínimo relajo. ¿Qué habría hecho mi padrastro en iguales circunstancias? ¿Cuál sería, en su opinión, el primer paso a dar? ¿A cuánto personal reclutaría para formar equipo? ¿Cómo demostraría que la versión contada por la abuela no era fruto del despecho, si no fundamentada en la realidad de lo que pasó? ¡Le echaba tanto de menos…! Recuerdo una vez estando de vacaciones con mamá y él en Minnesota, hospedados en el hotel Torre Foshay, de Saint Paul, que me empeñé en visitar Xcel Energy Center, el estadio de hockey sobre hielo. Ambos accedieron. Cuando casi íbamos a salir alguien nos abordó. ‘¿Mr. Smith?’. ‘’. ‘¿De Wilson, Anderson y Smith, de Carson City?’. ‘Exacto. ¿Qué desea?’. ‘Su ayuda para luchar por una causa justa’. ‘Muy bien. Con mucho gusto le atenderé encantado. Tenga una tarjeta y concerté una cita con mi secretario’. ‘Ya, es que no puedo esperar. Es muy urgente’. ‘Señora, ¿no ve que voy con la familia?’, −soltó, todo paciente−. ‘Lo siento, de veras que lo siento, señoría −eso bastó para convencerle y que sonriera−. Pero, si tuviera la bondad de escuchar lo que quiero decir, tal vez…’. Total, fuimos solas al partido, y después a tomar una hamburguesa. En cambio, él, impactado con la historia que oía, movilizó hasta allí a su gente de confianza. Meses más tarde ganó el juicio a favor de la mujer contra la empresa cárnica que había ejercido sobre ella un despido improcedente. Aceptar aquel caso provocó un auténtico revuelo en la oficina, porque, además de renunciar a la minuta, costeó de su propio bolsillo los gastos ocasionados, con el consiguiente pánico de que dicho acto de solidaridad marcara precedente en lo sucesivo. Así que, me hago una idea aproximada de cómo sería su comportamiento en el drama de Alexa.
          Dos horas después aterrizamos en la capital de Colorado. Fui directa a reunirme con un colega que formó parte de la defensa de Shanann Cathryn Watts e hijas, quien puso a mi disposición todos los detalles, informes y declaraciones del juicio que condenó al asesino de sus clientes a permanecer en prisión hasta el final de sus días. En otro punto del país, alumbrada con velas para no gastar electricidad, Mayalen cantaba bajito una nana que aprendió de su madre, mientras tejía la chaqueta de lana gruesa que hacía para mí…

4 comentarios:

  1. Cada vez me gusta más esta historia y creo que la chaqueta de lana la estás tejiendo tú palabra a palabra. Un beso, nena

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  2. Por favor, hasta la composición de las cervezas, lo tuyo es de alucine.
    Como bien dice Elvira la historia va creciendo en interés atrapándome en su desarrollo y esperando con ganas la siguiente entrega, si bien es cierto que a veces me gustaría no entrar al blog para leer la historia al final de un tirón.
    Gracias por esta evasión.

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  3. Leerte es un gozo y tus personajes un regalo. Tu capacidad para describir y emocionar, enorme.
    Admiración y agradecimiento.
    Te camelo. Besos.

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  4. Miguel Ángeloctubre 16, 2019

    Descripciones, intriga y compromiso, combinados en una historia que fluye. Seguimos... Un beso.

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