domingo, 15 de septiembre de 2019

Nocturno, en el estado de Nevada

1.

Me llamo Allison Morgan. Soy abogada, tengo un amante y acabo de cumplir sesenta años, de los cuales he vivido la mitad en el estado de Nevada, en Carson City, desde que me incorporé al bufete WILSON, ANDERSON & SMITH, propiedad del esposo de mi madre y sus socios. Aunque es uno de los despachos más importantes de la capital, perteneciendo a la clase alta la mayoría de sus clientes, también aceptan casos de menor relevancia, acogiéndose a uno de los principios básicos que los miembros fundadores supieron transmitir tan bien: “nunca rechaces aquello que pueda dejarte un dólar para gastar en cerveza”. A diferencia de los proyectos que la mayoría de las personas tienen a la hora de jubilarse, como por ejemplo viajar a otros continentes, los míos son austeros y sencillos, ya que tengo el deseo de regresar a Jackson, en el condado de Teton, Wyoming, donde nací acunada por paisajes rocosos y la solemnidad del río Snake. Crecer rodeada de la naturaleza que tiempo atrás fue el territorio donde las primeras tribus americanas asentaron sus campamentos, y ser hija única, con lo negativo y lo positivo que eso conlleva, fueron pilares fundamentales para que disfrutara de una infancia bastante feliz. Sin embargo, la adolescencia se afeó por las continuas peleas y la separación de mis padres, haciendo de mí una chica fría y desobediente. Así que, en cuanto pude acceder a la universidad, opté por hacer Derecho en Las Vegas, una manera como otra cualquiera de poner distancia con los problemas conyugales que no iban conmigo. Al fin había encontrado mi lugar en el mundo: disfrutaba metiendo las narices entre las páginas de aquellos libros tan serios y gruesos en los que tanto me gustaba indagar para entender las cosas. Defender y acatar la Constitución de los Estados Unidos de América, memorizar datos del tipo “El estado de Alabama contra Crawford”, o el de “Jones contra Lewis, en 1970”, y muchos más, dejaron un pozo profundo en mi interior del que aún saco agua. Pero, estando en tercero, papá cayó enfermo, por lo que abandoné la carrera, que retomaría más adelante estudiando por mi cuenta, para ir a cuidarle hasta el final de sus días, trayecto durísimo y agotador que haríamos juntos y del que en ningún momento me he arrepentido, aun habiendo pasado ratos de soledad y desesperación.
          Cuando él murió seguí en el rancho hasta decidir qué hacer con el poco ganado que todavía aguantaba: el viejo caballo, un par de vacas que yo misma ordeñaba y apenas daban leche y el perro vagabundo que encontré en un cruce de caminos y que se acopló a nuestras costumbres sin protestar. Los días me parecían interminables, monótonos, calcado uno del otro. Consciente de que urgía salir de allí lo más pronto posible, me hacía la remolona sin poner remedio a ese asunto. Una tarde, tapada hasta las cejas, mientras recogía leña para encender la chimenea, vi acercarse el carro de mi padrastro, un Chevrolet rojo, antiguo, elegante, inconfundible, como de coleccionista. Se apeó del auto y me explicó que el motivo de la visita era ofrecerme el trabajo que aún desempeño. No lo pensé dos veces y quise probar fortuna. Cogí algo de ropa, dejé las novelas del oeste que leía papá tal y como él las había colocado, regalé a cada vecino el animal que quiso, tapé los muebles con sábanas rotas y me sentí profundamente agradecida a aquel hombre que siempre me trató como a una hija más de su sangre y que me ayudó a que tomara una de las decisiones más importantes de toda mi vida. Sin embargo, al poco de instalarme, empezó a tener trastornos neurológicos, y sus hijos tomaron el testigo del negocio con la condición de seguir la misma línea. No obstante, ya se sabe, otra generación, otra manera de gestionar, otros principios y muchos cambios… La función que realizo es enteramente de oficina, nunca se me ha dado la oportunidad como letrada de estar en los tribunales. Tampoco es que yo haya puesto mucho empeño en conseguirlo, pero según pasan los años caigo en la cuenta de que he perdido ocasiones maravillosas de exponer mis alegatos. Nunca he destacado en nada, quizá por comodidad cuando era joven, y después, en la edad adulta, no me he manifestado en la calle a favor de causas justas que tarde o temprano a todos nos atañen. Pero la vida a veces prueba nuestra capacidad de compromiso con los demás, mostrándote una realidad que desmonta tu zona de confort cuando menos te lo esperas…
          Richard, el marido de mamá, quince años mayor que ella, vivió atormentado durante la Primera Guerra Mundial por el monstruo que vendría de madrugada a llevarse a los varones de su familia para combatir en el frente. Recibió una educación conservadora, orientada hacia lo estricto con perfil militar, aunque muy pronto demostraría que sus expectativas no iban precisamente encaminadas a llevar uniforme con galones, más bien prefería mezclarse entre rateros y adinerados, entendiendo que interpretar las leyes y tener autoridad para indicar cómo hacerlas cumplir guardaba en sí el poder y la facultad de discernir lo correcto de lo ilícito. Era un buen hombre, algo quisquilloso, campechano y nada egoísta. Es decir, con un fondo de buena gente que le convirtió en un anciano entrañable. Recién divorciado de su tercera mujer −las dos anteriores murieron en los partos junto a los bebés− fue a mi pueblo a reconstruir el escenario de un crimen, a cuyo presunto asesino representaba y, por consiguiente, tenía que demostrar su inocencia. Fue entonces cuando mi madre y él se conocieron en el George Washington Memorial Park. Pensativo uno, cabizbaja la otra, ambos contemplaban la figura que hay en el centro conmemorando al explorador John Colter, comerciante de pieles, guía y trampero. Ya muy entrada la noche, cenando en el Million Dollar Cowboy Bar, supieron que se habían enamorado conversando entre risas. Tres meses después, Madeline Morgan cambió el lugar de residencia y el apellido por el de Smith, consiguiendo el estatus que siempre aspiró tener: formar parte de lo más selecto y granado de la sociedad estadounidense de la época, acudir a fiestas de postín y ser la más admirada y fotografiada por los exclusivos vestidos diseñados para ella. Lástima que la alegría se esfumara tan deprisa, como sus apariciones ya en solitario. Ninguneada por los falsos amigos, y despreciada por los descendientes de Richard, entró en tal depresión que nunca más salió a la calle.
          El día que arranca la historia que voy a contar me quedé a trabajar hasta muy tarde. Teníamos un complicadísimo juicio entre manos y necesitábamos preparar minuciosamente el interrogatorio de los testigos, ya que el fiscal pedía la ejecución por inyección letal, y nosotros la absolución de todos los cargos, puesto que el único error cometido por nuestro cliente fue pararse a repostar en mitad de la carretera, en la misma gasolinera donde varios tipos, tras violar a la empleada, descerrajaron cuatro tiros a quemarropa contra ella y el dueño del establecimiento. Los asesinos huyeron en su furgoneta sin percatarse de que dejaban un cabo suelto: alguien lo había visto todo agazapado detrás de un stand. Cuando llegó la policía le encontró de pie derecho, temblándole las piernas, con el envoltorio de una chocolatina sujeto con los dedos, mirando fijamente al vacío y la suela de los zapatos manchada de sangre. Le introdujeron en la parte trasera del vehículo con violencia y esposado. A partir de ese momento toda una cadena de negligencias, descuidos, falsos testimonios y ocultación a la defensa de las imágenes captadas por la cámara de seguridad, donde se veía claramente a quienes empuñaban las armas, han situado la cabeza de un inocente en el centro de la diana. Por alguna razón indescifrable, yo intuía que habíamos pasado por alto detalles cruciales para la clarificación de los hechos, así que, terminado lo pendiente para la próxima vista que se celebraría una semana después, me dispuse a releer los más de doscientos folios de la declaración hecha por el acusado. La oficina, ya en silencio, todavía conservaba el eco de la fotocopiadora que yo había estado utilizando. Apagadas las luces en los demás despachos, parpadeaban de vez en cuando los pilotos rojos de las líneas telefónicas. Podía escuchar perfectamente mi respiración, y el roce de una hoja con otra al pasarlas, o el rotulador chirriante al subrayar frases. Pensé cerrar por dentro para no llevarme algún susto, pero no lo hice. Saqué del cajón del mueble anexo a otro con estanterías atestadas de carpetas una bolsa de papel marrón donde guardaba la cena: sándwich de pollo braseado, con pepinillos, aros de cebolla y mucha mostaza. El primer bocado me supo a gloria, el segundo a rancio, así que mastiqué y tragué sin saborearlo. Dos golpes suaves de nudillo rompieron el rumbo de mis pensamientos. ‘Perdone. ¿Se puede?’. ‘Lo siento, no estamos en horario de visita. Llame mañana a este número de teléfono −le doy una tarjeta− y pida cita’. ‘Ayúdeme, por favor. Se lo ruego… Por lo que más quiera. Ya no sé adónde acudir’.  ‘Está bien −Insistió tanto que fui incapaz de negarme−. Usted dirá’. La mujer, toda vestida de negro, de edad avanzada, pelo blanco y acento hispano, se arrodilló en el suelo, tragó saliva, me miró fijamente a los ojos y, antes de convertirse los suyos en un desfiladero de lágrimas, dijo: ‘Me la han matado. Me la han matado, señora. Me la han matado’. ‘Tranquilícese. ¿A quién?’. ‘A mi nieta, abogada. Y pido justicia…’.

7 comentarios:

  1. Sabía que entrarías por la puerta grande. Lo has vuelto a conseguir: ya estoy enganchada. Felicidades. Un beso

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  2. El personaje de Allison promete y conmueve ese final que augura un gran relato. Esta primera entrega tiene el sello, ya inconfundible, de su autora: emocion y compromiso.Enhorabuena.Esperando siguiente episodio!

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  3. Ni muerta ni de parranda a pesar de las huellas dejadas por ahí.
    La dueña del sitio estaba juntando letras para atraparnos a sus lectores en cuanto nos asomásemos a fisgar.
    La documentación como siempre de 10 y una protagonista que promete dar mucha guerra.
    Gracias por tu generosidad.

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  4. ¡Esta es mi Mayte! Un lujo a nuestro alcance.
    Muchas gracias por despertar desde el principio tantas expectativas. ¡Qué bien nos lo vamos a pasar! Besos.

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  5. Miguel Ángelseptiembre 16, 2019

    Saludamos a Mayte una temporada más, con una nueva novela (para mí lo son) en entregas quincenales. Nueva temática, siempre pegada a la actualidad y la documentación apabullante de siempre. Pienso que tienes una doble que se desplaza a los sitios durante una larga temporada para empaparse de todo. El relato fluye fácil. Un gusto. Hasta la siguiente parte. Un beso.

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  6. Ignacio Fontesseptiembre 17, 2019

    Con la nueva temporada y los primeros fríos otoñales, vuelve Mayte Mejia Bejarano con otro de sus adictivos relatos encadenados, 'Nocturno, en el Estado de Nevada', que promete ser tan apasionante como revela esta primera entrega.

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  7. Desde luego que el relato promete! Engancha desde el principio. Una maravilla poder leerte. Gracias y enhorabuena. Besos

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