domingo, 4 de junio de 2017

Kōbe

Bean lleva siete días en Reino Unido, y la casa se me cae encima. Las baldosas supuran tristeza por las juntas, desencolando el cemento cuarteado, y la soledad enrarece tanto el ambiente, que ni siquiera pasando la aspiradora por los rincones soy capaz de devolver la armonía a mi persona. Hiroshi, un apasionado del bricolaje, muy perfeccionista en el acabado de lo que arregla, viene, con la excusa de desatascar el fregadero, a ver cómo estoy. En la despensa busco un paquete de té verde para hacernos una infusión, pero sólo veo galletas dietéticas, que detesto tanto. ‘¿Cómo estás, Andy?’. ‘Raro’, −contesto−. ‘¿Por qué no te vienes de vacaciones con nosotros a Japón? Mizuki y Keiko tampoco han estado. Será divertido, lo pasaremos bien. Aquí realmente no haces más que dar vueltas a las cosas. Piénsalo, y nos dices. Partimos dentro de un mes y hay que prepararlo todo’. ‘Uf, no sé qué decirte, mijito. Para entonces habrá vuelto el inglés y… Pero bueno, deja que lo consulte con la almohada. Me apetece muchísimo…’. A estas alturas de la historia sabemos que he aprendido del abuelo Miguel a trazar una ruta en el mapa, coger cuatro trapos, algo de dinero, unas buenas botas y lanzarme a la aventura cuando la melancolía viene desbocada a agarrarme por las pelotas…
          Kōbe es una ciudad exótica e industrial, de las más pobladas del país. Bastaron 20 segundos para que un terremoto de 7,2 grados en la escala Richter la destruyera. ‘¿Veis ese espigón de ahí, el que está destrozado junto al nuevo?, −señala Naoko−. Lo han dejado tal cual para que no olvidemos lo que pasó. Nuestra zona, adinerada y residencial, fue una de las menos afectadas. Sin embargo, el barrio de Nagata estuvo muy castigado’. Hiroshi traga saliva, se limpia las lágrimas y dice: Nosotros por suerte no nos encontrábamos en la isla de Awaji, sino en Tokio, por un asunto familiar, de lo contrario…’. Las niñas, que ya no lo son tanto, me abrazan compungidas. ‘Vamos al Earthquake Memorial Museum −propone Naoko−. Hay grandes pantallas donde reproducen el seísmo’. Mizuki y Keiko están agotadas, pero resisten porque saben que para sus padres es importante compartir esas experiencias. “Dejé por ti un temblor, dejé una sacudida,/un resplandor de fuegos no apagados,/dejé mi sombra en los desesperados/ojos sangrantes de la despedida”, susurro casi al oído estos versos de Rafael Alberti. ‘Entonces ese mismo año os conocéis en el festival de Jazz, ¿no?’, −pregunto−. ‘Qué va, fue al siguiente, −contesta Hiroshi−.
          Las chicas se han quedado atrás, enganchadas a las redes sociales. Nosotros esperamos pacientes en el jardín Sorakuen, donde se ubica la residencia de un antiguo alcalde que, al igual que las viviendas contiguas, fue derribada durante la Segunda Guerra Mundial, siendo reconstruido todo el conjunto posteriormente. En medio hay un estanque rodeado de arbustos tropicales llamados sotetsu. Estamos en Kitano-chō, distrito a los pies de la cordillera de Rokko. ‘¿Y vuestra boda?’. ‘En realidad nos casamos por lo civil un año antes de que naciera Mizuki, y lo hicimos en Toronto, −dice Naoko−. Para mis padres he sido la hija díscola que iba contra las normas de esta sociedad tan estricta con las mujeres: caminar dos pasos por detrás del hombre, no opinar abiertamente en público, desposarse con alguien del mismo entorno y posición social…, características que pueden darse también en otros países, sin duda…’. ‘Nunca fui de su agrado −continúa él−, creían que me movía sólo por dinero: un cazafortunas muerto de hambre. Los míos tampoco admitieron que no me dedicara al campo, siguiendo la tradición. Nos gustaría tanto cambiar el criterio de unos y otros que… Pero hay cosas imposibles. Nuestro mayor deseo era casarnos rodeados de los nuestros, pero cuando lo comunicamos fue tal el desprecio que nos volvimos a Canadá. Aquello supuso para nosotros la ruptura definitiva. Ya no existían puentes, porque lo estricto y encorsetado acababa de cargarse el sentido común. De repente nos sentimos intrusos en el país que nos vio nacer…’.
          El día ha dado para mucho. Me duelen los pies y tengo ganas de llegar al hotel para meterlos en agua caliente. Sin embargo, no puedo ser descortés y acompaño a Hiroshi a la cafetería giratoria de la Torre del Puerto de Kōbe, donde se alcanza a ver hasta la bahía de Osaka. ‘Aquí veníamos Naoko y yo al principio de conocernos para mezclarnos entre los turistas y pasar desapercibidos. En Japón no solo se estremece la tierra, lo hacen también las entrañas de quienes tienen que irse fuera. A mí se me ha tachado de oportunista en lugar de enamorado. No te voy a engañar −añade, eligiendo muy bien las palabras−, a veces en Toronto echo de menos espacios acogedores como éste en el que ahora estamos, pero después comprendo que con el ser humano se mueve también el paisaje propio que incorpora cada uno, donde cabe lo bueno y lo malo, el éxito y el fracaso, el cariño y el desconsuelo…’. Las luces de neón brillan a lo lejos, parpadeando como ramos de colores distribuidos por la ciudad para que nadie se sienta solo. Estoy vivo. Percibo el fuerte olor, que el viento deja caer como gasas, al salitre del mar de esta manga del Pacífico, que me recuerda a otros muelles donde, para no extraviarlos en las mudanzas, guardé momentos de amor y de despedida. ‘Le echas de menos, ¿verdad?’, −pregunta Hiroshi de repente−. ‘¡Muchísimo, mijito!’. −Ambos bebemos un trago largo de sake−. ‘A veces es difícil querer sin que parezca lo contrario. Bean no es un tipo fácil de tratar. Modula una manera de ser que puede resultar crispante para los de fuera. Imagino cómo será para ti. Hay quienes no encajan por más que lo intentan. Quizá se precipitó yendo a Toronto, igual no estaba preparado para un cambio de vida tan radical… No sé, conquístalo una vez más…, y ten muy claro que mañana el sol volverá a salir por el Este…’.
          Mizuki y Keiko esperan a su padre en recepción con dos bolsas llenas de bocadillos y botellas de agua. Se van al Museo Anpanman, héroe con la cabeza de pan, protagonista de las aventuras de libros infantiles, escritos e ilustrados por Takashi Yanase, que leyeron de pequeñas, y por quien sienten curiosidad de ver cómo es a tamaño real. Naoko y yo iremos a hacer senderismo por el Mount Maya. ‘¿Lo estás pasando bien? −me pregunta en pleno contacto con la Naturaleza, pero no puedo contestar porque retoma la conversación−. Espera aquí un segundo, te quiero presentar a alguien. −Viene acompañada de una mujer mayor que ella. Me saluda con una leve inclinación de cabeza, y yo respondo igual−. Fue mi profesora de ética y la primera persona que me abrió los ojos a Occidente…’. Me pareció alguien interesantísimo, muy preparada y absolutamente actual. Dice no haber salido del país, pero a mí se me antoja que ha dado más de una vuelta al mundo…
          El taxi que nos lleva al Aeropuerto Internacional de Kansai, ubicado en una isla artificial de la bahía de Osaka, no tiene una sola mota de polvo, y las manos del taxista están cubiertas con guantes de algodón blanco impoluto. Naoko, sentada a mi lado, va muy triste. ‘¿Qué ocurre, mijita?. −Con la cabeza me dice que nada−. ¿Qué te preocupa? Sabes que me lo puedes contar’. −Se apoya en mi hombro y rompe a llorar−. ‘Daría lo que fuera por abrazar a mi familia…’. Un tiempo después supe que tanto ella, por su lado, como Hiroshi, por el suyo, lo intentaron, pero una vez más se impuso la torpeza del desencuentro… ‘Tío Andy, ¿me dejas el lado de la ventanilla?’, dice Keiko poco antes de despegar nuestro avión.
          Los vahos que despiden por sus bocas las alcantarillas se cuelan en mi nariz provocando estornudos. Hace algo más de una semana que he regresado a Toronto y todavía no hemos coincidido un rato a solas Bean y yo. A consecuencia de un virus gripal varios compañeros suyos están de baja, lo que obliga a los demás a cubrir turnos escandalosamente largos. Así que, cuando no trabaja, duerme. He ido un par de noches a buscarle, pero, intencionadamente o no, siempre volvemos con gente. ¿Dónde han quedado las semillas de aquél cómico disfrazado de Estatua de la Libertad, y de la luz que prendía, la suya propia, si una moneda caía dentro de la caja de hojalata? Me pregunto: ¿cuál ha podido ser el motivo que tanto ha turbado la ilusión del principio, la emoción de sentirse uno conmigo? ¿Qué riada ha desbordado la cubeta de los sueños, el propósito de crecer juntos y envejecer a la vez? ¿Cuál de todos los tsunamis ha arrancado de nuestro atlas el archipiélago configurado para comprender al otro? ¿Dónde ha ido a parar el detalle de regalarnos rosas frescas cada final de mes…?
          Hoy celebro mi cumpleaños. Vienen los japoneses a comer a casa y estoy preparando arroz con frijoles y un poquitico de puerco. ¡Ya lo sé!, tengo que perfeccionar el guiso hasta darle el toque especial del abuelo Eloy. Recuerdo a mami y a Miguel cuando en fechas señaladas decían que las cosas había que festejarlas a lo grande: yendo al cine y a la ópera. Las chicas me han regalado una pajarita para el esmoquin que en ocasiones alquilo, y sus padres un vale para una cena de dos en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad que está en la planta cuarenta y cinco de uno de los edificios del centro. Me noto muy habanero, por eso he colocado en la mesa unos platicos con aperitivos típicos de allí, así hacemos tiempo hasta que estemos todos. Suena el timbre de la puerta, y Mizuki dice: ‘¡Vaya, otra vez se ha olvidado el tío Bean de coger las llaves!’, pero, cuando abre, es un mensajero que trae una carta sin matasellos para mí…

9 comentarios:

  1. Nena, gracias por invitarme a una ciudad que no conozco y que tras leerte visitaré. ¡Que bien lo haces, jodía! Te quiero. Besos.

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  2. No me hace falta viajar físicamente a Kobe, en este momento estoy llegando de allí. Con tus relatos me siento como cuando de niña leía La Isa del Tesoro, me siento parte de la trama. Muchas gracias.

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  3. Gracias Mayte : esta entrega me ha llevado de tu mano a unas,emociones ,que creía superadas.¿Porque se desgasta todo ? Espero por el bien de Andy, vuelva la primavera 
      Un abrazo 

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  4. Lo mejor de esta historia y tus relatos es que siempre veo proyectadas mis propias emociones o sentimientos, es como la vida misma, genial, pero ya sabes se me hace larga la espera, un beso.

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  5. Viajes tan maravillosos a los que me invitas, personas tan extraordinarias que me presentas, las emociones que me provocas... Gracias, amiga. ¡Eres muy especial!

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  6. Como siempre nos transportas a esas ciudades maravillosas "no se si lo son o no lo son", pero haces tan bonita tu escritura y tan real que lo vivimos como si estuvieramos alli.
    Gracias por ello me haces pasar un rato muy agradable.
    Un beso

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  7. Cuando te leo me concentro tanto que luego me cuesta volver a la realidad porque me gustaría seguir leyendo, más y más. ¡Gracias!

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  8. Undécima entrega del precioso relato encadenado de Mayte Mejia Bejarano: Andy, en Japón: "Las luces de neón brillan a lo lejos, parpadeando como ramos de colores distribuidos por la ciudad para que nadie se sienta solo. Estoy vivo. Percibo el fuerte olor, que el viento deja caer como gasas, al salitre del mar de esta manga del Pacífico, que me recuerda a otros muelles donde, para no extraviarlos en las mudanzas, guardé momentos de amor y de despedida...".

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