domingo, 11 de junio de 2017

Bean Howard

El abuelo Miguel compraba galletas Napolitanas en caja de cartón duro −todavía se me hace la boca agua recordando el sabor a canela−, para que, una vez vacías, yo pudiera reutilizarlas guardando dentro mi colección de tesoros exclusivos, descargados del bolsillo abultado del babi, porque de no haberlo hecho así se habrían perdido en el censo ordenado de los armarios. Anoche no tenía sueño y abrí una sabiendo que todos son artículos del bazar que mercadea a orillas de la nostalgia: chapas de TriNaranjus, un cubilete rojo de parchís, un cacho de tela deshilachada con una inicial sujeta por alfileres, un imperdible de plástico, la primera pulsera de cuero regalo de mami, calcomanías de los tebeos de moda, una cuarta de cuerda de esparto y papeles de varios tamaños con dibujos de trazo infantil y anotaciones. Desdoblo uno de ellos y leo estos versos hermosos de Eeva Kilpi, poeta finlandesa, centrada en lo cotidiano de las emociones y sentimientos femeninos: “Dime si molesto,/dijo él al entrar,/porque me marcho inmediatamente./No sólo molestas,/contesté,/pones arriba toda mi existencia./Bienvenido”.
          Me he mudado a un miniapartamento luminoso, céntrico y con unas vistas generosas de la ciudad, en Queen St. West, a pocas “cuadras” del Peter Pan Bistro −cuyos menús quedan lejos del alcance de mi bolsillo−. La cocina y el comedor dormitorio son una sola pieza separada por medio mostrador con cajones a un lado y dos taburetes al otro. Un ventanal hasta la junta del techo canaliza los rayos de sol hacia el sofá convertible en cama al llegar la noche. Pegado a la puerta estrecha del aseo, esquinado en el suelo para no estorbar, reside el equipo de música y algún zabuton −cojín japonés− traído de Kōbe. Hiroshi y Naoko están muy preocupados por mí, y como se les han agotado las ideas para arrancarme de casa han confiado dicha tarea a Mizuki y Keiko, quienes, cuando terminan de estudiar, vienen cada tarde con diversas propuestas, como colgar las estanterías hechas por su padre con maderas rescatadas de las basuras, y poner en ellas lo que sigue todavía sin desembalar. Pero donde hacen más hincapié, y poder de convicción vaya si tienen, es en salir a algún sitio, a pesar de decirles que una aguanieve de años me ha caído por encima.
          Bean no se presentó a mi comida de cumpleaños, y tampoco apareció por casa al día siguiente y, según tengo entendido, todavía no ha retirado sus pertenencias del garaje cedido por el casero cuando rescindimos el contrato de alquiler. ‘Querido Andy −comienza así la carta suya traída en mano−. No sé por dónde empezar. Sabes que no me resulta fácil expresar los sentimientos al ser bastante parco en palabras, pero quizá debería hacerlo pidiéndote perdón. Mereces una persona al lado que no escatime en cariño y sepa entregarse desinteresadamente. Alguien que no se haga el remolón en la aduana de los prejuicios por cobardía. En definitiva: un ser libre como tú. Lo mejor que me ha pasado en la vida es haberte conocido y descubrir una manera de querer diferente e impensable hasta entonces. Lo peor comportarme como un imbécil que antepone disciplina por felicidad. La naturalidad tuya tratando cualquier asunto, delicado o no, frente a la estricta y encorsetada educación que he recibido, debería haber bastado para abrirme los ojos a un horizonte más templado. No ha sido así, y lo lamento muchísimo. Soy consciente de la mala imagen que dejo, de lo desagradable de los últimos meses haciéndotelo pasar muy mal. No he sabido evitarlo. Echo de menos mi ciudad, mi gente, mi familia y no me siento cómodo en Toronto. Te quiero, pero tomo la decisión, aunque sea equivocada y después me arrepienta, de no seguir contigo. Diles a Mizuki y Keiko que las voy a recordar siempre. Asumo la culpa y me llevo el corazón en pedazos, pero me niego a hacerte más daño. Te deseo lo mejor, en lo personal y en lo profesional. Llegarás alto, lo sé. Tal vez amanezca un día en que dejes de guardarme rencor, sacando lo positivo de esta ruptura. Quiero acabar diciendo que con nuestra separación uno de los dos sale perdiendo, y no eres tú, por eso, con el tiempo espero tener valor para perdonarme. Tendrás éxito en todo cuanto te propongas, no lo dudo en absoluto. Cuídate, y no dejes de soñar’. La he leído tantas veces que todavía una sobre otra no ha solapado el dolor de la primera…
          Huele a chocolate recién hecho, y eso evoca en mi memoria al Madrid castizo con sus callejuelas estrechas, empinadas, y la oferta de fonda barata y taberna de guardia que nunca le fallan al viajero. Son las siete de la mañana, hace un frío de justicia y he salido con Naoko a correr por Queen’s Park. En un cruce de caminos, el anciano plantado en jarras que siempre sermonea con la llegada del fin del mundo, y al que se le nota mucho la cojera, tira de un viejo perro desgreñado y hediondo como él, a la vez que vocea con dedo acusador a un público invisible: ‘Bastards, you are going to push me to the ground’. (Cabrones, me vais a tirar al suelo). Hacemos un alto para beber café del termo que traemos para la ocasión, y sentados en un banco próximo a la escultura del crítico literario Northrop Frye, quien defendió durante toda la vida “el orden de las palabras”, digo: ‘No creas, cuesta muchísimo, pero no tengo más remedio que hacerme a la idea de que jamás volverá. Es un proceso lento y, sobre todo, desgarrador, que quema las entrañas y te deja noqueado. Buscar a Bean entre la gente que se mueve de un lado a otro de la ciudad es como tirar piedras a un charco de agua que aleja y distorsiona el paisaje reflejado, que ya no podrás tocar por mucho que alargues la mano… −Los ojos de mi amiga se van achicando según se humedecen−. Sin vosotros, sin la energía de las niñas, sin la comprensión de Hiroshi, sin tu paciencia y cariño, no lo conseguiría. Sois la familia que he elegido y…’. Naoko me abraza y todo comienza a tomar sentido.
          Ha pasado casi un año y sigo volcado en el trabajo sin atender lo sentimental. Algunos profesores de la escuela preparamos una coreografía para la representación teatral de cuentos infantiles organizada por el Ayuntamiento de Toronto. La sala cedida para los ensayos es bastante pequeña, por lo que montamos los pasos calculando cómo será el espacio real que habrá en el escenario. Aquella compañera operada de cáncer de pecho, a la que recomendé el deporte náutico dragon boat, me cita en el restaurante Seven Lives, donde sirven riquísima comida mexicana, entre otras cocinas varias. La veo espectacular, su piel vuelve a tener un tono natural, ha ganado peso y se plantea adoptar un bebé. Hasta que no esté físicamente a pleno rendimiento no se reincorporará, pero le gusta que le cuente cómo está el ambiente. ‘¿Quieres decirme algo en particular?’. Noto que titubea y da rodeos a la conversación. ‘Me he acordado mucho de ti −dice−. Al terminar el tratamiento, y autorizada por la oncóloga, hemos viajado a San Francisco, Buenos Aires y parte de Reino Unido. En Londres vi a Bean −se me acelera el corazón−. Al principio no caí, pero cuando me acerqué era inconfundible. Salíamos de un centro comercial y le digo a mi marido: Mira que original ese mimo vestido de Estatua de la Libertad. Él me reconoció y paró la actuación’. ‘¿Cómo está?’. ‘Triste y aviejado −responde−. Me preguntó por ti y apareció la derrota en su mirada. Vive en Bath con su padre, la crisis retardada ha quebrado el negocio y se mantienen de lo que gana en la calle como cómico…’.
          Desde hace semanas no ha dejado de nevar. Me desplazo por la red PATH sin salir apenas a la superficie, excepto para cosas puntuales, como hoy, que he quedado con Mizuki y Keiko en Nathan Phillips Square, por si podemos patinar en la pista montada al aire libre. Están convirtiéndose en dos bellísimas mujeres, con carácter y la cabeza muy bien amueblada. Han heredado el comportamiento sencillo de su padre y el físico de su madre, lo que las hace todavía más atractivas e interesantes. Ya casi no vienen con nosotros, van con su grupo de amigos donde hay dos pretendientes italianos que no las dejan ni a sol ni a sombra, y de los que están, según me cuentan, muy enamoradas. ‘¿Volverás alguna vez a España, tío Andy?’. Esto me coge desprevenido. ‘No lo sé mijita. Nunca se sabe. El futuro y las circunstancias son imprevisibles…’. Pero mejor les habría dicho que lo que de verdad me apetecía era regresar a la ciudad interior de las personas que se me han ido, a sus parques llenos de escondites, a sus estaciones de trenes donde siempre paraba el mío, a los abrazos como la banda sonora que te reinventa y a la fideuá de los domingos… La plaza está llena de gente, y el hielo listo para resistir la herida que le dejará la cuchilla. Mientras me deslizo con total libertad por el circuito, tengo la sensación como que me traslado al principio de venir aquí, donde cada experiencia era un horizonte a explorar, y la vida con Bean la estructura de una nueva patria. Aunque todavía me duele su ausencia y la manera que tuvo de despedirse sin mirarme a los ojos, paso por delante de determinadas calles por si el eco me nombra… Y como dice Hiroshi, imitando mis mejores momentos: ‘Pero, ¿que tú por qué no pasa página ya, mi hermano?’.
          He recibido una invitación de boda desde Oregón. Mi tío el mayor −nunca nos hemos visto− celebra su quinto matrimonio −ninguno de ellos, salvo el primero que duró once años, han superado los seis o siete– y quiere que vaya. Pero, casualmente coincide que la profesión me sitúa en otro cuadrante del atlas: en América del Sur, hacia la mitad oriental del subcontinente. Naoko me lleva al aeropuerto, y, antes de entrar a la sala donde espera el resto de bailarines, abrimos una de las cremalleras de la maleta grande, porque había olvidado guardar la pajarita de mis chicas junto al espíritu habanero. ‘Llama cuando llegues’. ‘Que sí, pesada. No te preocupes’. ‘Es que te conozco, y con nada se te va el santo al cielo’. ‘Que no, coño. Ya lo verás’. ‘Bueno, vale’. ‘Anda, gruñona. Ven aquí, que te quiero’. ‘Y yo a ti’. ‘Un mes se pasa en nada, y cuando quieras darte cuenta he vuelto…’.

12 comentarios:

  1. Me has dejado con un congojo que no se si te lo voy a perdonar. Te lo vuelvo a repetir, haces que me introduzca en el personaje. Muchas gracias por este regalo

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  2. Bonito, uno de los relatos que más sentimiento tiene o al menos asi lo percibo yo. Que bien que solo tenga que esperar una semana. Besos

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  3. Nena, estoy a moco tendido. Nunca dejes de escribir. Un besos.

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  4. Miguel Ángeljunio 11, 2017

    Relato repleto de sentidas descripciones de emociones. Nos metemos en la piel de Andy, y de Bean, y, secundariamente, de los otros personajes de la historia. No te he visto, Mayte, en la Feria del Libro del Retiro; dentro de una caseta, quiero decir. A ver si para el año que viene...Un abrazo.

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  5. Tu generosidad brindándonos estos relatos, así, por la cara, es de agradecer. Lugares, personas que no conoceríamos, tu lo haces posible.

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  6. Este nuevo relato me ha dejado triste .Endy está pasando por algo inevitable el desamor.Que está superando con esa maravillosa familia. Besos Mayte gracias por este regalo. 

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  7. Duodécima entrega del relato encadenado: Bean rompe con Andy y la dolorosa melancolía de la ruptura tiñe la cotidianeidad de la vida. A partir de ésta, cuatro entregas de periodicidad semanal para completar la narración.

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  8. Relato repleto de emociones. Bonita mezcla la tristeza de la pérdida y la grandeza de la amistad. Que bien lo cuentas todo! Besos.

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  9. Antonio Álvarezjunio 12, 2017

    Alegría al saber que el regalo será semanal; lo que no me esperaba es que fluyeran tal cantidad de emociones y sentimientos en unos personajes tan de mi entorno ya. Siento con ellos y es lo que más te agradezco.

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  10. Si me lo cuentan, no me lo creo, qué manera de contar una situación que ha hecho que de lo que tú cuentas que ha vivido él, mi estómago se haya encogido por algo que yo viví también así. Bravo para ti, como siempre.

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  11. Querida amiga:
    Esta nueva entrega tuya me ha dejado muy nostálgica, aunque ya lo venía presintiendo: la ruptura entre Andy y su pareja. Esperemos ahora, ansiosos, qué nuevo camino tomará la vida de Andy. Como siempre, tus escritos son siempre fenomenales.
    Un abrazo desde La Habana.
    Tere

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  12. Es asombrosa tu habilidad para crear y recrear una situación y hacer que los que te leemos empaticemos con esa situación que creas.
    Genial, Mayte.
    Abrazos desde Málaga

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