Estamos especializados
en una armoniosa repetición del desastre y la estupidez.
Terenci Moix.
Me llamo Bilal Alcázar Kumar. Soy natural de Safí, Marruecos, y ciudadano europeo
desde que mi madre me escondiera en un barco pesquero que faenaba en aguas
occidentales, con parada en el Puerto de la Bahía de Algeciras, donde
desembarcaría poniéndome a salvo. He vivido en el sur de Francia, en el norte
de Italia y en Lisboa hasta que me asenté en La Línea de la Concepción, donde
residimos actualmente parte de la familia. Los hechos que voy a narrar a
continuación, tal y como ocurrieron,
corresponden a la historia de mi hija mayor, a la que arrancaron de nuestro lado, hace más de
cuarenta años…
Mientras que la primera de mis niñas –morena,
ojos negros y andares graciosos–, salía del
vientre de su madre ajena al durísimo futuro que la aguardaba, en otro punto de
la ciudad, Omar, pariente lejano, enviudaba de su segunda mujer. Quince años
después de que sucedieran ambos acontecimientos, nos encontramos comprando
pescado en el mercadillo y le llevé a casa a tomar dulces con té. Fátima, mi
esposa, atareada en los fogones preparando cuscús
con garbanzos y verduras, apenas notó nuestra presencia hasta que estuvimos
delante, Teníamos nueve hijos, que vinieron a
saludar al invitado. Noor era la mayor de cinco hembras, la más callada y la
que poseía una especial belleza que no pasaba desapercibida. Sus amigas decían
que andaba siempre en las nubes, soñando con universidades y libros de
ciencia…, pero que, por mucho que quisiera
romper moldes, al final contraería matrimonio con el hombre que eligiéramos para
ella, como pasó con sus madres, sus abuelas, las de éstas…
Omar se dedicaba a la exportación textil:
calcetines, calzoncillos, bragas, sujetadores…, y diversos artículos de ropa de hogar confeccionados en sus talleres. Tenía fama de
explotador y usurero, pero también de ser uno de los hombres más ricos de la
comarca, aval que utilizaba para conseguir una tercer esposa y, aunque no faltaban
candidatas, por el momento no le convencía ninguna. Las visitas se sucedieron
con frecuencia; nos agasajaba con obsequios
caros cuyo fin no era otro más que ganarse nuestra confianza. Uno de esos días
con el atardecer más espectacular jamás visto, cerramos el compromiso de boda
entre el viudo adinerado y la joven que, al
enterarse, perdió de golpe la alegría.
Los primeros años de matrimonio fueron
intensos: salía de una preñez para meterse en
otra. Pero, poco a poco, las cosas entre ellos empezaron a ir mal. Noor llevaba
tiempo que no se encontraba bien, permaneciendo a veces bastante tiempo en cama. En vista de que ella no daba el paso, y Omar tampoco, acordamos su madre y yo acompañarla
al médico. Tras explorarla, y orientándose por
los síntomas que manifestaba, le hicieron
algunas pruebas que concluyeron con un diagnóstico desalentador: cáncer de
útero con posible extirpación de ovarios. La intervención, el posoperatorio y
el trauma psicológico consecuente, fueron dolorosos, así como la quimioterapia, pero, gracias a esa fuerza tan
especial que la caracterizaba, salió adelante. Sin embargo, Omar se distanciaba
cada vez más de ella, no se acostaban juntos y, con
la excusa de estar trasladando parte de los negocios a otro país, pasaba largas
temporadas fuera del hogar. Fátima, que para estas cosas poseía un olfato
afilado, sospechaba que sobre la cabeza de nuestra hija planeaba una inminente
desgracia…
Una noche sin luna, y
obligada violentamente por su marido, despertó a los niños y les dijo que se
vinieran con nosotros porque ellos iban a hacer un largo viaje. Como pudo le
dio al mayor una nota escrita: Os quiero.
Me pondré en contacto con vosotros. No me olvidéis. Mamá. A partir de ese
manojo de letras, además de criar a los nietos, la lucha que hemos llevado por
encontrarla ha sido agotadora a la vez que
infructuosa. Acudimos a las autoridades, que realizaron distintas gestiones,
pero nada: se la había tragado la tierra. Sus hermanos, sus hijos y el resto de
parientes, perdieron la esperanza de encontrarla, pero no su madre y yo, que, al contrario, seguimos
perseverando.
Veinte inviernos después, Fátima, que estaba muy enferma, paseaba acompañada de una vecina
cuando vio a un conocido que, tras saludarla, comentó que a Omar se le veía por
Palos de la Frontera. Nada más decírmelo, aun sabiendo que el estado de mi
esposa era delicado y desafiando a los que opinaban que, a mi edad, conducir era una locura, salí en automóvil. Fui al
polígono indicado, ya que exportaba fresón a la Unión Europea. Soborné a un par
de chavales que descargaban un camión y conseguí la dirección donde vivía. La
adolescente que abrió la puerta, llevando un bebé en los brazos, se presentó
como su actual esposa, aclarándome que Noor no había muerto, con lo que entendí
que residirían en uno de los países donde la poligamia estaba permitida, y
donde puede que estuviera mi hija, a saber en qué condiciones. Telefoneé a casa y cogí un avión…
La parte sórdida de la ciudad, donde supuestamente encontraría a mi primogénita, se
hallaba en el doblez de un entramado de pasadizos con suelo de adoquines, en
los que el olor a muerte se hacía insoportable. Giré a la izquierda y salí a un
espacio abierto lleno de tenderetes ambulantes y niños jugando alrededor. Me
impresionó ver una hilera de personas con el espinazo doblado cargando fardos a
la espalda –al estilo de las porteadoras que transitan cada día por el
paso de El Biutz, en Ceuta–, superando alguno su propio peso. Una corazonada me
decía que no debía perderlas de vista, así que las
seguí. Según me acercaba el corazón se me salía del pecho. Contuve la
respiración y liberé del bulto a una mujer que, al
levantar la cabeza extrañada, reconoció en mí a su padre. Nos sentamos en el
poyete de la fuente, coloqué mi mano sobre el hiyab, imaginé que debajo sus cabellos estarían desgreñados y rompí a llorar.
Omar la utilizaba de vehículo, junto a otras
mujeres, para abastecer a los mayoristas, cubriendo la parte este de la región
donde el transporte sobre ruedas era imposible. A la pregunta de si quería
regresar conmigo, respondió que la deuda contraída con él era vitalicia, a
cambio de haber dejado a los niños con nosotros, y, bueno, que con el paso del
tiempo y la dureza de la vida, a pesar de todo le tenía cariño. La despedida
fue más bien fría por su parte, pero casi puedo asegurar que el corazón le
estallaba en el pecho, por las ganas de saber
de sus hijos, de su madre… Volví a La Línea de la Concepción con el propósito
de evitarles sufrimientos, diciendo que no la había encontrado, pero algo
inesperado hizo que cambiara de idea…
Al aeropuerto fue a recogerme uno de los
yernos, y también a prepararme. El estado de Fátima empeoró en mi ausencia. Le quedaba poco. Cuando
bajé del coche estaba sentada en el porche, débil y mortecina, hablando en
susurros. Quería saber de la niña, del porqué de tantos años de silencio. Le
dije que había dado con ella y que se alegró muchísimo de verme, que lamentaba no
haber contactado con nosotros, pero que iba a venir a vernos pronto. Mi esposa
cerró los ojos, sonrió contenta, tomó mi mano entre las suyas y ya no despertó. Ahora que estoy viejo y cansado, y que,
por distintas circunstancias, todos se han ido yendo, las noches que no hay
luna, con el aroma del té caliente posándose en la taza, me siento frente a la
puerta a esperar a Noor y prendo la lumbre para que encuentre la casa caldeada.
Te parte el alma, pero lo cuentas con tanto dolor que me lo haces sentir a mí, escribes con tanto cariño.
ResponderEliminarNena, he sentido el peso de la carga sobre mi espalda, el dolor del padre en mi corazón y la angustia de Noor en mis entrañas. Me quito el sombrero ante ti, escritora.
ResponderEliminarMayte, lo acabo de leer.
ResponderEliminarMe ha dejado terriblemente triste e impresionada de la profundidad que tiene el relato. Golpea en medio del estómago y te regira todo el cuerpo...
Consigues, Mayte que quien lo lea reflexione sobre tantas cosas que no queremos ver ni oir ni siquiera pensar a cerca de nosotros mismos y de quienes nos rodean!!!
Gracias Mayte por conmoverme de esa forma.
Inmenso.
ResponderEliminarNarración, muy bien hilvanada, de una tremenda y cruel realidad. Chapeau, Mayte.
ResponderEliminarIntenso. directo al estómago. Emociones en zig zag.
ResponderEliminarMayte que bién se te dá meternos en tus historias, Impresionante relato. Besos
ResponderEliminarExcelente.
ResponderEliminarHaces que el lector se implique en tu relato hasta el punto en que subjetivamente lo vive.
Un abrazo desde Málaga