domingo, 5 de octubre de 2014

El camino más largo


Estamos especializados en una armoniosa repetición del desastre y la estupidez.
Terenci Moix.

Me llamo Bilal Alcázar Kumar. Soy natural de Safí, Marruecos, y ciudadano europeo desde que mi madre me escondiera en un barco pesquero que faenaba en aguas occidentales, con parada en el Puerto de la Bahía de Algeciras, donde desembarcaría poniéndome a salvo. He vivido en el sur de Francia, en el norte de Italia y en Lisboa hasta que me asenté en La Línea de la Concepción, donde residimos actualmente parte de la familia. Los hechos que voy a narrar a continuación, tal y como ocurrieron, corresponden a la historia de mi hija mayor, a la que arrancaron de nuestro lado, hace más de cuarenta años…
          Mientras que la primera de mis niñas –morena, ojos negros y andares graciosos–, salía del vientre de su madre ajena al durísimo futuro que la aguardaba, en otro punto de la ciudad, Omar, pariente lejano, enviudaba de su segunda mujer. Quince años después de que sucedieran ambos acontecimientos, nos encontramos comprando pescado en el mercadillo y le llevé a casa a tomar dulces con té. Fátima, mi esposa, atareada en los fogones preparando cuscús con garbanzos y verduras, apenas notó nuestra presencia hasta que estuvimos delante, Teníamos nueve hijos, que vinieron a saludar al invitado. Noor era la mayor de cinco hembras, la más callada y la que poseía una especial belleza que no pasaba desapercibida. Sus amigas decían que andaba siempre en las nubes, soñando con universidades y libros de ciencia…, pero que, por mucho que quisiera romper moldes, al final contraería matrimonio con el hombre que eligiéramos para ella, como pasó con sus madres, sus abuelas, las de éstas…
       Omar se dedicaba a la exportación textil: calcetines, calzoncillos, bragas, sujetadores…, y diversos artículos de ropa de hogar confeccionados en sus talleres. Tenía fama de explotador y usurero, pero también de ser uno de los hombres más ricos de la comarca, aval que utilizaba para conseguir una tercer esposa y, aunque no faltaban candidatas, por el momento no le convencía ninguna. Las visitas se sucedieron con frecuencia; nos agasajaba con obsequios caros cuyo fin no era otro más que ganarse nuestra confianza. Uno de esos días con el atardecer más espectacular jamás visto, cerramos el compromiso de boda entre el viudo adinerado y la joven que, al enterarse, perdió de golpe la alegría.
          Los primeros años de matrimonio fueron intensos: salía de una preñez para meterse en otra. Pero, poco a poco, las cosas entre ellos empezaron a ir mal. Noor llevaba tiempo que no se encontraba bien, permaneciendo a veces bastante tiempo en cama. En vista de que ella no daba el paso, y Omar tampoco, acordamos su madre y yo acompañarla al médico. Tras explorarla, y orientándose por los síntomas que manifestaba, le hicieron algunas pruebas que concluyeron con un diagnóstico desalentador: cáncer de útero con posible extirpación de ovarios. La intervención, el posoperatorio y el trauma psicológico consecuente, fueron dolorosos, así como la quimioterapia, pero, gracias a esa fuerza tan especial que la caracterizaba, salió adelante. Sin embargo, Omar se distanciaba cada vez más de ella, no se acostaban juntos y, con la excusa de estar trasladando parte de los negocios a otro país, pasaba largas temporadas fuera del hogar. Fátima, que para estas cosas poseía un olfato afilado, sospechaba que sobre la cabeza de nuestra hija planeaba una inminente desgracia…
         Una noche sin luna, y obligada violentamente por su marido, despertó a los niños y les dijo que se vinieran con nosotros porque ellos iban a hacer un largo viaje. Como pudo le dio al mayor una nota escrita: Os quiero. Me pondré en contacto con vosotros. No me olvidéis. Mamá. A partir de ese manojo de letras, además de criar a los nietos, la lucha que hemos llevado por encontrarla ha sido agotadora a la vez que infructuosa. Acudimos a las autoridades, que realizaron distintas gestiones, pero nada: se la había tragado la tierra. Sus hermanos, sus hijos y el resto de parientes, perdieron la esperanza de encontrarla, pero no su madre y yo, que, al contrario, seguimos perseverando.
       Veinte inviernos después, Fátima, que estaba muy enferma, paseaba acompañada de una vecina cuando vio a un conocido que, tras saludarla, comentó que a Omar se le veía por Palos de la Frontera. Nada más decírmelo, aun sabiendo que el estado de mi esposa era delicado y desafiando a los que opinaban que, a mi edad, conducir era una locura, salí en automóvil. Fui al polígono indicado, ya que exportaba fresón a la Unión Europea. Soborné a un par de chavales que descargaban un camión y conseguí la dirección donde vivía. La adolescente que abrió la puerta, llevando un bebé en los brazos, se presentó como su actual esposa, aclarándome que Noor no había muerto, con lo que entendí que residirían en uno de los países donde la poligamia estaba permitida, y donde puede que estuviera mi hija, a saber en qué condiciones. Telefoneé a casa y cogí un avión…
          La parte sórdida de la ciudad, donde supuestamente encontraría a mi primogénita, se hallaba en el doblez de un entramado de pasadizos con suelo de adoquines, en los que el olor a muerte se hacía insoportable. Giré a la izquierda y salí a un espacio abierto lleno de tenderetes ambulantes y niños jugando alrededor. Me impresionó ver una hilera de personas con el espinazo doblado cargando fardos a la espalda –al estilo de las porteadoras que transitan cada día por el paso de El Biutz, en Ceuta–, superando alguno su propio peso. Una corazonada me decía que no debía perderlas de vista, así que las seguí. Según me acercaba el corazón se me salía del pecho. Contuve la respiración y liberé del bulto a una mujer que, al levantar la cabeza extrañada, reconoció en mí a su padre. Nos sentamos en el poyete de la fuente, coloqué mi mano sobre el hiyab, imaginé que debajo sus cabellos estarían desgreñados y rompí a llorar.
      Omar la utilizaba de vehículo, junto a otras mujeres, para abastecer a los mayoristas, cubriendo la parte este de la región donde el transporte sobre ruedas era imposible. A la pregunta de si quería regresar conmigo, respondió que la deuda contraída con él era vitalicia, a cambio de haber dejado a los niños con nosotros, y, bueno, que con el paso del tiempo y la dureza de la vida, a pesar de todo le tenía cariño. La despedida fue más bien fría por su parte, pero casi puedo asegurar que el corazón le estallaba en el pecho, por las ganas de saber de sus hijos, de su madre… Volví a La Línea de la Concepción con el propósito de evitarles sufrimientos, diciendo que no la había encontrado, pero algo inesperado hizo que cambiara de idea…
          Al aeropuerto fue a recogerme uno de los yernos, y también a prepararme. El estado de Fátima empeoró en mi ausencia. Le quedaba poco. Cuando bajé del coche estaba sentada en el porche, débil y mortecina, hablando en susurros. Quería saber de la niña, del porqué de tantos años de silencio. Le dije que había dado con ella y que se alegró muchísimo de verme, que lamentaba no haber contactado con nosotros, pero que iba a venir a vernos pronto. Mi esposa cerró los ojos, sonrió contenta, tomó mi mano entre las suyas y ya no despertó. Ahora que estoy viejo y cansado, y que, por distintas circunstancias, todos se han ido yendo, las noches que no hay luna, con el aroma del té caliente posándose en la taza, me siento frente a la puerta a esperar a Noor y prendo la lumbre para que encuentre la casa caldeada.

8 comentarios:

  1. Fabiola G Gómezoctubre 05, 2014

    Te parte el alma, pero lo cuentas con tanto dolor que me lo haces sentir a mí, escribes con tanto cariño.

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  2. Nena, he sentido el peso de la carga sobre mi espalda, el dolor del padre en mi corazón y la angustia de Noor en mis entrañas. Me quito el sombrero ante ti, escritora.

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  3. Inma Fusteroctubre 05, 2014

    Mayte, lo acabo de leer.
    Me ha dejado terriblemente triste e impresionada de la profundidad que tiene el relato. Golpea en medio del estómago y te regira todo el cuerpo...
    Consigues, Mayte que quien lo lea reflexione sobre tantas cosas que no queremos ver ni oir ni siquiera pensar a cerca de nosotros mismos y de quienes nos rodean!!!
    Gracias Mayte por conmoverme de esa forma.

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  4. Narración, muy bien hilvanada, de una tremenda y cruel realidad. Chapeau, Mayte.

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  5. Intenso. directo al estómago. Emociones en zig zag.

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  6. Mayte que bién se te dá meternos en tus historias, Impresionante relato. Besos

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  7. Excelente.
    Haces que el lector se implique en tu relato hasta el punto en que subjetivamente lo vive.
    Un abrazo desde Málaga

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