En la vida hay dos clases de viajeros: los que miran
el mapa para trazar
una ruta y los que sencillamente se miran al espejo.
Los que miran el
mapa son los que se van, los que se miran al espejo
son los que regresan.
Tassos Boulmetis
A la Dra. Marta Fuentes Alonso. Neumóloga.
A
la vuelta del trabajo, antes de llegar a casa, Olivia tenía la costumbre de
hacer un alto en la pastelería del barrio para comprarse un dulce relleno de crema. Pero aquella tarde, susceptible de empeorar las cosas, se lo impidió un
malestar general que le hizo perder el conocimiento en mitad de la calle,
seguido de una avalancha de luces, voces y sombras deformes que se abalanzaron
sobre ella con las mismas apreturas de cualquier hora punta, impidiéndole
pensar con claridad. Cuando recobró el sentido, un médico del Samur y el
técnico que le acompañaba la subieron con sumo
cuidado a la camilla de la ambulancia que la trasladaría hasta el hospital de
zona.
En la sala de observación de
Urgencias, hacen equilibrio a partes iguales el dolor y la esperanza, que
convergen con la vida y la muerte a través de sofisticados aparatos que miden
la saturación de oxígeno en sangre, la frecuencia cardiaca y la tensión
arterial, piezas fundamentales que forman parte de nuestro mapa mundi por
dentro. Olivia fijó la vista en la gota de suero que caía lentamente por el
tubo de plástico transparente hacia la vía que tenía colocada en el antebrazo,
así como otra botella en cuya etiqueta ponía Seguril –diurético que ayuda a eliminar la
orina–. No obstante, los ruidos de allí, poco
frecuentes en la vida real, y el olor tan penetrante a medicamentos eran una sedación de incertidumbre empeñada en
entontecerla. Entraban y salían pacientes continuamente. Los ingresados, aguardando para subir a planta, los desahuciados
camino de hacer el viaje sin retorno que a todos nos aguarda. Pero, tanto para unos como para otros, la espesura de los
minutos parecían largas horas de túneles infinitos. Olivia se forzaba en estar
lúcida para asimilar lo que la estaban diciendo: “Se tiene que quedar ingresada
porque en la placa de tórax se aprecia que tiene neumonía. En cuanto llamen de
arriba que podemos subirla la trasladamos a planta. También se le ha realizado
analítica y electrocardiograma; hay una leve
descompensación que habrá que ir corrigiendo”. Tocaba esperar. Esperar
significa en determinadas ocasiones hacer recuento del material almacenado en
la memoria para sentirse más acompañado. A Olivia le gustaba recordar, y también
viajar hacia el interior de la gente acogedora que tanto se parece a los ríos
en calma donde algunos niños van a tirar piedras –como hacen Nicolás y Javier,
dos piratas de seis y tres años a los que conozco–. Ahora su organismo
dispondría de tiempo para el relajo, para combatir la enfermedad y para hacer
recuento de algunas cosas que le habían pasado en la vida, aunque eso
signifique tener que asomarse al acantilado de la melancolía que a veces
acongoja.
El arranque del cambio de turno abre
una brecha en el silencio de la madrugada. El de noche ha terminado de poner
los aerosoles y antibióticos pautados sin apenas incidencias, salvo la de
aquellos pacientes que por edad o gravedad andan desorientados. El que empieza
inicia su ronda poniendo los termómetros. Las habitaciones se parecen mucho.
Del cabecero cuelga, aparte del timbre para llamar al control de enfermería, una hoja con el número de cama –la suya era la 3308–, el
nombre, los apellidos y la clase de alergias en el caso de que las hubiera.
En el Área 300 –camas 3301 a 3345– de la Unidad de Hospitalización en Neumología
del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid trabaja la
doctora Fuentes, excelente neumóloga y extraordinaria persona cuyo vademécum
personal se basa en tener buena mano izquierda a la hora de manejar las
sensibilidades del ser humano. Para Olivia, que era su primera hospitalización,
la suerte de haber caído en manos de una cara agradable y simpática influyó positivamente para bajar la guardia y la
cautela que produce el fonendoscopio sobre bata blanca.
A las diez treinta y cinco de un
diecisiete de octubre, la doctora Fuentes pidió a los familiares de las otras
dos pacientes que salieran fuera. Cerró la puerta, sacó del bolsillo el pulsi –Oxímetro– y se lo colocó a Olivia
en el dedo corazón para comprobar la saturación de oxígeno de la sangre. La
auscultó y se detuvo en uno de los costados donde percibió sibilancias. La
acompañaban dos estudiantes que estaban realizando las prácticas y no dejaban
de tomar notas. Antes de marcharse le informó
que pediría algunas pruebas más para ir ajustando el tratamiento según cómo
respondiera. Y todo esto lo decía con amabilidad y con palabras sencillas,
entendibles, algo tan de agradecer en esas circunstancias, y no la falta de
sensibilidad, desagradable y seca que algunos profesionales demuestran con su carencia
de empatía.
Olivia aguardaba cada mañana la
llegada de la doctora. No acababa de encontrarse bien del todo, no mejoraba, o
al menos ella no lo apreciaba. Era fuerte y luchadora, aventurera e intrépida,
y le gustaba ser viajera de las que trazan rutas. Estaba
segura que ese espíritu madrugador en lo positivo la ayudaría a ganarle la
partida a la enfermedad. Marta Fuentes Alonso entró en la habitación algo más
seria que de costumbre, aunque, eso sí, sin perder la sonrisa que precede al saludo.
El procedimiento diario era muy similar: pulsi,
fonendoscopio, examinar los tobillos… Sin embargo, esa vez la doctora se sentó
en el borde de la cama. “Olivia, a pesar de haber cambiado a otro antibiótico
que cubre más espectros –dijo–, es verdad que la última placa sigue siendo fea,
y, dada su edad, lo que apetecería hacer es una
broncoscopia. Es una prueba sencilla, aunque precisa de anestesia general. Entrar a un
quirófano tiene sus riesgos, y que la duerman a
una también, pero yo sugeriría hacerlo. Consiste en meter un tubo por la
garganta y coger tejido de los bronquios para analizarlo y determinar cual es
el bicho causante de la infección; esto nos daría muchas pistas para poder combatirlo.
Esperaremos dos días más y si vemos que no mejoras hablamos con el equipo
encargado en hacerlo. ¿Te parece?”.
Lo primero que vio según despertaba
fueron unos tenues rayos de sol que se colaban entre las láminas de la
persiana. En las otras camas ya no había nadie, aunque
estaban vestidas para ser ocupadas de nuevo. Desde que le hicieron la broncoscopia
tenía molestias en la garganta,
aunque lentamente iban desapareciendo. La doctora Fuentes llegó con los
resultados. Afortunadamente no había nada malo, y ya sabía el tratamiento
exacto a seguir: Algo así como trazar una ruta por el mapa mundi del organismo
y dejar que la medicina actúe con precisión.
La mejoría despuntó saludablemente
cuarenta y ocho horas después, aunque levemente quedaba aún algún crepitante. Olivia tenía la certeza de que saldría de allí
completamente curada o al menos en condiciones óptimas de hacerlo. Y, desde
luego, agradecida. Agradecida de haberse encontrado con alguien como la doctora
Fuentes, con una calidad humana impresionante, delicada, acogedora… Y un
sentido de la profesión de medicina que
deja muy alto el listón. Al menos por gente así, por cosas así, por
experiencias así, a Olivia le merecía la pena seguir adelante, y hacerlo
mirando el mapa para trazar su propia ruta, y no el espejo donde se mira
exclusivamente el ombligo de uno.
Llevas la profesión en la escritura y la sensibilidad en las palabras. Pero también la admiración hacia otros la llevas en el corazón. No cambies, Mayte.
ResponderEliminarGenial Mayte. Trabajo en ese mundo y tu relato de hoy es exquisitamente fiel a este mundo sanitario. Gracias de nuevo. Te sigo..
ResponderEliminarSiempre merece la pena seguir adelante cuando encuentras el modelo a seguir, y si no es así también, porque ello significa que debemos seguir buscando, lo cual siempre es avanzar. No queda otra, en eso consiste vivir. Echar la mirada atrás para buscar lo ya vivido, o apreciar únicamente nuestra propia imagen solo suponen altos en el camino. :) Así que a por ello!
ResponderEliminarVale la pena tropezar en la vida con personas que funcionan así, mirando el mapa y trazando una ruta...son las personas que dejan huella.
ResponderEliminarGran homenaje. Magnífico texto.
ResponderEliminarRebosante de humanidad y esperanza.
ResponderEliminarBueno Mayte. Sensible y muy humano
ResponderEliminarLa verdad es que cuanto se agradece en momentos de enfermedad encontrar personas humanas y profesionales! Aquí lo reflejas estupendamente!
ResponderEliminarBonito homenaje a esas personas (que afortunadamente son muchas), que tratan a los enfermos con cariño y delicadeza.
ResponderEliminarMe ha gustado este homenaje a la Sanidad Pública en tiempos en que tan denostada está por los actuales gobernantes del país.También te felicito por tus conocimientos de la anatomia humana y de sus remedios,Felicidades a tod@s l@s doctores Fuentes y a los enfermos,que ´como Olivia,tienen el valor y la certeza de que al final ganarán la batalla.
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