Se
citó conmigo en Malasaña, en uno de los bares de moda más animados. Había
escuchado contar su historia en uno de esos programas
nocturnos de radio donde la gente habla de las cosas que le preocupan, propias
o ajenas, desinhibidamente. Fluía la vida por las tiendas de diseño que allí se
ubican, en un ir y venir de personas que salían y entraban. Rozábamos la media
tarde. Elegimos precisamente esa hora porque su turno empezaba de noche.
Trabajaba de crupier en el Casino de Madrid. Era joven –o así me lo parecía– y
especialmente guapa, diría yo. Me puse en contacto con ella gracias a que un
buen amigo, periodista, intercedió por mí en la redacción de la emisora. La
historia me interesó desde el principio, y la manera de narrarla, con total naturalidad, también. Aunque entendí
rápidamente, quizá a causa de su juventud, que llevaba una buena carga de
ficción: datos o detalles añadidos de cosecha propia, y que, como puede suponerse, yo obviaría a la hora de
reescribirla, para reforzar la credibilidad. Acercándome a la barra, pedí dos gin-tonic, más un pincho de tortilla
para ella, ya que, según dijo, no había comido por falta de tiempo. Saqué la
grabadora –con su consentimiento, claro–, cuaderno y bolígrafo, y rompí el
hielo realizándole un puñado de preguntas que centraran nuestra conversación,
derivándola hacia donde yo quería: la figura de su tito Tomás, de quien, tal y como afirmara por radio,
me dijo: si levantara la cabeza y viera
lo que están haciendo estos…
El tito Tomás nació para entender el campo y el corazón de los mineros
heridos de silicosis. Fue un hombre querido, cuyo
único defecto visible, que empañaba de algún modo su buena reputación, era el
excesivo consumo de vino, hasta el punto de hacerle fallecer a la temprana edad
de setenta años, bajo un olivo, absolutamente borracho y al amparo del eco, del
quejío, de
su propia voz, cuando se arrancaba por Pepe Pinto, la Niña de los Peines o Pepe Marchena. Se fue, solo y en
silencio, víctima de una cirrosis que nunca diagnosticaron. Mucho antes de esto
y cinco años después de haber muerto Franco, organizó un poco a los dos
sectores punteros de la zona: la agricultura y
la minería, federados en la Agrupación de
vareadores y mineros por la izquierda,
nacida en Linares. Hombres y mujeres que buscaban la salida hacia un mundo
mejor, donde la explotación de la mano de obra no fuera moneda de cambio, y la
salida hacia la libertad, maltrecha por culpa del franquismo, dejara de ser un
campo minado de inocencia…
Embarazada de siete meses y
algunos días, al iniciarse el invierno, sobre las doce del mediodía y por
aquello de que había que andar para contrarrestar la pesadez de piernas, la
mujer del tito Tomás caminaba en
sentido contrario al recomendado en carretera, con tan mala suerte que, a la
vuelta de una curva, la brutal aparición de un coche que no pudo frenar, segó su vida, al
desplazarla por el aire varios metros hasta
golpearse contra un árbol. Cuentan que la reacción del marido, lejos de ser
histérica, resultó inexplicable, porque ni siquiera asistió al sepelio, sino
que cogió su vara y bajó a derribar olivas. A partir de ese momento,
normalmente se le encontraba cantando flamenco, tumbado a la sombra de los
olivos, con una botella de tinto vacía a su lado, y otra a medio llenar.
Abandonado así a su suerte, y con la pena agarrada a la garganta, transcurrían
sus días, hasta que un accidente en las minas le hiciera reaccionar.
En el Linares de aquella época todos se conocían. Un jueves, de frío cortante, casi
concluyendo enero, varios vecinos perdieron la vida en una de las galerías que
se derrumbaron. El tito Tomás subía
por el camino canturreando mi niña Lola,
mi niña Lola/ya no tiene la carita del color de la amapola, cuando un grupo
de cuatro o cinco chavales que corrían hacia él le contaron lo ocurrido. En el
lugar del accidente tomó conciencia de la situación en la que se encontraban
los picadores, y las miserias a las que tendrían que enfrentarse sus familias.
Así que, debido a la impotencia y a la mala
leche que se le puso, buscó entre los presentes al maestro de escuela, porque
siempre andaba dando vueltas que si a los derechos de los
trabajadores, que si al Partido Comunista de España, que si había que
organizarse, que tanta explotación no podía arribar en buen puerto, que si
había que templar los humos a los socialistas por su apabullante victoria con
mayoría absoluta…, etcétera. Dio con el maestro, que abrazaba a la madre de uno
de los fallecidos, hicieron un aparte, y el político que el tito Tomás llevaba dentro salió a flote.
Convocar a los vecinos resultó
más fácil de lo que suponía. Gente del campo y sin estudios, pero con verdaderas ansias de escucha, tanto como de
expresarse. Las propuestas del tito
Tomás y del maestro de escuela eran claras: Sí
a los derechos de los trabajadores; sí a las mejoras de las condiciones
económicas; sí a la denuncia de los accidentes laborales; sí a la igualdad de
hombres y mujeres: mismo trabajo igual sueldo. No al abuso de poder; no a la
coacción que priva de libertad; no a la explotación de los más débiles…
Cuestiones que todos entendían perfectamente, porque lo sufrían en propia piel.
La Agrupación de
vareadores y mineros por la izquierda,
con el paso de los años y la fama adquirida, comenzó a tomar cuerpo en toda la
región. La magnífica gestión de quienes estaban al frente hizo de aquella punto de referencia a tantas otras
que vinieron a posteriori. El tito
Tomás vio pasar delante de él a numerosos trabajadores que, por miedo a las represalias que pudieran tomar
contra ellos, callaban y guardaban la denuncia. Pero también vio cómo la clase
política inauguraba su personal debacle de credibilidad, postulándose algunos
de ellos en la diana de la corrupción. Con Santiago Carrillo fuera de la
primera línea de fuego, la izquierda se desinflaba, mientras que el Partido
Socialista Obrero Español, posicionado ya en el centro
con bandera socialdemócrata, bailaba las aguas a banqueros, empresarios y
neoliberales, ahorcando de esa forma el sueño de muchos por cambiar realmente
las cosas. El tito Tomás peleó con
todas sus fuerzas, hasta el final de sus días, por el bienestar de sus
paisanos, con el firme propósito de ayudar a
cuantas vidas pudiera. Todas menos la suya, esa que perdiera
aquel invierno, junto a su mujer.
Llegaba la hora de marcharse al
casino. No quedaba nada del pincho de tortilla ni de los varios gin-tonic que tomamos. La hija de la
sobrina del tito Tomás se lamentaba
de la actual situación mundial que soportábamos, de esta crisis que barría la
esperanza de muchos de nosotros. Estaban a punto de despedirla: bueno, a ella y a la mitad de
la plantilla, porque, si no hay pasta, la gente
no juega, o lo hace menos. Por eso se acordaba
ahora de aquel buen hombre, al que nunca conoció, y del que tanto ha oído hablar en su familia. Son otros tiempos, hay otras necesidades y nuevas
formas de lucha, pero pienso que, si el tito
Tomás estuviera hoy entre nosotros, andaría de manifestación en manifestación
vareando olivos, por las calles de alguna capital de provincia, entonando, por
ejemplo, algún fandango de Huelva.
Todos podemos llevar a un sindicalista dentro. Tú además de eso, llevas la sensibilidad y el sentido común. Qué puedo decir que no te haya dicho ya...
ResponderEliminarHola mayte! Hoy he madrugado y creo ser uno de los primeros en leer tus esperados relatos! Malos tiempos para la lírica como quien dirian una vez! Vivimos en un pais donde hay poco de mucho y demasiado de nada,donde el aparentar en muchos casos nos lleva a vivir por encima d nuestras posibilidades y donde el respeto termina cuando descubres las ideas políticas del vecino y donde por supuesto mirar por encima del hombro está a la orden del dia! La verdad yo no puedo hablar de manifestaciones y huelgas vividas en épocas revueltas como los setenta u ochenta, pero si decirte q todo esto espero q sirva para ver como unos pocos un dia dieron la batalla por perdida haciendo conseguir q otros se estuvieran saliendo con la suya y echando tierra a todos los triunfos y hechos logrados hasta ahora! Dicen en la universidad que la economía son ciclos...yo pienso que ello está en saber gastar y en el saber guardar! Un beso muy fuerte y hasta pronto!
ResponderEliminarMe viene a la mente el personaje televisivo de "el tío de la vara", y pienso que, en vez de olivas, habría que "varear" a unos cuantos. También siento, con cierta nostalgia, cómo el esfuerzo de tantos de hace ya algunas décadas va quedando en el olvido, resultando algo desconocido para muchos componentes de las generaciones más recientes. El paso del tiempo... El barrido que hace la historia... Aunque también veo la entrega de mucha gente en la lucha contra tanto abuso. Un abrazo, Mayte.
ResponderEliminarAquellas luchas como las del tito Tomás y los obreros,conquistaron muchos derechos esnciales para la Democracia, que ahora los corruptos en un plis plas nos los han robado.
ResponderEliminarDesde Andalucia, tierra de olivares, te mando un fuerte abrazo.
Qué impresionante historia. Y qué triste, y qué bien contada. Has hecho bien en publicarla. Enhorabuena, Mayte, amiga...
ResponderEliminarGracias por obsequiarnos con un nuevo relato. Aunque la historia no dé motivos para la alegría, una buena lectura siempre es bien recibida.
ResponderEliminarQué bien escrito Mayte! Y qué impresionante relato! Felicidades!! Zorionak!!
ResponderEliminarComo es ya una costumbre en mi, dejo tus relatos para un momento tranquilo en el que poder saborearlo en toda su profundidad.
ResponderEliminarTe reconozco en este relato Mayte, esa lucha es tambien la tuya, la lucha por la justicia.
Un beso amiga.