domingo, 28 de enero de 2024

Cerca de las Smoky Mountains

9.

En casa de Donna Hanks, Santa Claus tuvo una noche ajetreada colocando los paquetes bajo el árbol, además de dulces y monedas para toda la familia, en las botas-calcetín colgadas en la chimenea. Contenta de que hubiera tantas mujeres en la cocina y feliz de estar juntos, las dejó preparar el desayuno según la costumbre de cada una. La esposa del segundo hijo, enfermera como él, tenía intolerancia a muchos alimentos, con lo cual, los seleccionaba exhaustivamente, incluso alguno, como la leche y el pan, los traía ella. Las nietas y nietos pequeños, impacientes y nerviosos por abrir los regalos, despertaron a los mayores saltando en sus camas. En pijama y sentados en la alfombra frente al ventanal, una orquesta de onomatopeyas, desde el asombro a la exclamación, pintaron los tabiques del hogar con la inocencia y la ilusión de la infancia. Rápidamente montaron los juguetes que eran de construcción: el tren eléctrico arrastraba los vagones con ganado y carbón de plástico hacía tierras desconocidas, las bicicletas de 20 pulgadas comenzaron el rodaje por el jardín, la melodía saliente de la armónica recordaba otros tiempos quizá más saludables y, a lomos de los caballos del Ejército, con toda la artillería, aguardaban a los Apaches para vencerlos. Ms Hanks, pletórica, les contempló con la mesura de quien sabe que la felicidad son gotas diminutas absorbidas con inmediatez por el suelo de la realidad. En el saloncito de abajo los cuatro hermanos escuchaban a Ricky Van Shelton, uno de los cantantes de gospel y country preferidos de toda la familia que, junto a Dolly Parton, deleitó sus días de adolescencia. Conversaban de la vida y la muerte, de la paz y la guerra, del ayer y del presente, de lo bueno y de lo malo, lo que les separa y les une. En definitiva, un ejercicio de buenas intenciones para ponerse al día tras varios años sin verse. Sin embargo, por encima del cariño primaba la forma de ser de cada uno de ellos, fundamentada, tal vez, en la frialdad de la carga genética que transportaban. Sin pretenderlo cayeron en la discusión recordando el accidente ocurrido hacía 15 años, cuando cedió un dique en la planta de Kingston de la Autoridad del Valle de Tennessee, derramando cenizas de carbón.
          –Los ecologistas sois unos exagerados, alarmáis al mundo con vuestro discurso de cambio climático y no os dais cuenta de que el clima siempre está cambiando –dijo el mayor de los Hanks.
          –Entonces, tú que estás tan cerca de Dios, ¿te parece aceptable que murieran alrededor de 36 trabajadores que prestaron servicio en tareas de limpieza a consecuencia de tumores cerebrales, cáncer de pulmón, leucemia…, y que la mayoría de los supervivientes tengan ampollas en la piel por arsénico y no puedan despegarse de los inhaladores de bolsillo? ¿Lo apruebas? –argumentó el tercero de los hijos, monitor de esquí, en Wisconsin.
          –No, por supuesto que no, pero la Central Eléctrica de la Autoría del Valle de Tennessee es un motor muy importante para nuestro Estado –siguió el pastor.
          –Aquello fue una desgracia que puede pasar en cualquier otro lugar –intervino el segundo, médico en una prestigiosa clínica de Billings.
          –¿Por qué habéis cambiado tanto? –preguntó el tercero de los hermanos–, antes los votantes republicanos teníamos otra perspectiva de las cosas, recordad que en la campaña presidencial de 2008, John McCain dijo: “la misma actividad económica que ha traído libertad y oportunidades a miles de millones de personas, también ha incrementado el volumen de dióxido de carbono en la atmósfera”. Tipos así hacen mucha falta.
          –¡Y qué! –exclamó el segundo– ¿Vas a darnos ahora lecciones de comportamiento cívico?
          –No soy quién para hacerlo, pero estoy viendo cambios tan alarmantes, y no sólo en la estación de esquí donde trabajo, sino en el conjunto de Wisconsin, que me parece importante insistir en esta realidad presente, ya no se puede entender a futuro.
          –Pues yo estoy muy de acuerdo con Jeb Bush cuando dijo que no hay suficientes evidencias de que eso sea natural o provocado por el hombre –concluyó el enfermero.
          –Chicos, no os calentéis más la cabeza, yo me guío del ganado –metió baza el pequeño de todos, capataz de cuadrilla, en Texas–, si está alterado, anuncia tornados y tormentas, si pasta tranquilo y se aparea, señal de que el cielo está en calma.
          –Eso esa es una buena e indiscutible filosofía, querido hermano pequeño –entre guiños opinó el pastor de la Iglesia Evangélica Luterana.
          –Considero muy preocupante que se rompiera el dique cerca de Kingston, en el condado de Roane, que el lodo de ceniza de carbón cubriera 300 acres de tierra llevándose por delante casas y que este país sea tan poco dado a reconocer que hay deudas con la humanidad pendientes de saldar –sentenció el monitor de esquí. Donna Hanks, a pie de escalera, escuchaba los distintos puntos de vista de los hijos y, en parte, estaba de acuerdo con todos y cada uno de ellos.
          A las afueras de Lenoir City, en un área poco transitada, entre caminos que llevan directos al bosque, estacionó la autocaravana durante varios días seguidos, tiempo suficiente para organizarse y planificar la ruta con detalle. Faltaba poco para amanecer y sintió dolor en los huesos, el frío se clavaba en los tendones como puntas de alfileres, así que, se abrigó, bebió café instantáneo y masticó galletas de mantequilla mientras digería la cantidad de pensamientos que la embargaban. Antes de emprender viaje de 160 millas, aproximadamente, a la ciudad de Stevenson, en el estado de Alabama, trató de contactar con la oficina de Kimberly Teehee, delegada de la Nación Cherokee en la Cámara de Representantes, pero debía seguir un protocolo larguísimo que tampoco garantizaba poderla ver. De modo que, con toda la cautela se puso en marcha. Lo primero sería buscar la dirección escrita en el reverso de la partida de nacimiento de la abuela Tillie e investigar si el apellido Gunter, el suyo de soltera, era de los más comunes por aquella zona. La Interestatal 75 estaba despejada, condado a condado, pueblo a pueblo, disfrutó del paisaje que, para todo tenesiano y tenesiana, es único en el universo. Por la radio, varios comentaristas, hablaban de la soledad que sufren los estadounidenses. Por lo visto, en 2023, un especialista lo identificó como “crisis de salud”, como consecuencia de sustituir las relaciones presenciales por las virtuales y culpando concretamente del aislamiento a las redes sociales que han hecho de nosotros personas más introvertidas. Con los cinco sentidos puestos en la carretera y sin la zozobra de la prisa metida en el cuerpo, se desvió a comer algo en Charleston, ciudad de gran belleza y cuya alcaldesa es una mujer afroamericana. En el restaurante apenas había gente, excepto algunos hombres con ropa de obrero. Pidió alitas de pollo con salsa búfalo, tiras de apio, zanahoria y cerveza para acompañar. Una televisión de grandes pulgadas presidía el salón, en la pantalla negra se reflejaban los rayos del sol hasta que el camarero de detrás de la barra la encendió y aparecieron unas imágenes de cowboy a caballo y dirigiendo las reses por los estrechos desfiladeros. Opal Nelson consultó el mapa y las notas que añadía en su cuaderno cuando recordó la última conversación que mantuvo con Tayen McDaniel.
          –Vente conmigo –le propuso.
          –Este viaje debes hacerlo sola.
          –Me gustaría hacerlo juntos.
          –Vas a profundizar en tus raíces y será una experiencia inolvidable, además no me siento cómodo fuera de aquí –miró a su alrededor– y así cuando regreses tienes la excusa de venir a verme.
          –Entonces, dices que, cuando haya un gajo de luna a mi izquierda, tú estarás en las montañas y el gran espíritu frente a ti, entonces será señal de que todo me ha ido bien.
          –Exacto. –Trueno veloz no estaba acostumbrado a socializar con nadie tan directamente, sin embargo, tuvo un gesto que ella recordará hasta el final de sus días. Sacó del bolsillo un colgante–. Toma, lo he hecho para ti, llévalo puesto.
          –Es precioso, muchísimas gracias.
          –El cordón es de piel de oso y la bolsita también, dentro hay una pluma de águila y una combinación secreta de semillas que te darán suerte, no la pierdas, y después, una vez conseguido tu objetivo, lo abriremos y verás cómo ha quedado –ella asintió con la cabeza y el indio Cherokee se fue a pescar al río Oconaluftee. Le vio alejarse y, para sus adentros, le prometió volver.
          Con el último bocado de las alitas de pollo en la boca y algunos enseres adquiridos en la gasolinera, reanudó el viaje. La ciudad de Stevenson y Alabama en sí estaba llena del apellido Gunter, tras mucho preguntar y dar más vueltas que una peonza, detuvo la camioneta en el cruce de la 3rd St con Kansas Ave, donde le dijeron que vivía el hombre más longevo de toda la comarca, pero entre unas cosas y otras se le echó la noche encima. Aparcó en un descampado y, a la luz de la linterna de camping, abrió una lata de conservas, saboreó un brik de leche y convocó al sueño mirando fotografías...
          Dos días antes de la vuelta al colegio, en la recta final de las vacaciones de invierno, un descuido en casa de Aretha O’Neal, facilitó que la desgracia entrase por la puerta trasera. Acababan de dar las 12:00 p.m. cuando uno de los gemelos, probablemente el más travieso, aprovechó para salir a jugar al aire libre. Primero lo haría en el jardín llenándose los bolsillos del pantalón con puñaditos de arena, puntas de hojas partidas y un pedazo del papel con la lista de la compra; después, en mitad del camino, se entretuvo mirando unas ardillas que trepaban veloces hasta visualizar el horizonte; y por último, le tentó la infinita línea recta de la carretera en la que, como si fuese un amplio campo de fútbol le dio patadas al balón, cuya esfera, redonda, se alejaba más y más. Al principio nadie se percató de su ausencia, atareados en sus cosas, ignoraba que cada minuto que pasaba era crucial. Cuando la madre empezó a llamarlo para sentarse a la mesa, y la criatura ni aparecía ni contestó, se dispararon todas las alarmas y el hogar quedó a oscuras… Desde la noche anterior, hasta bien entrada la mañana, en la granja de Alvin Evans se corrió una juerga de esas que hacen historia, a base del Moonshine elaborado por él mismo, también hicieron prácticas de tiro, pidieron oraciones para uno de los miembros del klan, aquejado de cáncer terminal y acordaron recaudar dinero para su entierro. Poco a poco se fueron yendo menos una pareja de granjeros recién llegados de Mississippi y devotos de la bandera confederada.
          –¿Os llevo? –se ofreció Alvin. 12:34 p.m.
          –Muchísimas gracias –dijeron agradecidos mientras nadaban en solitario por una espesa marea con resaca. 12:35 p.m.
          –Aunque si queréis quedaros, no tengo inconveniente –trató de ser hospitalario, sin embargo, rezaba para que no aceptasen. 12:38 p.m.
          –No entiendo cómo el primo Jordan Brady –histórico de la organización supremacista– se ha podido ir sin nosotros –12:40 p.m.
          –Pues no se hable más, vámonos –12:41 p.m.
          –No hay problema, suban a la camioneta, enseguida llegamos. –12:40 p.m.
          Apenas encontraron tráfico y todo parecía estar tranquilo. De la guantera sobresalían todo tipo de objetos y aquellas viejas cajitas de plástico llamadas cassette. 12:45 p.m. Los pasajeros del asiento trasero se habían quedado dormidos, así que, Alvin pisó a fondo el acelerador para deshacerse de ellos lo antes posible. Repasó mentalmente lo que compraría en la tienda: un poco de azúcar, algo de café y cigarrillos. 12:52 p.m. El sol pegaba de frente y les deslumbró, entonces los viajeros se espabilaron. En el cruce de Manhattan Ave, con Northwestern Ave, hay un STOP, pero no lo vio porque en ese momento se despistó buscando una cinta de Randy Owen, su cantante preferido. 12:55 p.m. De repente, algo pisó la rueda trasera derecha que le obligó a hacerse con el volante. 12:56 p.m.
          –¿Qué ha sido eso? –preguntó uno de los jóvenes granjeros mientras miraba por la ventanilla.
          –¡A saber! Cualquier cosa, algún animal muerto, hay gente muy desaprensiva que los abandona –suelta restando importancia al suceso.
          –No sé, me ha parecido oír un grito –manifiestan ambos.
          –Estamos llegando, es al final de esta calle –informa Alvin aliviado. 1:10 p.m.
          Aretha O’Neal, y la familia en pleno, salieron en busca del miembro que faltaba. Nadie del vecindario fue a ayudarles. Cada vez más alejados, el padre sugirió dividirse, unos continuar y otros regresar a la casa por si aparecía por allí. De repente, uno de los muchachos encontró el peluche y la zapatilla del pequeño, y más allá, tendido en el suelo, su cuerpo diminuto manchado de sangre. 1:23 p.m. El 911 atendió rápido el teléfono y enseguida llegó el equipo médico que, tras la primera valoración evaluando el estado del herido, se lo llevaron bastante grave al Methodist Medical Center. La ambulancia pasó por delante de la casa de Donna Hanks y detrás un automóvil que le resultó conocido. Entonces, se le cayó un plato de ensalada de las manos. 2:18 p.m.

 

6 comentarios:

  1. Abrir el correo cada dos domingos es un complemento más al desayuno relajado porque te voy a encontrar. Felicidades, un texto magnífico

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  2. María Doloresenero 28, 2024

    ¡Qué buena narración del atropello! Enhorabuena, querida

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  3. Una lectura relajada de domingo por la mañana, acompañada de un café solo.
    Gracias por la nueva historia, aunque con la tristeza que queda en el cuerpo. tras su lectura.
    Hasta la siguiente

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  4. Para alguien que como yo no hemos viajado a los Estados Unidos de América, recorrer contigo la explosión de paisajes que nos regalas, es un lujo y una gozada. Gracias por el pasaje en zona VIP.

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  5. Me quedo con la miel en los labios como siempre y expectante por las historias que nos traerán tus personajes que, seguro, engarzarán.
    Gracias.

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  6. Me quedo con el alma encogida con este final de capítulo y como siempre, esperancon ganas el siguiente. G

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