domingo, 11 de junio de 2023

Detroit, una historia cualquiera

19.

Cuando los servicios de emergencias acuden a la llamada desesperada de Christopher, quien me ha encontrado por casualidad, y acceden hasta el puente de Chestnut Street, con las dificultades que conlleva ese punto concreto, apesto a vómito y orín, he perdido dos incisivos inferiores y tengo los pulmones como una olla exprés preparada para estallar impregnándolo todo de mucosidad amarillenta y pegajosa. Estoy algo desorientado y apenas camino por la hinchazón de tobillos. Además, a consecuencia de la fiebre, digo auténticas barbaridades y amenazo a todo bicho viviente con un rifle invisible haciéndoles culpables de mis desgracias. Entre dos personas y un tercero sosteniendo en alto la botella de suero, me sacan de ahí en  camilla mientras blasfemo y predico la llegada del fin del mundo. Tengo el cuerpo molido y tirito de frío debajo de la manta térmica. Los homeless que en ese momento se encuentran ahí, para no comprometerse mantienen vivas las hogueras donde se calientan y agachan la cara, enrojecida por el alcohol, como si alrededor suyo no pasase nada.
          –Póngase la mascarilla, por favor –le dan una.
          –Quitadme las manos de encima, coño –grito muy enfadado.
          –Por el bien de todos es mejor que colabore –dice la doctora recién salida de la facultad.
          –¿O si no, qué? ¿Me van a esposar? –la joven desprecinta la jeringuilla y coge una pequeña botella con líquido transparente.
          –Nosotros no obligamos a nadie, pero si nos llaman activamos el protocolo y atendemos correctamente. Usted decide.
          –Déjate hacer, Ayden –sugiere Christopher junto a la ambulancia–, han de inyectarte un antiinflamatorio.
          –Díganos dónde le duele.
          –En el alma por las putadas de la vida, los desprecios públicos de mi madre, la mala suerte cebándose conmigo y el fracaso con las mujeres –muestro agresividad.
          –¿Antes de encontrarle su amigo se ha desvanecido?
          –No.
          –¿Con qué se ha hecho esa herida? –se refieren a una boca abierta muy fea en la pierna.
          –¡Eh!, un momento. Vaya pregunta tonta que le hacen al muchacho, ¿no? –dice alguien que lleva pasamontañas–. ¿Creen que dormir a la intemperie es como hacerlo en un colchón mullido después de una ducha caliente y beberse un vaso de leche con galletas?
          –Tenemos insectos y roedores deseosos de sangre –contesta otro de los mendigos separado del grupo, pero el equipo médico le ningunea.
          –¿Cuánto hace que lo ha notado? –la doctora insiste mientras aprieta distintas zonas alrededor de la herida.
          –Es la primera vez –mentira, tengo pinchazos desde varios días atrás.
          –Debería de haber ido al médico.
          –Mírame encanto, ¿acaso habrían atendido a un tipo como yo llevando estas pintas? –río a carcajadas, también el resto de los vagabundos.
          –Bueno, hay instituciones que lo proporcionan, por ejemplo Pope Francis Center.
          –Claro, y el sol sale siempre cada mañana por el este, no te jode.
          Hora y media después, sin aparente gravedad, con el ritmo cardiaco estabilizado, el edema de los tobillos desaparecido y la respiración normalizada determinan que el cuadro clínico que presento no es para llevarme al hospital. Christopher, preocupadísimo y contrario a tal decisión, insiste en que me vaya con él a su casa hasta recuperar del todo la salud. Medito la propuesta y barajo la posibilidad de aceptarla, pero rechazo la invitación al no seducirme la idea de convivir con dos homosexuales –obviamente no lo digo–, soportar las mariconadas con pluma exagerada, aguantar las risitas nerviosas mientras mueven el culo pelando zanahorias para el pastel, mezclar mis calzoncillos de macho con los suyos diminutos y provocadores, arriesgarme a un presunto contagio de SIDA o tirar mi reputación abajo, si es que aún alguien me reconoce, siendo señalado como un miembro más del gremio. En definitiva, toda una artillería pesada y cargada de prejuicios, absurdas vanidades e intransigencias de esta sociedad nuestra compartimentada en guetos.
          –¿Estás seguro? Piénsalo bien, puedes quedarte el tiempo que quieras –dice apenado.
          –Sí, absolutamente –respondo sin dar los verdaderos motivos homófobos para no herirle–. A estas alturas de la vida no consiento ser una carga para nadie.
          –Y no lo eres ni lo serás al menos para mí –se le humedecen los ojos.
          –¿Has pensado en tu pareja?
          –No le importara, estoy convencido.
          –Quizá no esté de acuerdo ni le apetezca tener a un intruso sentado en vuestro sofá.
          –¡Qué va! Es una excelente persona, sabe cómo nos conocimos aquella noche donde estuvieron a punto de rajarte y cuánto valoré tu paciencia escuchando mis problemas.
          –Hombre, me salvaste de una buena paliza, de no ser por ti tal vez no lo cuento.
          –Ayden, acaban de atenderte por sufrir una crisis de hipotermia y deberías estar en un sitio seco, bajo techo, con ropa limpia y algo caliente en el estómago, esto es insalubre, si continúas aquí no durarás mucho. De verdad, ven conmigo.
          –Aborrezco el matiz caritativo de las personas –soy borde para que me deje en paz, por su propio bien.
          –¿Crees que lo hago por compasión? –quedo en silencio–. Bueno, si cambias de opinión la oferta sigue en pie. Imagino que esto –saca unos dólares de la cartera– te ayudará para ir tirando. Estoy de tarde en el restaurante, pero después vuelvo y traigo unas alitas de pollo, ¿quieres? –niego con la cabeza, aprieto su hombro en señal de agradecimiento y comienzo a caminar iniciando así la cuenta atrás de lo que está por venir…
          Nathan Trembley, a punto de dejar el cargo de jefe de Medicina Interna, ha recogido el guante para dirigir el Detroit Medical Center y afrontar el reto de mejorar las condiciones laborales de todos los trabajadores del hospital así como también la estancia de los pacientes y sus acompañantes. A lo largo de estas últimas semanas ha comprobado las infraestructuras en las distintas áreas, mantenido conversaciones con los responsables de planta para tener en cuenta sus opiniones, de igual modo con el consejo de administración, patrocinadores, farmacéuticas, técnicos de laboratorio y, por supuesto, ha escuchado aquellas necesidades de los compañeros que, con anterioridad, trasladaron a la junta directiva saliente sin obtener respuesta alguna. Poco a poco, o mejor dicho, noche a noche, ha elaborado el programa de propuestas para la toma de posesión del cargo. A su modo de ver es fundamental poner en práctica los avances de la ciencia, ser los primeros en el ranking de investigación y descubrimiento de enfermedades infecciosas atajándolas con tratamientos experimentales probados y seguros, hacer  una cantera sólida cubriendo todas las especialidades, acudir a simpósium mundiales donde grandes profesionales de la medicina ponen en común sus proyectos, destacar la importancia de invertir en nuevas tecnologías y más aún en capital humano. En definitiva, poner a disposición de todas y de todos, su capacidad de gestión, el respeto al oficio y comunicar un mensaje de unidad emergente, para que aquellos que depositan sus vidas en manos de ellos, gocen de total tranquilidad. La decisión no ha sido fácil, fundamentalmente por lo que conlleva de sacrificio en las relaciones personales y de generosidad respecto de su familia conscientes de que en lo sucesivo apenas le verán. Le asaltan dichos pensamientos mientras repasa el discurso en la sala de médicos, adonde irrumpen dos de sus colegas más cercanos.
          –No sabes cuánto me alegro de que hayas tomado en consideración la idea de ser nuestro capitán –dice Violeta Reyes, directora de la Unidad de Cuidados Intensivos.
          –Joder, cubana, ya me has subido de rango –le sigue el juego Nathan Trembley–, aunque en casa no tengo a mis chicas tan contentas –refiriéndose a la esposa e hijas–, dicen que ahora me perderé la graduación de la pequeña, el Día de Acción de Gracias, los sermones del pesado de mi cuñado, la celebración del 4 de julio y un sinfín de eventos más.
          –No las hagas caso, en el fondo están encantadas con perderte de vista –ríen los tres
          –¿Hay buena respuesta por parte de la gente? –pregunta Darren O’Connor, adjunto de cardiología.
          –Sí, pero ha de dimitir primero el actual director.
          –Pues está tardando en despegar el trasero de la silla –dice ella.
          –Todavía no sé bien en las condiciones que deja el centro, según me han contado la gestión financiera no ha sido su fuerte y corren rumores de que nos encontramos endeudados hasta las orejas.
          –No te agobies, Nathan –dice Darren–, sabrás salir del agujero. –Cada uno de ellos vuelve a sus quehaceres.
          Un grupo de enfermeras y enfermeros irrumpen en la sala, es la hora del lunch y lo hacen por turnos, comentando cómo les ha ido la jornada y algunos también los planes que tienen para el sábado. Sin embargo, el relajo dura poco, el hospital ha recibido aviso de la llegada de varios heridos en estado muy grave, al estrellarse un avión particular a pocos metros del despegue. En el muelle de entrada a urgencias todo está preparado para recibirlos…
          El aumento diario de personas acudiendo a recoger su bolsa de comida está dejando a la iglesia del reverendo Bob W. Perkins apenas sin alimentos, dándose la circunstancia de que las feligresas y feligreses que antes lo donaban ahora son también quienes lo necesitan. Muchos, aun teniendo dos o más trabajos, atraviesan dificultades económicas de gran calibre debido a la subida de impuestos, el precio desorbitado de carburantes, el deterioro de la salud –afectando bastante a la mental–, la elevada inflación, la diferencia de clases y el encarecimiento de las materias primas. Nadie se pone en la cola del hambre por capricho, ni por vivir una aventura irrepetible acampa con la familia en algún parque de la ciudad haga frío o calor, tampoco rebusca entre las basuras de los restaurantes restos comestibles, pero es posible que algunos opinen lo contrario y tachen a los homeless de vagos, borrachos, drogadictos y prostitutas, incapaces de acatar las reglas de conducta impuestas en la sociedad.
          Una comitiva oficial penetra con mucho ruido por las calles de Detroit en busca de apoyos. La maquinaria electoral está en marcha y los simpatizantes del Partido Republicano ensalzan la figura del candidato DeSantis, como el mejor rival frente al demócrata Biden, ninguneado por su edad. Pero los verdaderos problemas de la gente de a pie se circunscriben en cómo llegar a fin de mes, tener una vivienda digna, qué posibilidades de crecimiento personal hay respecto a mejorar la calidad de vida, cuál será el futuro de nuestras hijas e hijos si rozan la pobreza infantil, ayudas complementarias para tantas ancianas y ancianos que no pueden costearse la estancia en residencia. En definitiva, aquellas cosas tan importantes para la gente y que los políticos olvidan con facilidad.
          –¿A dónde irán tan deprisa? –pregunta un mendigo.
          –A jodernos un poco más –suelto con los ojos encendidos.
          –Por lo menos son cinco o seis coches escoltados por agentes de la oficina del sheriff –interviene una chica que se acerca a nosotros empujando un carrito de la compra.
          –¡Qué va!, yo he contado nueve –responde el otro.
          –¡Sí, hombre! ¡Nueve! ¡Y una mierda! –concluye ella.
          –Sólo eran tres, os lo aseguro, y han girado hacia el distrito financiero. –Estoy cansado del paisaje hostil transitado a lo largo de mis días, me duelen los amaneceres que apenas tienen ya sentido, acuesto el cuerpo sobre el colchón de cartones húmedos y en los párpados, al cerrarlos, la oscuridad va tomando forma. Abro los ojos, respiro hondo y un murciélago en lo alto de una rama no deja de observarme…

6 comentarios:

  1. A veces el rechazo a los demás puede tanto que somos incapaces de ver más allá de nuestros propios prejuicios

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  2. Que pena!!
    Si en las circunstancias en las que se encuentra, puede más su homofobia que la necesidad, es señal que estamos ante una sociedad enferma.
    El post describe tal cual la situación actual, cada vez más diferencias entre clases y los políticos luchando por el poder, si bien hay quien lo hace mirando hacia abajo de su posición y los otros buscando beneficiar a los suyos.
    Buen día.

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  3. María Doloresjunio 11, 2023

    Leer y no saber qué decir ocurre cuando se admira a quien lo escribe

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  4. Rechazo al diferente se visibiliza a diario, incluso en quienes defendemos la inclusión de todos los seres humanos y abanderamos discursos de acogida.

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  5. ¡Qué bien describes la hipocresía y la doble moral, Mayte! ¡Ah!, me gusta eso de, ..." comienzo a caminar iniciando así la cuenta atrás de lo que está por venir". Cuídate, escritora. Besos.

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  6. Como siempre, la lectura me sumerge de lleno en las calles y los lugares por donde deambula Ayden así como también el ambiente que se vive en el hospital. Mayte, es sorprendente cómo facilitas con tus palabras y descripciones el poder sentir "lo que sienten" los personajes.
    Quedo esperando ver qué es lo que queda por saber.
    Gracias.

    Elena

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