domingo, 13 de febrero de 2022

Helen Wyner

12.
 
¿Cómo estás?’. ‘Excelente. ¿Acaso no lo notas? –provocó irónico el preso frotándose la barriga–. Aquí te tratan a cuerpo de rey, no me puedo quejar. Este hotel es de los caros, muchacho’. ‘Te has levantado gracioso, ¡eh!’. ‘Oye, di lo que tengas que decir y no me hagas perder el tiempo. Estoy ocupado’. ‘Muy bien –el abogado del excuñado de Helen Wyner tomó asiento y sacó algunos papeles del portafolios–. No traigo buenas noticias, así que, será mejor que te lo tomes con calma y no lo pagues conmigo’. ‘¡Pum! –puso la mano con los dedos en forma de pistola–. Acojona, ¡eh!’. El rostro del letrado reflejaba disgusto y desagrado. ‘Esta es una orden donde se te prohíbe tener cualquier tipo de contacto con la víctima o sus familiares –la giró para que pudiese leerla–. Es decir, olvídate de seguir enviándoles cartas’. ‘Pero si lo único que pido es explicarles mi versión de los hechos y que entiendan que soy una víctima más: de las drogas que actuaron por mí, del sistema que me dejó fuera de órbita y de ese otro yo que, endemoniado, se me cuela por dentro’. ‘Tú verás, pero mi deber es advertirte. Está en juego el recurso de apelación y, un paso en falso y lo desestiman. Además, cruza los dedos para que el nuevo tribunal no refuerce el veredicto del anterior y haya sido en valde la lucha de los últimos meses’. ‘Aquí hay un tipo que consigue a través de un contacto informes psiquiátricos acreditando que, a consecuencia de las sustancias químicas que actúan en nuestro cerebro dominándolo, sufrimos implantación de personalidad y no somos dueños de nuestros actos. Quizá no estaría mal intentarlo por esa vía’. ‘No estás en condiciones de salirte del marco de la ley y como comprenderás tal disparate no pienso apoyarlo. A ver si te queda una cosa clara, se trata de demostrar que con tus facultades mermadas por el consumo de cocaína y, aun siendo autor del parricidio, suplicamos el cambio de pena de muerte por otra condena. Así que, te aconsejo que no lo hagas’. Por primera vez en toda su carrera estaba a punto de vulnerar el código deontológico y desobedecer la obligación de hacer una buena defensa. No creía en su cliente, y sentía verdadera repugnancia al escuchar los motivos que le indujeron a asesinar a su hija, a la que, según él, salvó de las garras de una madre loca e irresponsable. Pero necesitaba dinero y la publicidad que, de ganarlo daría el caso, sería impagable para su carrera. ‘De acuerdo. Pero tú no dejes de intentar que Helen Wyner venga a entrevistarse conmigo. Por cierto, ¿sigue mi exmujer encerrada en el manicomio…?’.
          El secuestro en la escuela de Foley que, había soliviantado a todo el condado de Baldwin, poco a poco fue cayendo en el olvido y sus habitantes volvían la rutina diaria. En el interior de sus muros la vida de los estudiantes retomaba cierta normalidad aunque, inevitablemente, las horas de angustia dentro del gimnasio había dejado rastro y poso en la memoria colectiva y personal de cada alumno y alumna. Las chapas rojas en las mejillas de Betty Scott no eran a consecuencia de algún tipo de acaloramiento circunstancial y sí de la vergüenza que sentía sabiendo que su propio hijo participó en las recientes agresiones racistas, lo que de llegar a descubrirse la dejaría en muy mal lugar ante sus compañeros. Una mañana preparando las mesas para los turnos de comida sintió una punzada en el pecho. ‘Tengo ganas de que cojan a los cabrones que dieron la paliza al marido de Coretta –dijo Zinerva Falzone mientras que, con manos ágiles, espesaba el puré de patata–. ¿Tú no?’. ‘¿Dónde pongo esta fuente? –eludió el comentario y la pregunta–. ¿La vas a utilizar?’. ‘Está sufriendo mucho –insistía la italiana–, además de lo incomprensible de tanta maldad’. ‘Faltan manteles –volvió a cambiar de tema–, enviaron la mitad de los que se llevaron a lavandería. Siempre hacen lo mismo, no se enteran’. ‘Tenías que haber visto su casa –continuó hablando mientras colocaba los brik de zumo individual en un lado del mostrador–, ha quedado como si un convoy de cosechadoras hubiera pasado por encima de los muebles’. ‘¿Enciendo las placas del buffet para que se vaya calentando la carne en salsa?’. ‘Vale’. ‘¿Las bandejas con la guarnición de verdura las tienes listas?’. ‘Oye, ¿te encuentras bien?’. ‘Perfectamente’. ‘Estás pálida’. ‘Pasé mala noche’. ‘¿Padeces insomnio?’. ‘A veces’. ‘¿Has escuchado lo que he dicho?’. ‘Claro’. ‘¿Y qué piensas?’. ‘Pues que la oficina del sheriff Landon se ocupará de ello. Salgo un momento, ahora vuelvo’. Echó a correr por la parte trasera del edificio y, asegurándose de que no la veía nadie, vomitó. ‘¿Qué le pasa a Betty? –dijo un trabajador de la limpieza entrando en la zona reservada para el almuerzo del personal–. Iba desencajada’. ‘Qué le duelen las entrañas –respondió Zinerva Falzone– y ya no puede disimular’. Un presentimiento inquietante la puso en alerta, pero prefirió esperar resultados y no sacar conclusiones. El comedor se llenó de niños y niñas hambrientos, alborotados, y cuando todos estuvieron servidos reservó dos raciones generosas para llevarle a Coretta Sanders que pasaba el día con su esposo en el hospital, recuperado de las lesiones físicas y dañado en las habilidades cognitivas. No obstante, probaban un nuevo fármaco del que esperaban resultados positivos. ‘Hola, querida –saludó cargada de bolsas irrumpiendo en la habitación–. No he podido venir antes. ¿Cómo está?’. ‘Igual, más o menos. Pocos cambios o ninguno’. ‘Te traigo la cena y algo ligero para ahora, yo me quedo un rato’. ‘Luego lo tomo’. ‘No, de eso nada, ni hablar. ¡Cómetelo en seguida!’. La mujer, desganada, abrió una de las tapas tragando saliva. ‘Mañana he de volver a clase y me da miedo dejarle solo’. ‘¿Cuándo viene tu hijo de Mongolia?’. ‘Dentro de una semana’. ‘Pues habrá que organizarse, con Paul y Helen puedes contar, se han ofrecido a ello’. Desbordada de agradecimiento y sensibilidad, a la afroamericana se le estremeció la piel y humedecieron los ojos.
          Lejos de allí, en la central del FBI, en Birmingham, el interrogatorio seguía su curso. ‘Agua, café, bocadillos… ¿Qué te apetece? –dijo Anthony Cohen a un inquieto Daunte Gray removiéndose en la silla–. Habla sin miedo y empieza desde el principio’. ‘¿Un panecillo con crema de cacahuete y Coca-Cola podría ser?’. ‘Claro –descolgó el teléfono interno y lo pidió–. Dime lo que sabes, aquí nadie te escucha excepto yo’. ‘¿Y qué pasará con mi familia?’. ‘Por eso no te preocupes’. ‘Es que si hablo correrán peligro’. Nosotros nos encargamos de que no les pase nada’. ‘Uy, eso todavía me inquieta mucho más. Ustedes no saben lo que es vivir con el miedo crujiendo en las tripas, con la incertidumbre de despertar entre las llamas del granero porque alguien te ha colocado ahí después de drogarte. Tengo unos padres maravillosos que han criado a sus hijos en el respeto a los demás, esforzándose para que lo más básico nunca nos faltara, y, como comprenderá, no pienso dinamitar lo que tanto les costó’. ‘Por qué te detuvieron lo sé, pero uno de mis confidentes te escuchó decir a unos colegas que aquella noche dos hombres blancos alardearon de haber violado a una adolescente mientras ella se orinaba de miedo, y que dichos individuos resultaron ser su propio hermano y el antiguo director de la escuela. ¿Qué tienes que decir al respecto?’. ‘No lo recuerdo’. ‘Hay una grabación que lo corrobora’. ‘Eso es mentira, quiero escucharla’. ‘Imposible, está bajo secreto de sumario’. ‘¿Quién ha dado esa orden?’. ‘Yo’. El joven, con la vista clavada en el techo, masticaba y bebía con absoluto placer. ‘¿Qué me ofrece a cambio?’. ‘Si eres inocente intercederé por ti para tu puesta en libertad’. ‘No es suficiente’. ‘No tientes a la suerte que todavía podemos acusarte de obstrucción a la justicia’. El agente abandonó la habitación y se dirigió al piso superior donde estaba el despacho de su jefe. ‘Oye, ¿no te han enseñado a llamar a la puerta antes de entrar?’. ‘Perdona, pero es importante’. ‘Todo lo es –expresó apesadumbrado su superior–. A ver, ¿qué quieres ahora?’ ‘¿Los detenidos que hemos traído han pasado ya a disposición judicial?’. ‘¿Te refieres al secuestrador y al antiguo director de la escuela?’. ‘No, a Mickey Mouse y al pato Donald, no te jode’. ‘Continúan abajo, en calabozos’. ‘Déjame provocar un careo entre ellos’. ‘Sin la presencia de sus abogados no lo puedo autorizar’. ‘¡Venga ya! No me salgas con esas, ambos sabemos que ese trámite nos lo saltamos siempre’. ‘Esta vez son órdenes de arriba, tráeme algo sólido y lo haremos, de momento sólo prometo ralentizar su marcha’. ‘Entonces necesitaré un permiso especial para investigar al sheriff Landon’. ‘¿Te has vuelto loco o qué? ¿Piensas incriminarlo?’. ‘Es una pieza clave en todo este asunto. No digo que participase personalmente en la agresión a la menor, eso está por ver y demostrar, pero sí le culpo de haber arrestado a un inocente por el simple hecho de ser negro conociendo el nombre y los apellidos de los culpables’. ‘Tienes setenta y dos horas, ni una más y, ándate con pies de plomo porque si te equivocas caigo contigo y eso jamás te lo perdonaría’. ‘Confía en mí’. ‘¡Por cierto! –añadió, ladeando la sonrisa–, tendrás que posponer un poco más tus vacaciones en el Parque Estatal Lake Lurleen para la pesca del pargo rojo, cuando acabes con esto vuelves a Foley a investigar una agresión racista’. ‘Vete a la mierda. Y ocúpate personalmente de que en mi ausencia al chico no le falte de nada, ni le toquen un solo pelo’. ‘¿Adónde vas?’. ‘De caza’. Salió de allí con la seguridad de que si colocaba sobre el escenario las piezas implicadas resolvería el caso…
          La doctora García era puertorriqueña aunque de ascendencia inglesa, de ahí su melena rubia y ojos azules.  De alta estatura, elegante, simpática, extrovertida y dispuesta siempre a la conciliación y el diálogo trató con suma delicadeza a Helen Wyner y su madre. ‘Hemos observado en la paciente la presencia de un bloqueo interno que la impide avanzar en la terapia lo cual nos impide también a nosotros ahondar en el fondo del problema y facilitarle las herramientas concretas que podrían ayudarla’. ‘¿Tienen su expediente psiquiátrico? Cuando en el hospital el personal médico le dio el alta nos  dijeron que se lo harían llegar a ustedes, supongo que ahí venga todo detallado’. ‘Sí, claro que lo tenemos. Verán, hay un episodio significativo: algunas madrugadas se empeña en ir al cementerio. Si pudieran darme alguna pista para entenderlo’. ‘Bueno, perdió a su hija de corta edad de manera muy trágica’. ‘¿Accidente, enfermedad, de repente…?’. ‘La asesinó su exesposo narraban con un nudo en la garganta–. Desde el principio le advertimos de que había elegido al marido equivocado, conflictivo, infiel, maltratador, capaz de humillarla delante de quien fuera con tal de satisfacer sus deseos, pero estaba enamorada y no se dejaba aconsejar, hasta que un buen día se encontraron en la calle, arruinados, con lo puesto y decidió separarse, no aguantaba más. Mi madre –la mujer sollozaba desde el principio de la conversación– las acogió a ellas y entonces comenzó el horroroso calvario que culminó con la muerte de la pequeña’. ‘Señora –dijo la doctora García–, ¿quiere un poco de agua? –negó con la cabeza–. Continúe, por favor’. ‘Beth restauraba muebles antiguos, era muy buena haciéndolo. Recibió un encargo importante y fuimos a recoger los materiales que necesitaba a Montgomery. Al regreso, mamá nos esperaba en el jardín. Mi sobrina pasaba con el padre su turno de vacaciones. Cuando el tipo trató de cruzar la frontera de Canadá con el permiso de conducir caducado comprobaron que había orden de busca y captura contra él por diversos delitos, aunque lo peor fue que hallaron restos biológicos en el maletero del coche, por eso la policía se personó en casa. Dos semanas después apareció el cuerpo de la niña semienterrado entre matorrales’. ‘¡Por el amor de Dios!’. ‘Figúrese el resto, vive desnortada’. ‘¿Cuántos intentos de suicidio ha tenido?’. ‘Más de los que sabemos’. ‘Pues con esta información reuniré al equipo que colabora conmigo, especialmente psicoanalistas, y tomaremos decisiones sobre cómo orientarla. ¿Qué ha pasado con él?’. ‘Aunque las pruebas eran confusas le condenaron por asesinato, está en el Corredor de la Muerte, ahora han aceptado un recurso de apelación en el que solicitan cadena perpetua. Lucharemos para que no ocurra’. ‘Bueno, pues con el testimonio que aportan y una vez decidida la terapia a seguir las mantendré informadas’. Gracias’. Tras visitar a Beth abandonaron Hazel Green cuando amanecía por el este con uno de esos paisajes rojizos sobre cielos nublados, imágenes cayendo en cascada por los campos nevados y los bosques lluviosos. El dolor siempre desgarrado en sus corazones al dejarla a merced del criterio de terceras personas aumentaba la impotencia y la zozobra que no las dejaba en paz.
          Mitch Austin, actual director de la escuela, lucía coche nuevo y reloj de lujo. Centrado en la candidatura política se desvinculaba de aquellas obligaciones por las que aún se le pagaba dejando al descubierto fisuras humanas y administrativas que requerían de su total atención. ‘¿Te has enterado de que el jodido agente del FBI –preguntó un preocupado sheriff Landon mientras almorzaban en una discreta cervecería de la ruta 98, casi a pie de la bahía Perdido Bay que desemboca en el río del mismo nombre dirección a Florida– vuelve para remover la mierda?’. ‘No lo sabía –respondió el otro con preocupación– ¿Por el secuestro?’. ‘Además de eso, quiere meter las narices en el asunto del marido de Coretta Sanders’. ‘¿Quién te lo ha dicho?’. ‘Tenemos un topo en la agencia’. ‘Habrá que convocar a los miembros –comentó pensativo el candidato a gobernador del condado– y proteger al grupo que participó en la paliza’. ‘¿Lo hacemos en el granero de tu suegro?’. ‘No, iremos a Mississippi, esta vez será a nivel nacional’. La sirena lejana de algún porta carguero cruzando el océano levantó el vuelo en un nido de aves que pernoctaban hasta la próxima partida. El intenso olor a azufre despedido por las bocas de los comensales descomponiendo los alimentos, enrareció el ambiente ya de por si tóxico entre ambos amigos, planeando sobre sus cabezas la sombra de una traición…

4 comentarios:

  1. Me has dejado el cuerpo un poco descompuesto con la descripción tan minuciosa de los malos instintos que podemos llegar a tener las personas. El mal por el mal.
    Después pienso, joé que es una ficción, pero lo plasmas de tal manera que me haces vivirlo.
    Menos mal que otros personajes me hacen creer que todavía hay bondad en el mundo.
    Gracias.

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  2. Con la resaca de los Goya en el cuerpo, veo a tus personajes secuencia a secuencia. Felicidades por el buen trabajo que estás haciendo, yo te daría el premio al mejor guion. Un beso, nena.

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  3. Desde la cama del hospital, convaleciente de una complicada operación de espalda, te leo y no puedo estar más orgulloso de ti, compañera.

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  4. Es difícil añadir cosas nuevas a los comentarios anteriores. Pero yo, desde que te he descubierto, miro hacia el otro continente con otros ojos. Gracias.

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