domingo, 26 de septiembre de 2021

Helen Wyner

 2.
 
Transcurridas varias horas y pese a que el cordón policial impedía acercarse al centro educativo, se apiñaban en los alrededores los medios de comunicación a la caza de la imagen impactante o de la declaración más sensacionalista. Al igual que cada vez eran más los curiosos que no querían perderse en directo el desenlace del secuestro de los adolescentes, cuya negociación por parte de los agentes al mando no parecía fructificar a tenor de que la situación seguía en stand by, lo que motivó que psicólogos de apoyo se desplazasen al lugar de los hechos para dar servicio a los padres que manifestaban ya el perfil de una crisis nerviosa. Las ambulancias que accedían por la puerta de entrada de mercancías aparcaron en fila. Mientras, del hospital llegaron malas noticias: el responsable de mantenimiento al que dispararon cuando ponía a salvo a un alumno que cruzaba por delante del pabellón deportivo, estaba en coma. La bala, alojada en una zona recóndita del cerebro, no tenía orificio de salida, por consiguiente, la posibilidad de ser extraída resultaba imposible. Así que, optaron por mantenerle con vida enganchado a una máquina hasta localizar a algún pariente que tomase una decisión.
          Creció pegado a las vías del ferrocarril en un bellísimo pueblo de Virginia Occidental que ni siquiera viene en el mapa. Alejados de la cabaña habitada por su padre la madre desapareció al poco de parir, vivía un matrimonio de color con nueve hijos que a la caída del sol, sentados en sillas desiguales y deslomados tras la dura jornada cosechando los campos, entonaban Swing Low, Sweet Chariot, a la vez que elevaban sus plegarias por las almas de todos los hermanos asesinados a consecuencia del odio racista. Él se consideraba un chico travieso que al menor descuido escapaba a través del bosque para esconderse entre los matorrales atraído por los bailes peculiares que aquellos interpretaban al rezar. Una noche, tratando de regresar a casa bajo una lluvia infernal y alarmado por los zorros rojos que frecuentaban la zona, los afroamericanos le dieron refugio hasta que amaneció. La experiencia fue tan impresionante que a partir de entonces repitió en varias ocasiones más. ‘¿Te apetece un trozo de budín de pan, muchacho? –le ofrecían a menudo. Posteriormente guardaba los mendrugos duros y lo elaboraba tal y como le enseñaron con complementos tan básicos como azúcar, manteca, leche…–. Acércate a la mesa y antes del pastel toma un poco de este guiso que mi esposa Minny ha hecho con carne de mapache’. ‘Gracias, señor’. ‘Si te descubren aquí tendrás problemas. Lo sabes, ¿verdad?’. ‘No se preocupe, sabré arreglármelas dijo relamiéndose los labios. Todo está riquísimo’. Coincidiendo con el atentado que se produjo en Carolina del Sur, en la Iglesia Episcopal Metodista Africana Enmanuel, de Charleston, donde murieron nueve personas y varias resultaron heridas a manos de un blanco segregacionista, volvió para visitarlos. La masacre tuvo lugar a quince minutos del Mercado de Esclavos donde en el siglo XIX se vendían negros. Era junio de 2015 e imaginó que encontraría a dos ancianos en la recta final de sus vidas, pero no quedaba rastro de ellos ni de su hogar, sino un montón de escombros sobre los que se sentó regresando con la imaginación hasta el grato escenario de su infancia y al gran esplendor que supuso construir la base de la niñez en campo abierto. De aquellos vecinos aprendió que la libertad de soñar no tiene rejas, sino un horizonte infinito que apuntala los cimientos fundamentales de todo ser humano: su integridad como persona. Convertido en un joven muy apuesto, recorrió el país en una autocaravana vendiendo Biblias y reproduciendo la esencia de los sermones del pastor tantas veces escuchados. De discurso fácil y madera de líder predicaba por los caminos a cambio de unos dólares para combustible y comida que las buenas gentes daban gustosas viendo en los ojos de aquel caballero la luz del mismísimo Jesucristo. Pero esa forma de vida errante empezó a cansarle y decidió que había llegado el momento de echar el ancla en tierra firme.
          Faltaba una semana para el último lunes de mayo, celebración del Memorial Day, festividad federal donde se conmemora a los soldados estadounidenses muertos en combate, aunque se ha hecho extensivo y los ciudadanos visitan las tumbas de sus parientes pasando el día en familia. Isaías Sullivan llegó a Foley con la clara intención de quedarse. Le pareció un sitio idóneo y bastante tranquilo donde empezar una nueva etapa. Además, tenía muchísima curiosidad por comprobar si la Reserva Natural Graham Creek, con sus 500 acres de bosques mixtos donde abundan muchas especies raras y plantas silvestres, era tan espectacular como había oído contar. Buscó un lugar alejado donde acampar y al pasar por delante de la escuela vio a un hombre mayor peleándose con la verja que reparaba. ‘¡Eh, amigo! –gritó, bajando la ventanilla–. ¿Le echo una mano?’. ‘Es tarde y ya no queda nadie dentro –contestó el otro haciendo pantalla con las manos para enfocar la vista–. Vuelva mañana, yo no le puedo atender’. Bajó del auto, cogió las herramientas, se presentó y juntos enderezaron la puerta trasera que también se había caído. Resueltas las averías, echaron el resto de la tarde conversando en un banco de piedra y bebiendo cerveza. ‘Formamos un gran equipo, ¿verdad, abuelo?’. A partir de ese momento cuidó del anciano hasta el día de su muerte y se incorporó a la plantilla de la que pronto sería el jefe.
          En la sala de juntas las agujas del reloj no avanzaban y la espera se hacía tan sofocante que la saliva, difícil de tragar, anegaba los paladares de quienes aguardaban desazonados. ‘Tendría que preparar bocadillos y botellas de agua para los niños –dijo, Zinerva Falzone, cocinera, aunque nadie la hizo caso–, estarán exhaustos cuando acabe la pesadilla’. A últimos de julio de 1943, en plena invasión aliada de Sicilia, coronada como la operación militar más grande de la Segunda Guerra Mundial, su familia apostó por perseguir el sueño americano dejando atrás la isla devastada por la hambruna y la destrucción para emigrar a Estados Unidos donde otros compatriotas también probaron fortuna. Al principio fue muy duro hacerse al clima y a un idioma absolutamente desconocido. Pero salieron adelante gracias al puesto callejero que la abuela puso en marcha despachando Panelle, típica masa de la cocina italiana, hecha con harina de garbanzos que una vez trabajada se deja enfriar, se corta a rectángulos y se fríe con abundante aceite. Veinte años después, en Birmingham, al calor de los fogones, nació ella y creció con lo mejor de cada cultura. Continuaron turnándose en el negocio hasta que comprendieron que aquel plato oriundo de la zona de Palermo perdía toda su originalidad al elaborarlo con mantequilla. Así pues, como la ciudad les quedaba grande buscaron un lugar recogido donde establecerse. Silverhill, en el condado de Baldwin, les brindó la oportunidad. Enseguida se acostumbraron a la vida sureña, no se sentían forasteros si no parte del mundo que habrían de descubrir paso a paso. Aunque a Zinerva, la piccola mimada por todos, le gustaba muchísimo ir al colegio y merodear por los alrededores de la Biblioteca Municipal, pronto empezó a interesarse por la cocina e innovar nuevos platos, además de seguir perpetuando las viejas recetas pasadas de una generación a otra. Sin embargo, la travesía de su vida nunca fue fácil…
          ¿Se sabe la identidad del secuestrador –pregunta el responsable de limpieza– y lo que pretende?’. ‘Un universitario con problemas mentales. Estudió aquí pero no ha trascendido más’. Paul Cox, el consejero escolar, permanecía con el rostro pegado al cristal de la ventana del ala norte. ‘Mirad –dijo–, hay francotiradores apostados en los tejados. ¿Los veis? Esto se pone feo. No me gusta nada’. ‘Ya, pero habrá que reducir a ese loco como sea, ¿no crees?–apuntó el profesor de matemáticas–. Ojalá que no duden y tiren a matar’. Aquellas gélidas palabras le apuñalaron el corazón ya que era contrario a cualquier tipo de violencia y por supuesto a la tenencia de armas. ‘Bueno, no seré yo quien exculpe al delincuente, ni justifique la acción desagradable y macabra que está llevando a cabo –expresó–, pero quizá antes de hacer ese tipo de afirmaciones habría que saber los motivos que empujan a una persona a cometer un acto así’. Se le vino a la memoria su esposa, de viaje por Europa, invitada por los nietos tras superar el shock traumático a consecuencia del atropello sufrido cuando iba de compras y cuyo conductor se dio a la fuga. Por suerte, en cuanto a lo físico, no hubo que lamentar males mayores excepto diversas magulladuras. Pero, psicológicamente, la huella dejada persistió durante quince largos meses en los que sintió pánico a salir sola, cruzar una calle, entrar en un comercio y mezclarse con gente, puesto que, la más mínima sospecha de peligro la hacía retroceder y esconderse junto a la cama en posición fetal. Todos contribuyeron en su recuperación, aunque jamás volvió a ser la misma…
          Coretta Sanders, querida y muy respetada por alumnos y alumnas, era profesora de Artes del Lenguaje, licenciatura sacada sorteando cientos de trabas. Nacida en Kentucky de donde emigró cuarenta años atrás y a punto de obtener el derecho al retiro completo, recordaba con cierta nostalgia la primera vez que se puso al frente de un aula luciendo el mejor de sus vestidos. Sentía un calor inexplicable en el cogote, le sudaban las palmas de las manos y los calambres crónicos reaparecieron en las pantorrillas. Tomó aire, alineó los libros a un lado de la mesa, se acercó al encerado y escribió su nombre con letra de trazo redondo mientras escuchaba comentarios entre risas procedentes de los pupitres del fondo, “¡Que tu boca de negra no hable con palabras de blanco! ¡Te colgaremos de un árbol, escoria! ¡Te comes nuestro pan y ocupas nuestra tierra, arderás como la mala hierba!”. Pero aquello quedó en mera anécdota. Poco a poco se los fue ganando y aumentando su prestigio con los famosos métodos que usaba de enseñanza donde la participación de ellos era fundamental, hasta tal punto que algunos seguían en contacto mucho después de abandonar la escuela. Volvió del baño y se quedó pensativa, los compañeros también lo estaban. Suspiró y rompió el silencio cortante del ambiente. ‘Los chicos están preparados para manejar cualquier problema que surja. He revisado las listas y son de octavo grado, la mayoría van a mi clase y sé cómo se comportan. Hablaré con la policía por si hay alguna posibilidad de comunicarnos. Entre ellos está Thomas Dawson, es muy espabilado, estoy segura de que si existe una mínima posibilidad de sacarlos de allí sin lamentar más bajas sé que él puede hacerlo. Es de muy buena familia, educado, perspicaz, tolerante y paciente. Sabe muy bien lo que quiere y lo más importante: cómo conseguirlo’. ‘Vamos, pues –decidió Paul Cox–. No perdamos un tiempo crucial’. ‘¿A dónde se supone que vais? –dijo Mitch Austin irrumpiendo en la sala–. No podemos abandonar estas dependencias, son órdenes de los de arriba’. Sin embargo, al conocer los planes y, aunque no le beneficiaba en absoluto ese tipo de publicidad, para la preparación de su candidatura a Gobernador de Alabama, por el Partido Republicano, quiso acompañarlos, pero antes: ‘¿Tenéis algo para el ardor de estómago? –preguntó–. Me abrasa el esófago’. ‘En el botiquín hay antiácidos –contestó Zinerva Falzone, la cocinera–, a veces los consumo. Miraré’. ‘Déjelo, no vaya’. ‘¿Hay noticias?’. ‘Ninguna, pero mantengamos en pie la esperanza, en breve se resolverá, las autoridades están haciendo todo lo posible para que sea cuanto antes. Traeré chalecos antibalas, no podemos atravesar el jardín a cuerpo. Esperadme aquí’.
          Sonó un móvil, era el de Helen Wyner. ‘Hola, mamá. ¿Qué tal con el grupo de senderismo? ¿Has hecho amigos? –intentó que su tono de voz restara importancia al episodio que vivía–. ¿Por dónde habéis estado?’. ‘Déjate de preguntitas y cuéntame qué ocurre. Tu hermana, como de costumbre, no se explica’. ‘Bueno, no seas dura con ella’. ‘En las televisiones sacan imágenes de pabellones derrumbados por la explosión de artefactos’. ‘¡Qué va! Ya sabes que son unos exagerados’. ‘Y muertos, ¿cuántos hay?’. ‘Sólo un herido. No te preocupes, el sheriff Landon y el FBI lo tienen todo bajo control’. ‘¿Beth está tranquila?’. ‘Digamos que está en su mundo’. ‘Es mejor que la mantengas al margen’. ‘Como quieras, pero llámame con lo que sea’. ‘De acuerdo’. ‘Y si no es muy tarde ven a vernos, tengo una cerveza estupenda’. ‘Eres la mejor madre que tengo’. ‘Anda, lianta’. ‘Seductora’.

7 comentarios:

  1. Me gustan mucho las descripciones sureñas que haces, propio de alguien que conoce su idiosincrasia mejor que muchos lugareños. Sigue, que vas por buen camino. Un beso, nena.

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  2. Me haces ser repetitiva pero es que no hay otra, vas leyendo y de repente el final de la entrega sin saber si Isaías saldrá del coma, si el espabilado de Thomas podrá hacer algo por sus compañeros y en fin, todas las incógnitas abiertas para esperar expectante la próxima.
    Tu generosidad y tu escritura no tienen límites.
    Gracias.

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  3. Yo, que conozco muy bien tu disciplina a la hora de escribir, no tengo por menos que quitarme el sombrero y sentir agradecimiento por todo cuanto me enseñas.

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  4. Me ha sabido a poco la entrega, me quedo con muchas ganas de seguir leyendo, espero intrigada la próxima. Gracias. Besos.

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  5. He de decirte Mayte que esto que cuentas en tu relato es una de esas noticias que pasan como un flash por nuestras vidas, estás cenando y el telediario cuenta que alguien ha entrado en un lugar y se ha puesto a disparar sin control. En ese momento algo se nos remueve y ya, en un par de días olvidado, seguimos con nuestras vidas. Tú has decidido rascar y contarnos qué pasa ahí dentro, las historias que fluyen en los protagonistas, los entramados sociales que las atraviesan. Me gusta mucho la aparición en este capítulo del personaje de Coretta, que está al final de su vida como profesora y como describes su primer día frente a la responsabilidad de educar. Abrir caminos, perder el miedo. Buen itinerario. Felicidades.

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  6. Si un "te quiero" nunca es repetitivo, tampoco considero que lo sea, por la misma razón, decirte una vez más,¡ESCRITORA!
    Agradecer de nuevo el regalo de poder leerte, confirmando los valores que posees como persona comprometida y coherente. Besos.

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  7. Leído el segundo, a por el tercero, me encanta el detalle, la vida de los personajes, me gusta verlos dibujados al completo. Gracias!

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