domingo, 6 de diciembre de 2020

No puedo respirar

 7.

Queremos que dirijas una expedición muy importante –los jefes me citaron en Cooke Park evitando así la intromisión de chismosos–. Tienes libertad para elegir a tu equipo y también al pequeño grupo de estudiantes que os acompañarán. Esto último no es negociable ya que el intermediario que recauda fondos para nosotros lo pone como condición’. ‘¿Dónde es?’. ‘Esa es la cuestión, que somos conscientes del esfuerzo que te vamos a pedir’. ‘Soy todo oídos –me pongo nervioso–. No me gustan los misterios ni las sorpresas, así que: al grano’. ‘Viajaréis a Luisiana’. ‘La respuesta es no’. ‘Markel, por favor. Deja que nos expliquemos y después decides, ¿de acuerdo?’. ‘Vale’. ‘Hemos elaborado un estudio donde se cuantifica el aumento de la “zona muerta” del Golfo de México que, como bien sabes, se sitúa en la desembocadura del río Misisipi, entre las costas de…’. ‘Conozco perfectamente la ubicación’. ‘Descubrimos que la escorrentía que campa libremente arrastrando al mar fertilizantes generosos en nitrógeno y fósforo, así como también aguas residuales, han trazado en esa área específica del continente una franja contaminada que cada vez se hace más amplia. Este fenómeno cíclico sucede en primavera y conlleva un aumento importante de algas, las cuales, al descomponerse por el calor, disminuyen el nivel de hipoxia, lo que implica la asfixia para los animales que andan por allí’. ‘Vuestra propuesta es muy tentadora, os lo digo sinceramente, pero no puedo aceptarlo, es doloroso para mí’. ‘Nos hacemos cargo. No obstante, medítalo. Nombra a un codirector de tu confianza que te ayude y así no recaerá toda la responsabilidad en ti’. ‘Lo voy a pensar. Ya os daré una respuesta’. ‘Sólo tienes cuarenta y ocho horas, hay que partir de inmediato’.
          Aquella noche medité la propuesta y decidí contactar con Glenn Clemmons, científico canadiense al que conocí en 2016, en la sección de mascotas de un supermercado eligiendo comida ecológica para perros. Me fijé en el pin que llevaba sujeto en la solapa The Reality Climate Proyect. ‘Yo trabajo ahí –dije, señalando la chapa–. Nunca habíamos coincidido’. Se presentó y dijo que sus participaciones en la organización eran puntuales. Así comenzamos una estrecha amistad que nos ha conducido también a emprender varias iniciativas juntos. Nació en la isla de Baffil y, a los veintidós años, tras ganar en un concurso de la tele un viaje a la Antártida, cuyo paisaje le impresionó, decidió dedicarse a la investigación para la conservación de la Tierra, registrando en gráficos el continuo desprendimiento de las planchas de hielo. Lleva meses perdido en Aconcagua, la mayor de la cordillera de los Andes, al oeste de la República Argentina, con un grupo de alpinistas, antropólogos y expertos en la interacción humana, para valorar el estado de las cumbres y la accesibilidad de las rutas, causando el menor daño posible a la naturaleza. Así que, haciendo un cálculo de tiempo, intento comunicar con él cuando comprendo que estará en el campamento descansando de la agotadora jornada. ‘Markel, ¿eres tú? No escucho bien’. ‘Glenn, ¿me oyes?’. ‘Aguarda un momento que salgo de la tienda, a ver si hay mejor cobertura’. ‘Hola’. ‘Ahora, sí. ¿Cómo estás, amigo?’. ‘Echándote de menos. ¿Cuándo vuelves?’. ‘Uf, no tengo ninguna gana. Esto es espectacular. Te habría encantado venir. Y por allí, ¿cómo van las cosas?’. ‘Pues, más o menos, sin novedades. En permanente campaña electoral, ya sabes. Oye, quiero proponerte algo’. ‘Dime’. Termino de narrar la propuesta de los jefes y espero a que responda. En realidad, a que se quiten las molestas interferencias. ‘¿Has entendido lo que he dicho?’. ‘Sí, todo’. ‘¿Y?’. ‘Pues que… Si tú vas, yo voy’.
          En la última reunión anual de antiguos alumnos del Jefferson Elementary School, en Winona, a la que asistió Georgia Hardin, coincidió en la misma mesa con un viejo compañero al que no veía desde la graduación. ‘¡No me lo puedo creer! ¿Robin?’. ‘¿Y tú eres…? –aunque trató de hacerse el escurridizo lo cierto es que aquella chica tenía algo especial que le atraía muchísimo–. ¿Qué tal, querida? ¡Cuánto tiempo!’. ‘Bastante, sí. ¿Cómo te va?’. ‘Estupendamente’. ‘¿Al final conseguiste tu sueño de ser arquitecto?’. ‘Me costó, pero sí. Tengo el despacho cerca de aquí, no me he mudado de ciudad. ¿Y tú?’. ‘Mi familia se trasladó a Rochester, y allí encontré otra escuela tan buena como ésta. Ahora trabajo en una fábrica de suministros industriales, pero quiero dejarlo y dedicarme a la cultura medioambiental’. ‘¿A la qué?’. ‘Es el estudio de la relación de los seres humanos con el ecosistema haciendo un uso racional de las cosas naturales que nos rodean’. ‘Muy idílico y bonito, pero la realidad es diferente’. ‘¿Tú crees? Desde tu profesión, por ejemplo, se pueden realizar cambios muy importantes’. ‘¡Ah, sí! ¿Cómo cuáles?’. ‘Sustituir el tejado de pizarra por uno fabricado con gomas de neumáticos, colocar paneles solares para general electricidad, aislar las paredes con un material que incluye en su elaboración un cincuenta por ciento de soja, instalar un sistema de cisternas subterráneo que recoja el agua de lluvia…’. ‘Coño, me dejas impresionado. Aunque, de hacerlo, dispararía el presupuesto para nuestros clientes abocando al sector a una pérdida inevitable de empleos’. La conversación terminó enmarcada en Sugar Loaf, un acantilado impresionante que se encuentra por encima del cruce de la ruta 61 con la autopista estatal 43. Ahora las cosas habían cambiado para ellos, estaban divorciados y sólo les unía la hija de seis años que tenían en común.
          ¿Vendrás a la reunión de esta noche? –pregunta Georgia Hardin, quien nos cautiva siempre que cuenta algo personal–. Nelson, Glenn y yo no nos queremos perder la cara de Deanna Leone cuando vea el alto porcentaje que hay de jóvenes conservadores opinando que el gobierno federal, está haciendo poco o nada por frenar los problemas medioambientales, lo cual puede desembocar en un más que probable vuelco electoral’. ‘¿Eso piensas?’. ‘Sí, no me cabe ninguna duda’. Pues yo no estoy tan seguro –contesto–. Ya sabes que ella niega el calentamiento global fundamentándose en el capítulo 8 del Génesis, donde dice que, tras acabar el diluvio, Dios promete que habrá inviernos y veranos tranquilos, noches y días normales, y que nada volverá a alterar a la naturaleza’. ‘¡Qué bobada!, es la actividad del hombre sobre la Tierra la que provoca, con su mala actuación, la aparición de fenómenos atmosféricos adversos. Nosotros no buscamos el enfrentamiento, apostamos por el diálogo como herramienta para mejorar las cosas, entendiendo que, cuidando el entorno, por minúsculo que ´éste sea, preservamos el ecosistema ayudando a la repoblación de todas las especies y por supuesto aquellas que están en peligro de extinción. Reciclar no se ciñe sólo a cumplir con la campaña publicitaria de turno hecha por las administraciones con fines electoralistas, es de sentido común asimilar que la mayoría de las cosas son reutilizables. Es decir: un compromiso personal contraído con aquello que sea susceptible de ser fuente de energía, de lo contrario, a las generaciones venideras les va a quedar la perspectiva de un futuro ignoto’. ‘Estoy de acuerdo, pero para llevarlo a cabo necesitamos un amplio despliegue y, sobre todo, muchísima mano izquierda y toneladas de paciencia’. ‘A veces me pregunto si lo que hacemos sirve para algo’. ‘¿No te lo parece?’. ‘Según’. ‘A mí me pasa igual. ¿Le has dicho ya a la niña que se va una temporada con su papá?’. ‘No, todavía no’. ‘¿A qué esperar?’. ‘A tener fuerzas’. Y vaya si las tuvo. Esa misma noche realizó una de las llamadas más difíciles de su vida. ‘Hola, Robin. Necesito que vengas a por Elizabeth, me han detectado un tumor maligno y voy a entrar en el ensayo clínico de una quimioterapia experimental’. Imaginó, al otro lado del teléfono, palidecer la cara de su exmarido, temblarle las piernas y venírsele encima una avalancha de incertidumbre.
          Cariño –dice Georgia Hardin–, mami tiene que hacer un trabajo muy importante y voy a estar fuera algunos meses, por eso papá ha venido para llevarte con él, ya verás qué bien lo vais a pasar juntos’. ‘Oye, gatito, no te pongas triste, yo también quiero que estés conmigo. Además, con la llegada de tu hermanito –esperaba el primer hijo de su segunda esposa–, necesitamos de tu ayuda’. La niña, de apenas seis años, coge del brazo a su muñeca favorita y se mete en la cama. ‘Robin, ten paciencia, está desconcertada y lo manifiesta acentuando su carácter introvertido’. ‘Sabré estar a la altura, no te preocupes. ¿Cuándo empiezas el tratamiento?’. ‘A finales de semana me repiten la analítica y, si todo va bien, inmediatamente’. ‘¿Te acompaño? No me parece buena idea que vayas sola’. ‘Ya, pero lo prefiero’. ‘Testaruda’. Sentada en la parte trasera del auto, con el cinturón de seguridad presionándole la pena del pecho, las rodillas algo flexionadas, los auriculares encajados y una película de dibujos animados, la criatura se abstrae de eso tan raro e incomprensible que le pasa a su mamá. Ella, rota de dolor, arrima los labios a la mejilla de la pequeña y, abrazándola, pronuncia las tres palabras mágicas entre ellas: ‘I love you’.
          Georgia Hardin es una mujer de gran temperamento que nunca ha dejado de demostrar su fortaleza, tanto en el ámbito privado como en el profesional. Cuarta hija de un destacado miembro de la “National Rifle Association”, creció marcando distancias con los defensores de la Segunda Enmienda, protagonizando, a menudo, desagradables discusiones con su progenitor, quien propuso que la expulsaran de la iglesia pentecostal cuando se negó a ser rebautizada. Así que, fue un gran alivio para todos anunciar su matrimonio con un chico de buena posición, aunque la felicidad duró poco. Ahora la miro y me duele verla tan deteriorada. ‘¿Te sientes con ánimos para venir con nosotros? –digo, recostado en el mueble archivador–. Si lo prefieres, puedes incorporarte más adelante’. ‘Ni hablar, tengo efectos secundarios muy leves y no pienso compadecerme arrugada en un sillón, sólo tengo cáncer, no estoy inútil’. ‘Por mi perfecto. ¿Dónde os habéis metido, tíos? –pregunto a Jeff Blocker y William Harrison–.  Hace más de una hora que os esperamos. Voy a hacer unas fotocopias, enseguida vuelvo’. La puerta queda semi abierta y escucho sus murmullos en tono bajo: ‘¿Creéis que Markel ha aceptado este proyecto para ponerse a prueba?’. ‘Es un tipo bastante duro y han pasado muchos años desde que su mujer falleció –interviene Jeff–. Las cosas se suavizan’. ‘Tú le conoces mejor que nosotros, Georgia. Dinos qué opinas’. ‘Supongo que no será fácil volver a Nueva Orleans, pero al final el dolor de las tripas toma asiento’. ‘Sin embargo, una muerte así, tan trágica, deja secuelas’. ‘Bueno, lo importante es que se le nota entusiasmado’. ‘Ya, pero a veces tiene la mirada tan sumergida en el vacío –corta William– que parece hacer inmersiones en las anegadas calles de sus recuerdos’. Regreso y callan…

6 comentarios:

  1. Impresionante el viaje de hoy: Nueva Orleans, Aconcagua, Winona, Isla de Baffin. Joer, y lo mejor de todo la dosis de realidad que le echas.

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  2. Nuevos personajes que se unen al rescatado de la ruleta y un horizonte para el relato prometedor.
    Tus finales son como algunos programas que enganchan con lo de "a la vuelta se lo contamos"😜

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  3. El otro día al saber que soy 'fusilable', y tras pensar en mis bisnietas/os, reflexioné sobre ese atajo de salvapatrias y bufones del reino y me llamó la atención que entre las "rutinas" que me iban a hacer perder estaban tus maravillosos relatos quincenales. Seguro que es una tontería, propia de la edad, pero quería que lo supieras. Gracias por invitarme a tan fantásticos "viajes". Besos.

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  4. Un fantástico y revelador viaje 😉

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  5. ¡Muy interesante! Buen trabajo de documentación Mayte. Besos.

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  6. Un relato con mucho realismo, estupendo Mayte, un beso

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