domingo, 11 de noviembre de 2018

Beirut, Puerta de Atocha

5.

Ismael regresó a Madrid para la inauguración de un restaurante rehabilitado en la calle Echegaray, cuya campaña de marketing dirigió meses atrás. Desde primera hora de la noche anterior la policía acordonaba un amplio perímetro de la zona centro, ya que, según datos filtrados a la prensa, un posible caso de parricidio y el hallazgo de otra mujer asesinada presuntamente por su pareja sentimental, en una travesía adyacente a la Puerta del Sol, levantaban adoquines de repulsa entre la ciudadanía que se agolpaba alrededor. El taxista luchaba para ningunear al GPS que le mandaba en dirección contraria. Furgones de la Guardia Civil, atravesados en batería, impedían el paso excepto a residentes acreditados y ambulancias. ‘Oiga, ¿no puede ir un poco más deprisa?, es que llego tarde’. ‘Como ve, desde aquí, todo está cortado. Si consigo ir en paralelo a la Gran Vía intento dejarle lo más cerca posible’. Tuvo que caminar un buen trecho, así que, mientras lo hacía, aprovechó para hablar con Ahmad Abu-Abbad. ‘Salam aleikum. No te pongas en lo peor, amigo. Ha de haber un motivo lo suficientemente potente como para que no se pongan en contacto’. ‘Aleikum salam. Es que han pasado muchos días sin saber de ellos y no soportaría perder también a Jasmin’. ‘Óyeme, no lo digas ni en broma’. ‘El niño está asustado. No pregunta, pero su comportamiento es de angustia’. ‘Sal con él, llévale a Montjuic, al cine, a comer pizza. No sé, coño, eres su abuelo y se supone que conoces los gustos del chico’. ‘Ya veremos. Luego pasaré por la oficina a ver si hay novedades’. ‘De acuerdo. Escucha, ahora tengo un evento de trabajo, en cuanto acabe hablamos y me cuentas. Si todo sale como espero, el fin de semana vuelvo a Barcelona. ¿Sabes si Abul Khan ha alquilado ya la pequeña vivienda anexa a la tetería?’. ‘No lo sé, pero me acerco y le pregunto’. ‘Te lo agradezco. Si está libre, dile que me la quedo yo…’.
          Sigue intentándolo, por favor, Jordi −Adrián al piloto−. Alguien habrá a la escucha, digo yo. Binta sabe las últimas coordenadas y seguro que remueve cielo y tierra hasta dar con nosotros y enviar ayuda, pero para eso no podemos abandonar la radio. ¡Venga, tío, no pares!’. ‘¿Quién te crees que eres para darme órdenes?, no estoy jugando a la maquinita? −señala el cuadro de mandos con muy malas pulgas−. Hay que empezar a racionar los alimentos o las vamos a pasar putas. No corras la voz, solo faltaba un motín a bordo’. ‘¿Dónde cojones se ha metido el buque con voluntarios de ACNUR que salía en el radar?’, −exclama al cielo−. En otro extremo de la embarcación, en el improvisado hospital de campaña, algunos compañeros se arremolinaban alrededor de alguien tendido en el suelo. ‘Va a ser difícil entendernos, porque sólo habla suajili −dice Jasmin, examinando al hombre, de complexión fuerte−. No le baja la fiebre, y lo peor es que no sé a qué se debe, porque aparentemente no veo nada significativo. Ojalá que no sea una epidemia que venga a rematar la ley de Murphy’. ‘Pero sí tratarás de descubrirlo, ¿no?’, −preguntan desde fuera−. ‘Haré lo que esté en mi mano, aunque por ahora la temperatura no baja de 40ºC’. Fue al quitarle el pantalón para sustituirlo por otro seco cuando descubrieron una herida bastante fea en la pantorrilla, de la que sobresalía una punta incrustada en ella. Retiraron el clavo oxidado y respiraron profundamente, porque al fin las cosas alcanzaban niveles normales. ‘Mayday. Mayday. Mayday. Les habla el capitán del barco Sin Muros. Llevamos náufragos y nuestra situación es de extrema gravedad. Mayday. Mayday. Mayday. No lo entiendo, la verdad. ¿Estamos más cerca de Alejandría o de Jerusalén?’. ‘Del infierno, sin lugar a duda’, −contestó el cocinero, a la vez que preguntaba si se había terminado el brandy−. ‘Busca por ahí, alguna botella ha de quedar’, −sonó con voz insustancial.
          Crecía la preocupación, no sólo por la cruda realidad inestable que vivían, sino también porque la suerte jugaba en su contra para llegar a tiempo a la costa de Siria, donde les esperaban como agua de mayo. Cuando las obligaciones se lo permitían a Jasmin, no se perdía el inicio del amanecer tuneado en el horizonte desde un espacio privilegiado en cubierta. Sabía que evadirse achicaba el miedo amargo. Así que, se dejó llevar por el impacto de los flecos del viento contra el mar y eso le permitió situar la cabeza en Beirut, en el escenario de su infancia, corriendo la inocencia por las calles caóticas, llenas de contrastes, de colores pastel junto a edificios que habrán sucumbido ya por culpa del abandono, de cafetines donde la tolerancia se hacía patente conviviendo musulmanes y cristianos sin estorbarse. Pensaba en sus hermanos, y en lo convencidos que estaban todos creyendo que la separación duraría hasta que remitiera la enfermedad de la madre. Qué fácil sería cerrar los ojos y encajarse de nuevo en aquel pasado libre de ausencias. Sin embargo, pensar en su hijo la trajo de vuelta al presente, consolidando la necesidad de buscar una solución al problema. ‘Adrián, ¿quién está al mando de la radio?’. ‘Ahora mismo creo que nadie. ¿Por?’, −ciñe las cejas−. ‘¿No te resulta extraño que no podamos establecer comunicación ni siquiera por la frecuencia segura?’. ‘Sabes que a veces esto ocurre, y más en misiones tan delicadas como lo es ésta’. ‘Sí. No obstante, fíjate que faltaban pocas millas, se hunde una patera, vamos a por ellos y, de repente… Voy a ver si aclaro algo’. ‘Oye, ¿cómo sigue la africana?’. ‘Se llama Kesia, que significa: favorito. Va mejor. Tenemos que ayudarla’. ‘¡Uy..., te temo!’. ‘Pediremos autorización a la organización. Piensa que, si la dejamos, la llevarán de cabeza a un campamento de refugiados para finalmente deportarla. Merece una oportunidad, como la tuvimos nosotros, como deberían de tenerla todos’. ‘No es a mí a quien tienes que convencer, cuentas con mi apoyo y lo sabes’.
          Colgó las bolsas del supermercado en el respaldo de la silla, y, ajena a la llamada de socorro producida minutos antes, siguió redactando el documento dejado a medias por la visita imprevista de Ahmad Abu-Abbad. ‘Perdona si te molesto, pero estoy desesperado. ¿Has sabido de ellos?’. ‘Todavía no. Quizá sea pronto. Envié un correo electrónico a otra ONG que también tienen a su gente dispersa en el mismo lugar. Seguro que en breve se ponen en contacto’. ‘Es una pesadilla, no duermo imaginando cosas horribles y al rato me regaño por hacerlo’. ‘Yo le aviso, no se preocupe. Todo se arreglará’. Le acompañó hasta la puerta, y, casi al cerrarla, el hombre se giró como si quisiera compartir algún otro pensamiento más. Sin embargo, abatido, en silencio y sin perder ese aire de generosidad que tanto le identificaba, se fue pasando el rosario con disimulo. Binta se sentía en deuda con aquella familia que confió en ella poniendo a su disposición todas las herramientas necesarias para asentar los cimientos de lo que sería su futuro en la ciudad. Ahora tocaba arrimar el hombro y demostrar que la inversión en su persona había merecido la pena. Jasmin le había enseñado una extraordinaria lección: hay que luchar con la misma pasión por cada cosa, como si fuera la última hora, y hacerlo con criterio, en base siempre a la opinión que se tenga. Por eso, y habida cuenta de lo raro de la situación, cogió su bolso y el móvil y se plantó delante del Palacio Municipal, diciendo al guardia: ‘Quiero hablar con la alcaldesa…’.
          Abuelo, ¿han matado a mis padres?’ ‘¡Qué disparate es ese! No, por supuesto que no’. ‘Entonces, ¿van a volver pronto? En casa de un compañero de clase dicen que, como son amigos de negros y vagabundos, les habrán tendido una emboscada para fusilarlos. Yo le di un puñetazo, él a mí una patada, y nos castigaron sin recreo’. ‘Bueno, las diferencias no se arreglan a golpes, pero está bien que defiendas lo tuyo −recapacitó sus palabras, sabía que no habían sido las más correctas, pero cuando te tocan las narices…−. Además, están trabajando, verás cómo enseguida los tenemos por aquí. ¿Sacamos una pizza del congelador y la rellenas a tu gusto?’. ‘Vale’. ‘Entonces ve, y lávate las manos’, −dijo, introduciendo los dedos en el pelo ensortijado del niño, de igual volumen que el de su esposa, salvo en la recta final, que se volvió lacio y quebradizo−. ‘Jo, qué rollo. −Se paró en seco frente al abuelo, arrugó los ojos y preguntó−: ¿Lloras?’. ‘No, hijo, el abuelo es un viejo tonto, no hagas caso’. Se quedó mirando a la nada y pensando en que Jasmin heredó el temperamento potente de su madre, la capacidad de decidir sobre la marcha, la lucha incansable por el feminismo −con las complicaciones que añadía ejercer dicha defensa desde Oriente Próximo− y esa elegancia conjugando la estilizada silueta con el despliegue conciliador en forma de sonrisa. En esas horas longevas de rancio silencio e incertidumbre de corte grueso, recordó la soltura con la que su hija resolvía cada obstáculo cuando llegaron a España, para que ellos padecieran lo menos posible. Ese pensamiento, y desde luego el poder soberano de intuición, pusieron en pie toda su vida, y la esperanza empezó a cobrar fuerza dentro de él. Ya anochecido, cuando no esperaban a nadie, tocaron al telefonillo y el niño gritó desde el pasillo. ‘Es Binta, que quiere que bajes…’.

8 comentarios:

  1. Me tienes impresionada y absolutamente enganchada a una historia que crece como tú: consolidada. Sigue, nena.

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  2. Que pena que con lo bien que describes el magnicidio no llegue a más gente y sobre todo a los que pueden acabar con el.

    Bien parece que te has enrolado en el Open Arms o en el Aita Mari por como describes la situación a bordo, espero que el relato arrive a buen puerto guiado por tu experta prosa.

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  3. Cómo sabes meterte en la piel de los protagonistas. Empatizas tanto con ellos, cobran vida propia.
    Abrazo desde Málaga

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  4. Miguel Ángelnoviembre 12, 2018

    Sigo la historia como en una película: veo el barco, y lo demás.
    Y me entristece tanto sufrimiento innecesario, por los egoísmos de muchos. Seguimos. Un beso.

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  5. El sábado asistí a la proyección de "STYX", en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. La angustia e impotencia que me provocó la situación desesperada de un barco de refugiados, hacinados, y la indiferencia de las autoridades, fue de una intensidad similar a la que me has provocado con tu relato. Demoledor. Y no digo más.

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  6. Totalmente enganchada y esperando que llegue el domingo para seguir la historia

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  7. Describes la situación como si realmemte hubieses estado allí y nos haces vivirla con intensidad. Gracias.
    Besos.

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  8. Gracias por este relato.Ojalá despierte consciencias.Está pasando.

    un beso

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