domingo, 14 de enero de 2018

Segundo día de la primera quincena de diciembre

Por favor, Carlota, hija. No metas las pezuñas en el recipiente de agua, que luego vas dejando la huella por todo el piso. De verdad que contigo una no da abasto limpiando. Claro, como tú no tienes que hacerlo, ni gastar dinero en productos desinfectantes… Pues ¡hala!, ¡que frote esta vieja gruñona! Eso es lo que piensas, ¿no, cabrona?’. La gata no hace ningún caso cuando me pongo en este plan. Ella sigue ganando espacio, forjando los cimientos del hogar con los manojos de pelo que suelta su cuerpo y una mirada que, a fuerza de respirar el mismo aire que yo, se le ha tornado agria y suspicaz. Lo que ya no puedo consentir son sus primeros síntomas Diógenes. De repente encuentro debajo de la mesa un cacho de goma mordida que antaño fue el brazo de una muñeca, cuatro o cinco cascabeles aún con lazo y marca Norman’s stuffed animals y una pelota mutilada de un mordisco. Patético…
          Lo inmediato cuando decidimos probar suerte en un país diferente al que nos ha visto nacer es configurar un mosaico a medida para que el escenario donde nos desenvolvemos cómodamente cambie lo menos posible. Buscamos la manera de mantener arriba el recuerdo de la tierra, localizando tiendas en cuyo escaparate predominen productos conocidos: mermeladas caseras sin azúcares añadidos, encajes de una determinada región, legumbres sin conservantes y aquella colonia preparada por nuestras abuelas con pétalos de rosas que llevábamos los de mi generación. No sabría decir verdaderamente si lo que me empujó a buscar un asentamiento de paisanos fue la nostalgia o, quizá, otra cosa. Pero, desde luego, estuvo muy presente en cuanto desembarqué en los muelles de Chelsea del buque cargado de inmigrantes en el que viajé, donde las miras de todos eran iguales: participar a lo grande del sueño americano, olvidando llagas que la dictadura no dejaba cicatrizar. Después, aunque no siempre ocurre, las circunstancias de la vida afean un poco la realidad… “Nueva York. Segundo día de la primera quincena de diciembre. Desde que estoy en Estados Unidos sólo he vivido en el distrito de Queens, concretamente, como ya he dicho en otras ocasiones, en el vecindario de Maspeth. Conozco tan bien sus streets que sería capaz de transitarlas a tientas, como el insomnio me empuja a hacerlo por el dormitorio. Podría llegar sin problema, unas cuadras más al norte, al puesto de venta directa donde compro verduras recién cortadas. Y ponerme justo delante de la fachada de la Iglesia de la Transfiguración, que tiene el estilo de una típica casa holandesa que tanto me gusta. O hasta el local-garaje, abierto hace más de sesenta años, donde tocan música country y sirven copas con nombre de canciones, en la intersección de Eliot Ave con Fresh Pond Rd, regentado por unos sureños (ahora a cargo de hijos y nietos) de Charleston (Virginia Occidental). Sin embargo, aún ahora, todavía echo de menos el ambiente que se respiraba en la Calle 14, entre la Séptima y la Octava Avenida. Desde el final del siglo XIX hasta mediados del XX fue territorio español, donde gallegos, asturianos, onubenses…, bailaban pasodobles, escanciaban sidra, cantaban jondo o cocinaban bacalao a la bilbaína o paella valenciana, junto a otras especialidades ofrecidas en los restaurantes ubicados ahí, en ese pequeño trozo de la isla. (Hoy sólo queda en pie de todo aquello la Spanish Benevolent Society, centro sociocultural conocido como La Nacional). No es que me importara no tener idea de inglés, estar a miles de kilómetros de mi tierra y sentirme una intrusa, una impostora, una extraña usurpando el pan y el techo del neoyorquino, pero todavía quedaban dentro de mí sentimientos sin corromper. Así que, al poco de llegar a la city y saber que existía Little Spain, busqué guarida entre sus gentes sin decirlo. Mi tercer empleo fue en Torta del Casar, (los anteriores prefiero omitirlos), mesón extremeño donde servían platos elaborados con mucho mimo por una cocinera oriunda de Jerez de los Caballeros, que a los tres meses de haberse colocado quedó viuda. Sin hijos, con clara tendencia a la morriña y continuos deseos de volver a su pueblo, siguió manejando los fogones hasta que, a consecuencia de las drogas y las reyertas, quebraron casi todos los negocios, el barrio cayó en decadencia y la comunidad española se dispersó, desplazándose a otras zonas con el tiempo no menos conflictivas. Mientras duró, aunque lo viví en su última etapa, me sentí arropada, esto, como es de suponer, lo he reconocido demasiado tarde… Mucho tiempo después, caminando por la calle North 6th para llegar a Williamsburg Flea, mi market favorito al aire libre, en Brooklyn, encontré a un viejo conocido que trabajó en la Calle 14 en una tienda textil. A veces, si el comedor de la taberna estaba lleno, compartíamos mesa junto con otros dos compañeros suyos. Me dio alegría verle, le habría abrazado de no haber sido porque me gusta mantener en público la imagen de mujer fría e invulnerable. Llevaba, en una bolsa de papel recio, arepas colombianas rellenas de queso que había comprado para matar el gusanillo. Le ofrecí y aceptó, eso preludió la conversación amena que mantuvimos. Me contó que cuando cerraron los almacenes dejó de frecuentar la ‘Pequeña España’ (llamada así coloquialmente), que tenía encajada su vida en el mismo cogollo del Bronx y que no necesitaba nada más. Sólo mantenía la costumbre de hacerlo una o dos veces al año, visitando la iglesia católica de Nuestra Señora de Guadalupe (primera parroquia en Manhattan con misas en latín y castellano), adonde más que la fe le llevaba la tradición. Al preguntarle por los asiduos de esa época y, en especial, por aquella mujer que guisaba tan rico, dijo que perdió la pista de todos. Nos despedimos con una palmada en la espalda y la intención de vernos en otra ocasión. Quién sabe…”.
          Mr. Coleman. Tome asiento, por favor, −indica uno de los médicos señalando una silla vacía−. Como bien sabe, durante dos meses, hemos administrado a su esposa un tratamiento experimental sin resultados. No ha sido capaz de reaccionar a ningún estímulo, lo que esperábamos que hubiera sucedido a la segunda semana de iniciarlo. Estudiado el caso con detenimiento, y analizando cada posibilidad, lamentamos comunicarle que en los próximos días se lo iremos retirando. Cuando termine el proceso, podrá llevarla de nuevo a la residencia de donde vino. Sabemos lo que está sintiendo ahora y nos condolemos con usted. ¿Alguna pregunta?’. E.J. se va de la sala de juntas cabizbajo y pensativo, una arcada seca le revuelve el estómago. Casi exánime, sale al jardín y se sienta en un poyete del lago artificial que, visto desde arriba, mitiga un poco la entrada del hospital. Incapaz de pensar, busca entre los recuerdos desordenados de su memoria alguno que le ayude a despejar las dudas del momento. Media hora después, con la vejiga descargada y partículas diminutas de hebras de tabaco flotando por la saliva, avanza por el pasillo fijándose en las luces parpadeantes, imaginando que pertenecen a un largo túnel por el que escapa, un conducto de salvación que le llevará hasta la desembocadura del río Hudson, donde ella, primaveral y receptiva, aguardará su llegada preparando un pícnic de verano a la caída del sol… Cuando él entra en la habitación salen dos enfermeras llevando una bandeja con gasas usadas y algún envase vacío. Michelle se alegra mucho de verle, tiene cosas que contar. Sin embargo, el labio inferior de Eric, entreabierto, no le da buena espina. Daría todo por decirle que tenía ordenados los sentimientos, que ya no se oponía a la compra de una autocaravana para recorrer el país, que podía quedarse o no con su colección de posavasos, que en invierno dejase las zapatillas pegadas a la calefacción, que fumara menos, que se acordara de pagar los impuestos y que hiciese todo lo posible por seguir adelante…
          Quítate de la puerta, Carlota. Voy a salir te pongas como te pongas, que es una simple tormenta, coño. Además, mira qué te digo: si te dan miedo los truenos, te aguantas. Más tengo yo cuando te encuentro a media noche en posición de ataque como perdonándome la vida. Así se lo he soltado, E.J. Tanta tontería me supera. Es lo que pasa, que das un poquito de confianza y se ponen tu albornoz al salir de la ducha. No veas, ésta se cree que la casa es suya, que estoy ahí de prestado y a su servicio. Y la verdad, nos hacemos mucha compañía, pero no consiento que invada mi terreno. Aunque también, lo reconozco, de no ser por su derroche de ternura, la soledad habría picado todas mis piezas molares. Debe sonarte a gilipollez cuanto digo, ¿no?’. ‘Trabajamos y consideramos lo que tú creas importante’. −Comprendí que Eric estaba turbado y opté por guardar el sarcasmo para otra ocasión−. ‘¿Qué quieres que haga con la especie de diario que escribo? Por lo menos he completado cuatro o cinco cuadernos’. ‘Que compres más’. ‘Igual desalojan por derrumbe el edificio donde viven los Harries. El sábado el vecindario se manifestó en contra. Yo no fui, no quiero jaleos. Su casero y el mío son amigos, y después empiezan a decir que si la gata se mea por la escalera, que si maúlla de madrugada, que si araña los cercos de quien le cae mal… En fin, como locos por hacerme pagar un suplemento extra. Lamento su situación, pero por mí nadie hace nada. −Dejo pasar unos minutos en silencio para que asienten mis palabras. A veces tengo la sensación de que no me escucha y que daría igual lo que dijera. Hago girar entre los dedos una cadena que siempre llevo en la mano y no sé por qué. Noto los párpados con tierra y un crujido en la rodilla izquierda avisa de repente que va a cambiar el tiempo−. Han puesto en el almacén un ordenador para controlar la mercancía. No me aclaro con esto de la informática, pero he visto mi pueblo. Está medio en ruinas, y las huertas, que tan buenas hortalizas daban, son montículos de tierra yerma’. ‘¿Cómo describirías lo que hayas sentido?’. ‘Como si un pelotón de fusilamiento pasara por encima de mí sin disparar’. ‘Reflexiónalo en el diario. Será interesante que te preguntes por qué. Y, por supuesto, qué ha retenido la pupila’. ‘¿La pupila? La mano de padre repartiendo hostias’.
          A la luz de las velas, porque ya tienen cortado el suministro eléctrico, Mr. Harries cubre los pies de su esposa tendida en la cama con ambos abrigos. La recta final de la campaña electoral a la Presidencia de los Estados Unidos de América llega a su fin. Las sedes de ambos candidatos rebosan una de alegría y la otra de decepción tras la suma de los respectivos delegados. Acaba la fiesta y con ello empieza otra vez la competición. Mientras, en las calles de Nueva York, Carlota sortea los charcos que a su paso ha dejado la lluvia.

8 comentarios:

  1. Es tan real lo que describes que voy caminando por la Cslle 14 con Carlota al lado. No te pares. Un beso, nena

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  2. Querida amiga, cuando leo tus relatos, siento la nostalgia que me venia encima cuando vivia en EE.UU. trasmites tan bien los sentimientos y las emociones que reviven en mi con total presencia, Un beso fuerte

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  3. Antonio Álvarezenero 15, 2018

    Cuando pienso que no te leía desde al "año pasado" y lo he soportado, veo que estoy curtido en la adversidad... ¡Qué lujo poder leerte! He sentido tan cerca a Carlota, que solo me ha faltado estornudar por su pelo.
    Gracias por este nuevo regalo, agradecido por hacerme sentir tanto. Un beso, amiga. Te camelo.

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  4. Esta entrega tiene un desarrollo muy acertado y a mi entender toca el núcleo de tu historia, que desde un principio cuenta lo que dejamos atrás, lo que encontramos y como nos las ingeniamos para echar raíces. Nos hablas de desarraigo, de arraigo, de mirada al frente como el largo pasillo que sigue Eric y eso que retiene nuestra pupila. Proporcionas un montón de herramientas en el texto que nos seducen y que nos piden continuar con la siguiente página. Excelente.

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  5. Mientras leo me veo en Nueva York, y eso que no lo conozco. Que bien lo describes todo,sigue así. Besos.

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  6. Miguel Ángelenero 21, 2018

    Me parece un texto redondo, lleno de detalles sutiles ("las diminutas hebras de tabaco flotando en la saliva",...), empezando y terminando con Carlota. Haces que el lector se sumerja con facilidad en las circunstancias y psicología de los diversos personajes. Hasta el próximo. Un abrazo.

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  7. Sigues con una gran racha. Enhorabuena. Un abrazo.

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  8. Querida Mayte :por varios motivos he estado ausente de el e mail. Como más vale tarde que nunca y aún estamos en enero.Te deseo un año 2018 prospero y feliz .Ahora estoy gozando de lo lindo con esas magnifica entregas de la Paya .Un abrazo

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