domingo, 11 de enero de 2015

Donde hay que estar

Primera página del nuevo año:
A Amalia y Mari: Carol y Javi;
Maite Pisonero;
Miguel Ángel Lozano; Jesús Aguilar;
    Maruja Torres;
Victoria y Paco García; Nieves Sanz;
Lourdes Goy Vendrel.
Marta, Usua, Bego y Alfredo;
Víctor Manuel y Ana Belén;
Concha Cuetos; 
 Toñi, Paco, Sergio, Rosa;
Mariló Gálvez; Jacinto “Guti”; Antonio y Ana.
Y por supuesto a Fabiola G. Gomez.
 
Bajo la sombra invernal del avellano que hay cercano al cementerio, contó diez pasos al sur y cinco al este, y supuso que ahí estaría enterrada la caja de zapatos que, tiempo atrás, sepultaran su hermano pequeño y él, llena de secretos infantiles, de verdaderos tesoros que, en tiempos donde los juguetes escaseaban, la imaginación crecía. Con la ayuda de una pala removió la tierra. Los crujidos del campo en el silencio de la noche, la presencia de animales salvajes, que de cuando en cuando rondaban por la zona, y las luces del pueblo a lo lejos, que destellaban intermitentes dentro del marco del cielo, hicieron las veces de séquito a la emoción que le embelesaba al encontrarse con su pasado al cabo de tantos años.
            Cuando los suyos marcharon a probar fortuna a la capital, haciéndose cargo de una portería recomendados por unos conocidos, él, Antonio, al que llamaban Tonín, decidió quedarse en la aldea con los abuelos y seguir cultivando los terrenos que hasta entonces les habían dado de comer a todos. Su hermano mayor, que entre siega y siega hizo un curso de fontanería a distancia, montó, una vez instalados en la ciudad, un humilde taller con su padre –quien, además de saber del oficio, aportó los ahorros y figuró en los estatutos como único inversor– que en pocos meses proporcionaría un gran respiro a la economía familiar, hasta el punto de que en poco tiempo pudieron alquilar un piso mucho más grande donde vivir holgados los siete miembros. El buen ojo para los negocios del segundo de sus hermanos les condujo a ampliar la empresa, ubicándola en una tienda –que al final fueron cuatro– con venta al público –más servicio técnico, como es lógico– atendidas por las tres chicas y las dos cuñadas. Saneamientos Crespo e hijos pasó a ser en pocos meses una compañía familiar donde cada uno era una pieza importante para el buen funcionamiento del conjunto. Tanto fue así que lograron convencer a la madre para que dejara la portería. Se la veía contenta y orgullosa de todos sus seis hijos, aunque llevaba clavada la espina de tener lejos a Tonín, el mediano, el más parecido a ella en el carácter: soñador e introvertido. Pero el disfrute de esta mujer apenas duró, puesto que enfermó y murió a los dos años.
            Seguir los pasos del abuelo Justo ejerciendo de agricultor no era quizá el porvenir que habrían querido sus padres para él; sin embargo, ese modo de vida, elegido con elementos tan sencillos, se le antojaba la mejor manera de ser feliz: la cultura del campo, los guisos de la abuela Clara, el olor a puchero que salía hasta las cuadras, las novelas del oeste que después de la cena leía en alto, con voz ronca, de misterio, profunda, para su concurrido público –Justo, Clara, Fidel y el sobrino de éste, los vecinos de arriba de la cuesta–, los diálogos que mantenía con la naturaleza mientras trabajaba y Matilde –apodada “la americana” porque su madre la tuvo con un inglés que vino de paso–, aquella chica de su misma edad que vivía a dos kilómetros del resto, en la granja del Carmelo, y en quien pensaba cada día mientras perfeccionaba el arte del onanismo en la intimidad de su cuarto.
            Con la llegada de la primavera lo hizo también la partida de Matilde que, según contaron, harta de las palizas que le propinaba su padrastro, se largó con unos forasteros que la recogieron en el camino de la ermita haciendo autoestop. De esa manera, Tonín se fue quedando solo: primero desapareció ella, luego murió Justo, al poco Fidel y por último Clara. Así que, cuando la soledad le daba retortijones de añoranza y anublaba la normalidad en su vida, le sobrevenía un golpe de lágrimas y pensaba en los suyos mientras miraba a su alrededor y recordaba las paredes de la casa desconchadas de travesuras y los pellizcos de risa que arrancaban a la sobriedad de  los mayores, siempre tan serios, tan rectos, tan meticulosos respecto a costumbres y rutinas, tan poco dados a la espontaneidad…
            Desde que la madre murió tenían poco contacto. No por nada en especial; se querían, pero eran bastante despegados. Suponía que estarían bien, que les iría estupendo: situados, con solvencia económica, comodidades, buenos coches... Una de sus hermanas encontró marido, y el tipo resultó ser un espabilado al que le importaba poco el amor y mucho el dinero, pero lo más llamativo del asunto es que formó piña y equipo con el cuñado, el que llevaba la parte administrativa de las tiendas, y hacía y deshacía a su gusto, vulnerando la opinión del señor Crespo, que no aprobaba tan turbias maniobras. Los últimos años de vida de éste estuvieron marcados por un estado de salud bastante frágil. Tonín le visitó en varias ocasiones, hasta que sintió que su padre se despedía de él con la mirada y ya no volvió. Días después, recibió aviso comunicándole el fallecimiento.
            La caja de zapatos estaba donde imaginó, y no parecía en mal estado. Dentro había un tirachinas, chapas, una baraja de naipes con los ases marcados, una taba y un pedazo de trapo con el que seguramente jugaban al pañuelo. También encontró una nota que, a escondidas de él, debió guardar su hermano, y que decía: “Te espero a las ocho de la tarde en los huertos. Siempre tuya. Matilde”. ¡Qué cabronazo! –Dijo, partido de la risa–. Recostada la espalda en el avellano, con las piernas cruzadas, estiradas, y el mentón subido,  repitió las últimas palabras que le dijera su padre: “no permitas que nos sigan engañando y arruinen el futuro de los niños”, refiriéndose a los nietos. Pero la verdad es que Tonín no se sentía preparado para acometer dicho encargo. Nunca le interesaron los negocios de la familia, nunca pidió nada, aunque tampoco se lo ofrecieron. De modo que se limitaría a acudir a la cita recibida del notario y poco más.
            Estudió un rato la posición de la luna y la proyección de esta en los bordes picudos de las montañas, calculando que debían ser más o menos las cinco menos cuarto de la madrugada. En hora y cuarto llegaría el taxi para llevarlo a la ciudad. Estaba helado y, si no entonaba el cuerpo y los huesos con algo caliente, no podría dar un solo paso. Se echó la caja bajo el brazo y tomó el camino de su casa. Antes de llegar vio luces y mucho movimiento en el establo de su amigo y vecino el sobrino de Fidel. Entró a ver qué pasaba y le vio desbordado y desesperado, porque no atinaba a retener la hemorragia que tenía la yegua, que se había puesto de parto y uno de los potrillos venía mal. Tonín se arrodilló y remangó al lado de su amigo. Entre ambos trataron de mantener al animal con vida. Antonio Crespo respiró hondo y tiró con todas sus fuerzas de las patas de la cría, sabiendo que con eso podía matar a la madre. Tres horas después, exhaustos, rotos de cansancio, se abrazaron emocionados de alegría, al ver que la jaca y su cría se habían salvado...
            El taxista, cansado de esperar, se marchó, no sin antes dejar una tarjeta pegada en la puerta de la casa. Tonín cogió la moto y fue al bar del pueblo más cercano a llamar por teléfono a la notaría para excusarse. Aguantó la bronca que, con razón, le cayó encima; los reproches de sus hermanos vendrían después. Pero no le preocupó lo más mínimo porque, una vez más, había elegido, por encima de los intereses, su estilo de vida.

(Nota: Dedicar un texto no necesariamente significa que la historia narrada sea biográfica, son gestos que se hacen con cariño a personas que por diversas circunstancias hacen contigo el camino de la vida).

15 comentarios:

  1. Bellísima diferencia entre la vida rural y la urbana. No puedo estar más de acuerdo contigo en la "nota final". Bienvenida, nena.

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  2. Jacinto Gutiérrezenero 11, 2015

    Grande. Muy grande. Querida Mayte, la contención de estas semanas te ha elevado dos palmos del suelo. Gracias.

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  3. Fabiola G. Gomezenero 11, 2015

    Antes de leerlo, siempre lo comparto, porque sé que igual que a mí me va encantar esta cita con Mayte Mejia Bejarano cada Domingo, a quienes la leen también y después de leer el relato, lo vuelvo a compartir, porque ya he confirmado lo que ya sabía, que me llega al alma lo que escribe, pero es que esta vez, figuro entre sus dedicatorias y he sentido tal emoción, que ni una imagen ni cien mil palabras pueden explicar lo que siento, es un honor tan grande que hace que me ponga muy muy colorada, como cuando era adolescente. Gracias Mayte!

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  4. Ya te echábamos de menos. Un beso.

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  5. ¡Muy bien dicho! Parecemos una manifestacion de gente. ¡Tu gente! Gracias por la dedicatoria. Besos.

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  6. Maite Pisoneroenero 11, 2015

    Instantáneas de una vida con un antes y la puerta abierta para un después.

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  7. Me ha encantado el relato, como todo lo que escribes. Te vas superando y haces que me meta en la historia sin darme cuenta. Un beso.

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  8. Momentos, instantes de vida, de antes y después en los que la escritora nos sumerge y logra que nos rocemos con los protagonistas del relato. Gracias Mayte. Un honor leerte y un placer el poder indagar entre las vivencias de tus personajes.
    Por la dedicatoria, una sonrisa. ..

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  9. Tonín sabía ser feliz, lo cual no es poca cosa. Mis mejores deseos para 2015 para tí y los lectores de tu blog. Ojalá este año sea para tod@s mucho mejos. Gracias por la dedicatoria, aún en la distancia, estoy ahí.

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  10. Qué bien te sentó el descanso. Cómo te superas y con qué facilidad erizas mi piel con tus relatos...
    ¿Y cómo agradecer la dedicatoria? Con palabras se me hace muy difícil. Busco y solamente encuentro 'gracias'. Me parece tan pobre... y más si la comparo con tu grandeza humana. En fin, me rindo, claro.
    Gracias, muchas gracias, querida Mayte. Besos y nuestro cariño.

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  11. Jesús Aguilarenero 12, 2015

    Buenos días Mayte
    He leído tu relato y me he trasladado al despacho tradicional de los notarios, de estos que huelen a protocolo rancio. Tus palabras lo convierten en un lugar afable a la sombra de un avellano, cuando Tonín tu protagonista se pone a remover la tierra, que eso es al fin y al cabo leer un testamento, para encontrar lo que uno deja.
    Tu dejas ese rastro vital en la historia que acaba con un parto agitado y exitoso. Relatas una vida que se asienta en el buen vivir, el que se hace con sencillez.
    Tienes la virtud de arrancar tu relato como si quien te lee perteneciera al "concurrido público" que escucha leer a Tonín en alto esas novelas del oeste que tanto le gustan. Comienzas como si ya todos estuviéramos sentados hace mucho rato escuchando la historia que se había enterrado hace muchos años. Felicidades.
    Matilde es ese personaje que se escapa, que se le escapa a Tonín. Aunque le echa la culpa a su hermano, "cabronazo", es posible que al pasar las horas se dijera a sí mismo "que gilipollas fui", porque no se atrevió a tener iniciativa. Genial tu descripción de los alivios nocturnos, que nos descubre un carácter tímido del protagonista.
    Tu manera de contar cómo Tonín siente el desfile de gente que se va y su percepción de la vida que guarda la mirada inocente de la infancia, contrastada con la mirada adulta. Ahí esta el reencuentro con la caja de zapatos donde guardó cosas que han permanecido igual, mientras en la vida todo va cambiando, envejeciendo y desapareciendo.
    Este relato me ha encantado. Has de sentirte orgullosa de tu manera de escribir. A mi me anima a seguir aprendiendo.
    Un fuerte abrazo amiga.

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  12. Hola Mayte

    Sabes que me encantan, la dedicatoria me llena de orgullo por pertecer a este gran grupo, pero lo que me más te agradezco es de poder verte, hablar contigo, reirme y verte reir y poder disfrutar de la vida a nuestro estilo, como Tonin.

    Besos

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  13. Paco Mendozaenero 14, 2015

    Es un placer seguirte y ver como estas creciendo día a día. En este mundo tan exigente y tan lleno de interesados, es muy importante de vez en cuando tener a alguien como tú, que nos recuerde que todavía quedan personas que viven ajenas a intereses y dispuesta a echar una mano a sus amigos cuando lo necesitan. Muchas gracias por tu relatos besos fuertes de Toñi y Paco

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  14. Excelente, Mayte. Haces que el lector se imbuya en la trama de tu relato y disfrute siendo parte de ella.
    Abrazos desde Málaga

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  15. Mayte me ha encantado ¡¡¡
    Sigue así, espero que no cambies,
    Un beso ¡¡

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