domingo, 8 de diciembre de 2013

Pensamientos sueltos


Cuando uno empieza a comprender las cosas, es hora de marcharse.
Fernando Trueba y Jean-Claude Carriere

Dejó que sonara el tono de llamada: una, dos, tres..., hasta quince veces.  Lo hizo con el remordimiento que nos entra cuando pensamos que no hemos elegido el mejor de los momentos. Colocó la mirada con tristeza en un punto vacío del horizonte y  respiró con pesadumbre, como si la intensidad del silencio envejeciera a la materia y al alma. Frunció la frente, quitó el auricular del oído, y cortó la comunicación sin más. Atravesaba una etapa complicada. Una de esas crisis que aparecen en momentos puntuales de la vida, planteando el eterno dilema: ¿Qué coño hago yo aquí? En esa situación, y angustiada con sólo pensar que tenía que pasarse sola lo que quedaba de fin de semana, buscó la compañía de alguien querido, alguien que la conociera bien por si flaqueaba. Así que, en lugar de llamar otra vez, decidió que lo mejor sería redactar un breve whatsapp: “Hola guapa. ¿Comemos juntas y luego nos hacemos un cine? Besos”. Vio en pantalla que la destinataria se puso en línea, señal de que lo estaba leyendo. Mientras aguardaba respuesta, con la misma impaciencia que el estómago a falta de pan se pone en la cola del hambre, pensó que dejar sin contestar estas notas, o los emails, es una falta de delicadeza por parte de quien recibe. Sin embargo, sabía muy bien que lo correcto en estos casos era esperar unos minutos, aunque se hicieran interminables. Pero, en vista de que no saltaba el aviso de un nuevo mensaje, se metió en configuración del teléfono y seleccionó modo avión. Se puso en bandolera la bolsa donde llevaba el ordenador y otros documentos. Apagó el libro electrónico que sujetaba con una mano, y deseó con todas sus fuerzas que existiera un sitio donde solicitar la conmutación de la pena del corazón. Entró al Parque del Retiro con la misma lírica que se entra a los versos, y, ajena al suelo que pisaba, parecido a una corteza de alquitrán llena de lágrimas, buscó un lugar apartado de las zonas transitadas. Un rincón donde el paso de las horas, o el cambio de luz, transcurrieran sin agobios, y le sirviera de marco para descifrar y para comprender por qué se tambalean las cosas menudas, cuando pensamos que somos un solar abandonado.
            Finales de noviembre estaba siendo duro, en cuanto al tiempo. Hacía un frío de justicia, que impedía disfrutar del aire libre. Al fondo de un camino algo retirado, divisó una terraza acristalada; se acercó hasta ella y pasó al interior. A pesar de ser viernes, todavía no había mucha gente, por lo que pudo elegir una de las mesas que estaban pegadas al ventanal. Dejó sus cosas en ella y fue a pedir la consumición. Pensó que la persona que despachaba, por su acento, era de la Europa Oriental, y su expresión denotaba el desdén de alguien muy cansado de escuchar tonterías muy repetidas al otro lado de la barra. Calculó que podría ser de Bulgaria o de Polonia, a saber. Pidió un café con leche y se lo llevó a su sitio. Había llegado hasta ahí para despegar del pensamiento las cosas incómodas e intentar encontrar las claves que quizá la ayudaran a salir del círculo viciado de pesimismo alimentado por sus circunstancias actuales. Mirar por la ventana es como escribir con los ojos la biografía de la vida que sucede fuera, sin nosotros en el papel protagonista, pensó.
            Tenía muy bien aprendido que huir de uno mismo te convierte en residuo que flota sin dirección en el Cosmos. Por eso su meta más inmediata era recuperarse y levantar cabeza. Reconocía que tenía a su favor elementos muy deseables: Una profesión agradecida que ahora empezaba a dar sus frutos, buenos amigos con un alto concepto de la amistad, unos principios por los que regirse. Todo atractivo y envidiable. Sin embargo, no era feliz. Y no lo era porque le faltaba el amor. Ese amor que nos fundamenta como ser humano que se entrega, que admira lo que hace el otro,  que respeta lo que dice, que siente y valora, se reinventa y se crece, se cae y se levanta. Y lo hace pegado a uno, en el mismo párrafo del libro en común. No era feliz, pero aspiraba a ello. Y a pasar página a las malas noches, a las tardes de desconsuelo, al vaso ni lleno ni vacío, sino hecho añicos. A la zozobra, al desamor, y a ese mal compañero de viaje que es la preocupación de quedarse atrapada en la soledad.
            Llevaba un año sufriendo acoso psicológico y alguna agresión física, “de poca importancia”, según consta en los documentos oficiales de denuncia. Increíble y estremecedor sólo leerlo, ya que la realidad iba por otro lado. Sabía que estaba al límite de su capacidad de aguante y que las fuerzas empezaban a fallarle. Me refiero a las fuerzas mentales porque, sin lugar a dudas, descubrir que la persona que se ha querido durante veinte años se ha convertido en un psicópata enfermo y desconocido atemoriza y descoloca a cualquiera. Sufría en silencio, lloraba en silencio, vivía en silencio…
            Cuando quiso darse cuenta la tarde había tupido de gris la copa de los árboles, y la cafetería se había llenado de conversaciones. Desactivó el modo avión y mantuvo el smartphone unos segundos fuera del bolsillo… Pero no había nada nuevo: ni notas, ni llamadas perdidas, ni nada de nada. Se levantó muy despacio, recogió sus cosas y salió de allí. El viento que soplaba como hoja de cuchillo intensificaba la sensación de frío en su rostro. Caminaba meditando cada paso, cuidando muy bien dónde pisaba para no lastimar los restos caídos de otoño. Seguramente no había sacado grandes conclusiones, ni habría reforzado su resistencia, pero comprender que debía dialogar con ella más a menudo le había abierto la puerta de la comunicación, la misma que nosotros, conscientemente a veces, cerramos  porque no queremos ver.

10 comentarios:

  1. Miguel Ángeldiciembre 08, 2013

    Escrito de mucha sensibilidad, describiendo sentimientos y sensaciones de forma muy matizada, para lectores de paladares finos. Me resulta fácil meterme en ese mundo y en ese ambiente del Retiro, con ese tiempo,... Un beso.

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  2. Una de tus muchas cualidades, además de la puntualidad, es esa: que jamás dejas a nadie sin respuesta. Te caracteriza una respetuosa educación cívica que ya quisiéramos muchos. Magnífico relato, como siempre, Mayte, con bellas metáforas.

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  3. Mayte, gracias por tus"Pensamientos sueltos". Tierno y duro a la vez.
    Siempre que te leo, me identifico con algún sentimiento que tan bien expresas a partir de tus personajes. Un beso.

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  4. Yo tambien me he identificado con lo que he leído. Tambien he desconectado el movil en alguna ocasion para "descansar" de la ansiedad de una respuesta que no llega.

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  5. Precioso, Mayte. Me ha encantado y emocionado :"Y a pasar página a las malas noches, a las tardes de desconsuelo, al vaso ni lleno ni vacío, sino hecho añicos. A la zozobra, al desamor, y a ese mal compañero de viaje que es la preocupación de quedarse atrapada en la soledad."
    Lourdes

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  6. Las nuevas tecnologías es lo que tienen, que te das cuenta de lo que le importas o no a algunas personas y no hay " tu tía " no te pueden decir que no han oído la llamada o no han visto el mensaje; debe ser muy triste como muy bien relatas llevarte esas decepciones.
    Me gusta la facilidad con que consigues meternos en tus historias.
    Un beso fuerte.

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  7. Hilario Camacho cantaba una canción que decia,'que solo estás,enmedio de tanta gente,que solo estás'.Esa figura mirando por la ventana,se abstrae del tiempo y mira cómo pasa la vida.Después se retira meditando cada paso, cuidando muy bien dónde pisaba para no lastimar los restos caídos de otoño,los girones de tiempos pasados.........Muy bueno Mayte.
    Un beso.

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  8. Gracias Mayte por tu precioso escrito que a traves de las hermosas metáforas nos llevas a un terreno que de alguna manera ya hemos recorrido con el devenir del tiempo.
    Un abrazo

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  9. Gracias, cada vez que te leo pienso de manera más sencilla sobre las cosas importantes de la vida y lo que realmente nos hace feliz, déjame que comparta contigo 2 citas que creo que te gustaran porque de ellas extraigo que cada día que vivimos debemos de disfrutarlo como si fuera el último. Me gustaría que alguno que tus próximos relatos hablaran de momentos alegres y divertidos.

    Un Beso

    La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse. Joaquin Sabina.

    Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Woody Allen

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  10. Una cierra la puerta a la amargura y la abre a la esperanza. Pero no a la esperanza de esperar...sino a la esperanza de vivir.

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