domingo, 7 de octubre de 2012

Vendrá octubre


(Pido disculpas a Usua, Marta, Lara, Bego, Alfredo…, los chicos de la primera fila, por si no respeto bien el orden de las canciones).
A Ana Belén

Guardaba esa botella de vino francés, cosecha del setenta y seis, comprada en el Aeropuerto de París, para una celebración especial, y la que traigo hasta estas líneas lo es sobradamente. Vivo en el barrio de La Latina, en un loft de pocos metros pero bien aprovechados. La cocina, tipo americana, está ubicada en la zona de más luz, y separada del resto por un mostrador, que hace también a veces de mesa de despacho. Del cajón de los cubiertos con diseño compartimentado, de esos modernos que hay ahora, saco el abridor, cuyo mango es, nada más y nada menos, que la mismísima Estatua de la Libertad, un icono de souvenir como otro cualquiera. La descorcho y, con temple para no derramar el caldo, me sirvo una cantidad generosa, en la copa de talle alto que he elegido para la ocasión. Huele bien, y su textura con cuerpo trae hasta mi memoria el recuerdo de ese viaje, de los cafés parisinos, absolutamente más bohemios de lo que me habían contado. O la espectacularidad de los Campos Elíseos, y la belleza inconmensurable del Sena… Lástima que ahora no tenga tiempo para evocar y recrearme en aquellos días irrepetibles, pero el vaquero y la camiseta negra de algodón, planchados y preparados sobre los pies de la cama, desde bien temprano, me aguardan junto a la cartera y la entrada para el concierto que voy a disfrutar en breve.
                Cuando llegué a la plaza de Santa Ana, procedente de la calle de la Ruda donde vivo, eran algo más de las siete y veinte de la tarde, y la primera caricia para mis ojos fue una foto grande de Ana Belén, que ocupaba buena parte de la fachada del teatro Español, presentando la gira de A los hombres que amé. En las inmediaciones del edificio, así como en terrazas próximas, de bares y cervecerías, ya se iban agrupando los asistentes. Unos con el disco en la mano, otros con el resguardo de Internet para retirar su localidad en taquilla, y todos con la cara radiante de felicidad y el corazón permeable para recibir a la artista madrileña, nacida, ahí es nada, entre Embajadores y Lavapiés. Esto sucedía fuera, porque dentro, quien más y quien menos, filtrábamos los nervios entre el baño y el vestíbulo. Ocupé mi butaca, y busqué hospedaje en la lectura del programa que me había entregado la acomodadora, aunque sin perder ningún detalle de lo que ocurría alrededor mío –las llegadas de Miguel Ríos, Iñaki Gabilondo, Rosa Torres Pardo, María Barranco…, personas a las que admiro profundamente, y a quienes caracteriza un alto grado de sensatez y naturalidad–. Me sabía todas las canciones, aunque no cometería la imprudencia de cantarlas; claro que esta afirmación, tajante y radical, después en caliente dejaría de cumplirse. La impresión que me dio el escenario fue de sobriedad; luego, cuando Ana apareció, cada rincón se pobló de vida. Cinco minutos antes de las ocho, hora del comienzo, un Víctor Manuel discreto y respetuoso, se quedaba recostado en una de las puertas centrales de acceso al patio de butacas, con el fin de no restarle ni un solo segundo de protagonismo a su mujer, esperando –como hacíamos el resto– a que se apagasen las luces. Y se apagaron. Entonces, David San José, Ovidio López, Ángel Crespo, Javier Sáiz y Santi Ibarretxe –La Banda– salieron a ocupar cada uno su lugar.
                Se me aceleraron las pulsaciones, y las manos, indecisas, no sabían si quedarse sobre mis rodillas o agarrarse fuerte a los brazos del asiento, porque tenía en ellas golpes de calor. Y cuando adelanté un poco uno de los pies, con el propósito de relajarlo, reconocí enseguida los primeros compases de Yo vengo a ofrecer mi corazón, una preciosa canción de Fito Páez, que en la garganta de la chica de la calle del Oso adquirió una belleza difícilmente de describir con palabras. Esa fue la primera ovación que se llevó Ana Belén, la primera de toda una noche llena de ellas, cuyo saludo inicial se le quebró en la voz, por la emoción de cantar en casa. Vestida toda de negro, con un traje pantalón y corpiño elegantísimo, por sus muchas tablas, con gran sencillez y guiños constantes al público, como hace siempre, hizo el tránsito de un tema a otro, llevando el concierto de manera magistral. Yo también nací en el 53, Peces de ciudad, Debajo del puente, Y sin embargo, Echo de menos, Canción pequeña, Si me nombras, El hombre del piano…, y claro, cuando se sentó en la silla plegable, preparada a su izquierda en el escenario, y cantó Ojalá que te vaya bonito de José Alfredo Jiménez, en una extraordinaria interpretación que nos regaló nuestra dama de la escena, simulando la imagen de una mujer vencida por el alcohol y la madrugada, el público, que ya estaba rendido a sus pies, vibraba con el espectacular gorjeo de la ranchera que hizo suya y particular, al recordarla como una de las canciones que sonaba en las radios por el patio de vecinos donde pasó su infancia. Yo miraba a uno u otro lado, y, contrariamente a lo que algún crítico escribió al día siguiente, Ana nos hizo estremecer a todos. Huelga decir que al llegar Contamíname y Derroche, la complicidad con David San José –gran músico y compositor–, deslumbraba a todo el teatro. Me tenía impresionada: la madrileña estuvo dos horas ininterrumpidas dándolo todo, reservándose para el final un apoteósico Sólo le pido a Dios, que cantamos juntos. Durante varios minutos la aclamamos aplaudiendo, hasta que no tuvo más remedio que reaparecer, y lo hizo pletórica, e invitándonos a permanecer de pie, bailamos con ella La Banda de Chico Buarque.
                Lo primero que hice al salir a la calle fue ponerme delante de la foto de la fachada, y agradecerle a Ana la oportunidad que me había dado de disfrutar de aquellas veintiocho historias irrepetibles de algunos de los hombres que ella ha amado.
                Camino de mi domicilio, yendo absolutamente feliz, mientras atravesaba Tirso de Molina, no pude dejar de tararear España camisa blanca de mi esperanza, emblemáticos versos que escribiera Víctor, en un momento importante de la Transición. Ya en casa, tras tomar un sorbo de la copa que había dejado en la mesilla, me dirigí a la estantería donde tengo las biografías y memorias de algunos ilustres, y cogí la de Santiago Carrillo para releerla. Amanecí hecha un cuatro en el sillón de la lectura, con el libro encima de mí, y el CD de A los hombres que amé sonando todavía en modo aleatorio. Sin embargo, quién me iba a decir que, justo una semana después de esto, me encontraría con gran dolor en la capilla ardiente de don Santiago, estrechando las manos de Jorge Carrillo Menéndez, agradecidísimo al presentarle mis respetos.
                Llegará octubre. Vendrá cargado de fríos, de recortes sociales, de movilizaciones, de protestas hacia el Gobierno, de reivindicaciones, asambleas, concentraciones contra la clase política que no nos representa, y manifestaciones defendiendo lo público que ha quedado tan en detrimento frente a lo privado. Y yo, seguramente, andaré metida en alguna de estas cosas, en nuevos proyectos, en otras lecturas o pendiente de algún viaje. Habrán de pasarme, cuando llegue octubre, muchas cosas, pero no dejaré de recordar un solo minuto de aquel concierto, ni, desde luego, a la gente maravillosa que gracias a él he conocido, ni la generosidad de Ana, que ya me había demostrado la vez que la esperé a las puerta del teatro Bellas Artes, ni la grandeza de la familia Carrillo Menéndez. En homenaje a todos ellos, y recordando las emociones vividas esos días, abriré una botella de vino, de Sant Sadurní d'Anoia. Cierro septiembre, y lo hago con los afectos adheridos muy en la piel, y la sensación de haber coronado la cima de una montaña maravillosa, una cordillera de treinta días inolvidables, que quedarán guardados para siempre en un sitio de honor de mi diario de ruta, cuando inaugure la primera fecha de octubre.





9 comentarios:

  1. Miguel Ángeloctubre 07, 2012

    Mayte: ¿No lo escribirías con una copita de más?, porque veo mucho alcohol: empieza la historia con vino, acaba con vino y, por el medio, Ana canta simulando estar bajo su influencia. Bromas aparte, es un escrito lleno de nostalgia, que nos retrotrae a otros tiempos, cuando eramos más jóvenes: la Transición, las canciones de Ana, Víctor Manuel, Carrillo,...Pero también con optimismo, como "La banda" de Chico Buarque. Un abrazo.

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  2. Manuel Veraoctubre 07, 2012

    Felicidades Mayte.Un beso

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  3. Esa sensibilidad...

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  4. Brindamos por ti, por la familia de Santiago Carrillo y por Ana Belén. Bonito relato.
    Consu y Andrés.

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  5. Precioso Mayte!! Zorionak!! Me ha encantado... :-)

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  6. Asistir a un concierto en directo, es siempre muy especial, pero si l@s artistas son nuestros preferid@s, ni te cuento. Las emociones y sentimientos se multiplican y las sensaciones son indesciptibles. Es una suerte disfrutarlas. aunque no es de miartistas favoritas, gracias por compartirlas.
    Abrazote

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  7. Se cierra septiembre, como bien dices, y se abre la vida; se sigue abriendo...Yo escuché a Víctor con la gira, bueno gira no, con la apertura de su alma a los que asistimos a "Vivir para cantarlo" y fue sensacional. Te entiendo. De los pocos placeres que nos deja la vida, que pasa sin pedir permiso, es permitirnos soñar un poco más si cabe. Celebro que disfrutas del concierto y nos lo contaras, tan bien contado. Saludos.

    De: losepas_joor@hotmail.com

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  8. Leer el concierto de Ana y digo bien leerlo porque yo no asistí, me transporta con la imaginación a esos barrios que también fueron los míos, cercanas todas esas calles que describes, y tu entusiasmo traspasa el papel , para imaginar la actuación de Ana y el escenario que relatas, mi querida Mayte como me gusta leerte, me gustan tus relatos, pero me encantaría que escribieras sobre tus viajes o tus vivencias en mi querido Madrid , estoy segura que los viviría como míos.
    Un beso.

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  9. Gracias Mayte.
    Besos

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