Un mes después de alcanzar la
mayoría de edad, Flora Peña quería salir por piernas de su aldea y de la
dictadura que en aquella prisión ejercía el padre que la había tocado en
suerte. Era hija de un déspota salvaje que, además de humillarla, la explotaba
y maltrataba con brutales palizas. Igual que a su madre, que en más de una
ocasión acababa con un brazo o pierna rotos. Cuando empezaba a caer la tarde
por el horizonte, y el único vecino que tenían andaba preparándose la cena,
Flora salía a quemar adrenalina por los senderos fantasma que rodeaban las
casas destruidas y abandonadas. Sofocada por la subida, se sentaba en lo alto
del cerro a recuperar aliento y repasar uno a uno, los detalles que la llevarían
al abordaje de su sueño: echarle arrestos para pasar al otro lado de las
montañas, donde la aguardaría una vida mejor.
Desde pequeña demostró una gran
capacidad para los estudios; era inteligente y muy rápida. Aprendió a leer y a
escribir gracias a la mujer del médico, que acompañaba a su marido una vez al
mes, desde A Coruña, a pasar consulta por las aldeas y pueblos que tenía a su cargo.
Entretanto él administraba medicinas, auscultaba pechos, exploraba gargantas y
aconsejaba métodos para no preñarse tan seguido, su esposa, bajo el cobertizo
del herrero, improvisaba un aula al aire libre con los niños que no habían
enfermado ni andaban trabajando en las tierras. Flora Peña pronto destacó de
sus compañeros, convirtiéndose en una alumna aplicada, hasta que su padre,
montando en cólera, prohibió que asistiera a la eventual escuela y, por
supuesto, la obligó a deshacerse de todo material escolar que tuviera.
Tras recibir una de las palizas
más violentas que recordaba, la mano del delirio le tendió una trampa,
sirviéndole de amarre para no dejarse morir. Durante un largo periodo de tiempo,
casi incalculable, estuvo inmovilizada en el lecho, esperando a que soldara la
rotura de pelvis provocada por los golpes que, esta vez, la había asestado su
padre con el mango de la azada. Sin embargo, en ese trance, y aun siendo todo
producto de la imaginación, vivió los mejores momentos de su existencia: los
más vehementes, eróticos, supremos, excitantes, genuinos… En alguna ocasión
había oído hablar a la maestra del hotel Bahía Costa, lugar paradisíaco situado
en el litoral mediterráneo, cuyo acceso estaba casi limitado a clientes muy
selectos. Gracias a que Flora trasladó hasta allí la fantasía de su desvarío,
no cayó en la demencia a la que bien podría haberla llevado su situación de
obligada inmovilidad. Es por ello que se embarcó a vivir una vida que jamás
tendría a este lado de la realidad.
Además de dirigir el hotel con
estricta intolerancia, la Flora Peña inventada que ahora nos ocupa, llevaba una
doble vida que desarrolla dentro de la habitación quince veintidós. Por la cama
de esa suite pasaron hombres adinerados que trajeron vinos gran reserva,
conspiraciones de gobierno, diamantes muy caros y traiciones a empresas que
finalmente arruinaron. Flora guardaba un amplio archivo con las debilidades de
sus amantes, por si, dado el caso, tenía que utilizarlo en su defensa. Buscaba
siempre el perfil de hombre débil, manipulable, pazguato. Hombres fáciles de
dominar en la cama y permisivos con la humillación, también en público. Con
absoluta crueldad jugaba con los sentimientos de las personas, reportándola una
satisfacción tal, que a veces la alarmaba. Iba de diva, de diosa, y disfrutaba
denigrando a los, obreros, que tenía absolutamente explotados. Incluso llegó en
una ocasión a abofetear a una camarera del restaurante, por montar un mantel
descuadrado delante de los clientes. Esta Flora perversa, que en nada se
asemejaba a la de la aldea, fortaleció por dentro a aquella, según tomaba
conciencia de su situación.
Hacia el final de la
convalecencia, el sueño del hotel se desvanecía y la austera cruda realidad
tomaba fuerza. Ya podía ponerse en pie y caminar, aunque de forma lenta, encorvada.
Una mañana de primavera salió un rato a tomar el sol; hacía un día precioso, saludable, un día con luces y
sombras que no olvidaría jamás. A lo lejos divisó una silueta que, por los
andares, bien podría ser la de su padre. Era. Venía cargado de aguardiente, más
que de costumbre. Al momento supo que la tomaría con una de ellas. Un segundo
antes de presentir un golpe en la cabeza, que bien podría haberla dejado en el
sitio, se giró reaccionando a tiempo. Entonces, la otra Flora, la inventada, la
tomó de la mano y se apoderó de ella, allanándola el camino, para tomar una
decisión: huir inmediatamente de aquel horrible lugar, lo que significaba, por
otro lado, entregar a cambio la vida de su madre, o matar con sus propias manos
a aquel ser despreciable, a aquel monstruo inhumano, que había arrancado, una a
una, todas las pieles de su esperanza. No le quedaba otra.
(Afortunadamente, la frontera que
separa la ficción de la realidad, cuenta con herramientas legales para luchar contra
ese terrorismo: Denunciar, casas de acogida, protección policial más o menos
permanente, órdenes de alejamiento, dispositivo electrónico de seguimiento y
que consiste en: pulsera que porta el agresor y un receptor la víctima,
teléfono especial, etcétera. Y, sobre todo, por favor, cuando alguien tenga
constancia de un maltrato, que no calle. Hágalo saber a la autoridad
competente.)
Mayte, la atroz historia de la vida de Flora pasa mucho detrás de las puertas cerradas de las casas. Y lo mejor, tu consejo, por si a alguien le ocurre, o ve que otros lo sufren.
ResponderEliminarSegún lo iba leyendo, veía una película... hay una peli en tu artículo. Muy bueno.
ResponderEliminarHace unos años mataron a una de mis vecinas, el resto permanecimos escondidos en nuestras casas sin hacer nada, estaré arrepentido toda la vida.
ResponderEliminarSupongo que antes se darían muchos casos de éstos, eso lo hacía la ignorancia y falta de cultura aparte de que se les tenía " mucho respeto "...... por no decir miedo a los padres.Menos mal que las cosas han cambiado por lo menos entre padres e hijos, aunque tampoco comparto la mano blanda de ahora, pero de ninguna manera se debe mirar hacia otro lado cuando se ven casos de violencia de género.
ResponderEliminarHace aproximadamente un mes, en Collado Villalba, murió Avellaneda, de 17 años, a manos de una anterior pareja. Y yo tengo entre mis alumnas a una de 16 años, embarazada además, que sufre cierto maltrato por parte de su novio. El tema está en manos de distintas instancias. Parece difícil de creer pero estas cosas siguen pasando, y yo no veo muchos datos de avance. ¡Cuánto le cuesta a la humanidad progresar!
ResponderEliminarMayte, has plasmado con bellas palabras una historia muy dura.
ResponderEliminarEn cuanto a este tema tan grave opino como Miguel Ángel, lo malo es que estas cosas siguen pasando. Aún la mentalidad de muchas de nuestras jóvenes, adolescentes no ha cambiado. Hay quienes "aceptan" ese maltrato, o no lo ven, lo jstifican. Lo veo muchas veces en las alumnas y actitudes de los chicos.