domingo, 2 de noviembre de 2025

En peligro de extinción

3.

Diane trabajaba desde hacía meses en un delicado reportaje sobre la creación de cultivos resistentes a las inclemencias meteorológicas que pretendía vender a la televisión pública, y para ello se trasladó por unas semanas a Washington donde se hallaba la sede central de la Corporación de Radiodifusión Pública de Estados Unidos, pendiendo ahora de un hilo tras el anuncio de cierre a consecuencia del recorte de financiación aprobado por el Congreso que dejará en el aire el futuro de cientos de emisoras en lugares tan remotos como Alaska y otros, también muy aislados, donde la única información que reciben sus habitantes llega a través, tan solo, de los viejos transistores en torno a los cuales los comensales se reúnen a la hora de la cena y escuchan las noticias locales. Ella conocía muy bien las dificultades del gremio ya que, como freelance, lo sufría a menudo. Los contrastes de las grandes ciudades con Big Timber pronto le trajeron a la memoria su vida anterior en Boston, por tanto, mientras durase su estancia en la capital recuperaría antiguas costumbres, por ejemplo, madrugar para salir a correr mucho antes del amanecer y de que los barrios tomen el pulso de lo cotidiano. A esa hora, cuando por la delgada línea del horizonte aún no ha despuntado el sol, recorrer la 401 9th Street, NW de la capital era todo un lujo, sin embargo, ahora la paz de esa calle se vio interrumpida por las unidades móviles de las cadenas de radio y televisión emplazadas hasta las puertas de la CPB en busca de la mejor exclusiva. Diane llevaba siempre consigo la acreditación de periodista, eso la permitió mezclarse entre ellos. Conversó con colegas de National Public Radio y de Public Broadcasting Servicie, y todos, más o menos, opinaron lo mismo: han declarado la guerra a los derechos y las libertades de los ciudadanos. Un grupo numeroso de personas vinieron a apoyar las protestas, pero rápidamente la policía local los dispersó. Una famosa entrevistadora, entrada en años, se acercó a los jóvenes reporteros a pedirles que no abandonasen la lucha, ya que esa era una de las profesiones más hermosas del mundo al servicio de los demás. Diane optó por apartarse. En Pennsylvania Ave NW, con el skyline de la Casa Blanca al fondo, compró un café americano en vaso grande, desechable, un perrito caliente con mucha mostaza y un donuts, estaba hambrienta, se sentó en un banco a comer y de paso llamó a casa.
          –Diles a las niñas que se pongan –dijo con la voz medio ronca.
          –¿Antes dime qué está pasando? –quiso saber Larry preocupado.
          –¿No has visto la noticia? –preguntó Diane.
          –No sé. ¿Cuál de ellas? –entonó distendido para suavizar la tensión.
         –Es una locura, van a despedir a cientos de empleados y en los rincones más inhóspitos del país la gente se quedará sin la única fuente de información.
        –Sí, he leído que cierran la Corporación. ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Dónde colocarás el reportaje que tanto te ha costado hacer? –mostró mucha empatía.
          –No lo sé, cariño, de momento me voy a quedar unos días más, después ya veremos. Todo anda muy revuelto pero, si me voy ahora, perderé la mejor oportunidad de darle salida al reportaje, son muchos meses recopilando datos como para tirarlo por la borda. ¿Cómo siguen las cosas por allí?
          –Igual, con mucho trabajo. Susan está recogiendo para Ashley muestras de agua de varios sitios donde bebe el ganado, hemos encontrado más reses muertas y otras en muy mal estado, no obstante, según Paul, en el rancho no hay nada raro.
          –Por muy bien que se lleve con vosotros, nunca irá en contra del patrón. Ándate con cuidado.
          –Eso mismo te digo, no te metas en jaleos.
          –¿Has oído lo de la NASA? –preguntó al marido –. Los trabajadores protestan, a través de una carta, contra los recortes de Trump que reducen a la mitad el presupuesto de ciencia lo cual debilita la seguridad humana. El manifiesto lo firman también más de veinte premios Nobel, científicos relevantes y miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, así como otras personalidades. Es decir, a partir de ahora, cuando pidamos una hamburguesa gigante de carne de buey, no sabremos si estará en buenas condiciones para el consumo humano.
          –No, estoy leyendo el informe de la autopsia que Ashley J. Burris me envió por e-mail respecto a la muerte del ternero y la vaca donde los Maxwell –respondió él con tono preocupado.
          –¿Alguna cosa destacable? –se involucró como siempre hacían entre ellos.
          –Eso es lo preocupante, que aparentemente no hay nada hasta que profundizas y sacas en conclusión que puede haber algo escondido.
          –¿Y ella qué opina?
          –Lo mismo.
          –¿Lo sabe Susan? –continuó interesándose.
          –Claro –respondió tajante.
          –¿Y…?
          –Tampoco se lo cree. Fíjate, cuando Paul dejó a la intemperie algunos trozos de carne por si los buitres se los llevaban o no, puesto que planeaban por encima, fue muy significativo, elevaron el vuelo y pasaron de largo, suponemos que percibieron el olor putrefacto impregnando el ambiente.
          –Presiento que quieres ir más allá y te temo.
          –Sí, pero lo haré cuando vuelvas –se mostró cariñoso–. Ya tengo el presupuesto de la avería del automóvil, es bastante porque han de cambiar varias piezas.
          –Estarás cuidando mi Toyota 4runner, ¿no? –dijo en broma.
          –Por supuesto –rieron con ganas.
          –En fin, pásame a las niñas.
          –¡Te echo de menos! –entonó melancólico.
          –Y yo a ti –las chicas le quitaron el teléfono al padre y se lo llevaron para hablar con la madre en intimidad. Larry subrayó con un círculo la nota que venía escrita a mano en uno de los márgenes: agua contaminada, metales pesados, filtración…
          Ashley Burris miraba, por los grandes ventanales de la habitación que ocupaba en la planta cuarenta y cinco del Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square, a New York, la metrópoli que nunca duerme y pensaba en todas las veces que rechazó ofertas de trabajos muy tentadoras para trasladarse allí y abandonar Montana, lo que implicaría también dejar a su equipo, a su gente y la tranquilidad con la que investigaba sin presiones. Años atrás estuvo a punto de dar el salto a la ciudad de los rascacielos al mantener una relación con un químico afincado en Harlem, y al que conoció en un congreso internacional de ciencia y nuevas tecnologías, pero no se atrevió a hacerlo por temor a otro fracaso sentimental. Sobre la cama, cubriendo la sábana de seda color teja a juego con el almohadón algo más oscuro, tenía informes del simposio al que asistía sobre Genética Avanzada en Mamíferos, fundamental para entender la evolución que han alcanzado especies de larga duración. Abrió la computadora portátil y el documento donde escribía desde hacía meses el ensayo cuyo título era: ¿Llegarán los humanos a ser inmortales con la alteración del ADN? Interrogante que destapa el debate en el campo de la ciencia así como controversias éticas y filosóficas. Hay futuristas que mantienen la teoría de que reparando el daño celular podría alcanzarse la perpetuidad; otro, incluso todavía más fuera de la realidad, lanza la fecha de 2045, como el año en el que el hombre será inmortal y envejecer una enfermedad curable. Ashley sintió verdadero pánico de dichas predicciones aunque no les daba crédito, ya que el progreso lo entendía para mejorar el día a día en la vida de las personas, perfeccionando la investigación en terapias personalizadas que utilizan el sistema inmunológico del paciente combatiendo determinados cánceres. Un escalofrío recorrió su espalda y volvió a sentir un terror similar al de cuando era pequeña y se acercaban los lobos al límite del rancho. Antes de darse una ducha, perdió la mirada entre el tráfico y se dejó llevar por la imaginación hasta los alrededores del edificio Dakota, donde Mark David Chapman asesinó a John Lennon. Era pronto, y el acto no comenzaba hasta las 3:00 p.m., alargándose hasta la cena, así que, no se entretuvo demasiado y decidió ir a la Biblioteca Pública, de estilo arquitectónico Beaux-Arts, ubicada en Bryant Park en la 476 5th Ave, donde consultaría algunas publicaciones que le interesaban.
          –¿Dónde puedo encontrar estos títulos? –le enseñó los títulos a la persona que estaba libre en el mostrador.
          –Fondo derecha; en la zona de estudio está prohibido comer encima de los libros, beber haciendo ruido, hablar en voz alta y mascar chicle y tiene que silenciar el móvil –esa mujer es tonta, dijo para sí, dio media vuelta y se alejó por la galería.
          –¿Señora Burris? ¿Ashley Burris? –alguien pronunció su nombre por detrás.
          –Sí –se giró.
          –¿No me recuerda? –preguntó una simpática pelirroja con la cara llena de pecas, montones de carpetas bajo el brazo y una sonrisa de oreja a oreja.
          –Lo siento, pero no.
          –Hice las prácticas en Animal Center Veterinary Hospital y el último examen fue con usted.
          –¿Aprobaste? –trataba de hacer memoria.
          –Sí, sobresaliente –vocalizó orgullosa.
          –Sois tantos los que pasáis por allí, además de la incorporación cada poco tiempo de nuevos compañeros que es casi imposible quedarse con la cara de todos. Lo lamento.
          –Comprendo, sin embargo, la hice caso y, gracias a sus consejos, me especialicé en Patológica Veterinaria, es una rama apasionante, fundamentalmente por mantener constante la investigación y precisar más diagnósticos y nuevas enfermedades.
          –El mundo avanza deprisa –hizo intención de alejarse, pero la otra lo impidió.
          –Pues sí, y si además lo haces de buen agrado y rodeada de un equipo también estupendo, ayuda una barbaridad.
          –¡Aguarda un momento! ¿Tú escribiste en la revista nuestra el artículo: “Prolapso del pene en reptiles que fue muy comentado?
          –Exacto, yo misma –extendió la mano para saludarla.
          –¡Vaya, vaya! La armaste buena, ¿eh? –rio con ganas–. ¿Qué haces aquí?
          –Trabajar sin descanso, eso me da la vida. Dirijo un departamento de Patología Molecular en búfalos, además de colaborar allá donde se me reclama. ¿Y usted?
          –Participo en unas conferencias basadas en Genética Avanzada en Mamíferos, ya sabes, eventos cargados de mucha teoría y muy poco compromiso. Has hecho muy bien en haberme abordado. Oye, ¿dónde podemos charlar tranquilamente y cambiar impresiones, si tienes tiempo?
          –Será un placer. Acompáñeme, mrs Burris.
          –Llámame Ashley, ¿cuál es el tuyo?
          –Madge Campbell. –Bajaron las escalinatas de la entrada, compraron un café y se sentaron en una de las mesas redondas en las que también había estudiantes tomando un sándwich frío. Rodeadas del verde de los árboles y la lona de las sombrillas el tráfico infernal quedaba amortiguado. Conversaron como dos viejas amigas que no se veían en años, y lo hicieron de la vida, de política, de los últimos descubrimientos científicos hasta aterrizar en el tema que a Ashley Burris le interesaba.
          –Échale un vistazo a esto y dame una opinión –sacó otra copia igual a la enviada a Larry Erickson.
          –¡Ahora! –exclamó sorprendida.
          –Claro, tan solo dispongo de algo más de hora y media y no dudo en que lo harás en menos. –Mientras Madge se concentraba, ella contempló las torres colindantes, el bullicio de la gente caminando apresura el olor a alcantarilla con chillido de ratas tan grandes como conejos. Su celular no paraba de recibir mensajes, pero le pareció descortés mirarlos. Poco antes de alcanzar los sesenta minutos, dijo: ¿Y bien?
          –Fíjese en estos valores, parecen iguales, pero varían justo al nacer el ternero. ¿Por qué la vaca muestra esa irregularidad? No lo sabemos, sin embargo, está bastante claro que, tanto en la placenta como en sus análisis, se hallan sustancias no identificables de insecticidas. Mándeme las muestras que conserves en laboratorio y lo averiguaremos. A veces la clave está más cerca de lo que suponemos: en una industria química que vierte residuos, en la lucha descontrolada contra plagas, en las aguas residuales o como bien apuntas en las notas anexas, en el pozo de la antigua mina de cobre a cielo abierto.
          –Estoy impresionada. ¿Tienes prisa?
          –No, nadie me espera –lo dijo con nostalgia.
          –¿Te gustaría asistir al simposio? –propuso.
          –Por supuesto, será un verdadero placer para mí. –Sin dejar de hablar caminaron por la Quinta Avenida hasta el Hotel Riu Plaza Manhattan Times Square donde Ashley se cambió de ropa y cogió sus apuntes. Finalizado el acto se fueron juntas.
          –Y bien, ¿qué te ha parecido? –preguntó mientras salían por una de las puertas laterales para pasar desapercibidas.
          –Una experiencia fantástica de aprendizaje, conocer otras formas de diagnosticar más directas y sofisticadas –respondió Madge. Las dos mujeres intercambiaros direcciones de correos electrónicos y números de teléfono emplazándose a seguir en contacto y, por supuesto, colaborar juntas en algunos estudios.    Ashley J. Burris concluyó su estancia en Nueva York, sin embargo, no regresó de inmediato a Montana, ya que la Facultad de Medicina Veterinaria, de Washington, la invitó para dar tres conferencias. Al finalizar cada una de ellas salía a despejarse caminando por el downtown de la ciudad. De repente, asustada por el despliegue de la Guardia Nacional por si se trataba de una amenaza de atentado, torció hacia calles aledañas donde se enteró que cumplían órdenes del presidente Trump quien tenía pensado expulsar a los homeless, bajo el plan titulado: “liberar la capital de personas sintecho y delincuentes”. Ashley Burris y Diane Erickson, no coincidieron en la gran metrópoli, la primera regresó a Helena de madrugada, el vuelo salió del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington con veinticuatro horas de retraso, emocionada por todo lo vivido en Nueva York apenas había dormido, así que, en la sala de embarque dio una cabezadita; la segunda pensando en un próximo reportaje, permaneció unos días más visitando Anacostia y otras áreas donde la pobreza y tasa de no escolarización infantil ha aumentado sobre todo al este del río. Contrastes de casi todas las grandes urbes donde la brecha de la desigualdad se dispara.
          –Soy el comandante, abróchense los cinturones, despegamos –dijo por megafonía una voz ronca, la mayoría de los pasajeros cerraron los ojos con la tranquilidad de volver a casa.
          Susan Maxwell ha descubierto que Meredith Ellis ha dejado a Ecosystem Services Market Consortium, organización sin fines de lucro, que examine su granja y comprueben que, gracias a la técnica de ir cambiando los sitios donde pasta el ganado, se ha capturado anualmente unas 2.500 toneladas de dióxido de carbono atmosférico. También el profesor de agronomía Randy Jackson, en la Universidad de Wisconsin, campus de Madison, defiende iniciativas iguales o parecidas que moderen en la medida de lo posible la aceleración del cambio climático. Sin embargo, otros científicos como Rainer Roehe, en el Rural College de Escocia, ahondan en el terreno de la genética animal utilizando la cría para reducir las emisiones de metano en un 17% por generación hasta conseguir el 50% durante 10 años; también Ann Staiger, de la Universidad de Texas A&M. en Kingsville, versa su investigación en averiguar qué raza produce menos gases de efecto invernadero. Así que, con todo el material recopilado, puso rumbo al rancho con la esperanza de que el padre no estuviese allí y pasar un rato con Charly, ese viejo caballo aguantaba rayos y truenos.
          –Hola Paul –dijo sorprendiéndole de espaldas.
          –Hola. No te he oído llegar –dijo guardando rápidamente un papel en el bolsillo.
          –Pues es raro porque la camioneta tiene un ruido bastante fuerte –memorizó la marca de unos sacos de pienso para buscar después referencias en internet.
          –Si quieres luego le echo un vistazo, a veces es polvo que se adhiere en el tubo de escape, nada importante.
          –De acuerdo. ¿Cómo está Charly? –sacó el móvil y escribió en Google Sorghum company and other components S.A.
          –Hoy no ha querido salir de los establos –dijo Paul–, yo creo que le está llegando la hora. No obstante, se alegrará de verte.
          –¿Le vais a sacrificar? –preguntó entristecida.
          –Llegado el momento, sí, está sufriendo mucho –respondió tajante.
          –Entonces, mejor que Larry le inyecte algo, será menos doloroso.
          –¿Recuerdas?, por él estoy aquí –perdió la mirada hasta los límites de la propiedad–, quién me iba a decir a mí que después de salvarle la vida se la tendría que quitar.
          –Sí. En fin, parece que haya pasado un siglo –añadió ella nostálgica.
          –Apenas unos años, pero tú no has venido a recordar el pasado, ¿qué quieres? –la conocía muy bien.
          –Podías acompañarme, voy a llenar estos tubos y no conozco bien los lugares donde bebe y pasta el ganado.
          –Trae un mapa y marco algunos –respondió contrariado.
          –Preferiría disfrutar de tu compañía y contrastar opiniones.
          –Tu padre ha salido y yo no puedo dejar esto solo, no queda ningún vaquero, todos se fueron a la cantina, hoy ha sido día de cobro y ya sabes que la mitad de la paga se gasta en tragos con los compañeros –intuyó que el hombre mentía o no quería comprometerse, de momento, ya que tenían más en común de lo que él pensaba.
          Se dejó llevar por los pliegues de la imaginación y recordó las travesuras de la infancia y adolescencia, suyas y del hermano mayor escondiéndose en el granero a pasar de la borrachera, o la vez en que los gritos de la madre se oyeron por toda la hacienda al encontrar al muchacho tendido al pie de las escaleras ahogándose en su propio vómito. El sonido lejano del ferrocarril la trajo a la realidad, entonces miró hacia el cobertizo, aquella cabaña que guardaba el secreto de años atrás cuando uno de los jornaleros se quitó la vida y la familia lo mantuvo en secreto haciendo desaparecer el cuerpo una noche sin luna y sellando el lugar con un candado. Entornó bien los ojos para enfocar de frente y, a través de la ventana, palpitándole el corazón, vio varias sombras que se movían en su interior…

domingo, 19 de octubre de 2025

En peligro de extinción

2.

La noche anterior tuvieron una fuerte discusión respecto a la elección de universidad para las hijas, dos mellizas tan diferentes, como polos opuestos, criadas siempre dentro de un ambiente intelectual y de ricos valores, por lo que, ni la de Chicago y tampoco la de Temple, en Filadelfia, se ajustaban a su perfil, optando finalmente por la Estatal de Montana, situada en Bozeman, condado de Gallatin. Entremedias colaron también una discrepancia doméstica respecto a una pequeña obra de mejora en la casa, por eso Diane y Larry Erickson, el veterinario del condado de Sweet Gras, condujeron silenciosos las 158 millas que separaban Big Timber de la capital de Helena por la I-90 W y US-287 N, adonde ella asistiría a una conferencia sobre Nanotecnología en el campo de la medicina; y él a la cita mensual con colegas para compartir experimentos y crecer profesionalmente. Abstraídos por las espectaculares vistas montañosas de las avenidas, circularon hasta el centro de la ciudad pasando por delante del Capitolio y de la Catedral de Santa Elena. Un estampido de colores bañaba la zona comercial donde los lugareños y turistas adinerados saciaban el deseo de dejar temblando la tarjeta de crédito. Su arquitectura del siglo XIX es de las mejores del noroeste del país. Las cornisas de metal de los edificios y fachadas de piedra decorativas dan buena nota de elegancia, nada que ver con la parte más rural del Estado.
          –Te recogeré dentro de unas horas –la dijo.
          –Mejor ve a Goodwill Store, he de comprar ropa a las niñas.
          –¿De segunda mano? –preguntó algo sorprendido.
          –Sí. ¿No abogamos por darle una segunda utilidad a las cosas? –soltó tajante apeándose del coche mientras que él la observaba sonriente.
          –Te quiero –gritó giñándola el ojo.
          –Lo sé, my darlig –desapareció tras una puerta giratoria. Larry comprobó por el reloj que tenía tiempo de hacer un par de cosas antes de almorzar con los colegas.
          En Lewis & Clark Library compró algunos libros y números atrasados de Veterinary Avances y Genética, así como bibliografía sobre las consecuencias de reses muertas al nacer y fiebre aftosa tras la alarmante aparición de ampollas en las pezuñas de búfalos semienterrados detrás de matorrales en un camino abandonado que antaño conducía al rancho Maxwell; consultó también el archivo y adquirió un poco de literatura para toda la familia. Todavía disponía de cuarenta y cinco minutos, así que visitó el Animal Center Veterinary Hospital en busca de historiales, respecto a las alarmantes malformaciones congénitas detectadas en el ganado recién nacido, así como reses muertas en el útero de las vacas. Tenía la esperanza de que la forense veterinaria tuviese ya los resultados de las muestras que le envió para analizar. Una lluvia menuda encharcó el suelo del aparcamiento exterior repleto de grandes automóviles. Estacionó el Toyota 4runner de su esposa con tracción a las cuatro ruedas y cogió la mochila de piel marrón muy desgastada. Atravesó el largo y gélido pasillo de la planta baja hasta llegar a un espacio abierto donde un administrativo, con actitud de enfado y sin levantar la vista del mostrador, indicaba, con un ligero movimiento de manos, la flecha hacia los ascensores. Bajó hasta el sótano 3 y rápidamente percibió el fortísimo olor a desinfectante y cloroformo, además del lenguaje asustado de las cobayas encerradas. A izquierda y derecha compartimentos acristalados, con técnicos ensimismados en sus experimentos, daban la sensación de ir atravesando el tubo del futuro cada vez más perfeccionado e incierto. Llegó al área del laboratorio y ahí estaba su amiga.
          Ashley Burris era una investigadora nata implicada a fondo en su trabajo, entendiendo que en cada proyecto tenía que dar lo mejor de sí misma. Defensora a ultranza de las especies animales, se especializó en veterinaria forense cuando halló a su perrilla, en el porche de la casa de sus padres, asesinada brutalmente, entonces comprendió la necesidad de encontrar respuestas en los cuerpos fallecidos y, por consiguiente, descubrir y destapar cualquier maltrato e irregularidad natural que mostrase la autopsia. Su talante, controvertido con las decisiones tomadas muchas veces por los superiores, la han puesto, en numerosas ocasiones, en el centro de la diana. Nacida en Lakota, un pequeño pueblo de Dakota del Norte, tranquilo y rodeado de naturaleza, creció respetando todo lo relacionado con la tierra. Hija única de un reverendo de la Iglesia Baptist y una campesina, se enfrentó a ellos, aferrados a sus ideas ultraconservadoras, demostrándoles que llegaría muy alto como mujer y como científica, por lo cual desarrolló su carrera lejos del ámbito familiar que nunca la comprendió. Los primeros años fueron difíciles, pero poco a poco adquirió mucho prestigio, compaginando la jornada laboral en el hospital con conferencia que daba en diferentes estados. Se divorció a los pocos meses de contraer matrimonio con un biólogo molecular por incompatibilidad de caracteres.
          –¡Larry! –exclamó besándole en la mejilla–. ¿Cómo están Diane y las niñas?
          –Bien, las chicas haciéndose mayores, muy guapas. ¿Qué tal tú? ¿Te dieron los resultados de la biopsia?
          –Sí, era un bulto benigno, superficial, lo quitaron, y ya, ahora algún control rutinario por si reaparece y listo. Oye, tengo algo interesantísimo para ti, ven conmigo, entremos al despacho, no quiero que nos oigan. –Sobre la mesa llena de carpetas y libros de consulta hacía equilibrio una vieja computadora, retiró papeles manchados de grasa y a su vez, con un rápido movimiento de dedos, migas, tal vez del almuerzo. De las paredes colgaban títulos y diplomas enmarcados, así como también recortes de prensa donde aparecía junto a otras personalidades del mundo de la ciencia y de la política, sobre todo del Partido Demócrata –en el último selfi está con Kamala Harris–, además de una fotografía suya en la Universidad de Harvard donde es considerada una eminencia–. ¿Estás al corriente de que, por orden de la Administración Trump, quieren cerrar los laboratorios de la Agencia de Protección Ambiental que miden, por ejemplo, los niveles de veneno?
          –Sí, Diane me pone al corriente de cuantos atentados contra la democracia y el sistema están haciendo.
          –Pues si los cierran ¿cómo sabremos si una carne está contaminada o en condiciones de ser consumida?
          –No tengo respuesta, con estos estamos atados de pies y manos, cualquier insignificante redistribución de los distritos electorales a su favor, nos dejan con el trasero al descubierto, sin financiación y con fuga de talentos. Me muevo por comarcas muy pequeñas cuyos habitantes consideran a Trump el enviado de Jesucristo, el único que va a salvarlos. Trato de hacerles comprender lo importante de innovar en la mejora y salud de los animales, por el bien de ellos y el de los consumidores, pero no sirve de nada –concluyó algo apenado.
          –En fin, tengo los resultados –anunció–. El carnero tuvo mala suerte y pasó a engordar la estadística de la anomalía genética llamada policefalia, ya sabes dos cabezas y un solo ojo, pero encontré en las vísceras de la vaca sustancias químicas todavía sin identificar.
          –No entiendo –manifestó preocupación.
          –Últimamente llegan rumores sobre la contaminación del agua en aquella zona –buscaba algo dentro del cajón atestado de cosas.
          –No fastidies ¿A consecuencia de qué? –preguntó intrigado.
          –No estoy segura, pero puede ser de la mina de cobre a cielo abierto de Berkeley Pit –dijo Ashley.
          –Actualmente es un punto turístico, creo que hay un mirador desde el cual los visitantes contemplan el pozo –recordó Larry que sus hijas quisieron visitarlo alguna vez y al final ellos las convencieron para no hacerlo–. ¿En qué te fundamentas?
          –Es un sumidero de aguas subterráneas contaminadas, fácilmente llega a cualquier lugar donde el ganado beba. Lo más alucinante es que la sustancia encontrada no aparece en nuestra base de datos, por lo tanto, todavía no puedo ponerle nombre.
          –¿Cuál es el siguiente paso a seguir? –Larry se puso en pie para marcharse, miró el reloj y le quedaba el tiempo justo para llegar puntual a la cita.
          –Recoger agua en pequeñas botellas de aquellos lugares donde bebe o haya bebido el ganado y traérmelas.
          –Lo comentaré con Susan, nos ayudará, también sospecha que algo extraño está pasando no lejos de la propiedad de su familia.
          –La próxima semana viajo a Nueva York a un simposio sobre Genética Avanzada en Mamíferos, estaré cinco o seis días, allí cotejaré con otros colegas, a la vuelta contactamos. No obstante, si hay novedades nos comunicamos vía e-mail.
          –De acuerdo. Cuídate, la gente está muy desquiciada. Un tipo disparó hiriendo a unos agentes y matando a otro en un edificio de Manhattan. –Se despidieron con un par de besos en la mejilla.
          Paul Carter Junior, el capataz, sacó la correspondencia del buzón y la llevó a la casa grande donde se encargarían de hacer el reparto entre los muchachos, menos él que tenía autorización para coger lo suyo. Le llamó la atención un sobre con el afiche en un extremo del TÍO SAM –creado por James Montgomery Flagg para la Primera Guerra Mundial– y la bandera de los Estados Unidos de América debajo, pero lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón para seguir con la faena. Ensilló su Mustang salvaje comprado en la Exposición Ganadera y Rodeo de Houston años atrás. Cabalgó unas millas y, de camino al río Yellowstone, halló veinte cabezas de ganado muertas, buscó la marca del herraje para cerciorarse de que no era el escudo de los Maxwell, más allá había restos de vísceras y huellas de lobos, mezclado todo ello en la balsa de agua sucia impregnando la tierra cubierta de porquería. Con el celular tomó fotografías del escenario, también lo hizo del abrevadero donde suelen beber los animales, pero al acercarse el fortísimo olor a podrido le echó para atrás. No cabía duda de que ahí estaba pasando algo bastante raro. Regresó al rancho y decidió contárselo más tarde al amo ya que se le oía discutir con alguien dentro del despacho. Una vez en la soledad de la cabaña, se puso un whisky, abrió la carta y recordó parte del pasado del que apenas hablaba. A muy temprana edad sirvió a la patria alistándose en el Ejército, además, lo hizo también por motivos de supervivencia escapando de las garras de un padre violento, borracho y maltratador que molía a la madre a palos hasta dejarla sin sentido. “¡No la pegues más, bestia!”, gritaba impotente, pero en el casi fantasma pueblo de Lusk, condado de Niobrara, en Wyoming, donde nació, nadie acudía a su súplica desesperada. Por eso, una mañana, con muy pocas pertenencias, desapareció y puso rumbo a Cheyenne donde se encontraba la Base de la Fuerza Aérea Francis E. Warren, allí prestó servicio. Sin embargo, en una misión invadieron un país oriental y al llegar a una aldea, aparentemente desierta, fueron choza por choza, fusil en mano, disparando contra todo aquello sospechoso de esconder al enemigo, hasta que, en una de ellas, asustados, alrededor de la falda de la madre, seis criaturas miraban con los ojos abiertos como platos a los hombres armados. Paul bajó la metralleta y, horrorizado, presenció la sangre fría de su superior truncando la vida de aquellos inocentes. Abandonó el Ejército y cuando volvía a su lugar de nacimiento se encontró con una caravana de hombres trasladando reses, se unió a ellos y aprendió el oficio hasta que fue capaz de manejarse solo. Con el segundo Whisky leyó atentamente la carta donde se le pedía reincorporarse como voluntario. Al parecer, el Departamento de Seguridad Nacional estaba reclutando gente para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. Es decir, para expulsar de manera masiva a aquellos que entraron incluso de manera legal al país. La rompió en trozos muy diminutos y los echó por el retrete. En los establos, Charly, el caballo al que salvó, reclamaba sus cuidados.
          –Yo me ocupo de él –dijo apareciendo de pronto.
          –Le hemos administrado el antibiótico, pero lo escupe.
          –¿Qué pasa, amigo? –acarició al caballo y éste arrimó su hocico a Paul–. No te gusta el sabor, ¿eh? –sin dejar de hablarle le masajeo la lengua con la jeringa para que la moviese de un lado a otro y poder introducir la medicina bien dentro de la garganta.
          –¿Se va a morir, señor Carter? –preguntó el peón antes de salir de los establos.
          –Procuraremos que aún no sea, ¿vale campeón? –Charly salivaba agradecido tras haber recibido la recompensa de un dulce de manzana, avena y cebada al no rechazar el medicamento.
          Susan Maxwell descubrió que, entre otros muchos países, Estados Unidos era el segundo consumidor de carne por detrás de China y a la par que Australia y Argentina. Alarmada con el impacto ambiental que eso suponía, gastando grandes cantidades de agua para la producción o contribuir, por ejemplo, a la deforestación del suelo, destruyendo miles de hectáreas de bosque silvestre, despertaron en ella el inicio de una lucha sin precedentes en la región para disminuir el consumo de dicho alimento, reemplazándolo por pollo o pavo y proteínas vegetales como las legumbres, tarea nada fácil en cuanto a cambiar usos y costumbres, empezando por sí misma. Cuanto más leía al respecto, más consciencia tomaba del gravísimo problema ya que nunca imaginó que el ganado vacuno, así como las ovejas y las cabras, digieren los alimentos, conocido como fermentación entérica, emitiendo metano, gas de efecto invernadero más potente que el CO2, contribuyendo así al calentamiento global. Durante el transcurso de la investigación supo de alguna ONG que hacía campaña contra la ganadería intensiva, tiró de esa hebra y chocó con algo realmente serio: engordar compulsivamente al ganado con fines lucrativos. En la hemeroteca online de Los Ángeles Times, dio con un artículo donde Meredith Ellis, ganadera de Rosston, Texas, hablaba de algo tan sorprendente como “la ganadería regenerativa”. Leyó con mucha atención, tomó notas, arrancó la camioneta y se dirigió al rancho Maxwell. Por la U.S. Route 191 pasó por delante de Bible Baptist Church y vio a la gente entrar contenta a su sesión de aprendizaje de la Biblia, sintió envidia y pesar por no habérsele despertado también a ella esa pasión de búsqueda de respuestas a todo en esos textos divinos. El día estaba despejado y la carretera invitaba a disfrutar del paisaje, tomó el desvío de la derecha, cruzó las vías del ferrocarril con la angustia de siempre pasándolas a toda prisa por si la arrollaba el tren. Ya, en el otro lado, el panorama cambió a un terreno hostil y despoblado, marca inequívocamente norteamericana de las enormes distancias entre vecinos de las zonas rurales. Paul terminó de atender a Charly y revisaba unos sacos de pienso para perros, recién llegados, de una distribuidora desconocida y más económica cuando fue sorprendido por Susan.
          –No te esperaba, ¿has venido a ver a la familia? –preguntó el capataz.
          –No, a ti –respondió ella metiendo la mano en el forraje y llevándose un puñado a la nariz para olerlo.
          –Pues tú dirás –la temía, traía el gesto en su cara de crearle complicaciones,
          –¿Has estado alguna vez en Texas? –caminaba con las manos en los bolsillos y la mirada en el horizonte.
          –Sí, claro. Antes de venir aquí trabajé allí en una granja.
          –¿Conoces la pequeña comunidad de Tosston, en el condado de Cooke? –manejaba muy bien el arte del misterio con las palabras dejando al que escucha en suspense.
          –Ni idea, es un Estado muy grande, yo me moví por la parte de Río Rojo, hacia Arkansas.
          –Entiendo. Pues verás, he descubierto que ahí vive una mujer cuyas prácticas agrícolas son innovadoras.
          –Susan, ¿a dónde quieres llegar? No estoy para perder el tiempo con tus fantasías.
          –No te pongas bravo y escucha. Mantiene la teoría de que la tierra y el ganado han de ayudarse para abordar el cambio climático a través, como he dicho, de la ganadería regenerativa.
          –Explícate porque no lo entiendo –pidió intrigado.
          –Trasladando al ganado de un pasto a otro para restablecer el suelo y que vuelva a dar fruto.
          –No entiendo.
          –Yo creo que sí, es muy fácil, si castigas continuamente un mismo terreno acabará convertido en hierba enfermiza.
          –¿Sabes lo que estás diciendo? En nuestro caso, harían falta más hombres.
           –Claro que lo sé, eso, y reducir el número de crianza y, por consiguiente, el consumo de carne.
          –Tu padre lleva mucha razón, tienes demasiados pájaros en la cabeza.
          –¿Conoces la leyenda de los 30 millones de bisontes cuyas pisadas retumbaron en los estados de las Grandes Llanuras?
          –No, sorpréndeme –dijo al borde de la paciencia.
          –Estos rebaños destruían los pastizales comiéndose toda la vegetación y dañando lo que quedaba con sus pezuñas, después cubrían el destrozo con sus propias heces ricas en nitrógeno, de manera que pasado un tiempo prolongado el suelo volvía a estar en condiciones para recibirlos a ellos u otras manadas.
          –Como utopía es perfecta, pero la realidad es muy diferente, llevar a los animales a un entorno desconocido y desubicarlos afectaría, por ejemplo, a la calidad de la leche o a la bravura de los caballos.
          –La tal Ellis ha subdividido los pastizales temporalmente con líneas electrificadas confinando así al ganado en espacios todavía más pequeños.
          –Bueno, lo que me faltaba por oír, te has vuelto loca de remate, si ahora le digo a tu padre que he pensado hacer lo que dicen me despide sin contemplaciones.
          –Podemos pedir consejo a Ecosystem Services Market Consortium, organización sin fines de lucro que premia a los agricultores y ganaderos que se esfuercen en mejorar el medio ambiente. –Decepcionada por el nulo apoyo recibido por parte de Paul, decidió seguir esa línea de investigación, incluso no descartó viajar a Rosston y visitar a Meredith para comprobar in situ los resultados. Él se volvió de espaldas y contó los escalones que ella subiría hasta llegar al porche donde su madre la esperaba con una jarra de limonada. Y pensó que, como casi siempre, esa chiquilla tan revoltosa convertida en una gran mujer, madura, llevaría razón…

domingo, 5 de octubre de 2025

En peligro de extinción

 
A Teresa Juni:
Mujer fuerte y luchadora,
senderista incansable
por los caminos de Tennessee.
 
1.

Big Timber es una bonita ciudad ubicada en el condado de Sweet Grass, en Montana, un estado fundamentalmente agrícola, de la región oeste, situado en las Montañas Rocosas, esparcidas entre Canadá y Estados Unidos. A veinte millas, hacia el norte, rodeado de naturaleza agreste, está el rancho de los Maxwell, una familia de ganaderos cuyo sustento son la cría de caballos de la raza Rocky Mountain Horse y de reses pastando en las tierras heredadas de sus antepasados. Un total de docena y media de empleados fijos, abarcando el cuidado del ganado, mantenimiento de cercas y labores de campo, entre otros quehaceres, sacaban adelante el duro trabajo. Los domingos, el matrimonio, con las hijas e hijos que aún estaban con ellos y las respectivas parejas de cada uno, luciendo las mejores ropas, Biblia en mano, se dejaban ver en Boulder Valley Baptist Church donde eran respetados y considerados patrones muy generosos. Aparentemente todo iba bien en casa de los Maxwell, sin embargo, el destino les tenía preparada una situación bastante turbulenta que marcaría su reputación y, según para quien, su honestidad. El pastor, en algún momento del sermón y de las alabanzas, siempre introducía algún comentario poniéndoles de ejemplo a seguir, a pesar del alcoholismo del primogénito y de la rebeldía de Susan, la pequeña de la saga, atractiva, de cabellos rubios y ondulados, con las ideas muy claras y una personalidad bastante sólida, sin ajustarse al perfil de las chicas de su edad, ocupadas en la caza para encontrar marido. Vive en una habitación en The Grand Hotel, en McLeod St con 2nd Ave. Realiza trabajos de investigación por encargo respecto a ganadería, minería y demás temas, aparte de ayudar con los visitantes en Crazy Mountain Museum a recorrer y conocer biografías de muchas familias locales, en su interior encontramos un tipi o una cabaña de granja Fjare, por ejemplo. En cambio, de un tiempo a esta parte, la inquieta y preocupa todo lo relacionado con el rumbo que ha tomado el mundo y lo inhóspito que resultará aguantar el calor dentro de pocos años, en determinadas zonas costeras o de climas cálidos y secos, lo que obligará a migrar a aquellos que tengan posibles cuanto más al norte del Planeta, mejor.
          –¡Alabado sea Dios! –proclamó el pastor elevando los brazos al cielo.
          –¡Amén! –respondieron imitando el mismo gesto.
          –Nuestro hermano, ahí presente –señaló a un hombre abrazado a dos pequeños.
          –¡Amén! ¡Aleluya! –dijeron puestos en pie.
          –Acaba de perder a su bebé y su esposa se debate entre la vida y la muerte –marcaba el tono de sus palabras balanceándose de un pie a otro.
          –¡Aleluya! –todos los asistentes también lo hicieron.
          –Recemos por él –concluyó.
          –¡Alabado sea Dios! –entonaron una canción a la vez que Susan Maxwell abandonaba la sala respondiendo una llamada en el móvil.
          –Dime, Paul, ¿está de parto? –preguntó un poco alterada.
          –Sí –debió de contestar el otro.
          –Vale, voy enseguida. Esperemos que el cuello del útero empiece a dilatar y avisa a Larry –arrancó la camioneta, pisó el acelerador y, a toda velocidad, fue por la Interestatal 90 para llegar antes que la familia. El reflejo del sol por el lado derecho del vehículo pixeló en mosaicos pequeños la suciedad de la ventanilla trasera. Pronto se derretirá la nieve y tendremos problemas, pensó mientras conducía segura de sí misma.
          Larry Erickson hacía una década que estableció la clínica veterinaria en una casa abandonada en el centro de la ciudad, acondicionando la planta de arriba para uso personal, decorada con sencillez y la baja dotada del material necesario para atender a los pacientes. Traía el rodaje de las principales universidades del país y de las más prestigiosas europeas, también la base de algunos descubrimientos en laboratorios muy importantes. Era innovador, inclusivo, dialogante, conciliador, testarudo y buen profesional. Su esposa Diane, era periodista freelance, especializada en Inteligencia Artificial, Biología y Medioambiente, pero también al resto de temas específicos que abarquen cualquier rama de la ciencia. La integración de la pareja en Big Timber no resultó nada fácil al principio, acostumbrados a que el viejo herrero tan pronto sacaba una muela como amputaba la pata al perro cazador, chocaba que aquel tipo, de gafa redonda de culo de vaso y bata blanca, impoluta, con pinta de sabiondo, se hiciese cargo de la salud del ganado, aunque gracias al don de la perseverancia, que tan bien manejaba, ahora sus jornadas eran largas y agotadoras. No obstante, seguía sin ser bien visto por los ancianos del lugar, máxime desde que comenzó a contradecir argumentos negacionistas sobre COVID, crisis climática y consumo excesivo de carne por parte de los seres humanos y el gasto de recursos que eso genera. Susan Maxwell rápidamente se hizo amiga de los Erickson, coincidían en gustos, opiniones e inquietudes, a pesar de la diferencia de edad. Llegar al viernes era para ellos un festival de relajo donde la cena antecedía a la apasionante tertulia bañada con moonshine de elaboración propia.
          –¿Cómo está nuestra amiga, Paul? –dijo Susan apeándose de la camioneta y refiriéndose a la vaca.
          –Tendremos que armarnos de paciencia, la cosa va para largo –aseguró él mientras guardaba la silla de montar.
          –Al menos esta vez no parece que esté agresiva –opinó ella ayudándole a llevarla.
          –Pues no sé qué decirte, me ha dado una coz aun reconociendo mi voz –expresó sarcástico.
          –En fin, vayamos dentro –ella suspiró.
          –¿No es aquel el coche de Larry? –preguntó el capataz haciendo visera con la mano sobre las cejas para enfocar así mejor la vista.
          –Sí, se ha dado prisa. ¿Has observado cosas extrañas últimamente en ella? No sé, cambios bruscos en el comportamiento.
          –Alguno, por ejemplo ha lamido mucho su propia orina, he llegado a pensar incluso que padecía del mal de las vacas locas, pero no lo creo. –Larry se apeó de su auto limpiando la gafa con un pañuelo de papel.
          –Lo siento, no he podido llegar antes –dijo sofocado. Los tres desaparecieron en el establo tras de sí.
          Paul Carter Junior, el capataz del rancho Maxwell, llegó a sus vidas mientras bebía una cerveza bien fría y le hincaba el diente a su hamburguesa preferida de carne de buey. En la cantina escuchó comentar lo del cartel en el que ofrecían una suculenta recompensa a quien lograse atrapar al caballo de color chocolate escapado de la zona de pastoreo, con cuyo paradero todavía nadie había dado. El ejemplar era elegante, apacible y manso, de melena y cola rubia, lo utilizaban para tirar del arado y, a veces, de un carro cargado de sacos de moras negras, pero de un tiempo a esta parte se le notaba muy cansado y tremendamente sediento, aunque había dejado de beber del abrevadero cercano, puesto que las últimas veces que lo hizo vomitó de manera espectacular por los ollares. En el horizonte rojizo caía el Sol y según regresaban los hombres, frustrados, la esperanza de encontrarlo mermaba. Tanto en la casa principal, como en las otras donde habitaban los vaqueros, peones y encargados de cultivar los campos, el ruido de platos y cubiertos se oía de fondo, además del suave murmullo contándose lo que había dado de sí la jornada y algún llanto desconsolado de bebé recién destetado. Expectantes y agudizando el oído todo quedó en silencio hasta que, sobresaltados, oyeron el relinchar del caballo con el peculiar sonido de los cuatro golpes de sus cascos. Junto a él, montando un Mustang salvaje de Norteamérica que ganó en una partida de póker, iba un cowboy.
          –¿Dónde está el dueño de este bello ejemplar? –pregunto a quienes salieron afuera.
          –Mr. Maxwell se encuentra dentro de la casa –contestaron.
          –Tranquilos, muchachos, estoy aquí –intervino el amo.
          –Me parece que esto le pertenece –dijo alargándole las bridas.
          –Así es –llevaos a Charly al establo y comprobad que todo esté bien –ordenó.
          –Lo que mandé, patrón –desaparecieron en la oscuridad.
          –Vamos al despacho, le daré la recompensa –desmontó con elegancia y, caminando tras él, observó que arrastraba más uno de los pies–. Siéntese, por favor. ¿Dónde estaba?
          –Vagaba asustado y desorientado al borde casi de un desfiladero, es un caballo caprichoso, bellísimo y pueden robárselo –comentó sacudiéndose el polvo de las botas.
          –Aquí tiene su dinero –sacó del cajón un sobre lleno de billetes y se lo dio.
          –No lo quiero –ante la incredulidad de su interlocutor lo retiró hacia el otro lado de la mesa–. He oído por ahí que se ha quedado sin capataz, me gustaría el puesto.
          –¡Vaya, vaya! ¡Cómo corren las voces, eh! ¿Tiene experiencia? ¿Qué van diciendo de nosotros? –Preguntó mientras valoraba si darle el trabajo o no.
          –He aprendido de los más veteranos el manejo del lazo, dirigir al ganado en zonas abiertas atravesando grandes valles, acantilados, terrenos peligrosos y todo cuánto se necesita para mantener a flote este tinglado. Si le parece me quedo unos días, observa cómo me desenvuelvo y después usted decide –por la rendija de la puerta asomó el hocico Susan que por entonces tenía apenas diecisiete años, desde ese mismo momento comprobaron que tenían mucho en común.
          Durante tres meses y medio Larry Erickson, el veterinario, asistió a partos difíciles en las granjas de toda la comarca incluyendo el rancho Maxwell. Esa vez el ternero venía de nalgas y la bolsa de la placenta se había roto. Horas antes Paul acondicionó un espacio limpio para la vaca, estaba muy inquieta y no había forma de que se tumbara sobre el suelo mullido. A simple vista, y hasta la exploración del experto, tenía la vulva inflamada y la cisterna del pezón todavía no se había dilatado. Todos estaban a la expectativa. Susan la acariciaba evitando hacerlo en la barriga a pesar de sospechar que el ternero no tenía bien colocado el hocico entre las patas delanteras para salir por el útero. La jornada iba a ser pesada y dolorosa para la parturienta y todo apuntaba hacia una intervención quirúrgica, así que Larry repasó mentalmente el instrumental que necesitaría: bisturí, guantes de brazo largo, separadores, sutura, cadenas obstétricas, fórceps… Abrieron el portón y aparecieron el señor Maxwell junto a dos de sus hombres de confianza y el resto de la familia que se tomaban aquello como un acontecimiento festivo.
          –¿Cuál es el diagnóstico, Erickson? –preguntó con contundencia.
          –Estamos ante un parto distópico, algo va mal y aún no sé muy bien cuáles pueden ser las causas, pero la complicación está asegurada –respondió el veterinario.
          –¿Tiene relación con los otros partos y las vacas que hubo que sacrificar?
          –Es muy similar –fue Paul quien intervino.
          –Tenéis veinticuatro horas, si mañana no está resuelto yo mismo cortaré por lo sano.
          –¡Papá! –exclamó Susan.
          –No adelantemos acontecimientos, señor, déjenos hacer a nosotros –continuo el capataz aun sabiendo que en el fondo el patrón tenía razón–. ¿Qué le parece si aguardan en la casa y así no la ponemos más nerviosa?
          –De acuerdo, pero recordad: no quiero héroes, especialmente tú –refiriéndose a su hija. Salieron malhumorados, la gente menuda porque les privaban del espectáculo de verla parir y el patrón calculando cuánto le costarían los servicios del veterinario y la pérdida de la res.
          La vaca, de raza Angus Negro, característica al no tener cuernos y ser de carne terneza y jugosa, mugía doblada de dolor. Avanzaba el reloj muy lentamente y la mantenían vigilada en todo momento, pendientes de cualquier cambio anunciando la inminente llegada del ternero. A las 2:00 a.m. se desencadenó una fuerte tormenta, los ventanales de la casa grande se agitaron de tal manera saltando los cristales en mil pedazos; afuera corrían los hombres para sujetar a los caballos levantando con las suelas de las botas porciones de barro. El viento era cada vez mayor, alcanzando ráfagas de hasta 40 millas por hora y, aunque nadie manifestaba preocupación en cuanto a quedarse aislados, se temía que la nieve superase las 40 pulgadas de la última vez. Larry, Paul y Susan revisaron el generador por si hubiese cortes de energía, mientras Mr. Maxwell rezaba para que no cayesen ramas de árboles sobre sus propiedades. Entre tanto se oyó un golpe tremendo y a varias mujeres chillando por la presencia de una manada de lobos hambrientos buscando tajada. Casi de madrugada Larry Erickson la administró anestesia general y, cuando ya hizo efecto realizó una incisión en el abdomen y otra en el útero, extrajo al ternero y los tres se miraron impresionados contemplando que había nacido con dos cabezas y un solo ojo en el centro. A continuación vio restos de placenta mezclándose con los tejidos. El veterinario recogió muestras de los órganos del feto muerto para enviarlas al laboratorio en Helena, capital de Montana.
          –¿Qué opinas? –preguntó Susan.
          –Me consta que existen casos raros y aislados de malformaciones congénitas, pero jamás había visto ni oído nada parecido –dijo Larry.
          –Habrá que decírselo a tu padre, ¿no? –soltó de repente Paul.
          –Sí, –respondió ella acariciando a la vaca mientras seguía dormida.
          –Primero voy a coserla y limpiamos un poco esto –indicó Larry. Le pidió al capataz una nevera portátil donde guardó parte del hígado del ternero, los sesos, algo del pulmón, muestras de las patas delanteras y del diafragma. Arrodillado ante la vaca terminó de suturar la incisión y dio por terminada la intervención.
          –¿Tú crees que hay que sacrificarla? –preguntó ella.
          –Está en muy mal estado, el amo no la va a mantener con vida –respondió el capataz.
          –¿El ganado sigue bebiendo del abrevadero? –preguntó Susan.
          –Sí, claro, –respondió el responsable del rancho–, pastan muy cerca de él –la joven se quedó muy meditativa.
          –Chicos, en cuanto ponga en marcha el protocolo llevaré las vísceras a analizar, pero antes he de dejar el automóvil en el taller para que revisen los frenos.
          –No te preocupes, yo puedo llevarte. Mañana iré a recoger unas revistas que tengo encargadas, escriben dos científicos muy interesantes sobre clima y alimentación –anunció toda emocionada.
          –Como se enteren en casa que sigues a vueltas con lo de que los cambios bruscos de clima alteran la vida de los animales, la van a liar gorda –dijo el capataz.
          –¡Va, me da igual! Y, para que sepáis, una jueza de aquí le ha dado la razón a 16 jóvenes ambientalistas acusando al estado de no respetar su derecho a un medio ambiente limpio y saludable.
          –Gracias –dijo Larry respecto al ofrecimiento de llevarle–, voy con Diane, tiene una de esas reuniones suyas con colegas –en ese preciso momento Mr. Maxwell apareció y, como era de suponer, se deshicieron de la parturienta. Paul se llevó ambos cadáveres lejos del rancho y los incineró no era la primera vez que lo hacía a escondidas.
          Susan tomó un poco de bizcocho recién hecho y se despidió de la familia. Después, con los huesos molidos y molestias en la espalda, regresó a The Grand Hotel y, aunque apenas había coches en McLeod St, aparcó en 2nd Ave, se apeó de la camioneta y saludó con la mano al homeless ubicado en la otra esquina. A mil trescientas cincuenta y tres millas de allí, el personal de emergencias peinaba la orilla del río Guadalupe en busca de supervivientes tras las últimas lluvias torrenciales que, según las autoridades locales son las más devastadoras del último siglo, ocurridas en el centro sur de Texas, con decenas de desaparecidos y más de 80 muertos, entre ellos muchas niñas que estaban en el campamento de verano en Camp Mystic. Quienes consiguieron salvar la vida contaron a la reportera de la KVTQ (CBS) que la riada se llevó todo cuanto encontró a su paso dejando un paisaje dantesco, lleno de cadáveres con las manos entrelazadas para no morir solos, automóviles navegando calle abajo y chocando contra personas aplastadas en las paredes o enseres amontonados taponando posibles salidas de emergencia; desde la CNN, autoridades locales intentaron transmitirle a la población algo de confianza asegurando que ponían todos los medios a su alcance para hallar lo antes posible al mayor número de damnificados. Sin duda, la tragedia habría sido menor si la Administración Trump no hubiese ejecutado recortes masivos en las agencias encargadas de alertar a la población. Paró en la gasolinera.
          –¿Lleno? –preguntó el chico encargado de repostar.
          –Sí –respondió ella mientras iba hacia la tienda.
          –Hola Susan –saludó el dependiente.
          –Hola. ¿Qué tal? ¿Me das paquetes de Marlboro, por favor?
          –Claro, y este encendedor de regalo. ¿Qué tal todo por el rancho? Hace mucho que tu padre no pasa por aquí, se habrá ido a la competencia –dijo guiñando un ojo.
          –Todo bien. Le daré recuerdos de tu parte –se fue antes de alargar más la conversación.
          La habitación ocupada por Susan era acogedora y contaba con complementos sencillos que le daban un aire muy personal, un póster de pared a pared de la montaña Denali, en Alaska, considerada la más alta de Norteamérica, diversas láminas de otros lugares declarados Patrimonio de la Humanidad, fotografías montando a Charly, otras de pequeña acudiendo con la familia a fiestas ganaderas y algunas más de acampada con amigos cerca de la frontera con Canadá. En el armario un par de vestidos y varios pantalones tejano con camisas a cuadros completaban su austero vestuario, además de un frasco de perfume que se echaba de vez en cuando y complementos de maquillaje. Junto a la cama tenía una mesa de escritorio hecha por Paul de cedro rojo occidental, encima la computadora y una montaña de papeles que revisaba y estudiaba a diario ordenados por temas. De la nevera cogió una cerveza, dejó las botas manchadas en el baño, ojeo la correspondencia aun sin abrir, encendió la computadora y en la pantalla, del extremo inferior derecho, surgió una nota avisando de que tenía un nuevo correo electrónico de un activista de Greenpeace al que seguía por Instagram, y que decía: “Estados Unidos cierra la frontera con México a la entrada de bisontes, caballos y otros animales bovinos por la plaga del parásito gusano barrenador”. Dejó a un lado la noticia para leerla más tarde y buscó en Google “policefalia”: ternero con dos cabezas y un solo ojo…